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EL HONOR DE ESPAÑA.

C5szr|íic

BALDRICH i ILLAS, EDITOR.

EL HONOR DE ESPAÑA

EPISODIOS DE LA GUERRA

DE MCARRUEGOS.

NOVELA HISTÓRICA ORIGINAL

DE

D. Rafael del Castillo.

EDICIÓN ILUSTRADA CON PRECIOSAS LAMINAS SUELTAS.

MADRID 1859.

IMPRENTA DJS DON ANTONIO GRACIA Y ORGA, PLAZUELA r>KL BIOMBO, NUM. 4.

\0

Es propiedad del Editor.

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AL EXCfflO. SR. DON LEOPOLDO ODONKELL , CAPITÁN

GENERAL DE LOS EJÉRCITOS ESPAÑOLES, MINISTRO DE LA GUERRA, PRESIDENTE DEL CONSEJO DE MI- NISTROS, Y GENERAL EN GEFE DEL EJÉRCITO ESPE- DICIONARIO DE ÁFRICA.

Creo que á nadie mejor que á V. E. puedo dedicar mi novela.

V. E. ha sido la personificación exacta del pensamien- to de la nación, y yo creeria faltar á el deber que todo es- pañol tiene, sino pusiera al frente de mi obra el nombre de VrE.

Quiza esta, no sea todo lo grande, todo lo sublime que V. E. se merezca; tal vez mi pluma no sea la mas á propó- sito para cantar los hechos de esa gran epopeya que se lla- ma Guerra de áfrica; pero lo que de talento falte, súplalo mi buena voluntad, y si V. E. la acoge con su acostumbrada indulgencia se verá suficientemente recompensado,

S. S. Q. B. S. M.

$!B([)1L^(5(D. .

UN MILITAR ESPAÑOL.

De cómo las pequeñas causas producen grandes electos.

STAMOs en Raast-el-Seric , pequeña aldea situada casi en la raya que separa nues- tras posesiones africanas de el imperio Marroquí.

Es la noche del 21 de Agosto de 1859. El sol abrasador que durante el dia ha sofocado la atmós- fera, ha dado lugar á una luna que rodeada de su corte de es- trellas, se enseñorea en medio de la azulada cortina del firma- mento.

La noche reina con todos sus encantos. Son las ocho de la noche.

A uno de los estremos de la población, se alza un edificio cu- yos calados agimeces, puertas graciosamente arqueadas, y di-

S EL HO.NOU

jnensionfs als^o mayores que las de las otras casas, le hacen dis- tinguirse, y comprender que aquella es la residencia del Kabo ó jefe de todo aquel distrito.

Dos moros de rey, con sus largas espingardas, se pasean si- lenciosos ante la puerta principal.

El edificio está completamente aislado, y al par que sirve de habitíicion para el jefe de aquella tribu, sirve también de alca- zaba ó fortaleza para defender el pueblo.

En la parte posterior á la puerta principal , á través de las celosías de una de las ventanas, se distingue una luz.

Por una de las bocas calles que desembocaban en la «plaza inmensa que rodeaba á el palacio, pues tal nombre podemos dar- le, apareció un moro cuidadosamente embozado en. un blanco a/- quicel.

Miró á todos lados como persona que desea recalarse, y des- pués de haberse cerciorado de que nadie le veia, se dirijió en li- nea recta hasta la ventana, y dio dos palmadas, á las que se si- guió inmediatamente el abrirse sin ruido una puerla que al pié de la ventana babia, y aparecer en ella un etiope con'una lin- terna.

Ola Jafar, le dijo ermoro.

Allah te guarde, contestó el negro.

Y Iras estas palabras pasó aquel, y la puerta volvió á cer- rarse.

Sin duda el recien llegado conocerla muy bien el terreno en que se encontraba, porque sin vacilar subió por una estrecha y tortuosa escalera de caracol, y atravesando algunas habitaciones penetró en una, de la cual se arrojó al verlo una mujer, en sus brazos esclamando en el castellano mas puro. Bendito sea Allah que te trae á mis brazos, Carlos miol

El moro, ó mejor dicho el cristiano, pues creemos que nues- tros lectores comprenderán perfectamente que un hombre que se llamaba Carlos, no podía pertenecer á la secta de Mahoma, la separó dulcemente, y haciéndola sentar en Jos mullidos almoha- dones de seda damasquina que rodeaban el aposento, la estubo conleraplando al¿^unos momonlos cii silencio.

DE ESPAÑA 9

Nosotros nos aprovecharemos de él para describir á estos dos personages que han de representar en nuestra historia uno de los principales papeles.

La mora tenia esa belleza tipica de la raza árabe.

Sobre un cutis ligeramente moreno, y entre las largas y es- pesas pestañas negras, brillaban unos ojos, cuya pupila en su

brillante irradiación espresaba la intensidad de láá^' pasiones africanas.

Una nariz graciosamente arqueada, una boca de niña y un falle tan esbelto como las palmeras de su pais, completaban la hermosura espléndida de esta mujer.

Sin embargo, habia un no se qué especial en aquel rostro, tomaba á veces una espresion tan estraña, que infundia pavor.

Aquella mnjer amada, podría ser un ángel, desdeñada, se convertiría en una furia. -

En cuanto á él, era la personificación exacta de nuestros ti- pos vascongados.

Alto, bien formado, ojos azules sobre un semblante franco y espresiyo, todo en él respiraba un valor á toda prueba, y un alma amante de lo bello y de lo grande.

Carlos era militar.

Era subteniente del «fijo de Ceuta.»

Y burlando la vigilancia de sus gefes, ó aprovechándose de la condescendencia de sus compañeros cuando estaban de gúai-- dia, iba dos veces en la semana á pasar dos horas con su amada.

Carlos, dijo por fin la mora rompiendo el silencio. ¿Qué traes que estás tan preocupado? parece que tienes que darme una mala noticia!... tlabla, no estés de ese modo, porque esa incertidumbre, me mala mas que tus palabras. ..

—Has adivinado perfectamente, Zobeiba, una mala noticia tengo que darte. Me vuelvo á España. ^ ^j^,,

Un gemido desgarrador se exhaló del alma de aquella mujer Una palidez mortal se esparció por su semblante, su seno se agitaba rápidamente.

10 EL HONOR

Y on los latidos fio su corazón domos! raba la emoción qiio sfinlia.

Sil ncí^ra pHpila so ompaüó con una láí^TÍma. Por fin, su dolor encontró palabras para desahogarse, y es- clamó con fuerza.

¡Y eres quien me dices que te marchas? ¿Eres lu el hombre que hace cuatro lunas me estás jurando que me amas? Mentira me has engañado infamemente para después burlarte de mi amor. j.j r-Zobeiba!. .

Te lo vuelvo á repetir; si tu cariño fuera cierto <{CÓmo era posible que así me abandonaras? yo que por ti he sacrificado todo cuanto en el mundo amaba, todas las exigencias de mi pueblo, lodo, porque tu has reasumido todas mis afecciones; todos mis deseos, todas mis esperanzas.

Calla Zobeiba, contestó Carlos, ocultando á penas un lige- ro movimiento de disgusto, crees que no me es á mi también muy dura semejante separación? pero el militar tiene deberes. .

—No hay deberes cuando el corazón grita, interrumpió con fuerza la mora. Di mas bien que tienes algo que te llama mas A tu patria, y no me hables de deberes.

Siempre han de salir tus celos, Zobeiba.

¿Y no tengo motivos acaso? Cada dia te encuentro mas frió, mas indiferente, tu voz no murmura ya en mi oido aque- llas frases tan llenas de armonía y en las que se adormecía mi alma. Vienes mas tarde que otras veces, y te ausentas mas pronto, quieres esplicarme que significa esto.

Que tu corazón es demasiado suspicaz, que quieres ser es- clusivista y eso es imposible.

¿Y que mujer no quiere serlo en amores? tal vez las cris- tianas puedan mirar tranquilas la indiferencia de un amante, pero nosotras las africanas, no, si nos aman, adoramos, pero si nos fallan, sabemos también vengarnos.

Fué tan incisiva, tan particular la entonación con que Zo- beiba pronunció las últimas palabras, que Carlos, no pudo me- nos de estremecerse.

DK ES!'A?ÍA. H

Sin embargo, se repuso, y contestó. Mira Zobeiba, hablarme á mi de venganza es una necedad, pues estás convencida de lo poco que temo á la muerte, bien sea á la que tus hermanos dan ii los cristianos, bien la que vo- sotras deis con vuestros venenos Te he dicho que te amaba y te amo, has hablado algo de mi indiferencia, y debo contestar- le que quiza no indiferencia pero si, que mi amor se entibia

algo, es cierto. Qué dices?

La verdad: soy de una tierra donde la mentira es nn cri- men, y la verdad una virtud. Te he amado, te amo aun, pero tu estremado afán de doaiinio, esos celos infundados con que continuamente me persigues, debilitan cada vez mas mi pasión. Cada entrevista que tenemos, nos cuesta un disgusto, donde no hay un átomo de arena, ves una montaña, y mi carácter ni esplicaciones, cuando comprende que no ha faltado, ni se humilla á pedir un perdón para el que no he hecho motivo.

Es decir Garlos, que has encontrado otra naujer que posee esas dotes que yo no tengo? dijo Zobeiba con una voz tranqui- la y reposada, indicio seguro de la tempestad que rugia en su

pecho. Lo que es decir señora, contestó con arranque el militar.

es que vos, ó no me comprendéis ó no queréis comprenderme, Os he hablado antes de los deberes que como militar tenia que cumplir, y lo habéis tomado por (jue no os amaba y me alejaba de vos; os hablo ahora de los defectos que tenéis y que son los (jue únicamente me hacen desgraciado, y les dais un sentido (jue no tiene; hablando de este modo no nos entenderemos jamás, y como mi único objeto ha sido daros mi último adiós, |)ues parto pasado mañana, recibidlo, y quiera Dios que cuando ten- gáis otro amante lo com[)reudais mejor que á mi.

V Carlos dio algunos pasos hacia la puerta. Pero Zobeiba con la rapidez del rayo se interpuso, y le delubo.

Ohl Carlos miol por el santo profeta te ruego que me per- dones ¿Qué seria de mi, probé gacela sin mi amante? No te ale- josdemi lado; lu que has sido al 0d»i^ «ucantado que he visto en

I ^ KL llONOh

el (losiorlo de mi vidií, no seas tan ciuel qutí me prives (|e esa íelicidaü; yo te prometo uo tener celos, no incomodarme nun- ca, pero no teinarclies Carlos ¿lieíaon nuestros desierlos la cul- pa de que Allab les haya dado el Simoun: (1) pues tampoco la tengo yo, si mi corazón guarda pasiones tan vehemenles. Iles- pondejiie, ¿no es cierto que no te marcharás.

Ya es tarde Zobeiba, ya es tarde.

Qué quieres decir?

Que tengo necesidad de cumplir las órdenes de mis siq)e- riores. m «i •.. >J

Di mas bien que otra mujer te llama á tu patria, pej'o guárdate Carlos, guárdate de mí, contestó con furia la africana. ,¡,— Y erais vos la que hace un momento decíais que no ten- dríais mas celos?... Cumplís admirablemente vuestra prome.sa, dijo con ironía el militar, y después prosiguió con severidad. Eha señora hemos. concluido; guardaos vuestros celos, que in,e importan tan poco como vuestra venganza, me habéis juzgado mal, y siento yo también haberme equivocado en juicio que formé de vos. Adiós Zobeiba^ adiós, y sed muy feliz.

Y antes de que la mora pudiera impedirlo ganó la escalera

por donde habia subido y momentos después estaba en la calle

Repuesta la hija del Kabo de la sorpresa que la pariida de

Carlos la habia causado, con voz vaivuciente de cólera gritó.

Aquí Jafar.

Presentóse inmediatamente el negro, y su ama le dijo:

^—Prepárate á seguirme. ; .ü/

Envolvióse Zobeiba en su finísimo bornuz, y seguida de Ja;^ far salieron á la plaza, en el mismo momento en que Carlos peae^r^ba en una de las calles que desembocaban on olla.

(1) Aire abrasador que reina en los desiertos africanos, y que en sus tar hellinos suele sepultar caravanas enteras.

Di;; iísi'aSa I3

En un salón espacioso con primorosos arabescos en los frisos, pavimentos de alabastro, y paredes azules en las que se leian con caracteres rojos algunos versículos dei Coran, es donde van á penetrar nuestros lectores

Esta estancia era ja, de ceremonia, en el palacio del padre de Zobeiba.

Sentados formando semicírculo ante una especie de trono formado por algunas gradas, se veian diez moros cuyos sem- blantes en general nada de bueno auguraban.

Sobre dobles almoliadones de terciopelo con gruesas fran-^ jas de oro, estaba el jefe de la Rabila presidiendo aquella reunión.

Graves y silenciosos todos, se conocía que estaban preocu- pados por algún importante acontecimiento.

El Kabo fué el primero que habló,

Bien sabe Allah, amigos mios, que lo que acaba de de- cirnos el santo faqui (sacerdote.) Abdul-Aciad, nos ha im- presionado á todos, y á en particular me ha afectado mas. Conque los cristianos no contentos con habernos arrojado de la tierra que el profeta habia señalado para su pueblo, no con- tentos con habernos arrebatado nuestra Granada, quieren tam- bién robarnos el único rincón que nos ha quedado, quieren es- tender los límites de sus tierras y adelantan sus alcazabas por nuestros dominios.

Sí; poderoso Moscamden, dijo uno de ios moros, yo tara- bien he visto á esos perros rmiys (cristianos) poner los cimien- tos de un fuerte, y colocar con gran pompa y aparato un es- cudo con las armas de su patria.

I i KL HONOI»

Un muriiuillo de ¡ntlignacion st; exhaló del seno de a(|uella eslraña asaíiil)lea.

El gefe paseó su mirada por todos los miembros que la com- ponían y preguntó:

¿Qué os parece semejante audacia?

Que merece casti^j^arse; ahullaron todos á una voz.

Y qué diiá nuestro poderoso, nuestro sublime emperador, la columna mas fuerte del Islam, el infalible y el elegido del ^enor?

Si nuestro emperador viera los desmanes de esa canalla, dijo un moro con Ímpetu, tal vez se olvidara de esa apatia, de esa cobardía vergonzosa, que le obligó hace años á firmar unos tratados deshonrosos y que no hace mucho le hicieron entregar un arrayaz (oficial) que en buena ley, habían cogido nuestros hermanos de Melilla. Tiempo es ya deque nosotros quebrante- mos ese yugo vergonzoso que nos oprime; si el brazo del sul- tán es harto débil para regir un gran pueblo, nuestros brazos son bien fuertes para manejar el alfange, y nuestro ojo de- masiado perspicaz para que las balas de nuestras espingardas encuentren el corazón de los españoles. Esta es mi opinión, y creo que sea la de todos mis hermanos,

Si, si, Ebu-abú tiene razón gritaron lodos. Venganza y muerte á los cristianos.

Por un momento reinó una confusión espantosa. Todas las manos buscaron bajo \os alquiceles las empuña- duras de sus gumías, y de todos aquellos labios no salió mas que un grito atronador, inmenso. Mueran los cristianos!...

Pero de pronto, á aquel ruido se unió otro, una voz de mujer gritaba en las habitaciones esteriores, ya aquel acento que espresando una cólera infinita, decía: Venganza, venganza!

Se unía el clamor de la reunión del Kabo (|ue gritaba: Viva el Miscnmden mueran los españoles, arrasemos sus fortalezas, y apodeiémoiiosde sus plazas.

DE ESPAfÍA. 15

III

Pocos moraentos ciespiies de los últimos sucesos una gran agitación reinaba en las calles del Raast-el-Seric.

Rostros feroces espresando la cólera y el odio, salian de to- das las puertas y embrazando la espingarda ó empuñando e) yatagán ó la gumia se dirijian apresuradamente hacia la plaza donde estaba la casa del gefe de la Kabila. Este se dejó ver á los pocos instantes. A su vista un alarido inmenso atronador se exhaló de toda aquella multitud. —Mueran los españoles gritaron los moros. A esQ vamos poderosos creyentes dijo el Kabo, que Allah proteja nuestra empresa y el pueblo marroquí volverá á ser grande como nuestros abuelos le dejaron. Viva el Kabo, ahulló la turva.

Y siguiendo á su jefe se lanzaron hacia el campo.

La mayor parte de los moros iban ginetes en esos magnifi- cos caballos descendientes de Eldeborah la famosa yegua dci profeta.

Mas rápidos que el torbellino del Simonn atravesaron el es- pacio, y pronto se encontraron ante el cuerpo de guardia que estaban construyendo cerca de Ceuta.

Nuevos gritos nuevos alaridos, nuevas demostraciones de furor, estallaron al ver aquella obra sin concluir.

Ahí tenéis, dijo el jefe la nueva humillación que esos per- ros querían hacernos.

La esplosion no se hizo esperar mucho tiempo. Furiosa aquella multitud se lanzó sobre el edificio y k los pocos instantes no era mas que un montón de escombros.

Y no siendo suficiente aquello para calmar la rabia de aque- lla gente, se arrojaron sobre los pontones que marcabnn los lími-

16 K'.. HON()!\

les de España, y arrancando las armas que sobre uno de ellos se eníofioreaban la alaron á la cola de uno de sus caballos, y en medio de una gritería espantosa, lomaron otra vez el ca- mino tortuoso (|ue conducía ;i su pueblo.

Allí el espectáculo fué mas animado, mas salvaje si cabe decirlo así.

Toda la Rabila, hombres mujeres y piños,- esperaban con viva impaciencia h los valientes que habían ido á ejecutar la- man^ empresa, y un alarido inmenso acogió su llegada.

Hijos, gritó el cabo, ya hemos arrojado el guante contra España y nuestro poderoso sultán Abd-el-Rahman, no tendrá mas remedio que seguir el ejemplo que nosotros hemos dado. Que abra los tesoros que guarda eil Beital-Mel (1) y declare una guerra de estermínio á esos bandidos españoles.

Una salva de aplausos acogió las palabros del Kabo, y en su enlusiasmo durante algunos momentos, no se vio á la vaci- lante luz de las primeras horas de la mañana mas que una ma- sa confusa de personas agitando lumulluosamente sus espin- gardas, puñales y gumías.

Vamos, encended una hoguera, y concluyamos dignamente una noche que ha de ser muy fecunda para el porvenir; dijo el jefe de la Rabila.

Inmediatamente se formó en el centro de la plaza una in- mensa hoguera y en medio de los frenéticos aplausos de la mul- titud arrojaron á las llamas el escudo con las armas españolas.

Mujeres, niños y hombres poseídos de un vértigo infernal danzaban alrededor de la hoguera, y de tiempo, en tiempo se oia una voz inmensa que gritaba: ''' 'f' '"^

Guerra á los es{)año]es! Mueran los cristianos.

Y dominando aquella confusión, aquel verdadero pandemó- nium de gritos, carcajadas, é imprecaciones, se oia una voz de mujer que gritaba.

Venganza! Venganza.

(1) Beilal-Mel palacio de la^riquezui?, eGi{v:ppiedadepc|usiva del em- perador do Marruecos, donde tiene guardado su tesoro. Está en Moquinez j tiene una ííuardia osperial fíe dos mil ne^iros para su i^.nslodia.

DE ESPAÑA. 17

IV.

La tribu de Raast-el-Seric era enemiga de la tribu de Au- gera que estaba mas cercana á Ceuta que la que hemos pre- sentado á nuestros lectores.

Mas feroces, mas incivilizados ios de Augera, no sabían disimular sus pasiones como los de Raast-el-Seric.

Deseando luchar con los cristianos, siempre trataban de provocarlos.

Indómitos y montaraces, no reconocían la autoridad del emperador de Marruecos, ni tenian mas ley que su capricho. El Kabo ó gefe de la tribu de Raas-el-Seric, era ambicio- so por naturaleza, traidor por instinto, y odiaba con toda la fuerza de su corazón árabe, á sus vecinos los augerianos.

Poseía todas las dotes de un diplomático consumado, y manteniendo espías entre sus coimdantes, sabía cuanto pensa- ban hacer, y siempre trataba de adelantarse á ellos, si la em- presa podía proporcionarle gloria y botin.

La larde misma en cuya noche empezó nuestra narración, supo Sidi-Mahomed que asi se llamaba el gefe de la tribu o kabila de Raast-ei-Seríc, que los augerianos trataban de des- truir la fortificación que los españoles construían en la línea divisoria y avisando á uno de sus favoritos, le hizo (jue en el preciso término de dos horas, pintara como pudiera un es~ cudo con las armas de España, bajo el supuesto, que de no estar, lo empalaría.

Semejantes amenazas suelen aquellos tiranuelos musulma- nes ejecutarlas cuando no se satisfacen sus capi'ichos, y si bien las armas no se parecían ni por asomo á las de ninguna

1H KI, IKKNÍiH

n;i(*¡on, oslubicroii paru cuando las pidiu; y una hora (lesj)iu's (le anocliccer,' salió un ginclo y las colocó i^obie uno (!»». los pnslos (¡ue marcaban la linea.

Monicnlos después llamó el Knbo A sus inferiores, y, se ic- presenló la farsa (jue ya nuestros lectores conocen.

Aíjuel ras^ío acreció la popularidad del í^efe de la tribu do lUas-el-Seric, y le dio la gloria que él deseaba, y evitó el plan de sus vecinos.

Aquel atentado quedó envuelto en el velo del misterio.

Los de Augera, ágenos de lo que hahia sucedido, mientras los de Raast e|-Ser¡c, quemaban el escudo, en medio de la plaza, salieron de sus guaritlas y se acercaron á la líneii. - Su furor no tuvo límites al ver que otros se les hablan an- ticipado, y descargaron su rabia sobie los .mojones de piedra, en uno de los cuales estaban grabadas Jas verdaderas armas (le España.

Entonces ante los muros dC: Ceuta hicieron un solemne ju- ramento de no dejar que ninguna otra tribu les anticipase en nada y se estacionaron en el Serrallo , para comenzar sus hostilidades en el mismo momento en que los españoles al ver la afrenta que les habían hecho tratasen de castigarla, j... ,;v^

Apenas amaneció, sucedió lo que los augerianos hablan pre- visto.

Lleno de indignación el gobernador de Ceuta, mandó re- poner los pontones, y los de Augera, hicieron voto de derri- barlos'en la noche inmediata.

Carlos, después de haber abandonado h Zobeida , y muy ageno do que esta le seguía, cruzó .algunas estrechas callejue-

DE ESPAÍVA. 19

las, y se detuvo anlonna casa mas pobrí^ v de peor aspeólo quejas demás, era posible que mas pobreza pudiera caber qué la horrible (|ue se veía en lodos ios demás tabucos.

Llamó de una manera particular á una ventana que habla cerca de la puerta, y momentos después se oyó una.vocecita femenil que gritaba:

l^]s Carlos, padre mió!...

Abrióse la puerta, y se volvió á cerrar después de haber dado paso al joven.

Zobei!)a y Jafar, habían presenciado todo esto desde la es- quina de la calle. -

Quién vive hay, Jafar? preguntó la mora con un acento en que se notaba lo intenso de los celos que sentía.

El judio Isaac» contestó el negro.

Y... tiene alguna hija ese hombre?

Si, señora. \

Joven?...

Quince lunas no cuenta todavía.

Es hermosa.^

Como la sonrisa de una ohurí.

Y Carlos sin duda vendrá por ella , dijo Zobeíba como ha- blando consigo misma, y balbuceando de cólera. ^

Ya lo creo, contestó Jafar, que contemplaba á su señora con una sonrisa de cruel satisfacción.

Alzó su ama vivamente la cabeza* y le preguntó com ím- petu :

Qué has dicho?

Que el señor Carlos no os ama. '^'

Mientes, esclavo.

Todas las noches, después que se separa de vos, viene aquí.

Por Allah, que he de hacer que le empalen, miserable, gritó en el colmo del furor la hija de Sidi-Mahomed. ,., r 'íioí')

^Vos podéis hacer lo que gustéis; pero eso no os devolverá el amor de vuestro amante. .<,

—Estás cierto de lo (jue dices, .(alar?...

^0 EL iiONor:

Jalar no inionlo nunca, sonora.

Pero no puede ser; si hace un momento me juraba por el Dios de los creyentes, que si lal supiera...

Qué liaríais, señora, respondió el eliope lijando su ávida mirada en Zobeiba.

Malario! coulestó con un acento inmensamente terrible la mora.

Una sonrisa eslraña vü^ó por los labios de Jafar. Sonrisa que espresaba una satisfacción miserable, y mas repugnante todavía, porque en ella se veía el goce do la venganza.

Pero de una venganza cobarde y traidora, que no atrevién- dose á luchar de frente, se valia de todos aquellos medios ras- treros y bajos para llegar á su fin.

Zobeiba entre tanto espiaba sin cesar la puerta de la casa del judio.

Sus labios enti'eabiertos dejaban escapar de vez en cuando una especie de rugido, que indicaba claramente la tempestad que bramaba en su corazón.

Su seno se agitaba rápidamente.

De sus ent:endidos ojos brotaba una luz terrible. Mientras que sus manos apretaban convulsivamente el blanco lino de su finísimo bornuz

Y el tiempo se pasaba , y Carlos no salía.

Qué hacia, pues, el oficial en casa del judio Isaac?

Carlos penetró precedido del anciano, en su aposento ocha- vado en cuyas paredes se veían escritos en caracteres azules, algunos pasages del antiguo Testamento.

Nada mas encantador que aquella estancia.

Mullidos divanes de seda, llores en vasos de porcelana, perfumes (|ue exhalaban sus aromas embalsamando la estancia, todo cuanto la fantasía oriental crea para adornar sus habita- ciones interiores, se veía allí.

En uno de los ángulos, había un clave, cuyas flexibles ar- monías, al pulsarlos tal vez los marfilados dedos de la joven que al reconocer á Carlos Jiabia exhalado un grito de alegría,

DEfSPAÍíA. -^

añadirian un atractivo mas , á los de aquella encantadora

mansión. ./ i j. '

—Qué te trae por aquí, nazareno? pregunto el judio a

Carlos.

—El daros mi adiós, contestó el militar.

En aiiuel momento se alzó el cortinage de una puerta que había en la estancia, y de su cerco se exhaló una mujer, ó me- jor dicho , una aparición celestial.

Imaginaos un rostro oval . fijad en él dos ojos azules como el cielo sombreadlos de largas pestañas, añadidle una nariz ligeramente arqueada, una boca cuyos híbios se asemejan á un capullo de rosa entreabierto, y que permiten ver unos dientes, blancos como el marfil y como él esmaltados, fijad en sus me- gillas el sonrosado suave délas rosas de Alejandría, poned un sello de pureza inefable y de inocencia virginal sobre este semblante, y rodeadlo de anchas y espesas trenzas de cabe- llos rubios como el oro, y tendréis una idea de la belleza an- gelical de Ester.

Pura como la primera sonrisa de un niño , describía en su torno un círculo de niña en toda su inocencia.

Hermosa como los pálidos reflejos de la luna, su belleza hablaba al alma en un lenguaje misterioso, dulcísimo y vir- ginal. ,

—Qué has dicho, Carlos? preguntó la joven con un acento tan suave como el murmullo de las auras agitándose entre los cedros del Livano.

—Que vengo á daros mi último adiós. Ester empalideció horriblemente.

—Pues qué, te marchas acaso? preguntó Isaac.

—Sí; vuelvo á España. Una lágrima tan trasparente como una perla, y como ella lan pura, resbaló por las megillas de la judia. Carlos la vio.

Lloras, Ester?

—Sí; con esto con afligido acento la joven. ¿Acaso en tu pa-

22 F.l. IlO.tOR

íri.'i no lloran las hermanas cuanilo soparan de sus her- manos?

Si , conlcsló Carlos; y cogiéndola una mano /prosiguió con efusión, giacias, hermana mia.

Una mirada de inefable dulzura fué la conlestacrnn de Ester.

Con que adiós, amigos míos; la noclie avanza demasiado de prisa, y nccesüo marcharme antes de ser descubieilo.

Que el Dios de Abraham y de .facol) le protejan, hijo mió, dijo Isaac tendiendo sus manos sobre la cabeza del oficial. nos salvaste un dia la existencia, y ikM\c, entonces mi alma lia dirijido al cielo sus plegarias para que seas feliz.

Gracias, padre mió, toda mi felicidail consiste en poseer vuestra estimación.

Y sin embargo, le marchas!... dijo Ester con voz entrecor-» tada por los sollozos.

* '•'--Es necesario, contestó Carlos, afectado también por aque- lla despedida.

Anda, hijo mió, cumple siempre con tu deber, y en el cumplimiento de él tendrás tu recompensa i

Adiós, padre; adiós, hermana; aunque esté ausente de vo- sotros mi corazón se queda aquí.

Jsaac abrió sus brazos al joven que se arrojó en ellos.

Ester nada podía decir.

La pobie niña sentía el dolor por la primera vez , y dema- siado se sabe, que el primer dolor es el que mas se siente.

Dieron algunos pasos hacia la puerta.

Carlos sintió también que una lágrima se escapaba de sus ojos.

Quiso ahogar aquella muestra de debilidad y abrió la puer- ta para marcharse.

Pero Ester le detuvo casi en la calle ya, y le dijo con un acento en que parecía que se exhalaba su alma:

Adiós, Carlos I...

El oíicial , entonces, preso de una emoción desconocida, la atrajo hacia si , y sobre aipiella frente pura como las nubes, lavó sus labios. '

DE espaNa. 23

líos gritos contestaron á aquel beso.

Uno espresaba un goce inmenso, una sorpresa eslraña, una revelación súbita de un misterio desconocido hasta entonces.

Este fué el de Ester.

El otro espresaba con harta elocuencia los celos, la cólera, el despecho.

Zobeiba fué la que lo arrojó.

Ester ruborosa y palpitante fué á esconder su cabeza en el seno de su padre.

Zobeiba adelantó algunos pasos seguida de Jafar.

Carlos permaneció inmóvil.

En aquel momento , una mano se alzó sobre su cabeza y un puñal atravesó el costado del oficial, mientras que una voz tré- mula de colero decia:

Acuérdate, Carlos, las mujeres africanas, sabemos vengar- nos cuando nos engañan.

Carlos cayó al suelo casi cadáver.

Jafar agarrando á su señora por la cintura y llevándola co- mo si fuera una pluma, dióse á correr por las calles que condu- cían á la plaza.

Ester arrojó un grito horrible, y cayó al lado de Carlos, mientras que el anciano fijaba sus ojos en el cielo no sabiendo qué hacer ni á quien auxiliar primero de los dos.

FIN DEL PROl-OCO.

DE ESPAÍÍA.

25

EL H01\0R DE ESPAM.

CAPITULO I

En iquG el autor se precisado á trasladar á sus lectores desde Airicaji

España,

I.

s el clia 22 de agosto de 1859.

Estamos en una casa de pobre apa- riencia situada en el final de la calle del Avapíes.

Una docena de sillas de Vitoria, una mesa de pino pintada, sobre la que se un San Isidro de barro, y dos jarritas llenas de flores, cua- tro cuadros representando con sus chillones colores, las esla- eiones del año, son todos los muebles que adornan la estancia. Unas cortinas de percal blanco encubren la puerta de la

26 KL HONOR

alcoba, en cuyo fondo se dislingucn dos camas, no de muchos colchones; pero si muy h'mpias.

Si de la descripción de los muebles pasamos á la de la per- sona que la ocupa , nos encontraremos con una linda joven de diez y ocho años, de espresivos ojos negros, de labios frescos y sonrosados y de frente ancha y despejada.

María , que así se llamaba la joven , era el encanto de lodos los mozos del barrio, y la envidia de todas las muchachas.

Cuando púdicamente rebozada en su mantilla de manto, cubierta con el sencillo vestido de indiana, salia acompañada de su madrina á llevar á la tienda la labor que liabia hecho, recogía mas flores en su camino que flores hay en los cárme- nes encantadores de Granada.

María era huérfana.

Hija de un pobre empleado, ala muerte de su padre, suce- dió inmediatamente la de su madre , y no tuvo mas amparo que Dios y su anciana madrina.

Esta era una buena y santa mujer.

Esposa de un honrado carpintero , con la muerte prematura de su marido, se vio pronto reducida á la miseria.

Los pobres son caritativos.

Y la pobre doña Antonia acogió con alegría á la pobre huer- fanita.

La viuda de un carpintero, tenia un hijo.

Andrés, al contrario de su padre que era juicioso , trabaja- dor y amante de su famiha , era perezoso , pendenciero y mala cabeza.

La madrina y la ahijada , trabajaban día y noche para que después Andrés malgastase en la taberna el fruto de sus afanes.

Andrés tenia un primo.

Miguel era su contraposición.

Era cajista como Andrés , y diferente de él era querido y , mimado por el dueño de la imprenta en que trabajaban.

Estudioso y aficionado á saber, 'habia leído mucho , había estudiado en el gran libro de la desgracia , y su talento se ha- bía esclarecido al desarrollarse.

[)E ESPAÑA. 27

La señora Antonia sufría horriblemente con la conducta de su hijo.

Miguel adoraba á María con la primera , con la mas pura pasión de su alma.

Prometido esposo de la joven , veia acercarse el dia de su felicidad con una alegría inesplicable.

María , por el contrario, cuando estaba sola, lloraba , y de dia en dia , sus megillas iban perdiendo su color sonrosado, sus ojos se circulan de ese color que dan las lágrimas y los insom- nios, y cuando estaba al lado de su amante, se hubiera dicho que estaba contrariada, que no tenia ni aun acción para hablar. Sola en el momento en que la presentamos á nuestros lec- tores , con sus espesas trenzas negras sirviendo de marco á su rostro, con su palidez y sus melancólicas pupilas, era la bellí- sima imagen del sufrimiento.

Mucho debia preocuparla su pensamiento porque la tela que estaba cosiendo se le cayó de sus manos y la aguja no prosiguió el empezado pespunte.

Una lágrima empañó sus ojos , y como una gota de rocío desprendida del cáliz de una rosa , resbaló por sus megillas y cayó sobre su labor.

En aquel momento llamaron á la puerta.

Fué á abrir después de enjugar sus ojos, y un joven pene- tró en la estancia.

Era Miguel.

El joven cajista era la personificación exacta de los hijos del pueblo.

Rostro franco y espresivo, todo en él denotaba la tranqui- lidad de conciencia, la convicción de su honradez y la resig- nación con la existencia.

Adiós María: y tu madrina, dónde está? preguntó el joven,

Ha ido á la tienda.

Y Andrés, cómo no ha estado en la imprenta? Don José está muy incomodado, y á duras penas he podido conseguir (juc lo siga contando en el número de sus operarios.

28 KL HONOR

Cuan biRMio eres, .Miguel, dijo María con una espresion marcada tic rcconociniienlo. —Tú mo lias ensenado á serlo , María.

La joven no contestó.

Su seriedad se hizo mas notable.

Parecía que un dolor profundo laceraba su alma.

Su amante la contemplaba sin atreverse h romper el si- lencio.

II

María, dijo al cabo de algunos momentos Miguel. Qué tie- nes? tan próximo ya nuestro casamiento, y sin embargo, no brilla en tu frente esa alegría pura que ilumina el rostro de las demás mujeres. No tienes acaso confianza en mi cariño?

No es eso, Miguel, no es eso; dijo por fin la joven hacien- do un esfuerzo.

Entonces no te comprendo ; ¿dudas de mi amor?

Ojalá no me amaras tanto!... dijo María brillando una

lágrima en sus pupilas.

Qué quieres decir? María, por Dios , respóndeme; hay algo

de estraño en tu acento, esplícame el sentido de esas palabras,

que por mas que me pregunto no puedo encontrar. Diceg lú, la

mujer que me ama. la que á unir su suerfe á la mia, que

ojalá yo no te amara tanto!... Vamos, necesito, quiero una

contestación mas esplicita, una esplicacion de eso, María, ¿no

es verdad que vas á dármela?

La joven alzó sus hermosos ojos.

A su palidez había sucedido un encendido rubor.

Su seno se agitaba con rapidez.

A través del modesto pañuelo de seda que cubría su pecho, podían contarse los latidos de su corazón.

Presa dciina violenta emoción, se compreudía que quería hablar y no podía.

DE ESPAi^A . 29

Miguel la contemplaba asombrado. Aquella agitación, aquellas lágrimas, acrecían doblemente su curiosidad.

Y en su impaciencia, la interrogaba con los ojos y no re- cibía contestación.

Por fin María encontró palabras.

Miguel; le dijo, ¿tienes valor?

—Delante de los riffeños , si llega un día en que podamos castigar sus ultrages, seré el primero en el ataque y el último en la retirada; pero á tu lado, María» á tu lado,- soy tímido como un niño.

Es que abora necesitas de todo tu valor.

Y el acento déla costurera se iba haciendo mas apagado,

mas sombrío.

Qué quieres decir , María ?

—Que debes renunciar á mi mano.

Que yo renuncie á tu mano? eso seria lo mismo que pedir- le á la tierra que dejase su movimiento : es imposible. Habla, habla pronto , María ; porque palabras como esa , palabras que llevan tras la agonía de un alma, el dolor, la muerte, nece- sita una justificación.

No puedo dártela, Miguel, no puedo dártela, gritó con angustiado acento la joven.

Es que yo la necesito , es que hoy tengo derecho á exigir- la, dijo exaltándose gradualmente Miguel.

Oh I Madre mia 1 Madre mia 1... murmuró María fijando sus empañados ojos en el cíelo ; que desde esa altura ves si- tuación, compadécete de tu pobre hija.

Pero qué es eso? qué causa tienes para ese rompimiento.

Evítame el rubor de decírtelo.

Rubor!... María... Quiero saberlo.

Nunca ! No puedo, no debo bcr lu esposa.

La razón, pronto.

Miguel...

Quiero saberlo; gritó ciego de cólera el obrero.

Pues bien; sea; soy... madre...

50 KL VÜIIOU

III

Hay situaciones en la vida imposibles de descrüjir.

La de nuestros dos jóvenes era una de estas.

Miguel quedó cual debía quedar el primer homl>i'e al sen- tir zumbar en su oido la cólera de Dios.

La revelación de María , le anonadó.

Soñar con un ángel y encontrarse con que sus alas estaban manchadas de cieno.

Entreveer un paraíso y hallarse con un infierno horrible.

Aquella palabra destrozó todas las fibras de su alma.

Hijo del pueblo, poseía esa sensibilidad esquisita que suele encontrarse en nuestras clases obreras.

Huérfano , habia concentrado todas sus afecciones , todas sus esperanzas, su vida entera, en aquella mujer. -^Miraba fijamente á María, y pudiera decirse que no la vcia.

Quería anonadarla con el peso de su cólera , y no encontra- ba espresiones para hacerlo.

Y la pobre criatura , cómo estaba entretanto? Habia reunido lodo su valor para aquella revelación, y la habia faltado tan luego como pronunció la palabra fatal.

Sollozante y agitada en sus suspiros y en sus lágrimas es- presaba el* rubor, la agonía, el sufrimiento que hacia tanto tiempo la torturaba.

Miguel se sentía desarmado por aquel dolor inmenso.

Ahogando su pena , trató de serenar su rostro.

Hizo un esfuerzo violento y consiguió calmarse.

María alzó la vista, v vio en la fisonomía de su amante

DE ESPAÑA 51 .

aunque serena, la huella sangrienta que la herida de su cora- zón habia dejado.

Comprendió que habia ofendido á aquel hombre , compren- dió lodo el daño que aunque sin culpa habia causado , y cayó á sus plantas diciendo:

Perdóname, Miguel, perdóname. .:ü, r o*

Perdonarte yo, María?,., gritó el joven alzándola del sue- lo, tú de rodillas? no es ese tu sitio, junto á mi corazón...

Miguel 1... interrumpió María con un ligero acento de re- proche.

Es verdad , tienes razón; contestó Miguel dominando aquel instante de delirio, y después con una calma mas terrible que el mismo dolor que sentía, prosiguió: vamos, María, cálmate, ya no es el amante el que le escucha ; es el amigo, y la amis- lad lleva en si grandes consuelos.

Oh!... qué corazón!...

No digas semejantes palabras ; no se trata de eso ahora; tu falta puede remediarse, y eso es antes que todo. Te ama el hombre á quien has entregado las primicias de tu amor?... Un silencio harto elocuente fué la contestación de María.

Con que es decir , entonces , que después de haberte sedu- cido con mentidas frases de cariño, después de haber destro- zado la flor mas pura de tu inocencia, ese hombre le-ha aban- donado infamemente... ahí lo que sois las mujeres; al hom- bre que os deshonra , al hombre que os toma como juguete de sus caprichos , le amáis, os entregáis confiadas á su amor, y mas le adoráis cuanto mas daño os hace , y aquel que os idola- tra con frenesí, aquel que teme hasta dirijiros la palabra, por temor de que su aliento empañe vuestra pureza de ángel, á ese hombre, le aborrecéis y os complacéis en destrozar su alma...

Calla, Miguel, calla; nunca hubiera creído que hubiese un derecho para insultar á la desgracia , <iijo María con voz en que se advertía una dulce reconvención.

Es verdad, perdóname. Pero quién puede contener ese acento que grita en el fondo del alma, y que á pesar nuestro rebosa hasta nuestros labios?... Olvidemos ese Incidente v va-

.32 El. HONOn

inos íi lo (jiic importa. Ouión es el hombre que lan ¡nfamc- nienle le ha en^^afiado?

-—JVo puedo decir lelo.

Soy In hermano en este momento i y tengo derecho para exigirlo.

Por esa misma razón no debo decírtelo , le compromele- rias y...

Es acaso por , por quien sentirías cualquier cosa que pudiera suceder?

Por ti y...

Y por él mas que por mi ; puedes hablar con toda confian- za; si le amas , nada le sucederá , lo sentirás; y dema- siado habrás sufrido ya , pobre ángel. -•' '' •' '' '>f"''^''' ?'• Uua mirada de profunda gratitud dirijió Maria ásu amante.

Di, María, dime, quién es?...

Y qué adelantarás con saberlo?

Saber si es digno de tí.

No, Miguel, no te empeces; menos que nadie lo debe saber!

En ese caso creeré que solo me has dicho eso para eva- dirte de mi compromiso-

Nunca; de ese pretesto no me hubiera valido jamás.

Pues bien, dime su Tiombre.

Tanto te empeñas que...

Vamos, habla, calma mi impaciencia.

Es... es... En aquel instante llamaron á la puerta y una voz de hom- bre gritó desde afuera:

Abre, María.

Andrés!... dijo la joven sin poder reprimir un movimiento de espaiito.

Miguel reparó aquello, y una sospecha cruzó por su ima- ginación.

—Es Andrés, acaso? preguntó á María."

Sí, murmuró la pobre joven con apagado acento.

—Pues bien, relírate: quif^o hablarle solo.

ÜE ESPAÑA. , 35

Pero interrumpió fijando su anhelante mirada en

Miguel.

Descuida ; María , le amas y es suficiente recomen- dación.

María , obedeciendo á Miguel , se retiró hacia las habitacio- nes interiores, y momentos después, abierta la puerta por el joven, penetró Andrés en la estancia.

34

KL HONOK

CAPITULO II

Dos amores para un mismo hombre.

OS salones de verano de la encantadora duquesa de la Aurora, están magníficos. Su preciosa quinta , edificada á corla distancia de la corte, reunia el buen gusto característico de su dueña, y la comodidad para las soirees veraniegas. Son las once de «la noche.

Las salas profusamente iluminadas, y el perfume que pe- netra á través de las puertas y ventanas que dan al jardin, hacen mas encantadora a(|uclla mansión, que tiene algo de fantástica.

üE espaNa. 35

Infinidad de bellezas llenan las habitaciones, asemejáadose á un puñado de perlas esparcidas pródigamente sobre el pavi- mento de mármol.

La música , en sus cadenciosos compases , se llevó tras multitud de parejas, que á despecho del calor, tratan de sofo - carse mas.

Dos nuevos personages penetran en las encantadas habi- taciones.

La atención general se fija en ellos.

Los dos son jóvenes.

E! uno es poeta, y el otro militar.

Ambos simpáticos , sus fisonomías espresan caracteres di- ferentes.

Y sin embargo, son amigos íntimos =

En el rostro del poetase un carácter melancólico , reser- vado y hasta indiferente ; pero que á pesar de todo , era alta- mente simpático.

Elegante , sin afectación , buen mozo , sin pretensiones , y con un talento que le había alcanzado inflnitos laureles , ocu- paba mas de una imaginación femenil.

Y Alberto, que así se llamaba, atravesaba impávido por entre todas aquellas mujeres que anhelaban una. palabra de cariño, y solo escuchaban frases de amistad; pero finas, elo- cuentes, insinuantes y que acrecían mas el amor que ellas le profesaban.

Luis, que era el militar, formaba un estraño contraste con su amigo.

Franco, honrado y bueno, hablaba mucho, y generalmente, siempre mas de lo que debía; pero todas estas pequeneces pa- saban desapercibidas por las demás cualidades que le ador- naban.

Su belleza era diferente de la de Alberto ; pero, como él era simpático y elegante, y unido á esto su título de conde de Campo florido, eran dotes mas que suficientes para ser bien admitido en la alta sociedad madrileña.

Luis, con su vivacidad acostumbrada, en un instante aprc-

3(> EL HONOn

vomlc manos, sonrió á c¡(Mi jóvenes dislinlas, y saludó á lo- (las las (jue encontró en sn camino.

Alberto , por el contrario, se sonrió raras veces y sus salu- dos fueron escasos,

Pronto se vieron separados los dos amigos por la multitud. Ali)erlo se quedó apoyado en el marco de una do las puer- las que daban al jardín.

De pronto , una mano j)equeña y suave le tocó ligeramente en el hombro, y una voz argentina le dijo:

Qué pensativo está el autor de «Las lágrimas.»

Yo pensativo, Clara?... nada de eso, estoy como siempre» contestó el poeta volviéndose liácia su interloculora.

No ; esta noche estáis mas preocupado que las demás; ya se vé, como os marcháis á Marruecos!... dijo la joven con un acento en qne se advertía algo de reproche.

Quién os ha dicho eso, Clara?

Luis de Campo Florido , que hablando ahora con la duque- sa , le ha dicho que mañana tenia orden su batallón para po- nerse en marcha, y que vos le acompañáis. Estraño capricho? prosiguió Clara haciendo un lindísimo movimiento de disgnsto

Por qué es capricho estraño, Clarita?

Porque... porque queréis abandonar á todas vuestras ami- gas, por ir á contemplar esos rostros que nada de bonitos tienen.

Pues acaso seria yo tan feliz que tuviese amigas? pregun- tó Alberto mirando á la joven.

Yaya una pregunta 1... cuántas de las infinitas (jue hay en el salón esta noche, no lo son vuestras?

Es que esas amigas no llenan ese vacio que siento en mi pecho.

Pues descontentadizo sois, señor poeta.

Queréis serlo vos, Clara?

Ya sabéis que hace tiempo lo soy de todas veras.

Entonces haccdme el obsequio de apoyaros en mi bra- zo, y paseando os diré el motivo de mi preocupación,

Me prometéis no ¡ros á África? preguntó Clara con un gcs-

U) de C()(|uetoria seductora.

^No me pidáis imposibles, Ciara.

Pero la amistad.

La amistad no puede tener exigencias imposibles de ica- tizar.

Luego tan decidido estáis á abandonarnos ?

, Clara , liay una mano de hierro que á mi pesar me im- pele á hacer ese viage.

Entonces ya no me apoyo en vuestro brazo , ya no soy vuestra amiga.

Vamos, Clarita, no seáis niña; yo os daré mis razones y os convencerán.

Dificilillo creo que ha de ser , á pesar de toda vuestra tan decantada elocuencia.

Hagamos la prueba y veremos si el resultado correspon- de á lo que os he dicho.

No tengo inconveniente ; vamos allá. Y Clara se apoyó en el brazo de Alberto, y momentos des- pués se perdieron entre la confusión que reinaba en los salones-

II,

Clara era casi uua niña.

Tenia diez y seis años.

Inocente como la sonrisa de un ángel, tenia la íorma de muger y el alma del (pierubin.

Una estrañeza en medio del siglo y de la sociedad en quo vivia, no cabia en su pecho el doblez, ni la mentira en sus labios.

Hija única de los marqueses de Belmente , había sido edu- cada por una buena y santa madre (jue había hecho de su hija una criatura especial.

Sin los cieíectos de las demás mujeres , tenia todas las cua- lidades (|ue las hacen recomendables,

58 EL IIONOU

Alberlo era antigua amigo de su íainilia.

Klla leijueria como á un licrmano, y sufría, si el scnli- mioiílo cabla en aíjuella alma alegre y juguetona , viéndole siempre triste y macilenta.

III

Alberto y Clara seguían recorriendo los salones. La joven, con su vivacidad acostumbrada, había conse- guido hacer desapaiecer de la frente de Alberto algunas arru- gas qiie la surcaban.

Vamos, Alberto, me habéis prometido decirme las razo- nes que teníais para ir á Marruecos , y hasta ahora nada me habéis dicho. No sabia yo que erais hombre de tan poca pa- labra, dijo Clara con un gestecillo de seriedad cómica.

No os impacientéis, Clarita, voy á cumpliros mi palabra; ¿habéis amado alguna vez?

Amar!... amar... no se en que sentido tomareis esa pa- labra. Yo amo á mis padres, á mi nodriza, a mis flores y á otra multitud de cosas así. ¿Es eso lo que queréis preguntarme?

No, Clara, no es de ese amor del que yo hablo, es de ese otro sentimiento especial, de ese deseo sublime, al cual le he- mos dado el nombre de amor también.

Ah! De ese amor que pintáis en las novelas!... •» -^Y que se pinta como se siente. Decidme, no habéis amado de ese mo lo nunca?

Clara l)ajó la vista ruborizándose ligeramente. Y tartamudeando mas bien dijo:

Yo?. . no; vaya unas preguntas que tenéis.

—No habéis sentido agitarse en el fondo de vuestro pecho una fibra sin nombre, no haheis sentido un anhelar inquieto, un goce doloroso, una ansiedad sin forma; no habéis tenido sueños en que habéis visto cruzar ante vuestros ojos una for- ma vaga, desconocida, v que síu embargo fascina,, alha.ra y ha-

DE r:SPAÑA. 39

€e sentir el despertar, decidme: ¿no habéis sentido nada de esto?

Y para qué queréis saber si lo he sentido? preguntó Clara con una seriedad que contrastaba notablemente con su alegria juguetona.

Porque si no ha sido así, no podéis comprender los mo- tivos que tengo para mi partida.

Luego vos habéis sentido eso ?

—Tai vez.

—Y por lo tanto amáis?

-Si.

Y sabe la mujer por quien sentís esa pasión el modo con que es amada?

Es muy posible.

Y os corresponde?

No sé.

Se siguieron algunos momentos de silencio- Clara se había vuelto seria y pensativa. Alberto seguía preocupado.

Vamos, Alberto, dijo al fin la heredera de los marqueses de Belmonte, oprimiendo dulcemente el brazo del poeta; ¿ha- béis vuelto ya á vuestro eterno mal humor?

—No, Clara; tal vez sean estos los únicos momentos de íe- lidad que disfrute en mi vida.

—No digáis eso, dijo Clara; vos aclamado cien veces por un público que no os ha hecho mas que justicia. Vos, que habéis gustado cien veces esos placeres que el mundo reserva á los hombres de talento, ¿no habéis nunca gustado la felicidad?

Nunca, Clara, podéis creerlo. Fué tan sentido el acento del poeti, que Clara, á través de su inteligencia d > niña, comprendió que en la vida de Alber- to había misterios harto dolorosos.

Insensiblemente se fueron acercando á una de las puertas que daban al jardín.

—Queréis, Clara, ([ue demos una vuelta por el jardín? se

aviene también esta soledad, este murmullo del aura entre las

40 KL noNou

hojas (icios ái boles, los melancólicos rayos de la luna, lodo cs- Ic sueño dulcísimo de la naUíraicza, con el estado de mi alma, ijue parece que gozo, que siento un bienestar que amengua un lanío mis sufrimienlos . ,

Sí, Alberlo, conlesló la joven; ya que la amistad no sea sulicieiite para calmar vuestras heridas, no os privéis de ese consuelo de la naliiraleza.

Bajaron las anchas escaleras de mármol, y momentos des- pués [)aseaban por las frondosas calles del jardín.

Habéis iíablado de amistad, Clara, para atenuar mis pe- nas, y no es la amistad lo que yo necesito, es el amor, es ese destello purísimo de un alma que se asocie á la mia, (jue se identifique con ella , como la sangre con la vida , un amor gran- de ^ puro como el rayo del sol que j^asa por un cristal, un amor que llenando por entero mi corazón, no le deje higar para el sufrimiento; un amor, en fin, como el que vos sola...

Alberto 1 gritó en esto una voz á espaldas de los dos jó- venes.

Quedó el poeta petrificado.

A haber habido luz , se hubiera visto la trasformacion lau espantosa que se verificó en su semblante.

Clara no pudo menos de notar el estado de Alberto.

Yolvió la vista hacia tras y vio una mujer que se acer- caba hacia ellos.

La luna daba de lleno en su semblante y le daba una apa- riencia casi fantástica. .

Hay seres en el mundo , que bien sea á través del pris- ma j)0rfjuc se los mira , bien en las situaciones de la vida en que nos los encontramos , impresionan terrible ó favorablemente.

Él rostro pálido de aquella mujer, mas pálido todavía al iluminarle los rayos del astro de la noche , sus grandes ojos ne- gros, sus cabellos de ébano, su talle esbelto, y sobre todo, el momento en que vino á interrumpirlos , hicieron en Clara una impresión desagradable. Alberto, le dijo, quién es esa señora? -—Nunca tratéis de averiguarlo, Clara, le dijo el poeta con

DE ESPAÑA. 41

una voz mas terrible todavía que la espresion de su rostro.

La dama so acercó á ellos, y con un acento uu tanto im- perioso, le dijo:

No creia que tuvierais una palabra tan elástica, caballe- ro; me habéis pedido una polka y os he estado esperando ea- balde,

Julia!. . . murmuró débilmente Alberto.

Vamos, no me ofrecéis vuestro brazo? dijo la ama acre- ciendo la altanería de su voz.

El poeta soltó el brazo de Clara, y momentos después, Ju- lia, apoyada en sus brazos, se alejaba, no sin haber arrojado antes una mirada de triunfo sobre la pobre Clara, que se quedó sin saber lo que la había pasado.

42

KL IIOMm

iivjj !.i;i \>'J u.r.

CAPITULO III

En el. que dos carias bastarán para esplicar á nuestros lectores los acontecimientos de dos dias.

AM pasado cuarenta y ocho horas desde los sucesos anteriores.

Sentada en una butaca de casa deKe- sel, ante un niaíj^nífico espejo con marco de plata |)riniorosainente cincelado y cu- bierto de coli,^ului-as de batista, Clara abandona á sus doncellas las ricas hebras de su dorada cabe- llera:

El perfume de las esencias, los trinos de dos ruiseñores en- cerrados en jaulas de alambre de oro, el aroma de los jazmi- neros que suben del jardin y festonean las ventanas del apó- cenlo, V sobre Indo, el aire de candor y vii tnd (|ue alli s(* res-

pira, hacen del locador de la heredera de los marqueses de Belmome una mansión encantadora.

Sin embargo, el rostro de Clara no está tan risueño, tan esclarecido, por decirlo asi, como en otro tiempo. Hay una nu- be en aquella frente otras veces tan despejada.

Será hija, acaso, de la conversación que tuvo cori Alberto dos dias antes?

Si, lectores mios; Clara habia sentido alguna vez ese latir inquieto del corazón que desea sin saber qué.

Habia sentido muchas veces llenarse sus ojos de lágrimas, y otras, por el contrario, retozar entre sus labios la sonrisa.

Sueños dulcísimos, en que veia unos ojos posarse sobre los suyos, en que oia un acento armonioso, que pronunciaba pala- bras de un lenguage desconocido.

Y estos sueños, esta agitación, no se la habia sabido esr- plícar nunca.

Pero las palabras de Alberto se lo habían revelado todo.

Habían descorrido el velo que ocultaba á aquella alma pu- rísima los misterios de sus sensaciones.

Clara habia comprendido que aquello era la necesidad de amar que tienen todos los corazones á los diez y seis años.

Faltábale sobre el objeto á quien consagrar su amor.

Buscó entre todos los hombres el original de aquel sem- blante que habia puesto en su pensamiento, y solo Alberto te- nia algunos puntos de semejanza con él.

Los ojos del poeta la miraban siempre con una espresion de tristeza profunda.

Los del fantasma de su imaginación, por el contrario, irra- diaban un destello amoroso, lánguido y abrasador.

Sin embargo, aquellos ojos con distintas espresiones eran k)s mismos.

El acento, aunque severo y triste el del uno, y tierno y acariciador el del otro, eran del mismo timbre, y unos mismos labios pronunciaban aquellas palabras diferentes.

Clara, pues, á falta de otro ser mas parecido ásu fantas- ma, hizo de Alberto el objeto de su amor.

-^14 EL HONOR

Y en aquellas oiiaronla y oclm horas (|Uft se habían tras- ciirrido, se hahia operado una melamóríosis esli-aorditiaria en el corazón de la pobre niña.'::') '»^> '»'>>t>¡ !> ^v.7?v''}!" "■

El dolor, ese celaje que no había entibiado todavía la pu- reza (le su rostro, estampó su luielia sobre su frente. Mientras fué niña, fué ángel, y los ángeles no padecen. El dolor la reveló que era mujer.

Y mujer con el amor, el deseo, los celos, la cólera, el des- pecho y con lodos los sentimientos, en Im; de las demás mu-^ jeres. - '" ' '''■^'•- •'''•^ <>n^iii

Labrusca intervención de Itilía*,' hirió dóíórbsamente una de las fibi'as de su alma.

El terror que se había retratado en el ro.^tro del poeta, V la prontitud con que ejecutó lo que la imperiosa dama le man- daba, la preocupaban estráórdinariamente: -^'^'^''''^ '"''^'^ '

Con ese tacto esquisito que poseen las señoras, comprendió Clara que entre Julia y Alberto 'había ünniísleri'o terrible del que nacia la supeditación de este á la voluntad de aquella.

Y Clara había pasado dos días terribles y dos noches de insomnio. '•''* oiiu^jpji 'jup oIjuíííoí íiíi;ii í.;.

La consecuencia de esto, era la jiálidez.de síis megillas; el círculo de sus ojos y las ligeras arrugas que surcaban su frente. ' •"^'•^ ^'v '"''""■' ^•■*^^-' -•-.'«'

Ya hacia, tiempo que las doncellas habían cdíícluiSo'er B- cado de su señoia sin (¡ue esta se apercibiera de ello.

Una de ellas, por fin rompió el silencio diciéndoíá al pre- sentarle una carta:

Señorita, esta carta han traído para V.

Para mi? preguntó con estrañeza la joven; trae Faustína.

Y la carta que era un tanto abultada, pasó de manos de la doncella á las de la señorita.

Abrióla inmediatamente y bajo el sobre aparecieron un ma- nuscrito y una carta. ; ,

Buscó ínme{lía!an>onte la lirma de esta, y no pti^do menos

DE ESPAfÍA. 45

(le esclamar con un acento en que se notaba la alegría de su alma.'

De Alberto!

Y volviéndose en seguida hacia Fauslina, le preguntó:

Esperan la contestación ?

No señora ; la trajo un anciano y se marchó en seguida.

Está bien; dejadme sola.

Y momentos después; Clara devoraba con avidez los carac- teres que la mano de Alberto habia trazado.

La carta decía asi :

«Querida Clara: cuando recibáis esta, ya estaré algunas le- guas lejos de vos. En estos momentos puedo descubriros ya el secreto de mi alma. Debo disculparme con vos por la escena de la. otra noche. 0'!^»hd/r í;J

Os amo Clara, creo que lo habréis comprendido ya, y me lisonjeo con la idea de que este amor no os ha de molestar mucho. < ¡Adjuntas os remito las memorias de mi vida.

En ellas encontrareis mi justificación. s : Leedlas, Clara, y si brota una lágrima de vuestros ojos, es fuficientemente recompensado» Alberto. ,/ ^

Rato hacia que Clara habia concluido de leer la carta y aun permanecían sus ojos clavados en los caracteres. ~: 'Como decía el poeta muy bien, una lágrima fué la recom- pensa de aquel amor. f, ^paU

Yol vio á leer oirá vez la carta, y sus manos buscaron des- pués el manuscrito á quien aquellas hacían referencia.

Rompió el sobre y la noche la sorprendió leyendo todavía el manuscrito. í»b-i}i .

Volvemos á penetrar en la estancia de María la costurera del A va pies.

No está sola como la primera vez que la presentamos á nuestros lectores. . . , .

Su madrina, la señora Antonia, esta sentada enVfí^^te de ella. > ,:> .

40 KL HONOR

lin poco mas hjos, de pié, está Andrés. Los ojos de María dcaiueslrau haber vertido muchas lá- grimas.

^No le parece que es muy eslraño que no haya venido lu primo hace dos dias? preguntó la anciana á su ahijada. No sé, madre mia.

Tal vez está escuchando algún sermón para recitárnoslo des- pués, contestó Andrés con un acento de profunda ironía.

Si hicieras lo que él, algo mas te apreciarían Dios y los hombres, y no hubieras dado lugar á que le despidieraa de la imprenta, le dijo con severidad su madre.

En aquel momento llamó el cartero á la puerta y presentó á la señora Antonia una carta con sello del interior. La abrieron inmediatamente y iMaría leyó lo que sigue: Querida lia: no me esperen ustedes para celebrar mi ca- samiento con María. No la amo y no quiero hacerla desgra- ciada. He sentado plaza en el batallón de cazadores de Madrid, y regularmente, cuando ustedes estén leyendo estacarla, nos- otros saldremos para África.

En estos momentos solemnes, tengo que pedirle á V. una cosa y no dudo que acogerá V. benignamente mi deseo.

Andrés creo que ama á María y á María que no le será di- fícil amar á mi primo.

Apruebe Y. su cariño y sean ustedes muy felices acordán- dose alguna vez del pobre Miguel.»

Durante la lectura de esta carta se habían retratado en las fisonomías de nuestros tres personajes, mil sentimientos dife- rentes.

El de Andrés espresaba la sorpresa y después la vergüenza. El de María el dolor y la gratitud. Y el de su madrina una admiración inmensa. Pero eso es imposible ! esclamó por fin la señora Antonia. Miguel no puede marcharse así 1 fallar á su palabra, olvidar la prometida, quién lo hubiera creído de él 1

Nadie, madre, contestó Andrés, yo voy á descifrar á usted este enigma: Miguel es mas noble, es mas honrado que lodos

DK ESPAÍÍA. 47

nosotros^ y yo le prometo que á su generosidad sabré corres- ponder dignamente.

Habla, Andrés qué significan tus lágrimas, María 1 prosi- guió la señora Antonia reparando en las que asomaban en los ojos de su ahijada, vamos, hablad, no estéis así, qué ha su- cedido?

Yo se lo diré á Y. , madre, Miguel amaba á María con toda la fuerza de su alma; pero hubo otro que se anticipó á él y que no solamente mereció su amor, sino que abusó indig- namente de su inocencia.

Qué estás diciendo? es verdad eso, Maria?

La joven no contestó; pero cayó ante las plantas de la an- ciana murmurando débilmente:

Perdón !

Luego es verdad? y quién ha sido?

Yo, madre, contestó Andrés.

i V te atrévese decírmelo?

Sí, madre, porque st he cometido la falta, V. me perdo- nará y yo rehabilitaré dignamente á la mujer á quien he ul- trajado. Miguel supo todo esto, Miguel me habló á y yo co- metí la imprudencia de no escucharle, pero hoy que su generoso proceder me traza las huellas que debo seguir, le prometd á V. que María será mi mujer ante Dios y anieles hombres, des- pués yo lo que debo hacer.

Y tille amas, María? preguntó la señora Antonia, estraor- dinariamente sorprendida de lo (jue se le acababa de revelar.

Si, madrina, con toda mi alma.

Y has despreciado á Miguel?

No, señora; le he confesado la verdad y él ha sido el ge- neroso que ha renunciado mi mano.

Dénos V. su consentimiento, madre, dijo Andrés, y hará Y. nuestra felicidad.

La señora Antonia no sabia qué contestar. La sorj)resa, el temor, la dicha, embargaban sus sentidos. Por (in, era madre; y qué madre en el mundo se ha n(!- gado al llamamienlo de su hijo?

48 EL HONOR

Abrió SUS brazos, y estrechando álos dos coiUra su pecbo, les dijo: ofj

Sed felices, hijos mios, y quiera Dios, Andrés, que la vir- tud de lu esposa te haga ser mejor marido que has sido buen hijo. (?)

Yo se lo prometo á V.; la lección que acabo de recibir, ha iluminado lo suficiente mi razón, para que olvide mis erro- res pasados y mi porvenir compense dignamente esos estravíos que tantos disgustos le han ocasionado. ; j

DE ESPANA.

49

CAPITULO IV.

Erí que el autoV suplica á los lectores que no sean aficionados á h política que pasen por alto este capítulo;

UATRO siglos hacía que el estandarte de la media luna había dejado de ondear en nuestra patria cuando un puñado de moros osaron atentar á una de nuestras plazas fronterizas. Reparar uno por uno los insultos, las peripecias que desde que Isabel la Católica clavó el estandarte de la Cruz sobre el minarete mas alto de la gránele aljama (1) de Granada, han me- diado siempre entre los españoles y los moros seria materia demasiado ardua para los límites de nuestra novela.

Uiii'lvl {i) Mez(^uitfl.

.'iU KL HONOn

Kl loon de Kspafia, aqiiol Inon á cuyo nv^ido en alp^un licm- po lomblaron enlranihos iniuulos, entre sus eges yacía en una |)oslrac¡on que casi se asemejaba á la niucrlc.

Todas las naciones, lodos los pueblos, se burlaban de su npalia, y hasta los mismos españoles murmuraban del letárgi- co sueño de la madre patria.

. Los moros degenerados también, pues las razas de los gó- meles los zegries y los abcncerrages, aquellas razas que tan buenos caballeros dicro^ jexi su. época,. desaparecieron no de- jando Iras mas que 'el recuerdo;" osaron también insultar nuestro pabellón, creyendo en su candida ignorancia que las bayonetas de los soldados del siglo XIX no serian tan fuertes como las lanzas de los caballeros del siglo XV.

Mclilla, osligada conlinucxmente por los moros, obligada á repeler la fuerza con la fuerza, reducida muchas veces á pasar (lias y dias sin que nadie pudiera salir de la plaza por temor de las espingardas rifeñas, es un ejemplo harto elocuente de la verdad de nuestro aserto.

Envalentonados con esta apatía ó la imposibilidad de nues- tros gobiernos anteriores, creyendo miedo ó debilidad lo que solo era tal vez carencia de recursos, llevaron mas allá su au- dacia.

Hollando los tratados hechos hace algunos años, fallando á. todas las leyes y arrojando la máscara, se lanzaron sobre las mojoneras que marcaban línea divisoria del campo marro- quí, y el español; derribaron el cuerpo de guardia que en ellas se estaba construyendo, y arrastraron por el suelo las ar- mas de España; aquellas mismas armas, ante cuya enseña hu- yeron despavoridos á .oeuUar-su vergüenza al otro lado dxíl Estrecho, ^n:^* ^t "^ - -■-' ^'r?, >: . ' í i^ •:

Todos los ojos, todos los pensamientos se volvieron hacia el gobierno y el hombre que estaba á su frente, mas sagaz, mas determinado, mas feliz, si cabe decirlo asi, en su idea, hi- zo despertar al león de España, que al sacudir su encrespada melena contemplaron atónitas las naciones, lo terrible del león y el talento del hombre que le había hecho salir de su letargo.

ÉXCMO. SR. D. LEOPOLDO O^DONNFLL, GENEllAL EN V,FM DEL EGÉRCITO DE ÁFRICA.

El conde de Luccna , fiel ¡nleríiiele del espíritu público, acudiendo priüiero alas comunicaciones amistosas, ganando tiempo tal \ez con ellas, no produjeron el efecto que se apete- cia puso en muy poco tiempo á la Nación en el estado no solo de -vengar los ullrages hechos, sino de indemnizarse con cre- ces de aquellas ofensas.

üSi Isabel I los arrojó de España, Isabel II los conquista- ra» dijo; y bajo su poderosa fuerza de voluntad, al impulso de su pensamiento llevó un ejército á las playas africanas al que su voz y su ejemplo conducirán indudablemente por la senda de la gloria y que en jornadas tan gloriosas como los asaltos de Granada, la toma de Oran y las batallas de Covadonga, la- varon los ullrages hechos en los dias 21, 22, 24 y 25 del mes de Agosto de 1859.

Tales han sido descritas á grandes rasgos las causas de nuestra guerra con los marroquíes.

Yengar los insultos hechos á nuestro pabellón, llevar la ci- vilización, esa nueva palanca Je Arquí mides que mueve en to- das direcciones el mundo intelectual, á aquellas apartadas re- giones, sostener dignamente la honra nacional, tal ha sido la idea de nuestro gobierno, y tal espíritu de toda la nación.

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99 EL HONOR

CAPITULO V. ;

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Él ataque del Serrallo.

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EMOs llegado al 17 de Setiembre de 1859 Desde el d¡a en que los moros der- \ ribaron los pilares que marcaban la lí- nea divisoria de su campo y el cristia- no, no han cesado de hostilizar á Ceuta. Reunidas ya las fuerzas si no suficientes para penetrar en el territorio marroquí, al menos las necesarias para castigar la osadía de aquellas tribus bárbaras, se determinó de hacer una salida al efecto.

Los cazadores de Madrid, los de Barbastro, parte de los de la Albuera, los moros mogalaces y algunos otros, formaron una pequeña división que al mando de sus entendidos y bi-

DE ESPAÑA. 53

zarros gefes, se hallaba decidida á vengar los insultos hechos á su pabellón.

Los augeríanos desde el móndenlo en que hablan arrojado el guante á los españoles, comunicaron la nueva á las tribus vecinas y las llamaron en su auxilio. ';.:! ;:

Todos los moros de las montañqis se apresuraron á acudir á aquel llamamiento. n Hh': ';''' r^-^r "'! rr? .v^i'r

Aquellas tribus salvages que no reconocían mas ley que su capricho, ni mas señor que el gefe de ellas, estaban de- seando mucho tiempo hacia, no romper el yugo, porque no habia tal por parle de España, pero entrar en guerra con los españoles.

, Para aquella gente belicosa por naturaleza, era la guerra una necesidad, y cuando sus continuas disputas y sus cues- tiones con las tribus comarcanas les daban alguna tregua, siempre habia sidp su único deseo, el de humillar el honor de España.

ZII

Reunidos todos los gefes de las tribus en medio del cam- po, bajo la presidencia del Scheriff, debatían lumulluosamen- te sobre el asunto de que nos venimos ocupando.

Sentados sobre el suelo formando circulo, diez ó doce, an- cianos, escuchaban con atención lo que les decia el presiden- te de aquella eslraña asamblea.

Si, mis buenos hermanos, los rumtjs han reunido sus fuer- zas, han recibido mas soldados, de esos que se venden y quie- ren amedrentaino^ hapJepdp alardie.^e ^^1 fuerza. Kaleb nuestro

Si i:i. iio.NOU

fiel espía, rae ha cotnunicadü estas nolicias; me ha dicho tam- bién (jue se susurraba en Ceuta que los españoles iban á lle- var liopas á Algeciras, y en fin, que todo anunciaba que se ha- llaban dispuestos á hacer en nosotros un castigo ejemplar.

Calló el anciano y por un momento nada interrumpió el silencio.

Todos estaban preocupados con las palabras del anciano.

Alzó la cabeza el padre de Zobeida, paseó su vista por lo- dos los circunstantes y dirijiéndose al Scheriíí que presidia la reunión, le dijo:

Nunca creí, poderoso Schcriff que hablaras de semejante modo. ¿Cuándo han temido los valientes hijos de Mahoma á los soldados de cruz? Si los cristianos entraron en Granada, ¿í^üé acaso por la menos bravura de nuestros antepasados? Si houYú el Zogoibi huhier Si tenido de valiente, lo, que tenia de astuto, aun el estandarte rojo del profeta tremolarla sobre el mfrab (torre) mas alto de la grande aljama (mezquita) de Granada. ¿Hemos dejenerado nosotros acaso de nuestros as- cendientes? hijos del desierto, hermanos de los leones y pu- jantes como ellos, donde quiera que las tropas españolas se presenten, las hojas de nuestros yataganes sabrán abrirse pa- so hasta sus corazones. Se conoce Scheriff , que la edad ha entibiado tu sangre, porque....

Por el santo profeta, que sino fueras el que ha pronun- ciado tales palabras, de otro modo hubiera contestado. Llamas cobardía á lo que solo es prudencia, ¿quien te ha dicho que nuestros hermanos sean menos valientes que los gazures y los abencerrages.^ Yo solo he dicho lo que Kaleb me ha anuncia- do, que los españoles se preparan y que nosotros no debemos estar desapercibidos, que hemos arrojado el guante y que de- bemos estar preparados para las consecuencias, para esto os' he pedido vuestro consejo no para luchar , creo que me ha>^ beis visto siempre en todas las escaramuzas que hemos teni- do siempre con los rumies, el primero en acometer y el últi- mo en retirarme, y pluguiera á Allah que antes que empañar

HE ESPA?ÍA.' 55

ííii vida con im acto de cobardía, so cierren mis ojos á la luz del sol.

En aquel rnomenio una grileria inmensa vino á interrumpir el consejo de los moros. - joüri Or

Se oían tiros á lo lejos y acercándose alScheriff un moro que venia corriendo, le dijo. .riüúi]

, ^Poderoso padre de los creyentes de Augera, los romis han salido de sus muros y se dirijen hacia estos sitios, nut>s^ Iros hermanos están luchando en toda la línea y solo esperan tus sabios consejos y tu indómito valor.

Al oír tales palabras, todas las manos buscaron la empu- ñadura de los yntagaíie/i y lodos los gel'es que componían el congreso musulmán, se levantaron tumultuosamente. -c^

Hermanos, gritó entonces el Scheriff, la ocasión ha llega- do; antes que retroceder otra vez á nuestras montañas, jure- mos lodos ]:)ór la íi<\ní?L Kaaba (i) derramar hasta la última gota de nuestra sangre.

Dirijieron: todos los moros sus manos hacia la parte de Oriente y con voz fuerte y serena gritaron: —Lo juramos.

No olvidéis, berraanos ndios, prosiguió el Scheriff, que el que muere por las glorías del Zilan va á disfrutar al paraíso las delicias prometidas por Mahoma á los valientes. rl

Mil aclamaciones acojieron las palabras del Scheriff y mo- mentos después todos los jefes corrían á todo el galope de sus corceles á ponerse á la cabeza de sus respectivas tribus.

IV

í»i OJ'^ó«iÍmO ¿».'

Como ya hémós dicho anteriormente, las tropas de Ceuta hicieron su salida deseosas de vengar los insultos hechos á nuestra razón.

La gran mezquita de la Mecca. ^"}»ud

l'}(j EL nONOU

Iniciado cómbale por los cazadores de Madrid, presto en- traron ou fuego todas las tropas, al que contestaron los moros con otro no menos nutrido y vigoroso.

Cada vez se hacía mas encarnizado el combate.

Los españoles adelantaban terreno á costa de algunas víc- timas.

Los moros, por el contrario, retrocedian en dirección al Serrallo.

El humo de la pólvora llenaba el espacio.

El estruendo de los tiros, el relincho de los corceles, las voces de los jefes, los to(|ues de las cajas y cornetas, unido á los gritos de los heridos y á los gemidos de los moribundos, formaban un cuadro, que si bien tenia mucho de aterrador, no carecía de sublimidad. '^''íi'^^ i'^ r^^'uoUi^* oüi; .w^nr....«?

Belona, suelta al viento su flotante cabellera, se paseaba por el campo de batalla en su carro de ébano lirado por los caballos el terror y el pavor.

Luis á la cabeza de sn compañía, cargaba con ímpetu á los moros. :;;

De pronto, efecto de una de las peripecias del combate, se encontró ante el jefe de la tribu de Raast-el-Seric.

Tirar del rewolver, atrojarle del caballo y amenazarle con la punía de su sable, fué obra de un momento.

Pero en aquel instante supremo, una mujer como evocada por el genio fantástico de las batallas, y como él pálida y som- bría, cayó ante los pies del oficial. Perdón! perdón para mi padrel

Luis retrocedió un paso.

La hermosura fatídica de Zobeida, pues tal era la joven que se habla arrodillado ante él, le sorprendió estraordinariamenle.

Por fm se repuso, y bajando el arma contestó á la joven: No temáis, señora; un oficial español no hiere jamás á sus enemigos indefensos. Levantaos, anciano, lomad vuestras ar- mas y en míHÜo del combate nos encontraremos. otra vez.

Tras estas palabras, volvió bruscamente la espalda al padre y á la hija y se fué á buscar nuevos enemigos' á quien vencer.

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I)R ESPAÑA. 5 7

La mora y el anciano no encontraron palabras que contes- tar á la acción del oficial, y el segundo volvió á perderse entre el torbellino de los combatientes.

V

Al poco tiempo los gritos de nuestros soldados demostraban la victoria que acababan de conseguir.

Rechazados los moros hasta el Serrallo, habían tenido que abandonar también esta última posición á la pujanza de las bayonetas españolas.

Aquel hecho de armas era una página brillantísima para la historia contemporánea.

La guerra de África contaba ya en sus crónicas con unos valientes de menos, pero con un hecho glorioso.

58

EL HONOH

CAPITULO VI

til (|ue se que es mas difícil librarse de ios tiros de una mujer qiie de las balas de las espingardas africanas.

LEGAMOS á Tánger.

Aun no se sabe el r¿siiIlado de las ne- gociaciones entabladas por el gobierno español con el marroquí.

En una habilacion ochavada, de airo- sa cúpula sostenida por airosas columnas de mármol blanco, con paredes primorosamente piuladas y caladas ventanas de arcos de herradura, sentada sobre los blandos cojines de seda, una mujer, íija su mirada intensa, ardiente y abrasadora sobre un joven que á algunos paso^ de ell;i se apoya conka una de las columnas de la esliincia.

DE ESPAÑA. 50

Ella poseía esa belleza típica de la raza árabe.

Era estremadamente hermosa, y sin entrometernos en de- talles, solo diremos que era considerada en Tánger como la be- lleza mas encantadora de la ciudad.

Zaida era la hija única del opulento comerciante Abdel- Abaas.

Educada con todo el rigorismo musulmán, no había visto la calle mas que á través de las celosías de sus agimeces.

Jamás había comprendido que hubiera en el mundo otro amor que el que ella profesaba á su padre.

Pero un día entró en la tienda de Abdel un e^lrangero, y Zaida sintió entonces una agitación eslraña.

Ya hacía tiempo que el estrangero había salido de la tien- da, y aun tenia su imagen ante sus ojos.

Aquella noche no durmió Zaida.

Se había operado en ella una revolución espantosa; la kija del comerciante, amaba, y amaba con la primera pasión y con toda la vehemencia de los corazones africanos.

Y sin embargo, aquel amor era un pesar para ella. Amaba sin saber á quién, amaba sin ser correspondida, y

amaba á una persona á quien tai vez nunca volvería á ver y á quien tal vez no podría hallar.

Y se pasaron días,

Al cabo de ellos, volvió el estrangero á la tienda y Zaida pudo contemplarlo.

Su amor acreció doblemente y se hizo tan intenso, que incapaz de contenerlo, su alma rebosó hasta sus labios.

Su sagacidad de mujer, le hizo averiguar de su padre quién ora aquel caballero.

Y valiéndose de cuantos mil medios puede inventar la ima- ginación de una. mujer enamorada, consiguió por medio de su nodriza que el estrangero penetrase donde jamás se había pues- to mas pié de hombre que el de Abdel-Abaas.

^(1 i; I, HONOi;

ÁiL-

El caballoi'o de quien se babia enamorado Zaida, era Alber- to, al amante de Clara, que según había dicho á la joven en su caria, se marchaba al África desesperado

Aun no se hablan dicho una palabra ninguno de los dos. Zaida no sabia que decir; mil emociones desconocidas em- bargaban su corazón.

Alberto esperaba que le preguntaran para contestar. Por fin, viendo que aquella escena muda se prolongaba demasiado, rompió elpoela el silencio preguntándole en el ára- be mas puro:

,0.^-En qué puedo complaceros, señora. Zaida tardó algún tiempo en contestar. En aquel momento, el pudor innato á la mujer le- impidió decir una palabra.

Alberto empezaba ya á cansarse de aquella posición y vol- vió á decir: ¿No me respondéis señora?

Dime, cristiano, ¿como has abandonado tu patria para venir á la nuestra?

Porque para los dolores que torturaban mi alma nohabia mas que un lenitivo que pudiera calmarlos, y ese lenitivo es- taba aquí, en este pais, en estas costumbres nuevas, en esta vida que se respira aquí diferente que la de mi patria; ade- mas que teniendo ofensas que vengar de los moros para un ciudadano español es lo primero la honra, y aquí tenéis las razones que me han hecho abandonar mi patria. Conque según eso, ¿eres mi enemigo? preguntó Zaida. Nunca fo hemos sido los españoles de las señoras cont-estó Alberto con galantería.

Y le has (hjado tu patria, tus parientes y tal vez tu ama-

Dli KSPA-NA. 61

da por venir á luchar en un país desconocido? pregunló Zaida con un acento en que se advertía un anhelo inmenso.

—Sí, en primer lugar, no tengo padres; huérfano bastante niño, no he podido gozar de sus caricias, joven mas tarde no he poseído jamás ese goce purísimo del amor. Luego ¿no has amado nunca? —Nunca.

Fué tan inmensa la alegría que se reflejó en el rostro de Zaida, que bastante conocedor del corazón humano, compren- dió lo que pasaba en el de la mora.

La hija de Abdel-Abaas , al sentir la mirada intensa del poeta fija en su rostro, se colorearon sus megillas con un ligero carmín, inclinó sus bellos ojos al suelo que brillaban de placer.

Volvió á reinar el silencio en la estan(;ia.

Cada uno de los dos estaba entregado á sus pensamientos.

El español pensaba en el medio mas decoroso para renun- ciar al amor de Zaida sin ofender á esta.

Repugnaba á su alma noble, mentir un amor que no sentía.

Y su situación se hacia cada vez mas dificíl.

Zaida era hermosa, ya lo hemos dicho, ¿y qué hombre al lado de una mujer bella y enamorada no tiene un momento en que se deja arrebatar por esle doble encanto?

Alberto lo comprendía asi y no sabia porque medio cortar aquella entrevista.

En cuanto Zaida, el gozo que había sentido al saber que Alberto no había dejado amores en su patria, ahogábalas pa- labras en su garganta.

Si él no ha amado nunca se decía la dama, ¿qué razón ha de tener para no aceptar amor? y de ahí que su corazón saborease dulcísimamenle todas aijuellas emociones nuevas que sentía.

III

¿No tenéis nada mas que mandarme, señora? pregunló por Hn Alborto dando algunos pasos para marcharse.

62 lii. iiowou

Olí! no [e Navios, crisliano, no le vayas; csiierirnenlo un placerían nuevo para ttií, oyéndote hablar!... conlesló Zaida tendiendo sus manos en ademan suplicante al joven.

" Os agradezco iníinito ésa indulgencia con que me Iratais, indulgencia cuyos motivos no puedo adivinar.

Yo le lo esplicaré: ¿tú no lias amado? No, señora.

¿Te has visto privado siempre de esas caricias, de esos goces de la familia? Lo mismo me ha pasado á mí: mi padre, entregado siempre á sus cálculos, jamás ha tenido una hora que dedicar á su hija, y sin una madre que hubiera podido atenuar esta falta, he pasudo ratos tan crueles como los que lií habrás sufrido, y tú, como yo, sin duda habrás sentido esa necesidad, ese deseo ardiente de amar, de concentrar todas tus afecciones en un ser que reasuma en las afecciones de los padres y el cariño de los amantes. ¿No es cierto que has sen- tido todo eso? ¡Señora!,..

Es inútil ya el disimulo, me seria imposible seguir callan- do mus tiempo!.. . Te amo, cristiano, has realizado todos mis sueños de ventura; yo, pobre niña, no habia comprendido (jue hubiera en el mundo otra afección mas santa y mas pura que la de un padre, no creia que se pudiera amar de otro mo- do, yo no cómo amarán las mujeres de tu patria, no si estará bien ó mal hecho lo que hago, y mi labio jamás podría decirte otra cosa! dices que los españoles no sois enemigos de las mujeres de mi raza, pues bien, dirae ahora si no sien- tes por esta misma clase de sentimientos que me has inspirado.

Alberto permaneció en silencio algunos momentos; para hablar tenia que engañar á aquella mujer, y la. mentira le re- pugnaba.

Su situación era terriblemente comproíiietida.

El recuerdo de Clara no se apartaba de su pensamiento.

Y sin embaigo, era Zaida tan hermosa!...

Que enlüe el recuerdo de aipiel pasado sublime y la |)ors-

m. ESTAÑA. 65

pecliva ele este presente tan encantador, fliicliiaha Alberto sin saber por cual de los dos decidirse.

Por fin, viendo la ioipaciencia con que Zajda esperaba la contestación, la dijo con aquel aspecto sereno que se avenía también:

Las palabras que habéis dicho, en medio d(? ío infinito que tne alagan me entristecen sobre manera, vos rne amáis y yo no debo engañaros. En mi corazón no hay amor suficiente para pa- gar el vuestro, señora.

Qué queréis decir, preguntó Zaida empalideciendo es- traordinariamente. La verdad, no oiréis de mis labios otra palabra. ¿Según eso, amai¿ á otra mujer? lié amado, señora. ¿Y os ha olvidado tal vez? ^ —No me ha amado nunca.

¿Y de eso nace el que no me améis á mi? ¿soy yo acaso menos hermosa que ella? di meló, y si así fuera, yo rogaría á Allah con tanto fervor, que al íin me concedería la belleza de las encantadoras ohuries del paraíso. Habla, por el Dios altí- simo y único te suplico que me digas si es mi fealdad la que te impide amarme.

Zaída estaba sublimemente hermosa al pronunciar estas pa- labras, ligeramente empañados sus ojos por las lágrimas, se asemejaban al eterno helado de la N*¡oleta esmaltada con las gotas del rocío.

Palpitante el aíto y abultado seno, entreabiertos los labios, temblorosa la voz, Zaida era la personificación exacta del sen- timiento.

Si un musulmán la hubiera visto en este instante, la hubie- ra creído una de las ohuries del edén, llorando la pérdida de la sonrisa de Allah.

Vista por Alberto, le parecía al poeta la bella imagen de Dido llorando la ausencia del ingrato Eneas.

No es vuestra falla de hormosura, la dijo, la(pie me prohí-

í>4 Kl. HOiNOK

be ainuros; [)or(|ue si mujcMes divinas lione la raza africana, vos sois, sin disputa, el prololipo de su divinidad.

Entonces, no comprendo!...

Los arcanos del corazón, que quiera Dios no comprendáis nunca. No sal)fcis lo horrible que es concentrar la vida, el pen- samiento en la mujer, que esta mujer nos acaricie con sus mi- radas, y que al revelarla nuestro acento el amor que nuestro corazón atesora para ella, sus labios serian de nuestras protes- tas, y sus palabras destrozarían nuestras mas puras creencias, nuestros mas deliciosos ensueños.

¿Y has sufrido lodo eso? ¿ha habido una mujer que ha destrozado tu corazón? Pues bien; deja á otra que recoja sus fragmentos, que bajo el influjo de sus miradas, de sus palabras de consuelo, haga renacer en él la felicidad. Entrégame á mi esos despojos, y en cambio te ofrezco un corazón ardiente, im- petuoso, un corazón que te ama con delirio desde que te vio, con un amor que cada dia que ha pasado sin verte, ha aumen-' lado un grado en la esperanza mas. amabas con un caiiño ciego y te han engañado!...

Señora!... interrumpió el poeta que veia á su pesar que su corazón palpitaba con demasiada rapidez.

Déjame concluir, cristiano. Yo te daré esos inefables con- suelos que sclo una alma enamorada puede prodigar, amaré lo que amas, aborreceré lo que aborrezcas, y nuestras dos al- mas se asemejarán á doj granos de arena confundidos por el torbellino del Simoun. Habla, pídeme cuanto amor quieras, que siento en el corazón el suficiente para anegar tu alma.

Y ruborosa, palpitante, fija su escandecida mirada en el rostro de Alberto, doblemente hermosa bajo la influencia de su amor, calló Zaida esperando la contestación del joven.

Este, sorprendido al principio, temeroso luego al ver aquel inmenso amor que se desbordaba del seno de la africana, y fi- nalmente, alhagado algún tanto por aquel lenguage apasiona- do, embriagador, por aquel perfume de pureza que en medio de su atrevida declaración se exhalaba de ella

Tiendo una mujer hermosa, y bajo su escilacion mucho mas

DE ESPAÑA. 65

bella, pidiéndole aquellos fragmentos de cariño en pago de su ardiente idolatría, quedó suspenso un rato, mas reponiéndose en seguida y abrazando de una ojeada su corazón, compren- dió que no habia fuerza para corresponder al de Zaida, v con un acento respetuoso y dulce, pero (irme, contestó:

—Señora, os suplico me perdonéis si voy á herir otra vez vuestro corazón. Lo necesito infinitamente y este será otro dolor que tenga en mi existencia; pero como seria mas terrible para mi, el que llegase un dia en que me dijerais que os habia engañado, quiero de una vez que me aborrezcáis y olvidéis vuestro amor. Mn

Ya os he dicho que he amado, y me resta deciros que amo todavía, que caJa vez la amo mas, cuanto mas imposible se ha hecho para esa mujer; ya un momento adormecido bajo la suave irradiación de vuestros ojos, os diria que os ama- ba, tal vez correspondería á vuestras caricias, pero separado de vos, señora, os olvidaría, el fantasma de aquella mujer so levantaría mas grande, mas potente y la adoraría mas; después vos me pediríais amor, y yo no sentiría hacia vos mas que de- seos, y como seria tan incapaz yo de pediros vuestra honra, co- mo vos para concedérmela, nuestra vida seria un infierno que concluiría por quedar vos con el alma desgarrada y yo con el remordimiento de haberos hecho desgraciada. Por eso, seño- ra, no me es posible aceptar vuestra oferta, que me enorgu- llece y aprecio en su justo valor, y podéis creerme, tengo un sentimiento profundo al deciros esto, porque la única gola de placer que en mucho tiempo se ha acercado á mis labios, me es muy triste tener que rechazarla, porque... porque siento una cosa estraña en mi corazón... un latido... en fin, señora» concluyamos, mas vale el dolor de un dia que la desesperación de toda una existencia.

Con asombro escuchó Zaida al poeta, aquella grandeza de sentimientos la entusiasmaba y le hacia amar mas y mas; á aquella negativa tan sublimemente formulada, sintió un dolor infinito; pero las úllimaspalabras del joven, en las que se traslu-

y

(i() VI HONOU

cia alf,^o que el no (iiioria (^splicar, reanimaron su osporanza-, y le (lijo:

Tienes razón en parlo, no en loilo; demasiado fine lu amor no mo podia perleneccr por entero; pero ya me* encsr- fi;ar¡a yo dcdesletrar dia por dia del íbmio de tu pecho la ima- gen deesa mujer, seria una tarea eostosisima, ¿pero liay.alüo imposible para la mujer que ama? has dicho (jue por no po- días sentir mas que deseo, y has tenido ra/on al pensar.. quo yo no me entregarla á li. ! fi;. r

Mi alma africana podrá ser alreviila como el águila del alias, hasta el punto de saltar por lodo y decirle: (de amo» toma mi corazón;)) pero deshonrarme, jamás. Vamos, cristiano, acepta mi cariño, dame tu amistad, que yo te prometo hacerla que se trasformo pronto en amor.

Era tan incitante, tan embriagador' el acento de la mora, se aspiraba en él un placer, ([ue sentía Alberto que se estre- mecían las fibras de su alma.

Ya hemos dicho que Zaida estaba hermosa, y el dolor, eii cariño, la angustia, revestía en a-(juel semblante de una belle- za puramente fantástica.

Alberto era hombre, ¿y quién en su situación se hubiera negado á aquel amor?

Zaida, esperando en vano su respuesta, volvió á decirle. ¿No rae respondes? ¿no me amarás nunca? Creo que podré amaros, señora, la contestó Alberto, inca- paz de poder resistir mas tiempo á aquel amor en cuyo cir- culo se envolvía sin poderse evadir de él.

Fué tan inmenso el goce que se reílejó en el semblante de Zaida, respiraban tanta pasión aquellas negras pu[)ilas húme- das de felicidad, era tan escilanle la agitación de su seno, que Alberto se sentía subyugado.

El fuego que ardía en el pecho de la mora, se comunicó al del poeta.

Insensiblemente se enlazaron sus manos.

Se encontraron sus miradas.

Se buscaron sus labios y uii beso castisiiuo y puro sello la ideiiüíícacion de sus almas.

IV,

Eii aquel mouieulo se oyó una v(»z de mujer que gritó eu el árabe mas correcto:

No seas peijuro, cristiano, acuérdate de la encubierta de Granada.

Ambos volvieron la cabeza y vieron una mujer en el dintel de la puerta.

Dos esclamaciones salieron de sns labios. La una espresaba el terror, la otra la sorpresa. Julia! esclamó Mberto. Saruyemal! dijo Zaida.

tTTtv

68

EL HONOR

CAPITULO VII

Kii que volvemos á eiicoulrarnos con unos antiguos conocidos (le nuestros lectores.

OLVKMOs á penetrar en la tribu de Raast- lel-Seric.

No la encontramos como la primer noche en que acompañamos al lector á la casa del gefe de ella. El descalabro del Serrallo, había introducido la consterna- ción entre sus habitantes.

Los moros son del primer momento. La victoria de los españoles, les anonadó. Si hubiera sido al contrario, indudablemente que su inso- lencia hubiera rayado en lo iníinilo.

•^ T>E ESPA^ÍA. 69

Desalentados, nmslíos y macilentos, se internaron en sus montañas y poco después entraban en sus casas, casi con el terror retratado en sus rostros.

$¡di-Mahomad acompañado de su hija volvió seguido de los suyos á ocultar su furor en el centro de sus habitaciones.

Zobeiba no era ya la mora respirando amor y bellezas, que vimos en las primeras [)áginas de nuestra narración.

Era la imagen de la venganza, atormentada por el remor- dimiento.

Sidi-Mahomad, también se había transformado.

La tribu de Auggera habia sido la primera en el comba- te, y la última en la retirada.

Su gefe habia hecho prodigios de valor.

La tribu de Kaast-el-Seric habia ocupado un lugar muy se- cundario en la batalla.

Las bayonetas españolas les hablan infundido un terror es- pantoso.

Sidi-Mahomad, apesar de su indómito valor, se habia visto vencido por un oficial cristiano, y gracias á su generosidad conservaba la vida.

Una tempestad furiosa rugía en su alma. Su orgullo se ha- llaba completamente abatido.

La tribu que gobernaba se habia desanimado estraordina- riamente.

Y su gefe dando sendos paseos por una de las estancias de su casa, no sabia de que medio valerse para reanimarla.

Por íin, un medio se le ocurrió, y la sonrisa que dilató sus labios indicaba que habia encontrado un resorte que le habia de dar resultados muy seguros.

II.

I : i>-xi (I I \

Zelim! gritó el Kabo ó Moscandem de la Iribú de Raasl- el-Ser¡c.

'" 1.1. IIO.NOI;

i^n'scntoso ¡nmcdialanuMilc un inoro on la puiMia. Qiii! v(Mi^r¡i (.| morahi/ho Hassan Volvió á inarcliarso el moro, y quedó solo Sidi-Mahomad. 'íh Si^Miieron sus paseos por la estancia y al cabo de ali^^unos iiiomenlosse le oyó ílecír.

Si, únicamenic ílassan puede devolver á mis gentes su per- dido valor.

¿Qué seria de mi si las tribus vecinas comprendieran (|ue leniamos miedo? par mi santo profeta, que esta palabra que ina mis labios; ansiar tanto tiempo una ven^^anza, y cuando Ilop la ocasión de realizarla huyan mis j^entes como una ban- dada de palomas á la aproximación del águila; no, no, impo- sible; Allah no abandonará á su elegido.

Los morahithos son los que mas pueden hacer en este caso, y aunque sea en menoscabo de mi dignidad, no tengo mas re- medio que apelar á ellos. '^ "'^^

Oh! V si por su influencia consigo lo que quiero, lodo cuanlo poseo, Oíe parecería poco para pagarlos.

('oncluido de decir estas palabras, se sentó sobre los mu- llidos almohadones, y quedó profundamente entregado á sus pensamientos.

IIX.

Para esplicar el sentido de las palabras de Sidi Mah ornad* necesitamos conocer la clase de personas que son los morabi- thos y la influencia que egercen sobre las masas.

Los morahühos son los sacerdotes moros.

Ocupados sin cesar en la interpretación del Koran, prestan también demasiada atención á las cosas terrenales.

El morabitho es el personage mas influyente de la tribu.

Compone multitud de farsas altamente ridiculas (jue la cre- dulidad y la ig:iüranc¡a de los moros cree como artículos de

DE ESPa5'A. i i

Media en todas las cucsUones, y por su ¡nrmjo so arreglan ge- neralmente.

Llevan su fanatismo hasta el mas alto grado.

Con su carácter de intérpretes del Koran conducen á las turbas como quieren, y las inducen á cometer los mayores es- cesos.

De modo que su influencia es tal, que el gefe de cualquier tribu tiene que estar mucho mejor con los morabithos que con sus miomas gentes.

Enemigos irreconciliables de una religión que anatematiza sus farsas, y sus ridiculos milagros, no pueden ver á los cris- tianos, y su voz se alza siempre para maldecirlos.

Interesados en grado superlativo, venden sus oraciones y sus consejos á aquel que mejor les paga.

Tales son los hombres á quien en lo general obedecen me- jor las turbas, y á quienes mas acatan y reverencian.

Por esto se comprenderá perfectamente que el Kabo de Raast-el-Seric, confiara su esperanza únicamente en el mora- bitho de su tribu.

IV

Volvemos A penetrar en la casa de Isaac.

Nuestros lectores estarán impacientes esperando saber no- ticias de Carlos, el oficial á quien los celos de Zobeiba deja- ron casi exanime en la puerta de la habitación del judio.

Estamos en una estancia pequeña como una casita do mu- ñecas, y encantadora como la mansión de un genio.

Mullidos divanes de raso blanco la rodean, perfumes deli- ciosos la embalsaman, y las ventanas cubiertas por dobles cor- linas azules, dejan penetrar una claridad opaca, dulce y alis- te r i os a-

Sobre una especie de velador se veian multitud de obge- os como glutinantes, vendages, etc.

72 Kl. IIÍÍNOR

Y en uno de los áni^ulos de la Iiabilacion, un lecho dcnlro del cual hahia una persona Era Carlos.

Aquella habitación perlonecia á Eslor.

La pobre niña hubiera cedido no su cuarto sino su vida por salvar la del oficial.

La noche terrible en que el anciano Isaac se encontró en la situación tan angustiosa que nuestros lectores conocen ya» dejando á su hija desmayada se dirijió á Carlos y en el débil latido que agitaba su corazón, comprendió que aun había vi- da, y con esta, esperanzas de salvarle.

Llamó á su criado, judio también, y como él bueno y hon- rado, y entre^ los dos trasladaron al herido á la habitación de Ester.

La joven volvió al poco tiempo en si, y gracias h los cono- cimientos de Isaac, empezó también la curación del oíiciril.

La madre mas tierna, la querida mas enamorada, no hu- biera tenido la solicitud y el esmero para asistirle, que tuvo la hija del judio.

Sin atreverse á separarse un momento de la cabecera de su lecho, ella le daba todos los calmantes que su padre pre- paraba.

Infatigable hasta la exageración, no se acostó ninguna no- che, y la fatiga no dejaba en su rostro mas huellas que el amo- ratado círculo que rodeaba sus rasgados ojos.

Cuantas veces abrió Carlos sus ojos, otras tantas vio á su encantadora enfermera.

Velado por las sombras de su enfermedad, y entre los de- lirios de su calentura, no la conocía.

La pobre niña, pálida como las azucenas, envuelta en los blancos pliegues de su trage, rodeada por la aureola que la nubes de los perfumes la prestaban, y ala tenue claridad qiíe penetraba por las ventanas, era mas bien una visión fantásli- ca que una forma real.

Carlos la miraba en uno de estos momentos y se creía aun presa de la liebre.

s

DE ESPAÑA. 73

Ester le víó abrir los ojos, y lijarlos en ella con una espre- sion de eslraña sorpresa.

Su mirada no resplandecía como otras voces, con el fue- go de la calentura.

La hija de Isaac arrojó un grito de placer.

Llegóse hasta el lecho del enfermo, y con aquella voz dul- císima que ya conocemos, le preguntó:

¿Cómo te encuentras, hermano? Carlos no podia contestarla.

Se sucedían con una rapidez asombrosa en su imaginación lodos los acontecimientos de su vida en los días que habían trascurrido .

La voz de Ester resonaba en el fondo de su alma como una armonía suave y melancólica.

Se adaptaba con su situación, y hasta parecía que amorti- guaba sus sufrimientos.

Uecordaba haber oído aquella voz; pero no sabia en donde, ni como.

Aquellas facciones de ángel no le eran desconocidas; pero en vano torturaba su memoria [)ara recordar dónde las habi.i visto.

¿No me respondes, hermano? le volvió á preguntar la ju- dia al cabo de algunos momentos. ¿Quién eres? la dijo Carlos con debilitado acento. ¿No conoces ya á tu hermana Ester/ Ester!..- Esterl... Ah!... sí, ya me acuerdo; bien hacia yo en creer que era un ángel el que veía siempre á la cabe- cera de mi lecho. . La pobre niña se ruborizó de placer. Se llevó su lindo dedo á los labios, v con un acento suaví-

simo, le dijo:

74 EL IIÜNOU

SÜLMicitt, horinanü, no liiil)los, (|Uü eso Ift será pcrjiíilicial. El liciidü no hizo caso de a(iiiclla advorleiicia, y prosi- ¿íiiió: "

Pobre Esler!... y has estado conlíniíaiiuMilc á in¡ lado, s¡(*mj)re (jiie he abieilo los ojos, he visto tus miradas solicilas lijas eii el pobre Cárh)s, oh!... ¿cómo podré pa^^arle tanto co- mo has hecho por mí?

Guardando silencio hasta que estés bueno. —No, Ester, demasiado he callado ya, tenia tanta necesidad de hablar para darte las gracias por tus cuidados, que...

La humanidad no es mas que un deber, Carlos; nuestro Dios nos lo ha dicho, y los que cumplen con su deber, no me- recen agradecimiento.

Sublime máxima, digna de un corazón mas sublime toda- vía; oh!... Ester, hermana mia, á tí, y solo á ti debo mi cu- ración. Di mas bien al Dios de Jacob.

Pero eres un destello de esa divinidad, y yo bendigo con toda mi alma á Dios ([ue arroja sobre la tierra ángeles co- mo tú.

Ester no sabia qué contestar.

Desde la noche en que Carlos cayó moribundo delante de ella, se habia operado una transformación estraña en el cora- zón de lajudia.

El beso que el oficial la dio, abrasó sus labios, é hizo bro- trar en su alma un fuego desconocido.

Nunca habia amado mas que á su padre, y no ereia que la afección que entonces sentía hacia Carlos, se pareciese en nada á laque antes habia sentido hacia él. Hasta a(|uella noche fué un hermano. Aquel beso la reveló otra clase de amor. Su afección, sin cambiar de objeto, varió de sensación. Ester amaba á Carlos con el caiiño de los amantes. Deseaba oír su acento, y temia las primeras palabras quo salieran de sus labios.

Carlos al notar su silencio, prosiguió:

T)E ESI» A ^' A. 75

¿Qné es eso, Esler? ¿no me conlestas? ¿Acaso raís pala- bras te incomodan? Oh!... no, nada de eso; contestó con viveza la joven. Habíame, hermana mia, habíame; hay en tu acento nn no qué de suave y celestial que resuena en el fondo de mi al- ma, y se asemeja á un bálsamo dulcísimo que calma todos mis dolores; note alejes de mi lado, viéndote, mi vida toda pare- ce que se alegra, que recibe de esa sabia preciosa de ju- ventud y de pureza que se exhala de tí; bajo el influjo de tus miradas, siento circular otra vez la sangre bajo mis venas. Oh!... Ester mia! sí, creo que te amo con toda la fuerza que misma has prestado á mi corazón.

El albo seno de la judía se agitaba con creciente rapidez. Las rosas de Jericó prestaron sus colores á lasmegillas de Ester que se encendían con todo el fuego del pudor. Su corazón latía con una rapidez desconocida. Aquel lenguage completamente nuevo para ella la subyu- gaba.

Su alma respondía á aquellas palabras con otras que no te- nían sonidos, pero que sin embargo, no por eso dejaban de ser mas elocuentes.

Di hermana, ¿no crees tu también qu« el amor ha influido estraordinaríamente para mi curación? Yo te veía en medio de mis delirios, entre las visiones de la calentura, tu divino sem - blante se me presentaba, sonriendo dulcemente, y el suave resplandor de tus pupilas, templaba mis arrebatos, tu acento dulcíHcaba mis dolores, y toda tu rae dabas la calma y la tranquilidad.

Lji voz del herido se debilitaba estraordinaríamente.

El esfuerzo que estaba haciendo, podía perjudicarle mucho.

En el estado en que se encontraba, semejante fatiga podía causarle un retroceso que empeorase su situación.

Ester alzó sus ojos.

Los fljó en Carlos, y vio su estado. Calla, hermano, gritó poniéndíde su diminuta mano sobro los labios, calla, por Dios le lo rue¿jo.

70 Et HONOR

K! Ii'prido so nprosnró ¡i coger aquella mano, y con una exaltación inmensa la dijo:

No me (ligas que calle , cuando mi alma eslá sedienta de Iiablnr. Hoy que empiezo á vivir, hoy que una existencia nueva se esliende anle mis ojos, no me prohibas que hable. Dime, Ester, dft este fuego que yo siento en mi pecho, de este latir inquieto de mi cornzon, no participas tu? Respónde- me, lú que tal amor me has inspirado, que has purificndo mi alma, no sientes en la tuya algo de la purísima pasión que germina en la mia? Calla Carlos, calla.

No puedo, una palabra luya podrá hacerme callar imica- mente.

Y la voz del herido disminuía de vibración. Sus ojos se cerraban perezosamente. Su rostro empalidecía por momentos. Todo en él demostraba, que aquel esfuerzo era superior á su estado.

Ester le contemplaba dolorosamente. Le amaba con su primera, con su mas santa pasión. Sentía en el fondo de su alma una palabra que contesta- ba á las de Garlos.

Queria hacerla subir hasta sus labios, pero no podía ar- ticularla.

Carlos volvió á entreabrir sus ojos, y dijo: Ester, cuan desgraciado soy!... amarte y no ser amado, haber recibido la vida ele ti, y ver con dolor que en vez de darme un bien me has hecho desgraciado; ¿di porqué no me amas? Si en tu corazón no sentías hacia mas que amistad ¿para qué no me has dejado morir?

Morir tul... No, nunca lo hubiera permitido Dios, á no ser que me hubiese muerto á mi también.

Qué has dicho Ester? gritó el herido, esas palabras me devuelven la esperanza. Carlos, por compasión, calla. Esplicame lo fjue acabas de decir,

DE ESPAx>íA. 77

Pues bien... te amo!...

Y cual si solo hubiera esperado el herido aquella palabra, cerró los ojos, y cayó sobre la almohada sin movimiento.

Ester dio un grito, y se lanzó hacia la puerta llamando á su padre.

VI.

La conversación de Sidi-Mahomad con el morabitho pro- dujo los resultados apetecidos.

La compra costó algo cara, per^o el objeto estaba con- seguido.

Al dia siguiente todos los habitante^ de la aldea estaban reunidos en la plaza.

El morabitho Hassan iba á interpretarles algunos versícu- los del Coran,

Todo el mundo esperaba con impaciencia la llegada de este Señor.

Este se presentó al fin.

Aquellos rostros macilentos aun por su derrota anterior, se animaron algún tanto.

El morabitho paseó su mirada sobre la multitud.

Asomado á la balaustrada que coronaba su casa, el Kaho de la tribu de Raast-el-Seric, esperaba mas impaciente que todos, las palabras de Hassam.

Este se volvió hacia Oriente hizo tres zalas ó reverencias, y habló por fin.

¿Qué es eso, poderosos creyentes? ¿Qué es lo que leo en vuestros rostros? ¿desde cuándo acá, las faerles columnas del hlan flaquean? Le galüille Aílnh\ (1) hermanos mios, el pue- blo que tal creencia tiene, es el gran pueblo. ¿Acaso vaciláis en el principio de la santa senda que os trazó el gran profeta

(1) Solo Dios es vencedor.

7S i:l iiONon

íliierido de Aliiili? Vamos, responded, osas nubes (jne empanan vueslros sendjianles, ¿de qué proceden?

Calló aleamos momentos el morabilho.

Ni una palabra se exhaló del seno de toda acpiella fnuclic- dumbre.

El acento inspirado de Hassam la dominaba completa- menle.

Sentían vergüenza de su terror pasado.

Comprendían que el morabitho, como un ente superior, liabia de adivinar lo que pasaba en 'ei fondo de sus almas, y todos procuraban esconderse los unos tras los otros para ocul- tarse á la suspicaz mirada de su sacerdote.

Hassam comprendía perfectamente la clase de gente entre quien vivia.

Estuvo gozando un rato con su confusión y prosiguió en seguida.

¿No tenéis valor para contestarme? ¿la vergüenza turba vuestra lengua? Oh!... esa es señal de que os arrepentiréis, y Dios altísimo y único perdona á los que se arrepienten de lodo corazón. Las profecías santas nos anunciaban esta guerra; «día llegará dicen, en que un pueblo de idólatras querrá usurparos vuestros territorios, imponeros su religión como ley, y hacer de vuestras hijas y de vuestras mujeres sus esclavas; pero no temáis, hermanos míos. Allah os ha dado la fuerza indomable del león y la astucia del tigre. Allah os ha dado esos \astos desiertos y estas montañas inaccesibles, y entre los torbellinos del Simoun, y entre las quebraduras de las montañas, vuestras balas partirán los cráneos, y vuestros corbos yataganes encon- trarán el corazón de los rumis.))

Un murmullo sordo se exhaló de aquella multitud.

Las palabras de Hassam empezaban á entusiasmarlos.

Sidi-Mahomad contemplaba sumamente complacido el buen giro que iba tomando el negocio.

El morabilho veía también sumamente satisfecha la gran influencia que egercia sobre las turbas.

Si, bravos descendientes de Taric y de Almanzor, les dijo-

DE ESPAÑA. 79

110 cejéis nunca ante los cristianos, no les demostréis pavor, donde vosotros vayáis Allah irá con vosotros; nuestra guerra es santa, es !a guerra que continúa la (jue el Profeta empezó y (jue á vosotros está reservada la gloria de concluir. iNuestra \ictoria no se conseguirrá sin grandes sacrificios. Algunos va- lientes cerrarán los ojos á la luz del dia, pero será para abrir- los á la deslumbrante claridad del Paraíso; perderéis los go- ces de la tierra, pero en cambio, dislVutareis de las inefables dulzuras que os reservan las Ohuries. Sus!... predilectos hijos de Mahoma soltad las riendas á vuestros corceles, dejad que lloten al viento los pliegues de vuestros bornuces, y mas rápi- dos que el águila> y tan voraces como ella, lanzaos sobre los españoles. Ellos son débiles y cobardes, vosotros sois fuertes y >akrosos; á ellos 'es cansa la fatiga, vosotros domináis el cansancio; ellos pelean porque los mandan, vosotros os batis en defensa de vuestros hogares, de vueslros hijos, de vuestras mujeres, de vuestra religión; ellos se desanimarán con la pri- mera derrota, vosotros en cada vencimiento tendréis mas en- tusiasmo porque el Dios todopoderoso, quiere probar á sus hi- jos por esos medios, de modo que nunca debéis desmayar, mi- rar siempre adelante, y mientras os quede un soplo de vida, reconcentradla en vuestro ojo y en vuestra mano, para que podáis matar un español. Susl... hijos de Raast-el-Seric, al combate en defensa de vuestra religión y de vuestro Dios.

Concluidas estas palabras, estalló un clamor inmenso.

La inspiración del morabitho, produjo un resultado mara- villoso.

Todas aquellas bocas no arrojaron mas que una palabra.

Todas aquellas manos no tuvieron mas (jue un movimiento.

Los labios dijeron: Guerra á muertel...

Y los dedos apretaron con esfuerzo las empuñaduras de las gumias y yataganes.

El Kabo no podia disimular su satisfacción.

El impulso dado por llassam á aijuella masa feroz ó indis- ciplinada era el (juo mas podia convenir á sus proyectos.

^

80 EL IIÜKOR

Asomóse mas á la balaustrada, y lendieudo su brazo sobre la mullilud para imponerla silencio, dijo:

Y yo vuestro Moscamdem, me j^lorio de ser el |)rimero en conduciros al combate. Donde quiera que el peligro sea ma- yor, allí estaré. Como ha dicho muy bien el querido del Señor, el morabilho Hassam, nuestra guerra es justa, y por donde quiera que vayamos veremos ante nosotros la blanca yegua del profeta, que cabalgando sobre ella, agitará en su diestra el rojo pendón, enseña de nuestra patria.

Nos vencerán tal vez, puede que yo sea el primero que cai- ga, pero no desmayéis por eso, seguid adelante, y lened el convencimiento de que los que muramos por nuestra religión, resucitaremos en el Edem.

El entusiasmo no tuvo limites.

Aplausos frenéticos acogieron aquellas palabras, y el valor, ó mejor dicho el fanatismo, hicieron de aquellos hombres co- bardes momentos antes, una mullilud de héroes.

At

de;,.esí]A%,.

81

iíioiiii'jEJí (fue; ftlieclov vera tan lo i, dn, jjistoria como de novela.

I.

ESPUKs de diversas ñolas cruzadas enlre nuest^'o cónsul en Tánger y Mahomed- d-Kalil, ix)iu¡slro de negocios esUange- rosdeiiSullan, el rompimiento entre Es- -ri^ paña y Marruecos, se hizo inevitable.

«,,;/,El< espíritu público estaba pronunciado altamente en favor de.esta^ guerra.

Como cuestión naciona^,,, so olvidaron los partidos para no mirar, i,nas que el honor de España.

Kl ííobierj;io, íiel guardador del decoro de la nación que re-

H

fi2 ti, líONOP.

|)rcsenlal)a, ó inlLMprele al mismo tiempo de los sonlimienlos generales, después de haber acudido á los medios amistosos, se vio en la necesidad de declarar la guerra.

Por medio de esfuerzos ¿5^i¿,^an téseos, en poco tiempo se en- contró dispuesto un cuerpo de ejército capaz de imponer la ley h las hordas al'ricanas.

Kl conde do Lucena, Presidente del Consejo de Ministros, s€ encontraba en todas jiarles, y bajo su poderoso ¡m|)ulso, se vio el ejército con todo el material de guerra necesario para una campaña de esta especie.

El primer hecho de armas de nuestras tropas tuvo un éxito brillante.

Tras esto, fueron aglomerándose batallones tras batallones en los puntos vecinos á Ceuta.

Se formaron las cuatro divisiones al mando de entendidos generales, bravos inteligentes que pudieran secundar los pro- yectos de la Gabeza que lo era el mismo O'Donnell, á quien S. M. habla conferido la gloria de mandar en jefe á aquellos miles de valientes.

Todo el mundo esperaba impaciente !iis primeras opera- ciones.

Todas las provincias contribuyeron con sus patrióticas ofer- tas, para dejar bien puesto el pabellón espaAol, ofreciendo al mismo tien)po socorros al gobierno si las circunstancias de la guerra lo exigían.

Por íin el general en jefe abandonó la corte.

Llegó á Cádiz, y lodo el mundo se prometía que inmedia- menle empezarían las batallas y las victorias.

Pero como un general no es solamente el encargado de llevar unos cuantos soldabos al frente del enemigo, sino qtie es al mismo tiempo el i'esponsable de cualquier percance (|ue pue- da sobievenir, de ahí que á su pesar se vio obligado el conde de Lucena á pasar dias en Cádiz, hasta que el tiempo fuera fa- vorable para efectuar un desembarco.

Comprendía su posición, sabia la responsabilidad que sobre el pesaba, y querid mas bien esperar, que por una precipita-

Í)E ESrAiNA. 83

cion loca comprometer el éxito de la espedicion que so le habla confiado.

Sin embar^^o, el dia 19 de noviembre habla dicho que se saludarla á S. M, desde el territorio africano, y cumplió su palabra.

La división del general Echagüe tuvo la ¿gloria de hacerlo.

Las tropas estaban impaciiMites por enti-ar en fuego.

Y especialmente los caladores de Madrid, (}uerian añadir un nuevo triunfo á su bandera.

Luis, nuestro antiguo amigo, habla hecho juramento de ser el primero en saludar á la Reina, en celebridad de sus dias, desde la primera altura que hay en la entrada de Sierra-Bu- llones.

II

Alberto habia vuelto ya de Tángei'.

Cuando el señor IManco del Valle abandonó la población, el poeta no tuvo mas remedio que abandonarla también,

Pero habia vuelto mas sombrío, mus apenado que hubia ido.

El encuentro de Julia en a(|uellas apartadas regiones, le habia vuelto á su eterna tristeza.

¿Qué misterio, qué secreto habia entre aíiiiollas dos perso- nas?

Nadie, ni aun el mismo Liiis ijue era su amigo mas íntimo, pudo saberlo jamás.

Lo cierto es que en todos los goces, en todos los momentos de espansion que tenia el poeta, se aparecía Julia como el án- gel del mal, y trasformaba todas sus delicias en dolores.

Profundamente pensativo en el momento en (pie lo presen- tamos á nuestros lectores, era conlctopliulo con una espresion de sentimiento por su amigo Luis.

Este en nada liabia variado.

84 Ki, iiOivOK

Era sieiuprc el mismo carácter IVancu y ak'gr<i <|uc ' ■' '* nocemos.

A la sazón, una nube de dolor surcaba su IUmUc.

Pcroesle dolor nacia de Ver el oslado dtv su' .üniL-r» Al- berto.

lO.

Vamos, Alberto, no seas así mas tiempo',' le dijo, ¿no comr. prendes que yo padezco de verle con ese semblante tan í^om- brío?...

No qué hallas de estraño en eso; ¿no estoy siempre lo mismo?

No; antes de marchar á Tánger estabas mas animado, mas alegre; pero no que diablos te ha pasado por allá, 'que has vuelto mucho peor que estabas en Madrid La frente de Alberto se oscureció .mas. £1 recuerdo de Julia no se podia borrar de su pensamiento..

Y aquel recuerdo era su torcedor contíiuio.

Nada contestó al conde que lo contemplaba dolorosaiuenle.

Mira, Alberto, le dijo xiquel, debiera estar muy resentido contigo, porque mediando la amisiad que reina entre ñósoiros, no has querido nunca confiarme líi causa de ese profun'd'o pe- sar que tantos años llevas sobre tí. ¿Qué le aílige, amigo^iícir

No quieras saberlo nunca, Luis; hay gencrijiciones maldi- tas, y la mia es una de ellas; el pesar que me devora, es, uno de los que se contagian á las personas á, quiénes se lo cuentp., y además hace muchos años que lo relegué al fondo de mi pe- cho, haciendo juramento de que jamás llegarla hasta, iixis la- bios. Por eso, Luis, le ruego que jamás me hables de eso, pur.s seria la única prueba que tendría que .negará tu ami^l^ul.

Y el acento de Alberto acreció su s^everidad, al pronunciar las últimas palabras.

m: ESPAÑA i 85

-Luis po potlia resignarse con aqiieiia Iraba que su amigo iinponia^íá su curiosidad.

—Pero Alíjerlo, io dijo, las peaas se jiiiligaa cuando, se de- positan on un seno auiigo/láhas píidecido y pandees iOslía o iv diuariamente, pilos bien, desahoga lu pecho enel jíüíq., . jíCiio le arredr<3 lo que rae has dicho de Ui[uíe;lu; doh)r conlagiaria á los que lo conocieran, más sufro viéndole asi. :

Es inülil, Luis^ .'"nQ -te molestes, ya it^e he dicho que hice juramento hace años de que este socretói no llegarla hasta mis labios, y no creo que túv dechado de honor y delicadeza, quie- ras hacerme perjuro, íiíi'iíi /ui)

Luis comprendió que -nada adelaiitoia con su amigo.

Vamos Luis, le dijo Alberto, variando el rumbo de la coiivGrsaCioni ¿que noticias corren. poriia ciudad?

—^Se dice que hoy hemos ;de pasar la línea (fuo nos separa del imperio Marroquí; pero nada mas»

—Y qué fuerzas van ha hacerlol- ,

—Se 'está esperando la división de blchagüe, á la cual nos hemos de unir. nosotros.

Ojala y sea' prontoel comijiate.

—Ese es nuestro único deseo, contestó Luis, le asieguro Al- beí'to, q^e esta inacción me incómoda, ttíngp ganas de teñir mi sable en la sangi-e de esos inrielcsv y nadie mejor que tu Seibos, opuesto' que soy á^ derramar íj:! sangre de mis seme- jantes, pero con esa gente á quienes ciega, ei mas absurdo fa- 'núlíámo; 'no tengo compasión!''?-' ;. - w^:: .

—Ademas, como sahetnos demasiado (Ju^' si fuéramos cogi- dos por elW,' no htihidmos' de esperar piedad ni gracia, de ahí, ({uc no tenemos mas remedio (jiíe luchar á la desesperada. '*•— Conque según éso' tii 'te hallas decidido á batirte al lado nuestro?

"'— Phe! morir aipií, ó morir en otra parto, es' exactamente ígua], 'teniendo la 'ventaja si' m'nfíro aqtií'; que lo hago dcren- diendo'inacaiisá justa; Cual es la henra de mr patria.

fiaa! ¿íjuién piensa oliora eípmorir?

—Cualquiera ft^m'coVn'VYó'ilo'luVya' recibido del mundo mas

fí6 KI- HONOR

que la hiél, coiUesló Alborto con una triste sonrisa ¿qué pue- de esperar el que sufre, mas (pie la muerte como madre ami- ^di y bienhechora lo recoja en sus brazos, y lo lleve á esa eternidad del descanso y del silencio?

Eb, callií, calla; pues no estas poco lúí^Hdjre hoy. En este momento el asistente de Luis pendró en la estancia.

Qué es eso Juan? le preguntó su amo.

Que vaya V. S. al cuartel, mi capitán.

Hay alí,nina novedad?

La división del general Rchagüe que está desembarcando, y creo que vamos k decir dos palabras á los moros.

Eso está bueno, vamos, dame el poncho y las botas.

Yo también iré, no es verdad, señor?

Ya lo creo, pues hombre, no faltaba mas sino (jue tu (jub tanto deseas ver de cerca á los moros te negara ese gusto.

Una espresion de alegría que se retrató en el semblante del soldado, fué su mas enérgica contestación.

Qué ¿no entró Juan en la acción del 13 de Setiembre? preguntó Alberto?

No, porque no habia llegado todavía.

¿Cómo es eso?

Juan, es hijo de mi nodriza, contestó Luis, era zapatero, pero en cuanto supo que mi batallón venia para acá, aban- donó el tira píe, sentó plaza y se NÍno al batallón, y en seguida de asistente conmigo.

y á mucha honra, mi capitán, hoy he tenido carta de mi madre y me dii muchas es})resiones [)ara V. S.

¿Y cómo anda la vieja llosa? preguntó con afecto Luis?

Vea V. S., vea V. S. lo que dice. Sacó el soldado una carta de su bolsillo, se la dio á leer y leyó en voz alta.

((Querido hijo de mi alma: he recibido la luya y veo con

mucha alegría que el Sr. Conde te ha tomado por su asistenta?.

No te separes de su lado, siempre hombre de bien y no

te olvides de la santísima virgen de la Paloma: \m\ en ella tus

espefanzas, y ella guiará tu brazo eu el combale.

m ESPAÑA. 87

Sobre lodo, hijo mío, no le dejes matar por esos infieles, no te encarnices con ellos, y aunque sean tus enemigos, no los re- mates cuando estén indefensos, pues eso no lo miraría nunca con gusto la Santísima Virgen,

No retrocedas nunca; tu padre ya sabes que en la guerra civil no tuvieron nada que echarle en cara, no olvides que eres su hijo.

A mi querido señor, dale muchas, muchísimas espresiones, y dile que tanto por él como por ti, rezo todas las noches; quie- ra Dios escuchar mis oraciones.

Quédate con Dios, querido hijo, y sobre todo escribe siem- pre que puedas.

Recibe un abrazo del lio Pepe, y espresiones de la Ménica

y la Tomasa, y sabes que dentro de mi carta el corazón

de tu pobre madre, que no vive desde que te has ido. Rosa.

P. D. Vuelvo á repetirte que no te olvides de la Virgen, y

quo nunca vuelvas la cara á tus enemigos. »

Pobre mujer! dijo Alberto asi que Luis concluyó la carta.

Luis nada pudo decir ; se hallaba profundamente enter- necido.

Por fin, para ocultar su turbación, se volvió á Juan y le

oijo:

Eha, Juan, en marcha, vamos á reunimos con los compa- fieros*.

Alberto lomó su rewolvers, y momentos después se diri- jian los dos amigos seguidos de Juan, hacia el cuartel.

IV

La división del general Echagüe había desembarcado du- rante la üochc anterior.

Acampadas las tropas fuera de la población, esperaban ansiosas el momento en que su jefe las condugera á la victo- ria.

s

H8 I i. iio.xoi:

. •: Fn iKjuollos miles dü^ pochos no iiai)ia mas que mr deseo; p| (lo inorii" defendiendo la iionra y .el deíioro.de líinucion.

1^1 soliderraniaba sus íul^íjínles ¡rayos sobre la lien a. . . Solarnenle el viohi-nlo aire (|irM-<íinab;i, incOMiodaba un po-^ co á niieslros valientes, que balallou ¡tras b-íf.iüníí ihnn ;i ocu- par las posiciones señaladas, de anleui^nu

El í^eneral, al frente de su estado mayor, á la cabeza de su división,' lijaba su ardiente mirada én.a(|uella sierra que/ ma^ larde habia de teñir con sii sangm.

Los moros de la plaza que iban guiando mieslras gua rillas», no podían, menos de admirarse del entusiasmo que reinaba en- tre jefes y soldados.

Por ñn, al llegar las avanzadas al Olero, que es una pí'- qiieña altura situada pioximamenleá un cuarto ./(le legua dc Lti población, un puñado, ílo mofos, haciendo uso de sus espingar- das, descargo sobre nuestros soldados^ que al grilt) de «Viva Isabel JI)) se lanzaron sobre ellos. : \-v. i- - , . .

Al empuje de los guerrilleros, einpiezan á retroceder los moros.

Llega Echagüe al Otero, y al contemplar las ruinas del Serrallo que están á una media legua itiei, este,. úlli.Dío.ppnlo, agitando la espada gritó volviéndose á los batallones: Soldados! viva la Reina!...

V un viva inmenso, prolongado, retumbo en aqu,eila» sole- dades, y su eco, atravesandx) elAespacio, ilegWiliasíft la /corte del emperador deiMarniecosi para. diecirle que.tto i mpunei\i(? lá- tese uilraja á una nación que podrá ser apática, pero que nunca consiente que mancillen su honor.

ínmediátemenle se dio la onl'^'i '^ los batallones de caza- dores para avanzar. Quién eracaj)az de resislirles?

En su furiosa carrera^- UeVában anl-e á los moros^ que aterrados, disj)araban de vez en cuando 'Siis armas, 4 ¡JjaniHs- minuyendo por las bayonetas espartóos:

Se parapetaron en el Sofrallo, y qiíisiei'on inteniar una re- sistencia inúlil.

Luis, á la cabeza de su companía, se lanzó sobre elloá y la posieion fué lomada.

Las ruinas del Serrallo están casi al pié de una raontaüá cuya pendiente no es muy grande, pero cuyas quebraduras per- miten dirijir los tiros sin gran peligro de los tiradores.

Allí buscaron los augerianossu último refugio.

Pero los soldados que hablan llegado hasta el Serrallo, no querían quedarse al pié de la montaña, la necesitaban por en- tero, y á la voz y al ejemplo de su jefe, treparon por las esca- brosidades del terreno.

Luis, seguido de Juan, marchaba junto al abanderado, ani- mando á sus soldados con sus palabras.

De pronto, por entre las breñas, asoma el cañón de una espingarda, y una bala biene á herir levemente en el brazo del abanderado, cuya enseña, no pudiendo ser sostenida por el he- rido, se inclinó un momento.

Pero el capitán astaba allí.

Rápido como el rayo, se apodera de la veneranda insignia,

y con ella en una mano, y en la otra el rewolvers, se lanza á

ios breñales y dispara sobre uno de los moros ocultos entre

ellos.

Su bala no faltó, y el musulmán fué á gozar las delicias de su mentido paraíso.

Mas para vengar á su compañero salieron tres moros, que atacaron al oficial con todo el furor de su fanatismo.

La situación de Luis era altamente comprometida.

Se habia adelantado bastante á sus soldados y se hallaba solo, con una arma de la que solo podía contar con una ba- la, y la espada que llevaba en la baina.

Pero Luis no conocía el miedo.

Aguarda á pié firme la acometida, y su ojo certero, elige éntrelos tres pechos el que ha de servir para blanco.

Dispara; mas su enemigo hizo un movimiento y solo pudo herirle muy levemente.

Irritado este mucho mas por la herida, empuñando su fu- rnia, se dirijió hacia el capitán.

42

Kslo echo mano á laospada y se decidió á viMider cara su ^i(ia.

Voia ol i)eli¿>;n), y arUes qiH. retroceder, prefería morir.

Pero Dios no abandona á los vállenles.

Los soldados hablan visto la situación de su jefe, v acu- dían en su ausilio.

La voz de Juan se oyó que f¡:r¡laba: Animo, mi capitán, que allá vamos nosotros.

Y en seguida asomó el cuerpo del liel asistente, que apun- tando su carabina dejó tendido á uno de los acometedores de su amo.

Luis seguia defendiéndose.

Dos heridas habia recibido, y sin embargo, no pensaba re- troceder.

Hizo un ultimo esfuerzo, y otro moro cayó al suelo.

En esto llegó Juan, y empuñando su arma por el cailon, descargó tan fuerte golpe con la culata sobre la cabeza del ter- cero, que no necesitó secundarle.

Entonces el capitán,. desembarazado desús enemigoíi, se a()roximó al borde de la montaña, y mostrando la bandera á las tropas. Soldados, les dijo; viva la Reina!...

Y debilitado por la sangre que derramaban sus heridas, ca- yó en brazos de Juan y de Alberto , que llegaba á la sazón.

V,

Los moros, en número demasiado pequeño, abandonaron sus posiciones, y aunque quisieron ocultarse en la encañada, que es una especie de anfiteatro abierto en las montañas , y ba- ñado por el mar, los acertados disparos de las cañoneras que guardaban aquel sitio, los hizo abandonarlo inmediatamente.

Sin enemigos h quien combatir, cesó la acción.

El objeto del general se habia conseguido.

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])ií KSPAÑA. 91

El (Ija 19 (le noviombio, anivorsano de los dias do niíestra Soberana, se la debía saludar desde el Icrrilorio africano, y se había hecho.

La |)érdida que hubo por nuestra parle, fué ¡nsignííicanle complelamenle.

Las cornetas locaron á replegarse, y momentos después, loda la división estaba reunida.

Pero no convenia abandonar aquel sitio, é instantáneanien- 16 se dio laórde.n de establecer el campafuenlo en el Serrallo, y de construir dos reductos en la montaña, que como puestos avanzados, resguardasen á nuestras tropas de cualquier sor- presa.

Así se verificó.

La montaña que domina al Serrallo, se halla fuera de liro de cañón de Sierra-Bullones, y por lo tanto, nuestras ba- terías no podían ser molestadas por los disparos de los moros de la Sierra.

Los reductos fueron hechos y artillados, y el campamento quedó establecido.

Tal fué la jornada del 19, que mas que otra cosa, fué un paseo militar que dio muy buenos resultados.

Nuestros soldados no desmerecieron del buen nombre que enlodas ocasiones se han conípiíslado, y su aprendizage en la guerra dio las mejores esperanzas |)ara lo sucesivo.

92

KL HONOR

CAPITULO IX

Kii que »« ve que el amor egerce una gran iiifluencig en casi todas las acciones de ios hombres.

REEMOs que la mayor parle de nuestros lectores nos dispensarán, si nos detene- mos en las descripciones de alíennos punios africanos, y si nos entrometemos en detalles sobre sus costumbres y usos. Como casi toios los hechos que vamos á relatar han de su- ceder en esos sitios, nos es de suma necesidad describirlos de Ja mejor manera posible, y quiera Dios que lo hagauíosá satis- facción del público.

Fez, una de las capitales del vasto imperio marroquí, es hi- dudablemente la mejor de todas ellas.

Rodeada de una hermosa vega que puede competir con las de Valencia y Granada, aquel inmenso mar de verdura, se ha- lla corlado en todas direcciones por las anchas cintas de plata

DE espaJSa. ' 95

que parten deJ rio que cruza la vega y atraviesa la ciudad, lo- mando de ella su nombre.

La división que el rio hace en la ciudad, la separa en dos, y cada una se nombra Fez nuevo, y Fez viejo.

Los naranjos y limoneros de su huerta, embalsaman el am- biente.

Las altas palmeras que crecen con abundancia, agitan dul- cemente sobre la ciudad sus inmensos abanicos de hojas, y re- frescan su atmósfera.

Edificada la población en la pendiente de algunas colinas, su aspecto es el mas pintoresco que puede darse.

De aquella gran esmeralda que la circunda, se deslaca la blancura de sus casas, y de este centro de nieve, los minaretes de sus mezquitas, sobre los que reina sin rival el de la de Mu- ley- Edris .

De su universidad han salido los hombres mas célebres del imperio.

Kannes para los viageros indigentes, hospicios y demás es- tablecimientos filantrópicos, la ponen á la altura de una de las capitales de Europa.

Añadamos á esto fina magnífica biblioteca, un comercio abundante y acreditado, buenos cafés, fondas y otros estableci- mientos públicos, y se comprenderá perfectamente que Fez es el centro del movimiento y de la civilización de todo el impe- rio de Marruecos.

Sus calles recucndan las de algunas ciudades de Anda- lucia.

Estrechas y tortuosas, cortadas algunas por arcos de her- radura, se hace sentir en ellas la falta de una policía un tanto severa y amiga de cumplir con su deber.

Los carruages son desconocidos completamente, y á cual- quier europeo acostumbrado al ruido de nuestras ciudades, no dejarla de sorprenderle el silencio que reina en las de Fez^ pues está prohibido vender nada por ías calles en voz alta.

La población asciende á unos noventa ó cien mil habitan - les, entre moros, berberiscos y judíos, siendo esta clase la

9i > i:l honor

peor considtM-ada, lanío en osla ciudíui como en í::isí ludas las* de AlVica, pues llevan los moros su desprecio liasla el punió de hacerlos que liabilen en un barrio sej)arado, (|ue se cierra por la noche y no les permilen que anden j)oi- la ciudad sino descalzos.

Rodeado Fez de murallas, cslas ofrecen lan poca resislen- ola (jue, aliíunos disparos de nucslra arlilleria jjaslarian para derribarlas.

A cnirambos lados de la ciudad, se elevan dos castillos que corren i)arojas con las murallas.

Lo mejor que liene indudablemente, es un puente que hay que atravesar para enlrar en la población, y cuyos cuatro ar- cos de elegante y sólida conslruclura, le hacen digno de ad- mirarse.

Los musulmanes, tan rigoristas siempre con el sexo femé niño, les conceden en Fez algunas libertades de las que carecen en otros puntos del imperio.

Permiten á las mujeres que salgan á la calle, bien solas, ó acompañadas, con tal que lleven siempre la cara cubierta.

En fin, bajo cualquier punto de vista que se considere, es- ta capital, la encontraremos como la mas adelantada en arles, ciencias y comercio, entre todas las que constituyen el imperio de Marruecos.

IX

Zaárd, era indudablemente la mujer mas hermosa de Fez. Su padre, el anciano Suleyman, adoraba en ella. Y en verdad que Zaárd era digna de ser adorada. La fantasía árabe habia estado sumamente acertada al Ha niarla Zaárd-atagala (1).

(I) Flor lio lí) mañíiiiii.

DE espaNa. 95

pura como una mañana de primavera, era tan hermosa como ella.

De las cosas de que Fez podía enorgullecerse, indudable- mente era una de ellas el haber sido ia cuna de Zaárd.

La mora, según el lenguage figurado de los africanos, era mas que hija de un hombre, aborto de la sonrisa de una ohuri.

Los ramos de madreselva y azhar emblema de las galanle- rias y de los amores entre los moros, coronaban siempre las celosías de las ventanas de Zaárd.

Pero los ramos se secaban sin que la encantadora mano de la joven los recogiera.

Solamente allá en las últimas horas de la noche se oían dos palmadas en la calle, k las que seguia inmediatamente el sonido de una voz argentina y suave que deoia:

¿Eres Zelim?

Y acercándose entonces al pié de la ventana un moro de arrogante apostura, contestaba:

Sí, Zaárd, (jue Allah, te guarde.

Y trascurría el tiempo.

Y al asomar los primeros albores de la mañana» el moro se separaba de la ventana y volvía á mirarla cíen veces, y al tras- poner la esquina de la calle, una mano admirablemente mode- lada asomaba por entre la celosía y agitaba un pañuelo blanco.

Después, nada mas.

Salía á la calle, y siempre cuidadosamente cubierta, era acompañada por su padre ó por la anciana Jarifa-

Nadie tenia que reprochar nada á la hija de Suleiman. Pero llegó. un dia en que sus raegillas empalidecieron.

Sus ojos derramaron lágrimas, y la pobre Zaárd sintió el dolor por la primera vez.

Eran los primeros días del advenimiento al trono del sultán Sidi-Mohamed.

Los, moros estúpidos y serviles por naturaleza, no omiten medio alguno para alhagar las pasiones de su señor, aunque sea á costa de su honra.

í)6 EL HONOR

Es verdad que paradlos, lo que á cualquier europeo des- honraría, es un moUvo mas de honor y orgullo.

Zaárd tenia un lio que aspiraba hacia mucho tiempo á su empleo en la corle.

El sultán estaba á la sazón en Fez.

Generalmente las mujeres mas hermosas del imperio, son presentadas al señor, para satisfacer los placeres del serrallo.

Raab-el-Melik, tio de Zaárd, habló al sultán de su sobrina.

Sidi-Mohamed aceptó la oferta; y de allí á tres días, la doncella marcharía al Harem.

Suleyman escuchó esta noticia con una alegría y un orgullo estraordinarios.

La pobre niña recibió un golpe de muerte.

La condición de la mujer entre los moros, no las permite oponerse á lo que hayan dispuesto respecto á ellas.

Así que, Zaárd, no exhaló una queja, no dijo una palabra; pero en las soledades de su aposento díó rienda suelta á su dolor.

Jarifa no podia mitigar su pena.

Comprendía el sufrimiento de su alma, y lo mas terrible aun, que no tenia remedio.

xn

Es la noche del dia en que Zaárd supo la suerte que la es- taba reservada.

Sentada sobre los muelles almohadones, la joven aun no habia cesado de llorar.

Tenia que renunciar para siempre á su amor, y su amor era su vida.

i*obre flor, su existencia habia corrido hasta entonces tran- quila y dichosa, velada constantemente por el amor tierno y desinteresado de su padre, y por el ardiente y apasionado de ku amante.

DE ESPAÑA. S7

no había mas remedio.

Perdía en un solo momento aquellas dos afecciones que ha- blan alhagado su existencia.

Iba á pasar al poder, no de un esposo, sino de un señor que la impondría su pasión como ley, y después de satisfecho su apetito, la dejaría abandonada en un rincón del Harem,. co- mo un mueble inútil.

¡Pobre Zaárd!...

¿Y Zelin? ¿qué seria del pobre amante que perdía á su amada?

De pronto, sonaron dos palmadas en la calle. La mora acudió inmediatamente á aquel dulce reclamo. Pero ay! que al revés de otras veces, no brillaba la alegría en su rostro. Allah sea contigo, Zaárd, la dijo su amante. Nunca mas que ahora he necesitado de tu ayuda, contes- tó la mora dando libre curso á sus lágrimas.

¿Qué quieres decir? ¿Qué significa ese acento tan apenado? ¿qué esos sollozos? Habla, Zaárd.

Oh! Zelim, nmado mío, no quieras saber el pesar que des- troza todas las fibras de mi alma.

¿Tú sufres?... sufres, y yo no he acertado aun con el calmanleque necesitas?... por quien soy que maldeciría á Allah si fuera cierto lo que has dicho.

-T-Demasiado cierto es, por desgracia, y lo mas cruel, que no hay un remedio para calmar nuestro dolor.

¿Que no hay un remedio, has dicho? poderoso Diosl.^'... ¿Qué habrá imposible en la tierra para el hombre que ama? —El contrarrestar la voluntad del sultán; dijo con esplosion la mora. ¿Qué quieres decir? pregunió anhelante Zelim. Muchas veces me has dicho que soy hermosa, ¿no es ver- dad?

—¿Que si eres hermosa?... el mundo todo no es lo suücienle- raenle bello para compararse á tí.

98 KL HONOU

lió alii lii voriliulíMM causa do niioslra dos.ííracia. ¿Pero que cs.^ Habla.

Que (Icnln) de Ires días voy á serpresenlada á mieslro po- deroso señor, el niagníüco Sidi-Mohained.

¿Tú Zaárd? ¿Tú presentada al sallan y conducida después al Harem?...

Sí, Zelim; lu Zaárd, la mujer consagrada únicamente á tu amor, á satisfacer los impuros deseos de otro hombre cuyo po- der no hay medio de evitar.

Un rayó que hubiera caido á los pies del musulmán, no le sorprendiera mas que las palabras de su amada.

Era preciso renunciar á su amor.

A. aquel amor con que habia soñado, con que habia vivido.

Zelim era huérfano.

Su nacimiento habia sido un misterio.

Era cristiano, aunque aparecía como moro, y observaba los ritos y costumbres musulmanas.

Educado por un anciano morabitho, contra lo que estos ha- cían, habia inculcado á su pupilo las máximas de nuestra santa religión.

Le habia dicho siempre que su padre era cristiano.

Pero que no sabia como se llamaba, ni quién era.

Un relicario con una cifra que llevaba siempre al cuello, en una bolsa de terciopelo, era lo único que podía revelarle el nombre de su familia.

El morabitho le habia ensenado perfectamante el castellano.

Después murió su protector y Zelim quedó solo en el mundo.

Obligado á. fingir constantemente unos usos y una religión que su corazón rechazaba, no tenia amigos.

Su valor en las luchas civiles que constantemente dividían el imperio, hicieron que el difunto Muley-Abderraman, padre de Sidi-Mohamed, actual sultán de Marruecos, le nombrara Alcaid ú oficial de sus tropas.

Siempre leal á su legítimo señor, supo, sin hacer adulacio- nes serviles, grangearse el afecto de los dos sultanes á quienes había servido.

DE ESPAÑA. 99

Siempre reservado y tacilurno, sus compaüeros empezaron por irritarse contra él, y concluyeron por dejarle y no hacerle caso.

Y la vida de Zelini era triste y solitaria como la de la, vio- leta que crece sola un medio de una vasta pradera.

Era un cielo siempre nublado y sombrío.

í)e pronto la violeta encontró un arroyo, que aKbesar su tallo, la dieron nueva vida, nuevos placeres.

En medio de aquel cielo negro y triste, apareció una es- trella.

Era Zaárd.

Almas predestinadas las dos, se buscaron y se encontraron por fin.

La nina amó á Zelim con toda la espansion de sus diez y seis años, y de sus ilusiones.

Zelim adoró á Zaárd con toda la fuerza> con toda la ener- gía de un corazón que ha llegado á los veinte y cinco años sin haber tenido á quién consagrar sus afecciones de hijo y sus sen- timientos de amante.

Su amor hacia la mora rayaba en lo intinilo.

Los inmensos venenos de carino que habia en su pecho, se desbordaron.

Concentró su esperanza, su porvenir, su vida, en Zaárd.

Y pasaron los dias, corrieron los meses, y aurora tras au- rora, fueron escuchando los suaves acentos de la mora, que preguntaba: «¿Me amarás siempre? á lo que contestaba la voz ardiente del moro; ((Hasta mi último suspiro será para tí.»

Y ambos embriagados en su pasión, miraban deslizarse tranquilas y serenas las dulces mañanas de sus vidas.

Pero todos los soles tienen sus ocasos.

La hermosura do Zaáid, incitada poderosamente por el amor, se desarrolló, y se hizo de una esplendidez deslumbra- dora.

Era una joya digna de la corona de un rey.

Y su lio comprendió que debía esplotar el valor de aquella ova.

100 KL HONOR

Ya hemos visto el seniblaiite de aquel cálculo infame.

IV

¿Con que es verdad, Zaárd? dijo Zelin asi que su dolor encontró palabras para espresarse. ¿Con que no hay mas reme- dio que renunciar á tu amor?

—Calla, Zelira, no tortures mas mi alma, dijo con un acen- to inmensamente dolorido la hija de Suleyman.

—¿Y he de resignarme tranquilo á perder tu amor, amor que es mi vida?

—¿Y qué remedio nos queda?

Poderoso Allah!... esclamó la joven fijando sus bellos ojos en el cielo, y me lo pregunta él!...

Pues bien; puesto que hasta dentro de tres dias no has de ser llevada á la presencia de nuestro verdugo, decídele á se- guirme.

¿A dónde?

Lejos de aquí á Tánger, nos pondremos bajo la prolec- cion de cualquier cónsul, y podremos ser dichosos todavía.

¿Pero y mi padre entonces? gritó con un acento desespe- rado Zaárd.

Tu padre!...

Mi padre, sí; mi padre, (jue se verá espuesto á la ira del sultán, y ya sabes demasiado lo terribles que son sus acce- sos de furor.

Inclinó Zelim la cabeza.

No habia medio alguno de evitar aquella desgracia.

Tienes razón, dijo al cabo de algunos momentos, nuestra desventura no tiene alivio, y no hay mas que conformarse con ella, ¡pero Dios mió!... ¿cómo es posible que pueda yo resig- narme á perder el último bien que tenia en la vida?... Si es verdad ({ue eres esc Dios benigno y justo que me han enseñado á bendecir, ¿dónde está tu fjiedad, tu justicia?...

DE ií:spa5a. 1^'i

Y los ojos de Zelim se fijaban en el lirraamenlo con una es- presión insensata.

Entretanto Zaárd lloraba.

La pobre criatura había bebido sus lágrimas para poder

llorar todavía.

Entre sollozos y suspiros, su acento llegó hasta su amante.

Zelim, le dijo, ¿quién nos hubiera dicho que amores que

tuvieron tan dulces ensueños, les aguardara un despertar tan

terrible!

Oh?... mi Zaárd, si me amas como yo, cuánto no has de

sufrir!

Ya nada sufro, padezco por solamente, ya he formado

mi plan, y espero tranquila.

. ¿Tu plan has dicho?... y cuál es?

Morir, antes que pertenecer á otro hombre.

'—Morir!... morir tú?... No, imposible; antes que mueras,

(|ue perezca el género humano, contestó con acento iracundo

el moro.

Calla, Zelim, muerta yo, le esperare en el paraíso, donde

Allah clemente y bueno bendecirá la unión de nuestras almas

entre las sonrisas de las ohuries.

La aurora empezaba á iluminar la tierra.

Las sombras de la noche iban desapareciendo.

Er-a la misma aurora de los otros días.

Pero ay! que al contrario de aquellas, esta no escuchó lag

dulces protestas de los dos amantes.

Los ojos de Zelim despedían un brillo siniestro.

Sus manos temblaban convulsivamente.

Su frente se hallaba surcaba por profundas arrugas.

De pronto, alzando su vista á la reja de su amada, la dijo

con acento breve y seguro: —Puesto que tienes formado tu plan, yo también tengo

el mío, y te prometo que no irás al Harem. Adiós, Zaárd, rue- ga al cielo que rae el valor que necesito.

Y tras estas palabras hecho á andar por la calle adelanlCc

Zelim, Zelim! grit() la mora asustada terriblemente por las palabras de su amante.

\02 EL HONOK

Pero este no se volvió á a(|iiel llamaiuienlo ¿Zelim, (lué ¡nlenlas?... volvió á decir Zaárd.

Pero tampoco obtuvo respuesta.

El moro llegó á la esíjuina de la calle, y sin volver la cara á la reja, desapareció.

La alborada desplegaba todos sus encantos.

Un silencio inmenso reinaba en la calle.

Solamente detrás de una celosía, una pobre niño, turbaba de vez en cuando aquel silencio con sus sollozos.

DF, RSPAfÍA. 105

,JBMBMMMtB«aiWKaanilUMllt»ÍffÍI«ilTI^

CAPITULO X-

En que se vuelven á presentar algunos antiguos amigos de nuestros

lectores.— Acción del 25 de Noviembre,-— Rasgos gloriosos

de nuestros soldados.

AS tropas permanecían en su c ampamcn- to del Serrallo.

Hostiüzatlas diariamente por los mo- ros, las acciones del 22 y 24 del mismo ^mes, no fueron mas que dos brillantes bocetos del gran cuadro que mas tarde se habia de verificar. Nuestros ingenieros poderosamente secundados por los pre- sidiarios, trabajaban en la construcción de los dos reductos que estaban en la vanguardia del campamento.

En vano los moros intentaron oponerse á la conclusión de aquellos fuertes.

Los españoles acreciendo su valor cada vez mas, si va- lientes se presentaban los fanáticos sectarios de Maboma, mas valientes estaban ellos.

i 04 1.1, llONOh

Todas sus acomolidas fiioron rorhazadas , y todas ellas añadioron un (juÜalo mas á la hrillanlc aureola de (jue estaba circuiuláiidüse el ejército espedicionario

El genera! lodo lo ¡nsffcccionaba.

Incansable y con la responsabilidad (jue sobre él pesaba, su ojo perspicaz, velaba por la seguridad y el mejor éxito de sus pasos.

Y sin embargo, su posición tandjien era muy crítica. Obligado á defender las posiciones que habia tomado, no podia tampoco, descuidar la plaza.

En medio de un pais completamente hostil, entre un pue- blo que incapaz de batirse ordenadamente, rodea invisible los campamentos, y por medio de sus continuas guerrillas, obliga á lener siempre prevenidos á los soldados, é incapacitado de recibir socorros por el mal estado del Kslrecho, Echagüe te- nia que velar por todo, y no descuidarse en lo mas minimo.

Comprendida perfectamente por él su posición, se elevó á la altura de ella.

Valiente como el primero, en los puestos de mas peligro, peleaba como el primer soldado, y dlrijia como el mas hábil general.

Las acciones del 22 y 24, «son buenas pruebas de ello.

Pero aun le fallaba la principal.

El Dios de las batallas le reservaba aun su mas inmarce- sible laurel.

II.

Miguel habia sentado plaza en el regimiento de Borbon. Su amor hacia Maria no habia disminuido. Pero su dolor era infinito.

Buscó la muerte en los combates , y la muerte no acudió á su líamamienlo.

Su arrojo le valió los galones tle cabo.

EXGMO, 9i:N0a GKNKRAL ECHAGÜE,

DE ESPAÑA. 105

Sus compañeros admiraban su indómito valor y procura- ban imitarle.

Pero menos felices que él, el campo de batalla les servia de lecho.

Llevado Miguel de su ardor, el dia 22 se encontró cer- cado por seis moros que trataban de llevarse á un soldado he- rido.

La bayoneta vuscó el pecho del mas próximo y un cadá- ver cayó al suelo.

Pero furiosos los demás , se abalanzaron al arma y por kedio de un esfuerzo supremo, pudieron desencajar, la bayo- neta del cañón.

El joven no desmayó por eso, volvió el fusil y agarrándolo por el cañón, describió tan terribles molinetes, que las cabe- zas de otros dos musulmanes, vacilaron, y arrastraron á sus cuerpos en su caida.

Miguel cogió entonces á su compañero.

Sosteniéndole con su braza, y blandiendo con el otro su arma, empezó á retroceder hacia donde estaba sus soldados.

Los moros tomaron esta acción por cobardía y redoblaron sus ataques.

Miguel no podia maniobrar con entera libertad. Herido ya, la carga de su compañero no le dejaba defenderse.

Dio dos pasos atrás, dejó al soldado sobre el suelo, y ade- lantándose hacia sus enemigos, á los pocos instantes tras dos nuevas heridas hizo morder la tierra á los musulmanes.

Aquella lucha lo había debilitado completamente.

Sin embargo, haciendo un esfuerzo inmenso, volvió á co- ger al soldado, y casi arrastrándose ambos, se pudieron reu- nir con sus compañeros.

Cuando aquello llegó á noticia del general, no pudo me- ólos de admirarse.

Los galones de cabo fueron su recompensa.

Sus heridas eran demasiado leves, y á los dos diíis ya es- taba al lado de sus soldados.

100 IlL honoi:

III.

Son las ocho de la noche del dia 24 de Noviembre.

El campamento eslíi entregado á un silencio solemne.

La acción que durante la tarde se ha sostenido, ha sido harto dura, y todos los soldados están dando algunos mo- mentos de tregua á sus afanes.

Solamente de vez en cuando, cruza el espacio el «alerta» de los centinelas, ó los ayes de algún herido que llevan al hos- pital de sangre.

Miguel en su tienda mira pasar las horas sin que el sueño haya acudido á sus ojos.

Mal cicatrizadas sus pequeñas heridas, con la tarea del dia se le han vuelto á resentir.

Pero sus dolores físicos no son nada en comparación de su sufrimiento moral.

¿Qué seria de la pobre Maria?

Acaso Andrés la habría dado la rehabilitación que nece- sitaba?

Y aunque así lo hubiese hecho, cual seria su conducta?

Y pensar que aquella mujer á quien lanío habia amado, no podía nunca pertenecerle.

Que buscaba la muerte para calmar sus dolores, y en vez de aliarla encontraba la gloi'ia.

¿Y de que le servia la gloría cuando no habia una mujer cuyas lágrimas de felicidad y cuyas miradas de amor, baña- sen aquella corona?

Pobre Miguel!... su padecimiento era infinito.

De pronto, la cortina de la tienda se alzó, y un soldado" dirijiéndose á Miguel, le dijo: Aquí le buscan. ¿Quién es, Giménez?

DE ESPAÑA. 107

Un voluntario que el coronel ha echado á nuestra compa- ñía.

Pues que pase.

Entró el voluntario, y á la débil claridad que esparcía la luz, miró el cabo al recien llegado, y un grito de sorpresa se escapó desús labios.

Andrés!... esclamó.

Querido Miguel! dijo Andrés. Y los dos primos se abrazaron con efusión. Pasados los primeros trasportes, preguntó Miguel.

—¿Y mi tia como está? y Maria?

Todas están rogando á Dios por nosotros con toda la buena de unas santas mujeres.

Y ahora que me acuerdo, me ha dicho Giménez que has sentado plaza.

Si, primo, contestó Andrés con un acento que contrasta- ba estraordinariamenle con el que en otro tiempo tenia, cum- pliendo con tu deseo, y apreciando tu delicadeza en lo que de- bía, hé hecho de María mi esposa, y el dia mismo de mi casa- miento he salido de Madrid.

Tú!... has hecho eso? preguntó Miguel cada vez mas sorprendido.

Cómo se conoce que estás acostumbrado á juzgarme mal, contestó con amargura Andrés. Siempre habéis visto mis de- fectos, y habéis tenido razón, solamente has podido hacer- me comprender la virtud y enseñarme el camino de las buenas acciones.

Calla, primo, no he sido yo, es que aun no estaba tu alma lo suficientemente viciada, para que se hubiese desagenado de los sentimientos de honor y delicadeza. Cómo habrán sentido las pobres mujeres tu marcha! ¿no es cierto? preguntó Miguel deseando dar otro giró á la conversación.

Mucho han llorado; pero al fin se han convencido de que hacia perfectamente.

Siguieron durante mucho tiempo las preguntas y las con-

Í08 KL HONOR

leslHcionos, y la luz de la aurora vino á sorprenderlos sin ha- ber dorinido ninguno de los dos.

IV.

Con íiiía atmóslera despejada amaneció el dia 2o que ha- bla de formar lan brillante página en la historia de nuestros triunfos.

A pesar de haber estado los dias anteriores molestados continuamente nuestros valientes por los moros, á las primeras horas de la mañana, dispuso el general Echagüe que se hicie- ra un reconocimiento sobre la embocadura de Sierra-Bu- llones.

Cuatro compañías de cazadores de Madrid, fueron las des- tinadas para ello.

Con el marcial desembarazo y el valor que domina á nues- tro egércilo, avanzaron decididos hacia el sitio que se les in- dicaba.

Pero un grueso pelotón de moros, que no bajarla de quinientos ó seiscientos, se presentó á impedirles el paso.

Entonces el resto del batallón, pasó á reunirse con sus compañeros.

Los moros fueron engrosándose por momentos, y en nú- mero considerable, se dirijieron con su algazara de costumbre sobre nuestras posiciones.

Su objeto, sin duda, era apoderarse de la batería del Ser- rallo.

Pero Echagüe habla ya previsto este caso, pues desde el monte del líacho, se le avisó que por la parte de Teluan se acercaban in Unidad de moros.

Acto continuo dispuso que el batallón cazadores de Madrid, se replegase hacia la izquierda del reduelo, y que uno

DE ESPAÍlA. 109

de Granada y el de Alcántara, fueran en unión suya á coronar toda aquella parte déla montaña.

Entre tanto, en la derecha se habia formado un cuadro por los batallones de Borbon, en cifN'O centro se colocaron algu- nas piezas de artillería.

Preparados de esta manera, esperaban impacientes la aco- metida de los musulmanes.

Blandiendo sus armas y gritando con todas sus fuerzas y en todos los tonos posibles, Aüah!... Allahl... Allah!... caye- ron sobre ambos costados.

Pero nuestros cazadores no arrojaron mas que una sola voz, pero enérgica y poderosa.

Viva la Beina!... digeron, y sin perder un palmo de ter- reno, resistieron impávidos el violento choque del enemigo.

Dos veces trataron estos de romper aquella muralla vi- viente, que á pesar de las bajas que tenia, cada vez se hallaba mas robusta y cada vez se defendían mejor.

Los moros también trataron de atacar al reducto de la Ma- rina, pero otros dos batallones fustraron su intento.

Al mismo tiempo que esto sucedía, el cuadro de la dere- cha era atacado con el mismo furor.

La lucha era horrible.

Fué tan bárbaro el empuge de los moros, y tal su cegue- dad que llegaron hasta las bocas de nuestros cañones, vién- dose obligados los artilleros que guardaban las piezas, á defen- derse con los atacadores y con todo lo que encontraban á mano.

Toda la división estaba en fuego.

Y en todas partes, donde mas peligro habia, allí estaba su digno general batiéndose como el primer soldado, y ocupando siempre el primer lugar.

Y el combate era cada vez mas encarnizado.

Se necesitaba el indomable valor de nuestros valientes, pa- ra resistir las violentas acometidas do los moros.

Por fin, el general quiso ya concluir aquella acción, por medio de un hecho brillante.

i 10 KL HONOU

l\Ian(lü rolroceder al cuadro de la derecha, sin perder la formación, ni el buen orden.

Los islamilas creyendo qne aquello era una huida, se lan- zaron sobre los soldados con nn inij)elu salva^íe.

Mas de pronto, el cuadro hace alio, se separan sus filas, y lorrenles de metralla se derraman entre los apiñados moros, cuya mortandad fué considerable.

Entre tanto, otra división habia ido por la derecha del cuadro, rodeándolos, y apoyado este movimiento por los bata- llones de Madrid, y Alcántara, los moros se encontraron cer- cados complelamenle.

Al convencerse ellos de su posición, no fué ya valor, fué el frenesí. la locura; y gumia en mano, trataron de abrirse pa- so por enmedio de aquellas filas de hombres^

La lucha cuerpo á cuerpo se presentó allí mas horrible que hasta entonces habia sido.

Nuestros soldados se echaron el fusil á la espalda, y na- vaja en mano, si acertados eran los golpes de los moros, mu- cho mas lo eran los de los españoles.

Los prodigios de valor no podian enumerarse.

El campo presentaba un cuadro sublimemente aterrador.

A los ayes de los heridos, y á los gemidos de los mori- bundos, se unia la gritería de los moros, el silbido de las ba- las, y el ronco estampido del cañón.

Los toques de corneta, las voces de los gefes, y los vivas de los soldados, lodo contribuía á dar á aquel terrible con- cierto, un aspecto, una armenia estraña y terrorífica.

V.

Todo el mundo se portó admirablemente en aquella jornada.

Desde el presidiario que trabajaba en las fortificaciones, y que con su pico, ó su azadón , se defendió como un bravo» hasta el general que atravesada su ropa por diversos balazos'

DK ESPAfÍA. 111

y herido en una mano, no se retiró, ni abandonó un momento su puesto, todos contribuyeron al mejor éxito del combate*

Si á narrar fuéramos todos los episodios, todos los hechos fabulosos que se verificaron en aquel dia, ni fuera posible enu- merarlos, ni nos bastarían muchos pliegos para consignarlos.

En medio de aquella lucha cuerpo a cuerpo, un robusto sectario de Mahoraa, cogió á un corneta de cazadores.

Era casi un niño, y el moro lo juzgó harto débil para em- plear sus armas contra él.

Se lo cargó al hombro diciendo: Ahí niño rumil... tu servir mucho para mí. Ahora te lo diré yo, contestó el valiente muchacho.

Y saltándole á los hombros, con una rapidez asombrosa, sacó la navaja y la hundió en el cuello de su raptor.

Andrés én unión de su primo se portó bizarramente. Separados ambos en medio de aquella confusión, se vieron cercados por cuatro moros, que agitando sus gumias gritaban como energúmenos. Nosotros cortar cabezas á perros. Y nosotros abrir barrigas á moros. Contestó AndreS; parodiando las palabras de los musul- manes.

Y diciendo y haciendo, tiró de su navaja» y fué tan acer- tado su primer golpe, que uno de ellos vaciló dio dos ó tres pasos y cayó al suelo cadáver.

Y el antiguo cajista , se volvió furioso contra otro que le habia herido en un brazo, y como había dicho antes muy bien, le abrió el vientre y lo dejó como á su compañero, sin necesi- dad de repetirle.

Miguel, molesto con su herida antigua, y otra que habia ya recibido, se defendía con trabajo de los moros, que aunque ya habían probado las bayonetas del fusil del cabo, no amen- guaban su furia.

Andrés no se hizo esperar mucho, así que se desembarazó de sus dos enemigos, dio un -salto, y navaja en mano, se dejó caer sobre los moros, que atacados por fuerzas iguales, no

112 EL no>0!i

puilieron sostenerse con ventaja y siguieron la misma suerte que sus hermanos.

En fin, en aquella fíloriosa acción, cada soldado fué un héroe, y la Europa atónita contemplaba la valentía do aque- llos hombres, dignos sucesores de los antiguos paladines de los siglos pasados.

Los moros, perseguidos sin cesar por nuestros soldados, y preíhiendo morir á rendirse, abandonaron el campo dejándolo sembrado de cadáveres, á pesar de los infinitos que reti- raban.

Echagüe dio la orden de alio, y los batallones se fueron rehaciendo y formándose para retirarse á sus puestos y des- cansar de las faenas de aquel dia tan memorable, no sin haber sobre el mismo campo de batalla, dado algunos premios á aquellos que mas se distinguieron.

VI

Alberto, al lado del general, hizo prodigios de valor.

Sil rewolvers y su sabio no estuvo ocioso un momento.

Herido al mismo tiempo que Echagüe, como él no p^nsó en retirarse.

Objeto constante de los ataques de una docena de moros, en los diversos puntos de la línea en que se encontró, allí mis- mo le persiguieron sus enemigos.

Tanta tenacidad, no pudo menos de chocarle.

Dos veces obligado á cambiar de caballo, por habérselo herido, se encontró por fin á pié y frente á sus perseguidores.

El combate estaba entonces en su mayor fuerza y encar- nizamiento.

Alberto no contó sus agresores.

Con el rewolvers en una mano v el sable en la otra, se lanzó sobre ellos.

Pero en los moros se veia una cosa estraíia.

\

l)l<: ESPAÑA. 113

Solamente trataban de parar sus golpes sin ínteHcion de herirle.

Mas el poeta no era hombre que le agradara semejante cosa.

Apuntó, y una de sus balas, dejó un moro tend'ido, y en» tre el liumo y la confusión, su sable tocó á otro que exhaló un rugido de dolor.

Furiosos los demás, variaron de táctica, y en vez de la defensiva tomaron la ofensiva, cayendo con rabia sobre Al- berto.

Este no rehuyó su ataque, herido nuevamente, no tenia ánimo de retroceder.

Entonces se adelantó uno de los moros, y dando un grito particular, los hizo retroceder.

Alberto estaba admirado.

Con la mayor sangre fria contemplaba lo que estaba pa- sando, y no se lo sabia esplicar.

Pero lo cierto fué que los moros retrocedieron.

El poeta, sin pensar en nada, les fue al alcance.

Y los musulmanes huian con el mayor desorden.

Y el sable del joven les iba picando las espuelas.

Y corriendo los unos delante del otro, se salieron completa - mente del cuadro de la batalla.

Alberto, que ulvidó la prudencia al perseguirlos, la recordó cuando ya era tarde.

Se encontró en una hondonada, donde nada divisaba mas que sierras y senderos tortuosos y escondido entre las breñas, y decidido á morir solo, pensó en vender todo lo mas cara que le fuera posible la vida.

Doblemente escilado por aquel lazo infame, movió otra vez la mano, y otra bala fué á conducir otro elegido al paraíso de Mahoma.

Los demás cargaron sobre el joven.

Este se resguardó contra una roca, y su sable empezó á girar con eslraordinaria rapidez.

Alberto estaba hermoso en semejantes momentos.

114 EL HONOFl

Afilados por el viento sus cabellos , manchada la ropa de sangre, encendidas las mejillas y brillanles los ojos, era un digno competidor de los héroes cantados por Homero. La lucha no podia ser mas desigual. Diez hombres atacando á uno.

Por dos veces el moro que hemo& dicho antes que dio el grito de marcha, «piiso detenerlos, pero era imposible. Los moros digeron: líntrégate, perro. Mas el poeta, dando una tremenda cuchillada, contes- taba: Un español, muere, pero no se rinde.

Y la lucha se prolongaba.

Y las fuerzas del ¡oven se agotaban por momentos.

Los mismos moros estaban admirados de aquella resisten- cia.

ÜH solo hombre habia muerto á cinco de sus compañeros y aun no hablan podido acabar con él.

Aquello era inconcebible.

Al fin Alberto comprendió que sus piernas no le podian sostener, y que su brazo iba á caer inerte soltando su sable.

En aquel momento, reuniendo las pocas fuerzas que le que- daban, se llevó el cañón del rewolvers a la sien. : Pero una mano mas lista que la suya, separó el aruia, y una voz harto conocida, murmuró en su oido: —Alberto!...

Miróla el poeta con asombrados ojos y articuló débilmente con un acento de angustia infinita: Julia!..,

Y como si aquello hubiese agolado todas sus fuerzas, cer- ró los ojos y cayó en los brazos de Julia, que era el moro que hemos visto dirijiendo el ataque contra Alberto.

Pronto, Alí, pronto, vosotros agarradle y conducidle cun cuidado, gritó Julia á los moros.

Los musulmanes, obedientes á aquella voz, envainaron sus gumías, cruzaron sus espingardas, tendieron sobre ellas sus

DE ESPAÑA. 115

bornuces y sus turbantes, y sobre aquel poco mullido locho lendieroB al pobre Alberto.

Desmayado este, y vertiendo sangre con abundancia, no tuvo conocimiento de lo que hacían con él.

¿A dónde vamos? preguntó Alí, volviéndose á Julia.

A Raast-el-Seric, á casa del judio Isaac; contestó esta en el árabe mas puro. '

Y la fúnebre comitiva se internó por las mas tortuosas seíi- das y por los mas deshabitados caminos, dirijiéndose al cita- do lugar.

H6

FX HONOR

CAPITULO XI

En (]ue so que Zolím, llnvado de su amor, kace una promesa

imprudente.

LEVANDO la muerte en el corazón, Zelini se separó de Zaárd.

El pensamiento de que no habla de ver mas á su amada, le volvía loco. Y al llegarse á convencer de aquella realidad, una idea horrible cruzó por su imaginación.

Primero pensó en matar á su amada y matarse él en se- guida.

Pero él no era musulmán en el fondo y no creía en el Edem del profeta, y por lo lanío, de todos modos perdía A la mujer á ffuíen adoraba con una pasión tan insensata.

DE ESPAÑA. 1Í7

Entonces pensó que quitando la causa no habría ya efecto.

Y la causa era nada naenos que el sultán, el magnífico y poderoso Sidi-Mohamed.

Pero era muy difícil llegar hasta él.

Y sin embargo, era menester matarlo.

Éste pensamiento se aferró en su imaginación y fué el que le hizo separarse tan bruscamente de Záard.

Y mientras la pobre niña en el fondo de su cama se desha- cía en llanto, su amante revolvía en el fondo de su imagina- ción mil pensamientos á «fual mas terribles.

Toda la mañana de aquel día, la pasó Zelím en el estado mas violento que puede imaginarse.

Por fin adopto una resolución, y mas adelante veremos el resultado que dio.

II

En la parte que se conoce bajo el nombre de Fez nuevo, está el palacio del emperador.

Su construcción nada ofrece de particular; no encontrare- mos en el aquellos primorosos alicatados, ni los esbeltos arcos de erradura, ni los calados agimeses de las Alhambras y Ge- neralifes.

Aquellos inteligentes alarifes árabes desaparecieron con les fastuosos monarcas granadinos.

El palacio del emperador de Marruecos en Fez, no es mas que un montón de edificios, donde además de las habitaciones para el emperador, sus mujeres y sus magnates, hay mezíjui- tas y jardines, huertas y baños, dominando todo esto una multitud de torres y minaretes.

Dada esta idea esterior del palacio, vamos á penetrar cnél.

Atravesemos los patíos en los cuales suele dar el empera- dor cuando reside en la capital sus mechuares ó audiencias públicas, pasemos una especie de cobertizo donde encentra-

1 18 \íl HONDH

rcnius el cuorpü ile guaidia del sullan, saldieiiK/f olro palio 011 cuvü ccnlro se halla una cobba ó habilacion cuadrada, lo- deada loda ella de alinoliadones en los que están sentados con las piernas cruzadas, los primeros oíicialos de la corle, espe- rando las órdenes de su señor.

Orgullosos y altaneros en su casa estos tiranuelos <le baja especie, doblegan su cabeza bajo el peso del mas infame ser- vilismo, ante la voluntad del poderoso Sidi-Mohamed.

Dejemos esta atmósfera de adulaciones, y salgamos á un jardín, que por lo bien combinado de sus cuadros, por sus pal- meras enanas, por el aroma de sus naranjos y limoneros, por la frondosidad de sus nopales, nos recuerda los pequeños oasis granadinos, y veremos dos cobbas que se alzan en los dos es- tremos deljardin.

En la una despacha el sultán los asuntos de la corte, en la otra suele respirar el ambiente perfumado de los jardines, as- pirando el humo de su pipa de oro y ámbar.

Sidi-Mohamed -el-Kalil está en conferencia secreta con el magnífico Sidi-Mahomed.

Con que dices que esos -perros cristianos se han negado á aceptar nuestras satisfacciones.

Sí, poderoso señor; Allah, sin duda, inspira á vuestra sa- biduría el arreglar esta cuestión por medios pacíficos, el santo profeta ha dicho que se evite la sangre hasta que no haya otro remedio, y vos cumpliendo con lus santos preceptos, tratas- teis de conciliar los insaciables deseos de la España, sin me- noscabar vuestra dignidad ni en desventaja de vuestro imperio.

¿Y qué hacen los españoles?

Han tenido un encuentro con los moros de Auggera y Raast-el- Serie.

Y nuestros valientes habrán castigado sin duda la audacia de los rumis? preguntó vivamente el emperador.

Al contrario, han sido vencidos, tal vez los altos juicios del Dios único é infalible tendrán dispuesta semejante derrota })ara probar nuestra resignación y nuestro valor, pues dema- siado sabéis que los esjjañoles, gente asalariada y coba^xle,

DK ESP.ViVA. 119

acostumbrados á la molicie y al lujo de sus ciudades, no han podido ponerse nunca en lucha, no digo con nosotros, que hi- jos del desierto somos tan inmensos como él, tan omnipotentes y tan numerosos como sus arenas, sino con otra nación cual- quiera de la Europa, contestó el primer ministro del sultán.

Si, tienes razón; pero lo cierto es que los de Auggera nos han puesto en un aprieto terrible.

¿Qué queréis decir, señor?

Que las discordias civiles que han precedido á mi subida al

trono y la guerra con esos franceses, valientes como condena-

* dos, tienen azas consumido mi Reital-mel, y que no me hallo

en disposición de sostener una gurra: cada año disminuye mi

tesoro y.., ^

Haremos una garrama ó contribución ostraordinaria y de ese modo podremos prepararnos para la nueva guerra. ¿No os parece así, señor?

¿Pero crees que es inevitable esa guerra?

Por desgracia, es inevitable. El cónsul de los españoles en Tánger se ha retirado ya, y todos los de las demás nacio- nes escepto el de Inglaterra, y este ya sabéis...

Te comprendo, Mahomed, te comprendo. Y qué pasos y que prerogativas has hecho? preguntó el sultán después de ha- ber cambiado con su favorito una mirada harto significativa al nombrar al cónsul de Albion.

avisado á los Moscandenes, Alcaides y Bajas de todo el imperio;] mandado reunir lodos los soldados de nues- tro ejército permanente, dado orden al gobernador de Tán- ger, Tetuan y oíros de nuestros principales puertos para que atiendan á sus fortificaciones, algunos amigos fieles se han en- cargado de secundar mis proyectos y creo que con los buenos creyentes que pueblan nuestro vasto' imperio, los españoles se arrepentirán, aunque tarde, de haber provocado la cólera del léon africano.

Bien, Mahomed; veo con el mayor agrado que eres un íiol servidor. ¿Y de armas, como eslán mis Iropns, y mis fuerzas y mis fortalezas?

120

i:l ho.noh

Nuoslros buenos nmíf/os nos prestarán su ayuda, y nues- tros soldados oslarán armados á la altura y con mayor venta- ja que los nazarenos. Además, he pensado, salvo vuestro pa- recer siempre acertado y justo, formar un cuerpo de tropas al mando de vuestro hermano el poderoso apoyo del Islam Sidi- Muley-el-iVbhas, (pie colocándose en laconlluencia de los dos caminos que conducen á Tánger y Totuan, pueda acudir al socorro de cualquiera de los dos puntos, en el caso de que se vean alocados por los españoles.

¿Y te parece que mi hermano no nos hará traición?

:En otra clase de guerra, no me hubiera parecido conve- niente confiarle semejante mando, pero en esta, en la cual el fanatismo es el todo, vuestro hermano, á quien se considera como uno de los mas inspirados santones de nuestra raza, es un gran jefe á quien seguirán frenéticos en los combales y cu- yo acento los entusiasma doblemente.

Bravo Mahomed; y los españoles no han dado mas cora- bate que ese de que me has hablado?

iNó, poderoso señor, según lo que he sabido fué el Ergit- Sebaatáse-Setumbere (1) el único en que los españoles hicie- ron alarde de sus fuerzas, desde entonces acá asustados ellos mismos de su audacia, han permanecido encerrados en los muros de Ceuta y creo que están reuniendo tropas que huirán indudablemente á la desvandada al ver tremolar ante ellas el rojo estandarte del profeta.

Allah Fuxe AKebur (2) dijo Sidi-Moharaed con profunda unción religiosa, y él solo como padre liel de todos los cre- yentes no desamparará á sus hijos. Y ahora dime, ¿sobre qué te parece que echemos esa garrama estraordinaria?

' Pidamos un nuevo Djazia (5).

Pero eso en todo caso no podrá aumentar nuestro tesoro mas que en algunos millares de Baind' Ki, ducados.

(1) Dia 17 de Setiembre.

(2) Solo Dios os grande.

(^) Conlr¡l)uc¡on de los judíos.

1>B ESPAÑA. i2Í

—Es qiio también aumentaremos la conírihncion sobro el B^sb-el-derab (acuñación de moneda) se subirán los Auaid quimrug (derechos de aduanas) y aumentaremos el Hadaia (regalos que hacen los que piden audiencia), y aumentadas un tercio todas estas rentas, nos darán nueve ó diez millones del UKiafi (1).

Y crees que tendremos bastante con eso? preguntó Sidi- Mahomad un tanto mas tranquilizado al ver que no tenia que hacer una sangria muy grande á su tesoro.

Creo que sí, señor, ademas que ya sabéis los socorros que esos aliados nos han ofrecido por medios indirectos y con- tando con ellos, con los nuestros, y tal voz con algunas disi- dencias ó inconvenientes que se le pongan á la España para entorpecer sus operaciones, indudablemente triunfaremos sin grandes desembolsos y sin pérdidas graves.

Bien, Mahomedj quedo completamente 'satisfecho de tu celo y Allah sin duda te ha dado esa profunda sabiduría para el mejor gobierno del Mogreh-el-AKsa (2).

Elige entre las mujeres de mi harem, las que mas te agra- den, alli encontrarás negras puras de la Albisinia, mujeres de la costa de Levante, capaz de hacer desfallecer de amor al mas austero morabitho de mi imperio, elige en mis caba- llerizas, los corceles que mas te agraden, pideme cuanto quie- ras y todo me parecerá poco para pagar la fidelidad con que me sirves.

Sidi-Mahomed hizo tres profundas mías ó reverencias y contestó inclinando con modestia su frente:

—Gracias, poderoso Sullan, mi único deseo es serviros co- mo serví á vuestro padre, el magnífico, el infalible, jMuley- Abderrhaman y mi sola recompensa al oir de vuestros labios la complacencia que os inspiran mis servicios. Mahomed-el-Katib conocía demasiado á su señor. Sabia perfectamente que todos aquellos regalos, que todos

(1) UKias, monodarlo plata oquivnlontc un roal.

(2) Imperio {\o Marruecos.

10

i 22 KL IM)N()R

a(|ii('llos proscntos que en iin momcnlo (Kí complaconciu lo hi- (Mrra, so los arrcbalaria el d¡a en (jue le pareciese qitc ya liabia (lado haslanlo.'

Muchos cjeniplos de esto se habían visto en la corle de S. M. uiarro(iuí, y el primer ministro no quería que llegase; este caso.

Largo ralo siguieron hablando todavía do diví^rsas cues- tiones políticas, y combinando los medios jiara poder resistir con mas ventajas á los españoles, y al cabo de ellos, abandomi el favorito el palacio imperial para ir é dar las disposiciones que habia sometido á la aprobación de su señor.

III

El sultán quedó solo.

El aburriliiiento, ó mejor dicho, el fastidio, domina á los árabes tan poderosamente casi como el »^/9/(?(??¿'á los ingleses.

Cansados completamente de los placeres materiales del sí?r^ rallo, saturados, si se nos permite decirlo asi, por las volup-' luosidades de todos géneros en que se aduermen, llegan á cierta edad y todo les causa tedio. -'! ' < ' ' ''

Las mujeres, hermosas en su mayor parle, puesta? siempre al alcance de su mano, les astian por la misma facilidad con que las consiguen.

El café y el tabaco, cuya embriaguez les absorve algunos momentos, los entontece, y mas bien ya lo toman por costum- bre que por deseo. f'í'í'- ' '

El poderoso sultán de Marruecos se fastidiaba sob'df^'na- raente.

Fijos los ojos en el abovedado techo de su cobba, estaba entregado »i uno de esos sueños sin objeto, en los cuales se mira sin ver y el pensamiento se paraliza completamente.

El tapiz persa, que cubríala puerta de la estancia, se alzó, y uno de los oficiales de su servidumbre apareció en ella.

DE ESPAÑA. 125

Sidi-Mohamed despertaba de aquel estasis sin forma ini objeto, se volvió con un semblante asaz, malhumorado; y preguntó al oficial: ¿Ouién te ha mandado entrar, Ben-ííaschem? El alcaid Zelim-ell-Mokar desea veros con urgencia. - —- Zelim!... dijo sorprendido el sultán, que entre. Momentos después penetraba el joven en la estancia. El emperador no pudo menos de reparar en la tristeza y el dolor que espresaba el semblante del joven.

¿Qué te sucede, mi buen alcaid? le [)regunto con lin tan- to de afecto Sidi-Moaamed.

—Una gran desgracia, poderoso señor de los creyentes, con- testó Zelim haciendo una profunda zalá.

¿Una desgracia?... qué, te han robado tus armas, se ha muerto tu yegua favorita?...

—Esa pérdida seria insignificante al lado de lo que me su- cede.

—¡Qué otra cosa puede haber que cause ñias pena á un fiel hijo del Islam, (}ue la pérdida de sus armas ó la muerte de su caballo?

La pérdida de la mujer á quien se ama; contestó con ar- ranque el joven. Pues qué, te han quitado alguna esclava de tu harem? Están muy próximos á quitármela, señor, Y qué hace entonces tu yatagán en tu cintura? ^^^Ahl plugiera a Allah, que mi yatagán pudiese calmar mi angustia.

No te comprendo, esplícate Zelim, quien es la persona que- trata de arrebatarte á tu amada? Vos, señor.

Yo!... por el santo profeta que no se como no llamo a mis chaoufis (verdugos) para que te empalen, gritó el sultán al- zándose colérico de los almohadones en que se hallaba sen- tado.

Zelim esperó que se calmase algún tanto el furor de su due- ño, y en cuanto vio la ocasión oportuna, le dijo:

^24 '-*• IH)NOft

Cdlmaos, bcnor, pordüiiad á vuestro humilde «iervo, si no ha sabido esplicarse de manera que vuestra sii[jerior inteli¿3^eü- cia le comprendiese.

La esplosion de Sidi-Moliamed se habia apaciguado ya, y con voz mas serena le dijo áel alcaid.

—Vamos, esplicate de uu modo que yo pueda compren-

derte. Raab-cl-Melik, os ha hablado de una sobrina que licne,

hija de Suleyman, su hermano.

-^§í; y por cierto que tanto me han ponderado su belleza que va tengo ganas de verla en mi harem.

Zelim llevó la mano á la empuñadura de su gumía, y una nube sangrienta cubrió sus ojos; pero pudo dominarse, y con acento algo trémulo todavía, dijo al sultán:

—Pues de esa mujer es de la que yo os hablaba, señor.

—¿Con que según eso, la amas? le preguntó el emperador frunciendo estraordinariamente el entrecejo. -

—Con delirio, como Meriem-Bent'-Amra (la virgen María) adora al Dios único y grande.

—¿Y cómo lú, miserable esclavo, te has atrevido á poner lus ojos en la mujer que se destinaba á tu señor? preguntó coa un acento estraordinariamente colérico el sultán.

—Es que yo la amaba mucho antes de que su ambicioso tio Raab-el-Melik os la destinara,

—Y desde el momento en que lo supiste, por qué no respe- taste la mujer que yo deseaba?

—¿Por qué las caravanas atraviesan el gran desierto, sa- 'biendo que suelen encontrar muchas veces la muerte en sus abrasadas arenas? porque no tienen otro remedio.

—¿Y qué quieres decirme con eso? preguntó el iracundo musulmán.

—Que yo no he podido dejar de querer á Záard, porque mi alma m) podía dejar de hacerlo, porque Záard es mi vida, y el día en (pie entre en los salones de vuestro harem, será el ülli- mo de mi existencia, porque ya que no pui'da clavar eu vucs-

DE ESPAÑA. 125

tro seno la hoja de mi gumia, la abriré paso por mi seno has- la mi corazón.

Miserable perro!... gritó Sidi-Mohamed en el colmo de la furia y desnudando la hoja de su corbo yatagán.

Herid, señor, dijo Zelim con valentia, separándose el haih que cubría su pecho.

Aquel movimiento desarmó la cólera del señor.

Habla tanta nobleza, tan gentil desprecio de la vida, tanto valor, que Sidi-Mohamed, en medio délo poco que comprendía los sendmiontos del honor y la delicadeza, no pudo menos de .admirarse.

Su yatagán volvió, aunque lentamente, á esconderse dentro de la rica baina recamada en pedrería.

Zelim esperaba tranquilo su resolución.

El emperador rompió el silencio diciéndole:

Y bien, ¿qué es lo que quieres?

Mi amado señor, pedidme en cambio cuantos sacrificios haya en el mundo, cuanto queráis; pero concededme la joya mas preciada que hay para mí, que es Záard.

La propuesta del joven impresionó un tanto al sultán.

Comprendió que aquel amor inmenso se podía esplotar en beneficio suyo.

El amante de la joven era materia bien dispuesta , y nada se perdía en aceptar su oferta.

El pensamiento que mas le preocupaba era la guerra de los españoles.

Si estos perdieran al caudillo que los guiaba, indudable- mente se desalentarían. ' nitil..' ..-.,.<./. 'U . ,

Y aceptando la oferta de Zelim, podía darle esta comisión.

Y como había mas probabilidades de que fuera cogido y muerto por los cristianos, quedaba libre del compromiso, y lu encantadora Záard era suya Icgílimamente.

Que sucedía lo contrario, que Zelim conseguía su intento y le desembarazaba de un enemigo poderoso, mejor que mejor;' bien se podía perder una mujer, por haber conseguido tan bri- llaplc triunfo sobre los nazarenos.

Oc lodoH Tiiodos ól srtiia ¿ganancioso, y la pérdida en lodo caso oslaba suíicienlemenle compensada.

El pensamionlo Oíj;o¡sla y calculador del sultán, compren- 'dió lodo oslo, y al cabo do ivli;unos moinonlos de rcllexioii, dijo á su alcaid (|uc cs[)eraba con viva impaciencia su reso- lución.

Y dimc, que si yo le cogiera la palabra, ¿le alreverias á hacer lo que yo le mandase?

Por conseguir á mi Zaard, soy capaz no digo de todo lo posible, sino hasta de lo ijnposible.

Te advierto que lo que le voy á proponer {)uede tai veíj^ coslarle la vida.

Mejor que mejor, después de muerto no vwé á mi adora- da en los brazos de olro, aunque ese otro seáis vos, señor.

Bien; puesto que tan dispuesto le hallas, voy á docirle lo que exijo de li.

—-Hablad, y yo a-nlecipadamente os juro por el santo pro- feta que nos oye, y por el Dios altísimo que nos está mirando, á cuya sagrada Aaa^a de la Meka, dirijo mis miradas en esto momento, que haré cuanto me mandéis, aunque en ello en- cuentre la muerte.

Y Zelim, volviéndose hacia Oriente que es donde existe la famosa mezquita, tendió la mano derecha, haciendo con U ma- yor solemnidad el juramento.

¿Tú sabes que los perros cristianos se han atrevido á de- clararnos la guerra?

—Si, poderoso padre de los buenos creyentes, y lambi'cn que los valerosos sectarios del Islam llenen caballos veloces como el Simoun, y espingardas que lanzan balas mas certeras que las de eáos infames ründs.

líravo, Zelim,' veo en uno de los elegidos por el (|ueridó del señor, ( Mahoma) pues bien; los cristiunos tendrán un jéfé que los dirija, ¿no es cierto?

. Aunque no tienen un talento tan sublime como noáolro^ los musulmanes, no dudo (jue lo tengan.

I)K KSl>AilA, 127

Pues si OSO es así, su vida es la que necesito; eso es lo que exijo de tí.

¿Y en cambio?...

Te prometo que Záard quedará en su casa hasta tu vuelta.

Pero... dijo Zeiira, á quien repugnaba bastante semejante comisión.

Nada, tu lo has jurado, ó me traes la cabeza de ese na- zareno, ó mañana viene tu Záard á aumentar el número de mis mujeres.

Durísima era ía alternativa, y antes que perder á Záard, estaba el alcaid dispuesto á todo.

Acepto, dijo con voz tranquila, tendréis lo que deseáis.

Y yo te doy en prenda de mi palabra mi haik y mi ya- tagán.

Y quitándose de los hombros el magnífico jaique de finísi- mo lino blanco, y descinéndose el arma, pasó ambas cosas á Zelim, diciéndole:

Desde hoy, diré á los morabithos que en sus oraciones mezclen algunas por el feliz resultado de tu empresa.

Tendréis lo que deseáis, señor, contestó el joven, que Allah os premie por vuestra condescendencia.

Que él te aliento y te ayude, le dijo el sultán. Momentos después volvió á quedarse solo en su cobba, el poderoso emperador de Marruecos, muy satisfecho de la bue- na idea que había tenido.

Iji l!'l;l¡

128

F.L HONím

CAPITULO Sil.

En quo ol autor por complacer á muchos de sus lectorías va, á olvidarse de la novela en algunos capítulos para dedicarse esclusivamente

á la guerra.

OMPRiíNDEMOs la grati irapacioncia qiio ol público en general, tiene hoy poi- saber noticias de los valientes que pelean por el decoro do la patria, y ya que casi-nos hemos puesto al nivel de las acciones ó encuentros que hasta ahora han tenido los españoles, seguire- mos desde ahora los hechos tal y como se vayan sucediendo. Ademas también daremos descripciones de los lugares, cos- tumbres y usos de ese pueblo en el cual vamos á pendrar, y que nos es necesario conocerlas para esplicarnos muchos de sus ardides y muchas de sus acciones.

VISTA del campamenlo y posiciones españolas en la falda de sierra Bullones, lomadas desde los al- tos del Otero.

l,Campamonlo del 0tero.-2, La Mezquita.— 3, El Serrallo.— 4, Campamento del primer cuerpo del c¡ército.-3, Casa del Renegado.- 6, Re- duelo de Isabel 11.— /, id. Francisco de Asís.— 8, Id. Principe Alfonso.- 9. Sierra Bullones.

Í)K ESPAÑA. 129

Si anteriormente nos liemos detenido algo en algunos ca- pítulos, y en la creación de algunos personages, ha sido por- que teniendo nuestra obra novelesca la forma, aunque su fon- do histórico, nos hacían falta algunos personages fabulosos á quienes pudiéramos achacar los hechos positivos que sucedie- ran en el teatro de la guerra.

Esto ya lo hemos hecho, y dejándonos de digresiones, va- mos á seguir la marcha y los adelantos de nuestro ejército.

II.

La acción del dia'25 resonó en el fondo de toda España.

De todas partes se exhaló un grito de entusiasmo, y un himno de alabanzas al intrépido general, que secundado por sus brillantes tropas, habia alcanzado una victoria tan sobre- saliente.

Es cierto que nuestras pérdidas fueron mas grandes y ran- cho mas dolorosas.

Pero los mártires muertos, trazaron á los vivos la gloriosa senda que hablan de seguir.

Los hechos de aquel memorable dia, las acciones parciales escitaban el entusiasmo general.

El valiente y malogrado Ochotorena, que cargó dos veces al enemigo con dos compañías de cazadores de Madrid, com- pañías que bajo los mortíferos fuegos de los musulmanes vie- ron caer, además delescesivo número de soldados, casi lodos sus jefes, escepto un subteniente que solo á un milagro debió su salvación, pues dos veces estuvo cogido por los moros y dos veces pudo escaparse.

¿Quién podrá olvidar las palabras que Ochotorena pro- nunció?

Nadie, al caer herido de suma gravedad, se incorporó con una fuerza sobrehumana, y volviéndose á sus soldados, les gritó:

47

1.")0 VA. II0N0I\

Soldados! viva la Hoiiia!...

Y cuando a(|iiollas compañías aterradas piu* 1% muerte de sus jefes, diezmadas por las halas africanas, y sin saber qué liacer, emptv^iban á vacilar, un hombre, inspirado por el Díoí; de las batalhís, se adelanto y se puso delante d(í ellas.

lüa don Manuel iMombrado, el capellán del batallón.

Puesta la estola, y empujando una carabina de uno de los muertos, gritó á los soldados (|ue empezaban á titubear:

Soldados!... los vivos (juedan para vengar á los muer- tos!... adelante, y viva la Reinal...

Y él á su cabeza se lanzó sobre los moros, (¡ue aterrados á su vez, ante el empuje de aíjuella carga, huyeron á la desban- dada.

¿Quién olvidará al batallón de cazadores de Alcántara, que en gI boquete de Auggera estuvo todo el dia sufriendo el hor- rible fuego que los musulmanes les estaban haciendo desde las cañadas inmediatas, y que impávidos, serenos » no dieron ni uq paso para retroceder, ni hicieron la mas mínima demostración de terror al ver aquellas grandes masas de moros caer sobre ellos con la mas espantosa gritería.

Y tt)dos, toda la división se portó con una valentía que po- drá tener imitadores, pero superarla, nadie.

á referir fuéramos hechos parciales, hechos que nosotros hemos visto y otros que hos haa referido, . no acabaríamos ja- más, baste decir á nuestros lectores, que la acción entera fué un solo episodio heroico.

in

Enterado el general en jefe de lo ocurrido, y compren- diendo que era imposible dejar por mas tiempo á aquella di- visión abandonada á sus propias fuerzas, eu un terreno en que todo les era hostil; y en el (|uc las calenturas, efeclo de la hu-

DE ESPAÑA. 131

metlad del terreno, se habían desarrollado eslraordinariamen- te, se dispuso á volar en socorro de sus compañeros.

Efectivamente; el sábado 26, se embarcó á las once de la noche el general O'Donnell, en el puerto de Cádiz, y al diü siguiente á las ocho de la mañana, desembarcó en Ceuta.

Al presentarse en el campamento, el frenesí de las tropas rayaba en delirio.

Todos veían en él al valiente caudillo que en cien combates había de dar infinitos días de gloria á la España.

Kl general se informó del estado de los heridos y enfermos, recorrió las posiciones, se informó minuciosamente de todo y estableció su cuartel general en el sitio denominado el Otero. Dispuso inmediatamente que se aligerasen los hospitales de Ceuta, conduciendo los heridos que por su estado lo permi- tiesen, y los enfermos á Cádiz, Málaga y Algeciras

Al mismo tiempo, salía para Málaga la orden para que se embarcara inmediatamente el tercer cuerpo del ejército.

El general Prim, con su división, no bien llegó á Algeciras, se embarcó también, y todo anuncíiiba que se trataba de prin- cipiar las operaciones en grande escala.

El segundo cuerpo del ejército, que estaba en Cádiz y sus inmediaciones, se embarcó también con el general en jefe, y con él llegó á Ceuta.

Se estendieron mas nuestras lineas, y so fortificaron con- venientemente, y todo el ejérciio esperaba con suma impacien- cia las órdenes para entrar en combate.

Se dispuso un reconocimiento hacia Tetuan por la parte de la costa, el cual no dio mas resultado que algunos tiros que por ninguna de las dos partes causaron bajas.

Al día siguiente, el general en jef3 pasó otra vez á ver nueslras avanzadas y á reconocer las posiciones del enemigo.

Entonces pudo observar íjue por la parte de Auggera se corrían una infinidad de moros hacia la vSierra-Bul Iones.

Inmediatamente tomó el conde de Lucena sus medidas pre- paratorias para un caso de ataque, disponiendo al 'uismo tiem- po un movimiento avanzado contra el enemigo.

i 52 EL HONOB

Pero cslí» se dodicü oscliisivamenle á observar, y sobre las alias y lejanas cimas de la sierra, establecieron sus tiendas, que ocupaban una eslension considerable, y allí pasaron la noche.

Vistas de lejos las tiendas de los moros, que apaiecian y desaparecían entre las desigualdades del terreno, ó que se perdían entre aquellos bosque; y cañales en las faldas délas sierras, era un espectáculo encantador.

Nuestros soldados redoblaron su vigilancia, y con harto fundamento, esperaban que al dia siguiente tendrían que ha- bérselas con los islamitas.

La noche se hizo demasiado larga para su impaciente deseo.

Toda ella no cesaron de mirar á la sierra en la que se veían brillar de vez en cuando las hogueras de los musulmanes.

Apenas amaneció , todas las miradas se fijaron en aquel sitio.

Medio envueltas por las brumas de la mañana, allí se veían las tiendas.

Pero su gozo fué de poca duración.

El enemigo levantó su campo y desapareció.

Nadie podía esplicarse esta marcha tan súbita, cuando allá alas doce de la mañana, el vigía del Hacho avisó la aproxi- mación de considerable número de moros, con ánimo, sin duda, de atacar otra vez al reducto de la derecha y demás puntos avanzados.

Efectivamante, estos no tardaron en presentarse, ocupando lina línea inmensa, y que demostraba que llevaban formado 'algún plan estratégico.

Efectivamente, quedó esto demostrado al ver que solo tra- taban de llamar la atención por aquel lado, para después caer como lo verificaron por el camino de Auggera.

El general en gefe, se situó para dirijir la acción con mas acierto, y para animar mas á sus soldados en el reducto de Isabel II, que era el amenazado por los infieles.

La división Gassel (jue era la que mandaba Echagüe, y (jue

DE ESPAÑA. 133

por su herida tuvo que dejar, fué también á ia que le cupo la gloria de esta jornada.

En una altura á la derecha del reducto del Norte, se colo- có una batería de doce piezas delante de la cual, formó parto del regimiento de Borbon.

Una masa informe de enemigos, se lanzó sobre aquella ba- ila de bayonetas, que replegándose á derecha é izquierda al dar un viva á la Reina, el general O'Donnell, presentó á los feroces musulmanes, las doce bocas de las piezas que empezaron á bo- milar sobre ellos torrentes de metralla.

Al mismo tiempo el resto de la división, les cortaba com- pletamente la retirada.

En aquel instante se les intimó la rendición, pero los mo- ros creyendo deshonroso el entregarse, se negaron, y nuestros soldados recibieron la orden de cargarles, con el ansia de unos hombres que desean vengar á sus compañeros.

Aun tenian presentes los horrores, y los martirios inmensos que dieran á los soldados que cogieron desprevenidos en la acción del 25, y su furia al lanzarse sobre aquellas hordas api- ñadas era indecible.

Otra vez se les ofreció la vida si se entregaban y otra vez la rechazaron.

Entonces comenzó una escena horrible, que la pluma no puede^ no sabe trazar.

Sobre aquellos pelotones caia la metralla sin cesar, mien- tras que por entrambos flancos, y por la espalda eran cargados con ímpetu á la bayoneta.

Los moros se defendían con un valor desesperado.

Una porción de veces trataron de romper aquel círculo de hierro que los oprimía, pero; en vano, los huecos que dejaban los soldados que caían, eran cubiertos instantáneamente, y los musulmanes seguían cayendo en montones como las espigas corladas por la segur del labrador.

Por íin, nuestros soldados dejaron un paso abierto algún tanto, y los iníieles se dírijieron hacía la punía del León, ater- rorizados complctamenle y en el mayor desorden.

15Í KL FlONOn

So (lió lii órilcii (le porsoguirlos, y como por alli no lonian mas remodio (|ii(í Urarse al mar ó caor en las bayonelais de los cazadores, la matanza fué horrorosa , piKis al^íun ciento de ellos qne se arrojaron al mai', encontraron en sus aguas la misma muerte de que iban Huyendo.

La primera división que fué la única (|uc lomí) parle en es- ta memorable acción, se portó como ya se liabia portado en las anteriores.

\ln esta especialmente habia también dos motivos muy po- derosos para escilar doblemente su va[or.

Tenian que vengar á sus hermanos, victimas de la criieU dad de los musulmanes, y su general en gefe los estaba mi- rando.

estuvieron á la altura de los dos deberes que tenian qua llenar.

En la matanza de los moros, debemos decir para que nunca se crea que nuestro soldado se ensangrienta sobre el enemigo vencido, que no dieron nn paso para cargarlos hasta que se negaron aquellos á recibir el perdón que se les ofrecía en cam- bio de su rendición, y además, porque los moros al verse perdidos, ya no eran hombres, eran fieras, que á golpes, á ara- ñazos, á bocados, se batian desesperadamente con nuestros valientes.

Muy corlo fué el número de los que pudieron escapar, y que trémulos y estraordinariamente asustados, fueron á lle- var á Muley-el-Abbas la noticia de la derrota (|ue hablan su- frido.

Y tanto mas les desanimó esta derrota, cuanto (jue el mo- rabitho de Ain-Dalia, á quien teni'an una veneración profunda» y al (|ue llamaban Al-Malah-Ebb-Viunca, (ángel del cielo) les habia vaticinado con inspirado acento que acjuel dia derrota- rían á los cristianos.

Kn cuanto á desciipciones de hechos particulares, es im- posible saber á punto lijo los ciertos y los que no lo son, pues se dice tanto que no es verdad, que desde luego no diremos mas que a(|ue!lo de que tengamos uira. seguridad completa,

DI' ESP AÍNA. 155

bien porque io hayainos visto, ó bien porque lo hayamos ciclo á personas á las que podamos dar entero crédito .

No podemos menos de hacer una mención muy honorifica de los confinados que trabajan en las obras de fortificación, y que en todas las acciones se han portado como si quisieran borrar con su proceder de hoy, las manchas que habia en su vida de ayer.

Nosotros hemos visto á uno de estos desgraciados, lan- zarse con un fusil que recopiló, sobre unos moros que estaban martirizando á un soldado herido, y de un culatazo, derribar á uno, herir á otro con la bayoneta, poner en fuga á otro, y cargar con el herido, que después dejó en el hospital, habiendo recibido una herida en su brillante acción.

Este proceder, por parte de semejantes infelices, no ha podido menos de llamar la atención del general en jefe, que ha rebajado á algunos la condena y que los premia del mejor medio posible.

fíechos como el que acabamos de referir, ya de un soldado que cae moribundo, esclamando en aquel instante supremo, que muere contento porque ha matado dos ó tres moros, ya el de otro que quiere apoderarse de las armas de un moro, y lucha y relucha con él, y caer al suelo ambos heridos, y que en una de las convulsiones de la agonía consigue instroducir á su con- trario la afilada punta de la navaja en el corazón, dejándole cadáver, y al coger, por fin, las codiciadas armas, muere él también apretando convulsivamente aquel objeto precioso, re- tratándose enérgicamente en su fisonomía cadavérica, el gozo por haber conseguido lo que se proponía, tenemos á cientos en nuestras victorias, y ya nos hemos acostumbrado á mirar- los como una cosa natural en todas las acciones que sostienen los españoles.

O'Donnell, con su mirada perspicaz, habia observado du- rante toda la batalla, los que mas se hablan distinguido, y allí, sobre el mismo campo, en aquella tierra humedecida con la sangre de algunos de ellos, recibieron las recompensas debidas á su valor v heroísmo.

Lii rolirada de los moros iicabó la acción.

Se (lió la orden de retirada, y al cabo de aliíun tiempo, todas las tropas volvían á sus cuarteles, pues si bien solo el primer cuerpo fué el que entró en fuego, las demás divisiones estuvieron también dispuestas y ocuparon las posiciones mas convenientes para favorecer, si era necesario, á sus compa- neros.

Tal fué la acción del dia 30 de noviembre, con la cual inauguró el general en jefe su entrada en campaña.

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DE ESPAÑA.

137

CAPITULO XIII.

Breves noticias sobre El Mogreb-el-AKssa (el imperio de Marruecos) su política y medios de defensa.

I.

L imperio de Marruecos, es una vasta reunión de provincias que ocupan una eslensa superíicie de carca de 260,000 kilónielros.

Su situación geográfica es entre los 10" y 15 de longitud O, y los 28 y 50 de latitud N.

El monte Zadla lo separa de la Argelia por la parte del Kste, y el Occeano por la del Oeste, estando limitado por la del Sud por el gran desierto, y en el Norte por el Mediterráneo y el Estrecho.

Su población exacta, no se ha podido saber fijamente, pero

ib

158 EL HONOR

sogiin los dalos m.is aproximados, se la gradiia; en 8.o00,0í)() iiahilanlcs en la forma sigiiionlc:

Ik^reberes ó afnarcigas 2.300,000; XÜoes y susics 1 .450.000; Árabes puros y beduinos, 740,000; meslizos é ¡nda¡as5.5oO,000 hebreos y carailas 559.000, cristianos 500; 200 renegados y 120,000 negros del Sudan y Felano.

Hasta el año de 1051 dominó en marruecos la raza de los almorávides.

En esa época pasó el imperio a los califas Falimilas á quienes sucedieron los almohades, los merinilas hasta que en 1516, entraron á reinar los Muley, que se tienen por descen- dientes del profeta Mahoma.

El imperio se halla divido en cinco grandes provincias de las cuales, hay tres á las que se les el nombre de reinos.

Fez, Marruecos, Sus, Daiah y Tafilet son las provincias, y el número de tribus errantes que vagan por todos los lados del iMogreb, es infinito.

Sus rios principales son el Luecos y el iMorbea que recor- riendo una estension de cuarenta ó sesenta leguas, van á de- sembocar en el Occeano, el Bu-rugel, el Sebuc y el Bady-Drah (jue se á perder en las arenas del desierto con el Zin y el Fil-eli.

No todas las tribus que pueblan el imperio reconocen la au- toridad del Sultán.

Hay infinitas que no tienen mas gefe que el que ellos nom- bran para su tribu, y que generalmente reciben á balazos á los hokari del emperador cuando van á cobrarles la garrama ó contribución.

De las tribus dependientes de Marruecos las de mas impor- tancia son la de los Uled-aomel-ben-hrain, Uhd-ali-ben-talha, Uled-azuz, Ben-ibuhandum, y los Ben-inmathar.

Kn la parte occidental del imperio, se eslentle de Norte á Sur, sobre una superficie de unas treinta leguas cuadradas, los dominios de Ilerjach-Maymon, el rey de las kabilas de Ka- laya, y jefe ó cabeza de la de Bcni-Zinissen.

Estas tribus, á pesar de pagar con la mayor puntualidad

DE ESPAÑA. 139

SUS impuestos, se gobiernan independíenles, gracias al genio raililar de su jefe y á al ejército que ellas pueden poner en pié de guerra, pues sus habitantes no bajarán de sesenta mil, y sus fuerzas de guerra, en circunstancias dadas, pueden su- bir hasta 25,000 combatientes, que mejor disciplinados y me- jor dirijidos, han derrotado mas de una vez á las tropas del emperador.

Herjacha-Maymon, es el que dirime generalmente todas las cuestiones que dividen á las otras tribus sus vecinas, y su fa- ma llega de uno á otro lado del imperio.

El Riffy ó El-Sali-el, es una vasta región montañosa que recorre á lo largo del Mediterráneo una estension de trescien- tos kilómetros de longitud, sobre una anchura de sesenta.

Su derecha está formada por una serie de montañas que van á unirse con las de Argel, y nada mas pintoresco que su parte izquierda, esmaltada de bosques, valles y colinas, en los que crecen los olivos, los naranjos, los aloes, los dátiles, las palmeras enanas y otra infinidad de arbustos.

Millares de arroyos trasparentes, sirven de movible espejo á tan rica vegetación, y la naturaleza virgen y hermosa, osten- ta por todas partes sus bellezas y sus encantos.

Los bereberes ó berberiscos, descendientes de los moros que arrojaron las huestes castellanas de nuestro suelo, reuni- dos en tribus, pueblan aquella basta región.

Tribus nómadas y errantes, plantan sus tiendas en cual- quier parte, dejan pacer libremente sus ganados, y cuando quieren, ó los pastos se les concluyen, levantan su campo pa- ra ir á establecerlo en otro punto.

Todas estas kabilas, no reconocen autoridad ninguna, y por lo tanto, lodos lovS tratados que ^1 sultán celebra con Espa- ña, son irrealizables, pues los riffeños se burlan de ellos*, hos- tilizando sin cesar nuestras posesiones.

Los berberiscos riíTeños, apegados aun á sus antiguas cos- tumbres, aborrecen toda idea de civilización con que la Eu- ropa les brinda, y sin mas ley que su ca[)richo, aprovechan cualquier ocasión que se les i)resenla, para robar y asesinar

140 EL HONOR

á los infolicos náufragos qiio la mar arroja en sus ¡nliospilala- rias costas, y para hacer lodo el daño posible á los crislianos, á (|ii¡enes apellidan con los dictados de rumys ensardas é in- fieles.

Los españoles especialmente, son á los que mas persiguen con su d/iejnd (odio).

No pueden olvidar todavía que nosotros los arrojamos de las fértiles tierras de Andalucía y Valencia, y las Alhucemas, el Peñón, Melilla, y finalmente Ceuta, han sido siempre el blanco de sus ataques.

A esa ferocidad estraordinaria, á ese odio irreconciliable y esa vida casi salvage que llevan, se debe el que la civiliza- ción de la Europa no haya penetrado en el Riff, á cuyas puer- tas tenemos nuestras posesiones brindándonos continuamente á penetrar en su territorio.

Y de esa desnudez completa de civilización, nace el aban- dono total en que se encuentra el imperio.

De ahí nace, esos bosques tan impenetrables, guardados por animales tan feroces como los mismos riffeños, de ahí esas lagunas pestilenciales, cuyo álito infecto es un manantial con- tinuo de enfermedades, de ahí esas montañas inaccesibles y cuyos nombres se desconocen, así como los de los rios y arro- yos que corren á sus pies y cuyos nacimientos se ignoran, así como los sitios en que se van á perder.

De esa falta de civilización, repetimos, de ese odio irre- conciliable á todo lo que proceda de la moderna Europa, nace el que no se sepa las villas, pueblos ó aldeas que se alzan en ese inmenso terreno, que no conozcamos ni sus kabilas, ni sus aduares, ni sus tiendas portátiles, y la casi carencia absoluta que tenemos de sus costumbres.

Únicamente algunos estudios incompletos, algunas relacio- nes tal vez fabulosas, de viages que en diversas épocas y por diversos puntos lo han recorrido, noticias dad.is por algunas espediciones que contra algunos sitios del imperio se han in- tentado, es lo liuico que de ellos sabemos, y tomando lo que á nuestro juicio nos ha parecido mas verdadero, teniendo en

DE ESPAÍÍA» 441

cuenta SUS costumbres de otros tiempos y las diversas modifi- caciones porque han tenido que pasar al trascurrir los siglos, hemos formado estos ligeros apuntes.

Quizás hoy que la España se encuentra dispuesta á casti- gar la audacia de esas hordas incivilizadas y á penetrar en sus regiones desconocidas podamos hacer estudios mas completos sobre ellos y adquirir un conocimiento exacto de su territorio.

A medida que esto vaya sucediendo, ampliaremos mucho mas nuestras descripciones, y nuestros lectores podrán apre- ciar mas debidamente el estado y los usos y costumbres do los habitantes del Mogreb-eUAkssab.

II

Conociendo la clase de gobierno que pesa sobre el imperio, nada de particular tiene la desnudez material que en él se ob- serva y la ignorancia de sus habitantes.

Para los déspotas musulmanes que han dominado y domi- nan en Marruecos, esa carencia de civilización es una necesidad absoluta.

La civilización al hombre el derecho de pensar.

Y el dia en que el pueblo marroquí llegase á hacerlo el des- potismo que egerce el emperador, se hundiría para siempre.

El emperador de Marruecos, mas absoluto que el Sultán Otomano, no reconoce mas ley que su capricho, ni hay valla alguna (pie contenga su voluntad.

En el Mogreb, es el sultán el dueño absoluto de todo.

Dispone de las vidas y haciendas de sus vasallos á quienes consillera como cosas propias.

El sultán de Constantinopla tiene su Diván que pone res- tricciones á su poder.

En Marruecos, el hombre no es dueño de lo que tiene, no puede tampoco demostrar sus riquezas j)or temor de despertar la codicia de los grandes.

1 Í2 KL JIONOU

E\ Scherif niarroqiií, rmlcaclo de su aureolado descendien- te del prüfela, q^^üvcq en sn religión un poder iliniilado y lana- liza á sus subditos con su sanlonismo.

El sultán Otomano tiene sus ulemas que son los intérpretes de su religión y ante ellos disminuye su poder.

En resumen, el imperio de Marruecos es la negación ab- soluta de la inteligencia y de esta clase de gobierno, nace el estado de embrutecimiento en que se encuentra.

Las ciencias son completamente desconocidas.

Ni la cabeza del Estado, ni los moros mas poderosos y de mejores familias, reciben los conocimientos mas necesarios.

No hay academias, no hay universidades, carecen de es- tablecimientos de primera enseñanza y toda la sabiduría, todo el talento reside en los Talebs-MorahitUos ó Santones cuva ciencia consiste en saber el Koram y en interpretarlo del mo- do que mejor les agrada y que mas convenga á sus miras é ín- teres particulares.

Los Radets jueces ó abogados aplican la justicia torciendo á su placer los preceptos del Koram y sus fallos las mas veces injustos y venales hasta mas no poder, inclinan su balanza al quemas les paga.

Y á propósito de esto, no podemos menos de reproducir dos anécdotas que el ayudante Albarez consigna en sus memo- rias y que demuestran mas claro que cuanto nosotros digamos hasta donde llega la venalidad entre los jurisconsultos moros y la ignorancia de las hordas que se sujetan á su justicia. «Aconteció que debiendo sentenciar cierto pleito, sobre los derechos de una propiedad, salió el abogado de su casa y se dirijió á la iglesia, en cuyo punto se ventilan estos asuntos. A la salida encontró uno de los litigantes que le traia un cántaro de manteca, como testimonio de sus legítimos derechos. Man- dó el abogado recibir el regalo á su familia, y continuó con el litigante hasta la mezquita. Entre tanto llegó el otro liti- gante á casa del abogado, llevándole un novillo de regalo: recibieron el presente, y le digeron (jue ya estaban aguardán- dole en la mezijuita: fuese allá el buen hombre, pero con la

DE ESPAÑA. 145

pesadumbre de que el abogado no supiese la venida deí novi- llo. Un hijo del letrado, enlonces, no sabiendo como hacérselo entender á su padre, llegó ante el jurado y le dijo: Padre, el novillo que ha traído este mozo, se soltó de la cuerda en que Yenia atado, y á roto el cántaro de manteca de este otro. Ya puede comprenderse quién ganarla el pleito.»

Llegaron una vez dos moros á su presencia, y el uno dijo: sabrás que entrando en casa de ese, á devolverle una espin- garda, se me cayó, sin yo verlo, una moneda de plata de vein- te reales, que es el único dinero que tenia; y habiéndola he- cliadode menos al salir á la calle, volví á buscarla, y al entrar otra vez, vi á este que acababa de alzarla del suelo y se la guardaba: se la reclamo como mía y no quiere devolverla. Pon remedio en esto, que sabes mas que nosotros.

Es verdad lo que este dice? preguntó el abogado. Es verdad, contestó el otro, que yola cogí del suelo y me la guardé. Luego confiesas que le la hallaste. No confieso tal cosa. Lo que está dentro de mi casa no me lo hallo. La moneda se me habia caido hacía tiempo, y la alcé del suelo cuando quise. Tienes encima la moneda? preguntó el abogado. No, contestó el moro.

Sí, replicó el otro, porque le he hecho venir aquí tan lue- go como vi que se la guardaba.

iHola! dijo el abogado, veamos: sabrás, puesto que dices que es tuya, algunas señas de la moneda.

Es un duro español de 1850, y tiene por la parte de la cruz un picotazo que yo le hice con mi gumia.

Registró el abogado al otro moro, y le encontró encima la moneda cuyas señas indicaba su adversario,

Indicios son estos, dijo el letrado, de que esta moneda no le pertenecía.

Todo lo que está en mi casa me pertenece; ese sabría las señas de la moneda, porque la repararía en el suelo cuando entró á devolverme la espingarda.

(44 EL llWOll

Pero ¿p(»rqiió negaste que la tenias encima? preguntó cl abogado.

Eso probará que he mentido, pero no que la moneda sea de otro.

Se quedó un rato pensativo el abogado, y dijo después: la moneda, puesto que estaba dentro de tu casa, es tuya; ganas el pleito, pero debes [)agar las costas, porque este no tiene para ello; las costas importan veinte reales, con que me los guado; y cogiéndole del brazo, le puso en la calle. Sacó des- pués cuatro pesetas, y dirijiéndose al otro, le dijo: loma, pues- to que dices que no tienes dinero, le regalo eso; pero ten otra vez mas cuidado en elegir buen sitio para perder las cosas.»

¡II

El comercio, las artes, la industria, que en otro tiempo so- lamente los árabes poseían, la raza marroquí las desconoce completamente.

Hijos degenerados de aquellos alarifes cuyo gusto esquisito ornó de primorosos calados la Alhambra y dejó su fantasía es- culpida en las poblaciones que abandonaron ante el poderoso empuje de las armas castellanas, en todo el Mogreb no se un monumento cuyos primorosos arabescos conserven algún recuerdo de la arquitectura árabe.

Calles estrechas y tortuosas, casas altas y de feísima cons- trucción, sus ventanas parecen mas bien saeteras y sus puer- tas nada conservan de aquellos airosos arcos de erradura.

Careciendo de todos .los medios de publicidad, sus únicos libros, su única enseñanza, se reduce á los manuscritos delKo- ram, que copian los morabithos y que venden á un precio su- bidísimo.

Los altos puestos de la nación, no requieren conocimientos especiales, el capricho del monarca hace de un cualíjuiera, del mas íníimo de sus vasallos, un ministro ó un bajá, y de tan

DE espaNa. 145

buenas elecciones son fáciles de comprender las consecuencias.

La inmoralidad mas asquerosa reina en todos los emplea- dos que componen la administración del imperio.

Desde el sultán que recibe de cada bajá un regalo anual, hasta el gobernador de cada provincia, que por medio de es- tos regalos, adquiere el amplio derecho de saquear á los pue- blos que están bajo su jurisdicción, todo en ese dichoso pais se vende sin que sea permitido exhalar la mas mínima queja con- tra semejante escándalo.

Tal es á grandes rasgos el imperio de Marruecos en su par- te geográfica y administrativa, mas adelante nos ocuparemos de su parte militar y de las inmensas ventajas que puede re- portar á nuestro gobierno la entrada en ese territorio y la con- servación de plazas en el que aseguren á nuestro comercio el libre tráfico con el interior.

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440

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CAPITULO XIV

no 7

11 f; íie lii'J'

-1)

JSuevos triunfos conseguidos por las aranas ospañolas en África. -^Estupor

I y miedo délos moros.— Empiezan á comprender que ios ^sp.mole^ ¡..^^

no son soldados que retroceden tan fácilmente. . ¡-i

AS brillanles jornadas de los días 25 y 50 de Noviembre leniau aterrorizados á los moros.

Ci eyeron habérselas con hombres que .iiilrian al presentarse ellos blandiendo sus armas, y arrojando sus feroces alaridos de guerra, y vie- ron lodo lo contrario.

No solameirle se les resistió, sino que en lodos los comba- les se les hizo retroceder.

Entonces empezaron á dudar.

Y Iras sus dudas, brotaron las reconvenciones á ciertos ad-

DE ÉSPAPÍA. l47

vénédizos que se habían agregado á sus tribus, y que los ha- bían ailelanlado dicícndoles que la España era impotente para ^uchar con ellos y sus hijos, una raza incomparablemente mas floja que los bravas y montaraces bereberes.

Pero ya estaba' arrojado el guante y no se podía retrocó^ der de la empresa comenzada.

Volvieron á concentrar sus fuerzas, y unidas á ellas algu- nas de las que mandaba el principe Muley-Abbas, se dispu- sieron á intentar Otro nuevo combate.

Todos los días que habían trascurrido desde el 50 de No- viembre, habían tenido su pequeña escaramuza, pues desde el momento en que nuestro ejército puso el pié en las playas africanas, casi se puede asegurar (jue no pasó un día sin que se cruzaran nuestras balas con las de los riffeños.

El temporal tan desecho que en los piimeros días de Di- ciembre reinó en el campamento, fué la causa sin duda de la suspensión que hubo de acciones como las anteriores, y como las que después se han ido sucediendo. <ui¡'Llegó el día 9, y la Iranquílidad que tanto incomodaba á nuestros soldados, cesó de repente. '•

Los moros hábilmente diríjidos y aprovechándose de la os- curidad de la noche anterior, se aproximaron á nuestras lineas ocultándose entre los bosques y quebraduras que hay entre nuestros puestos fortificados, esperando la salida de la aurora para presentarse.

. Nuestros soldados estaban muy ágenos del golpe que se les preparaba, pues según se pudo comprender, el j)lan de los riiarroquies era el de apoderarse de parte ó de todos nuestros atrincheramientos.

Pero como siempre les sucede, según un refrán muy vul- gar, «quisieron venir por lana, y se volvieron trasquilados.»

Nuestras tropas como siempre, con ese ardor que las ca- racteriza y ese valoi- á toda prueba se han cubierto de gloria.

•'Al amanecer se mandó practicar el reconocimiento diario al regimiento de Castilla, al mismo tiempo que fuera á role-'

148 EL IWNOR

var lii ^^uarnicion del reduelo que eslá situado al S.ud, en la/ dirección del mar. fifi'nl

Los moros que solo aguardaban aquella ocasión para pro-i sentarse, lo hicieron con gran alborozo y grUeri^i, envolvieudo casi á nuestros valientes.

Ni la mas leve muestra de terror se vio en Iqs cristianos.- <!;

Rodeados de fuerzas triplicadas, cargaron con valentía sobre ellos, teniendo la desgracia de que desde los primeros disparos cayese herido el infortunado coronel D. Eduardo Aldenese.

. Los sonidos de los discordes instrumentos de los moros, y el fuego de nuestros soldados, Uevai'on la alarma á los reduc- ios próximos, y pusieron en especlativa á lodo ei campa- mento.

El general en gefe acudía inmediatemente dictando sus dis- posiciones con el tacto y la energía que le distinguen. ; j;l El batallón de cazadores de; Arapiles, recibióla orden de ir á sosleaerá sus compañeros que luí^habap, y valientes y animosos se lanzaron sobre los marroquíes, -v. r.-i.si^'íb '.ij(t r^l

En esto ya el enemigo desenmascarándose completamente, mostró al descubierto su plan que era el de apoderarse de los dos reductos «Francisco de Asis» ó uIsabellL»

Pero allí estaban nuestros bravos para defenderlos. , Cuantos esfuerzos, cuantas tentativas hicieron para lomar- los, Otras tantas fuei'on gloriosamente rechazados..

Entonces el resto de la división, al mando dolExcmo, se- flor general Zabala, se puso en movimiento.

Describir esas cargas a la bayoneta, dadas por soldados visónos, que entcam casi por primera vez en acción, seria im- posible hacerlo. ,

Ninguna nación, ni esos tan decantados zuavos fíáhcfesyá.

!(>;í <•

superan á nuestros batallones de cazadores. ' impacientes por arrojarse sobre el enon'»¡go,sdlo esperan- la voz desús gefes,, para echarse sobre los moros que nunca pueden resistir tan valerosa acomelida.

El resullado de nuestras cargas á la bayoneta casi siem- pre es decisivo.

DE espaNa. J49

Como falla á los marroquíes la uniformidad, la láctica, > por consecuencia la buena formación en sus batallones, do ahí que los españoles, hacen una riza espantosa en sus apiña- dos grupos. ;^^,¡... /:

Se comprende que sus movimientos están bien dirigidos, que las personas que los conciben, son tal vez hijos de esa otra nación que por muchos «lOiivos, y en todos tiempos ha prociirado poner trabas á nuestra patria, y que baja y rastre- ra, sin atreverse á hostilizar de frente por temor á las cons»-^ cuencias por medios embozados y mezquinos, nos hace la con-i tra siempre que puede.

Los movimientos de los marroquíes repetimos están bien combinados, pero en cuanta á su ejecución siempre les ha sa- lido mal, por la falta de disciplina y unión tan necesaria para el buen éxito de una batalla. I, nni'íiiíi

La evolución que verificó la división de Zavala, fué retro- gradar sobre la derecha algún tanto para caer sobre la reta- guardiadel .enemigo.

Este movimiento perfectamente concebido, y mas rápida- mente y mejor ejecutado, hizo comprender á los moros el ries- go tan terrible en que se iban á encontrar. ... Sin embargo, no falló quie;i jes aconsejó, en tan apurado trance,, y. |D!or medio de un ardid de guerra, á no haber sido el conde de Lucena tan previsor, lo hubieran pasado harto mal nuestros audaces soldados.

_;,. El enemigo por medio de una retirada falsa, se internp ei) los bosques y cañadas, viéndoselos aparecer por las quebradu- ras de la sierra, asemejándose sus blancos albornoces y haiks destacándose sobre el verde oscuro de los bosques, auna in- mensa serpiente, cuyos múltiples anillos, rodeaban un vasto f;ampo de verdura, ' ' ; : ;

... Nueslrpí soldados tr^tarqn, de.persegujvloSj^^g u pi^,; rj^^ira^u. llevados df^v^u .entusiasmo y ardor. ; -/p¡,, ■/(,!:•,,; ,

Pero tocaron las cornetas de alto, y' aiin murmurando al- gunos, hubieron dq-resiguarsc áreplegarstíolríi. vez, y dejar bi,caza de marro(|uies par,a mcjor ocasión.

150 KL IIONDH

Mnlonccs las í)alerías rompieron un fiioí^o I(mt¡I)Iií sobró- los l)()>(|iies ¡nnuHÜalüS; y la previsión del ¿:en(*ral en gcfe, sal- vó á sus soldados. •' Mullilud de moros á pie y á caballo, se arrojaron de la espesura, á cuya emboscada creyeron atraer á los cristianos.

Sus fuerzas fueron inmensas. ^ ' (]ar^ad()s entonces furiosamente por los mismos soldados, á quienes habían pensado sacrificar, se declararon en comple- ta fuga, huyendo por el bo<juete de Augghera, su refu¿5^io en todas sus derrotas.

La misma* bizarría, el mismo entusiasmo que había reina-^ do en los combates anteriores, reinó también en este.

Los regimientos de Córdoba, Castilla y Saboya, y los ba- tallones de cazadores de Arapiles, Chiclana y Figueras, se cu-' brieron de gloria.

Todos, oficiales y soldados, incluso el general de la divi- sión, se hicieron dignos de las alabanzas de 0*DonrielL de las enhorabuenas de sus compañeros, y del agradecimiento de la Ilación entera.

Concluida ya la acción, el general en gefe mando formar las tropas que habían tomado parte en ella, para distribuir so- bre el mismo campo de batalla, y en presencia de todo el egér- cito las recompensas de que tan dignos se hablan hecho. ' A casi todos los que defendieron tan heroicamente los re- ductos, les concedió en nombre de S. M. cruces, bien laurea- tías ó bien sencillas, y cuyas pensiones variaban según el mé- rito hecho, ó si eran heridos ó no.

También tuvo lugar en aquel momento uno de esos pre- mios que honran tanto al gefe que los hace, como al que los recibe.

Acosado un capitán de uno de los batallones que tomaron parte en la lucha, por seis ú ocho moros, se hallaba en el ma- yor aprieto, y muy próximo a ser destrozado por aquellos caníbales.

Pero la Providencia le envió un salvador. ^ Un soldado de su misma compañía, sin contar los enemi-

y

DE ESPAf^A. 151

gos, solo viendo que su capitán iba á perecer, se lanza á su lado, dispara su fusil, mata á uno de ellos, la emprende á ba- yonetazos con los demás, y secundado por su gefe, salvó á es- te de una muerte cierta.

Esplicar las pa'abras del capitán agradecido á su inferior por el gran servicio que le habia hecho, seria imposible. ^ , Le tendió su mano, le abrazó, y el buen soldado no cabia en si dQ gozo por las demostraciones de cariño de que era objeto.

Pero aun faltaba la escena mas imponente, y mas bella.

Sabedor el general en gefe, de semejante acción, hizo salir al soldado de sus íilas, y abrazándole á vista de todo el ejér- cito le dijo.

En todas las naciones del mundo los soldados son valien- tes por el interés, en España, por patriotismo; en las demás naciones, se les paga, en la nuestra se les ennoblece: desde este momento concedo á V. en el nombre de S. M. la cruz laureada de S. Fernando.

El pobre soldado nada supo decir.

Sus ojos se llenaron de lágiim^^, y 1,^ ^ta.0(jÍQ^ que espe- rimentaba, embargaba su lengua, . : '•:?..' ,-. Un viva atronador y entusiasta á la Reina, y otro á su ge- neral, que tan imparcialmente premiaba el valor, se éxalo de aquellos millares de hombres que ya se hablan distinguido en los combates, y cuyo único anhelo era volver á distinguirse

pira vez. Mt, ^iir: y , ' : .., . .o'n^>b ^Sil :'>]

Nuestras pérdidas según los datos oficiales fueron de mas

de trescientas bajas entre muertos y heridos y la de los moros

se graduó aproximadamente en unos mil quinientos, pues up

pudieron retirar como ellos acostumbran todos sus muertos y

Quedaron infinitos en el campo.

Cogiéndose ademas, nuestros soldados unos veinte y cinco

ó treinta caballos de otros tantos ginetes que cayeron heridos

por las balas ó las bayonetas españolas.

152 ÉL HÜNÜU

II.

* Tantos desastres seguidos, no podían menos de hacer una iiripresion harto terrible en los moros.

Sus pérdidas hablan sido numerosísimas, y en vez de ade- lantar, retrocedían en todos los combates que se hablan dado.

Su entusiasmo se iba resfriando.

Los soldados de rey, que MuIey-el-Abbss, les habla eni- biado para que los ayudasen en las acciones del 30 de No- viembre, y en la última del 9, habían huido también, y su socorro de nada les habia servido.

Todas las familias de las diversas tribus reunidas tenían que llorar la pérdida de algún miembro de ellas, y aunque sus parientes y amigos habían tratado de vengarlos, sus inten^tos siempre habían tenido resultados poco felices.

Su descontenlo hacia los que los habia empeñado en aquella lucha, se hacía mas visible cada vez.

Estos, motores de revoluciones, y semilla de discordia con todas las demás naciones de Europa; procuraban seguir en- cendiendo los ánimos, y alentar aquellos espíritus abatidos, pero todo era en vano, á sus palabras de entusiasmo, les con- testaban con las derrotas sufridas, y á sus .esperanza:s para el porvenir con la desconfianza mas completa. « ^-'J^-''-» " ' Por líianera que los encubiertos enemigos de' rili'ésfra ná~ cibn, veían que sus proyectos estaban próximos á fracasar.

Entonces recurrieron al principé Muley-el-Abbas.

Se presentaron á el, y le dijeron que' si él daba' algún paso, su causa estaba perdida-

'Ya hemos dicho (pie la familia del Emperador de Marrue- cos; era altamente respetada por el pueblo, por descender del profeta, y aunque ai advenimiento de Muley-sidi-iMohamed al trono, se suscitaron serias divisiones en el rey no, eran hi-

DE ESPAÑA. 153

jas de las ambiciones de los hermanos del Sultán,, que todos aspiraban á la corona.

(/ Este fanatj^iuo estaba mas Qscjtado^. por el be^rmano, jque al.irepte (ieiliejército estaba en Kassae^ y <íue co;no |recor,(ia- rán nuestros lectores, era muy respetado por su doble calidad de príncipe y santón.

Obligado este por los oficiosos amigos y aliados del pueblo náarroqui y porque también comprendía su situación, se doble- gó já las circunstancia^, r;y r/e,SQlyió marchará los valles, .de Auggera. . . __ .■ ^ .. ,.h

Antes de esto mandó llamar al santón murahato de x\iu-Da- lia, ; Al-M.el.ek-Eob-üsima, y tuvo c^^i él una gran _ conferejicja en la cual también tomaron parte algunas de las personas á quienes mas arriba hemos aludido.

El resultado de esta fué marcharhácia el campani^plo mar- roquí y por distintos puntos el príncipe v,.d.u)uraba|)()j.j.,^.^} . .

\^\W'\v iniíano ¡h

'i US- ,obnfnqf0oo c; >!/

I -L^s tiendas mojíi^te^^, ,,p,C}i{)ahai> Jo,^f^ la

sierra, por cuyas lader^is.iWp íl'perclersf^ en araenísimos valles, y e,n bosques frondosos, 5 1 -^ ^^^,

Los moros tenían ests^mpado en ,el xoatrp, ,el, disgusto que esperira'cntaban, y las mii|eres y (os muchachos, esper:,í),ban impacientes la señal del iS'o/¿era//,^Mpscamd^a, principal, para liar las tiendas y dpraá? efactos, colocarlos en los asnos o ca- mellos, y emprender la marcha á sus aldeis miserables y mez-

qmnas. :yii\\': ?.y' ^rv.v^^y::/uu\^^i\íí íi¡;v>:)lh<i i, óí;

Además se habia desarrollado entre los musulmanes el có- lera, con una intensidad tan espantosa que entre las bayonetas cristianas, y el enemigo asiático, se veían extraordinariamente diezmadas sus hordas.

Los Rabos de las diversas tribus, comprendían d<?nias¡ado

1 '^ 'i El HONOK

como estaban los ánimos do sus gentes, y por mas (jue los mv^ rahitfws procuraban enardecerlos, nada conseguían, y aunque su ahejad contra los españoles, era cada vez ínas grandes, el raiedo que les habían tomado, tenia también proporciones muy jíganlescas. - ,í^9h ^'^■\:\ fr?

En tal «ituacion, se reunieron lodos los gefes en lo mas ás- pero de la montaña, para delibei-ar lo mas conveniente.

Todos los demás moros al pie de la meseta que formaba la sierra, esperaban con suma impaciencia el resultado de aque- lla estraña sesión.

Un número considerable de ellos, agazapado, entre las breiias observaba los movimientos del campo cristiano, y cui- daba de que no fueran sorprendidos los gefes en medio de su consejo.

Hermanos míos, buenos creyentes Allah, una desgra- cia horrible pesa sobre el pueblo elegido del Señor. Los perros cristianos á quienes creíamos fácilmente vencer, aprovechán- dose de los encantos y sortilegios que el sencillo pueblo del Mogreb no comprende, han resistido siempre nuestros valien- tes esfuerzos, y nos han hecho escondernos vergonzosamente en las asperezas de estas sierras.

Las valerosas y confiadas tribus riffeñas, los no menos ar- dientes y esforzados soldados que el magnífico y poderoso prín- cipe Abbas ha traído de la otra parte del Imperio, batiéndose siempre con la valentía del León y la astucia del tigre, se han visto vencidos por esas bandadas de langostas que han caído sobre nuestras tierras castigándonos sin duda el santo profeta por haber omitido algunos rihates (oraciones) en los ejercicios del día, ó por los pecados, de algunos hijos bastardos del Islam.

Y como si no fueran bastantes desgracias para nosotros las victorias de los rumijs, nos ha lanzado tambiin el Omnipo- tente, la peste asoladora que diezma nuestras familias llenando de dolor nuestros corazones.

En tal situación hermanos míos, he resuello conferenciar con vosotros sobré Ib que debemos hacer.

DE ESPAÑA. 155

Si opináis que levantemos nuestras tiendas y vayamos á la Santa Kaaha á pedir humildemente al profeta el perdón de nuestras culpas, vamos allá, el desierto tiene sus oasis para las caravanas que van á tan piadoso objeto, y si por el contra- rio estáis porque permanezcamos luchando con nuestros ene- migos, yo el primero iré siempre delante de vosotros, y mi mayor placer será morir en defensa del santo koran á quien ultrajan los infieles, y ser enterrado al pie de las frondosas datileras que me vieron nacer y liado en mis haik en señal de haber muerto peleando en el campo de batalla.

¿Qué resolvéis pues, poderosos creyentes, nos quedamos ó partimos?

Partir! nunca, gritó una fuerte voz á sus espaldas. Volviéronse todos sorprendidos y esclamaron al reconocer al recien venido.

El príncipe Muley-el-AbbasL...

IV

Aisal'Omo-aaleik-em (la paz sea con vosotros) dijo el principe.

Que Allah, el único; el grande el misericordioso, conserve tu vida, elegido del profeta, como la columna mas fuerte del Islam, digeron todos los gefes de las tribus, haciendo profun- das zalas al príncipe que las recibía con la dignidad que con- venia á su carácter.

Nunca hubiera creído que el anciano gefe de la tribu de estas montañas, prefiriese palabras por las que se pudiera creer que el miedo embargaba su corazón, dijo Muley, con acento severo.

Bien sabes, poderoso señor, que nunca el anciano Aemet, ha vacilado ante las armas de los infieles, y que mucho siente hacia ellos el odio mas irreconciliable que pueda abrigar ningún hijo del Mogreb, odio que nunca he ocultado, y que

156 fX íiDNon

les he (Ifemoslrado bien enMelilla, la melífera (1) 'Bifeíí^ er> las Alhucemas ó b\\}h recorriendo las cosías africíiiiáá. ' '"^' Por eso mlsnío'tüc estraña mas, lo que acabo de oirle; ha- blar de partir, de dcJ¿^ vuestras casas, vuestras tierras, vues- tros bosí^ues, vuesti^afe riquezas á \oi infieles, queréis dejar- lóf? el paso franco para; que petietren en Vuestro* aduares, y hagan de vuestras hijas sus mancebas, y de vuestras mujeres sus esclavas, queréis que á iriátáncías de los franceses se in- troduzcan eri el corazón del Mogreb, y mientras estos esta- blezcan su corte ei\ Temeus^stn, (Tleraecen) !ós españoleóla es^ lablezcah liu Fiez?... O pensai'S'aóaSfo como las kablla'S ' de la Argelia someteros á la dominación castellana, perdiendo vués-^ tras costuüibres, vtrestra libertad, libertad ¡réóstütobre^que heredasteis de viieslfioite pádr'és?... Si esto es asi, <}éeidl¿; y la venganza del santo proí^ta, caerá sobre vuestraá'tíábézás', vues- tras mujeres se volver4ii\infecundas, 'Vuestras batnellas "da- rán leche, vuestros rebaños no podrán pacer porque nubes de langostas destrozarán vue^ros sembrados, y mientras tanto, yo y todos los mios, combalireüios hasta el último suspiro por defender el último pie de terreno donde asentemos nuestra planta.

M<idos'Üe esiupm* por las palabras del princtpe, ninguno pudo contestar.

Las amenazan rjíre itísidijo abandonaban la calesa qtife de- fefidian,'Ios impresíotiarori estraordinariamente.

Es menester conocer toda ía ignorancia de aquellas tribus miserables y fanáüSaá, para comprender la influencia que se- mejantes paparruchas egercen en ellas.

Ltíchaildoéntfe el miedo que les causaba el castigo del profeta y el qu^e le habían cobrado á las bayonetas españolas, pudieron al cabo de algunos momentos darse cuenta de su ver- dadera situación. t^'J'Las palhbras dol príncipe tenían mucho ¡de ofensivo para

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(1) Scguii l:i líáírík'los iiioroé' 'P'lá'tííácflá'^íéHüA'^^^i^ en sus

alrcdcdory^. ''■ '■ ' '''''■ ' . ' '' ■' ' "'' '■■' .■■''

Í)\L ESPAÑA. 157

aquellas ordas que independientes casi siempre lenian un gran orgullo, Y una convicción muy profunda de su valor.

MuIey-el-Abbas habia dicho que si ellos pensaban en reti- rarse, él y los suyos lucharian hasta morir.

Esto era creerlos inferiores, y no podian ni debian con- sentirlo.

Consultáronse todos los moscandenes por medio de una mi- rada, y con ella se comprendieron.

El anciano Scheriff se dirijió al principe y le dijo con en- tereza:

Nunca las tribus de Kalaya^ ni los bereberes de las sier- ras del Riff, han necesitado que les den lecciones de valor, los soldados de las llanuras. Nosotros no tenemos miedo, pero los infieles nos superan en tropas , y la epidemia hace horribles ''estragos en nuestras tiendas. Se nos dijo que en la razzia del jamesa-aixerin-Mombertl(2o de. Noviembre), venceríamos á los cristianos, y aunque hicimos en ellos una gazzia (mortan- dad) horrible no pudimos esterminarlos. Vanos han sido nues- tros esfuerzos en las luchas posteriores, tus soldados han sido los primeros que han corrido y los nuestres tras ellos. En esta situación viendo que nuestros medios de defensa cada dia dis- minuyen, y que sin duda Allah, abandona á su pueblo, es cuando nos hemos reunido para

Para pensar en una huida vergonzosa ¿no es esto? dijo él principe con enojo. Un beréber amante de su patria no debe pensar en huir ante el enemigo de su libertad y de su religión. Es preciso que Ínterin exista luche, y ademas ya sabéis que te- nemos aliados que...

Que nos son mas perjudiciales que otra cosa, poderoso principe, contestó uno de los Kabos de Ja reunión.

Que os han dirijido en los combates.,, ,^j.i ;

Y nos han hecho perderlos, quien sabe nosotros solos los hubiésemos ganado!..*

—Que se interesan por nuestra causa...

—Y que son harto cobardes para esconder su cara haciendo todo el daño que pueden á los españoles.

158 EL HONOR

Veo que tus palabras tienden mucho á favor de esos per- ros infiel os.

Te equivocas, principe, dijo el Sheriff, aborrezco como siempre á los cristianos, pero prefiero un enemigo que comba- le de frente, que jamas rehuye la batalla, que pelea con valor y entusiasmo, á esos amigos, que se cambian de ropa para que no los conozcan, y que tienden una mano de amistad á la Es- paña mientras que con la otra atizan el fuego para que la devore.

Y á nosotros que nos importa eso, nos prestan su ayuda, nos dan armas y municiones, nos favorecen en todo y...

Y Allah sabe, el interés que nos pedirán luego por lodo eso....

En íin. aquí la cuestión es ahora saber si vais á combatir ó no.

Ahí tienes á todas las tribus reunidas, le contestó el She- riff señalándole á el valle donde se agrupaban los moros, espe- rando el resultado de nuestra deliberación, pregúntales á ellos lo que quieren hacer y nosotros estamos dispuestos á ser sus Rehires (guias de caravanas) si quieren internarse por el de- sierto. O á entrar los primeros en los combates si prefieren se- guir peleando.

Está bien; es decir que no os atrevéis á resolver por voso- tros mismos?

—No.

Vamos allá entonces.

Todos los moscandenes incluso el Sheriff, siguieron á Mu- ley-el-Abbas que se dirijió hacia los valles donde todos los riffeños que ya sabian la llegada á su campamento del herma- no del Sultán, se apiñaban para verle.

Asi que le vieron dirijirse á ellos, todas las cabezas se in- clinaron, y todas las bocas esclamaron

Que Allah, el grande, el poderoso, el único, conserve luengos años tu vida, fuerte apoyo del Islam.

Que el señor esté con vosotros, hermanos mios, contestó el príncipe con un acento de bondad que entusiasmó á aquellas gentes ignorantes.

DE espaNa. 159

El Sheriff se adelantó algunos pasos y gritó á toda aque- lla multitud. El príncipe quiere hablaros.

Y todas aquellas cabezas se inclinaron en señal de asenti- miento.

Todos aquellos millares de ojos se fijaron en Muley-el- Abbas.

Y cruzados los brazos, silenciosos ó impacientes esperaban que comenzase á hablar.

He sabido, dijo aquel, que los reveses que habéis esperi- mentado estos días han abatido vuestros ánimos, y debilitado el temple de vuestras almas.

La palmera que crece en nuestros desiertos, no sufre impá- vida los furiosos embates de los vientos que cada vez le arran- ca una rama? ¿Y que hace sin embargo? en cada huracán se al- za mas orgullosa, mas altiva, y su gigantesca talla sin doble- garse nunca desafia á los huracanes, á el mi^mo Simoum. Y vosotros hijos como ellas de las tierras africanas, vaciláis ante un puñado de hombres que en estas tierras han de encontrar su sepultura? queréis abrirles las puertas de vuestras casas, y quedar reducidos, de libres á esclavos, habláis de fuga y os llamáis bereberes? mentira, el moro que piensa en ceder al infiel el terreno que ocupa, no es buen creyente, no es hijo del Islam, y el profeta retirará de él su sania gracia.

Los moros estaban confundidos.

Y'a hemos dicho la fama de Santón que tenia el príncipe, y la influencia que esta clase de embaucadores tienen sobre las masas ignorantes.

Todos creyeron aquellas palabras inspiradas por Allah, y bajábanlas frentes avergonzados, por no encontrarse con la brillante mirada del príncipe.

Y como si aquello no filera suficiente para impresionar á los riffeños, en lo alto de una roca inmediata apareció una fi- gura blanca cuya larga barba plateada, le caia hasta la mitad del pecho y tendiendo los brazos hacia la multitud, gritó con su acento estraño.

*1G0 j:l noNOR

Alham-do'Sii'hnhñ (alabanzas sean (laclas á Dios) que so ha servido moslranne la proíuncla sima á que corren los bravos creyentes. He visto allá, «i lo lejoB, muy lejos, en las profundas entrañas del Atlas, un poderoso León, que era el terror de la comarca entera, á cuyos sordos rugidos retembla- ban las encrespadas sierras, y era el Señor Omnipotente de los montes, y de los desiertos del Sahara. Una turba de chakaies, envidiosos de aquella gloria intentaron acabar con el León/

Pero demasiado cobardes para luchar con él frente á fren- te, se valian de asechanzas, de lazos, armas prohibidas y des- preciadas siempre por los bravos africanos, y en las primeras luchas el León salió siempre sino vencido al menos llevaba la peor parte. s

Sin atreverse á resistir con ánimo sereno aquellos trabajos, olvidándose de su fuerza y poderío, pensó en ausentarse de aquellos lugares en que tan b;)jamente se le perseguía, y una noche aprovechándose del sueño de siis enemigos abandonó su caverna. Pero ayl.... Allah, no quiere á los cobardes, y to- das las sendas se le cerrarán al pobre León, por donde quiera que iba se encontraba á sus_ implacables enemigos, horribles precipicios le rodeaban, la tierra se habia esterilizado comple- tamente, y ni una hierva mezquina encontraba para satisfacer su hambre, ni un arroyo para calmar su ardiente sed. Sus enemigos burlaban sus ataques y siempre le herian y cuanto mas queria huir, mas daño le hacían, y desesperado al cabo, se arrojó á un precipicio, y su alma cobarde y ruin al atrave- sar el Sirat para entrar en el paraíso, vaciló como habia vaci- lado su cuerpo en las tormentas de la vida, y se hundió en los infiernos.

Todos los moros estaban sobrecogidos.

Las palabras del principe, y después las de el santo mura- bato de Aiu-Dalia, pues él era el que tan fantásticamente ha- bia aparecido en la montaña, eran jnas que suficiente para im- presionarlos.

La comedía habia estado hábilmente combinada, y los re- sultados habían de ser cscelenles.

DE ESPAÑA. 161

El márabalo prosiguió después de haber tomado aliento. Seraejánte sueño me sorprendió estraordlnariamente, lier- manos míos; trataba de descifrarlo, y mi limitada inteligeiicia no podia dar con el significado: entonces invoqué á Allah de quien nace toda la luz, toda la inteligencia, y atravesando el espacio di la voz del arcángel Azrrael que decía «Al-melek, eso que has soñndo es la imagen fiel de las tribus de Kalaya. Han sido valientes, y se han tornado cobardes, han luchado como buenos creyentes del Koran ante los muros de Melilla, y van ó retroceder como palomas delante de los infieles, pero la cólera de Allah, hirá sobre ellos, no encontraran una llanura para clavar sus tiendas, %\x^Kebires equivocarán los caminos. y perecerán en medio de" los desiertos, las datileras no darán fruto, y los arroyos y los rios se secarán á su aproximación, y sus almas no podrán gozar en el paraíso los placeres conce- didos á los buenos muslimes, no podrá atravesar esLirat, y al sonar sobre ellos la maldición del señor se hundirán en el averno, por toda una eternidad.

Calló concluidas de decir estas palabras terribles el mara- buto, é inmediatamente desapareció de la montaña.

Aquello tenía mucho de maravilloso, y necesariamente ha- bía de herir á aquellas imaginaciones puramente fantásticas.

Los mismos gefes de las tribus, que en diversas ocasiones habían recurrido á farsas semejantes para conseguir io que deseaban no podían menos de sentirse también algo sorpren- didos.

Había mucho de sobrenatural en aquella aparición, y por lo tanto les dominaba completamente.

El principe comprendió las buenas disposiciones en que se hallaban los moros, y se decidió á dar el último golpe.

Ya lo habéis oído; el santo' inspirado Almclek, ha tenido la revelación de vuestra suerte, queréis seguirla acaso?... Im- posible. Numerosas tropas acuden de todas parles del Imperio en nuestra ayuda, mis soldados fieles á sus leyes y á su reli- gión, se lanzaron á los combates, sin temor á, las derrotas, pues cuando el santo profeta las envía, en sus altos juicios sabrá

i 62 tL HONOB

lo que hace, querrá probar liasla donde alcanza el sufrimiento de su pueblo. Si leales bereberes, no creo que retrocedáis ante la saflta causa que hemos emprendido. Gefes entendidos y va- lientes os conducirán al combate, y aliados europeos, que poseen los conocimientos de que nosotros carecemos para com- batir y contrarestar las asechanzas de los cristianos, se unirán á nosotros para ausüiarnos con sus consejos, y cuantos socor- ros necesitemos, cuanto nos haga falta de víveres ó municio- nes todo lo tendremos sobrante, y Dios no abandonará jamás á los que pelean por él. Qué muerte mas gloriosa podemos apetecer que la del campo de batalla? si morimos para nues- tras familias, resucitamos para los plácidos goces del paraíso, una vida arrullada por las continuas' caricias de las encanta- doras hurtes y nos espera después de nuestra muerte; al com- bate hermanos mios, que se tiñan nuestros blancos albornuces con la roja sangre de los infieles, y el que caiga de nosotros espire diciemlo: Le-galib-üle-Allah (l)(no hay mas Dios que ú Dios único) y Mahoma es su profeta.

Un grito atronador y entusiasta se siguió á estas palabras.

El encanto estaba hecho, y aquellas tribus completamente fanatizadas ansiaban otra vez marchar á combatir.

Se olvidaron del cólera, de las derrotas sufridas, y no pen- sando mas que en su religión, y en la gloria y la dicha que

poseerían, si hallaban la muerte en el campo de batalla, exa- laron su deseo y sus esperanzas en un solo alarido que quería decir:

Guerra á ios infieles. No hoy mas Dios, que Dios único y poderoso, y los que mueran por él encontrarán mil placeres en el paraiso.

(i) El Koran, m el cp. i.^ titulado Fatha.

DE ESPAfiíA,

165

CAPITULO XV.

Escenasen el campamento español. —Espiritu de las tropas. Trabajos y

reconocimientos sobre el camino de Tetuan.— Acción del dia 12.— Llegada

del tercer cuerpo del egército al mando del general Ros de Olano.

iN las continuas fatigas, ni las enferme- dades, ni las acciones que habian teni- do, hacían mella alguna en nuestros va- lientes soldados.

Lo único que les incomodaba era que los. moros no se presentasen todos los

dias, para escarmentarlos una vez mas, sobre las muchas que ya lo habian hecho.

Siempre alegres, siempre sufridos, en ellos se retrataba perfectamente ese carácter español que siempre ha sido la ad- miración de todas las naciones.

104 Ki. noNOR

Sin embargo, una de ellas, (jue no nombramos, porque nuestros lectores la conocen perfeclamenle, (jue no abíerla- menle, pero por medios indirectos nos estaba y permanece aun haciendo una guerra rastrera y cobarde.

Por cuantos medios han estado á su alcance, trató de evi- tar la enérgia de nuestro gobierno en la cuestión que nos ocu- pa, y cuando vio que no podia, bien propalando falsas noti- cias de batallas perdidas para nosotros para lo cual le sirve perfectamente un periódico que se publica en Gibraltar, bien ayudando á los marroquíes coii' íifetó y liuniciones, bien for- lificándoic sus plazas, y hasta dirigiéndoles en los combates, nos son mas perjudiciales que los mismos moros, porque estos al fin se presentan con la cara descubierta- y luchan como va- lientes, mientras que los otros nos atacan con las armas de la calumnia y deí doblez que son tan solo las armas de los co- bardes.

Pero en la balanza de la justicia europea está ya pesada la conducta de esa nación y su juicio la favorece bien poco.

Dia llegará pn que grande la España como en otro tiempo pueda vengar esa y otras muchísimas ofensas.

11

El dia do'óe fué otro dia de. gloria para nuestro valiente ejército.

El general Prim ha añadido uno mas á los laureles que ya ciñen su fíente.

En l.a acción del dia doce nos ha demostrado que era tan buen soldado como táctico inmejorable.

A las primeras horas de la mañana la división de Prim so puso en marcha hacia la parte de Tetuan con objeto de reco^ nocer aquellos terrenos y proteger las obras del camino que nuestros ingenieros están practicando.

Al llegar al'barianco de Tramagera un numero conside-

DE ESPAÑA. 165

rabie de moros tanto de infantería como de caballería le sa- lieron al encuentro.

ün grito de alegría se exaló del seno de nuestros soldados.

Hablan encontrado lo que üeseaban.

Inmediatamente cargaron sobre nuestros valientes que les ahorraron la mitad del camino saüéodoles al encuentro.

Acto continuo formó el general su plan de batalla y los re- sultados no pudieron menos de ser altamente satisfatorios.

Los moros habían creído derrotar aquel dia nuestro ejér- cito para cuyo efecto habían reunido sus kabilas á las que se había agregado un número considerable de los soldados que mandaba el príncipe ;Muley-el-Abbas llevando también algu- nos 500 ó 600 caballos

Pero de nada les sirvió ni su osadía ni su esperanza.

Aquella la vieron castigada como siempre por el valor de nuestros soldados, y esta defraudada como el dia 30 y el dia 9.

El general Prim mandó formar un cuadro con algunos ba- tallones de cazadores el que protegido por la artillería resistió valerosamente el empuje de los musulmanes que no podían sal- var nunca ni romper aquel bosque de bayonetas por entre cu- yos claros vomitaban torrentes de metralla las piezas oportuna- mente distribuidas en todo él.

Los ginetes musulmanes con la indómita fiereza de los hi- jos del desierto cabalgando en aquellos corceles tan rápidos co- mo el Simoun y tan ágiles como las gacelas se lanzaban y se revolvían sobre el cuadro con una furia indecible.

Al mismo tiempo dispuso que otros cuatro batallones pasa- son á cortar la retirada á los moros.

También recibieron orden algunos buques de colocarse en la playa á fin de quitarles toda esperanza de salvación por aquel punto.

El plan no podía estar mejor combinado pues teniendo á la derecha una sierra inaccesible para la caballería y á su izquier- da el mar y el frente y la retaguardia cubierta por nuestros cuadros los marroquíes no tenían esperanza alguna de sal- vación.

1G6 EL HONOU

Así lo comprendieron ellos y con el furor de la desespera- clon se lanzaban sobre nuestros imperlerrilos batallones.

Pero si valientes eran los nioros, mas valor tienen cien ve- ces nuestros soldados.

En las costumbres, en los hábitos de los musulmanes está el ser guerreros.

Mas nuestros soldados quintos en su mayor parte sin haber sentido casi sobre sus rostros el álito íibrasador de los comba- tes, es doblemente digno de mérito: esa bravura que han de- mostrado en lodos nuestros choques con las hordas mar- roquíes.

Es verdad que son españoles y en España el valor es una condición necesaria de sus hijos.

En el momento en que el general Prim vio realizadas, ya sus disposiciones mandó replegar el cuadro y por medio de dos retiradas falsas perfectamente egecutadas trajo á los moros al sitio donde quería.

Entonces mandó cargar á la bayoneta á nuestros valientes sin que á su pujante fiereza pudieran resistir los infieles.

Acto continuo empezaron á jugar los obuses lanzando gra- nadas que cayendo en medio de aquellos apiñados grupos sem- brava el espanto y la muerte entre ellos.

Nuestra caballería ásu vez se lanzó sobre los muslimes que sin poderresistir los ataques de las bayonetas, las cargas íe nuestros ginetc» ni los proyectiles de nuestra artillería se diri- jieron hacia la playa en el mas confuso desorden.

Pero alli la goleta Ceres y algunos otros buques pequeños los recibieron á cañonazos y sus certeros disparos aumentaron el terror de los deshechos pelotones musulmanes.

Nuestra caballería repitió sus cargas y la infantería sus ata- ques acorralándolos y dirijiéndoles hacia donde estaba el cua- dro que el general habia mandado formar en el punto por -don- de pudieron escaparse los moros.

Entonces el general Prira con su estado mayor, y el del general en gele se hecharon también sobre ellos que, acosados por todas partes y defendiéndose á pesar de eso, con esa va-

DE espaNa. 167

lenlía, y ese heroísmo que admira á nuestros mismos soldados se sostuvieron algún tiempo prefiriendo morir á entregarse.

Pero su derrota completa no podia dilatarse mucho tiempo y antes de anochecer se declararon ya en la mas vergonzosa fuga.

Toda la acción fué un echo de armas y una brillante pajina de gloria en la vida mih'tar de Prim.

Todas las demás acciones las habia mandado el general en gefe, pero en esta quiso dejar la honra de mandarlos al conde de Reus, y colocado únicamente en el reducto que domina el camino de Tetuan siguió con una satisfacción completa todos los accidentes de la batalla.

El campo quedó sembrado de cadáveres de armas y demás efectos que unidos á los muchos caballos que quedaron sin dueño formaron un rico botin para los bravos que con tanta gloria lo habían ganado.

Aquel mismo día á las cuatro de la tarde entraban en el Puerto de Ceuta los vapores que conducían el tercer cuerpo del ejército que mandaba el general Ros de Olano.

Mas tarde escuchaban los soldados de este, los brillantes hechos de armas de sus compañeros y sentían una envidia se- creta una impaciencia inmensa por ver de cerca á los moros y seguir la senda de triunfos que los soldados de tas otras di- visiones les habían tratado.

IS!

El estado sanitario del ejército iba mejorando en lo posible.

Sobre 40,000 hombres reunidos en un punto, y con el in- conveniente del clima, nada de particular tenia hubiera esas enfermedades que son las consecuencias inmediatas de los campamentos.

Si entusiasmados y decides estaban los soldados desde que

108 í:l HONoii

pusieron el pie en África, la llogatla del general en gefe íué á aumentar (loblemcnle su entusiasmo y su valor. ' ''^" "

Bajo su poderosa mirada, y su constante actitud se esta- blecieron" hospitales, abundaron los víveres, se recibieron mu- niciones, se mejoró la policía interior del campamento, y fun- cionando como era de esperar los hornos de campana, daban las suficientes raciones de pan para abastecer el ejército.

Valiente y arrojado en medio de los combates se le veia en los sitios de mas peligro, animando á los soldados con sus vivas á la reina, y su ejemplo.

Imparcial y justo, premiaba sobre el campo de batalla, á los valientes, y reprendía severamente, á cualquiera que hu- biese faltado en lo mas mínimo á sus deberes.

Para lodos los heridos tenia palabras de consuelo, y para los que no habían tenido la desgracia de sentir en su cuerpo la mella de los golpes africanos, espresiones que aumentaban el valor y la ansiedad de combatir.

Por manera que el soldado que sabia que lo miraba un ge- neral, como el conde de Lucena, se lanzaba sobre el enemigo, ansioso de que saliera de los labios de su gefe una palabra sa- tisfactoria, y que en aquel semblante generalmente severo, apareciese una sonrisa alhagüeña.

Valientes hasta la temeridad, frente al enemigo, eran nues- tros soldados después de la batalla los mismos españoles de siempre.

Sin pensar en la suerte que por todas partes les rodeaba, cantaban y se divertían todo lo posible en sus tiendas- de cam- paña,

Y entretanto su general^ recorría los puestos, vigilaba to- do, y cuando se retiraba á su tienda, no era para entregarse al sueño, sino para descansar algunos instantes,, teniendo siem- pre el oído atento, y combinando en su imaginación algún plan de combate, ó pensando que cosa haría falla á sus soldados, para tratar de procurársela en seguida.

Creemos que no sera disgustar á nuestros lectores el trans- cribirles las disposiciones que al entrar en campaña, dio el ge-

DE ESPAfÍA. JCO

neral en gefe. y que prueban hasta donde alcanza su buen li- no, y su solicitud por la mejor conservación del ejército que tan dignamente dirige.

Prevenciones á la entrada en campaña dadas por el geno- ral en geíe. ^«En el momento en que á ein()ozar la cam- paña, y siendo la guerra de África escepcional y distinta en to- das sus condiciones de las de Europa ha dispuesto el Escelen- lísimo señor capitán general y en gefe del ejercito, se hagan en la orden general las prevenciones siguientes para conoci- miento y cumplimiento de cnanto en ella se previene.

I."" En las marchas nadie se separará de su fila ó del pues- to que le marquen, ni para hacer sus necesidades naturales, -pues para esto se hará alto. Tengase entendido (jue en África no hacen los árabes prisioneros; que todo individuo que es cojido. por ellos después que es martirizado, es desapiadada- mente asesinado y sus miembros ensangrentados paseados co- mo trofeos en las tribus salvajes de que está poblada.

2.* Que el ejército; en marcha y campamento, estará siempre rodeado deenegimos que acechen el momento en (}uo un individuo se rezage aunque no sea mas que veinte pasos para apoderarse de él, ó si no les fuese pdsible asesinarlo. No debe pues, nadie separarse de su puesto bajo ningún concepto; no debo en marcha ni en campamento salir hacer leña, traer agua ni otra operación sino después que el campamento esté eníeramente cubierto y que se haga la prevención por los señó- res oficiales ó gefes respectivos.

3.* Jamas irán hombres solos á ningunas faenas: deberán -ir por batallones, compañías ó pelotones, según delerminen los gefes, y en lodos casos sieuipre con sus armas, que ño deja- rán de la mano, á menos que por dis{)Osicíones espresas no so determinase.

4.* Para hacer forrago, loña, traer agua y cuahjuier olra operación que sea, y por próximo (juo se halle del campaniea- lo, el gefe que mando la fuerza no empezará la faena, sino después de haber puest-o^^us avanzadas, colocado las con ti lió- las, cubiertas todas las avenidas y dejado un reten cnrríispon-

170 VA. HONOll

(1¡(mU<', (lando de antíMnano una scftal para que todo e! mundo he rcMiiia ocuiriese la menor novedad

5.* Kn los campa nuMilos se leudí á cuidado de haber hecho las remidas y apagado los fuegos al ancicheccr para impedir que sirviendo de blanco dirija el enemigo á él sus tiros, evi- tando bajas y desgracias inúliles. Cuando otra cosa pueda su- ceder se prevendrá.

G." Las Tuerzas que no se hallen de avanzada en grandes guardias ó escuchas, aunque de noche sintiere luego, no se moverán mientras sus gefes no se lo prevengan, Las que for- iiien la primera línea del campo únicamente, si el fuego loma- se un carácter vigoroso se sentarán y esperarán las órdenes de sus generales y gefes en esta disposición. Las de segunda lí- nea no se moverán á monos de no recibir orden espresa.

7.* De noche en cada compañía de seg-mda linea en el cam- pamento, habrá siempre un olicial y un sargento de vigilantes, determinando este servicio de modo que turnen- en cada una teniendo horas de descanso y vigilancia. En las tropas (|ue ocu- pen la primera linea, ó sea la cara esterior, las clases de cada compañía estarán las horas (]ue les toque todas vigilantes y cuidando del orden y quietud de sus soldados. Los gefes alter- narán del mismo modo.

8/ Jamás se pondrá en un punto, cualquiera que sea, un centinela solo; en el mismo campo serán siempre dos. Separa- dos en él, aunque no sea mas que veinte pasos, sea de día ó de noche, el primer grupo que compondrá una observación ó centinela será de cuatro hombres y un cabo.

9." En marchas y pueblos se respetarán la vida y propie- dades de las personas que pacificamente esperan al ejercito con especialidad, los ancianos, mugeres y niños, y aun en los combates se hará lo mismo con los heridos que queden en el campo y los prisioneros que se hagan, aun cuando el enemigo se conduzca en otra forma.

Un pueblo civilizado é ¡lustrado como es el nuestro, no debe ni aun con el carácter de represalias, imitar los instintos fero- ces de las salvajes tribus que pueblari el suelo africano.

DE KSr»Ai^A. 171

10. Cuando so cnciipnlren pozos ó balsa?; de agua estatr- cada. espocialmonto de corta cantidad, no beberán los hom- bres sin haber hecho que antes lo veriíiqne algiin perro ú olro ánima!, evitándose de esle modo los efectos perniciosos que pudieran sobrevenir á las tropas si el agua, por causas natu- rales ó artificiales, contuviese materias perjudiciales á la sa- lud. En las aguas corrientes no hay motivo de temor. Es sis- lema y costumbre en los pueblos de África á donde el ejército vj"i á lanzarse al combate en medio de una espantosa gritería, con lo cual creen amendratar á sus enemigos; lo mismo ejecu- tan de noche cuando quieren fatigar un campamento en el" mo- mento de ser descubiertos. El ejército en todos los casos debe permanecer impasible y mirar con el desprecio que merece er- la alharaca. En ello se una prueba de serenidad y discipli- na, y al mismo -tiempo se impone al enemigo, á quien nada causa mas temor que ver la imperturbavilidad de sus contra- rios. Silencio, pues, en todos los casos; calma completa y re- solución enérgica para ejecutar cuanto prevenga los gefes, esta sola condiciones la mas segura garantía de la victoria.

11. Los oficiales que manden guerrillas, los gefes que man- den fuerzas destacadas de sus divisiones no pasarán jamás los límites délo que se les ha prevenido, ni menos se desmanda- rán, cualquiera que sea la persecución que hagan al enemigo. Este acostumbra muchas veces á retirarse con premeditación para ver si imprudentemente se les persigue, y cuando las fuerzas separadas de sus sostenes, caer de improviso sobre ellas y envolverlas, grandes desgracias ha producido en la guer- ra el dejarse llevar de un ciego entusiasmo se prohibe á lodos el seguir tal ejemplo y se castigará al que comprometa lái fuerza que mande por olvidar esta prevención. El general ge- fe de estado mayor general, Luis García.»

Con semejantes d¡sposici()nes fácilmente se comprenderá como estarían los soldados al ver que su gefe se tomaba tanto interés por ellos, cuanto para asegurar mejor el triunfo de la causa porque tan justamente iban á combatir.

172

EL HOP<0»

CAPITULO XVX

En que el autor no puftJe prescindir áe hablar de alíennos de sus auti¿;uos pcráonages.

^ABiA caído Alfredo desmayado en poder los de saleliles de Julia.

Quién era aquella mujer que perse- guía al poeta como la imagen de la fa- talidad?

?' Nosotros bien quisiéramos satisfacer esa tan justa curiosi- dad de nuestros lectores, pero estamos muy lejos de Madrid, y creo que ya recordareis, que el poeta entregó á Clara sus memorias en las cuales encontraríamos sin duda alguna, algo referente á nuestra lieroina. '

Por manera, que con harto sentimiento nfifestro, basta que Volvamos á la coronada villa, que no será hasta que la guerra no se concluya, tío podemos saber nada respecto á la mujer de quien nos estamos ocupando.

UK ESPAÑA. 173

Después de recoger el herido, la comitiva se puso en mar- cha por las quebraduras de h sierra, según anteriormente di- gimos.

Atravesaron las chozas que componen la kabila de Bebzus, y después de atravesar bosques y cañadas, llanuras y monta- fias, se encontraron en las primeras casas de Raast-el-Seric.

Ya se sabia en el pueblo, la nueva derrota sufrida, y mil preguntas llovieron sobre los moros que silenciosos y cabizba- jos, conduelan á Alberto.

Julia esquivó como pudo, todas aquellas interrogaciones, y en el mas puro lenguaje mogrevino, les dijo á los riffeños. A. la casa del judio Isaac.

Algunos momentos después, se detenían ante la puerta de su mezquina vivienda.

Llamó la joven; y el buen hebreo, salió áabrfr.

Pederoso Dios de Jacob!.,, dijo asi que vio, el objeto que

conducían, un hombre muertol

No, Isaac, le dijo Julia, herido solamente, y que confío

en tu ciencia para salvarle. Pero....

Nada Isaac, la humanidad te exige ese nuevo sacrificio.

Todos penetraron en la casa y puesto el herido en un lecho cómodo y aseado, á los prontos auxilios del hebreo volvió ¿i entreabrir sus ojos, viendo al lado de su lecho, la figura me- lancólica y apenada de la joven.

Aquella impresión le hizo volver perezosamente la cabeza al otro lado encontrándose con la grave y benévola fisonomía de Isaac, que observaba con la mayor escrupulosidad todos sus movimientos. .

Julia hizo una seña á los moros que abandonaran inmedia- tamente la estancia.

Solos ya, el médico se dedicó á reconocer las heriJas de Alberto, y después de haberlas limpiado y sondeado, exclamó con un aire de completa satisfacción.

Dentro de diez dias^ podrá levantarse y dentro de veinte montar á caballo.

i 74 Ki. no.Nou

¿Conque no hay peligro? dijo co» un acento de ¡nmensu alegría la dama. Ninguno. Gracias, Dios roio.

Aclo continuo después de haber puesto sobre (as heridas uh bálsamo, que el mismo judio habia compuesto, le puso sus ben- dages con la maestría de un cirujano consumado, y después haber preparado una poción calmante para Alberto, se volvió á Julia y la dijo. Ahora conviene que le dejemos descansar. Efectivamente, el poeta cerró los ojos, y poco después, su respiración igual y tranquila justificó lo que habia dicho ei isr- raelita. Ahora Toy á ver á mi otro herido. Pues que tenéis algún moro en vuestra casa? preguntó Julia. ¿No, es también cristiano? Cristiano, Isaacl Esplicadme....

Es una historia demasiado larga, y ya es hora de que vay^ á hacerle la cura.

Si no tenéis inconveniente, os acompañaré. Podéis venir; alli encontrareis á Ester, que no se separa un instante de la cabecera de su lecho.

La dama fijé su mirada escrutadora sobre el semblante del hebreo, pero nada notó en ella que pudiera estraQarla.

La misma bondad, la honradez personificada, se veian co- mo siempre, impresas en ella, salieron de la habitación no sin que Julia hubiera vuelto á mirar al poeta otra vez, .y muy pronto se encontraron junto al lecho de Carlos.

II

Desde la declaración de la nifta, las heridas del raililar se mejoranm cstraordinariamenle.

Dii esi'aíRa. 175

- Cuando volvió del desmayo, que las palabras de Ester le cansaron, efecto de la inmensa alegría que esperimenló, me- diaron algunas esplicaciones, y en ellas se le mostró tal cual era aquella alma ingenua y sencilla, que abrigaba ua profundó amor hacia él, cuyos tesoros de ternura y adoración, bastaban, para embellecer toda su vida.

Y como la parte moral influye tanto sobre la física, la di- cha que esperímentaba Carlos, adelantó infmitamente su me- joría.

Las largas horas, que se pasaba contemplando el rostro he- chicero de Ester, las palabras de cariño que trocaban, le ser- vían de mucho mas que todas las drogas del hebreo.

Ester también sentía que una vida nueva habia empezado para ella.

Niña aun, habia sentido así, esa necesidad estraña, que oprime el corazón de la mujer á los diez y seis ailos, ese deseo vago, sin objeto, ese vacio, para el cual no se sabe lo qué vasta, y no podía esplicarse la causa de la profunda melanco- lía que la embargaba.

Privada de una madre cariñosa y tierna, si bien Isaac, la rodeaba de atenciones continuas, no eran suficientes á llenar el lugar que su madre hubiera ocupado.

Y de este modo pasaron los primeros abriles de su vida. Yj asi la sorprendieron los diez y seis años. Esa edad en que el alma se habré al amor como las flores á la brisa matinal entreabren sus cálices sedientos del rocío de la alborada. '•'

Soñaba con un fantasma encantador que la hablaba en un lenguaje desconocido, y la miraba de una manera que hacía palpitar su corazón con una rapidez estraordinaria.

Y se reprochaba estos latidos como un crimen. Creían que eran un robo hecho al cariño de su padre.

Y la desgraciada lloraba y pedia perdón á Dios por aquellos latidos.

Entonces conoció h Carlos.

Habia salvado la vida de Isaac, una noche en que unos

476 EL HONOR

moros trataron de asesinarlo, y el agradecido Isrraelila no sa- bia como pagar a(|uella deuda al joven.

Las puertas de su casa se abrieron para él, y rodeado de aquella aureola de nobleza y valentía se presenta á la joven.

Cuando le vid, redoblaron su fuerza los latidos de su co- razón.

No sabiendo que existia la palabra de amor, aquello lo creyó el cariño fraternal de los hermanos.

Y queria al joven con toda la fuerza de su alma. El beso de despedida que la dio el capitán, la reveló súbi- tamente, ío que ignoraba. ,

El amor que sentia hacia él, era esa pasión, ese destello supremo de la divinidad, que dijiese tanto de todas las demás afecciones.

Por fin aquellas dos almas que tantas tendencias tenian á unirse, se encontraron.

- Se confundieron en una sola, y una era nueva de ventura empezó para ellos.

; No sentian correr el tiempo; embriagados en aquel sueño

dulcísimo de felicidad, no pensaban, no podían comprender

que había de llegar un momento en que despertasen. , , ¡^

Ester ya hemos dicho que no se separaba de la cabecera

del herido.

Siempre fijos sus ojos en los de su amante, espiaba sus mo- vimientos, adivinaba sus deseos, y no encontraba otro placer que estar siempre á su lado. .,1)

Carlos por su parte, bendecía infinitas voces la mano ce- losa de Zobeiba, que semejante goce le había proporcio-f nado. 1, .

En uno de esos momentos de contemplación dulcísima, pe- netraron en la habitación Julia y el hebreo,,,^..., . ,

Adiós, hermana, dijo esta abrazando cariñosamente á la JutHa. ., .uuA

Bendito sea el Dios de mis padres, que me peruíÁl^iyol- verte aventara, la dijo la joven. - - »,;•.!'

DE ESPAÑA. 177

Cotno se encuentra ese animo? preguntaba al mismo tiem- po Isaac á Garios.

rr-Ei animo perfectamente serefio y tranquilo y el cuerpo creo que sigue bien ya me parece que no tengo herida alguna,, puedo hacer todos los movimientos con entera libertad. .-,.T— Veamos pues.

Y separando la ropa, empezó el hebreo á desatar los ven- dages, y después de haber reconocido las heridas, dijo:

-—Mañana ya podéis levantaros, y con la ayuda de Dios, dentro de pocos dias podréis entregaros á lodos los egercicios y fatigas hijos de vuestra profesión:

ün dolor estraño oprimió á la pobre Ester, j; ;i;Habia deseado ardientemente la mejoría de Garios, o L, Pero en aquel momento, solo pensó que aquella, mejoría- traerla necesariamente en pos de la separación de su amante. Entretanto, Julia, no había separado sus ojos de Carlos, y una sorpresa estraordinaria se retrataba en su rostro. .... Volvióse á Ester y le dijo: íu:ñ-¿Cómo se llama ese herido? :.

Garlos, le contestó la hija del judio. "'-'''h

¿Y cómo ha venido á esta casa? -0"^— Era oficial del fijo de Geuta y venia muchas noches á, este pueblo.

¿Y su herida? insistió Julia frunciendo doblemente sus es- pesas cejas.

No puedo decirte nada , solo que se iba á España y es- tuvo a(juí á despedirse , cuando al salir de casa, un bulto cu- bierto con un albornoz que impedia ver sus facciones, le dijo no qué, y le dio una puñalada.

En esto en uno de los movimientos que hizo el herido , dejó percibir un medallón que llevaba al cuello, á cuya vista éscla- la dama que tanto perseguía al poeta: ^

I Cielo santo 1... es su hermano 1...

Y volviéndose en seguida á Ester, volvió á preguntarla: —¿Y por qué motivo le abrió tu padre sus puertas?

178 ÉL HONOR

Le salvó la vida una noclio y le vino acompañando hasta nuestra mezquina vivienda. ^ oí?

I Toda esa raza es noble y buena!... murmuró con acento reconcentrado Julia, y su vista pasó sucesivamente de Eslerül herido y de este á aquella. . uíjíjíj

Para otra j)ersona menos perspicaz, hubiera sido bastaflle revelación del amor de la judia , las miradas que dirijia á Car- los, pero Julia quiso asegurarse mas, y volvió á preguntar á ta pobre niña que no acertaba á csplicarse los motivos de seme- jante interrogatorio. .::;!.

¿Dime, Ester, amasa Carlos?

La hebrea se ruborizó, y no supo que contestar.

No te ruborices, hermana, el amor no es deshonra, y una pasión pura y casta como será la tuya , no puede haber reparo alguno en confesarla.

Pues bien, Sara, le aseguro por el buen Dios que nos oye, que si Carlos hubiera muerto yo le hubiera seguido á la tumba¿

Haces bien, ámale siempre, hija mia, la dijo Sara con un acento inmensamente triste, son una raza de hombres que-son dignos de ser idolatrados. , :

Ester no comprendía una palabra^ . -

Pues qué,. ¿conocías á Garlos antes de ahora ?;.la pre- guntó. ~f>— -No: pero conozco á otrohermíino suyo., y...

Yo creo que te equivocas, dijo Ester sin hacer alto en la interrupción de Julia ; Carlos tiene ningún hermano.

Estos son misterios que no comprendes, V guárdale (le decirle nunca una palabra de. esto. Tu amante tiene dos herma- nos mas, él no conoce á ninguno, sabe que existen , yo conoz- ,co á uno y estoy buscando al otro.^,,, . ^j ,:,

La entonación del acento de Julia, estremeció á la inocente Ester.

Con esa especie de instinto especial que tienen las mujeres, adivinó que entre Julia y aquellos tres hermanos mediaba un misterio hprrible, y sin, saber porqué, temía por su, amante.

Entre tanto, la cura se habia concluido, y el buen judío

DE ESPAiSA. i 79

salió de la estancia después de haber encargado á las dos jór venes que nada digesen al herido , hasla que hubiese pasado iin.bueíi rato, pues se quedaba aletargado algunos momentos- ..— ¿Ahora tu estarás mucho tiempo con nosotros? preguntó Ester á Julia. Las circunstancias lo han de decir, yo no lo sé. Y dichas estas palabras, dejando á la pobre niña en un mar de confusiones, se salió del aposento, dirijiéndose hacia una especiede jardín dónde el hebreo criaba una infinidad de plan- tas medicinales , y donde se hallaba á la sazón.

III-

¿j Isaac sospechaba , mejor dicho, sabia el amor de su hija al oficial y el de este hacia aquella, pero nada encontraba de re- prensible en pslas relaciones, y por lo tanto hasta las miraba con satisfacción. .. -

Julia se acercó al hebreo, y le dijo:

—Tengo que hablar con vos. Era tan severo el acento de la joven ^ que aquel alzó la ca- beza sorprendido y la dijo: '^^M';'! ^'^b'^q 07 .ROífnY--

¿Qué es eso, Sara? hija mia, ¿qué significa la espresion de tu rostro?

Que tengo el alma muerta Isaac.

¡ Poderoso Jehová 1... tú, la mas bella hija de Sion, lii, la que formabas la delicia de Rebeca tií buena y santa madre, padeces y tienes marchita el alma?... dime qué tienes, hija mia, ya sabes que por no veros sufrir á y á mi pobre Ester, daria cuanto poseo, hasta mi vida , solas vosotras dos líie ha- béis quedado y... , 'ií

La frente del isrraelita se anubló al |)rouunciar estas jlalft- bras, y una lágrima que broló de sus ojos, bajó silenciosa á ocultarse entre su espesa barba plateada. ' '^Venid , lio, dijo Julia Sara ó Saruyemal , pues ya la cono-

180 EL HONOH

cornos con estos tres nombres, tengo que liablaros, látigo que desahogar corazón en vuestro seno cariñoso. ' ^*!> >'<'^"'^

-—Vamos donde quieras , cont'iame tus penas , y si en lo posi- ble eslá calmarlas, yo te prometo hacer lodo lo posible para

conseguirlo,

Atravesaron las calles del jardin , y penetraron otra vez en la casa.

- Subieron una estrechísima y tortuosa escalera, al cabo do !ci' éual franquearon una puerta y entraron en una habitación que desde luego revelaba á quién pertenecía.

En unas especies de básales construidos bien toscamente se miraban retortas, crisoles, y mas abajo hornillos, y otra por- ción de objetos.

En fin en el desarreglo que había y en la clase de cosas que en él se miraban se comprendía desde luego que aquella estancia pertenecía á un hombre dedicado muchos años á las -ciencias.

Aquel hombre era Isaac. i

Largas horas se pasaba en su habitación, y sus conoci-* mientos eran cada día mas estensos, y mas profundos.

El judío acercó algunos almohadones para que se sentara Julia, y él lo hizo á su lado. ;,ia

Vamos, ya puedes hablar hija mía, lai dijo. ,>^ cv';?

Os acordáis Tío, de Abraham el joyero de Mequinez?.

Una palidez lívida se esparció por el semblante dti judío.; ,

Sus ojos se cerraron. ! '^M)

Su frente so cubrió de espesas arrngasi

Sus miembros se agitaron convulsivamente. íijií! Y sus labios exhalaron un gemido, sordo y ahogado. ,

Julia le contemplaba tristemente. : i

- ;..^-Perdonadme, le dijo en el momento en que víó que pare- cía volver en sí, perdonadme y creed que hubiera una necesi- dad absoluta no os habría evocado esos recuerdos.

No sabes hija mía, la herida que has vuelto á abrir en raí corazón, veinte y dos anos hace que sucedió aquel crimen, y con el transcurso de tantos dias creí que ya estaba completa-

DE ESPAÑA. 181

menta cicatrizada, pero tu has hecho brotar sangre de ella, otra vez; habla que quieres? para que me has dicho eso?

Rutben, y Jacob, están en vuestra casa.

Qué dices? Los hijos de.... imposible Sara, imposible contestó con exaltación el judío.

Tan cierto es como que Ester idólatra á Jacob, y yo he perdido mi alma porque Rutben no me amaba como yo le adoro.

Dios de Isrrael, que te hecho yo, para que asi me casti- gues? gritó delirando Isaac, alzando entrambos brazos al cielo. Julia, también alzó sus negros ojos llenos de lágrimas. Era espléndidamente hermosa.

El tipo judaico en toda su pureza de líneas y contornos, es-r taba personificada en ella.

Durante algunos momentos no se oyeron mas que los sollo- zos de la joven, y las palabras que arrancaban la desesperación al anciano.

Por fin este se pudo dominar mas pronto y reparando en el estado de su sobrina, se olvidó de su pena para consolar la de ella.

Qué has dicho hija mia? no te he comprendido bien, las palabras anteriores me hablan privado por entero, cuéntame lus penas ¿qué tienes; no le aman?... habla.

Oh! dejad á mi pobre corazón que se desahogue, hacía tanto tiempo que no lloraba!

Y la desgraciada Julia dejaba correr por sus megillas tor- rentes de lágrimas.

Llora, Sara, el llanto mitiga los dolores; felices á los que aun les quedan lágrimas.

Y una espresion de sombría tristeza se retrató en el rostro del judío al decir estas palabras.

Os he dicho que Rutben y Jacob, están en vuestra casa y es la verdad.

Y yo sin haberlos conocido, yo que les he abierto las puer- tas de mi casa ...

182 EL HONOR a

Y los (ios amados por vuestras sobrinas, gritó dolorosa- iDonle Julia. i

Pero (|iic horrible maldición pesa sobre nosotros? por don- de quiera (jue vamos esa raza maídila no-s hado pórsei^uir? .. y dime Sara, prosiguió Isaac i-eparando en el dolor de la joven, sníVeSi no es verdad, hija mia? i íü o- .,; .

—Oh!... no lo sabéis bien, mi padecimiento es horrrble, amo y no soy amada.... ;

~No ser ainada tú?... despreciarla esos hijos de... No pronunciéis ese nombre, padre mió, dijo Julia ponien-^ do su mano en la boca del anciano.

Tienes razón , muchos años hace que hice juramento de no^volver á pronunciarlo; varaos, y dime, ¿cómo es que no le ama?...

''*^Yo me tengo la culpa, y eso es lo que mas dolores rae causa.

¡Tú!... no te comprendo, esplicate, Sara; sácame tam- bién déla angustia que me causan tus palabras. —Yo le conocí en iMadrid, mejor dicho, yo lo he seguido constantemente desde que perdieron á su padre aquella nocho terrible, niñaeíitonces, le amé, mas larde, en Madrid, conse- gui ser amada ; y aun tengo el gusto de recordar que sus pri-r meros triunfos me ios debió á mí; yo Fe inspiraba, y el público aplaudia frenético aquellas inspiraciones. | Oh! cuan dichosa que era en aquella época !...

¿Y amándole entonces, como pudo olvidarte después? la preguntó el anciano, viendo que se habia quedado algunos mor mentos suspensa.

¿Quién es capaz de detener el pensamiento que se aparta de nosotros? qué cadenas hay que sujeten un corazón ? Tai vez me contestéis que el talento; puede que añadáis que yo lo te- nia, pero en aquella ocasión lo habia perdido completamente^ ¡Pobre Sara! cuánto habrás padecido, y sola sin que una mano amiga enjugase tu lian! o. '

Sola, tenéis razón, mientras Alberto me cimó, yo me con- tenté con vivir h\jos del mundo, lejos de las diversiones, para

Dfi ESPAÑA, 183

mi todo !o era él , y nada echaba de oíanos estando á su lado; pero empezó á enliviarse su amor, yo sufría , le reprochaba , su carácter altivo también se resenlia , y poco á poco su amor se estinguió como se eslingue el último rayo de sol en la caída de la larde. Entonces mi persecución pai'a con él se hizo mas fuer^ te, cuanto el menos me amaba, yo le adoraba mas, y dondb quiera que iba, allí me encontraba para oír de mis labios un reproche; pero para ver en mis ojos la elücuente súplica que le líacia mi amor.

¿Y él no admiiaba ese cariño, no te lo agradecía? ¿no volvia á como la obeja descarriada?

Al contrario, se alejaba cada vez mas.; para él , merced á su talento, se le abrieron los salones de la alta sociedad ma- drileña, y yo, merced á mis riquezas, también penetre en ellos bajo el titulo de baronesa de Karlsley. El no me descubrió nun- ca, jamás reveló á nadie que aquel título era postizo, que bajo, él se ocultaba la hija de una raza proscripta, solo que cada vez me aborrecía mas. í í: .■ >; í":;

Yo ciega entonces, en vez de imitar lo generoso de su con- ducta, le amenacé con descubrir el secreto de síi nacimiento, en el momento en que viera que se diiijia á otra mujer, y su \ida y la mía han sido un prolongado martirio. . .: i.

En medio de sus triunfos, yo me aparecía; iSl por casuali- dad en medio de un salón recibia las felicitaciones de todo él mundo, mi acento sarcástíco le lanzaba un epigrama que le ha- cia palidecer, y él re retiraba á su casa sombrío y triste , y yo me marchaba á la mia loca, desesperada.

Y de ese modo lo irritarías mas contra ; j cómo se cono- ce que tu misma pasión te cegaba !

Eso mismo me decía yo sollozando en el fondo de mi ga- binete, pero al otro día al encontrarlo en cualquier parte se ro- pelia la misma escena.

Y así se pasaron muchos meses; mil mujeres estaban an* siando que él las digera una palabra de cariño; peio cuando él iba á pronunciarla, mi acento duro é imperioso la detenia ert sus l¡U)ios.

184 KL IIONOK

Por fin cslii lucha no podia prolongarse mucho tiempo; se aprovechó de venir á la guerra un amigo suyo para ausontirse de la corlo, y al dia sigiiienle salia yo también tras de él. , Fué á Tánger, y á Tánger le seguí yo; Zaida se enamoró de él i)0rque iba siempre á cobrar sus letras en casa de Abdelr. Abas y... ,j

¿Zaida también?.... ; Dios de Abraliam !.... gritó con un acento estrano Isaac.

Si, Zaida también, y si Ester no estuviera enamorada do su hermano, indudablemente le adoraria, porque es imposible verle sin amarle. Zaida lo llamó, le dijo la pasión que por él habia^senlido, y cuando Alberto empezaba á vacilar, me pre- senté yo, ahogando en su garganta las palabras que iba á pro- nunciar. ;, -1) Desesperado entonces, se volvió á Ceuta, yo le he seguido

paso á paso, y he acochado la ocasión de que se diera una ba- talla para tenerlo en mi poder. Aquí tenéis la historia de esos amores que para raí no han tenido mas vida que la de las rosas deJericó, una mañana tan solo.

Inclinó Julia al decir estas palabras la cabeza, y sus lágri- mas trasparentes y puras siguieron resbalándose por sus me- jillas.

Largo tiempo estuvo contemplando con dolorosa tristeza el buen hebreo. 1^

Comprendía que aquella situación la habia empeorado Julia misma, de un modo muy poco fácil de arreglar.

Para manejar el corazón del hombre á quien se adora, y retenerlo siempre , se necesita tanto amor como talento.

Pero en Julia superó el primero al segundo, y la consecuen- cia fué perder por completo el cariño del poeta.

Sus consuelos no podían ser por lo. tanto muy eílcaces.

Nada podia prometerla, porque nada confiaba en poder

conseguir.

Sin embargo, como la pobre Julia necesilaba que la dige- sen algo , el buen anciano trató de mitigar sus penas del me- jor modo que pudo.

DE espaNa. 185

IV

Han pasado tres dias de los sucesos anteriores.

Garlos , en virtud de la orden de Isaac , ha abandonado ya su lecho.

Ester cada dia está mas triste, mas apenada.

La vuelta a la vida del oficial, ha arrebatado las rosas le sus megillas.

La pobre judia presiente la ausencia de su amado capitán.

Son las once de la mañana.

Por las encantadoras calles del jardín , se están paseando ambos amantes.

Carlos, aun debilitado por su herida, anda muy despacio, y necesita de vez en cuando descansar algunos momentos para proseguir su paseo.

El dolor que se retrata en el semblante de Ester, no ha podido menos de sorprenderle.

Sin poder adivinar la causa de él , en vano torturaba su mente.

Dime, Ester, la dijo por fin, ¿quieres esplicarme un es- írailo misterio que en vano trato de descifrar? i Un misterio, Carlos I ¿Cuál es?

—¿De qué naco esa profunda tristeza que veo impresa en lu rostro hace pocos dias?

—¿Y me lo preguntas? jOh! rae amaras como yo te amo, no necesitarias preguntármelo, mismo padecerías co- mo yo.

—¿Que yo no te amo, I^stor, que yo no te amo? Qué haría yo para demostrarle la inmensidad de pasión? Estarte siempre á mi lado. —Qué dices?.. Ali! ahora comprendo la causa de lu pena,

180 El. noNOM '

sufres porque le imaginas (|ue lejos de lu lado le olvidaré. No len^^is miedo por eso; ¿acaso el ciego podni olvidar la luz del sol? Si lu amor me ha dado la íelicidad, cómo es posible que pudiera olvidarlo? al conlrario, lejos de lí, mi cariño se au- inenlará doblemente, cada hora que pase sin verle acrecerá mi deseo, irrilará mas mi pasión, y el que nos volvamos á ver se desbordará por entero mi alma al confundirse con la luya.

Ohl si eso fuera cierto?... contestó la judia dulcemente conmovida por aquel lenguage tierno y apasionado.

Y lo dudas lu Ester? si asi fuera me ofenderías mucho.

Ofenderte yo?... Dios de Isrrael! ofenderte yo cuando pa- ra mi no hay nada mas que en el mundo; lo único que no quisiera, es que le ausentases, pero conozco demasiado los de- beres que tienes que cumplir, deberes que por otra parte po- dias romper perfectamente. En Ceuta ya le creerán muerto, ¿qué necesidad tienes entonces de marcharte?

Y el honor de mi patria?... y mi honor mismo, Ester?... mis hermanos están luchando, muchos caen víctimas de su va~ lor y patriotismo, y yo español como ellos, como ellos solda- do, había de estar contemplando impasible su cruento sacrificio? No, Ester, cuya nobleza de pensamientos tantas veces he admirado, tu, cuyos generosos instintos rae han hecho idola- trarte mas, no creo que seas la que le opongas á resolución, en la que entra por mucho el deber.

Pero y si tu vas, ¿qué va áser de pobre corazón? gritó con voz que ahogaban los sollozos, la pobre niña.

Tu corazón me lo llevo yo en cambio del mío que se que- da junto á tí.

Y no le he de ver lodos los días, como ahora, recorreré lodos los sitios, embellecidos un tiempo con tu presencia y que luego estarán desiertos, preguntaré d las flores del jardín , á los muebles de tu estancia, y lodos me dirán «aquí estuvo» pe- ro ninguno podrá decirme cuándo volverás.

Y Ester, en medio do su dolor, estaba sublimemente her- mosa.

Era !a imagen del sufrimiento divinizada.

Carlos la contemplaba y comprendía cuánta resolución era menester que tuviese para separarse déla encantadora vir- gen de judea.

—Cálmate, Bster mia, no parece sino que mi ausencia ha de ser eterna; ¿es que tienes tan poca en mi cariño que crees voy á olvidarte en cuanto de ti me aleje? Vamos, tanto lo primero como lo segundo, no pasaría de ser una locura muy indisculpable. Si temes á los azares déla guerra, Dios que hasta ahora nos ha protegido , seguirá haciendo lo mismo después , ya sabes que yo le amo , le lo he dicho muchas ve- ces, y no quisiera que dudases tanto.

Pero si yo no dudo ; no hago mas que quejarme porque te alejas de mi lado.

Ya ves si tengo necesidad de ello ; de otro modo , ¿ le crees que yo lo haría?

Pues ahí porqué sufro mas , porque comprende que no hay mas remedio,

Al contrario debía ser, pues cuando una cosa es irreme- diable no hay mas que conformarse.

¿Y quién tiene esa conformidad cuando idolatra?

¡Oh! Ester mia, la dijo Carlos arrastrado por aquella pa- sión que respiraba las palabras de la hebrea, no me hables de ese modo, porque siento vacilar mi corazón, y el deber me aconseja que lo desoiga.

Tienes razón, Carlos, contestó Ester haciendo un esfuerzo suprenat); he sido una niña; comprendo demasiado lo que de- bes hacer , y no seré yo la que te aparte de ese camino ; lu único que te pido es que no me olvides, que me ames siempre como te ama tu pobre Ester.

¿Y quién sería capaz de olvidarte? gracias, ángel m¡o. misma me das valor , y Dios premia siempre las buenas ac- ciones; tú has cumplido tu misión curando las heridas de mi alma, yo cumpliré la mia combatiendo por mi patria, y des- pués la felicidad será para nosotros , grande , inrmita y éter- m. Ten ánimo, mi Ester, que mientras tu Carlos viva, su pensamiento y su existencia te pertenecerán siempre.

i 88 EL HONOR

Y tras estas palabras , siguieron otras'muchas, de que ha- cemos gracia á nuestros lectores, pues el lenguagc de los ena- morados , se reduce siempre al consabido ute amo» dicho bajo rail formas y de mil modos diferentes, pero que siempre equi- vale á tomismo.

Como que estamos tan cerca del campamento , justo será que echemos una escursion á él , para ver á otros antiguos amigos nuestros , y qué novedades se preparan contra la gen- te africana.

ÜE ESPAÑA.

189

CAPITULO XVII

En el campamento. —La herida de Miguel se mejora. Kscarmienl nuevo que reciben los moros el dia Í5 de Diciembre.

I.

AS victorias que el ejército español habia /^conseguido, y las que aun esperaba con- seguir, acrecían cada vez mas su valor. Es verdad que habia penalidades. Sufrimientos mas grandes que los de 4uchar con los moros. Las calenturas y el cólera eran los peores enemigos. Y los que eran atacados por estas dos enfermedades lo sen- tían mas que si hubieran sido heridos por las balas africanas. Casi continuas las lluvias, siempre reinando los vientoS; el campo parecía una laguna, y esta causa promovía las en- fermedades.

Pero el animo no decaía por esto.

190 KL HUNOIt

Al contrario, cadadia crecía el deseo de pelear contra los infieles, y de dirijirse hacia Tetuan, donde tras de la victoria se encontrarían alojamientos mas cómodos, y mas gloría sobre la ya adquirida.

El digno general en gefe aumentaba su entusiasmo con su egemplo.

Si había combate, en el sitio mas amenazado, donde habia mas peligro, allí estaba O'Donnell, oyendo impasible silvar las balas en derredor de su cabeza, y dictando sus disposicio- nes con esa serenidad admirable que le caracteriza.

Y si sus mismos oficíales, conociendo el riesgo en que es- taba, y lo necesaria que era su existencia, se lo hacían pre- sente y le instaban para que se retírase, solia contestarles pa- labras tan sublimes como estas, que nosotros tuvimos el placer de escuchar.

Degenme Vds. señores, no pasen cuidado pormi\ mi vida está en manos de la Providencia y yo confio en que velará por mi.

Con tales palabras, y con semejantes obras, ¿cómo no ha de estar entusiasmado el soldado que pelea bajo las órdenes de tan ilustre gefe?

Multiplicándose en todas partes, en los combates y los mo- mentos de descanso, siempre se le ve infatigable y activo.

Si las lluvias estropean las tiendas, él, el primero se sale de la suya, para recibir el agua como el último soldado.

Por manera, que no hay voces con que elogiar su conduc- ta, y el ejército entero está doblemente orgulloso con estar mandado por un general como el conde de Lucena.

Muchos trabajos, muchas penalidades se pasan en el cam- pamento, que son las consecuencias precisas de toda campa- ña, pero también atendido el entusiasmo del soldado, y la in- teligencia del gefe , muchos días de gloria podemos asegurar que le están reservadas á nuestra patria.

OE ESPAÑA. 191

II

Miguel seguía mejorándose aunque lentamente. Su ansie- dad por ponerse en disposición de volver á tomar las armas, era comparable tan soloá la de todos los heridos en general.

Andrés estaba ásu lado siempre que se lo permitían las circunstancias, y sus consuelos y su asistencia consiguieron lanto como las medicinas.

Evitaba con un cuidado especial hablarle ni una palabra de María , porque sabia demasiado que la herida de su alma era peor que la del cuerpo, y por lo tanto no convenia enconar- la mas.

Y tenia razón ; el pobre Miguel sufría horriblemente.

En el campo de batalla, en medio de aquella animación, de aquella espectati va continua de combatir con los moros, el pensamiento separa de los demás objetos para fijarse en el que mas presente tiene y en el que con mas insistencia le preo- cupa.

Pero allí en el hospital, solo completamente, oyendo que^ jarse á sus compañeros de infortunio, su pesar se redoblaba mas vivamente.

Veía á María , á María á quien tanto amaba , y la encon- traba revestida todavia con su túnica de pureza.

Después llegaba al fatal momento en que la revelación de la joven destrozó su alma , y todavía escuchaba las palabras que le dijo.

Y como las afecciones morales ejercen tanta influencia so- bre los padecimientos físicos, de ahí que su curación no ade- lantaba lo que debiera.

Pero entonces entraba Andrés, le contaba todas las peri- pecias del combate del día anterior, los hechos brillantes de sus compañeros , y lo distraía de sus tristes pensamientos.

Le hablaba de la conducta bizarra del general , le describía

^92 K). HONOR

con esa olocuencia sublime del pueblo, que se reduce á muy pocas frases, todo lo acaecido en la batalla y la parte que él liabia tomado en ella, y despertaba en el corazón de Miguel el entusiasmo y el deseo de volver á participar de aquella gloria.

Y de este modo sufriendo y deseando , su herida iba po- co á poco caminando hacia su cicatrización.

Andrés, por su valiente proceder en algunas de las accio- nes pasadas, habia merecido que el general en jefe le conce- diese la cruz de María Isabel Luisa , y estaba sumamente or- gulloso con semejante premio.

Miguel también habia merecido una de San Fernando pen- sionada, y cuando se escitaba su deseo por los relatos de su primo , ansiaba ponerse bueno por ver si podia conquistar los üfalones de sargento.

^UIUIJ^C. V4U OUIJ5

III

Los moros se llevaron otro intervalo de muy pocos dias sin presentarse en acción.

Únicamente escondidos entre sus breñales, solían disparar sus espingardas, sin resultado ninguno.

Esta inacción no agradaba mucho á nuestros valientes.

Entretanto las obras para el camino de Tetuan , adelanta- ban todo lo posible.

La división Prim, era la encargada de sostener y apoyar aquellos trabajos en los cuales nuestros brillantes batallones de ingenieros y los confinados, ponian todo su afán y se es- forzaban en concluirlos cuanto antes.

Pero habia necesidad de concluir próximamente unas tres

leguas de camino, y por muy deprisa que se hiciese, por mu- cha actividad que se desplegase, tenia que tardar algún tiempo.

Y actividad no faltaba, al contrario, pocos ejércitos, con-

ÜE BSPAÑA. 195

la iAj O con los elementos del nuestro, hubieran hecho loque los españoles, en el poco tiempo qne llevaban de permanen- cia en África.

Nuestra line^. fortificada era poco menos que inaccesible.

Y todos estos trabajos se habian hecho bajo los fuegos casi constantes del enemigo.

De este modo y con estas continuas alarmas llegó el dia 15-

El general en jefe habia dispuesto que en las alturas del Serrallo se celebiase una misa de difuntos por los valientes que habian sucumbido en las acciones anteriores.

Todas las tropas asistían á ella.

Cuando de pronto en medio de la celebración del santo sa- crificio , los tiros que empezaron á oirse anunciaron la acome- tida de los moros.

Todas las divisiones fueron inmediatamente á ocupar sus puestos.

Los moros se presentaron en número de 15 o 16,000.

Su idea era la de atacar toda nuestra linea de fortificacio- nes, y tomar el Seirallo y demás posiciones nuestras, para lo cual se habian juramentado antes de entrar en acción.

Una parte de los soldados (jue mandaba el príncipe Muley- el-Abbas, se unieron á las kabilas que habian atacado los dias anteriores, y aun el mismo príncipe se conocía que dirijia la acción.

. Su primer ataque fue hacia el reducto que protege las ol)ras del camino de Tetuan, cuyo punto está defendido por la divi- sión del general Ros de Glano.

Aquello no fué, sin duda, mas que un medio para llamar la atención de nuestras tropas, y cargar con todas sus fuer- zas hacia otra parte.

Los reductos de Isabel 11 y todos los que se estienden des- de el Serrallo á la casa del Renegado, fueron atacados con un Ímpetu cual nunca lo habian hecho.

Nuestros soldados los rechazaron con ese valor que noso- tros no sab'üüos describir.

zo

194 tL HO^ÜK

Ks necesario verlos, para coinpreiuler lo que con un ejóicilo semejante se puede hacer.

iMilran en luego (iel mismo modo que si estuvieran en una fiesta. .:.;>

Kl primer cuerpo del ejército y dos batallones del tercero, tuvieron la gloria de resistir á los enemigos.

El general Uos de Ulano, (jue dirijió la batalla, no desme- reció nada en su buen nombre y reputación militar.

Los moros venian acompañados de dos cuerpos de caballo- ría, cuyo número no bajarla de mil quinientos . (jue atacaron con valentía, pero (pie fueron deshechos en seguida.

La regularidad que se observaba en el irage de los infio- les, los tres estandartes que se veiah sobresalir de entre sus apiñados pelotones, y sobre todo, que uno de lo.Sj^tres tenia el color que solo usa la familia del Xeriíe marroquí, demostraba bien claro (jue eran tropas regulares las que batían, y el hermano del emperadoi* quien las diríjia.

La artillería desempeñó un gran papel en esta jornada, v á sus acertados disparos se debió en gran parte el brillante éxito de ella. -l'Jnv.^it,

Multitud de granadas fueron arrojadas al enemigo , con. tanta suerte algunas de ellas, que cayendo en el centro de su caballería, la dispersaron en todas direcciones, viniendo mul- titud de caballos sin ginetes hasta nuestro campamento.

Ocho horas duró el fuego nutridísimo por ambas parles, y durante ellas se vieron rasgosde valor de uno y otro bando.

Negarles á los marrmjuíes que se balen como fieras, seria una tontería grandísima , y que á la vez honraría muy poco á nuestros soldados.

Los enemigos á quienes combatimos, no llenen mas des- ventaja que lo mal dirijidos que están, y los ningunos conoci- uiientos militares que püy^een.

En nuestro próximo capítulo, daremos algunos curiosos detalles sobre la organización de su ejército, (pie hemos sacan- do de unos apuntes sobre el mismo astmto.

El general en jefe estuvo presenciando lodo el combate , ba¿-

lando las acortadas m^Iklas del general Ros , para conseguir un salisfaclorio resultado.

Nuestras pérdidijs fueron muy escasas, atendido el número de musulmanes que atacaron, !o estenso de la línea que hubo que defender y las tropas nuestras que entraron en acción, pues solo ascendió á unos ciento cuarenta, entre muertos y he* ridos.

Los moros, según lo acertado de nuestros disparos, las cargas á la bayoneta y el destrozo que nuestras granadas de- bieron hacer, no bajarían de mil quinientos á dos mil, los que quedaron fuera de combate.

Hasta ahora , podemos decir que desde que estamos en África, las victorias se pueden enumerar por las acciones da- das ; quiera el Dios de las batallas que nuestra m.archa por el interior sea también otra serie no interrumpida de triunfos.

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Kh HO^OR

CAPITULO XVIIZ

Jornada del dia i 7. Conducta de algunas naciones con r^^pccto á la guerra de España. Or^'anizacion del ejército marroquí.

THA nueva victoria vino á añadir un lau- rel masa los.ya ganados por nuestro valiente gefe.

Como todas las acciones que hasta ahora se han dado, no han salido de un mismo terreno, casi como en todas ellas, nuestros soldados han hecho los mismos prodigios de valor, descrita una, es describir todas las demás.

La del dia 17, no es mas que una página mas, añadida al libro de oro de nuestra guerra de África. El empuje indomable de los moros. La bizarría con que nuestras tropas rechazan sus ataques.

DE ESI'Ai^A. ^ 107

La inteligencia y serenidad con que los jefes diríjen las acciones.

Y el escarmiento que siempre reciíjen los moros, es el cua- dro que nos presenta la batalla del diez y siete; cuadro muy parecido al de todas las anteriores.

Sin entrometernos en detalles que tal vez cansarán á nues- tros lectores, diiemos que estando la división del general Trini protegiendo los trabajos del camino del Tetuan , fué atacada por un número considerable de moros , que á pesar de su ar- rogancia y valentía, hubieron de retroceder ante la firmeza de los soldados que tan dignamente manda el conde de Reus.

Algunos batallones del cuerpo que manda el general Ros de Olano, fueron á proteger los movimientos de la división que estaba en fuego.

Las goletas cañoneras Buenaventura y Ceres, colocadas frente los Castillejos, dirijieron sus fuegos hacia unas casillas en que se hablan parapetado los moros protegidos por su ca- ballería.

Combinados los disparos de los buques, con los ataques y cargas de la división Prim, dieron por resultado la completa dispersión de los infieles, quedando, especialmente su caballe- ría, muy mal [)arada.

iinHabiendo sido el número de los marroquíes inferior que el de otras veces , y no habiendo estendido su línea de ataques hacia otro punto, la acción fué de menos duración y de mucha menos pérdida que en otras.

XI.

Desde hace muchísimo tiempo la mayor parle de las nacio- nes venían estrañándose de que la España, que era la que con mas medios podia contar y con mas facilidad para hacer la guerra á los africanos , estuviera sufriendo las piraterías de estos en sus costas y los insultos de que eran objeto algunas de nuestras plazas fronterizas.

108 K\. HONOR

Nuestros gobiernos, ó apáticos ó preocupados con al^íunos otros negocios ^ no daban á esto grande importancia, sin hacer caso (le bi prensa de lo(b)s partidos que sobre este asunto |)ro- curaba llamarla atención.

Sin embargo, Ivspaña despertó de su sueño, y al gabinete del conde de Lucena, le debe la gloria de haberlo hecho.

Nuestras armas pasaron al territorio africano, v casi todas las naciones aplaudieron semejante paso; y especialmente la Francia, que con sus respectivas conquistas y sus adelantos en el interior del imperio nos estaba dando contínuanriute el ejem- plo de lo que debíamos hacer.

liemos dicho casi todas las naciones y vol vemos á repetirlo, í> escepcion de una sola , todas las demás han demostrado sus simpatías por nuestra causa.

La única que tendiéndonos una mano amiga, nos vende con la otra, es la Inglaterra.

Desde el momento en que se trató de castigar los insultos inferidos á nuestro pabellón, y que para ello se empezaron á hacer los aprestos necesarios, recelosa y suspizaz , siempre pensó en Gibraltar, y nuestra actitud enérgica y decidida, la inspiró graves temores. i

interrogó á nuestro gobierno , y no satisfaciéndole la res- puesta de este, exijió compromisos que nuestro gabinete, con toda la delicadeza y el decoro posible , lo concedió.

Cualquier otra nación en vista de nuestra conducta, franca y leal , hubiera sido una aliada üel ó hubiera permanecido en

una neutralidad completa.

Pero la orgullosa Albion no teme rebajarse á cometer cier- ta clase de acciones bajas y mezquinas, que si bien ostensi- blemente no las hace, las consiente su gobierno, y tanto peca el ejecutor, como el que, sabiéndolo, no le pone un remedio.

Los periódicos de la vecina plaza de Gibraltar , son órganos délos marroquíes, y ásu placer, inleipretan, comentan y des- figuran los hechos quehan motivado la guerra y los que después llevan á efecto nuestras tropas en el territorio marroquí.

La táctica observada en los moros en sus últimas acciones,

la íorliíicacíon de Tánger, que desde la salida do nuestro cón- sul hasta ahora, ha variado completanaente y se ha artillado de un modo que jamás hubiera podido con los solos medios con que cuenta el imperio, son hechos que hablan mas alto que todo cuanto pudiéramos decir y que demuestran hasta qué punto es amiga nuestra la Gran Bretaña.

Y como si no fuera sníicienle esto, la reclamación hecha á nuestro gobierno en las circunstancias actuales de los cuarenta y tantos millones á que ascendió el importe de los socorros que nos prestó durante la guerra civil, ha venido á poner el col- mo al catálogo de sus buenos olicios con nuestra nación y de todas las atenciones de que la somos deudores.

Todas las potencias han visto con disgusto semejante con- ducta y todas la han censurado.

Tal ha sido el proceder de la Inglaterra en la cuestión que nos ocu|)a. proceder que no pudimos dejar pasar desapercibi- do en nuestra obra, aunijue esta tenga las condiciones de una novela.

Como ofrecimos en nuestro capítulo anterior, vamos á dar á nuestros lectores algunas noticias sobre la organización del ejército marroquí que hemos hallado en unos apuntes curiosos sobre el mismo asunto.

«Dividiremos al ejército marroquí en dos clases: una de rey quii asiofi W'iXmcm abna (jasen, y nosotros debemos considerar como tropa veterana ó ejercito permanente. La segunda en tropa de los gobernadores ó bajaea, que la conceptuamos co- mo milicias pi-ovinciales. Los soldados de rey reciben su plus, haber ó estipendio, directamente del euiperador, y las milicias de las respectivas ciudades, en especie ó en peiiazos de tierra (jue trabajan ellos mismos y que conservan ^n usufructo. VA ejército de rey ó permanente, se eleva desde 10,000 á 24,000

2ryo Ki. HüxoK

hombres, la mayor parto de ellos son negros. La mayor fuer- za (|iie se ha conocido de esla claso regularizada en la forma (jiie sus preocupaciones y atrasos permiten, fué en el reinado de Sidi-Mahomad, por los años de 1789, distrihuidos en esta forma: soldados negros divididos en ocho calif.is ó regimientos 2-:! ,000 Ludages ó árabes del gran desierio 4,ü00 Moros a caballo de varias provincias 5,600 Total 52,100. Estas fuerzas pueden aumentarlas en tiempo de guerra á el número que tienen por conveniente con relación á su población de ocho millones de habitantes, haciendo el llamamiento de las mili- cias del pais y á la caballería de los áiabes y beduinos. En casos de alarma, arrebato ó guerra suele tomar parte también la gente útil de las ciudades, por que todos están armados des- de que tienen fuerza para manejar la espingarda, y suelen al- ternar con perfecta igualdad en el servicio con los soldados de rey y milicias, pero sin qne se les obligue á salir del disliito: estos se mantienen por su cuenta y se proveen ellos mismos de municiones, denomintándose y reuniéndose en kabüas. Los de rey forman la guardia del emperador, reciben cada ailo sus prendas de vestuario, que consisten en dos camisas y dos pares de zarvvií, un eaflan de paño encarnado y un siUion turquesa, teniendo de haber diario desde un m'jzuma hasta diez, que equivale desde diez á cuarenta cuartos de nuestra moneda; ademas se le el fusil, que lo tienen la mayor par- te, y bolsas para las municiones. -Tienen algunas nulidades por- que acompañan ¿ los cónsules y escoltan á los viageros que lo piden. El emperador suele hacerles algunos regalos particular- mente á sus mujeres ó cuando circuncidan á sus hijos. Guan- do se emprende alguna campaña se reúnen todo el número de sobrante de las guarniciones de esta clase de tropas, y se les á cada uno desde diez á veinte duros y unos cuatro ó seis á sus mujeres, por premio de haber ó paga por todo el tiem- po que dure la guerra. Se previenen á los bajaes que saquen el número que prescriben de milicias, quienes á su vezprevie^ nena cada xe/jue de aduar, que llamen uno porcada diez /ai- mas, ó tiendas cuando el conligente de la |)rovincia es de mil

DE ESPAÑA. 20 í

hombres, y de cinco por cada diezf si el pedido es de cinco mil, girándose en esta proporcioa el número del alistamiento, hasta disponer de lodos los hombres útiles para pelear. Si fal- tan hombres del contigente pedido á una provincia, lo suplen las demás; por que hay que cubrir la fuerza pedida colectiva- mente; pero en cambio abona la provincia á quienes faílaa hombres, veinte pesetas por cada uno. Algunas veces suele el sultán suplir esta cantidad, pagándola de su tesoro en el acto de recibir las armas. Cuando los pedidos de hombres no es general, las provincias que resultan esceptuadas, ya por la distancia de los acontecimientos ú otras causas, pagan veinte pesetas por cada individuo que deberían haber alistado, ge- neralizando el alistamiento,, cuya suma suele ampliarla si du- ra la guerra. Tienen la obligación los pueblos de surtir á ios alistados ó provinciales, de armas, pólvora, caballos y otros menesteres, con la obligación de cultivar las tierras y guar- dar los ganados de los soldados ausentes.

Al formarse .grandes ejércitos» el bajá ó gobernador manda las fuerzas de cada provincia, quedando á su caigo el proveer- las de municiones y víveres. Los soldados, del emperador, ó de rey, viven siempre sobre el pais ó provincia donde van ha hacer la guerra. Los mocademes que viene á ser como nues- tros coroneles, siguen en el mando ó gerarquia á los bajaes después de estos los alcaides,, ó especie de comandantes que mandan desde 25 ó 500 hombres.— El que manda 2,500 sol- dados se llama caid-el-jamsi, que viene á ser gefe de brigada con cinco batallones de á 500 individuos. El generalismo del ejército es el sultán, y por ausencia, uno de sus hijos ó algún príncipe de la familia. El soldado marroquí, es general- mente bien tratado por su gefe. Es sumiso y obediente, re- suelto, con mucha voluntad y ardimiento, que le imprime el fanatismo religioso. Es diestro y generalmente buen tirador á pie y á caballo, porque tienen una afición decidida á las ar- mas, que usan con toda libertad desde pequeños. La j-aza do los Xilóes son escelenles soldados de criballoria. Esta es la que generalmente forma el nervio desús fuerzas. Cuando se una

26

202 RL HONOU

batalla, la caballeria se divide eu dos parles iguales, con el objeto de formar las dos alas del ejército, se desplegan en for- ma de media luna, para que la infantería si es que asiste^ ocupe el centro. Al dar la señal de acometida, se recita con la mayor devoción alguna leyenda del Alcorán, se grita furio- samente, el la ilah ela ünh, que van repitiendo con los mayo- ros ahullidos y se embiste furiosamente al enemigo. Si no hay serenidad para resistir el primer Ímpetu de estas turbas mal ordenadas, y se les trastorna con evoluciones rápidas, y con nuestros cañones se desordenan, vuelven las espaldas y una vez en dispersión no son fáciles de reunirse. Carecen de ar-* lilleria diestra ó instruida, y no conocen la láctica del movi- miento regularizado de las masas. Como se su modo de pelear es todo de impela, de valor material, sin arte y mo- mentáneo. Son muy diestros para la sorpresa, y muy suspica- ces para conpeer y rehuir las emboscadas y lances en que se se les quiera comprometer. Cuando al principio alcanzan una superioridad, son lemibles; pero desmayan muy pronto cuando son recibidos con serenidad y rechazados, como hombres que no tienen mas que el valor; y en sus derrotas ven el fallo de la fatalidad. Se conforman muy pronto, por que son tan resig- nados como lo determina su código civil y religioso.»

Tal es el ejército marroquí, y tales las condiciones con que está formado, cuando le veamos en una batalla en campo ra- so, donde no estén protegidos por sus montañas, podremos juzgarlo de otro modo, y con mas acierto.

DE ESPAÑA.

203

CAPITULO XIX

Volvemos á penetrar en Mequinez.— El palacio de ^cí/-¿«í-7ne//.—Barrios de los judios.— Sus trages.— Diversiones de los moros.

^ RKEMOs que nuestros lectores verán con gusto todas las noticias y descripciones del interior de Man'uecos , y por, !o tan- to, penetraremos segunda vez en Me- quinez, á recorrer diversos sitios que se escaparon á nuestra observación la primera vez que estuvimos. Situado Mequinez en una espaciosa y florida campiña, ge- neralmente el Xerife marroquí prefiere esta residencia á la de Fez y Marruecos.

Fortificado en tiempo del Sultán Muley-ísmael , las mura- llas, de muy poca resistencia, solo son á propósito para ser defendidas por infantería.

!204 UL HÜNOU

El Al-Kassar, nombre que se eft palacio iinpcnal, es di'guo (le admirarse , y trataremos de describirlo mas minucio- samente y con todos ios detalles (Jue sobre él hemos podido adquirir.

Su circuito serí\ de casi una leí^na, y sus mechuares y cob- bas son infinitos.

Las calles que formaa las diversas habitaciones, que ais- ladas unas de otras forman una pequeña ciudad en el interior, son perfectamente regulares y casi tiradas á cordel.

Las dos fachadas que forman los departamentos de las mu- jeres del sultán, se ven adornados con multitud de airosas co- lumnas de mayor y menor tiimaño , combinadas artística- mente.

Fuentes de mármol, caprichosamente trabajadas, derraman sus aguas sobre las purpúreas tazas.

k\ lado de cada una de estas fuentes, hay una habitación de baños , donde las encantadoras odaliscas del Serrallo van casi constantemente.

El Xerife tiene cuatro mujeres legítimas, y cada una de ellas habita una estancia particular, si bien las cuatro son igua- les en su arquitectura y adorno.

Estos aposentos no tienen generalmente mas que dos salas de las cuales la una contiene el lecho imperial y la otra está destinada albaüo, para cuyo efecto hay en medio de ella.np hornillo encendido siempre, á fia de mantener el a2:ua á una misma temperatura. /^

Los "eunucos , cuyo número es considerable , son los que solamente tienen entrada en eslas habitaciones.

Atravesemos los pintorescos jardines del alcázar, en los que veremos enlazarse la madreselva con el ciprés, los jazmineros con las acacias, donde las rosas de Alejandría, el thym de África y olra infinidad de llores, embalsaman el ambiente con sus aromas, y multitud de arroyos, cslendiendo sl^s plateadas hebras por en medio dw, aquel encantado edem, bes^i susur- rantes los delicados tallos de las flores.

I)B ESPAÑA. 205

Fuentes, cascadas y estatuas de una belleza inconcebible, se destacan de aquel mar de esmeraldas.

En el centro de los jardines , se eleva el palacio de Beit- al-mell (casa de las riquezas).

Tres líneas de murallas lo defienden , y en la del centro se eleva un edificio de piedra sillería, que recibe la luz solo por la parte superior. Se entra en él por tres puertas de hierro, inmediatas unas á otras. El pavimento de este edificio es de mármol negro; en uno desús eslremos, hay una vasta abertu- ra por la cual se echan, con grandes palas de cobre, las piezas de oro y de plata", los lingotes y las materias preciosas que deben formar parte del lesoro. Estos objetos caen en una gran ciieva, en donde son colocados en partimientos de mármol de igual dimensión unos que otros, con vuelo ó una parte saliente sobre el fondo de la cueva. Cada uno de estos compartimientos puede contener un millón de piastras. Una guardia de tres- cientos negros es la especialmente encargada de la seguridad de la vigilancia y del arreglo del tesoro. Desde que son desig- nados estos hombres para hacer aquel servicio, habitan ya para siempre en el sitio donde está colocado el tesoro. Los que tienen á su cargo el cuidado de recibir el dinero y de colocarlo en las cuevas, nunca sí^n de aquellos subterráneos. Tienen babitaciones hechas á pr^ósito y allí viven y allí mueren. El objeto de todas estas precauciones es evitar los robos desco- nocidos hasta hoy. Cuatro veces al año se echa en el tesoro imperial el producto liquido de los impuestos de todas clases. Cuando el emperador está en Mequinez , asiste él mismo á pre- senciar esta operación; pero cuando está ausente, nombra para suplirle á tres grandes oficiales de su casa, estando bien per- suadido de que no podrán ponerse de acuerdo para cometer un robo, y de que si llegase á suceder esto, se denunciarían

206 El, HONOR

unos á olr/)s, ó serian denunciados por los neí^ros guardianes do estas rií|uezas. En los primeros tiempos de la institución del tesoro imperial , se depositaba el dinero en grandes vasos de tierra; pero un dia fueron robadas las sumas que contenían diez de estos vasos,- los que llenaron de tierra los ladrones; cu- briéndola con una capa de monedas de oro. El Sucesor de. Mu- ley «Ismail varió las disposiciones adoptadas por su predecesor, abandonó el sistema de vasijas de tierra, é hizo construir las cuevas que aun existen hoy. El emperador Muley-Soieiman, conocido por su crueldad, tenia la costumbre cuantas veces se echaba dinero en el tesoro imperial , de quitar la vida á los ne- gros encargados de aquel trabajo. Abder-Bahman , su sucesor, mucho mas humano , abolió esta odiosa y cruel costumbre ; pe- ro en cambio, determinó que los negros encargados del arre- glo de las cuevas del tesoro, permaneciesen siempre encerra- dos en estos sitios. Para ellos el robo es infructuoso; porque están separados del resto del mundo , y no podrían hacer uso alguno ni ocultar el dinero que robasen. El tesoro de Mequinez encierra una suma que se cree ascenderá próximamente á qui- nientos millones de francos. La ciudad de Mequinez es la prefe- rida por el soberano de Marruecos para su estancia : su pose- sión decide la suerte del imperio. Si fuese tomada, bien por los rebeldes ó por una potencia de Europa , este descalabro se- ría un golpe mortal para el gobierno del emperador.

XII,

Nada mas triste que el estado de los judios en el imperio de Marruecos.

Obligados á vivir en barrios separados, á dejar la dere- cha á los musulmanes, la brutalidad de estos llega átal grado, que en cualquier cuestión que un judío tenga con un moro, aunque la razón esté de parte de aquel , siempre se la han de dar á este.

DE ESPAÑA. 207

En Mequinez tienen los judíos su barrio separado , como en todas las poblaciones del Mogreb, y tienen su jefe especial, á quien llaman el Cheg , cuya autoridad está bajo las órdenes y supeditado á los musulmanes.

Las judias en general son hermosísimas, contribuyendo mucho á realzar sus gracias, el pintoresco trage que visten.

No dudamos que nuestras lectoras verán con gusto la des- cripción de los tocados hebraicos, de cuya verdad les respon- demos, pues hemos tenido ocasión de ver sus trages espe- ciales muy de cerca. Lo primero que llevan, es una camisa como las españolas , sin otra diferencia que las mangas ; son de mas de una vara de largo , igualmente de anchas, de la fi- gura de un embudo, concluyéndose lo estrecho cerca del hom- bro, para evitar de este modo que se vea mas del brazo que es torneado y hermoso ; después se ponen un jubón de color carmesí con manga corta y estrecha, todo muy bien guarne- cido de oro, piedras y brillantes; un refajo de paño verde, también guarnecido de oro y terciopelo carmesí , que después de liárselo al cuerpo , queda como si fuera un veetido á la es- pañola. En la cintura sujetan el refajo y el jubón con una faja de oro y seda encarnada, quedando el talle y pecho como si llevaran un buen corsé; las mangas déla camisa interior, co- mo son tan largas y anchas, se las remangan, de moda que atando las puntas de ambas á la espalda, forman un hermoso pabellón de colores ; el cuello y pecho queda descubierto y los adornan con buenos collares do coral , perlas y piedras precio- sas 5 los brazos , como quedan descubiertos , los adornan con unas pulseras ó brazaletes de plata maziza y muy bien traba- jada; llevan en las orejas, con unos fiadores, pendientes muy gruesos y grandes , de tal forma, que con todos los adornos que cuelgan , vienen á descansar y juguetear sobre los hom- bres ó el cuello; en la frente llevan una rica y hermosa diade- ma, guarnecida de piedras y perlas preciosas dejándose el ca- bello dividido en dos trenzas sueltas que caen colgando por la espalda, y en la punta, ponen dos borlas y cordones dd oro. Como no usan medias, adornan sus piernas con grille! os

208 EL HONOR

ú(i piala maciza y labrada, y chinólas muy bien bordadas de oi"o y ])iedras preciosas. Son genoralmenle en eslremo hermo- sas, muy sensibles y amables. Las casadas van vestidas del mismo modo, con la diferencia que no se las puedo ver el pe- lo y lo llevan tapado con una loca oncarnada como si fuese una faja, que viene á prenderse por la espalda á la otra faja de la cintura formando un gran lazo, y asi se distinguen de las solteras por su precepto hebreo. No pueden vivir mas que en las grandes poblaciones, y aun en estas tienen que habitar en barrios separados de los moros. Estos las tienen tan oprimi- das, que las obligan á quitarse las chinelas (que no pueden ser mas que color negro para distinguirlas de las moras, que las llevan amarillas ó encarnadas) siempre que pasan por delante de la casa del bajá, alcaide, cadi-santo, iglesia, ermita, últi- mamente , hasta para pasar por delante del campo santo de los moros, y aun en muchos pueblos no les permiten usarlas y van descalzas por todas partes. Lo mismo sucede con los judíos; les permiten usar mas trage que el que visten todos los hebreos, y ha' de ser c^n condición de que el bonete ó gorro sea negro y que no puedan cubrirse la cabeza con la capucha, para que siempre sean conocidos de los moros.

Llega á tal estremo la desgraciada Qondicion de los he- breos, que las autoridades musulmanas, en los dias de recreo ó diversión de los moros, les prohiben que salgan á la cülle á fin de que no se espongan á los insultos y malos tratamientos de estos.

IV

Una de las principales diversiones de los moros, consiste en correr la pólvora, de la que mas adelantft hablaremos, y la otra es la que celebra la hermandad de los tsafjücs, que tienen \)0Y pdiironh Sidi-ben-eisa , que dicen ser primo de Mahoma.

Estos, mas que oira cosa, son unos charlatanes por el es-

I

DE ESPAÍÍA. 209

tilo de los muchos que conocemos e^n Europa, y como estos tienen también la pretensión de ser incombustibles , no que- mándose aunque se metan en medio de las llamas.

Engañando al pueblo con toda clase de embustes, y espe- cialmente con el encanto que dicen egercer sobre las culebras, los seducen completamente, y con sus tonterías, obtienen so- bre ellos una gran influencia.

Tienen una fiesta cada año, que se juntan todos ó la mayor parle del gran número que hay en la ciudad y corte de Me- quinez , que es donde está la ermita del Santo , inmediata á la ciudad, ahí celebran sus fiestas por tres dias, en los cuales dicen los despreocupados que toman un poco de solimán con leche para engañar á las gentes. Se ponen furiosos y se em- briagan de un modo raro y estraño, pues ademas de ponerse encarnados hasta los ojos que se desencajan con unas miradas atroces , bailan , cantan , ahullan, braman y chillan todos á un tiempo, y entonces es cuando aseguran que están en toda la gracia del Santo. Forman en los tres dias un corro ó rueda y los bisagües ó hermanos mayores están con unos grandes palos con mucha circunspección y respeto fuera de la rueda ó círculo, para el que se separe ó «alga de él , ó se desmande en su locu- ra ó embriaguez, castigarle en el mismo acto y declararle fue- ra de la gracia del Santo.

Pueblo que semejantes cosas se cree, fácilmente se com- prenderá hasta qué punto rayará su ignorancia.

Y por todas partes, en casi todas las poblaciones, se en- cuentran estos saltisbanquis presentando á la asombrada mul- titud las culebras dóciles á su voz y fanatizándola completa- mente con sus contorsiones y sus visages.

La diversión á que con mas ardor se entregan los moros, es la que hemos denominado mas arriba , con el título de la pólvora, ó como en casi todo el imperio se dice, correr la pólvora.

Generalmente con esta función obsequian siempre á los compañeros (jue se casan, ójcl nacimiento de alguno de sus hijos.

210 tL nuNor.

A cüülinuaciüu insertamos una dascripcion que de semejan- te íicsla hemos cncoulrado en un periódico francés, la cual fi- gura estar hecha por un cabo de tino de los regimientos que están en la Argelia.

V.

Oigamos como se esplica el soldado:

«Llegó por fin el gran día: desde por la mañana reinaba en el pueblo un movimiento estraordinario , y los franceses no bu- llían menos que los moros. En la misa anunció el sefior cura que las vísperas serian al mediodía. Ya se vé, es una fiesta de que no se quiere privar á nadie. A las dos de la tarde echamos á andar hacía el campo , donde había de ser la corrida. Una tribu de las inmediaciones, hacia la fiesta. Cuando nosotros lle- gamos, estaban repartiendo los cartuchos, y con tanto furor se tiraban á cogerlos, que aquello era una purísima confusión.

El repartidor de ellos, ó como si digéramos el furrier de aquel indisciplinado batallón, agarró una tranca y empezó á re- partir á diestro y siniestro, sin que ninguno de aquellos cerní- calos se atreviera á decir «esta boca es mia.»

íQué remedio tenían! era su jefe, y aunque no les hiciera gracia sus bromas, no tenían mas remedio que aguantarse: nosotros los soldados entendemos esto bastante bien.

En esto la música anunció que se iba S. empezar la fiesta; pero como ustedes no sabrán lo que es una música de moros, yo se lo esplicaré.

Cójase un bombo y otros cuatro instrumentos cualesquiera, sean gaitas ó trompetas. Al primero se le dice, loca las «ha- bas verdes» al segundo, vas á tocar la «jota» al tercero, componte con la «muñeira» y al cuarto, á ver si te acuerda* del «señor don Simón». En seguida se le dice al del bombo,

DE KSPAiXA. 211

iío hagas caso de tus cuatro compañeros : arréale al parche de firme, de prisa y lo mas regularnrjGnte que puedas.' Gracias al « lamberán ») que lleva el compás como Dios le á entender, y que á fuerza de puño amalgama aquel conjunto de discordan- eias, concluye la oreja por acostumbrarse á este guirigay. . Los moros se dividen en dos bandos y se cada cual aun «stremo del campo esperando allí la seña!. Hecho esto, se lan- zan á la carrera como furias echando fuego por los ojos , dando alaridos salvages y con los albornoces agitados por el viento, enarbolando sus espingardas, volteándolas, tirándolas al alto y volviéndolas á coger con la destreza que un tambor mayor pudiera hacerlo con su bastón. Ya que están cerca unos de otros, se echan las espingardas á la cara y se disparan con pólvora sola. Vuelven grupas en seguida , cargan con presteza Á á la carrera, y vuelta á disparar y á cargar. Después se mez- clan unos con otros, se cruzan, corren en todas direcciones y se vuelven locos.

¿Vé usted esos dos que vienen al frente mirando por los la- dos-y sin verse el uno al otro? Lo? caballos se encuentran y se estrellan. |Cataplum¡ Los dos ginetes y los dos caballos van rodando por el suelo. El un moro se levanta como Dios le á entender; el otro queda tendido como una rana y su caballo echa sangre por boca y narices: levantan al morito que no señales de vida, y al caballo le hacen una sangría suelta j)a- ra que concluya de morirse. Los moros no se asustan de la muerte: cuando un hombre se ha muerto, os porque Dios quiere, el muerto se resigna y los vivos lo mismo y nadie tie- ne que chistar. Así es que allí nadie se apura por tan poca -co- sa, y mas cuando se trata de divertirse. Con todo, nuestro ge- nera! no quiso que siguiera la zumba , y mandó (pie se at^abaia la función. Flanco derecho, marchen á Blidah.

Al dejar el campo donde habían sido las corridas , re- paré en un caballo todo ensangrentado, tambaleándose, zis, zas, levantando y cayendo. Detrás de él un morito, que iba remedando los mismos pasos que el caballo y tan mal para- do como él. Eran los que habían hycho la cabriola (|ue les saliu

2i5 EL HOMOH

tan ma! los cuales habían dejado por muerlog. Al dia si- i^uiente ya-no se veía por allí alma viviente. ¡Pues qué se le üguraDa á ustedes! un morito no se muore tan á dos lirones.»

IV

Gomodico muy bien el cabo francés, esta diversron es una de las que mas gustan á los moros.

Hay ostrañas anomalías en los gustos y en la naturaleza de e«tas gentes.

Sensuales hasta lo sumo, los baños, las mujeres y el café, forman casi el conjunto de la vida Sivaritica que llevan en las ciudades.

Y sin embargo, estos hombres á quienes se pudiera juzgar afeminados y débiles por esa continua voluptuosidad que los rodea, son los mismos guerreros indómitos y valientes que arrostran la mmerte en medio de los combates con una sangre íria estraordinaria.

Y no se nos puede decir que exista una gran diferencia de costumbres entre los moros de las poblaciones y las tribus nó- madas y errantes de las montañas.

Podrá decírsenos que estas son mas sufridas, mas sobrias, con menos necesidades si se quiere por la carencia de recursos; pero que tienen los mismos gérmenes de disolución y voluptuo- sidad.

Los placeres sensuales enervan y debilitan generalmente las naturalezas, y tanto unos como otros se entregan con delicia á ellos sin que semejante abuso les prive de ser esforzados y ro- bustos para resistir las fatigas de los combates.

En otros capítulos seguiremos describiendo al par que con jotras poblaciones del imperio, los trages y otras costumbres de los habitantes del Mogreb.

DF<: p:smíña.

215

CAPITULO XVII.

Acción del 20 do diciembre. Primer prisionero moro. Zeliía. Encuen- tro de tres hermanos.

«g^

ARA nuestros bravos soldados, el día 20 de diciembre fué otro día mas de gloria, El segundo y el tercer cuerpo del ejér- cito fueron los que tomaron parte en la acción , dirijidos con la inteligencia y acierto que al conde de Lucena caracterizan.

Tan luego como se le avisó la aproximación de los infieles^ se pei'sonó en el reducto de Isabel y dio sus disposiciones con su energía y precisión acostumbrada.

Los moros no se presentaron al pronto, se ocultaron entre 'as piedras y los Ijosípies (pie se cslienden al fronte y costados

2<4 KL HOiNUK

(if nuestros alrinchoramientos, esperando á (iiie nuestros sol- dados fueran á acometerlos.

Pero les salió fallida su esperanza, y no porque los españo- les uo quisieran salir, sino que el general en jefe quiso ahorrnr sangre inútil, y esperó cjn mucho fundamento (|ue al ver ellos (|ue no seles atacaba, concluirían por tomar la iniciativa.

Así sucedió en efecto.

Simultáneamente atacaron los dos estreraos de nuestra linea.

El de la derecha estaba defendido por el segundo cuerpo del ejército, y el de la izquierda por el tercero.

Diez rail infantes próximamente y unos mil caballos pre- sentaron los moros en combate.

iNuestra artillería empezó la función, y las continuas des- cargas de la infantería, anadian un ruido mas al infernal que resonaba en todo el campo de batalla.

Los jefes dieron las voces de ataque.

Las cornetas las corrieron por todo el campo, en sus agu- dos sones.

Y aquellas masas de infantería , calando sus bayonetas , se arrojaron sóbrela morisma que no pudo resistir el choque.

üna.vez mas retrocedieron ante nuestros soldados.

Una vez mas, mostraron los batallones españoles que son dignos herederos de los brillantes tercios castellanos.

Barridos por decirlo así, por la metralla, el hierro conclu- yó la obra (jue el fuego, había empezado.

Cortados algunos pelotones de moros, hubiéramos podido coger multitud de prisioneros, pero los musulmanes prefieren morir á rendirse, y en un caso estremo pelean á la desespe- rada, hasta que reciben la muerte.

Ocho horas de una lucha encarnizada, tuvieron por resul- tado la completa dispersión de los enemigos.

Largo trecho los persiguieron nuestras tropas , hasta (juc se recibió la orden de regresar á sus puestos, y suspender la persecución.

DE KSPAÍÍA. 216

Entonces se hizo el primer prisionero que se ha cogido en toda la campaña.

Cegado casi por la sangre que le brotaba una herida que tenia en la cabeza un moro, sin poder defenderse, no tuvo mas remedio que caer en manos de los soldados.

Conducido al hospital, fué objeto de las mayores atencio- nes y cuidados, y no podía menos el fanático sectario de Ma- homa de admirarse del trato de que era objeto por parte de los cristianos.

Interrogado por algunos acerca de las crueldades de que eran objeto los cristianos por parte de los moros, les contestó. Allá los moros nos dicen ^ que vosotros sacar tripas de to- dos moros que coger vivos^ pero que cuando ellos saber es vivo el que agarráis, vivos no matarán mas.

Los médicos digeron que ninguna de las tres heridas que tenia eran de gravedad y que muy pronto estarla ya en dispo- sición de volver á soportar toda clase de fatigas.

El general en gefe le habló con afcibilidad y mandó qiie se le asistiere con un esmero particular, gratificando generosa- mente al soldado que lo hizo prisionero.

Por el herido se supo que los moros estaban algo desalen- tados, cosa que ya se notó en la acción que acababa de tener lugar, pues no se advirtió aquel vigor, ni aquella pujanza que en los combates anteriores tanto habia llamado la atención.

II.

Luis, nuestro antiguo conocido, y el amigo íntimo de Alber- to, curado ya de su herida, formó también con su batallón que no hizo mas que movimientos preparatorios, sin entrar en fue- go, lo mismo que todos los demás de la primera división.

El conde no podía disimular la pena que le causaba el no saber el paradero del poeta, y aquella nube de tristeza (pie

21 B i:l honor

se veía esparcida por su rostro, pudiera decirse que era la pri- nierajiue en él se habia visto en todos los aílos que contaba de existencia.

Efectivamente, que cuando se concentraban todas las afec- ciones de la vida en una sola persona, si por casualidad se pierde á esta queda un vacio, un desconsuelo inesplicable en el corazón.

Luis sin amores de esos que llenan por completo el alma, no habia tenido mas que pasiones pasageras, que hablan ocu- pado en su pecho un lugar muy secundario, y la amistad del poeta habia sido siempre la reina de su corazón.

Habia preguntado á todos los soldados que combatieron con él, si lo habían visto, y todos le contestaron que persiguiendo á unos moros lo habían perdido de vista.

Entonces no dudó acerca de la triste suerte que habia ca- bido á su amigo.

Sabia por desgracia el trato que los moros daban á los cris- tianos, y conociendo el valor indomable del poeta, no pudo menos de estremecerse al pensar en los tormentos que le ha- brían hecho sufrir.

Entonces juró con toda la de su alma, vengar la muerte de su amigo, y ansiaba siempre un combate para con la san- gre de los infieles lavar la de Alberto. Pero ay! esto no daba la vida al poeta. Los dias se pasaban, y en cada uno de ellos, le echaba mas de menos.

Miguel también seguía mucho mejor de las heridas, y aun- que todavía no le habian dado de alta, no se haría esta espe- rar mucho tiempo colmando los deseos que tenia el joven de incorporarse otra vez á su regimiento.

DE ESPAÑA. 217

£1.S>

En medio de lo mas reñido de la batalla del di^ en que vamos hablando, un moro de gallarda apostura, cuya frente se veia un tanto surcada de arrugas, signo que cuando no la edad demuestra mucho dolor, se acercó al gefe que mandaba las fuerzas marroquíes, y ie dijo:

Ha llegado el momento de cumplir lo prometido.

Que Allah, guie tu mano, si tal hazaña hicieras yo le ase- guro que serias el mas grande del imperio, después de ser el mas querido del profeta.

Mira Ibraim, le contestó el moro que habia hablado pri- mero, si acaso no saliera bien con mi empresa, si cogido por los cristianos, ó muerto por una bala mas certera que la mia, no pudiera volver á Mequinez, tu irás, y aunque esté Zaard, en el Serrallo, trata de verla, busca mi cadáver, por aquella espesura de la derecha que es donde voy á ocultarme, y eu el encontrarás un amuleto que empapado en mi sangre qui- siera que la entregaras, diciéndola que mi último pensamiento ha sido para ella, y su nombre el postrero que mis labios han pronunciado.

Por el santo profeta, que no parece Zelim el que está di- ciendo tales palabras, al que á cumplir con tales deberes, el Dios altísimo y único protege siempre.

No te canses ibraim, tal vez no muera, pero yo no rae hago ilusiones, y no tengo mas probabilidades de morir que de salvarme, en aquel caso, es en el que quiero que me jures por Allah, cumplir lo que te he pedido.

Bien, como tu quieras, puesto que tanto persistes en esta idea, te lo prometo, aunque estaré rogando al profeta por el buen resultado de tu empresa. Gracias ibraim, gracias. Y tras estas palabras se dieron un apretón de manos los

28

218 i£L UONOR

musuliiiunes, y Zelini pueslo que ya sabemos que es el, se lie- cbü ia espingarua al boiubro, y con animo resuello empezó á inleniaise pur la espesura del bosque en que se eslieuüe á uno de los coslados del reduelo de Isabel 11.

¿i luibieía sido inipusible leer en el inlciior del moro se hu- biese Nislo cuan rcpii^^iiaiile le eia la acción (¡ue iba á comeler.

Ouli^ada ja por su imjjiudenle juramenlo, no podia relro- ccder.

Ll amor de Zaard lo era lodo para él, y para conseguir la posesión del ob¿;elo amado, hubiera en un momenlo de exas- peración, comelido los madores crímenes.

Pero á sangre IVia ya, diiranle lodo el camino desde Me- quinez á siiMia Bullones, habia pensado mucho, y se horrori- zaba al pensar lo que iba á hacer.

De iVenle Zclim, no hubiera temido a nadie, y se baliria como un héroe.

A su traición, arrastrándose como las culebras para sor- prender á su descuidada presa, sentía en su corazón una cosa eslrana, y temblaba su mano, y temía que su ojo uo hiciera bien la puntería.

Zelim ya hemos dicho que era crislíano, y por lo tanto pro- fesaba una proluada simp:itia á los españoles.

Y asesinar al gele de ellos, á ese mismo geí'e de quien tan grandes cosas se conlauaa en el campo marroquí, era un re- mordimienlo, un dolor profundo para el noble musulmán.

Después pensaba también si su Zaard le rechazaría al pre- sentarse á ella manchado con la sangre de un asesinato.

V esto acrecía Cálraordinariamente su incerlidumbre.

Mas después se decía, (|ue cuanto mayor inora el sacrifi- cio, mas debía agradecerlo su amad.i, y por lo tanto, con mas entusiasmo y con mas cariño lo habia de pagar.

Con eslas vacilaciones llegó Zelim al bosipie, y gateando y ocultándose como |)udo, dirigió sus miradas hacia el re- duelo donde el conde de Lucena dictaba sus disposiciones coa ia sangre fría que le es caraclerislica.

DE KSPAÑA» ?1^

Gradiirt qm aquel f?ilío era á propósito para conseguir m obgelo, y apoyando «^u espinj^aríla entre dos piedras, em- pezó á hacer la puntería.

La posición ora magnífica, y Zelim era demasiado buen tirador para que la vida del general en gefe no corriese grave peliírro.

Toilavía vacilaba ol moro.

;,n!s posible, se deoin. que mi suerte me conduzca h matar k un hombre cristiano como yo, on primor liiirar, v do>puos, hñeia ol que siento una simpatía inmensü? ;.Ks posible que yo que hasta ahora no he poU'a<lo mas que fríMile á fronlo con mis enemigos, vaya á convertirme en un mispral)le asesno? No, nunca; antes sufriré toílas las desgrncias del mundo, que rebajarme á ser e' instriimenlo de un déspota cobarde.

Y la espingarda del musidman, camloiaba de dirección.

Pero al cabo de un momento, la voz de su pasión domi- naba h la del honor, v decia:

—Mas ese déspota, tiene en su poder á mi Záard, va á ha- cerla su concubina; voy á perderla para siempre sino mato 4 ese hombre, pues bien, antes que renunciar á. mi amada, prefiero sufrir los remordimientos, la muerte, si es necesario; que muera el general de los cristianos, pero que yo no pierda á mi Ztáard.

Entonces con ojo sereno volvió á hacer la puntería, y ya su dedo iba á disparar, cunndo nna mano se lanzó al canon de] arma, y variando su dirección, hizo qne tabula fuera á cla- varse en el tronco de un Árbol inmediato.

Al mism.o tiempo, unos bríizos de hierro lo sujetaron por la espalda, y una voz fuerte y vibrante gritó: Mise rabie I

m\

Et HONOK

IV

Atónito, Zelim, por esto íjue pasó en raenos tiempo M que nosotros hemos tardado en esüri4)iplo, permaneció algunos instantas aturdido, hasta que por fin volvió la cabeza y vio dos moros que le amenazaban con sus aceradas gumias.

Por medio de un esfuerzo poderoso, se desasió de aquellos brazos que le oprimían, y echando mano á su corvo yatagán, les dijo:

Y sois vosotros, fieles musulmanes, los que venis á im- pedirme que mate al gefe de los españoles?

Nosotros no somos musulmanes, dijo el que habia habla- do primero, somos españoles. Españoles vosotros!.... y os habéis interpuesto para.... Para que no cometas un crimen, dijo con un acento seve- ro el que hasta entonces habia permanecido silencioso.

—Pues nada conseguiréis, que juro á Allah, que después de mataros me sobrará esfuerzo para proseguir mi obra.

Y furioso, embrazando la espingarda por el cañón, se lanzó sobre los dos enemigos.

El mas silencioso de ellos esperó tranquilo la acometida del amante de Záardr

Esquivó el golpe, y antes de que pudiera secundarle, le agarró el brazo con una fuerza tal, que el arma se escapó de sus manos.

Entonces empezó una lucha á brazo partido.

Los dos eran ágiles y robustos, aun(|ue en el moro que ha- bia impedido la acción de Zelim, se advertia cierta palidez ori- ginada sin duda ó por profundos dolores, ó por recientes he- ridas.

En cuanto al otro, era mero espectador del combate.

Largo rato lucharon, sin que la ventaja se decidiera por ninguno de los dos.

DE ESPAÑA. 2S1

Por fin, Zelim, menos fatigado que su contrario, lo derribo al suelo.

La afilada gumia brillo en su mano.

El vencido no hizo la mas mínima demostración de sentir la muerte que le esperaba.

—Allá voy, hermano gritó entonces el otro que habia es- tado presenciando la lucha.

Y empuñando un corvo yatagán que llevaba pendiente de su cintura, se dirijió hacia el grupo.

No te muevas, Carlos, dijo el caido; me ha vencido en buena ley, y no es justo que nos aprovechemos de nuestra su- perioridad.

Zelim detuvo su gumia que iba buscando el corazón de su contendiente.

Por entre las descompuestas vestiduras de este, asomaba un medallón. ^

Aquello fué lo que detuvo el brazo de Zelim.

Dime, moro, le dijo; por Allah, que necesito me espli- (|ues que significa ese amuleto que llevas al cuello.

¿Quieres robármelo acaso? le preguntó con irónico acento el vencido.

Calla, no provoques mi cólera, necesito saber qué signi- fica ese medallón, que tan parecido es al que yo también llevo.

Tú?... llevas un medallón como este?... gritó el adver- sario de Zelim, alzándose del suelo precipitadamente.

Si, míralo.

Y á los asombrados ojos de aquel, mostró el amante de Záard el relicario que deben recordar nuestros lectores.

Entonces una cosa eslraña se vio en aquellos dos hombres <|ue hablan detenido á Zelim en el momento de cometer un crimen.

Miráronse con una alegría estraordinaria, y al par se arro- jaron en los brazos del moro, esclamando: —Hermano mio!..^

Por algunos instantes permanecieron confundidos por de- cirlo asi, en aquel estrechísimo abrazo.

Í22 EL HCNOR

Pasada aquella primera esploxion se sucoílieron una muUI- lud de preguntas.

Y nuestro padre? dijo anhelante Zelim.

Nuestro padre hace tiempo que murió, le contestó gra- vemente Alberto, en nuestra familia hay misterios demasiado horribles, que mas tarde le esplicaremos.

•—Oh! y porqué no ahora?

Porque ni el sitio, ni las circunstancias son apropósito pa- ra ello, le dijo Carlos.

Y tu por cuyas venas corre sangre noble y jicnerosa, le pregunió el poeta cómo ibas á acometer somojanle crimen?

Ay! hermano, no profundicéis mas esa herida que hav en mi alma, contestó Zelim C(m dolorido acento.

Habla, si tienes dolores, para eso has encontrado tus her- manos que tralaran de amenguarlos, todos sufrimos, porque todos descendemos de una raza, condenada hace mucho tiempo al padecimiento; habla, que tienes?

Amo á una mujer.

Como nosotros, contestó Carlos. Y soy amado de ella con delirio. —Lo mismo nos sucede.

Pero mi Zxard, es muy hermosa, y está destinada para satisfacer los deseos del Xeriff.

¿Y acaso el te ha exigido que mataras á nuestro general para cederte á tu amada? preguntó Alfredo.

De otro modo, crees tu hermano que yo hubiera pensado en cometer semejante acción?

Lo creo; nuestra sangre lal vez digan que está envilecida porque la sociedad nos ha analemalizado con un signo de re- probación, pero capaz de cometer una infamia ninguno de los hijos del joyero Abraham, lo seria. No pierdas la esperanza. Zelim, yo, tu hermano mayor, te doy mi palabra que la mu- jer á quien amas podrá algún dia ser tu esposa.

Oh! si fuera cierto!...

Te lo prometo, prosiguió Alberto acreciendo lo solemne

de su acento; Záard no perleDeceni al emperador de Mar- ruecos.

Y de qué medios le has de valer para ello? él me ha puesto como precio la cabeza del caudillo cristiano, si esto uo se ereclúa, ¿cómo lo vas á conseguir?

Los medios no puedes saberlos ahora, el resultado lo sa- brás nms larde.

A Iberio, dijo en eslo Carlos, mira, los moros se replie- gan hkia esla parle, nuestros soldados los vienen persiguien- do y....

Tienes razón, dijo el poela después de haberse cerciorado de la verdad de lo que su hermano le decía; aquí no podemos permanecer, venle con nosotros, Zelim.

—Pero á dónde vamos? pregunló el moro al ver que sus hermanos se dirigían hacia la sierra.

A un si lío donde combinaremos el plan para presenlaruos en el campamento.

En el campamento?....

Pues qué, ¿acaso querrías volverle con los inüeies.^ le pregunló Alberto con un acento un lanío severo.

ÍSo; pero...

—Te he dicho que le respondo de Záard, y no he tallado nunca á palabra.

—Pues bien, vamos donde queráis, dijo Zelim. Los tres lomaron el camino de las montañas, y tras sus intrincadas sendas, y entre sus espesos bosques, desaparecie- ron algunos momentos después.

Los moros empezaban á senlír ese desalíenlo, hijo de que en las muchas horas que llevaban de combale, no habían te- nido mas que bujas; sin haber adelantado nada.

Rechazados de los dos punios que habían atacado, sus per-

294

"* KL HONOR

dxlas coman parejas con lardólas acciones anteriores v su (lesanunacion se iba aumentando considerablemente. '

hl general Zabala y Ros de Olano, mandando sus respec- tivos cuerpos, al observar su retirada, empezaron á acosarlos Y como d,jo muy bien Carlos, su retirada la efectuaban hacia la parle donde ellos se enconhaban

Su caballería puesta en dispersión por la metralla de nues- tros cañones, aumentaba la confusión de nuestros ginetes

Kevueltos todos en el mayor desorden, iban á buscar en sus montanas el refugio contra su derrota

O'Donnell con su serenidad acostumbrada, sin perder de V sta os mov,m.entos de los musulmanes, y aprovechándose de todo, dispuso algunas cargas á la bayoneta, recurso deci- sivo en todas las luchas que se hablan sostenido

A la carrera cayeron sobre los moros, que aterrorizados convu-tieron su retirada en fuga.

Algunos pelotones de ellos quisieron resistir, pero inútil- mente los cristianos no cedían ante semejantes obstáculos v rodeados por todas partes, preferían los sectarios de Mahoma dejarse matar, a ser hechos prisioneros. Muchos se podían ha- ber hecho, pues repetimos que muchos grnpos se vieron cor- tados completamente, pero de todos únicamente no pudo co- gerse, y ese tal vez por la debilidad ocasionada por una herida que tema en la cabeza, y por el velo de sangre que cubría

sus OJOS. DI

Nuestros valientes, siempre magnánimos y compasivos con el vencido, lo llevaron al campamento y lo presentaron al ge- neral en gefe.

Al principio pedia á los soldados que lo matasen, pues en- tre ellos corre por muy cierto que los españoles hacen las mis- mas crueldades con los prisioneros musulmanes, que estos hacen con aquellos.

Pero bien pronto se desengañó.

Itecomendado eficazmente por el conde de Luceoa en el hospital, se le trató con un cuidado especial, v en su asom- brado semblante, se advertía el efecto que aquella le causaba

DE ESPAÑA, 225

Su herida no era de gravedad , y los médicos digeron que dentro de muy pocos días estaría completamente bien.

En cuanto á O'Donnell, gratificó á los que le habian cogido y los premió, tanto por la buena presa que habían hecho, cuanto por haberles enseñado á los moros la diferencia que había de ellos, que feroces y salvages, degollaban sin compa- sión á los prisioneros indefensos, á nosotros que aun ;ue ene- migos, los cuidavamos como hermanos

Retirados ya los musulmanes á sus guaridas , se dio la orden de cesar en su persecución.

Las tropas que tomaron parle en esta jornada , volvieron á sus sitios después de ocho horas de combate.

Bizarros como siempre, y como siempre sufridos, resistie- ron casi todo el dia sin tomar alimento alguno.

Los batallones, cuya emulación crecía de día en dia, todos se p(»rtaron á cual mejor, y todos recibieron sus merecidas re- compensas.

A unos sesenta hombres fuera de combate ascendieron nuestras pérdidas, que aunque poco numerosas, siempre son tristes.

En resumen, los moros contaban con un escarmiento mas, nuestros soldados con una nueva victoria.

29

226

EL IlONOn

CAPITULO XXI

La noche de Navidad en el campamento.— Ar.eion del día 2.">.— La mayor parle do las familias abandonan á Teluan. Alberto y Julia. Sacrificio por amor.— Bombardeo del castillo de la embocadura del rio Marlil. Acción del dia 30.

I.

NA desmoralización completa reinaba en- tre los moros.

Ellos hablan sido los que hablan pro- vocado á los españoles, y no hablan ^^^^^ sabido sostener su ])rovocacion. Todas las acciones que hablan empeñado , hablan tenido resultados harto funestos para ellos.

Mal asistidos , sin conocimientos para curar sus heridos , y apoca limpieza que tenían, era un germen continuo para las enfermedades que los diezmaban. Los víveres escaseaban en su cnmpo.

DE ESPAÍVA. 227

Los castigos que imponía Miiley-el-Abbas a los moros des- pués que volvían de una acción que habían perdido , los acaba- ban de exacerbar.

Pero su fanatismo era mucho mayor que todo eso, y ni las privaciones, ni la peste, ni los castigos, eran capaces de que hicieran la menor demostración ostensible de su disgusto.

Muy desesperada era su situación.

Las kabillas estaban diezmadas por los combates anterio- res, y los soldados de rey, eran gente mas baldía y menos valiente que los de las montañas.

A pesar de lo que sus santones les decían, no estaban ellos muy conformes con que el profeta consintiera en que murieran tantos , sin haber conseguido que los españoles levantaran su campo.

Estos, al contrario, cada día estaban mas animosos.

Aun no habían perdido una acción, y las enfermedades que reinaban en el campamento, decrecían cada dia que pasaba.

Mandados por generales y jefes que compartían con ellos sus fatigas, y que no los abrumaban con castigos inmerecidos, los españoles estaban contentos y satisfechos en aquel suelo á que habían llevado la misión mas noble y mas civilizadora del mundo.

Abundando los víveres, la escasez no era manantial de dis- gustos y'penalidades para ellos.

CiOn una cosa no transigían , y era con permanecer tanto tiempo á la defensiva.

Deseaban tomar la ofensiva para perseguir con mas ardor á los infieles, y añadir nuevos timbres k sus glorias.

El buen estado en que marchaba el camino de Tetuan, ha- cia presagiar que no tardarían en empezar las operaciones so- bre este mismo punió. i

228 EL HONOB

II

Los Ires hermanos babian vuelto á penetraren RaasUcl- Seric.

* La casa del judio había vuelto á ser su refugio, y la bella Ester habia contemplado con una alegria infinita el agraciado y espresivo semblante de Carlos.

Zelim , presentado por Alberto al hebreo, como el tercer hermano, causó una sorpresa inesplicablc á este.

Creo que recordarán nuestros lectores que al nombrar Ju- lia á los dos hermanos, en una conversación que tuvo con su lio, se pudo traslucir que entre este y la familia de Alberto ha- bia pasado algo de terrible.

Sin duda uno de esos dramas que en las sociedades de lo- dos los tiempos y de todos los paises se representan , habia sido ejecutado por la familia del joyero Abraham.

Pero Isaac dominó su impresión y trató á Zelim con el mis- mo cariño con que habia tratado á Alberto y á Carlos. . .

Alberto y Julia paseaban por el jardín. En el rostro de ella se notaba una especie de alegria es- traña , inmensa.

En el de él, un observador egercitado habría comprendido el sufrimiento y el sacrificio.

¿Y aun me preguntas de qué nace esla persecución que le hago? decía Julia.

—Sí , no comprendo un cariño que pueda dar disgustos á la persona por quien se siente.

Disgustos!... y crees que mi ánimo es darte disgustos? cuan poco se conoce que has comprendido mi amor. Mira, Julia, hace muchos años que yo te amaba, te ama-

DE ESPAÑA. 220:.

ba con una pasión que jamás creí que pudiera estinguirse. tuviste la culpa, empezaste con celos, celos que me eran alta- mente ofensivos, te di esplicaclones y no las creíste, me celas-; te de un modo harto imprudente, y en vez de aproximarme mas á por medios dulces y tiernos, me alejaste con tus injustas sospechas y con tus necias amenazas.

Pero para qué recordar aquellos tiempos? interrumpió Julia.

Para demostrarte que no fui yo el culpable, como antes: has dicho, para demostrarte que era imposible que yo pudie- ra amar á la mujer que me seguía á todas partes, que en me- dio de una reunión, en un paseo, en el teatro, siempre la oia amenazarme, y siempre su implacable mirada me perseguía; y proseguía Alberto con un acento en que se revelaba un do- lor profundo, y sin embargo, nunca como entonces necesitaba yo lina mujer que me amara como al principio, por coinci- dencias estrañas, supe algunos misterios de mi nacimiento, de mis hermanos á ninguno conocía, y buscando consuelo á aque- llos dolores de familia, solo me encontraba con tu pupila ame- nazadora V brillante.

Y yo le amaba, Alberto, gritó la Judia con un acento (|ue respiraba una pasión infinita.

Estraño amor! murmuró el poeta.

—Sí,» muy eslraño; porque aunque yo comprendía que el sistema que había emprendido no era á propósito para volverle á lado, seguía con él y sufría doblemente que tú. Cuánto he sufrido, Alberto miol... cuánlas noches en las profundas sole- dades de mis habitaciones, han corrido por mis megillas lágri- mas muy amargas! Cuántas veces al decir mis labios una palabra de amenaza, querían ahogarla torrentes de cariño; pero ay! no me amabas, y la pobre Julia no tenía mas re- medio que sufrir las consecuencias de su ligereza en haberle entregado su amor. ^

No lo creas, Julia; como has dicho muy bien, equívo- casleseí medio de atraerme hacía tí; pero dejarte yo^iÍQ, íuuar, nunca. . , !) oñii£?rb

230' EL HONOR

I -A-Lo dices (Je veras? prcgiinló anbelanle Julia.

Sí, conlesló Alberto haciendo un esfuerzo, le he amado y le amo.

^ 'Fué tal la cspresion de alegría iníinila que se reflejó en el rostro de la dama, que el poeta no pudo menos de decirla:

Con que tanto me amas? ' **~Y me lo preguntas tú?... que debieras haberlo com- prendido hace tanto tiempo? habla, Alberlo mío, habla, píde- me cuanto quieras, el sacrificio mayor del mundo haría yo para que creyeras en la inmensidad de amor.

-Alberto no se atrevía aun a decidirse. ' Había querido á Julia con delirio; pero aquellos tiempos ha- bían pasado, y ella misma había tenido la culpa del desvio del |)oela.

*d Carácter exigente y arrebatado, celosa hasta el eslremo, había irritado á su amante y le había hecho pensar en otras mujeres, en las que nunca tal vez hubiera pensado.

Y sin embargo, el nunca había dejado de amarla.

En el fondo de su corazón, conservaba una chispa, por de- cirlo así, de aquel amor de otros tiempos.

! i Altivo por naturaleza, no se dejaba dominar de nadie, y Julia quería egercer sobre él una dominación absoluta.

De esto nació su rompimiento.

Entonces amenazó la dama á su amante, y estas a«nenazas no produgeron mas cariño, si cierto miedo, pues lo que ella po- día decir, comprometería el nombre de Alberlo.

En este estado se paso mucho tiempo. Pero por fin, x\lberlo había encontrado á su tercer hermano» y se había comprometido á calmar su angustia.

Para esto necesitaba utilizar á Julia.

/,-., En los días que esta había estado con el poeta en casa de Isaac, su carácter había cambiado completamente.

No era la altiva señora que imponía miedo á su amante.

- ; Era la mujer tierna y enamorada que á fuerza de sumisión de cariño quiere recuperar el corazón que habia perdido.

DE espaNa. 251

En semejante disposición fácil era que el poeta consiguiera lo que deseaba.

El cambio de Julia le liabia sorprendido, y podemos decir que agradablemente. Como poela, tenia un corazón impresio- nable, y por lo tanto, una casi necesidad absoluta de amar.

Julia, ya hemos dicho que era hermosa.

De pasiones esceslvamente ardientes, amaba con la misma fuerza que aborrecía.

Era un tipo digno de un poeta.

Y Alberto tal vez llegara un dia en que pudiera amarla con la misma impetuosidad que en sus primeros años. , . .

Oh! decía Julia envolviéndole, por decirlo asi, con su mi- rada, repíteme que rae amas, no sabes cuan sedienta estaba mi alma de oírte semejantes palabras.

Pues bien, Julia ten el convencimiento de que te amo; pero\oyá exigirte un servicio que jamás lo hubiera hecho por mí; pero se trilla de mi hermano.

—De Carlos?... habla.

No, de Zelíra.

Y qué es? pídeme lo que quieras, y yo no tendré mas pla- cer que complacerte.

Tu que por lo que he observado tienes mucha influencia y muchos conocimientos entre los marroquíes, solamente pue- des salvarle de un dolor inmenso.

—Qué es necesario hacer?

Ama á una mujer con delirio; como se ama en nuestra raza, ella es musulmana y su hermosura ha escítado los de- seos del Xeriffe, y su amada está en el harem.

Y qué quieres? que salga de allí?

—Sí, pero hay mas todavía, el emperador comprendiendo el inmenso cariño que Zelim profesaba á Zaard, le dijo que no abusaría del poder que tenia sobre ella, siempre que él se comprometiera á malar al general O'donnell.

—Y qué ha sucedido? preguntó anhelante Julia.

252 EL HONOR

Gracias que llegamos á tiempo para impedir que dispa- rara.

Luego si él no ha cumplido su palabra no conseguirá res- colar á su amada.

Juslamente, eso es lo que deseo de li; lú, no porque misterios estrailos, egerces una influencia particular sobre es- tas gentes, y únicamente puedes salvarle de ese dolor que amenaza.

Algún dia conocerás esos misterios de que me hablas, y quiera el cielo que entonces no me aborrezcas.

Y la voz de Julia tenia un timbre eslraordinariamenle tris- te al pronunciar estas úllimas palabras.

Alberto sintió también una opresión estraña en su pecho, pero se repuso en seguida, y la dijo:

Aborrecerte!... nunca, Julia. '(¡íM— Ohl si eso llegara á suceder, no lo que seria de mi, pero en lin, hoy me dices que me amas, y te creo, porque ne- cesito creerte; yo te demostraré también si mi cariño es cierto, yo salvaré á la amada de tu hermano, y Dios y tu amor creo que me protegerán en mi empresa.

Pero hay peligro en ella preguntó el poeta.

No lo sé; cuando esté en Fez ó en Mequinez, podré con- testarte. •

Y yo volaré en tu ayuda, si quieres que lo haga dimelo ahora, y no te dejaré marchar sin que al menos vaya yo con- tigo.

Nada adelantaríamos entonces; déjame á mi sola, y le respondo del éxito.

Y la conversación siguió girando sobre este terreno, duran- te algunos momentos.

Mil protestas de amor se cruzaron entre los dos amantes. Alberto se había vuelto á ligar con aquella mujer, y quien .sabe lo que de ello resultarla.

DE ESPAÑA 255

Volvemos á penelrar en el campamento.

El camino hasla los Castillejos estaba próximo á concluirse.

Las tropas lo anhelaban estraordinariamente porque llega- se el momento de poder tomar la ofensiva.

Era imposible haber hecho mas en tan poco tiempo.

Un camino sólido y lo suficientemente capaz para permi- tir el paso de la artillería y demás material de guerra, era lo que se habia hecho, y esto sosteniendo casi una lucha diaria.

Los ingenieros poderosamente secundados por los presida- rios, manejando lo mismo el pico y la azada que el fusil, ha- blan hecho una obra que llenaba completamente los deseos del general en ^de.

Amaneció el dia 22 de Diciembre.

La división del general Prim, protegía como de costumbre los trabajos del camino.

Los moros siguiendo su costumbre se presentaron á hos- tilizar á nuestros valientes.

Toda ó la mayor parte de su fuerza consistió en este dia en su caballería.

Los infantes eran pocos; pero tan bravos como lodos los que se hablan presentado en los combales anteriores.

Mandada su caballería por cuatro alcaides que dejaban flo- tar al viento cuatro banderas rojas, azules, amarillas y encar- nadas, se lanzaron con ímpelu sobre nuestros soldados.

El regimiento de lanceros fué el destinado h contenerlos.

Pero al ver los marroquíes las lanzas tendidas y la actitud serena y esforzada de los ginetes, se detuvieron, sin calcular que la goleta Ceres que estaba muy cercana á la costa, los ha- bia de abrasar necesariamente con sus disparos.

La infantería se reniego sobre unos cantos que habia á la

30

254 EL HONOR

dereclia, mientras que la caballcria hacia todo lo posible por protegerlos en la playa.

Pero vanos esfuerzos.

Algunas balas diriji las con sumoacicrlo, redugeron las ca- sas á escombros y caballos y ginetes volaron hechos pedazos.

Viendo enlonces lo peligroso de ki vecindad de la goleta, se replegaron hacia la derecha, cayendo sobre la división Quesa- da, que formado el cuadro, los recibió con las bayonetas, por en medio de las cuales salia un fuego terrible que diezmaba sus fdas. . Loa' cuatro jefes marroquíes quedaron en el campo.

Llevados de su ciego arrojo, eran los primeros en atacar, ^ por lo tanto, fueron también de los primeros en caer.

Rechazados los infieles de todas partes, deshechos por las granadas y las balas tanto de la goleta como de nuestros sol- dados, no tardaron en declararse en completa fuga.

Perseguidos durante algunos momentos, indudablemente ha- brían escapado muy pocos, h no ser por la facilidad con que sus caballos trepan por aquellas montañas que parecen inacce- sibles.

Pero á pesar de todo, sus pérdidas fueron, considerables, y las nuestras muy escasas, comparadas con las suyas.

Los soldados se portaron como siempre.

Con ese valor indomable que tantos elogios ha merecido de los oficiales estrangeros que estín desde nuestro campo obser- vando las operaciones del ejército y los buenos jefes, no duda- mos ni un momento del buen resultado de semejante campana.

Ul

El día 24 de diciembre, presentaba ercampamenlo el es- pectáculo mas animado que puede darse.

La noche estaba mas despejada que las anteriores, y el día se habia pasado sin llover.

DE ESPAÑA. 235

El general en jefe aumentó la ración do los soldados con carnes en conserva, vino y dos reales por plaza; por manera que en todas las tiendas no se oían mas que carcajadas y can- lares.

Noche de recuerdos para cada uno de los que estaban allí» lodos procuraban ahogarlos en medio de risas, chistes y al- gazara .

Las músicas también unieron sus armonías, á las Iníinilas que cruzaban el campo, y entre brindis y canciones, se pasa- ron las primeras horas.

Mas tarde, el sueño invadió á nuestros valientes, y su des- pertar habia de ser con los fuegos del enemigo.

En su candida ignorancia, creyeron los islamitas que lo soldados se habrian embriagado, y por lo tanto, creyeron que seria sumamente fácil vencerlos. ,0 . .

Pobres entes! que aun no hablan comprendido que al sol- dado español, rara vez so le coge desprevenido.

El lercer cuerpo del ejército tuvo la gloria de vencer á los marroquíes, y añadir un nuevo laurel á los ya adquiridos.

Apenas salidas del campo las tropas que iban á efectuar la descubierta diaria, los moros, emboscados durante la noche en las espesas cañadas que besan sus montañas, atacaron el ílanco atrincherado de la parle del Este.

Una de las divisiones del cuerpo que manda el general Ros de Olano, acudió inmediatamente á contenerlos.

El brigadier Cervino con su brigada, cargó también por la izquierda del enemigo, mientras que la división del general Quesada se dirijió hacia el camino de Tetuan.

Una multitud de moros quisieron impedir este último movi- miento.

Entonces los cazadores de Barcelona y algunas compañías

del regimiento de África, inclinando sus fusiles, se lanzaron á la carrera sobre ellos para darles una de esas magníficas car- gas ala bayoneta, que tanto terror infunden á la morisma y que tan perfectamente ejecutan nuestros soldados.

Arrollados los infieles, no tuvieron mas remedio que retro-

256 EL HONOR

ceder, dejando el campo sembrado de cadáveres, entre los que se veian algunos de nuestros valientes (i quienes sorprendió la muerte en medio de sus gloriosas hazañas.

Aunque el enemigo trató de llamar la atención hacia la de- recha de nuestra línea, y los reductos que defendía el primer cuerpo, nada pudo adelantar, pues rechazado por nuestra arti- llería y el valor de nuestros soldados, fué á concenlrar todas sus fuerzas en la parte izquierda de nuestra linea, en la (jue, como ya hemos dicho, estaba on fuego el tercer cuerpo del ejército.

El general en jefe, activo como siempre y atento á los pun- tos donde habia mayor peligro, se trasladó al mismo punto con una batería de montaña, para reforzar á la división del gene- ral l\os.

El enemigo cayó con ímpetu sobre el reducto Francisco de Asís-, pero recibido por el fuego de las piezas que lo defen- dían, se revolvió como una serpiente sobre sus múltiples ani- llos, cayendo otra vez sobre nuestra estrema izquierda haciendo el último esfuerzo por conseguir la victoria.

Pero todo en vano; una vez mas los sectarios del Islam fueron vencidos, y otra vez mas nuestros valientes ciñeron el laurel de la victoria.

El nutrido fuego de la infantería; las granadas que arroja- ban sobre. ellos la artillería de á caballo, y las bayonetas de nuestros cazadores no tardaron en declararse en completa dis- persión.

Cortados dos ó tres veces algunos pelotoneá sin querer vanj[ dirse, apesar de las ofertas que se les hacían, sembraron el suelo con sus cadáveres.

Nuestras pérdidas ascenderían á unos 70 ú 80 hombres en- tre los que habia diez y siete ó 18 gefes fuera de combate; pues es menester ver á la brillante oficialidad de nuestros cuer-| pos en una acción para comprender la desproporción que se nota en sus baj is respecto á las de las tropas.

Siempre á la cabeza de sus soldados, con su indomable

DE ESPAÑA. 257

arrojo y su audacia, son los oficiales por decirlo asi, el primer blanco que se presenta á los moros.

Los mulsumanes tuvieron en este combate multitud de ba- jas; pues sin orden ni concierto para atacar ni para veVificar sus retiradas, en estas especialmente es donde sufren mayores pér- didas.

En resumen, la acción del dia 25 fué otro hecho de ar- mas, añadido á la brillante serie de los que ya cuenta nuestro egército, y unamagnilica página mas en la historia del cuerpo* que tan dignamente manda el General Ros de Olano.

IV.

Podia decirse que hasta ahora linicamctíte á nuestro egér- cito de tierra habia cabido la gloria de todas las acciones que se habían dado; pues si bien algunos buques de poco calado protegían siempre nuestros trabajos en el camino de Tetuan y favorecían nuestros movimientos en algunas ocasiones con sus acertados disparos no había tenido ocasión nuestra escuadra de desplegar por completo sus fuerzas y tomar también su parte en esa magnífica epopeya, llamada Guerra de África.

Con ansia indecible esperaban nuestros marinos la orden para atacar á los infieles, y con un entusiasmo que rayaba en delirio la recibieron para demoler los fuertes que dominaban la embocadura del rio Martil.

El 28 de Diciembre levó anclas de Algeciras la escuadra de operaciones al mando del General 1). Segundo Diaz de Her- rera.

VA vapor Vasco Nuñez de Balboa k la cabeza de la división, dejaba flotar al viento la insignia delGefe; el navio Is'ihel re- molcado por el vapor del mismo nombre y la corbeta Villa de Bilbao por el Santa Isabel, le seguían á alguna distancia.

Detrás seguían el vapor Colon y las fragatas de Hélice,

238 EL HONOR

Princesa de Asturias y Blanca^ cerrando la linea los vapores Vulcano y León .

Al doblar el Cabo Negro el vapor Vasco lYuñez de Balboa y puso con las banderas telegríáficas un «Viva la Reina» que fué repelido por lodos los buques del mismo modo.

En el momento que los moros-vieron desde la atalaya de Cabo Negro navegar nuestros buijues en sus aguas llotó al vienfo en las almenas del castillo de la Ria de Tcluan el pa- bellón rojo con la media luna blanca de los marroquíes.

Antes de izar al tope el vapor Nuñez de Balboa la señal de romper el fuego, puestos los artilleros al lado de las pie- zas y hecho el zafarrancho de combate, el gefe de la escuadra desde la popa del buque dirijió á la tripulación estas enér- gicas palabras:

«El egército está derramando noblemente su sangre, va- mos nosotros á derramar la nuestra: Soldados y marineros, «Vívala Reinal» Y como complemento de esta palabra, un cañonazo fué la primera señal de romper el fuego contra las posiciones marroquíes.

Una batería rasante en cuya construcción se conoce que no eran los moros solos los ([ue habían tenido parte, contestó á nuestros buques y todos los disparos de ellos se dirijieron hacia este punto.

El vapor y navio IsabeltJ' y las fragatas Princesa y Blanca, dispararon sus piezas de estribor, siguiendo su camino para dar lugar a que los demás buques hicieran lo mismo.

A la media hora todos los buques de la escuadra estaban en fuego.

Una granada disparada con sumo acierto por uno de los buques, incendió las balerías (lue acabaron de destruir el Sania Isabel y el Vulcano y la Villa de Bilbao,

El navio y vapor Isabel 2.'' dírijian sus fuegos hacía la torre de la ría, cuyas murallas se veían caer en pedazos.

Únicamente la Princesa de Asturias recibió un balazo (jue afortunadamente no causó ninguna desgracia, pues como las baterías marroquíes estaban artilladas con piezas de grueso

DE espaNa. 259

calibre, y coa poco acierto sus artilleros, las balas pasaban y repasaban por entre las jarcias, sin ocasionar graves perdidas.

Apenas apagados los fuegos del castillo y ya casi destruido, al ver que aun tremolaba entre los escombros la enseña mu- sulmana y que en la nave Capitana se izaba la señal áe i^alto el fuego )) hubo algunos oficiales que desearon concluir de aba- tir aquel pabellón.

Entonces el General contesto.

«Yo no ofendo á un enemigo que no contesta al fuego de mis cañones )>

Palabras que revelan el valor, la nobleza y esa hidalguía proverbial en los hijos áa la Patria de los Cides y de los Gon- znlos.

Los héroes de Lepanlo desde su lecho de algas y de con- chas no pudieron menos de enorgullecerse al verqu^. sus des- cendientes abatían aquella misma media luna, que ellos habían hundido en otros tiempos.

Finalmente; si nuestros soldados se portaban con gloria en las tierras africanas, nuestra armada, en su combale del dia 19, llevó también su óbolo á la gran pirámide de las acciones brillantes de la guerra africana.

V.

Casi al mismo tiempo que se verificaba lo que hemos nar- rado anteriormente, el batallón de cazadores de Vergara, que protegía los trabajos de la compaúia de ingenieros, ocupada en el camino de Tetuan, se vio atacado por una fuerza considera- ble de marroquíes.

El general Ros de Olano, á la primeras noticias que tuvo de esto, puso sobre las armas el cuerpo de su mando, disponien- do que los batallones de la Albuera, Zamora y cazadores de Baza, avanzaran por la derecha mientras que la división de

240 BL HONOR

general Qiiesada sosluviera á Vengara por el flanco izquierdo.

Los cazadores de Llerena fueron los primeros que reforza- ron al cilado batallón y no pudieron llegar ea mejor momento.

Arrojíidose los moros del centro del bosque donde habían estado ocultos, durante algún tiempo, cayeron con ímpetu so- bre el batallón de la Albuera, y tanto este como el de Zamora los rechazaron victoriosamente á la bayoneta.

Al mismo tiempo, el brigadier Cervino, ii la cabeza del batallón do Baza, dio una de esas admirables cargas que sor- prenden tanto á los moros por su velocidad y arrojó, y que ar- rollándolos por todas parles les hacen huir despavoridos sin darles tiempo para que puedan rehacerse.

Tres veces repitió este mismo batallón sus cargas, pasando en algunas de ellas los límites que so le hablan marcado, se- cundado siempre por los batallones de la Albuera , Zamora, Llerena y Barcelona.

Tanto era el entusiasmo de nuestros soldados, que multitud de veces tuvieron las cornetas que locar retirada, pues la no- che se iba acercando á pasos agigantados, y no era convenien- te comprometer la segundad y la vida de aquellos valientes.

El regimiento de la Reina, África y cazadores de Ciudad- Rodrigo, se adelantaron para proteger la retirada de los demás batallones, y combatieron también con ese valor y esa firmeza característicos de los españoles.

Un número considerable de moros, formando tres líneas su- mamente estensas, empezó á efectuar su retirada hacia la par- le de Tetuan, perseguido sin cesar por nuestras tropas, y al cerrar la noche, habían desaparecido todos.

Una particularidad se observó en la acción de osle día, y es que la mayor parle de los proyectiles que usaron los moros, eran huecos lo que prueba que su armamento era europeo, fa- cilitado sin duda por esos buenos amigos, á quienes tantas aten- ciones debemos y especialmente en las presentes circunstancias.

El general Uos con sus acertadas disposiciones, durante el combale, se hizo acrehedor, á los elogios dd general. '

Las tropas, con ese espíritu entusiasta, decidido y animoso

DE ESPAfÍA. 241

como siempre, hicieron retroceder á la morisma y los soldados que caían heridos, ya que no podían volver al combate anima- ban á sus compañeros con sus voces y sus vivas á la Reina y á la patria.

Tantas pérdidas sucesivas tenían completamente desalen- tados á los moros.

Reunido el ejército de Muley-el-Abbas, si bien algunos cuerpos de él habían tomado parte en las luchas anteriores el grueso de él no se había atrevido á hacerlo y permanecía acampado en las llanuras de Tetuan.

En vano la reputación de los santones trataba de escitar el fanatismo de los musulmanes.

En vano los alcaides y demás jefes procuraban inspirarles entusiasmo y ardor.

Habían sufrido continuas derrotas; habían visto sucumbir iníinítos de sus compañeros y á mas de esto, se encontraban faltos de víveres, tratados brutalmente por sus mismos gefes, y todas estas razones contribuían poderosamente para su com- pleta desmoralización.

Tropas tomadas asueldo, acostumbradas si se quiere á una vida de molicie y abandono. Tenían mas necesidades, mas exi- gencias que los guerreros de las kabilas y en lo general no te- nían el indomable valor y la pujante audacia de estos.

Sin embargo, puestos ya en lucha y comprendiendo que los movimientos de los cristianos indudablemente iban á efectuar- se sobre Tetuan, se decidieron á una resistencia terrible.

Hicieron evacuar la población, á las mujeres, los niños y los ancianos, no quedando en ella mas que los hombres aptos para defenderse hasta el último trance.

Ellos contaban con las condiciones de su población cuyas calles estrechas v tortuosas y cuvas «asas sin ventanas mas

31

242 EL iiONon

que unas pequeñas abeiluras que parecen aspilleras les tlahan una ventaja inmensa sol)re nuestros soldados que necesaria- mente habían de pelear á i)echo descubierto,

Ademas Muley-el-Abbas, habia pensado no enlabiar lucha alguna formal con los crislianos y á la aproximación de estos refugiarse dentro de la plaza y disputar palmo á palmo el ter- reno haciendo de cada casa una fortaleza.

Pero sin duda el hermano del Xeriff marroquí no habia con- tado con los proyectiles de destrucción con que cuenta nues- tro egército, proyectiles que sin una grande esposicion de nues- tras tropas, pueden reducir á escombros la ciudad , obligán- doles mal de su grado á abandonarla y á ser derrotados otra vez en medio de las llanuras.

Cuando este caso llegue, veremos la conducta que obser- van los musulmanes, y desde luego podemos asegurar que otra nueva victoria ceñirá las frentes de nuestros bravos.

Excmo. Sr. D. Juan Prim, Conclo de Reus.

DE ESPAÑA

245

CAPITULO XXII

Acción del dia 30. - Batalla del dia í.° de Enero de 1860— Episociios de esta Tctuan y Tánger— Furiosos temporales que afligieron á nuestros soldades —Pasó del monte Nogron— Pequeñas escaramuzas del dia 7 y 10.

EMos dicho ya y volvemos á repetido, que en la guerra de África, casi no se ha pasado un dia sin que nuestras ar- mas se hayan medido con las musul- manas.

Tras de la acción del dia 29, la del 30 fué una nueva vic- toria conseguida por el tercer cuerpo del egército al mando del General Ros de Olano.

De poca duración, también fué poca nuestra pérdida. Se observaba que los moros no peleaban ya con tanto em- peño, con una audacia tan infinita como al principio,

244 EL HONOR

Y nada mas natural:

Inlerio laskabüasse habían batido, lo habían hecho á la desesperada, teniendo en su abono sus breñas, sus hábitos montaraces, y su misma ignorancia.

Pero las tropas regulares, un tanto mas civilizadas, con otras costumbres, y sin mas medios para contrarrestar nues- tro poder que en superioridad numérica, no era posible /¡Ui se presentaran con un valor tan ciego como el de los de las tribus vecinas.

Y no se crea por esto que nosotros queremos decir (jue eran cobardes.

Volvemos á repetir lo mismo que dejamos es[)uesto en nues- tros capítulos anteriores, si los moros hubieran contado con los medios de defensa que la civilización ha dado á la rao» derna Europa, hubiera sido muy difícil, por no decir impo- sible, el haber penetrado en su territorio.

Si á su valor personal hubieran unido otro valor pura- mente material, nacido de la posesión de otros medios de ataque y defensa, nuestros pasos por el suelo marroquí, hubieran sido harto costosos, y ningún resultado habríamos conseguido.

Demos gracias á Dios, lo mismo que pueden darlas los lian- ceses, de que la ignorancia j el fanatismo de los islamitas, no haya dejado entrar en su imperio los adelantos del siglo, pues esto á ellos les facilitó sus conquistas, y á nosotros nuestra marcha triunfal basta ahora por su territorio.

Los deseos de los soldados españoles iban muy pronto á quedar satisfechos.

Aíjuella ofeisiva tan anhelada, aquel levantar el cam|)a- niento esperado con tanto afán, ya estaba resuelto.

Concluido el camino, la artillería y material de guerra po- dían seguir la marcha del egércílo, y nada había que se opu- siera por lo tanto, á avanzar contra los marroquíes.

El 2."* y el 4.'' cuerpo del egércílo racionados por seis días, demostraban bien claro que ellos eran los destinados á efec- tuar el primer movimiento.

DE ESPAÍÍA. . 245

Solo se esperaba que el tiempo mejorase, y verificado esto, el dia de Año Nuevo, queriendo solemnizar cumplidamente la entrada del año 00, dispuso el general en gefe que el cuerpo de reserva y el que manda tan dignamente el general Zabala, dirigiesen su marcha sobre los Castillejos.

Al conde de Reus con su división y dos escuadrones de Húsares y dos baterías, se le dio el encargo de lomar posicio- nes y facilitar el paso de la artillería rodada, echar un puente sobre la embocadura del mar, siguiéndole el cuartel general, cerrando la marcha el 2.'' cuerpo del egército.

Casi al mismo tiempo que estas divisiones se ponían en marcha, los moros amagaron un ataque hacia nuestras posi- ciones del Serrallo en las que quedaban las divisiones de los generales Echagüe y Ros de Olano; mas como estos bastaban para defender aquellas, el conde de Lucena, coníiando en el esfuerzo y bravura de los soldados encargados para defen- derla, y en la pericia y acierto de los Generales que los man- daban, no hizo alto en ello y prosiguió su marcha hacia el punto que dejamos indicado.

Por lo demás, la idea de los moros fué sin duda la de lla- mar la atención por aquel punto, corriéndose después para car- gar á las grandes avanzadas del general Prim.

Este se dirigió y se po'sesionó de los cerros que por la parte de la costa dominan á los Castillejos sin obtener mas resistencia que los disparos que desde un cerro inmediato les hacían algunos moros, sostenido por grupos mas considera- bles, que se apoyaban en la casa del Marabut.

Entonces algunos batallones del 2. o cuerpo, á las órdenes del brigadier Serrano, |ipoyados por una batería de montaña, se dirigieron á una posición que ilanqueaba el bosque, en el cual se apoyaban los enemigos, mieulras que el conde de Reus, recibía la orden de tomar á vi\a fuerza la citada casa del Ma- rabut.

-Verificados eslos dos movimientos con el resultado mas sa- tisfactorio, nuestras guerrillas, favorecidas por las tripulacio- nes de los buques, ffue á las órdenes del capitán de Fragata

246 EL HONOR

(Ion Miguel Lobo , sallando á tierra, se unieron á ellas los gri- tos de «Viva la Reina)) «Viva la marina)) y «Viva el egér- cilo)) Concluyeron de limpiar el valle de sectarios del Islam.

Todo se creia ya terminado y el general Prim descansaba, si descauso puede llamarse á estar algunos momentos sin com- balir, cuando replegándose los moros á unas alturas distantes menos de un tiro de fusil de nuestras tropas fueron aumen- tándose considerablemente, con refuerzos- que les llegaban por la parle de Angheia, obligando á nuestras tropas á tomar una aptitud enérgica, haciéndoles que abandonaran aquel sitio desdo el cual las estaban hostilizando.

Tal debió comprenderlo también el General en gefe, cuando dispuso que dos batallones del regimiento de Córdoba á las ór- denes del brigadier Ángulo, fuesen á proteger los movimien- tos y las disposiciones que diera (jl general Prim.

Los batallones de Vergara, Príncipe, Luchana, Cuenca, y los ingenieros y la artillería, ayudada por aquellos dos, car- gan.lo con una impetuosidad superior á cuanto se pueda decir, los desalojaron de aquellas posiciones.

Entre tanto, en la parte del valle, los bravos escuadro- nes de Húsares se cubrían de una gloria inmarcesible, cuyo florón mas brillante fué la presa que el cabo Pedro Mur hizo de un estandarte de las tropas marroquíes.

Lanzándose con impetuosidad sobre las apiñadas filas de los infieles, atropellando cuanto á su paso se oponía, salva- ron la baila que aquellos les presentaban y penetraron en su campamento.

Muchos valientes, en este glorioso hecho de armas se en- contraron con la muer le; pero ¿qué les^importaba á ellos, si dejaban bien puesto el honor de su patria?

Repuestos los moros de la sorpresa que les causó la auda- cia de nuestros gineles, empezaron á rehacerse, y tuvieron que retirarse después de haberles dado las cargas mas brillanles, que se pueden dar, trayéndose como trofeo la enseña musul- mana.

Entretanto las posiciones ganadas por los soldados al man-

DE espaNa. 247

do del conde de Reiis permanecían en nuestro poder habiendo este dado la orden á los soldados del regimiento de Córdoba que dejaran las mochilas para estar mas desahogados.

Debemos de notar aquí el gran golpe de vista característico al conde de Lucena, que habiendo sido advertido por el gene- ral Prim de que era fácil apoderarse de todo el campo enemi- go, se trasladó inmediatamente al sitio donde estaba el conde de Reus y abarcando de una ojeada toda la situación com- prendió que era imposible; pues establecido el campamento en el fondo de un valle, desde los cerros inmediatos, hablan de ser diezmados los que quisieran apoderarse de él.

Esa sagacidod; ese buen golpe de vista repetimos; esa sere- nidad en los combates y esa dirección son dotes que no cesa - remos de alabar en el conde de Lucena.

II

Rehechos los moros y considerablemente reforzados, dando alaridos de una espresion estraña, y agitando furiosamente sus armas se lanzaron con impetuosidad sobre los soldados que custodiaban las posiciones regadas con su sangre y que sor- prendidos por aquel empuje irresistible retrocedieron en com- pleto desorden.

¡Terrible fué aquel momento!

Por la primera vez, los soldados españoles, no retroce- dían, porque estos jamás vuelven la espalda al enemigo, pero si perdían el terreno que con tantos afanes habían ganado.

En su confuso desorden, llegaron hasta donde eslaban las mochilas que habian dejado momentos antes y perdiendo el terreno palmo á palmo, era lo mas probable por no decir lo mas cierto, que cayeran aquellas en poder del enemigo, pues era imposible que pudieran detenerse á recogerlas.

Todo esto fué tan rápido que el general Prim no pudo evi- tarlo y en aquel instante supremo al comprender las fatales

248 EL HONOR

consecuencias que podría tener el dejar á los enemigos dueños de aquellas posiciones y al mismo tiempo lo desiio^iroso que íx él le seria tenerlas que abandonar, agarrando la bandera del regimiento de Córdoba se dirigió á sus soldados y con esa elo- cuencia arrebatadora y sencilla al par, que comprende el sol- dado porfcclamcnle íes dijo?

Soldados: vuestra honra está en vuestras mochilas, si las dejais en poder del enemigo ¿cómo os presentareis á vuestros compañeros; adelante, hijos mios; salvad vuestras mochilas y ¡Viva la Reina.

Y contestado aquel viva con un entusiasmo indecible los soldados del Príncipe, de Vergara y de Córdoba se confunden con la morisma sin que en el estado en que se encontraban pu dieran hacer uso de las armas de fuego.

Bayonetas y espingardas, sables y yataganes, yacían con- fundidos en aquel inmenso mar de blancura esmaltado á tre- chos por algunas manchas parduscas formadas por los ponchos de nuestros soldados.

J)e vez en cuando se exalaba del medio de aqu'illa algara- bía de imprecaciones juramentos y gemidos un sonoro aviva la Reina)) que era ahogado inmediatamente por aquellas mil vo- ces que en todos los tonos posibles y en todas las formas ima- ginables gritaban «Allah» Allah)) «Allah» y que para desaho- gar su rabia, llamaban perros á los cristianos.

Esos combates parciales; esas luchas cuerpo á cuerpo, en quo el arma incapaz de espresar ó de desahogar la rabia de arabos combatientes, es arrojada al suelo mientras que aque- llos entre lanzándose quieren tragarse cada uno el aliento del contrario, y cuando rendidos, jadeantes, medio sofocados casi caen al suelo, tienden la trémula mano para recoger aquella misma arma que tiraron antes y darse reciprocamente el último golpe de gracia.

Tal era el cuadro general que presentaba en aquellos ins- tantes el campo de batalla: brazos nervudo^ y musculosos que oprimían cinturas no menos fuertes; ojos que espresaban un odio iaderinible; labios que se contraían de cólera y de furor

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DE ESPAÑA. 249

narices que aspiraban con un ansia infinita el olor de la pólvora y de la sangre.

Y en medio de aquel cuadro de tan horrorosa carnicería se destacaba una de las figuras mas colosales déla guerra de Áfri- ca; el conde deReus que tremolando la regia insignia de San Fer- nando, atravesado su uniforme de balazos, adelantando terreno siempre y animando á sus tropas, luchando contra cien contra- rios, tenia algo de fantástico, y mucho de los héroes de la edad media, cuyas hazañas hemos creido hasta cierto punto fabulosas.

Por fin, una parte de la división del general Zabala que lle- gó muy oportunamente á ausiliar á Prim, decidieron la reti- rada de los moros á la que también contribuyó el general en gefe, que viendo el compromiso en que aquel se hallaba, se puso á la cabeza de los cazadores de la Princesa, y seguido del ge- neral D. Enrique O' Donell con los de iNavarra y Cbiclana, car- garon también sobre el enemigo que huyó á refugiarse entre los bosques y breñales, y que guarecidos en ellos, no cesaron de mo- lestar á nuestros bravos, hasta que al cerrar la noche, siguiendo su costumbre, suspendieron sus hostilidades.

La bandera del regimiento de Córdoba volvió á ondear en aquellas posiciones tres veces tomadas, y el laurel de la victo- ria ornó una vez mas las sienes de los españoles.

La batalla del dia primero auguraba una serie de triunfos mas grandes, mas inmarcesibles, mas imperecederos que los conseguidos en el año anterior.

Luchando contra fuerzas superiores; de tanta duración el combate, y en un terreno completamente desconocido, ni -el ar- dor ni la audacia, ni la valentía de nuestros soldados decayó en lo mas mínimo en tan gloriosa jornada.

La primera batalla formal que se habia dado en el suelo marroquí, fué coronada con el éxito mas lisongero.

Las tres armas lucharon reunidas y las buenas combina- ciones que sus gefesles dieron,contribuyeron £^) buen resultado. En 700 bajas se graduáronlas que el egército tuvo y aquellos valientes hallarían en premio de sus proezas, esa gloria que Dios

32

(250 '^ HONOH'I

¿^urda paia t\ bravo soldado (¡uc miuíre defendiendo su rcli|o*i y su patria.

Of El número de inlieleb que quedo en ol campo y el rtucbo , mayor que retiraron, demostraron bien claro que conforme ca<Va español liabia tenido un número triplicado con quien pelear, -^i e^a misma proporción les habían causado las bajas, *-^

-Xi . Itebos de prisa, y corriendo, por los ingenieros al^iv^s [atrincheramientos, la división del conde de Reus pasó la nodk^. al abrigo de ellos en aquel sitio que habían disputado palmo ú palmo.

El segundo cuerpo del egército se volvió á su campó y al amanecer del inmediato día, los musulmanes habían levantado el .suyo. =00 la ^?

La acción del valle de los Castillejos, bajo cualquier pmdo de vista que se la mirase, era altamente beneficiosa para nosotros. 09 i*^ ' ^^^V ^^^

Gomo muestra de poder y de valor, grande y muy grande la habían recibido los infieles.

Como ventajas sanitarias para nuestro egército las tenia in- mensas; pues la variación de sitios había de inílipir benigna- mente en la salud de nuestras tropas. -.- o 1 ^ . -: Y atendiendo al sistema de pelear üe ios moros, percUáH muchísimas de sus ventajas; pues saliendo de las asperezas v quebraduras en ([ue hasta entonces se había combatido, se te quitaba muchas de las ventajas que anleriormenle habían fa- vorecido sus ataques.

'En íesúmcn; la acción del día 1.° habí^ de tener consecii^'U - cías de raücliá trascendencia para nuestros futuros adelantos cu él suelo marroquí. . ..j

Mandadas las tropas marroquíes por el hernoano del Enip',^- rador Mulev-él-Abbaí?' demostró bien claró que iiíTsuS conocí- míentos militares, ni sus sistemas de batapa, erara capaces (fe contrarestar el esfuerzo de nuestros soUMos y i'a 'jjerRIa de nuestros generales, '

^n^/

I)Éí#aIía¿^ IBi

III.

-•^íuesto eii marcha nuestro campo en la mañana dddia 6 con- ' tra lo que se podia esperar, se atravesaron las faldas del monte Negron.

Mlndudablemenle el paso mas difícil de toda la campana ha sido este; pues las asperezas del terreno, asperezas que con gran ventaja podían proteger los fuegos del enemigo, é impedir elpá^ode nuestras tropas, habían preocupado á nuestros va-»-^ lientes y todos esperaban haber encontrado mas resistencia. '

) Pero por fortuna no se realizaron las fundadas esperanzas de' una acción en tan difícil y peligroso paso, y el campamento fué á situarse á las márgenes del rio Zamir seguido del campamento africano que fué á establecerse á nuestra derecha á una legua y ^ media de distancia. ,..4,,^-:^

.• El Dios de los mares que hasta entonces habla permitido que nuestra escuadra favoreciese nuestros movimientos y condujesen las provisiones para el egércilo, tuvo por conveniente negarnos su^ apoyo, y en la mañana del dia 7 un Levante furioso hizo ak3jarse los buques de aquellas costas y acreciendo su furia la tempestad, se embravecieron las cías, y la situación de nues- tras tropas se hizo bastante crítica.

Sin poder abandonar las posiciones que ocupaban; cortadas lag comunicaciones por mar; faltos de víveres; en un país ene- migo y castigados completamente por la inclemencia del liempo, hubieran desmayado nuestros bravos si el sentimiento patrio que los dominaba, no los hubiera hecho sobreponerse á loda^ aquer- lias penalidades. ,.^, ... _

:.' Continuando el temporal y sin esperanza alguna úo socorro lüor J^ parle del mar, el general en gefe no quigo prolongar por mas tiempo la situación angustiosa dosur^ tropas; dispuso que el

262 Ri^HorcaR

día lOel general Priru con algunos batallones se dirigiese á Ceuta por tierra con el obgoto de traerse un fuerte convoy de víveres.

Pero felizmente al mediar aquel dia, empezó á menguar su furia el mar, permitiendo la siltía de Ceuta á algunos buques que condugcron provisiones al campamento y que hicieron ya innecesaria la marcha del conde de Reug á Ceuta.

Ya empezaban nuestros soldados á saborear los frescos co- mestibles cuando á los moros se les ocurrió presentarse en ac- ción.

Tanto á esta como á la del dia 6 les hemos dado el nom- bre de escaramuzas, porque después de la acción del dia 1.® esto nos ha parecido insignificante.

Desde las dos de la tarde hasta el anochecer duró el com- bate, y aunque no del todo mal dirigidos los moros, y apísar de sus estensas y bien combinadas líneas de ataque, los certeros disparos de nuestra artillería, unidos á las brillantes cargas da- das por la segunda división del segundo cuerpo que fué el que únicamente entró en fuego, hicieron volver las espaldas á los mo- ros y abandonarnos uiía vez mas, el terreno que nos queriaa disputar. ^

No podemos menos de elogiar en esta acción el brillante comportamiento de una compañía del regimiento de Saboya, que con su capitán al frente á los vivas entusiastas de su reina y de su patria, se lanzó á la bayoneta sobi-e fuerzas considerables, arrastrando ante si en su furioso empuje, á los sectarios del Is- lam que se habian quedado asombrados de tanta audacia.

Nada podemos añadir á lo que llevamos dicho respecto á nuestros soldados. ..'■?:'-'

Si egército sufrido, valiente y resignado hay en el mundo, es indudablemente el egército español.

Es menester verlo luchando contra los hombres y contra la

naturaleza, y sin embargo sin decaer un momento su ánimo y

sin que flaquee un instante su valor.

af (Nada podemos tampoco decir del conde de Lucena; cuantas

cualidades constiluvea buen miUlí^rj las reúno el generai

DE E8PAÍÍÁ. > 28á

MultMicándose en toáas partes;^ siempre en los sitios de mas peligro, chiparte las fatigas con él' soldado y reasume en silos cuidados, las atenciones y la grave responsabilidad del general en gefe.

Fijos los ojos de toda la nación sobre Tetuan, llave ó cen- tro por decirlo asídenuestrasoperacíones en África noquerernüs privar á nuestros lectores de la descripción tanto de este puntó^^" como de Tánger, según los datos qué 'al efecto hemos recogido,"^' datos confirmados por peí^o'nas que han residido en estas pobla-'^' cioneí^ y que creemos'serán leidos con giísto en las actuales circunstancias.

A mas de ocho leguas de Ceuta en la pendíentede dos colínas y separando la costa del Riff del pais de Harb se encuentra Te- tuan ó r<?^¿?t'e/í cómo la llaman los naturales, ó Tefeguin como la denominan los amazirgas.

Sobre una de las colínas doniinando la ciudad y como pro- tegiéndola se alza uno de esos castillos de construcción arábiga antigua de robustas torres cuadradas y de altas almenas.

Esta es la residencia del bajá ó gobernador.

Medianamente artillado es el único sitio que puede ofrecer alguna resistencia. ^-^^1 ^s-xr.ín'!^-) ^'mk.^^K^^

La ciudad está encerrada en un circulo de murallas que si bien de alguna altura son de poco espesor y de trecho en trecho las defienden algunas torres artilladas.

Besando los pies de Teíuan se estiende una vega deliciosa'^ esmaltada de trecho en trecho por lindas casas' de campo que se destacan del verde del valle ¿orno las blancas gabiotas del verde oscuro del mar.

ios naranjos, los limoneros, losjazmines, las rosas, las ma- dreselvas y el thym de Egipto llevan sus perfumados olores al interior de la poblacioa donde !^s hermosas Tetuanesas, rowelle*

"^ ti HOKOK

mente reclinadas sobre Ioí coglnes de damasco, aspiran Tolnp- tuosamento estos aromas eu las caladas babitaciones del harem entre el susurro de los saltadores de agua v al arrullo de los ruiseñores encerrados en las jaulas de oro.'

Desagradable, como lo son en general todas las ciudades del ^logreb, su interior con sus calles estrechas y sucias, sus casas mal construidas, con los arcos que corren de una acera á otra, ofrece un aspecto triste y basta repugnante.

Su población se hace subir ¡x 60,000 almas entre moros iu- uios y negros. .

Rica por el gran comercio que de pieles, cueros, cera, ce- bada y lanas, sostiene con la mayor parte de las potencias del, Wedjo-dia hay grandes capitales encerrados en lo mas profundo de las arcas de algunos judios y de muchos moros.

El Milah ó barrio de los judios está como en casi lodo el im- perio separado de la población y rodeado de una alta cerca, llene sus puertas que cierran de noche para evilar todo trato con los muéulmanes. '

*

El rio ^Jartil que desemboca en el mar es por donde hacen su comercio; en la embocadura de él tienen algunos estableci- mientos comerciales y este mismo puerto eslá defendido por el castillo y baterías que los fuegos de nuestra escuadra destruye- ron el 29 de Diciembre.

A tres millas de es?^ punto se alza la población la que se encuentra dominada por algunos cerros que ofrecen muv buenas condiciones estratéjicas para cuando nuestras tropas líe/?uen a este sitio.

Muchas de las calles se encuentran del todo cubiertas como sucede en Tánger y en otras ciudades marroquíes siendo tan escasa la luz que penetra en estas galerías, que á veces no se perciben los objetos que hay en las tiendecillas de que á manera de nicho^,,se^encuentran esmaltados los costados de la calle.

ÍSED10Í0 V... -

I

IJE ESPAÍVÁ. 255

^

Con corta diferencia Tánger se parece muchisimo á Tetuan; del mismo modo que generalmente se parecen entre si todas las poblaciones del imperio.

Rodeada de robustas y bien artilladas murallas, es induda- blemente el puerto mejor defendido de los marroquies, defensa que se ha aumentado considerablemente después de la salida de dicho punto del Sr. Blanco del Valle.

Dos estensas baterías denominadas Tojana y la Marina la defienden por la parte del mar, y piezas de grueso calibré es- maltan á trechos toda su estensa línea de íortiíicacion.

Altos minaretes en los que rara vez se ya el buen gusto de la arquitectura árabe, denotan las mezquitas, cuya entrada, vedaba á los cristianos, solo está permitida á los musulma- nes cuando el 3Iolak colocándose en una de las venlanas de la torre, llama á los buenos creyentes á la oración.

En la playa se alza un miserable edificio al que pomposa- mente denominan con el nombre de arsenal y una especie de aduana y capitanía del puerto, edificios los tres que mas bien parecen miserables casucas de cualquiera de nuestras aldeas, ' que edificios públicos del gobierno de S. M. Xeriíiana.

Los siguientes detalles sobre el interior de Tánger, darán á iiuesti^üs lectores uaa idea de esta población, donde se han reu^ . nidq lodos ios cónsules de las potencias europeas, y que por esia misma razón dcbia ser el emporio, por decirlo abí, de la .cultura y civilización marroquí.

((La alcatccrut, calle en que se halla la casa del cónsul q^- paíiol, es la mejor y puede decirse la única, porque las demás son callejones suni<iimente estrechos, tortuosos y desaseados. En dicha calle se halUm las tiendas, que mas bien pueden lia-

256 EL HONOR

marse alacenas, á una vara del piso y en que difícilmente pue- den trabajar dos hombres: allí aparecen los mercaderes como embutidos en sus mercancías, que consisten en los efectos del pais, y en algunos géneros de algodón y pailos ingleses. En iguales tiendas trabajan los artesanos de babuchas, talabarte- ros, herreros, etc.

«Se sale después por otras puertas no menos mezquinas al Sa:o 6 mercado, que propiamente hablando no es mas que una «ra, sin arreglo alguno, junto á las viejas murallas ruinosas ya en muchas partes.))

_,;■ «No hay en las casas balcones ni ventanas y si solo estre- chas aspilleras, que apenas permiten ver desde dentro, sin ser vistos desde fuera, de modo que parece comunicarse siempre por entre altas cercas ó tapias de -conventos de monjas.»

«La Alcazaba, castillo á donde se sube desde el pueblo, á pesar de su altura no proporcionada, descubre á la simple vista una gran estensioa de terreno. Dicho castillo se compone de aquellos salones angostos y prolongados, de aquel laberinto de piezas poco ventiladas, de aquellos zaquizamis, torreones, y domas que notamos en los castillos, que nos dejaron los moros, y que muchos pueblos de España conservan aun en mejor estado quizás, que. el en que se halla la Alcazaba de Tánger.

«A corto trecho de esta divísase un pequeño edificio circu- lar cubierto con una cúpula y unido á otro cuadrado. Todo muy blanco, viéndose allí flamear constantemente una bandera también blanca: otros edificios aunque mas mezquinos, y á ve- ces simples paredones, teniendo por hastil una caña y por ban- dera un trapo, se descubren diseminados sin orden hacia todas direcciones en la campaña. Todos estos edificios son sepulcros de Santones, que son para los moros objeto de grande venera- ción y respeto.»

«Mas cerca del pueblo se halla un edificio que sirvo de al- macén de pólvora, con la cual parece que tienen muy pocas pre- cauciones, pues un moro viejo constituye toda su guardia.»

«La casa del cónsul español pertenece al patrimonio real de España, y se cree ser la única do los consulares que no per-

KSPAÑxV. 25 7

tenece al gobierno marroquí. Al lado está una pequeña casa hospicio, que era de religiosos franciscanos, en cuya capillita, bastante aseada, tienen tribuna España y Portugal.»

((El aspecto interior de tristeza que presenta Tánger, y el profundo silencio que reina en sus calles y plazas, afectan vi~ vísimamente al viajero acostumbrado á otra sociedad y á otras ciudades.»

Concluiremos la descripción de Tánger copiando algunas da las palabras que respecto á esta población dice el señor Ro- tondo en la historia de África, y con cuya ultima idea estamos muy conformes en un todo.

«Colocada Tánger en el punto mas angosto del Estrecho, llegó á ser el albergue mas temido de corsarios marroquíes, que desde allí apresaban cuantos buques pequeños atravesaban am- bos mares. Pero desde 1817 Tánger es un puerto de poca im- portancia: los escombros del muelle y parapetos que los ingleses hicieron volar antes de abandonarla en 1764, han abarran- cado su rada de tal suerte, que los navios de gran porte no pue- den anclar sino hacia la punta del Este.» La importancia de Tánger consiste en su porvenir y acaso la presente cuestión entre España y Marruecos la imprima un nuevo giro y toda la valia de que disfrutó en tiempos antiguos, porque su posi- ción la convida á gozar de igual prepotencia que Ceuta,

33

258

EL IlONOn

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Nuevos pcríonaíJjes. Rocordamos al lector í.lguiios Je sus niiliguos rotio-

pjdos. ^0 empieza el camino para Tíín^'ex. Prisiqíieros moros. Ac-

"'CÍones del I2.y i4.^ Se toman los fuertes de la ria de Teluan. El ejer-

■•flito se establece y se i'ortiüf.a fronte á la píaza. Kl Astado. sanitítflo»

.mejora considorablcmciite.— Combate del dia 23.. .' V:-;-t': ;v*

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Anri n? óbfjo

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oNGLUiDo el paso cIl4 MoiUe Negroii, sin las diílcuUades que por parte de los mo- ros se esperaban, el campamento se es- tableció en las riberas del rio Zam-mir, 'tanto para reponerse de las fatigas pasa- das, cuanto para racionarse y municionarse para seguir adelante.

Antonio era un joven casi un niño que con infinitos trabajos habia sido educado por su pobre madre, viuda de un anciano y honrado militar de la guerra de la independencia, y que eos-

D15 ESPAÑA. 259^

íeada SU mansión en el colegio militar de Toledo por S. M. h Reina, habia pasado de subteniente al regimiento de Gordo v a:' ^'*^

Era la iinica esperanza, el solo sosten de su madre y sü^ hermana, que atenidas á la corta viudedad de la primera, no tenián casi para cubrir sus primeras necesidades.

Digno hijo de lín padre pundonoroso y valiente, habia re-" cibido la orden de niarciiar á África, con esa alegría de lodo buen español que va á pelear por su patria y por su religión, ' y con la esperanza secreta de ascender, para socorrer ^doble- mente á su familia.

Educado en la desgracia, aquella alma ardiente, se habla obligado á plegarse en misma por el rudo combate de los do- lores, y de su precaria situación. '^*^^l '^'Apenas tuvo la facultad de pensar, tuvo también la necest^^ dad seritii*i '-^ ''' ^''''* ^n'ioújíqMin;) ¿iif; ^«b 'jííi íH jfí 'nqüi^i-'

Niño aun, el pesar le hizo hombre, y sin olvidar jamás su situación, trabajó ardientemente por adelantar en su carrera y ofrecer á su pobre madre un pasar mas sosegado y mas ti'aiHil quilo en sus últimos días.

En el cuarto principal vivia un opulento banquero duoñojn de toda la casa así como de otras muchas. ^ B. Pedro de Céspedes, tenia una hija única. ' ' El banquero era la personificación exacta de la materia ape-" g¿ida á los intereses, y despreciadora implacable de los goces purísimos del alma.

Angela, que así se llamaba su hija, era un ángel. Aborrecía los intereses porque no siempre veia en éllokik'^ íelicidad. -'n^::^ ^--: í-o ^ ^

Para el padre era un crimen el ser pobre; no comprendía como en el mamdo hubiera personas tan estúpidas, que carecie- * ran de riquezas. aoink vi) iman'^d i..

'Para la hija el ser pobre con honra, era una doble virtud". '^ El banquero cerraba siempre sus puertas al pobre queá ellas '

se 'acercaba. >

Angela en cambio siempre tendía su mano bienhechora á la

miseria y á la desgracia.

p

260 EL HONOR

La familia de Antonio hacia muchos anos que vivía en la casa, y al par que esta habia crecido, la hija del banquero ha- bía seguido todos los pasos de la infancia y de la adolescencia.

La hermana del subteniente tenia dos afios mas que este, y como el único patrimonio do los pobres está en su trabajo, Luisa,, desde muy niña, se habia dedicado con afán á aprender una infinidad de labores propias de su sexo, y mas larde con su ha- bilidad aumentaba los recursos, con que contaban para su sub- sistencia.

Muchas veces se habían encontrado en la escalera los niños; Angela que venia del parterre en una carretela herméticamente cerrada y cubierta de pieles, y Antonio con el rostro amoratado por el frío y mal envuelto con una chaquetilla, hija de una an- tigua levita de su padre que tornaba de la escuela pía, donde siempre al frente de sus compañeros era el mas adelantado en todas las clases.

Antonio contemplaba con tristeza pero sin envidia el sun- tuoso tren de la niña del cuarto principal.

Con tristeza decimos porque entonces comparaba con aque- lla su situación precaria, y sufría por su madre y por su her- mana.

Angela miraba con interés á Antonio y se compadecía de

aquellas manecítas agrietadas por el frío y de aquel rostro en el que se veían apesar de la niñez, estampadas las huellas del dolor.

Antonio la saludaba con respeto pero sin encogimiento.

Angela pagaba aquel saludo con una sonrisa dulce y con palabras mas dulces todavía.

Y asi pasaron los años.

Y aquella simpatía, d acida en el corazón de los niños, creció con la edad.

La hermana de Antonio era modista; es decir, la modista que vestía á todas las elegantes de la alta sociedad madrileña, daba generalmente los trages á Luisa para que los cosiera.

Angela, «i de niña era preciosa, al desarrollarse su natura- lc2ía, al atravesar d pórtico de la juventud, se habia hecho su- blimemente cutantudora.

Dft ESPAÑA. 261

Antonio habiqi ingresado en el colegio de cadetes; pero aquel recuerdo del niño, aquella simpatía nacida en los primeros años, como antes hemos dicho no se había borrado de su corazón y su pensamiento recordaba mas de una vez al futuro militar.

Una doncella de Angela le habló de la habilidad de Luisa y la hija aprovechó aquella ocasión para entrar en relaciones con aquella familia, que aunque jamas la habia tratado, la habla apreciado siempre.

Luisa y Angela se vieron:

Luisa era la personificación exacta del dolor triste y resig- nado.

Angela era la copia det Ángel enviado por Dios á i a tierra para derramar siempre una palabra de consuelo en el oido de los que sufren que cual gota de un bálsamo suave por conductos misteriosos, va á refrescar los labios ardientes de las heridas del alma.

Después de esto creemos escusado decir que aquellas dos almas se comprendieron; que la simpatía hacia el hermano, se convirtió en cariño por la hermana, y que mas que modista y señora, fueron dos amigas.

Todos los momentos que la hija de Céspedes podia robar á los teatros, á las soirées y á las diversiones á que la posición de su padre la obligaba á asistir, los consagraba á la familia del sotabanco.

x\ll[ tuvo ocasión de tratar mas de cerca á Antonio cuando las vacaciones le permitían venir á pasar algunos dias con su madre.

Ya hemos dicho que el hijo de la viuda habia sido hombre antes de tiempo y hombre educado en la desgracia; es decir do- tado de ese tacto esquisilo de esa segunda vista si se nos per- mite esplicarnos así, para comprender todo lo de noble y bueno que se agita en medio de esa sociedad en que el cieno está em- pañando constantemente la pureza del armiño.

Alma entusiasta, circunscrita á un círculo demasiado mez- quino, amargada siempre por losdólofcs, necesitaba alguna es-

262 EL HONOR

pansion, liabia un v;ioio en olla (jikí nu llenaba las afeccion^'s de la familia.

Al principio veia á Angela (juc le liablaba sin encogimienlo, y no se sentía corlado al lado de ella.

Después se turbaba si la veia, se sonrojaba al dlri^^irla la pa- labra, y su labio no acertaba á pronunciar las mismas frases (pie pronunciaba en otros tiempos.

Quería liuir de ella, y una fuerza misteriosa no le dejaba hacerlo.

Por ññ. al cabo de muchas luchas después de interrogar re- petidas veces á su corazón, comprendió que estaba enamorado.

¡Enamorado él! Y nada menos que de la hija de uno de los mas opulentos capitalistas de la corte; es decir, enamorado de un sucilo que nunca se hal)ía de realizar.

Y entre tanto Angela, que privada también de su madre, no había podido esplayar su alma en el seno cariñoso de la qtio le había dado el ser;

Angela que casi olvidada por su padre á quien los cuidados de sus especulaciones preocupaban, mas que su hija so veia en- tregada a manos mercenarias en las que casi nunca encontraba cariño, había pasado por lodos esos trámites que empiezan por la simpatía y concluyen por el amor, y amaba con (oda la ve- hemencia de su corazón al pobre y oscuro habitante del so- tabanco.

Dos elementos de una misma fuerza puestos casi siemjjic en contacto, tienen necesariamenle que chocar.

Angela y Antonio tuvieron una ocasión sin (pie ellos la bus- caran, y sin provocar una esplícacion, aquellas almas incapaces de contener mas tiempo el amor que sentían, lo hicieron subir hasta los labios, y nuestros jóvenes cambiaron sus primeras j)roteslas de amor.

DE ESPAISA.

26:

A ac^uella mullía rovolacion se siguiovon muchos días de placer.

Pero como el cielo de la íolicidad permanece muy poco tiempo sereno, el padre de Angela se llegó á enterar de aquellos amore^, y después de hacérselo comprender á su hija demasiado brus- camente, despidió de la casa á los modestos inquilinos, no de- jando muy bien parado al pobre Antonio con espresiones que este no le hubiera consentido á no haber sido el padre de la muger que amaba.

Desde aquí ya empezaron los disgustos para nuestros pobres amantes.

,;.J)eplarada ya la guerra entre los moros, el regimiento de Antonio recibió la orden de marchar al suelo marroquí.

Muchas lágrimas; muchas palabras de amor y muchas pro- testas de cariño se trocaron entre los jóvenes, que apesar de la vigilancia qiie sobre su hija egercia el banquero, pudieron verso momentos antes de partir aquel.

Antonio marchó con su regimiento, y en los primeros com- batea, como justo premio de su heroico proceder, le dieron el grado inmediato.

... Pero debiendo pagar un tributo á a({aella patria por quien luchaba, regó con su sangre el suelo africano y estaba herido en Ceuta.

,, , Su herida no era de cuidado pero ¿quien detiene á una ma- dre al saber que su hijo está herido?

Inmediatamente que lo supo la madre y la hija, se pusie- ron en camino y llegaron á Ceuta donde tenían algunos parlen-

264 EL HONOR

les, en casa de uno de los cuales estaba el teniente herido.

Puestos á la cabecera de su lecho los solícitos cuidados de las dos, consiguieron adelantar su curación.

La primera palabra de Antonio fué pre¿,^untar por Angela, pero ¡ay ! que desde que el padre descubriera aquellos amores, habia prohibido a la pobre niña que lucra en casa de su mo- dista y nada babia sabido en mucho tiempo.

Para esta herida del alma mas difícil de curar que la del cuerpo, no tenían las mugeres mas que palabras, que por muy cariñosas, muy dulces, por muy consoladoras que sean, no son mas que palabras que no bastan á llenar el vacio que hay en el corazón.

IIX

Justo es que hablemos algo también de nuestros antiguos amigos Miguel y Andrés.

Con la marcha de las tres divisiones del egército sobre Te- tuan, el cuerpo que mandaba el general Echagüe, ya completa- mente restablecido, quedó guarneciendo nuestras posiciones del Serrallo.

Miguel ya mejorado del todo, pasó á incorporarse á su ba- tallón, y á desempeñar las funciones, que como cabo, le esta- ban conferidas.

Andrés casi siempre á su lado, trataba en lo que era posible de disipar la amarga melancolía de su primo, cuya causa no le era desconocida, pero que sobreponiéndose á los celos que seme- jante amor pudieran causarle, no procuraba mas que distraerle y hacerle olvidar si era posible la causa que motivaba su tris- teza.

Miguel hacia iodos los esfuerzos imaginables, para olvidar aquel amor de que se reprochaba como de un crimen.

Pero todo era en vano:

Afanábase todo lo posible por llenar cumplidamente sus do^-

DE KSPArÑA. 265

heres, y hnsla hacia mas do, lo ([ue era su cometido, con ob- jeto de ver si en medio de aquellas faenas podia olvidará María. Mas cuando se ama con la fuerza, con el cariño tan inmenso con que él amaba, es muy difícil olvidar al objeto querido, y cuanto mas por no recordarla hacia, mas presente la tenia.

Y de aquí, íiquella eterna melancolía, acjuella tristeza pro- funda que estrañaba á sus compañeros^ y que llegó á llamar la alencion de sus gefes.

Y de este modo apenados y doloridos, pasaba sus dias sin que en la vida de movimiento y a^'itacion que llevaba, encon- trase placer alguno, y anhelando siempre entrar en lucha con los infieles, por si en ella podia perder una vida que le era tan in- soportable.

Andrés sufría viéndole así, y uno por otro ambos primos no disfrutaban, puede decirse, momento alguno de felicidad.

También en el mismo campamento otro de nuestros amigos, pasaba dias no muy agradables.

Luis, el amigo de Alberto, disgustado con la muerte de est(», pues él así lo creía, no dejaba asomar la sonrisa á sus labios, y contra la costumbre general se habia vuelto silencioso y re- servado.

También el po])re Juan, aquel asistente que también recor- darán nuestros lectores, padecía.

El mal humor de su amo recaía especialmente sobre él.

De modo que la mayor parte de nuestros personages, es- taban violentos por decirlo así, y formaban ese cuadro que el mundo ofrece en general, cuadro, en *el que mas abundan los tristes que los alegres.

Algunas ligeras escaramuzas no habían producido mas re- sultado que muy escasos heridos de nuestras avanzadas que eran las que únicamente cruzaban sus fuegos con Ioü del enemigo.

34

206 Fl. HONOR

Siiv onil)ar£»:o el tlia 12 ya Ioiikí un carador mas íbnnal, y sobre el mismo terreno en ((uo se combaliíiel (lia 10, se presen- laron, no en gran mimero, pero si con ademan baslanle hóslil.

Inmedialamente mandó el conde do Reus, coniandanle en ijele á la sazón del 2." cuei'po del egércilo, (jue dos batallones (le cazadores ocuparan algunos cerros próximos á las trinchó- las, y que el reslo de la división estuviera dispuesio para re- sistir al enemigo.

Apenas luvo noticia el general en jefe de osle movlmienlo se traslade) al punto amenazado y mandando establecer una ba- lería cuyos acertados disparos hiciei'on caer á inünilos de los sectarios deMahoma.

Entrelanto estos habian aumentado considerablemenU' sus fuerzas y con un vigor y audacia iníinita estendiendo su linea do ataque eslraordinariamente se lanzaron sobre nuestro campo abrazándolo de un estremo á otro.

Knlonccs los cazadores de Llorona cargaron por la Í7i|uierda al enemigo mientras que la división del general ODonell don Enriípie, con un vaíor superior á lodo elogio arrollaba al ene- migo por el centro ante ia invencible pujanza *de sus bayonetas.

Envuelto por su derecha y rechazado, cambió enlonces de táctica lanzándose con ímpetu salvaje sobro el centro denuesiras íuerzas, cabiéndole la gloi'ia do hacerlos huir despavoridos, al general Prim, que al frente de. su Estado mayor les dio una de osas brillantes cargas, que él solo sabe dar.

No pudiendo los musulmanes conseguir la mas mínima ven- laja sobre nuestros valientes se reconcentraron sobre su izquier- da donde se defendían con estraordinario arrojo.

]*ero ya lo hemos dicho oirá voz:

Si valientes son los moros, doble \alor hay en nuestros sol- dados y valor con dobles moüvos para oscilar la admiración general.

l^i moro d(\sdo que nace se acosUmibra á esa vida semi sal- vaje en que las faligas los peligros y las privaciones llegan á connaturalizarse con él, si así podemos esprosarnos, y balién- doííe <;ol)re su terreno, dolado de ose valor indomable adquirido

ÜE ESPAi-VA. 267

en su vida errante y en sus continuas ludias intestinas ó con las íieras que se ocultan en sus espesos bosques y escabrosos breñales, nada tiene de particular que peleen con esa audacia infinita, que á pesar de ser enemigos nuestros no podemos menos de reconocer.

Pero nuestí'os soldados, quintos en su mayor parte, acostum- brados á esa vida, hasta cierto punto reposada, de los cuarteles, sin haber entrado en luego y sin estái* hechos á la vida activa y llena de sobresaltos de los campamentos, es doblemente meri- torio, mas recomendable y mas digna de elogio su conduela, y no puede menos de escitar los aplausos de toda la Europa, el valor que desplegan en todos los combates en que han tomado parte.

Después de esta ligera digresión, que no dudamos nos dispen- sarán nuestros lectores, seguiremos detallando en lo que es po- sible la acción del dia 12.

Recibida la orden por los batallones de cazadores de Arapiles y Figueras, para caigar á la bayoneta sobre los moros, al grito mágico de «Isabel II,» los fanáticos secuaces del Islam demos- traron otra vez que eran incapaces de resistir á los valerosos hi- jos de la España.

Revueltos en confuso desorden, sin tener tiempo casi para recoger sus muertos, huyendo en todas direcciones, eran [)erse- guidos por nuestros soldados, (]ue llegaron tan cerca del campa- mento muslime, qucá iiaber sido mas de dia indudablemente ha- bría sido presa de las tropas.

Habiendo desaparecido el enemigo, necesariamente la acción habia de concluir.

Aun permanecieron nuestras tropas algunos juomentos en los puntos ([ue ocupaban, hasta (pie conociendo el general en gefe que tanto por io avanzado de la hora y la marcha seguida por los moros hasta el dia de no pelear de noche, no habia que temtír otro nuevo ataque de su parte, dio la orden de retirarse á sus atrincheramientos los cuerpos que habían entrado en acción, y poco después, \ iva(pieaban tranquilamente; contándose al rede-

268 LL IIO.NOH

(loi (le las liofíUtMcis los IkícIios parciales y las hazaiias (jue cada uno había llevado acabo duranle a(|iiella jornada.

.Nuestras pérdidas, con un número sunianienle peijueno de nuKMlos, ascenderían en total entre heridos y contusos, á unos ciento y tantos hombres; pérdida corla para las Iropas (jue ha- bían entrado en fuego y (pie revelaba la buena dirección (pie el conde de Lucena á los combates, y que cada di;i van apren- diendo mejor los cristianos á coudjalír en acpiel terreno y contra acpiella genle, sacando partido de nna piedra, de cuahpiier des- igualdad del terreno, para hoslilizar sin ^n-ave riesgo á su con- trario.

V

lEntre tanto, el primer cuerpo del ejército continuaba en sus posiciones del Serrallo, sin ser hostilizado por los moros.

Alguna que otra vez se veian a|)arecer en lo alto de las sier- ras grupos de inlieles, que se contentaban con observarnos, sin atreverse á acercarse demasiado por temor á las balas de nues- tros valientes.

Todas las fuerzas que habían combatido en aquellos sitios, se habían reconcentrado hacia Tetuan que era por donde mas e nian que temer entonces la acometida de los españoles.

Y razón tenían en temerla.

Los soldados cristianos en dos meses de fatigas y campaña, se habían hecho unas tropas completamente agueiridas, y los triunfos que siempre habían conseguido acrecieron mucho mas su valor.

Egemplos repetidos de valor, abnegación y entusiasmo, se estaban viendo siempre entre nuestros valientes, y mas acostum- brados ya ala táctica del enemigo, se api-ovecliaban del terie- no, y de este modo al par qiKí amínorai'on nuestras pérdidas, pudimos cogerles algunos piisioneros, entre los cuales hallarán nuestros eclores alguno de sus antiguos conocidos.

Olí ESPAííA. 269

Por eslos áe supo el eslatlo del ejércllu üianoquí.

Consecuencia de sus derrotas, era su apatía, si así puede llaiuarse al enfriamiento que sentían por la guerra.

Su estado sanitario no era el mas satisfactoria, y de víveres tampoco estaban muy sobrados.

Únicamente armas y municiones era lo que tenían en abun- dancia; pero esto no todas las veces servia para reanimar su ardor.

En Tetuan se habían decidido á hacer una resistencia deses- perada, para cuyo efecto las torres cuadradas que á trechos de- íendian sus murallas, el castillo y algunos otros fuertes avanza- dos, habían sido artillados con profusión y hasta con inteligen- cia, si se quiere, y estaban decididos á dellMiderlos hasta el últi- mo estremo.

Nuestras tropas, cuyo buen espíritu era cada día mejor, efecto de que habiendo variado de sitios, las enfermedades ha- bían disminuido también, y que tras los días de temporal, en que habían escaseado los víveres, la abundancia había vuelto á reinar en el campo, estaban también muy decididos á lomar á Tetuan á pesar de el egército de Muley-el-Abbas, y de todos los marroquíes del imperio.

Pero si el soldado era valiente, su general ora demasiado previsor.

Aun no se habían tomado las posiciones de Cabo -Negro, y para entrar en »el valle de Tetuan era necesario [)asar por uípiel punto.

Algunos fuertes perfectamente situados, eran caj)aces de detener la marcha de cualquier ejército.

Pero nuestros valientes no conocen el miedo, y alentados por sus gefes, en la mañana del día 14» la segunda división avanzó con inaudita airogancia y valentía hacia las posiciones de Cabo -Negro.

Kn vano fué la resistencia de los marroquíes. Los cristianos tuvieron una victoria mas, al par que los niarroípiies una ilusión de menos.

AlNcrla audacia de aquellas tropas (pie desprecian.do >u

270 KL HONOR

fuego, adelantaban impasibles hacia los fuciles, los musulma- nes se asombraban, y cuando mas lards, los |ve¡an denlio de sus reducios ó alrincheraraienlos, ni sabian (|ue hacer, ni como defenderse, y solo á la huida encomendaban su salvación.

Abandonaron sus cañones, y municiones, y auncjue quisie- ron llevarse alp:unas piezas, en un sitio se hallaron estas des- montadas y enterradas en el suelo, y mas allá las cureñas.

Entonces su famosa caballería negra inlenló enriará nues- tros soldados; pero jay! era en vavio que el misarablo jaguar tratara de hacer frente al invencible León; tres escuadrones de nucslio ejército dieron muy presto buena cuenta de los nef,Mos del Sudan, y las chichias, los llolantes alquiceles, losalfaní>es y los chuzos ó lanzas corlas que usaban 'al^junos de sus gineles, esmaltaron el terreno del combate.

Los fuertes de Cabo Negro, quedaron en poder da los sol- dados de la cruz, y por lo lanío, el paso hacia Teluan estaba completamente facilitado.

Rasgos de valor, de esos qu3 caracterizan completamente un pueblo, se vieron en aquel dia.

En medio del combate, cercado do enemigos, un olicial, descuidando su vida, se ocupaba solo de salvar la de un com- pañero herido.

Mas allá, un sargento, lauzándose en medio de un grupo de moros, salvaba á un soldado á quien se llevaban prisionero.

Y en olro lado Prim, peleando como soldado y dirigién- dose como general, se llevaba la admiración de sus tropas, y iodos desde el primer gefe hasta el último corneta, se hacian dignos del elogio de toda la Europa, y del agradecimiento de la nación que á ellos había conliado su honra y su decoro.

Las luchas parciales, esos combates donde mas se pru ba el esfuerzo del corazón y los nobles sentimientos del alma, se unian i)or todas partes, y los marroquíes, sin poder resistir aquella fuerza fírmidable, sino por su número al menos, por su centuplicado valor, abandoninon el campo, dejando infinílos ca- dáveres, y algunos prisioneros en [)oder de los leones cas- tellanos.

nr. F.spAísA 271

En uno de los fuertes so encoiiliaron los soldados uiui mu- ger, joven aun y hermosa con esa pureza de facciones, hija de la raza árabe, á quien sin duda los níuslinies iiaíjian herido. para que no cayera viva en nuestro poder, y (jue sobrevivió muy poco á la barbarie de sus iiernianos.

El tercer cuerpo, se situó de modo que pudiera proteger en caso necesario al segundo si hacia falto, y amagando al mismo tiempo al enemigo.

La marina lambi*Mi tuvo su parle en esta ¡ornada, favoie- ciendo el paso de nuestras tropas [)or el rio Zam-mir, hechando im puente de botes y tablones, (jue con ios construidos por los ingenieros, facililaran el paso del mayor número al lado opuesto.

Todos en esta jornada, cinnpiiei'an con su deber, auuíjue no debemos de decir en esta tan solo, porque lo mismo habia sucedido en todas cuantas hasta entonces se habían encontrado.

Cyn pocas pérdidas por n ¡eslra parle el resultado, no pudo ser mas satisfactorio.

. ,^^ Después de este hecho de armas, ya solo podia esperarse la toma de Tetuan, para cuyo efecto, se establecerían fuertes reductos ligados entre si por espesas lineas de atrinchera- mientos al abrigo de los cuales se eslableceria nuesti'o camj)a- mentó, y entre el bloíjueo y el fuego de las baterías, se conse- guiría el resullado apetecido.

VI.

I-n tanto .se trataba de empezar ía ronstruccíon de un ca- mino que partiendo desde el boquete de .Aunghera, fuera á parar á Tánger.

Y \a que hemos vuelto otia vez al campamento d(d Ser- rallo, atravesando la corta distancia que s<»para ;'i cabo iNegro de este punto, no creemos que nuestros lectores vean con dis- gusto algunos detalles sobre la Mezquita y el Serrallo, sitios en íjue hoy vivaíjuean nuestros soldados, y que si algo de nolable

2/2 FI. HONOR

rnciorran, os únicamonlc ol silio en f|iio so onciienlraii, y osa ospecic de aureola de (|ue los han revestido los cómbales de (jue han sido lealro.

La llamada uMo/iinila» es un grosero edificio, con una cú- pula baja, blanqueada por fuera y por dentro, donde se en- cierra el sepulcro de un Santón, toscamente labrada en ma- dera en Corma de doble jaula. Kl Santón descansa en el suelo, y hay una abertura en la misma tierra ó argamasa (pie le cu- bre, |K)r donde cumpliendo con sus votos, los fieles hiimede- í^ian con agua lodos los viernes los ya tal vez disueltos y coi\- sumjdos restos.

De los palos de la ¡aula-sepulcro pende una innumerable multitud de hilitos, que como ofrenda, colgaban arrancándolos de sus turbantes ó jaiques, los moros devotos y contritos. Hay fuera y dentro de la uMezquila» donde j)uede estudiarse la de- cadencia de la arquitectura árabe, que tantas maravillas hizo en J:!spaña, varias inscripciones trazadas con lápices ó carbón, de valor escaso, y entre las cuales sola es digna de mención, por la forma verdaderamerñe bíblica con que está presentada. Dice así: (dün los peligros de la guerra, mi Dios es mi espada. )>

aEl Serrallo», que es un arruinado edificio algo mas dis- tante, no es mas que un montón de escoml)ros. Todavía se con- s(Mva en píe un hermoso patio cuadrilátero con una cisterna en medio, y una torre sobre la cual fióla en estos momentos la bandera española, y adonde solo puede subirse á gatas por una estrecha emj)inada, desquiciada y oscura escalera La torre está aspillerada con sacos de tierra.

Siguiendo nuestras descripciones, nos ocuparemos también de algunas cartas encontradas á varios muertos de los marro- quíes, en las que está retratado el carácter y la índole fanática de los musulmanes.

Con estas cartas, especie de oraciones y de profecías, se creen tan in\ulnciables como el mismo Aquiles; pero osla in- vulnerabilidad, de nada les ha servido, j)ues las balas de nues- tros soldados, no iian respetado semejanles amuletos, y los

Í)E ESPAÑA. "" 273

sectarios de! Islam, Iiai] calilo* moribundos ant-e los defensores de la. Cruz. vi ; ! : ' - ' W: -^

aquí dos de las cartas á que nos refegmos.

«Olí Ali mió, pelea con los bárbaros por Ja gloria de Dios ü/$.u pi'ofeta, y cuando hayan muerto ó estén al otro lado del mary.v.u^lTeique el amor de Fatima te espera. No hay mas que un Dios para los fiícles ni: mas que Aií para Fatima.

;,EN,iNOMBRE^*iípo(o No hay poder ^ ^-'

ni fiicrza sino ?

o .o

'r en Dios V Móham' s-

•¿ med el confiadol"'*, '• ' ' '"V

: Esta otra es mas bien una especie de ' oración que otra eosá;ídiceasí: ;¡0Síí'10'3 !:■

((Dios Clemente y poderoso proteje estos hijos de Mahomed.^

Confiemos todos en el Dios piadoso ^en su profeta. El es quien nos ama y nos escucha en nuestras aflicciones. El nos hará/vencer á esas legiones de infieles que han pasado el mar. El hará que cumpliéndose las profecías torne el creyente á purificar las santas mezquitas de Córdoba y Granada; délas profanaciones del implo.»

También hablaremos de los chíveles, Alcazabas, y aduares ó Kavilas, cosas todas que en las presentes circunstancias, en que todo el mundo espera con ansia el resultado de la partida empellada al otro lado del estrecho, y que se desea vivamente conocer algo de ese pueblo cón.qüien se está luchando, cree- mos que nuestros lectores no ríos tratarán :de difusos si nos de- tenemos alguna cosa en estas descripciones?.

Las alcazabes son una especie de fortalezas conslrnidasge ncralmente sobre una eminencia cou sus lienzos de miira'.las as[)illeradas y sus cuadrados torreones* j.oí,;< 1. 1 v»;^. .líp ;>. ;' (leneralmenle al pie de las alcazabas, se eslienderi tina in-

."f

274 I3t HONOR

íinldatl (le chozas ó casas do U(»iTa y paja, donde viven las pobres geiiles que dependen del alcaide ó gobernador de la fortaleza.

Este cgerce una auloridad inmensa sobre aquellos infelices á quienes veja y saquea á su placer, estando él á. su vez supe- ditado á el i?r7yá, que como todos los magnates del imperio, se aprovecha de todas las ocasiones que se le presentan para despojar á sus inferiores.

Todo el espacio que ocupan las casas y el fuerte, está cir- cunvalado de una muralla de una altura regular aunque poco gruesa como todas las del imperio; esta muralla tiene también sus aspilleras y sus puertas correspondientes.

Los chiveleSy son muy parecidos á nuestras pobres aldeas de la Mancha y Estremadura.

Un numeroso escaso de ma}as chozas, cuyos techos son de anea ó paja, y unos habitantes haraposos y hambrientos, ha- bilan estas miserables viviendas, que oprimen dolorosamente el corazón del viagero, al considerar que en medio de un ter- reno tan feraz, haya tanta miseria, que no es mas que la con- secuencia de la falta ¿q civilización.

: Los Aduares ó Kavilas no son otra cosa que muchas fa- milias reunidas bajo la dirección de un Kabo, gefe)', y que siempre andan ambulantes; pero sujetos al Bajá del término donde se. detienen á sembrar, y al que dan cuenta para su in- teligencia y gobierno: llevan unas grandes tiendas de cam- paña^ y se sitúan donde mejor les parece, celebrando mercado en medio del campo, en sitios que de tiempo inmemorial tienen seHalados, siembran y recogen sus cosechas, y se mudan cuan- do quieren, pues la mayor parte del terreno es libre, y solo ilene derecho el Sultán á exigir las Contribuciones de aquellos que lo cultivan; en' fin, son pueblos ambulantes que dejan es- condidas y enterradas las mazmorras ú hoyos que preparan muy bien con maderas y paja, para evitar la humedad: allí encierran do oculto lo mejor que poseen, quitando después la tierra que se ha sacado y tapándolo muy bien, lo labran y se marchan á. otra parle.

DE BSPAÑA.

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CAPITULO XXV

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ú<)iÁm

Tres hermanos y tres liernnanas.— Desde Jlaast-el-Sexic,- á. Meqajnez. Yuolven los tres herrtiaiiós al crimpameiíto. Linca "do rorliGcaciónes es- tablecida frente áTetuan.—JuIiá^ el emperador de Maitiíscds.^Ab- ,;CÍo.i del (lia ,23. Nuevo trofeo arrebatado al encmif^o.— Se jCm^íieza la construcción do un ferro-cárr il. ' '" '

I.

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70 Jai

bí)íiq

A saben i^iiesl,ro$ Itíclores que JiuUa.SjB había compro me I ¡do á salvar á la ama- da de Zeliiií,^,al mismo tiempo que Alp berto, por este mismo agradeclmieuto, ó si se quiere porque aun quedaban en ^u corazón restos de aquel ¡antiguQ amor que había sentido, en otros tiempos hacía la judia,, f ;

Pasados algunos días en Rpasl-el-Seric, en 1^ cas,» del judio donde Zelím aprendió ciertas costumbres de los cristia- nos, para poder presentarse entre ellos sin (|ue pudiera notarse que era musulmán, se decidió que partieran los tres iuicia.pl campamento. , , i

Durante aquel tiempo, las buenas relaciones entre Julia y

^7í) EL HOWOR

Alberto so habían cimentado niievamonte, y en la mejor armo- nía, paseando por las calles del jardín de la casa del judío, sus almas habían tenido momentos deliciosos de espansion.

Julia, duramente aleccionada, ofreció á su amante una ciega y un carino sin limites, y le dio su palabra de salvar á Záard á costa de cualquier sacrificio.

La víspera de la partida nuestros amíí;os, Julia entró en la habitación de su tío y le dijo:

iVecesito (jue me deis grandes recomendaciones para el Cheg de Mequinez.

Para hermano Jacob?... pues que, ¿vas á ir á Ja corle del sultán? preguntó el judio snmamenle sorprendido.

Si; tengo necesidad de hablar con el Xeriffe y nadie mas que el CJieg puede proporcionarme los medios. -. Pero tu has considerado los peligros á que te espones, sola en un terreno enemigo nuestro, y cuyos habitantes apro- vechan hoy el pretesto de la guerra, para cometer los mayores escesos con nuestra raza desgraciada.

—A todo estoy dispuesta; contestó con resolución Sara ó Ji'lia.

Y no pnedo yo saber la causa que te impulsa para seme- jante determinación? preguntó anhelante Ysaac.

señor; y no dudo (jue al saberlo, aprobareis lo que tengo resuelto. Zelím, es el tercer hermano de Alberto. ■íiíü-^Dios de Jacob f..-..'e'S" decir qne los tres vastagos de esa raza maldecida, están en casa, bajo el techo de su....

Ya sabéis respetado lio, tenemos obligación de sacri- íicarnos por ellos.

11. .u-Pero tu pobre muger ! qué ciilpa tienes de lo que sucedió? yo, yo mismo iré si es necesario donde vayas, y yo que hice 'éí d^fio, yo me sacrificare poi' remediarlo, si es posible, gritó el pobre anciano, retorciéndose las manos con desesperación. ''■¡■^IVo' podéis hacerlo vos; Zelim ama á una muger con la 'miisma vehemencia con que yo amo á Alberto; esta uuiger está en el harem del emperador, y es necesario (jue yo lasaquó

Dlt ESPAÑA. 277

—Tu !.... tu penetrar en el harem y sacar á viva fuerza una niuger del Sullan?... pero desgraciada, sabes á lo que le es- pones? • ■-i-j;:^ ■■'.!■! •! i . :: ' ■::.■ ' : ^:; ".- ''

''>»+-^Si señor; y si el Dios de. nuestros padres me ayuda, os prometo que conseguiré mi obgeto.

Y si al contrario de ib que te propones, se descubriera lu intento y fueses cogida por los satélites del tirano?

Entonces ¿no eréis que soy suficientemente hermosa para escilar los deseos del monarca?

Oué quieres decir? dijo Ysaac, que tembloroso y asom- brado, no se atrevia á creer lo que su sobrina le indicaba.

Oue el Xeriffe no baria masque cambiar de concubina, y me creo ser mas hermosa que Zaard.

Y una hija de Sion> serias capaz de cometer semejante infamia?bi;;'í!;;'M'í!;í:; ív)vM \') nji-:: /.Hir ^">n:r

No nos ocupemos ahora de eso tio, si ese caso llega sobro lo que debo hacer y obraré en su consecuenwa; po^r ahora dadme esas cartas y confiad en mi^ 'ií Julia |)oseia un encanto especial que subyugaba, que fas- cinaba por decii'lo así, á cuantos la conocían. "'AuEl' fluido que despedían sus negros ojos, era irresistible, y sn acanto armonioso y suave maguetizaba con la misma fuerza que su mirada.

'• Con un des'pcjo y un tálenlo superior á sus años, había 'cíbrííii^ado á su lio desde muy niña, y su fuerza do Tolunlad, su carácter enérgico y hasta cierto punto audaz, egercia una

influencia j)oderosa sobre el anciano que la qucria con el in- menso cariño de un padre.

Sin palabras para combatir su resolución, tendió el hebreo la mano^ trazó sobre los papeles algunos caracteres, y despucb se los entregó á su sobrina diciéndola:

Toma, hija mia; pues que tu lo quieres, sabes que hace mucho tiempo no tongo mas voluntad que la luya; confio en lu tálenlo, y en el Dios de Abraham que protege siempre á los íjue van á acometer sanias empresas, [)ero si acaso le cer-

278 Kl. HONOR

casen algunos peligros, avísame en seguida, qu(i anciano y íicliacoso, volaré inniedialánienle á tu tlefensa.

, Descuidad padre mió, lengo mucha en el plan que be concebido, y no dudo que muy pronto os volvere á estrecbar entre mis brazos. iunn' '.'up o^

En aquel momento la puerta de la estancia se abrió, y la linda cabeza de Jíster apareció en ella. ;;;

T—Padre mío, Abdei-Abbas y Zaida acaban *de llegar en este momento, y esperan con ansia el momento en que les deis vuestro abrazo de bienvenida.

Mi hijo I... esclamó el anciano con una voz en que se ad- vertía la profunda alegría que esperimenlaba.

—Mi hermana 1... murmuró Sara con un acento en que se laslucia algo de celoso, y contrariado.

Varaos, vamos allá, gritó el buen judío saliendo preci- pitadamemte de la habitación.

iMira, Sara, dijo Ester á Julia, Zaida conocía sin duda á Alberto, porque inmediatamente que lo ha visto no ha podido menos de esclamar «Válgame Alláhl el cristiano de Tán- ger !....)>

^Qué dices Ester?.. . Oh!... Vamos, vamos también nos- otras á ver á uu^.stros parientes. ,

Y pálida como la cera Juba, y sorprendida Ester, siguieron los pasos de su tio que ya estaba abrazando con efusión á su hijo, y eslampando sus venerables labios sobre la tersa y pura frente de Zaida.

II.

El comerciante de Tánger , á quien ya conocian nuestros lectores desde los primeros capítulos de nuestra obra, por ser él en cuva casa cobraba Alberto las letras que le remitían de

DE ESPAi'ÍA. 279

Europa, era, como mas arriba hemos dicho , hijo del judio Isaac.

dejará de causar alguna estrañeza el que siendo hijo de un judio, Abdel, llevase un nombre moro; pero la razón de es- tose esplica fácilmente conociendo el estado de los judies en el imperio, estado triste y miserable, por el cual algunos se ven obligados á observar las costumbres y ios usos de los mu- sulmanes y á llevar nombres supuestos, para disfrutar de las franquicias y derechos que aquellos poseen.

Abdel-Abbas, cuyas riquezas eran de alguna considera- ción, arregló sus negocios todo lo mejor posible, y habiendo llegado á su noticia que los cristianos después de tomado Tetuan, llevarían sus armas victoriosas sobre Tánger, acom- pañado de su hija y de algunos criados, se vino á refugiar en la aldea donde habitaba su padre, cuyos habitantes, escar- mentados ya por los españoles, no se atrevían á salir de sus casas para provocar nuevamente su cólera.

Como había dicho muy bien Ester, Zaida, al reconocer al poeta, no había podido ahogar un movimiento de alegría, ni sus labios habían podido ahogar aquellas palabras que reve- laban bien claro que no había cesado de amarle desde el pri- mer día que le conoció.

Sara no pudo abrazar á la joven sin sentir hacía ella una repulsión hija de los celos, que á su vez eran consecuencia del cariño ilimitado que profesaba a! poeta.

Alberto, por su parte, no había amado a Zaida mas que por un momeplo, con un amor de capricho, hijo tal vez délas circunstancias especiales en que se encontró en aquellos días. 'Zaida, al contrario, pobre corazón sediento de amar, ai Ver al poeta había comprendido que él y solo él podía realizar todos sus gratos y dulcísimos ensueños de amores.

Dadas algunas esplicacíones por parte de unos y otros, Sa- ra, Isaac y Abdel se quedaron solos algunos momentos.

Isaac fué el primero en romper el silencio diciendo; Abd^l, hijo mió, ha llegado el momento en que podamos

280 EL HONOR

en parle borrar el (lafio fjue ala familia úd joyero de Mocjui- nez causamos.

'. JJiia nube sombría se esparció sobre el scmblanle de Abdel.

Sin embargo, se repuso en seguida, y con acento períecla- menle sei'eno, dijo á su padre:

Hablad, padre mió, ¿qué hay (¡ue hacer? m:: .;•,.;>' i.- ' , Esos Ires jóvenes que has vislo, soi?, los hijos dei antjiatio Jacob . ' '

_¿-r-Oué eslais dioietv^lo?

,/-yr,ünp de ellos es amado por lu prima Sara, el otro por Es- t<e^, ,.y el tercero tiene ¡á su amada en las iiabitaciones del Sul- t.afl, Sara se lia comprometido á salvarla, y yo deseo que la acompañes. >bíiíir,q

Cuando queráis, padre, estoy siempre obediente á vues- tros preceptos.

Pero si no hay necesidad, ¿para qué queréis molestar á Abdel? dijo Sara. yuííi i.'ií.í,1i j .

Mi hijo no se molesta en cumplir' coil sus deberes.

Como gUSteiSíj .:ííÍ¡mi;í.í, í... ;í.ir;¡; iri.

Mira, Abdel, yo la 'he Hado carta parantiestros hermano? de Meipiinez, á fin de que os faciliten cuanto necesitéis,' y ya (jue ha dado la casualidad de haber venido tú, me alegro, por- que con eso tal vez os sea nia3.,fáciJ,,Qori^eguir vuestro ob- jeto. ;.'.•>. ;Vr.M . .:

Y tras estas palabras siguieron durante largo tiempo com- binando los medios para mejor conseguir el objeto. . . .

Alberto estaba en uno de esos momentos ..en que preocupa- da la mente por multitud de ¡deas, no piensa en nada, y, ^e entrega á uno de esos misteriosos ensueños sin nombre, que alhagan y disgustan á la par, ó mejor dicho, en un estado que participando de ambas sensaciones, no se comprende si se go- za ó si se sufre.

Los dos hermanos dormían tranquilamenti?, mientras que él, medió recostado en el muelle diván de la estancia, miraba

de'^espaNa 281

resbalar tranquilamente las horas, sin apercibirse de la marcha

del tiempo.

La puerta de la habitación giró sobre sus goznes, y dos

mujeres ó mas bien dicho, dos fantásticas silfidés, se deslizaran

sobre la tupida alfombra persa que cubria el pavimento.

Ambas mujeres, ó ambas sombras, se acercarosi al poeta» y una de ellas, poniendo su mano sobre el hombro de Alberto, le dijo con una voz suave y contenida: * Hermano, ¿estáis decididos á marchar mañana? Sí, Ester, contestó aquel despertando de su estrafio so- nambulismo.

Entonces reparó en la que acompañaba á la h'ermana de Sara, y sin poder contener un ligero movimiento de sorpresa, esclamó:

Zaida!...

cristiano, contestó esta, la pobr3 Zaida, que ha vertido mas lágrimas por tu ausencia que flores crecen en los jardines de Tánger, la pobre Zaida que nunca podrá olvidarte, y que te ama como el profeta á sus elegidos.

Y también le amas, ¿no es verdad hermano? pre- guntó Ester.

Quién pnede variar el curso del mar? dijo el poeta con acento tranquilo y reposado, nadie hay que pueda conseguirlo, así como tampoco nadie puede mandar á el corazón.

Lo oyes Ester?... lo oyes?... gritó con esplosioa la mora, yo que tanto le amaba, mejor dichoque le adoro con toda mi alma.

Y la desgraciada criatura dejó rebosar las lágrimas de su alma, y raudales de ellas brotaron (ie sus ojos.

Nunca hubiera creído ^ue fueses tan crud, dijo Ester á Alberto scmi resentida por las palabi-as de aquel.

Dime hermana, si otro hombre que no fuera Carlos te pidiera tu amor, ¿qué le dirías?

Ester bajó la cabeza ligeramente rubori zada. Comprendió entonces el porq^uc Alber'lo no correspondía á clamor de Zaida y sintió cu.anlohabia dicho.

36

282 i:lhün(íu

Entonces y solo entonces recordó muchas cosas en que no liabia reparado y comprendió que el poeta amaba á su her- mana. '^ "^' '

El poela estaba en una situación, que como nuestros lec- tores comprenderán muy fácilmente, no tenia nada de agra- dable.

.; Tener que decir que á una muger, y máxime cuando es lan Hnda como Zaida lo era, es sien)()re muy violento.

Pero el poeta, no queria, no debia engañarla, y compren- diendo adem;^^^? el carácter de Sara, no ^quería tampoco dis- gustarla, y mucho menos en aquellas' circunstancias en qu^'la'n inmenso sacrificio iba á efectuar por él. - -^i-- - '

Zaida no podía comprender nada de aque1}¿. Nada sabia mas sino que el hombre á quien amabayucle correspondia. . » -.x -

y la pobre niña exalaba su pena por medio de su llanto. Alberto miraba correr aquellas lágrimas cou un dolor in- íinilo.

Pero ¿qué podia hacer por mitigarlas? Para que fuera mas critica su situación, en aquel' instatite cipaieció en la puerta de la estancia la amada def poela- '^ Detúvose un momento sorprendida, y abarcando d^/" una ojeada el cuadro que se presentaba á su vista, comprendió in- mediatamente la situación de nuestros personagés. ' "': ' -' Alberlo permaneció tan sereno siempre, aunque éM^AíT'es- pf^iandp la esplosion de ja cólera 4e su amada. ' "' '

Zaida ílorando ni aun se habia a{?ercibido de la lleg'axl^ de Julia.

Ester confusa y sin saber que decir, :permaneció con los ojos bajos sin atreverse á lijarlos .en su hejmana.

Los oíros dos hermanos doimian tranquilamente sin SOS'^ sospechar la escena que. tenia lujará su ladD.i.< —Sara fué laque rompió el silencio. ;^jj.-.-

—Ester dijo á su hermana, ¿para qví'liaá Uaido aquí á es? niña?

Ester nada cenlci^ló.

Zaida alzo SU cabeza encantaüara al sonido de aquella voz y arrojándose á los brazos de Sara, la dijo:

, Lo ves, Saruyemal, razón tenias en decirme que, no me amaba!

Varaos niña, serénate; Ester acompaña á tu sobrina, vos Alberto venid conmigo, tengo que hablaros, dijo Julia con aquella entonación amable, si se quiere; pero bibraote y so- nora y hasta cierto punto imperiosa.

Ester acompañó silenciosamente á Zaida hasta la puerta deja estancia, y momentos después Alberto y vSara penetraban en la habitación de esta.

Como no es nuestro ánimo cansar al lector con escenas de reproches y juramentos de amor, les diremos que tras algunas recriminaciones, nuestros dos amantes se separaron después de haberse hecho multitud de promesas de eterna íidelidad.

La división del general RioSj desembarcando en la ría de Tetuan, se apoderó, de ja Aduana /y algunos olroH ediíicios qiíe habia por allí, y situándose á vanguardia del egércilo, es- tableció sus tiendas, y haciendo lo mismo las domas divisiones,

■■■.■■'■ ,• ? f

quedó. el campamento estal)lecido frente casi ^ Tetuan.

Los prisioneros berilios, cogidos en las acciones anteriores, unos permanecían en Cenia y otros hablan pasado á continuar 9U curación á Málaga, sorprendidos todos del ivsmerado trato y b.uepa asiatencia que rec.ibian de los cristianos:

iNuestra escuadra seguia prestando servicios de suma im- portancia, abasteciendo de víveres y municiones al egércilo, eu términos que con los acopios hechos en el campamento, habia para que en muchos días no le fallase» nada á la tropa.

, Ademas se habia recibido grandes remesas de calzado, y con otras prendas de vestuario que se estaban esperando, el ¿oldado quedaría perfectamente equipado.

284 EL HONOR

No fallaba ya «ñas t\mi (les(Mnl)arcar la arlÜlería de sitio, operación tlilícil, piios admitiendo el rio embarcaciones de poco calado, no era pos¡f)le f|n(í ío« biiífuet; de ü:rueso porte que la condncian subieran por él, v r)udíerananrox¡marse á suí5 riberas.

Para este efecto se habían ya pedido vapores de pequeñas dimensiones para que facilitaran esta operación

La línea de Irs nuevos fuertes que se pensaban establecer, no podia ser mejor.

Corriendo desde los cerros que dominan el valle de Tetuan, se ihnn k apovar en la aduana, en la que estaba construyendo un fuerte reducto, y de esta partía otra linea nueva que coh- tinuaba hasta la costa.

ResíTuardado tras estas posiciones nuestro egército, podia esperar la rendición de Tetuan, pues por asalto seria aventu- rado'tomarlo, no por temor q'ie nuestros soldados tuviesen a la muí^r'o, sino porque contando con otros elementos para re- ducir á los moros á que se rindieran, no habia necesidad de esponer á !i tropa á una muerte probable.

No había mas inconveniente que el detener al enemigo en nuestra izquierda, sin saber ni cual era su idea, ni ser hosti- lizados en gran manera por él.

Por dos ó tres veces nuestras bizarras tropas casi los des- aliaron, pero no tuvieron por conveniente aceptar el reto, y aunque se los vio otras veces hacer algunos movimientos, al disponerse los españoles para rechazarlos, retrocediau inme- diatamente hacia su campo.

La alegría habia vuelto oira vez á reinar entre los valientes

que peleaban en África por nuestro decoro nacional.

Y eso que el terreno no era tampoco muy ^ propósito, y el liempo no (j-ieria mostrarse favorable á nuestra causa.

Los moros, con objeto de impedir la marcha del ejército, habían abierto una porción de conductos al rio, á fin de (|ue el agua, al esparcirse por el llano, lo convirtiese en charcas ce- nagosas, en las (jue los pies de nuestros soldados se hundiesen, oostándoles trabajos ínlinitos el adelantar un paso.

Pero á pesar de esto» e) estado sanitario habia. mejorado

DE ESPAifA. 285

considerablemente, y de todos aquellos males, sacaban los es- pañoles argumentos para sus chistes y ocurrencias.

Hasta la misma frente del general en jefe se había despe- jado algún tanto, y todos, oficiaíes y soldados estaban suma- mente contentos» anhelando el instante en que poder penetrar en la ciudad, cuyas blancas casas y altos minaretes de las mez- quitas se divisaban desde el campo.

Tras algunas ligeras escaramuzas en las que casi todo fué cuestión de pólvora, no se empeñó ataque alguno formal hasta el dia 25, en que la acción fué mas importante, solemnizando de un modo digno los dias del actual heredero de la corona de España.

En la mañana de este día, salieron algunas fuerzas á pro- teger los trabajos de fortificación que se estaban haciendo mas próximos á la plaza.

Los moros, que sin cesar estaban observando los movimien- tos del ejército, creyeron sin duda (jue nuestros valientes po- üian ser fácilmente cortados, pues lo pantanoso del terreno y la distancia á que se hallaban de nuestro campo, no daría lugar á que fuesen socorridos á tiempo.

Visto por nuestro general en jefe el ataque de los marro- quíes, dio la orden para que todo el ejército se pusiera sobre las armas y avanzase hacia el punto donde se había empeñado

la acción.

Hundiéndose en el fango hasta las rodillas, caballos y peo- nes emprendieron la marcha con ese entusiasmo que no ha ce- jado ni un momento en los héroes que pelean en el suelo afri- cano.

Pero los soldados (pie habían entrado ya en acción, eran

españoles también y no hubieran retrocedido, y resistiendo im- pávidos la acometida de los infieles, dieron lugar á que se les reunieran sus compañeros, pudiendo de ese modo conseguir otra nueva victoria.

Gruesos pelotones de caballería mora se lanzaron sobre los españoles, que con una precisión v maestría admirables, for- »?)aror> suh cuadro.^ correspondienlí'.i5j i^chay.ando ufui y otra

586 RL HONoa

vez las furiosas acomclidas de los encmip;os.

A posar do los inconvcnienles (jiie ol terreno ofrecía, nues- Ira cabaileria también, tomando su parle en el combate, aña- dió un nuevo triunfo á los que llevaba recogidos.

Una parte de la división Rios, recien licitada al campa- mento, entró en acción, y uno de sus batallones fué el que formo el cuadro, mostrándose digno de los soblados de las de- más divisiones ^

En una de esas brillantes cargas dadas con es9 ímpetu y

ese arrojo al cual no saben oponer resistencia los muslimes, se recogió otro nuevo trofeo, una bandera muy semejante á la arpebatada por el cabo Mur en la acción del día 1.°, y que mas tarde, á nombre del ejército de África, se ofreció al prin- pipe de Asturias.

Corla fué la fuerza que entró este dia en fuego, y por lo tanto, escasas fueron también las pérdidas.

Las tres armas lidiaron unidas, y protegidas las unas por las oiréis, consiguieron nuevos laureles con que ornar la histo- ria de la guerra de África.

Rechazados como siempre los infieles, empezaron á buscar su salvación en la fuga, retirándose mas tarde á sus tiendas, ^establecidas, como hemos dicho, á la derecha de Tetuao, las que tenían defendidas con unos regulares atrincheramientos.

Este nuevo hecho de armas acreció el buen ánimo y el va- lor de nuestros soldados, que hasta ahora habían visto que por donde quiera que iban llevaban la victoria consigo.

Nuevamente escarmentados también los moros, no tolvie- ron en algunos días á hacer demostración alguna que fuera hostil á nuestro ejército.

IV

'Con objeto de facilitar el general en jefe las comunicacio- nes entre el campamento y la costa, pensó en la conslruccion

DE ESPA5ÍA. 287

de un ferro-carril, que partiendo desde la playa, y recorriendo una estension de nueve kilómetros próximamente, fuese á pa- rar á nuestras posiciones.

Apenas este proyecto llegó á noticia de algunas empresas de ferro-carriles de Andalucía, se apresuraron á ofrecer al conde de Lucena cuanto para ello hiciera falta, dándose prin- cipio inmediatamente á la construcción de este.

El edificio de la Aduana, centro, por decirlo así, de nuestra linea de fortificaciones se habia destinado para almacén de ví- veres, y con los repetidos desembarcos de estos, que continua- ment© se estaban haciendo, gracias á las órdenes y á la pre- caución del general en jefe podían confiar los soldados en que aunque hubiese temporales, tenían asegurada la subsistencia*

Todas estas causas unidas á los grandes elogios que los ofi- ciales cstrangeros unidos al cuartel general hacían de nuestras tropas, estimulaban al valor de estas, y tanto los jefes como los soldados, no deseaban mas que se presentaran ocasiones en que aquellos se hicieran dignos de mandar á estos, y estos de

ser mandados por aquellos.

Nosotros no podemos tributar elogios á cualquiera de los

cuerpos que peleaban en particular, todos, tanto la infantería como la artillería, y los ingenieros como la caballería, mariner ros y tropa de los buques de guerra y confinados que acompa- ñaban al ejército, todos eran acreedores al agradecimiento de la nación que á ellos confiara su honor, y á los elogios y gra- cias que sus jefes les tributaban.

V.

Alberto y sus hermanos se presentaron nuevamente en campamento.

Zelim fué presentado al general en jefe como uno de tantos curiosos que iban á visitar nuestro campamento, y nadie pudo sospechar el misterio que en aquello se encerraba.

^88 FL HONOR

i. .'La fileí2:na de Luis fué inmensa, jii asi puRde fh^cirseé [Ver (Ip pronlo iirrojarsp on sus brazos A tn]uo\ i\ quien' ha^ bía llorado pnr miiiMlo, á a(|iiol ami^^o que roiisimiia, por de- cirlo HH, todas sus afecciones, lodos sus ^i^oces.

El conde habia conocido al poela, y acostumbrado sionoprG á que le alabas'^n sus <Iefeclos, él y solo él se atrevió á repren- dérselos.

De ahí nació una especie de aversioTí que mas larde se con-

, virtió en una simpatía profunda é indeslruclible.

El asistente del capitán también lomó una parte muy ac- tiva en la alegría de su amo.

A Alberto era imposible tratarlo sin quererlo, y señores criados todos le respetaban y le amaban.

En cuanto á la llegada de Carlos, ya era muy difícil espli- car su desaparición, sin embargo mediaron unos y otros, y en- tre todos se pudo conseguir que pasase al batallón de cazadores de Simancas, pues tan luego como Alberto díó un abrazo á su amigo, marctiaron los tres hermanos á incorporarse con el cuartel general establecido á la sazón en la ribera del rio

Zam-mir.

Dejemos á estos personajes por ahora para ocuparnos de

Julia que á el dia siguiente de aquel en que el poeta recibió en

su habitación la visita de Zaida, marchó acompañada de su

primo Abddl, hacia Mequinez.

Ya hemos visto que Sara sabia llevar perfectamente el

trage de hombre, y de este usó en su viage.

Atravesando montanas, cruzando vastos y abrasados are- nales, y en otros puntos fértiles llanuras; encontrándose algunas tropas, unas regulares y otras contingentes, que las kabilas ofrecían para la gu,erra santa, llegaron á la residencia del po- deroso Xerife marroquí.

DE ÉSPAÍÍA. 2S9'

Sidi-Mohamed se había hecho durante mucho tiempo la ilusión de que las tropas españolas no avanzaban, porque tanto las kabilas como el cuerpo que mandaba su hermano Mu ley- Abbas, las tenian siempre en jaque, y no se atrevían á mo- verse por temor de una derrota mas considerable.

Pero el movimiento del día l.^y las victorias sucesivas conseguidas por nuestros valientes, fueran á demostrar á S. M. Xerifíiana cual era la verdadera situación de su egército.

Sin embargo él no se apenaba por eso y entregado á los

placeres del serrallo, no se acordaba de la guerra, y mas de una vez pensaba con cierta delicia que muy pronto puesto que Zelim no habia cumplido su palabra podría hacer suya í\ la encantadora Zaard.

Y entre tanto ¿qué era de la pobre amada de Zelím? Hermosa como siempre, desde que habia entrado en las

encantadas habitaciones del harem, su belleza habia tomado un tinte melancólico, que ora un encanto mas añadido á los muchos que poseía.

No comprendía el motivo de la estraña clemencia del Sul- tán, que no había abusado del poder omnímodo que sobre ella egercía.

Pero sea cual íuere la causa, la pobre niña se alegraba iníinito de que esto no hubiese sucedido.

Y los dias se pasaban y no tenía notíc'ia alguna cíe su amado, ni el Xerílte se dejaba ver en sus habitaciones.

Siempre triste y pí^nsatíva no díslVutaba jamás do las di- versiones de las (lemas mugeres de su señor, y desde su cobba al baño, y desde este á su cobba eran los únicos paseos, es- ceptuando alguna vez (jue solia pasear por los jardines, ó re- cordar á su amante cantando en su guzla algún romance mo-

37

ÍQÚ ' ti HONOR

WfiCo, ciiy¿iá noliiá y üuy.i lelra enc<MTai)a una poesía infinita.

Julia llcgf^por fin ;i Meqnincz.

Se había relanlado algunos días mas, ponjue dando un pe- queño rodeo fué á parar á la kabila de los Med-Azuz, con cu- y^gefe tuvo una larga eonfcrcncia, cuyo resultado fué que al día siguiente cien gineles flor y nata de la tribu, con la espin- garda colgada del arzondo la silla de sus caballos, él yatagán pendiente del costado, y la gumía en el cinto, dejando flotar al' aire sus cenicientos haiks salieron de la aldea, siguiendo á la yegua que c^n notable maestría manejaba la joven.

Los cien guerreros acamparon á una legua de Mequínez. Julia y Abdel entraron en la capital y se dirigieron á el Millah ó barrio de los judíos por cuyo cherj preguntaron.

Apenas Julia le víó y se dieron á conocer, el gefo de los hebreos la preguntó. ^ '

y que necesita la sobrina de mi hermano Isaac?

ün trajjB de moro de una riqueza deslumbradora para y cien bolsas llenas de Vkias,

¡Poderoso Dios de ísrraell... gritó el hebreo asustado por la magnitud del pedido; ¿tú sabes lo que pides?

No pido mas que lo que nece^o contestó con sequedad la judia.

¿Y para cuando quieres todo eso? dijo el Cheg supeditado apfesar suyo por la mirada y el acento de Sara.

Para esta misma noche.

Es imposible.

—-Pues es necesario, aquí está mi primo Abdel que os fir- mará todos los papeles que queráis.

--Pero...

-^Lo dicho, esta noche necesito el traje y las cien bolsas

•Y sin aOadir una palabra mas, se salló de la estancia de- jando estupefacto al buen hebreo qua después de haber per- manecido en sil'Micio algunos momentos esclamó:

—Dios do Jacob!... ¿do dónde ha salido esta muger?

Del cíelo, contestó una voz (i sus espaldas.

DE ESPAÍÍA. 291

Volvióse vivaoaeale el ancititio, y reparé en joven cuya figura deforme yrepugnanle formaba un contra sle esiraño, con la riqueza del traje judio que ostentaba.

Estabas ahi, Benjamín? prepuntó el Cheg al jorobado, con visibles muestras de enfado.

Si, padre, la he visto, y que hermosa es! Miróle con estrañeza el viejo,- y al advertir el fuego que des- pedían sus ojos, y la agitación que se notaba en todo su sem- blante, retratándose en su fisonomía una espresion estra^íla, salió de la estancia murmurando, aunque no tan bajo qne no dejase de oirlosu hijo.

¿Si se habrá enamorado de ella? El jorobado se quedó en la habitación algunos momentos, y preocupado sin duda con lo que su padre habia dicho, s,e le oyó esclamar después.

No se si estaré enamorado/ pero es necesario que la mu- ger de los ojos negros sea mia, y lo será.

292

EL HONOR

CAPITULO XKVl

Marruecos. Descripción interior de la Capital.— El gran desierto. —Los Oasis. Nuevos personajes on Tetiian. Estnmo encuentro en Ceuta. Descripción de la Aduana.

A ciudad de Marrakseh ó Marruecos, fué una de las poblaciones que en el mundo conocido gozaron de mayor es- plendor y magniüceucia, pues ya se sabe que los hijos de Mahoma lian sido

siempre dolados de r¡«|uezas y placeres que nativos en su ar- ' dienlc suelo, han dado margen a esos Canláslicos cuentos que lanío alhagan nuestra mente, y cuyos episodios tendrán algo de realidad, pero en el inundo todo perece hasta la gloria y preponderancia de las naciones, por infieles é indescriptibles designios de la Providencia, y de ahi resulta que merced á ese despótico yugo de cuantos sultanes han regido tan deli- cioso imperio, hombres todos avarientos, y que oprimidos por el peso do unas creencias fanáticas que cierran las puertas de

I)K ESPAÍÍA. 295

la ciencia al espíritu hamano, rara vez han pensado mrm que en encerrar en sus arcas sin olro designio mas que el de dleso- rar, el produelo del sudor de sus vasallos; merced á las conti- nuadas y desastrosas guerras intestinas que en su seno se han alimentado hijas de los infinitos ambiciosos que siempre se han creido con derechos á las delicias del Harem, el imperio de Marruecos ha tenido que sufrir la suerte de la decadencia, y la capital que su nombre lleva y que tratamos de describir á nuestros lectores, no es hoy ni la sombra de lo que fué en tiempos mas felices.

Hállase situada al K. S. E. á unas veinte horas del f)uerlü de Saffi en una llanura circunvalada al K.ste por el m ate Atlas, ese inmenso gigante interpuesto entre el litoral del imperio marroquí y el medio dia y occidente ó sean las provincias del Sus, Tarodan y Sugulmezah en una conliiiuada serie de mon- tañas paralelas que nacen en el Riff en direcciou de S. O. y que pierden su progresión entre el rio Djaha y el cabo Ger, y en el desierto de Sahara.

Al pie de los nevados picos del Atlas, cuya elevación no baja de 10,800 pies sobre el nivel del mar, al [we decimos de ese monstruo ó fenómeno de la naturaleza, que parece por su enormidad querer ponerse en contacto con los mundos desco- líocidos que vagan sobre nuestras regiones, se estiende un in- menso valle adornado de cuantas delicias y aromas pueden em- l)alsamar el espíritu del viagero.

La plantación en él es tan diveisa como abundante; (lores de todos matizes y esencias, y frutas estjuisdas se cultivan en deliciosos vergeles rodeados de dilatadas palmeras.

Marruecos se halla circunvalado por Ires espesas murallas construidas de mortero y defendidas por enormes lorrres que en 1792 tuvo que restaurar Muley-yezid.

La espaciosa y fértil llanura que á estra muros circum- bala la población, se veia antiguamente fertilizada por mas de cinco mil corrientes de agua que despeñándose del inmenso

294 EL HONOR

Atlas venían (i refrescar un suelo ardieiUe y á hacer brolar la íerliridad (jue existe en sus entrañas.

Pero las guerras intestinas, esos azotes de la humanidad, que destruyen la vida moral y material de los pueblos, desha- ciendo la obra de Dios, destruyó al mismo tiempo ese germen (Je riqueza y hermosura y que se derramaba en aquel poético terreno. Las disensiones nacionales que precedieron al reinado de Muley-lsmael destruyeron casi totalmente este iamenso bien de que gozaba la población.

Marruecos fué cercada por Abu-Tascheíin en el aíio de 1052; el primer Xerife de la dinastía de los Aimchadies se lomó el trabajo de asaltarla y arrasarla en H45, y reedifi- carla nuevamente; en 1047 fué sitiada y tomada por los ha- bitantes del Atlas y gobernada hasta el año de 1607 por un hebreo favorito de laKabila Krom el HadjL '•Reconquistada por Muley-Archid se entregó en 1672 al yugo de Muley-Achmet pariente y rival de Muley-lsmael Unida al aíio siguiente al resto de imperio, un siglo después el Xerife Sidi-Mohamed dio mayores proporciones á su terre- no, hermoseando sus afueras con un suntuoso palacio para cuya «legante construcción mandó llamar afamados arquitec- tos europeos.

Este magnifico alcázar se halla colocado en medio de di- latados jardines sembrados de bonitos kioscos y tiene 1571 pies de largo por 548 de ancho: esta edificado de granito con ornamentos de mármol y cubierto de tejas en forma chinesca.

Esa tribu errante, maldita por el Señor, cuya desgra- ciada suerte es un complemento mas de la veracidad de nues- tra Santa y Verdadera Religgion pues que nadie mas que el Hijo de Dios podía lanzarles aquella tremenda sentencia» an- daréis errantes, humillados y vejados por todo el nuindo, se- leis despreciados de todos y ímás formareis un pueblo,» los judíos, decimos, son los habitantes de un barrio amurallada, existente entre la población y el palacio, y al cual ios moros le denominan lil Millah Allí viven esos seres sin nombre, su- friendo toda clase de bajezas, con menos derecho sobre el

§uelo que pisan, que ios perros en nuestras calles. ¡Es menes- ter toda la convicción de si» imperecedera desgracia, para su- frir los vejámenes y menosprecios que abaten á los judios^ éntrelos raorosl ¡Pobres hijos del antiguo testamento! Sin creencias consoladoras y exentos de figurar en el mundo, ¿qué hacéis pues ea la tierra? Pero solvamos á Marruecos.

A pesar de los muchos elementos que dejamos enunciados, para hacer de Marruecos una de las poblaciones mas ricas y pintorescas, sin embargo, Marruecos no es hoy en dia lo que fué ni lo que pudiera ser. Casi despoblado, edificios bajos mal construidos, húmedos y sucios, ya quisieran la mayor parte de los marroquíes gozar de las condiciones higiénicas que la mayor parte de nuestros caballos.

Estas circunstancias hacen que las enfermedades endémi- cas y epidémicas hagan continuamente en ellos mayores estra- gos que en los puntos de Europa.

Las pestes de 1678 y 1752 se cebaron tan cruentamente en la ciudad de Marruecos que hoy esta población no cuenta 50,000 almas. A este ha venido a reducirse el millón de ha- bitantes que los Nonistas árabes hacen existir en la población á mediados del siglo XII. Gomo queda dicho las enfermedades han disminuido fabulosamente esta población y sus guerras in- teriores asi como la indolencia los habitantes, ó por mejor di-

cir, de todos los marroquies han hecho hasta desaparecer los monumentos de su antigua gloria y esplendor.

Y efectivamente no podia menos de suceder así. Si alguna religión existe en el mundo que tienda á la perversión y embru- tecimiento del género humano, ninguna podríamos designar con mas fundamento que la religión mahometana.

«No hay mas Dios que Dios y Mahoma es su profeta.» «Es- taba escrito.» Estas son las palabras que encontraremos siem- pre en boca de los árabes, en ellas parece circunscribrirse todo

el fondo de su religión.

«Estaba escrilo» ¿Si tal existiera de que nos «ervirian esas

magnificas palabras que Dios ha escritoen el corazón del mundo

cristiano» ayúdale y te ayudaré.?» Si porque «estaba escrito»

20(Í kl HONOR

no hemos de tener derecho á resistir á repeler lo que atormenta nuestro espíritu y nuestro cuerpo, inútil seria alhagar nuestra im<nf¡;¡nacion buscando esperanzas para destruir nuestras des- agracias, para desterrar nuestras enfermedades. Podríamos de- cir «Dios que no las dá; Dios que nos las (juile,» y sumidos en la indolencia que tan funestas palabras engendran en el corazón de la humanidad, nos destruirán la miseria y la esclavitud.

Estas justamente han sido las consecuencias que para su pueblo ha traído la religión mahometana.

Bajo la terrible impresión de el ((e^^taba escrito» ha perdido todas sus antiguas glorias, toda su civilización y toda su cien- cia, y no parece sino que la religión mahometana ha arrastrado k sus secuaces hacia el Polo de la degradación y de la barba - rie, con la misma vehemencia que las demás han conducido sus prosélitos al Polo de la ilustración, al límite imfmeslo poi la Divinidad.

Siete siglos duró la dominación árabe en España, y en lodc» ese tiempo no se amortiguaron ni un solo dia las esperanzas de los cristianos. Si sobre la terrible y funesta batalla de Guada- lele hubieran escrito nuestros abuelos esa funesta sentencia «estaba escrito» nuestras iglesias serian hoy, mezquitas y la religión de Jesucristo quizas existiera ya en nuestros romances como una cosa irrisoria ó fabulosa, y viceversa, hoy que esta- mos empeñados en una guerra con África; hoy que tratamo^ de dominar á los que nos dominaron, estamos seguros que si nuestra dominación pudiera ser completa sobre aquel vasto pais^ antes de un siglo la religión de Mahoma no contaría un solo secuaz, no porque les impusiéramos sangrientas condiciones^ sino porque ellos desde el momento que pronunciaran el «esta- ba escrito» de nuestra vícloria, concluirían en ellos los instintos de reacción.

Volvamos nuevamente al asunto de este jiárrafo.

Las plazas ó mercados y calles de Marruecos no están em- padradas ni arenadas, de suerte que en tiempo de lluvias es sumamente fastidiosa el recorrerlas, asi como incómodo en

DE ESPAÍlA. 297

tiempo seco por el polvo que del pavimento se levanta á mo- lestar á los transeúntes.

Las Mezquitas de E!-Moazuin, de Beniíis y El Kutubia nos recuerdan las antiguas glorias de Granada.

La Mezquita de Benius (Sidi-Bel-Abbees) es una especie de casa hospitalaria para ancianos pobres y enfermos los que dependen de las almas caritativas y ¡piadosas que velan por su desgracia. Es también una especie de lugar sagrado para cri mínales y desterrados, y su primitiva construcción data de unos setecientos años, sin embargo de que habiendo sido renovada en su mayor parte ofrece un aspecto estraño su ^mezclada ar- quitectura, antigua y moderna.

El Kutubia cuyo minarete es de una altura colosal pues se eleva á unas 236 varas sobre el suelo y desde el cua} se tiende la vista á dilatadas regiones, viéndose perfectamente el cabo Cantin á una distancia de 20 leguas, se encuentra solo y en medio de una grande esplanada. Una délas torres de esta mezquita concluye con 3 bolas de oro del grandor correspon- diente á la elevación en que se hallan colocadas, y el fanatismo de los marroquíes les hace creer que la suerte del imperio pen- de únicamente de la conservación eterna de estas bolas en su respectivo lugar.

Es menester hallarse poseído de un fanatismo sin limites, para creer absurdos de tan inmensurable condición, si bien .que por otra parte debemos conocer, que si el imperio de Mar- ruecos fia su poderlo y conservación en las auríferas bolas, bien puede prepararse á defender la referida torre porque en ias presentes circunstancias corren un peligro inmenso, y hay grandes probabilidades de que las tres bolitas vayan á ocupar tres mochilas de nuestros soldados, y eso en el caso de no caber en una sola, y esta sola coincidencia daria al traste con el po- derlo del imperio.

Magnífica es en verdad la mezquita El Mozaiun: construido hará unos trescientos años; pero en contraste con ia opulencia que representa, se halla el sueldo de los diez ministros que para su culto tiene señalados; pues es tan mezquino que los

298 ' i:l honor

iiiísoros jornalíM'os ó acreditados chalanes, lieiien aquellos qu^ buscarse lo suücienle á su suhsisloncia p:)r mcíJio del lial)ajo ó de ongafios, vendiendo presuntos talismanes paia heridas, venenos y ení'ernuMlades, brujerías ú otras lai'ezas hijas de su fanática imaginación.

Despeñándose del Atlas, á una legua próxima de Marrue- cos, hacia el Norte, baja á perderse en el Atlantier, no lejos (le Saffi, el rio Tensif, pasando por un puente que hay en el camino real, y que fué construido con ladrillo á íines del si- glo XVI por los infelices prisioneros hechos v.n la batalla de Alcazarquivir y en la cual murió el malogrado 1). Sebastian Uey de Portugal.

La antigua Sultana de los raarroquies, la ciudad <leAchmet se encuentra al Sur de Marruecos en Jas faldas occidentales del Atlas, asiento de los déspotas marroquíes. Próxima á ella se hallan infinidad de villorrios á los cuales van á refugiarse los hebreos cuando los duros tratamientos de los moros se les hacen insufribles.

Todas las inmediaciones de Aclimet son fértilísimas, pero continuamente devastadas por las bárbaras incursiones de lo« salvages habitantes del Atlas.

Para comprender hasta que grado el embrutecimiento do- mina ií las kavilas del Atlas, bastará decir que viven á su libre alvedrio sin hacer caso ni obedecer las órdenes del Sultán, y es menester tener entendido que en Marruecos son tan déspo- tas las órdenes superiores, que los v¿isallos se hallan alli mas espuestos k que les corlen la cabeza, que nosotros á que nues- tra guardia civil nos pida la cédula de vecindad en nuestros cauíinos reales. Pero las Kavilas de las cordilleras del Atlas no pertenecen á la raza humana; ellos no tienen instinto de ca- ridad ni de conservación, señoras de aquellas escabrosas mon- tañas, cuanto desde ellas su vista abarca, Ie3. parece suyo y bajan á los llanos cual el águila desde las nubes, con la llrme intención de hacer una presa. Esta gente es indomable y sus instintos han puesto mas de una vez en precaria situación el poder de los Xerifes; no así las ciudades i)róximas ó situadas

DR KSPAÑA. 299

al Norte y Sur, piios que sieiulo variada la residencia de los Xerifes, que de Fez se trasladan á su capricho á Marruecos,

estas circunstancias hacen valer su autoridad en los respectivos

departamentos.

Los campesinos del Sur de Marruecos se llaman Schelluchs.

Su vida viene á ser igual á la de los Kavilas, sin enfbargo de que gozan mas comodidades: tienen mas sólidas habitacio- nes y circundadas de bosquecillos. Gente robusta, su pasión favorita es la caza; son famosos tiradores, y semejantes á los trogloditas del Mar- Rojo, viven sobre las mas encumbradas rocas del ^Mlas. Son demasiado frugales para la comida, que viene á reducirse á miel y cebada, condimentadas de diversas maneras, y muy rara vez prueban la carne. Su lenguaje es dis- tinto también del do los kabilas.

En cuanto i\ la orgn'íizacion militar de Marruecos no po-

drjamos hablar en el sentido técnico de esta palabra porque en aquel país, no hay ninguna.

Sin embargo allí no hay que hacer jamas sorteos pues que en caso de guerra todos son considerados como soldados y se preparan á marchar á la campaña, á pie ó á caballo según las circunstancias de cada uno, y como el arma favorita de marroquí es la espingarda: todos se encuentran armados, razón por lo que el Sultán no tiene que cuidar do este objeto.

Lo único que suele hacerse es, cuando al Sultán le parece oportuno, manda sacar una leva de la cual se encargan los go- bernadores de provincia, de donde salen unos 12 mil hombres entre peones y ginetes y á estos se les llama moros de rey, y este cuerpo suele ser heredilario de padres á hijos.

Ademas del cupo íijo que de ellos corresponde á cada pro- vincia ó bajalato, hay varias compañías llamadas de mucha- - chos, jóvenes alumnos que se dedican á esta carrera para ha- cer la guardia del Emperador, compuesta de G á 8000 hom- bres de á pie y á caballo, á los que se les el nombre de bokaris.

500 EL HONOR

II

La naturaleza es tan infinitamente grande y superior á ios conocimientos del hombre, que indudablemente por muchos que sean los adelantos de la humanidad siempre descendere- mos al sepulcro sin haber comprendido el misterio que encier- ran esos inmensos abortos de la creación, cuya magnitud es tan superior á nuestro pobre y martirizado espíritu.

No basta que el hombre quiera Querer; es voder, son fra- ses pronunciadas sin duda por algunos seres dichosos á quienes la casualidad ha coronado con el laurel de la victoria en las empresas que han acometido y que por la casualidad han rea- lizado. Para nosotros es muy pequeño el hombre que sienta ' un proverbio después de una victoria.

Es indudable que el conocimiento del hombre progresa, que en el dia estamos viendo prodigios de ciencia que en los tiempos pasados se hubieran creido al querer plantearlos, co- mo insomnios ó delirios de una cabeza enferma, cual nos lo demuestra la historia en el inmortal Cristóbal Colon; mas eso progreso del género humano está prescripto en sus límites, pe- ro de estos jamás podrá rebasar.

Cristóbal Colon, descubrió un nuevo mundo; gloria fué que á él le cupo, pero el nuevo mundo exislia: llarbo probó la cir- culación (le la sangre: esta fué una observación mas hecha en la naturaleza del hombre; y aun hay otros descubrimientos que tal vez será mucho decir en nosotros, poro que para nos- otros solo están á medio nacer, y que su cternal misterio no podrá vencerlo jamás la mejor inteligencia humana.

Franklin inventó el para-rayos: la reunión de varios meta- les atrae la exhalación á un [)unto determinado; esta" es una observación que se ha hecho sobre la naturaleza; j)ero podrá decírsenos el porque esto sucede? Y aun cuando á ello se nos

DE ESPAÑA. 301

contestará de una manera cualquic ra, ésta seria positiva?

Nosotros sabemos que el ¡man está siempre mirando al Norte, magnífica observación que particularmente para la na- vegación de los mares nos ha sido sumamente provechosa; po- ro sabemos acaso en que se funda este recóndito misterio de la

naturaleza?

Y por este orden hay muchos, muchísimos descubrimientos

á medias^ porque vemos los efectos sin poder comprender la causa, y siendo así que no puede haber efecto sin causa, ten- dremos que convenir en que la una corresponde á Dios, y el otro le han encontrado los hombres.

No hay que dudarlo: la historia del hombre es un caos im- perecedero de dudas en todo cuanto concierne á la naturaleza, sinónimo de la divinidad, y esta ha creado fenómenos dis- tantes de nuestra comprensión, que cuanto mas preocupan la mente mas la sumergen en la oscuridad de la ignorancia, y ante ellos solo nos es dable formar cálculos imaginarios, y ad- mirar el inconmensurable poder de la Creación.

Bien quisiéramos ser mas estensos en esta materia, pero el

asunto de nuestra historia no nos lo permite, ni quizas tampo- co la paciencia de nuestros lectores á quienes r )gamos nos per- mitan las anteriores digresiones, motivadas por la impresión que nos ba cansado el fenómeno que vamos á describirles; de cuya veracidad no les rtíspondemos, porque hay ciertas co- sas en el mundo cuya verdad la sabe Dios, no el hombre por ser impotente para examinarlas en toda su ostensión.

El desierto de Shara coníina con el Occéano atlántico: toda su ribera que toma principio en Mogador, viene á tener unaes- lension de 150 millas geográficas y toda ella es un terreno in- culto, cubierto de menuda arena, que levantada de cuando por

vientos impetuosos, cubre unas veces el Occéano, y otras el espacio etéreo, de un torbellino inmenso de disminuía arena.

lüstos continuados montes de arena que vienen á posarse sobre las aguas del mar, han formado un banco, de unas dos y media leguas internado en el mar, con tan poca profundidad (jue los moros se meten á pie en el agua sin que osla les pase

502 EL IICNOR

(le las rodillas, y van así muchas veces en busca de barcos naufragados, (|ue ¡(iipclidos por las furiosas y circulares cor- ri(Mites del Allanlico van á encallar en acuellas áridas é inhos- pitalarias playas.

La eslension del desierto do Sahara se halla calculada, á

mas de la mitad de Europa.

Bajo esto punto de vista podrá calcularse lo horroroso y des- consolador que será este panteón de seres vivientes allá en sus calcinadas sinuosidades donde ni la frescura del viento, ni el fruto de la palmera, pueden reanimar el abatido espíritu del infortunado mortal que lo huelle con sus plantas.

El cabo blanco es una eminencia plana que se adelanta ha- cia el mar, es una inmensa mole de arenas, y con esto dire- mos lo bastante para comprenderla exenta de dones para la creación. A primera vista es difícil de distinguirse, y todo él se halla cercado de bancos de arena hacinados por el desierto.

Uno de estos bancos llega casi formando un círculo hasta el cabo Mirik, sin abrir mas que dos pequeñas sendas para in- ternarse en el golfo de Arghin lleno también de bancos y pro- montorios de arena.

La costa se estiende en toda su estension desde la emboca- dura del Senegal y del terreno que la rodea hasta llegar á cabo Yerde.

El aspecto de estos desiertos es un estrenn monótono pues la vista no abarca en ellos mas que terraplenes horizontales de arena unos mas altos otros mas bajos, y como hemos ya di- cho, sin vejetacion alguna.

Rocas uniformes ó capas de sal con la sustancia de este terreno y en donde estas faltan no hay humus ni terreno que- brado sino rocas calcáreas enteramente peladas y con bastante semejanza á las de los montes Juras, y todas ellas están cu- biertas de guijarros ó átomos de arena impelidos por los fu- riosos vendábales.

Por esta causa la superíicie no guarda ar monia alguna, y en ella no se advierte agregación de ninguna especie, esencial requisito para la vida orgánica de los cuerpos.

ESPAÑA. 303

Las arenas del desierto líbico se hallan compuestas de un cuarzo esclarecido de la tercera parte de una línea y sin ali- gación de otra sustancia, y cuando se halla mezclada, la ali- gación resalta sobre su base á semejanza de una capa de nieve.

Cualquiera cuerpo estraüo que se pose sobre las arenas, una zarza, la osamenta de un camello, es lo suíicienle para que el

viento arremoline sobre él nuevas pirámides de arena que no

parece sino que se hallan deseosas de sepultar en su seno todo

lo que á ellas no corresponde.

Los vientos dominantes en el desierto líbico son el Norte y Nordoeste, los cuales cuando imperan nueve meses consecuti- vos, hacen adelantar unos doce pies todos los promontorios de arena de donde resulta que el verdadero suelo productor de es- ta cálida sustancia se muchas veces cubierto de pedruscos guijarros y piedrezuelas.

La arena es un desierto errante, cubriendo á cada momento los lugare»s que conquista y esta es la razón porque el agua es difícil encontrarse y aun mas el conservarse en aquellos terre- nos, pues espuesto continuamente á nuevas metamorfosis los manantiales, los oasis y palmeras que del centro de aquel caos podrían indudablemente prevalecer, y aun prí^valecen, decaparen instantáneamente bajo inmensos terraplenes de are- na, que no solo las cubren sino que ni aun siquiera dejan una dea de donde existieran. Tales son las variaciones de aquel terreno ambulante casi sin cesar por los hemisferios.

Todas las espantosas peripecias de una borrasca en el mar son incomparables con los tormentos que de si el desierto á las infelices caravanas obligadas á cruzarlo por alguno de sus lados.

Una borrasca en el mar se halla contrariada por las buenas cualidades de una embarcación,* por la dirección de un buen piloto, y aun cuando estas, no sean suficientes siempre le queda al pobre naufrago el consuelo de combatir las olas sobre una tabla en esperanza de una nueva embarcación que |)ueda darle ausilio.

304 EL noNon

Pero querer contrareslar los fenómenos del desierto es en- teramente ¡núlÜ y no hay otro recurso qiiesucnml)¡r ásns pér- fidas conseíMiencias, y traidoras metamorfosis.

Los montes de arena arrastrados por el furioso Eolo se- pultan imponsadamonte millares de almas, y otras veces cuan- do las caravanas llevaban puesta su salvación en los manan- tiales (á Oasis que de ciertas á ciertas jornadas estaban seguros de encontrar, habían ya desaparecido bajo inmensas montañas da arena que cubriéndoles al mismo tiempo las sendas de su peregrinación, no tenian mas recursos que morir con ese des- consuelo y desesperación que infunden en nuestro espíritu los los sofocantes rayos de un sol abrasador.

]\]illares de caravanas yacen sepultadas y calcinadas bajo estas ardientes arenas, y si á nuestros lectores fuéramos á detallarlas en toda su ostensión no conseguiríamos mas que martirizar su espíritu con escenas espantosas y solo propias de ese símil de los antros del averno llamado Desierto de

Sahara.

En 1805 pereció toda una caravana compuesta de dos mil

personas y ciento ochenta camellos, y la inmensidad de osa- menta que continuamente blanquea sobre aquellas regiones de arena una completa idea aunque bien horrorosa de las no interrumpidas catástrofes que en ellas se suceden sin respetar seres ni condiciones, pues tan pronto se el esqueleto calci- nado de un cuadrúpedo como el de un volátil.

Es tan sofocante la atmósfera del desierto que no es posi- ble llevar líquido alguno en e) viaje de las caravanas, pues por dobles que sean las vasijas, el calor todo lo absorve, y esta es la causa porque en estos sitios no hay mas recurso que los escasos manantiales de los Oasis, ó perecer cuando estos por la continuada variación del terreno, han desaparecido.

Hasta el camello, ese aninial tan feo como noble, pero ti- po de fortaleza y de sufrimiento cae exhanime de sed y de cansancio.

El reducido límite de aquel panteón de vivientes que goza de la fiescura de las aguas sirve de guarida á los elefantes y

DE ESPAÑA* 305

javalies y hacia los lados estremos, suelen también verse algu- nos leones y panteras.

Los avestruces y antílopes son los únicos seres que visitan las interioridades de aquel averno, sin mas rumor que el sil- vido de los vientos y el monótono caminar de una caravana.

En hs sinuosidades del desierto se ve á grandes trechos alguna que otra planta puesta al parecer por la Providencia en apoyo del infeliz pasagero que arrebatado por el viento puede, asido á ella, evitar el ser arrastrado como si fuera también uno de los millares de atoraos de arena que sobre su aterrada materia van cruzando.

Los vegetales que alli suelen germinar son los cardos cu- yas hojas guardan únicamente en sus estremidades la corta humedad que les diera vida: La zarza conocida bajo el nom- bre El Gul; una clase de Thymian odorífero, el she y varias mimosas qommiferas, las cuales suelen servir de alimento á

los camellos.

En los infinitos sitios en que absolutamente falta el agua

suelen criarse varios zarzales achaparrados que sirven de nor- te á las caravanas, pero encierran tan poco jugo estas plantas que sus agostadas hojas apenas pueden refrescar las resecadas fauces de las acémilas.

En algunos que otros parajes se observa una especie de acacia espinosa que esprime goma; mas fuera de estos casi es- tériles recursos que la naturaleza ofrece en aquellos inmensu- rables desiertos, arena y cielo es lo único que se presenta ante la abatida imaginación del viajero.

Los sitios donde existe alguna vejetacion y principalmente donde hay palmeras son denominados por los árabes bajo el nombre de Djezair ó Djezira.

Es indudable que el desierto africano seria tan fácil de vejetacion como los demás puntos de la tierra, pero la esteri- lidad no es producida alli, cual se comprende por causas inte- riores, sino por los repetidos vendábales que arrastrando mi- llares de arenas hacen insuficientes, ó al menos destruyen los buenos efectos que la madre naturaleza pudiera engendrar en

,^0b El HONOÜ

stís entrafias, pue^ ya hemos dicho quft alli loílo 1^ /cabré ta arena, y que cualquiera cosa, aun lo mas iiisigniíicttnte que sobre ella se pose, sirve ai monienlo de b;ise h nn nuevo pro- moütorio arenisco.

' Sin embargo bien por espíritu de egoísmo ó bien por iás^ linio de conservación el hombre sabe sacar partido do lodo, \ hasta de aquellas arenas que tantas catástrofes encierran sabido calcular algún provecho.

Cuando los vientos de aquel desierto son demasiados fres- cos ¡Cosa estraña! los árabes se tienden sobre la arena calcio nada por los rayos del ardiente Febo y en ella encuentran un consolador abrigo.

Allí se entretienen en allanar los basamentos de arena que los separan á unos de otros y entonces entablan una especie de mímica, que ellos comprenden fácilmente, y si el asunto de ella se concreta á algún contrato, sobre la misma arena re- suelven sus cálculos, y abarcan las ventajas qu3 el negocio les puede producir, y los musulmanes de estos países dan á la arena la misma virtud que el islamismo al agua, pues ha- cen completo uso de ella para sus abluciones.

Sin embargo hay un animal, que el árabe ha aclimatado, si es posible decirlo, á sus costumbres, y sin el cual le seria imposible atravesar aquellas inmensas regiones. El camello es el navio del desierto, su pezuña, su estómago y su dentadura son, tan á propósito para internarse en aquellos dilatados pá- ramos, que sin el auxilio de este doméstico animal el hombre se veria imposibilitado de acometer semejante empresa'. * Los guías de aquel terreno, llamados sabios (Kobyr) y su deber con respecto á los viajeros, se concreta á comprender las épocas del año mejores para viajar lc»s puertos, y la dirección de todas las vías.

Falto aquel terreno de todas esas hermosas variaciones de la naturaleza, sin rios, sin selvas, sin montañas, kin caminos; y no habiendo allí, como hemos dicho, mas que eslensas pirá- mides de arena, cuyas formas varían constantemente, los Kehyrs tienen que guiarse en sus investigaciones por el vUelo dtí ''las

aflífl^ett tísp^cíal, de ios cuervos y buitres; ó bien por las seM,o ñas horrorosas de los cadáveres, semejantes á un piloto, por

la dirección de los vientos.

También suelen guiarse en estos casos por la posición de las

estrellas y otras constelaciones, sin que por esto digamos que sus conocimientos sean profundos en astronomía, pues estos no pasan de saber cual es la estrella polar, y la práctica única- mente de caminar casi siempre de noche, les ha hecho sugerir estas observaciones; así es que los árabes ó guias del desierto: directores de las caravanas de Timbektu y de f>arfur, y que son los llamados hybt'rs vienen á tener las mismas nociones astro- nómicasque los pastores de nuestras montañas.

Como las sendas allí son tan uniformes y parecidas es muy difícil el comprenderlas, y los guias acostumbran á ir dejando continuados indicios de su ruta, cual sucede en los gran les ventisqueros del norte paranosepultarse.en los profundos bar- rancos y despefladerós cubiertos* por la nieve.

A pesar de las previsoras medidas hay casos en que hasta los mismos guias suelsn verse perdidos y confundidos en aque- llos horribles laberintos, y tienen que buscar nuevos guias ó (Vsploradores que vengan en su auxilio, para ponerlos en una

vía segura.

Cuando despue^í de tan inmensos y espantosos peligros el viagero ha podido por fin cruzar aquellas horrorosas tumbas de la creación, aquel indescriptible páramo, llamado desierto de Sahara, que incapaz para la germinación se halla siempre dispuesto {\ sepultar en sus calciuados elementos á cuantos seres se ven obligados á hallarlo con sus plantas entonces el viagero se encuentra á la estremidad meridional de Beled-el Nun, regiones cultivadas v cuyos habitantes comercian con go- ma y cera por lelas de Europa.

Eslos moradores ew relaciones comerciales con las casas francesas del*'Senegal sirven ó intervienen en los tratos con los rHarroquies para la cornpra de moros

Estas son los d'^lalles que dól desierto de Sahara hemos sacado de acrediladoa y cientíñcos autores , y termiiiaremos

508 BL HOI^OR

este párrafo bajo la misma impresión que nos preocupaba al principio (le él; es decir que Dios es el solo Omnipotente, que la naturaleza contiene fenómenos cuya estension no puede abar- car el cerebro humano, y que el desierto de Sahara es uuo de aquellos, que la planta del hombre podrá hollar, pero que él jamás podrá dominarlo ni destruir los elementos que á re- giones tan dilatadas, las hacen incultas, inhabiülables y mor- tíferas.

III

Estamos en Tetuan.

Penetremos ^n una casa de una de las mas principales calles.

En un aposento de paredes caladas con delicadeza, y ro- deado de muelles almohadones de damasco, una joven osten- tando con gallardía el traje délas don' ellas musulmanas, vier- te un llanto copioso, y solo se turba el silencio que reina en el aposento con los sollozos que se exalap de su seno.

¿Porque llorará aquella niña tan divinamente encantadora?

jTanjoveny ya el dolor lleva lágrimasá sus ojos...

Pobre Zaral...

Vosotros lectores mios, no la conocéis, y estoy seguro que cuando os la presente, no podréis menos de simpatizar con ella.

Vosotros no comprendéis que haya en el mundo almas pre- destinadas para sufrir?... no es cierto?

Pues sin embargo, no hay nada mas seguro.

Nosotros no comprendemos el porqué, pero es lo cierto que hemos conocido algunas personas que han merecido tan triste privilegio.

¡Pobres flores que en toda su corta vida no han podido go- zar mas que de algún tibio rayo del sol, que ha sido muy pron- to sofocado por los violentos hábitos de la tempestad.

Zara era huérfana.

DE ESPAÍ5A. 309

Al ver ella la primera luz, perdió á su madre.

Su pobre padre sin la dulce compañera de su vida, no podía permanecer en el mundo, y subió al cielo á acompañarla.

Zara quedó sola en la tierra con oíro hermano que solo te- nia dos años mas.

Su padre había sido rico, y aun lo era á su muerte.

Nombró tutor de sus hijos á iucet-Sbu- \kbas y este es- plotó perfectamente aquella tutoría

-«"»•:»« ^'

Los dos niños crecieron, y á falta de otras personas á quien amar, se amaron con delirio.

: Sin mas personas que los prodigase tiernas palabras, ca- riñosos consuelos, ó dulces reprensiones, concentraron en si mismos todos sus afectos, lodos sus pensamientos, todas sus aspiraciones.

Cuanto se querían los dos hermanos!

Crecieron ambos, y si Zara era hermosa como un sueño de ángel, Akmet, era gallardo y fuerte, como un guerrero de los antiguos abencerrages.

Pasaron días; y el cristiauo penetrando en las tierras afri- canas, hizo reunirse á todos los guerreros del Jiiogreb para in- tentar aunque en vano detener su victoriosa carrera.

Akmet abandonó á Tetuan.

Zara cuyas penas no habian tenido mas que una tiegua harto corla, volvió á sentir los dolores que siempre que pensa- ba en sus padres habian lacerado su corazón.

Y sin embargo en medio de aquel dolor se soba deslizar una cosa asi como un ensueño tímido, puro y delicioso de amor. Sara había lijado através de sus celosías, sus miradas eu un apuesto musulmán que á todas horas paseaba su calle.

Curiosa primero, gozosa mas tarde, y enamorada después, amaba á Ali que era el moro mas gallardo de la ciudad.

Hijo de una de las familias mas distinguidas de Tetuan, era un partido que aihagaba la vanidad de Jucef.

Un temor solo asaltaba á este y era el de que el amante re- parase con demasiada escrupolosidad las cuantas que pondría

8lO EL HO.>IOR

á 8u pupila, y que exigiese como era justo (a .lote que la cor- responrün

Pero esta nube se desvaneció.

Mediaron esplicaciones, y el joven dijo que solo adoraba á Z^ira. por lo que era, no por lo que metMicamente valia.

Fnlietanto la desgraciada niila, era presa de un dolor terrible.

Akmet aquel hermano á quien tanto amaba, habia de^^- apareeido en la acción del dia 14, v nadie sabia su paradero.

En vano ella, con un valor superior á su edad y á sus cos- tumbres babia recorrido el campo del combate buscando á su Akmet, nada habia visto que le revelase si estaba muerto ó herido.

Los moros que hablan luchado con el decían haberlo visto entrar en medio de los cristianos, y después nada mas hablan sabido.

Por eso lloraba Zara.

ÍJnicamento tenia un consuelo, y era su amante.

Pero también hacia dos dias que no le habia visto, y esto acreeia su pena. •....*.

Mucho tiempo llevaba la desgraciada mora de llorar. De pronto la puerta de la estancia se abrió con estrépito. Dos personas aparecieron en ella.

Zara alzó la cabeza y exhaló un grito en que en medio de un dolor infinito, se traslucía una alegría intensa. Una de las personas era su tutor. La otra era sn amante Ali. Ni una palabra se cruzó entre ninguno de los tres per-

sonaf>es'.

río pronto la frente de Zara se oscureció.

Ali llevaba sus preciosas pistolas con engastes de nácar en

la ancha faja (jue rodeaba su talle.

Su corÍK) yatagán pendía de su costado.

Su blanco hmh fiofaba nogliiíenlemenle sobre su espalda. "Y el thaia cubila su cabeza.

ilí iba vestido de guerra.

LJaa OjOresioii dolorosi embargó el seno de Zara. Jucef fué el priiooro que rona|)ió el silencio.

Zara, le dijo, bien sabe Allah, que lu dicha es solo mi ambición, y por ella sacrificaría todo en el mundo. Ali-Kal- doiu me ha pedido tu mano, y por mas que tal alianza m.* enorgullece, y me llene de satisfacción, tu voluniad solo sepa la mia; le amas tú?

Zara tardó algunos momentos en responder. Por íin con voz trémula contestó.

Señor, la pobre hermana (pie llora su hermano perdido no puede ostentar hoy sobre su frente el blanco velo de las desposadas, si, le amo, pero aun no debo ser su esposa.

Os comprendo Zara, dijo á su vez Ali y acercándose mas, se arrodilló ante la joven, y tendiendo su brazo hacia el orieüle prosiguió. Os juro no volver i presentarme ante vos, ya que no con vuestro hermano, al menos sin haberlo vengado,; hoy parto á reunirme á las huestes de Muley-el-Abbas, y no tar- dará en presentarse la ocasión de lavar con sangre cristiana, esa tan querida que ha hecho asomar las légiiinas á nuestii^s ojos.

Y yo á mi vez os prometo guardaros mi amoi .

Y si muero? Zara?...

Si moris, dijo la mora haciendo un esfuerzo, si mori^si o ; seguiré al cielo donde Dios nos unirá ya que en la lien a no lo hayamos podido hacer.

El musulmán besó una míino que se estremeció al conlactr de aquellos labios ardientes, y tras muchas protestas, Iras torrentes de amor que de aquellos pechos enamorados se ex;í - lara abandonó la estancia donde se quedaba una pobre iniijcr sola con sus lágrimas y recuerdos.

312

EL HONOR

IV

Hoy que nuestro ejército ha lleí^ado de triunfo en triunfo, hasta las puertas de Tetuan; hoy que nuevamente resaltan en nuestra imaginación los dias gloriosos que hace cuatro siglos alumbraron á la morisca Granada; hoy que refiriéndonos á la aterrada Tetuan, podemos dedicar al actual Emperador de Mar- ruecos, aquellos magníficos versos con que Zorrilla nos canta la toma de la hermosa Granada, en su poema titulado aMaria» nos parece oportuno dar á nuestros lectores una reseña de la Aduana de Tetuan, en nuestro campamento deGuad-el-Jelú, y que ha caldo en poder de nuestros soldados ante cuya bra- vura huyen despavoridos por do quier los sectarios del Koran. La Aduana de Tetuan no ofrece verdaderamente mérito al- guno arquitectónico y digno de mención porque cuanto hoy pende del genio marroquí todo infunde un sentimiento lasti- moso, de la barbarie é ignorancia en que se halla ese pueblo que en otros tiempos ha resaltado en artes ciencias é industria. Hoy, para nosotros, concebimos bajo una idea de profunda convicción, que sea quien quiera, ya una ya otra potencia, el imperio marroquí, si sus habitantes han de ser dignos de per- tenecer á la raza humana, necesita un conquistador, porque ellos han retrocedido á la crasa ignorancia é incivilizacion de los tiempos primitivos, todo en ellos ha decaído, y a^i se re- velen sus costumbres, en sus instintos y^e» la incuria de ^tí.s poblacioHes y edificios.

Uno de los primeros deberes y cuidados de un. gobierno es procurar, (jue los ediíicios ocupados en negocios de la nación, y mas particularmente aquellos que por sus esenciales circuns- tancias tienen que ser indudablemente pisados y examinados por los diversos habitantes del globo, den siquiera una idea cuando de opulencia, al menos de magnitud y capacidad para el objeto destinado.

DE ÉSPA?ÍA. MS'

-í¡ 'T¿do el'tnuhdo sabe lo que es una Adnana, y desde I; egol se (Concibe que un edificio de esla naturaleza debe tener uiv buque suficiente para dar cubierta á ia inmensidad de negO'-^' dos que el incansable genio mercanlilpueílie aglonierarí eii un dia dado. .^ -,,•'-: vd^MfjL:'.: ' ;j '".ú "'fj.

Pues bien la Aduana de Tetuau eí^ unaí'aTaia y mezquiDá. casa uniendo á estos tristes recjuisitos nn foco de hediondez Iv; suciedad, que solo tiene comparación, reparando en la blan- cura de sus paredes esteriores, únicaseñal en él alhiagüeña, .sái esos sepulcros blmu/Mea dos por fuera de que habla el EAfan- gelio: ui yxjíi

íii'iLa enciclopedia arquitectónica que^ eur ébse observa ááá entender qui ni aun recuerdos existe yí! en esa raza do;aqu«¡- Has eleganl(^ y suntuosas obras que derálós copiaron las de¡t; mas sectas, y que hoy soiv la admiración de Nfiajeros ilustres que han tenido el honor de ínácribín suB nomi>res m ias/ pa- red-es de la poética Mhamhra granadina. .;'•;•'/;

No parece sino que este edificio nacional marroquí se-hja encontrado siempre con derechos á destruirse á su capricho, o sus recomposiciones al cuido de los mozos ó porteros que pro- curarían dormir tranquilamente al ^o.ojnpaia<tó:.gí)lpe (k^ila» picota del albañil. ívntn/rj^s on íío'i

-(hAUí está representado con toda la ma^ horrible grosería y dd'ormidad, el gusto de todas las naciones. Allí está la cousr truccion arábiga y la europea en confusa mezcolanza; junto á: una habitación embaldosada de pequeños azulejos en orden mo- saico, se observa la prosaica cocina catalanav-y al frente de ella una ventana con persianas á la ingl!Eisí^>t)a(;ii

A primera vista la aduana de Teluan se confunde con una casnca de nuestros pueblos de Andalucía, por lo que induda- blemente el genio de la arquitectura quedo suspenso; en §}\oñ desde el ano de 1492. : i ,r ,, ;>!

i Oh ! es en verdad espantoso considerar ^incuria, el aban- dono y la miseria en que yacen postrados los desgraciados marroquíes, siendo todavía mas lastimoso. '«I contemplar ios miles de elementos que aquel suelo ieráz podría suminislfarjfs

314 EL HONOR

para sobrepujar á los Europeos; pero ya hemos bosquejado va- rias veces la dolorosa situación de eslos liabilanles, y conti- nuaremos con el objeto que nos hemos propuesto.

Desde el patio de la aduana se llega á unas habitaciones que hay en el segundo y último piso; pero no se crea que á ellas se llega con lo misma facilidad que nosotros lo hacemos á las nuestras porque antes hay que encaramarse por una an- gosta y pes ilente escalera, é ir conquistando peldaños alar- gas zancadas y asegurándose perfectamente en las paredes.

Hecha ya esta conquista; es decir en lo alto de la escalera, hay una especie de antesala adornada también con azulejos pequeñitos y bien combinados, y en la cual hay otra escalera que remata en una ventana sin banderas ni cristales qne da paso al terrado del edificio, cuyo piso, cual las paredes es- teriores, es de cal blanca y luciente.

A la izquierda de la antesala se otra cocina con fogón á la Europea, y al lado un cuartito, almacén ó' despensa del encargado, según los vestigios que en él se observan.

Varios soldados de marina vieron en el hogar de esta co- cna alguna lumbre encendida, y al lado un puchero en cuyo centro se cocía una magnífica gallina.

Los moros no serán valientes, pero al menos podremos ha- cerles justicia, atribuyéndoles siniestras intenciones. Ya po- drán nuestros lectores calcular el esquísito condimento que tendría la gallina, habiéndose encontrado en el edificio tres barriles de sulfato de cobre.

Pobres marroquíes; ellos son tan ignorantes como mal- vados. ¿Por dónde podrían figurarse que esta mezquina es- trategia podría causarnos alguna catástrofe?

Pues qué, ¿tan estúpidos iban á ser nuestros soldados, y tanta el hambre que les acosara que fueran impremeditada- mente á devorar unas viandas dejadas por un pérfido enmigo? i Estrategia propia del fanático marroquí!

A la derecha de la antesala hay una habitación sin adorno alguno, con ventanas al campo, aunque medio cubiertas por podridas y malparadas persianas, y en la misma pieza y en

DB ESPAf<ÍA. 51^

un tablado indigno de un harapiento español habia unos toscos jergones embutidos de yerbas aromáticas ya secas, pero largos yestrechos, como los callejones de sus ciudades.

En varias alhacenas que habia, en la cocina y en la ante- sala se encontraron infinidad de botellas todas llenas. ..de aire.

El Koran prohibe á sus hijos el uso de la bebida, pero la aparición de tanta botella desangrada, demuestra que este capítulo del Koran es una mera redundancia de religión, y ante el cual su mahomética majestad tendrá que hacer la vista gorda sino quiere verse ella sola en el paraíso.

En las habitaciones bajas del edificio se encontraron como hemos dicho, tres barriles de sulfato de cobre, una infinidad de esteras viejas, sacos de azulejos, timones, lanchas y ca- jones de loza inglesa.

Hemos hecho una descripción de la Aduana de Tetuan, según la hemos visto acabada de tomar por nuestro valiente ejército.

Hoy si nuestros lectores pasaran á verla, probablemente observarían en ella las metamorfosis propias y corres en- dientes á un ejército, puesto que según tenemos entendido, este edificio será completamente amoldado á las circunstan- cias de un vasto depósito de víveres y municiones de guerra que para las necesidades de nuestra gloriosa campaña de África, trasportará diariamente nuestra brillante escuadra.

Nuestras guerrillas de vanguardia avanzan mucho mas de la Aduana distante una media legua de Teluan, y si el es- tandarte de San Fernando no tremola ya victorioso sobre las almenas de la ciudad, es porque nuestro digno general en jefe se ha propuesto que la toma de la población sea todo lo equitativo posible, en sangre de nuestro heroico ejército.

EL HONOR

-•♦Ins f;t

CAPITULO XXVII

Ojeada retrospeclivát.—CohVérsacioií de Muley-Admet. v d emperador en

Mequinez. Accioa del dia 31 de £nero<>^Prépar(itiv0i9''para (ai^ddi

día 4 de Febrero. |i'\- - i^ ,a, : •iS ;!> •':

,nr,üJf)l 'i 'I) ffoioqii . odaod ííoíiimH

Dlüsilfi/ 'VfiRM- iijfflo] f»íJbbí>d6í)i] olaiv eofnfjii r>1 ni :

^>iíí9fíl9lííi>do•Iq ,£'• «ifl ifc VHil

, u^s que lectones nos dispensarán que pe/- . trpp^danios algunos dias; peí o Iojí re- pelií)o^itvi;i|ip,fQs de r)uestra?5 armas gu ei suelo atVicajio nos obligan ,^lo. -j^.,, ,,.. Crear un egércilo por decirlo asi, d^ la nada, .li'asUdario á un terreno desconocido cooipletameule y conseguiv |a,urelp$ spl;)re ,lauiicles, es. upa cosa que entusias- ma y "que enorgullece á lodos los buenos españoles.

Largos dias llevaba España de quietud y de reposo, reposo y quietud que menoscababan nuestro orgullo nacional y (jue hasta cierto punto nos hacia el blanco de la mofa y el escar- nio de las demás potencias?

A cuatro pasos de nosotros, unas ordas indisciplinadas y

OBJESPAÑA. 317

salvajes cometían esoesos que casi siempre, quedaban impunes.

A cuatro pasos también <ie nosotros la.; Francia, esa nación que no tenia que vengar tantos ultrajes C)aio la España, en- grandecía los límites de sus pesesiones africanas,,-* ^«'ivictoria sobre victoria se iba acercando :,Siasta Tlemecen ocupando los estensos territorios de la Argelia. ík^ííIovj u^.uí ul;;;; ,in; ^ ,.:) España entera se avergonzaba 'de qiíe á las puertas de su casa, por decirlo así, las ordas Rifíeñas hollando todos JosUar tados, insultasen constantemente al pabellón Español. 'm ' .. Sin embargo loda^ las cosas tienen su término en este Inundo, y del ocaso de las naciones suele nacer una aurora, que purificando todas las nubes del . pasa<lo, lo revindique pqr medio del porvenir.

Ei dia 15 de Setiembre ocupará indudablemente una de las mas brillantes páginas de nuestra historia. 01 Los soldados españoles, midiendo sus armas con las kaviUíí del Rif, les demostraron que es harto terrible el despertar ^1 León de España. ..!,...,;í ^.b^«l;í t^l^\> nuw-joiíh o»:.>'> =;> a.l

El ejército de observaQíon establecido' mi; el campo de S«íu Roque, llamóla atencj<)p ¿f^,esp.^9'j|p( sosp^ciías^ del gabinete

de S. James. . . = .•..r,;; --.'■; .>'.^..:-:-. .m-^ ■'■''■■ -'

Estupefactos por el alarde de fuerza de la nación, en cuyo misTíio territorio poseían esa peña que ellos habían convertido en un centro de riqueza y> comercio, y cuyo arle la liabia liei cho tan invulnerable como Aquiles, temieron por ella y pi-r dieron seguridades. m\ KfiBqrk'

>r,j,Y esto lo hicieron, porque,; compi-endierou; que su gigante, de hierro y piedra tenia como el héron tioyano su taloa V;ul-;^ uerable. .¡.;,;(íste era Tánger y Tetuan. , ^,ííih' -q m\

listas dos poblaciones la dabun su riqueza, erau ci alma de su comercio,, y el atraso en que se encontraban por la falta d^ icivüiiíacion de sus gobiernos, la daban la supremacía en el Estrecho. i

Por esta lazou se pidieron esplicacíones á nuestro gabinete y este lassalíslizo de un modo <i|ue no dejaba descontentos ix

348 Él HONOR

los hijos de U orgullosa Alvion, y nos dejaba á nosotros el de- recho de obrar según las circunslancias lo exigieran.

Hubo en aquella época algunos espíritus recelosos que vie- ron en estos una debilidad por parle de nuestros gobernantes, pero el conde de Lucena presidente de Ministros, á la sazón era y es demasiado buen político para saber lo que debía hacer.

La nación entera ha visto el resultado Jque han dado .us disposiciones, y la nación entera se felicita por haber deposi- tado en él su confianza.

El día 19 de iNoviembre, el general Echagüe estableció 'sus posiciones en el Serrallo, y durante 8 días con un puñado de hombres comparados con el escesivo número de los infieles, sostuvo tres combates, luchó con todas las adversidades del tiempo y construyó esos reductos, cuya posición estratégica y perfectamente combinada, ha causado la admiración de cuan- tos las han visto. Diez y ocho combales han dado por resultado diez y ocho victorias.

En el corto intervalo que media desde el dia 19 de No- viembre de 1859 hasta el 4 de Febrero de 1860, la España, cual furioso gigante adormecido por un nacórlico funesto, se ha despertado demostrando á las naciones su inimitable é in- vencible pujanza.

La España de los Felipes 5." y 4."; la España de los Car- los 2.° y 4.0 volvió á ser la nación de Isabel la Católica y Carlos 5>

El León de España ha despertado, y aunque noble y ge- neroso sabe probar que puede aun sujetar al mundo entre sus garras.

I Oh! Hermosa y manágnima nación nuestra! El corazón nos palpita de alegría, de entusiasmo y de orgullo al consi- derarnos hijos tuyos !

I Bendita sea la hora en que la Providencia nos concedió la gloría, de aspirar al primer aliento de vida en tu hermoso y heroico suelo !

Tu no puedes, noble España, tener hijos desgraciados.

¿Qué mayor ventura que poder decir «somos Españoles?»

DE ESPAÑA. 319

En el solo renombre de a Español», se hallan espresas mi- les palabras lisonjeras. «Español)) es el sinónimo de lodo lo grande, de todo lo generoso, de todo lo invencible.

Nosotros no tenemos ejército, nosotros lo que tenemos es un conjunto de patricios romanos. Nuestro ejército no tiene ni Generales ni soldados. En él no hay mas que serai- dioses en el dia de la batalla.

II.

Estamos en Mequinez.

Julia se habia comprometido á salvar á Zaard , y era ne- cesario que lo consiguiera.

Para mujeres de su temple, el dar una palabra, llevaba consigo el cumplimiento de ella.

y la empresa no dejaba de tener sus dificultades.

Sidy-Mohamed cada dia estaba mas prendado de su linda concubina.

Y los asuntos de la guerra, no dejaban de preocuparle por eso.

Habia visto que los españoles eran mas terribles de lo que al principio le hablan parecido.

Largas horas horas se habia pasado encerrado en su cobba con su favorito Sidi-Mahomed el Ketib.

En su conferencia habia tratado de lo mas conveniente para contrarrestar el poder cada dia mas temible de los cristianos.

Estos habían pasado el Cabo Negro, y lenian sus Realea establecidos al frente de Tetuan.

Es decir á dos pasos del egército de los musulmanes.

Y sin embargo estos no osaban empeñar combate ninguno con sus enemigos.

En tal estado, no teniendo confianza el Xeriffe en su her- mano Muley-Abbas, decidió que con nnevos refuerzos par- tiera hacia Tetuan su otro hermano Mulev-Admet.

52G( i . a? «l honor

-ifiNo estaba este en muy buenas refaciónos con el eníipera- (lor, por cuyo, molivo comisionó á>tíl'Kelih para que fuera á participarle lu honrosa misión (jue el soi)erano 1»í habla coq- leritlo.

i'i Muies-Adniet lioniino la repugnanoia que tenia en servir á 9U hermano, y partió inmedialainenle Ai Kasmr.

Un oficial (fe los inlinitos que pululaban por las antecá- maras, después de haberle hecho una zalá con lodo el eli- quelero rigor musulmán, se dirigió al cobba, y alzando el tu- pido tapiz que ocultaba la pueM, anunció:

El alto y poderoso Muley-Admet, desea gozar la incom- parable dicha de ver al omnipotente padre dtí los buenos cre- yentes. \^\m\M

""''ünú" inclinación de cabeia' del' emperador fué la séflíif' do que podia pasar su hermano.

■^'•^Reelinado más bien qué sentado én '^o^^ muIHdos almoha- dones que circundaban la estahciaj aspiraba «on delicia a\ voluptuoso aí'oma que exalában los perfumero!^ de 'Oro que sos- tenían las estatuas de mármol negro que habiá en los cuatro ángulos. •• (iH'íj»»

Dos esclavas négráá de 'Abisihiá';'ile formas tan lustrosa^s, y morvidas como una estatuí de lidias, arrodilladas á los pie«; de'siu señor, arrancaban de sus guzks de oro'fléviles sonidos que aumentaban el encanto de áqliet cuadro, ^^ Otras dos con sendóycibaiiicos de plumas deaveslrtiz tem- plaban la ardiente atmósf(>ra que reinaba en él aposento. *' '^'Mienti'as que ünáhijade Georgia, de ojos tan azules como eí^íeló (le su patria, llenaba sin cesar la enorme pipa é5U*fa embocadura de ámbar leiiia el Xeriffe entre sus labios. Todo era allí quietud y reposó. ^ '''■ j^i^-'^^í i^^ - Esa molicie, ése 'abandono i^'VM'hiíttéillMna; estaba aiíf períectamentecáfácVérizadb!'' ' *

Era un detalle magnifico arrancado del KoraVí. >

" ^ '* í^ Ui í ey - Ad m e t í í pa reci ó ert 1 a pn er t a d e I cobba . ~'*^ÍSidi-Mahomed hizo un ademan, y las cinco odaliscas se deslizaron bajó los arcos y desaparecieron como un enstt8fto

DE espaNa. ,321

de ángeles poruña délas primorosas arqueadas püerlas que habia en los estreñios de la habitación.

Los dos hermanos quedaron solos.

¿Qué tienes que mandar á tu hermanQ, poderoso señor délos creyentes? preguntó Admet **

Siéntate y escuchíi. Obedeció aquel y el emperador prosiguió.

sabes perfectamente el profundo djehad (odio) que siem- pre ha reinado entre los cristianos y los buenos hijos del Is- lam. Tu has visto la audacia de aquellos que no contentos con lo que poseían, se han internado en nuestros dominios, y apesar de los continuáis ataques que nuestros invencibles mu- sulmanes les han dado, no han detenido su marcha, y sal- vando las encrppadas sierras y los desfiladeros del Cabo negro, amenazan á nuestra encantadora íetaven la joya mas ricíi de la provincia de Hasbat. Yo confiaba en que nuestro her- mano Muley-Abbas detuviera la marcha de esos perros des- creídos, pero no lo ha hecho asi, tal vez porque no contara con tropas suficientes, y ahora quiero que seas el que al par que lleves esos refuerzos, ciílas el laurel de la victori,a derrotando á los cristianos y trayéndome prisioneros atados á las colas de vuestros corceles esos generales de cuyo talento tanto blasonan.

Talento que yo les reconozco también, contestó Muley Admet.

Di mas bien que la nulidad de mi hermano ha dado mar- gen á que se crea en ese talento; ¿qué victorias ha ganado Muley Abbas contando con mas elementos que los cristianos?

No hagas á los hombres responbles de las desgracias que nos suceden; di mas bien que la fatalidad parece que se ha empeñado en cebarse en nosotros, y no otra cosa.

Sin duda el profeta con su dedo de hierro ha escrito sobre las rocas de nuestras sierras, que en cuantas luchas entremos eco los cristianos, seamos vencidos. Recuerda la batalla de Ysly en cuyo éxito tanto confiabas, y en la que mismo fuiste derrotado por los franceses; acuérdate de la confianza que te-

4i

322 El. HCNOft

nías Gil lus Kabtias y sin embargo, estas han liuido anlc el ompuje de los nazarenos; creías que esos aliados qne tpñto le ofrecían, pondrían obstáculos á la marcha de los españoles, y ha sucedido al contrarío; tuviste una ciega en (jiie Mu- iey-Abbas derrotaría á nuestros enemigos, y ha sido veiKíido. ahora crees que con mi ayuda nuestras armas venccn'rn, y si al contrario sucede, lo mismo que has culpack) á las Rabilas, lo mismo que has desconfiado de mi hermano, desconfiaras de mí, y nadie ha tenido la culpa de esto mas que tu mismo. ' ¿Qué estás diciendo? Insolente!.... gritó ciego de cólera

el Xeriffe.

Sí, tu raisnro, contestó sin alterarse el hermano del em- perador, cuando los de la tribu de \ugghera insullaron á los espaíioles, debiste de darles las satisfacciones que te exigían con harta justicia. '^"'-^ -' v-^'s-n^í^^:

—Y por qué? acaso no hay en mi imperio cien moros para cada español? '^

Es cíe: lo, pero qué instrucción, qué táctica y qué máqui- nas de guerra tienen tus soldados? En tu afán, lo mismo que nuestros padres de desdeñar lodos los adelantos de las demás naciones devEuropa, nos encontramos hoy que no iservimos mas que pava las gazzias que hacemos en las tribus rebeldes de nueslro mismo imperio, por esa razón los franceses nos han vencido, y los españoles acabarán la obra que aquellos han empezado, n Nueslro golpe de muerte ha de venir de Espaua,)) esla máxima sabes qu^ hace años te la dije lo mismo que á el querido señor Muley Abderrhamaín, nut^slro padre, eslomecaíi- muhoH disgusloá, y aquí que hoy empieza por desj;racia á realizarse, ..:^^^^•■í -.;; g^J ^ r^:n,, .'/!—

—Y qué hacemos entonces? prcgunlá'Sidy-Mahora'ed, que no podía menos dft comprender la verdad que había en loque su hermano estaba diciendo

-^Luchar, ya no tenemos otro remedio, los «spañoles son lan ambiciosos como lodos los vencedores, si' hov^ les ofi^ce- mos, nos exigirán doble, y ya (\\\<^. m len.ííam'o.s'ñías-feinedío que darles mucho, al menos defcüdámoslo hasia'qúopDdaníiOs.

DE £6PA^4; 32S

—Luego tu opinas qne seremos vencidos? con que una na- ción que 'cuenta tantos soldados como arenas en sus desiertos ban de caer ignominiosamente bajo el yugo de un invasor?

Las arenas del desierto tf.n numerosas como son, sirven de juguete al Simoun y por qué? porque esas arenas esparra- madas en una eslension inmensa, no ban comprendido que para resistir al ímpetu del viento, era necesario que so hubiesen reunido y formado montañas sólidas, eso es lo mismo que le ha pasado á lu pueblo; los españoles son el Simoun, y ay! de nosotros, acreciendo su furor, llega un dia en que quieran hacernos su juguete.

—Y lu no tienes confianza en vencerlos ?

Ningui;!^.

-j-r-Eotonces ajustemos las paces con ellos, . r.-r--TampQCo eso es conveniente, - ,. . .

Pues qué vamos á hacer?

Lo que antes he dicho, morir como valientes al pie de los hogares, que no podemos defender.

-^Bion hermano mió; tal vez el Dios altísimo y único se qansará de prodigar desgracias á su pueblo, y nos conceda la victoria.

No será por falta de poner los medios; pero si así no su- cedo, no nos eches la culpa á nosotros sino á nuestros ante- cesores, y á ti mismo que pudieudo remediar el mal á tiempo, no lo hieiste. ;j._> ^[j.

Y cuándo piensas marchar? , .¡n-Cuando me des tus órdenes.

—Pues inmediatamente; contigo irán seis mil hombres con un número respetable de mis ginetes negros; ademas El-Katib irá también contigo por si encontráis probabilidades de hacer al^un tratado ventajoso. , ' in-Gomo quieras, aunque preveo que será inútil su viage.

Obra tu. allí como mejor te pare/xa mientras que yo haré aquí que todos los dias nuestros marabatos dirijan al Todo poderoso sus plegarias por el feliz éxito de nuestras armas. Siguieron hablando algún rato los dos hermanos, y al dia

5áí -A^^''^ IroNOR

siÍ5iiicnté salieron (íe Mequinezcon dirección h Tetuan los re- fuerzos que copilaneaba Muley-Admet.

m

■y VíiíÜ&y'hacer una descripción sumamente pálida de la glo- riosa acción del 31 de enero de 18G0.

Y decimos sumamente pálida porque hay cosas que jamás nuestra imaginación puede estamparlas «n el papel, bajo misma impresión que las recibe. ' '^ '''' '' ' ' "

Nuestra mente al querer lanzar ciertas ideas que la exal- tan, que la arrebatan, ó que la abaten no encuentra en el ór- i^ano oral potencia suíiciente para' dar h aquellas su exacto co« forido. ' ií^Mri—

ISüestrá'lengüíí Ó nüés'ti^a pluma es para ciertos pensamien- tos, un simple daguerreolipov ' '^'' *En él queda impresa la sombra de un muerto introducida fior k íriiérposicioñ de tina forma viviente. La forma puede imitarla el hombre: la vida solo puede darla Dios. ^" Éti ñ^rihay tanta diferencia de ciertas ideas encerradas en ra'imagín'ácion del hombre; á la definición que de ellas intenta hácéV el misnio, que solo pueden compararse á los ardientes rayos del sol con los pálidos reflejos que de ellos la luna nos trasmite. ..lím/i.- :<\ ohuiiUD

Por eso decimos que vamos á hacer una pálida descripción átí'ntíeStríá gíorfosa acción del 31 de enero contra los. bárbaros i^y¿táí'ios del Koraiíi'Nv'íi «^-^i-'í-

''• -Indudablemente que la ignorancia es muy atrevida; como ignorantes los mores son atrevidos y por lo tanto y cual de costumbre tienen en sus campanas, de ellos partió también la ítircfalivá en estedia. i .■ \. ^^'V' ' ' '

'"' Las continuadas derrotas Tjiiéjjrinci piando en el Serrallo habían ido destrozando las hordas musulmanas hasta el valle ^^ Tetuan ocupado y?^ por nuestros dignos soldíidos, Jiabiaií

ESPAÑA. 525

abatido tdnto el ánimo de los marroquíes, que de tigres san- grientos se liabian convertido en un conjunto de lobos aco- bardados al pié de Sierra-Bermeja en las inmediaciones de Tetuan.

El ánimo de ellos huoiera sido sin duda presenciar impa- sible y vergonzosamente, según manifestó uno de sus caudillos hecho prisionero posteriormente, la entrada de nuestro ejér- cito en Tetuan, para cuya operación estaba preparando el campamento nuestro inimitable General en Gefe Don Leopolck) O'DonelL

Pero llegadas coino era de es{)erar al interior de Marrue- cos, es decir á la corte dcíl Emperador, las continuadas ó in- faustas nuevas, délos repetidos descalabros sufridos por su hermano Muleyel-Abbas en las huestas qne comandara, ha- ciendo un nuevo esfuerzo el sangriento caimnn, paru resistir las tremendas embestidas del León de España, determinó el descendiente del Profeta, reforzar las huestes del impotente Muley-el-Abbas con otras numerosísimas al mundo de su se- gundo hermano Muley Achmet.

Efectivamente el dia 29 de enero, Tetuan recibió en su seno á millares de sectarios.

La alegría de esta desgraciada población, si bien venturosa por corresponder hoy ya á la Corona de Kspaña, podrá com- prenderse al considerarla falta de recursos para conlrarestar á un enemigo poderoso llamando á las puerlas de sus mura- llas, y enemigo en quien, juzgándolo en el mismo estado de incivüizacion y barbarie, que las hordas de salvajes que lodos los habitantes do [su imperio," no creia poder coníia^r. en su in- nata generosidad v conmiseración. ' .. .

Mucho sentiríamos, que, ciertos eslrangeros particular- mente, diesen una mala interpretación al pensamiento que acabamos de consignar deduciendo de él para nosotros deni- grantes consecuencias, y asi ya que como escritores imparcia- ciales nos es preciso circunscribirnos á los hechos, como espa- ñoles amantes de nuestras glorias y sobre lodo de nuestra pa- tria y defensores de nuestros verdaderos y nobles instintos psi-

526 EL HONOR

lamos en el caso de evitar toda la mala interprotacion que la envidia y el ogoisuio do ciertos islvnoíi piidiciaii dar á puoslras palabras.

Hemos dicho que los habitantes»^ de Tetiian se hallaban aterrados ante un ejército de españoles en cuya conmiseración y nobleza no confiaran.

Eslo pudiera servir para que algunos dedujeran qué los espafloles no son ni nobles ni misericordiosos, y para ahorrar- Itís semejantes ilusiones debemos aclarar la cuestión.

Hay un refrán castellano que dice:

«Piensa el ladrón qu? lodos son de su condición» y asi pues debemos considerar.

Que Tetuan era una plaza de moros.

Que los moros son inhospitalarios y sangrientos.

Que los moros no viven mas que del robo y del pillaje.

Asi pues, los habitantes de Tetuan, á quienes sin embargo no les haremos la mengua de compararlos con los caribes del Riff y otras muchas regiones del dilatado imperio de Marrue- cos, se hacian las tristes reflexiones de que los españoles, ve- nidos esclusivamenle á su territorio para vengar los pillajes y crueldades que sus conciudadanos habían sin interrupción ege- cutado desde largos años, tratarían de obr/ir de la misma manera.

Pero esto no podia ser mas que un modo de raciocinar de la morisma, fundado esclusivamenle en la barbarie é incivi- lizacion que tanto la harta de ser racional.

Por lo demás la entrada posteriormente de nuestro valiente cuanto virtuoso ejército de Tetuan, nos ahorra de tener nos- otros que decir á las naciones que se crean mas civilizadas del mundo que somos hermanos de Jesucristo.

Hechas estas reflexiones, debemos continuar.

Asi pues Tetuan quehabia visto huir por todas parles des- parcidas las |)r¡meras ordas de la morisma que quisieran opo- nerse á la impetuosa y triunfante marcha de nuestro invasor ejército, al acamparse este á sus inmediaciones, creyó ver la cólera de Dios cerniéndose sobre su cénit, y al de impro-

DE ESPAÑA. 327

viso encontrarse ausiliada con las numerosas tropas de Mu-

*

ley-Admet, su centro manifestó su recóndita alegría con mul- titud de salvas de cañón, y en su espíritu se obró la raisiDa metafórmosis, que en el de un infeliz cazador asaltado impen^ siidamente por un tigre, caer á este exánime atravesado por el puñal de un valiente compañero que ha acudido ve- lozmente en su socorro.

Pero i hay 1 que Muley-Admet no llevaba sobre Teluan mas

que muy pasageras ilusiones!

Las prescripciones que el emperador de Marruecos habia

dado á Muley-Amet consistian en que la pintoresca, la poética

ciudad de Tetuan, uno de los mas espléndidos florones de su

corona, se sostuviera y defendiese á todo trance.

La ciudad, efectivamente, se coaligó en masa á semejan- tes condiciones, pero la ciudad creyó hallarse defendida y, cus- todiada por un ejército digno do sus deseos.

No obstante los hermanos del emperador, para darla una prueba de la seguridad y confianza que sus habitantes debian tener en las infinitas huestes de que eran capitanes, conci- bieron la gigantesca idea de querer encerrar á nuestro ejer- cito dentro de las murallas de Ceuta haciéndole ir descen- diendo vergonzosamente los altísimos escalones de gloria ó á donde hasta entonces se habia remontado.

Ellos no podían nunca comprender que el ejército español no puede descender; no podían concebir que el genio español no se humilla jamás y que si no le es dable conseguir la victo- ria prefiere una muerte honrosa, á la afrenta de cejar, un

palmo del terreno que ha conquistado.

Así pues el dia 51 principiaron á descender en numerosos

grupos desde las faldas de Sierra Bermeja, y á las diez y me- dia de la mañana la acción se habia hecho eslensiva por todas nuestras líneas.

í.a división del general Ríos fué la primera que entró '!n fuego, y tanto esta como las tropas al mando del bizarro cau- dillo general Conde de Rous, fueron las que sostuvieron con-

tiniindamonlc lo(!o el rigor del combate, que duró hasta la oración.

328 EL HONOR

Testigos presenciales en esla acción no podemos menos de repetir a nuestros lectores, lo que miles de veces hemos ya repetido, (|ue nuestro ejército, sin hacer alarde de amor pro- pio, y sin lanzar españoladas como dicen los portugueses, es el primer ejército del mundo.

Ni un momento siquiera en medio de las embestidas tan rudas y despiadadas de los marroquíes, cejó el valor de nuestros soldados, ni la victoria estubo indecisa de nuestra parte.

Kl General en Jefe, como siempre estubo acertadísimo en todas las disposiciones que ordenara y si hemos de creer que la infalibilidad existe en lo humano, el General O'Donnell es infalible en las batallas.

Es indudable que el Conde de Lucena hoy ya también Du- que de Teluan está dotado por la Providencia por cuantos do- nes puede conc'íder á un insigne Caudillo. Todas sus disposi- ciones parece que se hallan prematuramente concebidas con el sello de la consumación.

Cuanto mas peligrosa y difícil parezca la realización de cuahjuiera orden suya sobre el campo de batalla, hasta que él

la haya prescrito, para que con una sorprendente naturalidad

los efectos vengan á realizar victoriosamente sus planes.

Pero una de las cosas que mas verdaderamente chocan á iodos los que en el campamento observan esle gran genio de iKíeslra guerra de África, os la imperturbabilidad que debe existir en el corazón de esc hombre y que refleja de una ma- nera indescriptible en su semblante.

Para él no hay obstáculos; para él no hay peligros:

En uno de los momentos mas encarnizados de la gloriosa acción de este dia, se hallaba el conde de Lucena observando las espantosas peripecias del combate en una posición de mu- cho muchísimo peligro.

No era posible que á él se le pasara por alto la mala posi- ción que ocupaba puesto que tanto le concernía. Sin embargo, observada por varias personas á él próximas hubieron de ad- vertir lo mal (jolocado que so hallaba en rieso^o de su vida,

DE ESPAÑA. 32^

Duesto que el silvido de las balas parecía querer derribar has- ta el caballo sobre que montaba. A lo cual cont^.stó con esa sangre fria esclusivamente suyas «No las oigo»

En cuanto al espíritu de los soldados en este dia, fué como siempre causa de admiración para sus gefes y oficiales.

Cuanto mayor eran los obstáculos que vencer mayor su animosidad y arrojo.

Los moros que siempre se hallaban acechando con ese es- píritu ratero y traidor que tanto les domina, el menor descuido de nuestras tropas, si descuido puede haber en los bravos y entendidos generales que las capitanean, se aprovecharon del aislamiento en que al parecer se hallaba por causa de su de- masiado avance, uno de los batallones de cazadores al mando del general Rios.

Como lobos tras de rezagado cordero se echaron encima millares de marroquíes de á pie y de á caballo, y en momento tan crítico aquellos valientes se vieron obligados á hacer esa terrible peripecia de los lances estrcmos que en el arte de la guerra se llama formar el cuadro.

Pero aquello no fué formar el cuadro sino construir un vol- can de nutrido fuego defendido por las inaccesibles puntas de las bavonetas.

Mas fácil hubiera sido penetrar en los antros de la muerte que romper aquel baluarte destructor defendido por soldados invencibles.

Advertido el General en Jefe de la situación de aquellos va- lientes partió cual una exhalación en su socorro.

Pero cuando llegó ya era tarde.

Es decir cuando llegó sus refuerzos eran ya inútiles. La morisma rechazada, destrozada y vergonzosamente huia despavorida de aquel cuadro de Marte, y de cuyos lados no

salía mas que la desolación y la muerte de los agarenos.

Este episodio tan glorioso del 51 de enero nos hace compren- der que el genio español no degenera ni un solo momento de la bravura (jue le es peculiar en los combates, y de seguro que el general Rios pudiera en aquellos instantes haber confiado en

42

550 EL HONOR

SUS soldados, como el heroico Guzman el Bueno encerrado en las murallas de Tarifa confiaba en el valor de los suyos al diri- girles lan guerreras esprosiones.

«No os asusten los fieros escuadrones «Que en lomo al muro su furor oslenlan, «Que al número no alienden los leones «Cuando en débil rebaño se ensangrientan. «Siempre los esforzados corazones «Sus contrarios combalen, no los cuentan: «iSeguidmel Y descargando golpes ciertos «Los contareis después de muertos. En suma: el raes de enero concluyó en aquel dia para el ejército español con glorias duplicadas. El se inició cubrién- dolo de gloria en los Castillejos y terminó con repetidas victo- rias en Guad-el Jdú.

Los estrangeros siguen acompañando el cuartel general, siendo testigo de lo que somos los españoles, y en particular los franceses que después de la batalla de Solferino se han

creído los únicos hijos de Marte, han llegado á convencerse de que nuestro ejército no tiene comparación mas que con los me- jores soldados de Europa.

Los Zijavos franceses son reputados como los mas intrépi- dos á la bayoneta; pero todos los franceses no son z\iavos^

Nuestros soldados son todos españoles y el hateine (1) que ellos han demostrado para la bayoneta, solo se ha conocido hasta ahora en los zuavos franceses.

(í) Aliento.

OE ESPANa.

331

C&PITULO XXVUI

Gran victoria del día 4 de Febrero. Julia y el emperador de Marruecos. -Mogador y Rabal:— Un recuerdo á nuestros antiguos amigos.

.¿AárS-í

A hemos manifestado, que indudable*

menle la acomelida tan terrible como

funesta que los moros dieron á nuestro

campamento de Guad-el- Jelú, tendría

^^F^giBP'— ' por objeto encerrarnos vergonzosamente

en el recinto de Ceuta.

Efectivamente; Muley Achmel segundo hermano del Em- perador, con numerosas huestes de refresco; poseído de ese va- lor brutal tan peculiar á los agarenos se creyó que seria tan fá- cil derrotarnos, y arrojarnos á nuestras playas, como malar indefensa y traídoramente desde el campo á los desgraciados centinelas de las murallas de Melilla, que no tomaban las pre-

332 EL HONOR

cauciones que tan repelidos casos habían hecho necesario im;r- ginar y que nuestros gobiernos habian sufrido conlinuamenle en mengua de la nación, y en descrédito del valor y del cora- zón español.

Para que una nación tenga un íntimo convencimiento de las debilidades ó eroismo de otra, es menester que pueda apo- yarse en hechos verdaderos.

Nosotros que sabemos leer, que tenemos continuamente á la vista la historia del mundo,, sabremos juzgar y deíinir por las acciones el carácter de cada nación, sus proezas, y sus elementos.

Pero los marroquíes no se encuentran en este caso.

Para nosotros los hechos de hace cien siglos son tan palpa- bles como los de hoy.

Para los muslimes un acontecimiento que sobre lleve el peso de un siglo está sumergido en la oscuridad de los tiempos.

Ellos carecen de historia.

Y la historia es la vida de las naciones.

Sin la historia escrita no tienen mas que las tradiciones de familia á familia.

Y estas tradiciones no las han tenido muy presentes, cuando han olvidado que en las Navas, en Glavijo en Granada, en Tú- nez en Oran y en Lepanto, las huestes musulmanas, han huido

.ante los aguerridos tercios castellanos.

Indudablemente sus tradiciones se han perdido, cuando se imaginaron que el valor español cedería ante la pujanza mar- roquí.

Pero ay! que el desengaño recibido en 18 combates, no se les olvidará tan pronto.

Sin otros tiempos efectos de los atrasos de la época, las victorias que sobre ellos obteníamos, tardaban mas, y hasta si se quiere la hacían menos.

Pero hoy, hoy que en tres meses de campaña, se han ga- nado cuantos combates se han empeñado, que hemos conse- guido ponernos á la altura militar de cualquiera de las prime- ras naciones de Europa, que hemos tomado una plaza de alta

DE ESPA?fA. 355

importancia raercanlil, y que nos hallamos como en otro tiem- po en el caso de imponer leyes, hoy repetimos los hijos del Islam, recordaran aquellos antiguos consejos, que sus madres cuando niños les contestaran, y recordaran la huida de Grana- da de Boabdii, el zofjoibi, la guerra de los moriscos, y la muerte de Barbaroja.

Como había dicho muy bien Muley-Admet, el golpe de gracia para Marruecos, solo de España podia venirles.

El éxito de la jornada del día 31, corroboró lo que había dicho á su hermano.

La nueva derrota del 4 de Febrero, seguia correspondiendo á lo que se esperaba.

Y la toma de Tetuan el dia 6, era el complemento de las desgracias que él presentía para su pueblo

Nuestro ejército tenia la misión en África de vengar á nues- tra patria de bárbaros insultos, de defender sus posiciones, y de avanzar conquistando.

¡Y que magnifica y gloriosamente ha llenado la misión que su patria le encomendara!

Los moros después de la acción del dia 31 se retiraron á sus campamentos de la torre de El halili y allí continuaban aterrados haciendo alarde de una fuerza que no tenían, pues estaban desmoralizados completamente, tratando de dilatar la entrega de la ciudad de Tetuan, cuyas esperanzas de resisten- cia murieron con la acción del 31 de enero.

Pero el conde de Lucena que no parece sino que en el arte de la guerra juega como vulgarmente se dice á cartas vistas, y que para no aminorar el brillo de sus glorias, no quiere an- ticipar nada, sino marchar con lodo el rigor de la ciencia, así que terminó las disposiciones y preparativos para rendir por lodos medios la plaza de Tetuan, se preparó á la ofensiva.

Famoso jugador de ajedrez era preciso dar un terrible ja- quemate.

Era necesario ganar el juego destrozando antes todas las piezas no dejando al rey mas queja casilla en que había desuciimbir.

554 EL HONOR

Antes de describir pálidauíenle como no podemos menos de hacrlo el gran día en i|ue las bantleras de su inedia luna hu- yeran despavoridas anle el león de iispafta, dedicaremos al- gunas palabras á los voluntarios catalanes que á las veinte y cuatro horas de su desembarque, recibieron el glorioso aunque triste bautismo de sangre, salpicándose con la de su valieute gefe, que halló en el combate la muerte de los héroes

Cuatrocientos leones desembarcaron el día o en las playas de la ria de Tetuan, y el general Prin, digno hermano de aque- llos que iban á combatir por la honra patria, los esperaba en el desembarcadero.

Apenas salló en tierra el conde de Reus en su mismo dia- lecto, les arengó de ese modo enérgico y sencillo que el hom- bre mas rudo comprende, porque se va derecho al corazón, y aunqoe quisiéramos transcribir todas sus palabras, nos seria imposible porque ese lenguaje no se imita, no se copia, es me- nester sentirlo, y admirarlo cuando no se puede pronunciar.

«Venis á un egércilo de héroes, les dijo, y es preciso que os mostréis dignos de vuestros camaradas, y que recordéis que vuestros antepasados pasaron las termopilas, no basta que lu- chéis, hay que ir derechos á los cañones y cogerlos para pre- sentárselos á nuestro general. »

Los voluntarios le prometieron hacerlo así, y al día si- guiente supieron cumplir su promesa.

Aquella noche fueron tratados á cuerpo de rey, como dijo el mismo Prim, pero al iomediato dia, se mostraron los dignos representantes de los bravos catalanes.

II

Amaneció por fin el dia 4

Durante las primeras horas del crepúsculo, la menuda llu- via que caia, molestaba algo á nuestros l)ra\os.

Sin embargo, la diana resonó por el espacio, se lomó el

café, se levantaron las tiendas, y momentos después, batallón

^ DE ESPAÑA. 355

tras batallón formados en masa, tomaron la dirección del campo

enemigo.

La artillería avanzaba en el centro, cubiertos sus dos cos- tados por las divisiones de ios generales Prim y Ros de Glano.

Sobre el cenagoso terreno por el que adelantaban nuestras tropas, no se oia mas ruido que el de las pisadas de los caba- llos V de los infantes.

Ni una voz, ni una palabra revelaba la marcha de aquellos millares de hombres.

Toda la vida se había concentrado, por decirlo asi, en el movimiento.

En momentos tan supremos, el labio ahoga todas las es- presiones, Y el corazón solo en su agitación inquieta, espresa un mundo de sensaciones.

Cada uno de aquellos hombres tenia una familia, que anhe- lante, seguía sus pasos por el suelo africano, y cada hombre al ir á jugar ese tremendo albur con la vida, no podía menos de recordarla.

Y cuando esa voz misteriosa de la naturaleza representada por una madre, por una esposa ó por un hijo, grita en el fondo de nuestra alma, todas las palabras son frias, todos los sonidos son impotentes, y solo el corazón puede responder á la voz del alma.

Por eso el cuadro que ofrecía la marcha del egército eca tan solemne, tan atenador, tan sublimemente magnifico.

Admirablemente dispuestos todos los elementos de aquella gran máquina, solo esperaban una voz, una señal del inteli- gente director, cuya vista dominando todo el espacio, iba á fijarse brillante y escrutadora en las líneas enemigas.

Y el silencio continuaba con mas persistencia.

Y la causa ora que el peligro se acercaba mucho mas. De pronto se vieron a lo lejos algunas nubes blanquecinas

seguidas de una detonación que retumbó entre las montañas, y algunas balas penetraron en nuestras filas.

Volvieron estas á cerrarse, y el egército continuó su pausa- da marcha.

556 EL HONOH

A su voz nuestra artillería por medio de sus gargantas de bronce, lanzó sus roncos sonidos, envueltos entre sus palabras de liierro.

Todos los ojos se fijaron en el campo marroquí.

Se empezaba á aspirar el olor de la pólvora, y los pensa- mientos de familias, patria y amigos, se iban olvidando.

El peligro empezaba á manifestar su estriña atracción.

Y á los disparos de nuestros cañones, contestaban los mar- roquíes con otros no menos nutridos.

Nuestra artillería hábilmente dispuesta los envolvía por de- cirlo así en un círculo de fuego.

De pronto una detonación tremenda retumbó por todo el espacio.

Nubes de humo se esparcieron cubriendo el campamento marroquí con sus cenicientos encages.

Aquellas nubes impelidas por el viento vinieron hasta don- de estaban nuestros artilleros, y cerniéndose sobre sus cabe- zas, permanecieron algunos instantes en calma.

Era la aureola que Belona les concedía por lo certero de sus disparos.

Un alarido salvage, inmenso, aterrador se había seguido á aquella detonación.

Y envueltos entre los torbellinos de humo, miembros pal- pilantes, alíiuiceles, medio quemados, y trozos de madera, vo- laron por el aire.

Nuestros proyectiles habían incendiado sus depósitos de municiones, y las nubes de humo que vagaban sobre las ca- bezas de nuestros soldados, eran la corona concedida por la diosa de la guerra.

Y sin embargo los moros resistían á aquel enemigo que se acercaba silencioso, pero mas temible en medio de su sombrío silencio.

El canon suspendió sus funciones.

Hubo otro momento de (¡uietud; momento solemne en el cual se comprendía cuanto iba á suceder y que dejaba pensar á nuestros valientes en todo lo mas querido de sus corazones,

. OE ESPAfÍA. 3Sí-

y en el que levantaron sus ojos á Dios para enviar por su Di- vina mediación sus tal vez ¡ayl últimos recuerdos de amor á cuanto se hablan dejado en la madre patria.

Las cornetas ordenan el paso de ataque y los batallones al mágico grito de «Yiva la Patria» y «Viva la Reina» calan ba-*; yonetas y cual impetuoso y destructor torrente se lanzan sobre el campamento enemigo, escalan sus trincheras', y se disemi- man por él ardientes de gloria y de venganza sembrando 1^, muerte la desolación y el espanto entre los hijos del Profeta.

El bravo entre los bravos, el héroe catalán, el nunca bien ensalzado valiente Conde de Reus, olvidando sus títulos, sus grados, sus condecoraciones y mas que todo la conser- vación de su interesante existencia, es el primero que cual? simple soldado se lanza espada en mano por una de las tro- neras, penetra en el campo marroquí, atraviesa de una esLo*^ cada á un artillero dispuesto á dar fuego á una pieza de ar-n tilleria y continua su frenética carrera, haciendo huir á los hi- jos de Agar, mas despavoridos á la vista de semejante men- sagero de la muerte, que ante las iras del Profeta.

Los voluntarios catalanes le seguían y todos héroes, seguían el egemplo que su caudillo les daba.

Alli peleando uno, contra diez vieron caer á su comandante y disminuir sus fuerzas casi una tercera parte.

Pero esto no los aterraba.

En una vasta estension de terreno, se veían aparecer, en medio ^e los blancos alquiceles, y de las chichias musulmanas, los gorros encarnados de los hijos de Cataluña, » - - ii -

Se asemejaban á un campo de azucenas, esmaltadíy á #eí^' chos perlas rojas amapolas. v, , "j

Mientras por la derecha el cuerpo del general Prim áe' cu- bria de gloria, por la izquierda el de Ros do Olano no la ad- quiría menor. ^' ' '^ '-"'' ^^^-^ . Incapaz de contenerse el general en ge fe, en medio del en- tusiasmo infinito que reinaba en todos los corazones, seguido de su cuartel general, se lanzó sobre las trincheras enemigas, y la lucha se generalizó completamente.

43

538 EL HONOR

Horrible era el cuadro que presentaba el campo de batalla.

Las voces de los generales se dejaban oir en medio de las repelidas detonaciones de- las armas de fuego.

Los moros so defendían con un valor superior á todo cuan- to podamos decir.

Las cornetas tocaban furiosamente sus aires de ataque.

El olor de la pólvora se aspiraba con cierta especie de em- briaguez.

Por aqui so veia un montón de cadáver e

Mas allá dos soldados sostenían á un oficial que habla caí- do herido al frente de su compañía. -,^ .

Y ios relinchos de los caballos, los estrepitosos toques de las músicas, los atronadores disparos de los cañones, los ge- midos de los moribundos las voces de los vivos, y los ayes de los heridos, formaban el mas discordante y aterrador con- cierto que se puede imaginar la fantasía.

La matanza era horrorosa.

No podemos elogiar á ningún batallón en particular.

Todos eran héroes, y se portaron como tales. .a i. i^.^,;.r.

Campamento tras campamento todos fueron cayendo en nuestro poder, apesar de estar defendidos con un valor que honraba al de nuestros soldados.

Aquella embriaguez causada por la pólvora, por las mú- sicas y por los gritos, i aquella especie de vértigo que sentían los españoles, era imposible que nadie hubiera resistido.

En esos momentos en que el hombre se olvida de todo, hasta de la muerte misma, el valor se centuplica, y es cuando se llevan á cabo esas grandes hazañas, que la historia escribe en sus páginas con letras de oro.

La victoria tardó muy poco en conseguirse, sin haber es- tado indecisa un momento.

Y como ya hemos dicho antes no fué por que los marroquíes no se defendieran.

Pero fué tan brusca, tan instantánea, tan atrevida y tan pujante la embestida de nuestro egército sobre el campo ene- migo, que en menos de tres cuartos de hora sufrieron los mo-

frÉ ESPAÑA. 339

^os la derrota mas completa que puede leerse en ' los anales de las guerras, y después de dejar el suelo cubierto de cadá- veres, el resto de un egército de 35,000 hombres tuvo que huir vergonzosamente abandonando á nuestras armas, sus ca- dáveres, sus heridos, sus tiendas de campaña é infmidad de barriles de pólvora, sus cañones, sus banderas y hasta el equipo de sus gefes y soldados.

Pero ah! estaba escrito que, en cuantas acciones se empe- ñasen con los españoles, en otras tantas habían de ser ven- cidos los sectarios del Yslam.

En cuanto á las ventajas que para nosotros debía reportar esta imperecedera victoria son incalculables.

Ella debia de abatir completamente la audacia fanática del egército marroquí destrozado y diseminado por toda la co- marca, r >:v.„,

Tenia que abrirnos y nos abrió á los dos días las puertas de Tetuan, cuya desgraciada población sufrió un repugnante saqueo por la misma tropa que la había de defender horas an- tes de entrar en ella el egército español, cuya posesión tuvo que acelerar para imponer en ^lla la moralidad y el orden.

i Que ejemplo de tanta trascendencia moral para el espí- ritu de afjuel país! | Los enemigos asegurando ¡as vidas, las haciendas, el reposo y la tranquilidad á los avasallados ha- bitantes de Tetuan!

Y por fin esta victoria levantaba á un grado inmenso de honra y consideración al egército español que en un número casi medio, destrozó haciendo huir aterrado á un egército in- finitamente mayor en el espacio de cuarenta y cinco minutos, siendo tan grande el entusiasmo que el valor de nuestros sol- dados causara en los ánimos, que un corresponsal francés tes- tigo también de tanta bravura, no pudomenos de esclamar arrebatado de admiración. \La Francia y la España juntas^ pueden eonquistar el mundo entero !

Aquella misma noche nuestro egército acampó en el mismo sitio donde horas antes habían estado los musulmanes, y ebrios

540 EL HONOR

(le gozo los oficiales y soldados, solemnizaron la gran viclorítl que habían conseguido.

La división del general Rios, no pudo disfrutar de la glo- ria de sus compañeros.

►. : Pero que la importaba j en los dias 23 y 31 habia tejido lp3 laureles que la hablan de inmortalizar. :

Guardando las posiciones de la ribera do Guad-el-Jelu, y el formidable reduelo de la Estrella, aunque de lejos, saboreó como debiael triunfo de sus camaradas.

III

Ya es tiempo de que digamos á nuestros lectores algo de lo que hizo Julia para salvar á Zaard.

Como van tan intimamente ligados los acontecimientos de nuestra novela, con los hechos heroicos, nuestros lectores nos dispensarán si retardamos algún tanto el describirles la toma de Tetnan, retardo que procuraremos compensar, dando los detalles y descripciones de tan memorable acción. , i El muetzin acaba de agitar la bandera blanca en la torre déla gran mezquita de Mequinez, llamando á los buenos cre- yentes á la oración, cuando por una de las estrechas bocas-ca- lles aue desembocaban en la plaza donde se alzaba la resi- dencia del Xeriffe, apareció un lucido escuadrón compuesto de cien gineles, cuyo aire marcial llamaba estraordinariamente la atención.

A la cabeza de ellos, nn joven de belleza estraordinaria marchaba con gentil desembarazo, dejando flotar al viento su airososo alquicel.

Una multitud inmensa seguía á la brillante cabalgata vic- toreando al gefe de ella.

y tenia razón para ello. '¿oir^^ vez en cuando cada uno de aquellos ginetes arrojaba

m EéPAílA. 34 i

al pueblo un puñado de monedas que este se apresuraba á recoger.

Así llegó la comitiva á las mismas puertas del palacio. Allí formaron en masa, y el que hacia cabeza de aquella gente, descalbalgó de su corcel, y penetrando en el regio edificio, atravesó palios y habitaciones, hasta que llegó á una especie de antecámara donde estaban reunidos todos los oficiales del emperador.

Apenas vieron la riqueza del trage del recien llegado, co- mo el servilismo y la bajeza son las cualidades que ma« dis- tinguen á los musulmanes, se dirigieron á él preguntándole.

Allah te guarde, ¿qué deseas?

Ver á el padre de los buenos creyentes, contestó con al- tivez el joven.

Quién eres?

—Soy Ybrahim-H * as- al-Kaik, hijo de Sidy Jerdah-H ^ as-al Kaik, príncipe de los Huled-Ben-Jassi, que habitan á el otro lado del gran desierto.

Y para que deseas ver al grande entre los grandes, al poderoso é infalible Sidy Mahomed, preguntó el Alcaid ó go- bernador del palacio que á la sazón habia entrado en la es- tancia, escuchando las últimas palabras del joven.

Para hacerles presentes mis respetos, y pedirle su venia antes de partir á la guerra santa.

vas á la guerra contra los bárbaros cristianos?

—Si. y mi padre el querido dei señor, Sidy-Jerdha-Hás-a Kaik, me ha encargado que presente al Xerife como débi muestra de su aprecio todo lo que llevan tres camellos que guardan mis esclavos alas puertas del AZ-Aa^ar, asi como también que reparta entre los oficiales de palacio arenas de oro del Uel-Djured, tarros de agua de los sagrados manantia- les de Zem-Zem, y pieles y plumas y tegidos como no se fabrican ningunos en el imperio.

A semejantes palabras, todos los musulmanes alli presen- tes, se hicieron un arco, tan profundas fueron las zalas que hicieron al opulento príncipe.

542 EL HONOR

El gefe del palacio encubriendo el gozo que sentía con una afectada gravedad le dijo.

:=i=Allah, le conceda sus beneficios en la misma proporción con que repartes lus dones, voy inmediatamente á participar á nuestro señor tu llegada. ' '

Y tras estas palabras desapareció por una de las puertas de la estancia.

Momentos después alzando un tapiz volvió á aparecer di- ciendo.

El poderoso apoyo del Islam, el magnifico y sublime em- perador Sidy-Mohamed, te concede la honra de que le veas; puedes pasar, príncipe de los Huled-ben-Jassí

Decid á mis esclavos que suban los regalos, dijo el prín- eipe dirigiéndose á los oficiales.

Estos no se hicieron repetir aquella orden, y momentos después una multitud de negros, precedidos de su joven amo, penetraban en la estancia del emperador, casi abrumados por el peso de los enormes fardos que llevaban.

Armas europeas de un trabajo esquisito, mosaicos de una delicadeza estraordinaria, rosarios bendecidos en la ¥eca, plu- mas de avestruz, alquiceles de un lino tan fino y suave como la seda, perfumes, pieles, babuchas, collares, y brazaletes para las mujeres del emperador, objetos casi desconocidos en la capital del imperio, tales eran los regalos que el joven prin- cipe desplegaba ante los asombrados ojos de S. M. Xeriffiana. Mi padre, estará muy satisfecho, con que sus ofrendas sean de tu agrado, dijo el príncipe después de haber desliado todas aquellas maravillas.

Muy descontentadizo habia de ser, sino me agradasen trs regalos, házselo asi presente á tu padre cuando puedas verlo, y dile que siempre tendri en mi un amigo.

Allah colme de bendiciones los dias de tu imperio sobre la tierra, y te guarde un lugar en su paraíso, ahora ya no me resta mas que partir si tu me das tu permiso. »feei

—Antes de que te vayas á esponer á los azares de una güér-

DE ESPAÑA. 545

ra, desearía ofrecerte algo que al par que te agradase, te de mostrase mi agradecimiento.

Si de recompensa hablas poderoso señor, ya lo estoy su- ficientemente con que hayas aceptado ios regalos de mi padre? contestó con escesiva modestia el principe.

Ya que de ese modo no lo admites, al menos dime lo que deseas como recuerdo mió.

Pero...

Busca entre mis caballos, elige entre mis armas, la que mejor te parezca, y por costosa por estraña que sea, por gusto que yo tenga en poseerla, mayor lo tendré en que esté en tu poder.

Piesto que tanto me obligas, no tus armas, no tus caba- llos, es lo que deseo; tiene fama tu harem de encerrar las mu- geres mas hermosas del mundo, yo como buen creyente adoro á- esas ohuries que el profeta ha enviado á la tierra para endul- zar algunos momentos de la vida del hombre, déjame que elija dos entre todas ellas.

Concedido, y no dos, sino cuantas desees, verás mugeres de todos los paises^ y de todas las razas, todas tan hermosas como los mas deliciosos ensueños del opio ven conmigo, y tu- yas serán todas las que quieras.

Alzóse el emperador de sus mullidos almohadones y segui- do del principe atravesaron el ¡ardin y penetraron en el harem.

IV

Dos eunucos guardaban la entrada de aquel santuario del placer.

Por una delicada puerta cubierta de primorosos calados, se entraba á una espaciosa sala de pavimentos de jaspe en cu- yo centro se veian dos tazas de mármol con puros y cristalinos surtidores de agua.

344 EL HONOR

Ventanas de forma de herradura, cubiertas de espesas ce- losías daban á el jardín desde el (jue subían á enredarse en ellas, los jazmineros, y las madre selvas.

En los lienzos de las paredes, se veían pintados el paraíso, tal cual Mahoma se lo promete á sus elegidos, y mugeres de una billeza sublime, derramaban sobre los dichosos musulma- nes la encantada copa de los placeres.

Perfumeros invisibles embalsamaban la estancia.

Pájaros encerrados en jaulas de palo de rosa, lanzaban ai espacio sus armoniosos cantares.

Estensos y mullidos divanes de raso y terciopelo, circulan el aposento, y sobre ellos, en las mas voluptuosas posturas, mugeres como había dicho muy bien el Xeriffe, de lo mas hermoso que en el mundo había, desplegaban á la vista dei príncipe los inmensos tesoros de sus gracias.

La negra de la Abisinia mal encubierta con un velo de en- caje blanco, lucia sus arrogantes formas contemplándose ante un espejo que se veía en uno de los estremos del salón.

La griega tan severa en sus acciones como las estatuas de su pais. desdenando aquellos adelantos de la industria, veía re- tratarse su belleza sobre los transparentes cristales de la fuente.

Mientras que la georgiana tan voluptuosa como la atmós- fera de su tierra, rodeada de perfumes, envuelta enlre gasas velados sus ojos por las negras pestañas, arrancaba melodías estrañas y suaves de su guzla de marfil.

Allí las argelinas, las encantadoras mujeres de Tunéz, las bellas hijas del Asia, todas lucían sus formas admirables, y to- das hablaban poderosamente á los sentidos.

A la entrada de su señor, no hicieron movimiento alguno,

pero al ver al príncipe todos aquellos ojos femeniles, lanzaron A través de sus velos de pestañas una mirada larga, ardiente y abrasadora, que fué á estrellarse ante la fria espresion del rostro de aquel.

Ei emperador \\o pudo menos de reparar en aquella indife-

rancla. —Qué, acaso no te agradan estas mujeres? le dijo.

ÜE ESPAÑA. 545

—No, porque en ellas no encuentro nada de nuevo. Pasaron á otra estancia.

Pero en ella encontraron las mismas mujeres, las mismas formas y las mismas bellezas.

Ninguna de ellas consiguió llamar mas la atención del jo- ven príncipe.

^\ Al final de la tercera sala, habia una puerta que llamaba la atención por lo primoioso de sus calados.

Aquella puerta iban á pasarla de largo, cuando el principo llamando al emperador, le dijo:

Señor, estamos en el Serrallo, y me has ofrecido en- señarme todas las bellezas que este contenga ¿por qué no pe- netramos en esa estancia ?

Esa la reservaba para la última, contestó visiblemente contrariado Sidy-Mohamed, pero si quieres pasaremos ahora, aunque de antemano te aseguro que no le ha de gustar la mu- jer que ahí se encierra. Y por qué?

—Porque es una de esas bellezas vulgares, que nada dicen á los sentidos, y tu que has desdeñado a tantas hermosas no creo que tuvieras el capricho de desear lo peor.

Tu mismo sabes qne los príncipes tenemos á veces capri- chos muy estraños, y en fuerza de tener siempre al alcance de nuestra mano lo mejor, deseamos lo peor, y en prueba de ello, mira, prosiguió el joven señalando á las odaliscas que es- maltaban el salón; todas esas mujares son hermosas todas, son mas bellas que esa pobre judía que yace sola en ese almohadón, á donde tal vez nunca se hayan fijadoílus miradas, pues bien? esas mujeres nada rae han interesado, y esta ha llamado mj atención ¿ me la concedes?

Sí. tuya es; contestó alegremente Sidy-Moharaed que creía que aquel incidente haria olvidar al principe la puerta misteriosa.

, Pero no sucedió asi. 5.,,^, , , ^ ,,

—Ahora prosiguió, entremos site place, te digo, en esta es-

44

346 El HONOR

lancia, porque preveo que esa otra belleza lan vulgar como tu dices, me ha de gustar también.

< Veo príncipe que tienes muchos caprichos muy raros, dijo el emi)erador lanzando una mirada de una cspresion particu- lar al joven, que no hubiera podido menos de estremecerse si la hubiese visto.

Tocó el emperador un resorte que habia en la pared, y la puerta giró sobre sus goznes, i

Nada mas encantador que aquella estancia.

Doce columnas de jaspe sostenían una airosa cúpula pin- tada de azul con estrellas de oro.

En el espacio que habia entre las seis columnas del fondo, unos jarrones de mármol guardaban las raices de unos jazmi- neros, que se enredaban entre ¡as columnas, y cerraban aquel templete que respiraba voluptuosidad y amor.

Del centro de la cúpula pendia una jaula de alambre de oro, donde un ruiseñor, lanzaba las mas estrañas, las mas duN ees, las mas suaves armonías.

En el centro de aquel templo, un diván de damasco ne- ^ro, hacia resaltar doblemente la belleza de la mujer que so- bre él se asentaba.

En los ángulos de la estancia dos hadas de pórfido, soste- nían unos braserillos de oro, de los que brotaban nubes de humo, impregnadas de la mas esquisita fragancia.

Cubierta de gasas, la mujer que estaba reclinada sobre e\

diván, y rodeada de los blanquecinos vapores del incienso, lenia im no se que de fantástico, que subyugaba por decirlo así, la imaginación. - j»' a

El príncipe no hizo la menor muestra de asombro al pe- netrar en la estancia.

La dama, se alzó el velo que cubría su semblante, y fijo su inquieta mirada en los recien llegados.

Todo su rostro espresaba una sorpresa mezclada con una especie de inquietud.

Y apesar de eso era una mujer estraordinariamente bella.

Zaord, pues era ella la dama de la habitación reservada,

OE ESPA5ÍA. ^W¡

al cambiar de aposento, con el dolor que sentía habia cambia- do de carácter su hermosura.

La melancolía al esparcirse por su rostro habia añadido un encanto mas á los que poseia.

Siempre lo mismo, habia dicho el principe al entrar, siem- pre las mismas flores, los mismos perfumes, la misma her- mosura. -^ i ^ '

Ves como te habia dicho' niiíy bien que no te gustaría? le dijo el emperador.

Me la habías pintado como una estrañeza, y no lo es, dime, prosiguió el joven dirigiéndose á la dama, ¿cómo te lla- mas porque presumo que tu nombre ha de guardar cierta ana- logia con tu belleza. -

Ya iba la dama á contestarle, cuando una seña que el em- perador la hizo, aprovechándose de que el principe no podía verle, ahogó la voz en su garganta.

Que ¿no me contestas? ¿Acaso no comprendes el idioma en que te hablo?

No le contesta porque es muda, le dijo el Xeriffe.

Muda!... pues he ahí precisamente la muger que yo ne- cesitaba, tu me has dado una palabra, cúmplemela, dame á esa muger.

Si el joven hubiera podido leer lo que pasó en aquel mo- mento en el corazón del emperador, de seguro que hubiera te- mido por su vida. ' ' Este llevó la mano á la empuñadura de su corvo yatagán, peio se contuvo, y como si hubiera encontrado una idea que satisfaciera eumplidame^íte su deseo, sonrriyendose con afabi- lidad contestó al príncipe.

Puesto que tanto deseabas encontrar una muger como es- ta, yo te la cedo con mucho placer, y quedo muy satisfecho con que en mi palacio hayas encontrado lo que tanto ansiabas.

'^--Gracias sublime y generoso señor, nunca podré olvidar tus mercedes.

Y cuando quieres llevarte á tus dos mugeres? preguntó Sidy-Mohamed.

548 EL HONOR

^i;r~Cuan(io tu rae las entregues.

Inmedialamenle voy a dar las disposiciones necesarias pa- ra que te sigan á donde quiera que vayas.

Abandonaron la estancia, y al cabo de algunas horas sa- lían por una de las puertas de Mequinez, cien ginetes llevando en su centro dos especie de literas y al lado de una de ellas, iba cabalgando airosamente el joven príncipe que hemos visto hablar con el emperador de Marruecos.

Casi al mismo tiempo por otra puerta sallan una multitud de soldados de la caballería negra de S. ,JJ. marroquí, y vol- viéndose el gefe á los ginetes les dijo. n' '< .-- Animo, soltad las bridas y á galope; hemo de caer so- bre los soldados del príncipe antes de que puedan clavar sus tiendas.

Y cumpliendo los soldados la orden de su alcaid, dejaron á sus corceles que galopasen , por la llanura en persecución del j(Wen principe de los Huled-ben-jassi.

V

Antes de pasar adelante haremos una ligera reseña histó- rico geográfico política de las ciudades de Rabatt y Mogador; reseña que consideramos indispensable para la perfecta inteli- gencia de nuestra narración.

La primera de dichas ciudades llamada en árabe Er~Rebatt y Rebatt-ul-fatahh es por su situación hidrográfica la mas im- portante de cuantas comprende el imperio de Marruecos por mas que en el día haya decaído del esplendor que en otro tiem- po tubiera.

Situada en la parte Septentrional de la provincia de Tre- mecena sobre el rio Buregreb y bañada por las aguas del Occeano, es Rabatt la población del imperio (juc condiciones fli^ vientajosas para el comercio reúne.

Por eso desde el siglo XU hasta el XVíIf la vemos hacer

DE ESPAÑA. 349

en grande escala el comercio con todas las naciones europeas, principalmente con las Occidentales; todas ellas tenían allí su^ Consulados y muchos establecimientos mercantiles de grande importancia: pero envuelta á principios del último siglo fu una sangrienta guerra civil producida por los Xerifes Muley Mustadi y Muley Abdallah, que se disputaban entre el manr do de la Provincia hubo de sufrir un sitio de catorce meses con todos los horrores consiguientes. . :, ;

Poco después envidioso Sidí -Mohammet de la prosperidad de Rabatt, que ya repuesta, principiaba á adquirir, la volvió á sitiar en 1755 y aunque, después de defenderse heroicamente se rindió por capitulación, fue tratada por el vencedor con la mas refinada crueldad, propia de un despota, faltando á los solemnes compromisos á que en el acto de la entrega se obligara. ;^.,irí.

Abrumada desde esta época por las injustas y caprichosas exacciones de sus emperadores, que han visto en ella un cebo para su codicia, Uabatt ha decaído estraordinariamente como dijimos al principio de su antiguo esplendor. , noiooivnoo

Apesar de todo cuenta en el día con 27, ó 28C00 habitan- tes entre los cuales unos 6000 son hebreos que hacen su jCO- mercio, no solo con la capital y con el interior del país, sino también con Europa. .

La ciudad está atravesada de uno a otro eslremo por cua- tro anchas y espaciosas calles adornadas de frondosísimos áji'r boles frutales y de algunos edificios muy notables construido?; con las piedras de una rica cantera que cerca de allí se en- cuentra y bajo la dirección según se cree de arquitectos es- pañoles.

Todas las demás, son angostas callejuelas que á algunijs de las cuatro calles antes citadas conducen.

En el centro de la población y en la parle meridional de un estenso cuadrilátero (pie forma una gran [)liiza digna de nuestras capitales de Europa, se eleva una mezíjuila magnifica mandada construir en el siglo Xll por el célebre Ajmanzor.

Todo en ella es grande y sublime. ^^ ^i

^t HONOH

Su magnífica portada daba una idea de la suntuosidad y belleza que interiormente debian reinar.

Efectivamente, después de atravesar el veslíbulo que la circuye, el espíritu se conmueve profundamente al contemplar una inmensa nave sostenida por colosales columnas de mármol: que parece imposible que su egecucion sea obra del hombre. ^" Nosotros que durante la gloriosa lucha que España sos- tiene con el africano imperio, hemos visitado los sitios porqué ' su victorioso egércitó ha atravesado y visitado la ciudad de Tetuan recientemente conquistada, habíamos creído que en los árabes que un tiempo nos dominaron, había mujrto aquel genio de (pie en nuestro país dejaron tan indelebles recuerdos, en su Alhambra, en su Generalife, en su Mezquita de Górdova y en tantos y tantos monumentos que son aun en el día la ad- miración de naturales y estrangeros.

Pero nos habíamos equivocado, la mezquita de lia ciudad 'tjüé venimos describiendo, -es una prueba de ello. ^"^•■'Y' ciertamente quenos alegramos mucho, pues era tal la convicción que teníamos, que habría sido muy probable que ar- rastrados por ella, hubiésemos imbuido á nuestros lectores en un error de que no nos hubiéramos penJonado jamás.

Al frente de la puerta de la entibada y al fin de la nave que las anteriores reflexiones nos ha sugerido, se veía pen- diente de una caprichosa varita formada de circuios de metal dorados, una jaula de la que colgaban infinidad de hilitos de diferentes clases y aun colores, cada iino de los cuales repre- senta un especial favor otorgado milagrosamente por el Pro- feta á las personas de quienes procediau.

El pavimento está formado de piedras marmóreas bastante bien pulimentadas.

En la ciudad apenas hay casa que carezca de un jardín: algunos de ellos, especialmente los que pertenecen á las fami- lias acomodadas, son deliciosísimos.

' Esta es la razón porque en algunas estaciones del año se respira dentro de ella una atmósfera perfumada que convida á la voluptuosidad.

DE ESPAPÍA. 35 r

En la embocadura del rio Buregreb sobre el que como yá^= sabemos, se halla la ciudad, se construyó por el mismo Alí-' manzor un fuerte castiHo con sus almacenes y casamatas, de cuya fortaleza destruida por Sidi-Mohamet, hoy apenas que- dan las señales.

Este mismo príncipe, cuyas conquistas abrazaron una parte de España, conociendo que colocada Rabalt en el centro del litoral atlántico, podria llegar á ser el punto mas interesante para el desarrollo mercantil y prosperidad de sus estados, trató de hacerla capital de su imperio. > t"^

Al efecto la circundó con fuertes murallas y la guarneció^ con torres cuadradas en forma escalonada en un espacio de dos millas de diámetro.

Proyectó también y aun puso en egecucion la limpia y ar- reglo de la desembocadura del Buregreb con el objeto de que por él pudieran atravesar las embarcaciones.

Y ciertamente que de haber conseguido Almanzor ver rea- lizado su pensamiento, Rabatt hubiera sido la primera pobla- ción africana.

Pero distraído con otras mas graves ocupaciones; no logró conseguirlo, i Pluguiera al cielo que nosotros, que en mucha parte contribuimos a la ¡rrealizacion de sus proyectos, fuése- mos los continuadores de él, y los que le pusiéramos en planta para bien de nuestra patria !

Advertiremos antes de concluir esta descripción, que al oriente de Rabatt hay un sitio llamado Schella, el cual es con- siderado por los musulmanes como un lugar sagrado, á causa de los muchos sepulcros que contiene, y que son visitados desde lejanas tierras.

La ciudad de Mogador, fundada por Sidi-Mohanmet des- pués de la conquista de Rabatt, con el objeto de quitar á esta

352 EL HONOR

liUima la importancia comercial, es el penúltimo puerto de Marruecos.

Recibe también el nombre de Subeirak auníjue mas co- munmente se la llama Mo^^odur; nombre de un santón que en la población se venera.

Tiene unos 12, á 14,000 habitantes entre moros y judíos que todos ellos se dedican al comercio. ^.j: Apesar de que el terreno es en gran parte pedregoso, han sacado los naturales por su industria gran partido de él, mer- ced al decidido empeño mostrado por los emperadores para embellecerla.

Abunda por dicha razón en árboles frutales de todas clases, está rodeada de hermosas huertas, y su comercio consiste principalmente en gomas, lanas, cera y pieles.

Se divide en dos partes: en la una llamada Cindadela re- siden el Bajá y agentes consulares de las naciones Europeas, y en la otra jos hebreos.

Ambas están rodeadas de murallas.

El puerto al Mediodía de la ciudad, es de escasa impor- tancia desde que la escuadra francesa lo bombardea.

Del puerto se va á la ciudad en boles ó canoas.*.

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DB ESPAfli.

353

CAPITULO XXVII

Efecto que causó en los moros la derrota del dia 4. Se prei'entan co misionados de Tetuan al General en Jefe, para tratar de la entrega de la plaza. Recuerdos de la acción del dia 4. En Tetuan.

OMPLETAMENTE batJdo el egércüo raarro- qui, no obstante las escelentes posi- ciones que ocupara por nuestro inven- cible egército, en la gloriosa jornada del 'dia 4 de Febrero, introdujóse en él el mayor desorden y confusión.

Los mismos gefes superiores dieron á sus subordinados el vergonzoso egemplo de ponerse en precipitada fuga.

Cada cual anheloso de salvar su vida corría desaforada- mente por los sitios que por mas seguros tenia.

45

554 . ÉL HONOR

Los habilanles de la ciudad i i/. pacientes y con la mayor ansiedad esperaban el resultado del sangriento drama, que cerca de alli se estaba representando.

Aun conservaban á pesar de los continuados triunfos, que hasta entonces nuestras huestes habían conseguido de las hor- das africanas, que esta vez la suerte nos fuera adversa.

y hasta cierto punto no sin fundamento abrigaban esta esperanza.

El número de el egército africano . uadruplicaba el de el nuestro.

Notable es á este propósito la contestación dada por el va- liente caudillo que conducido las tropas españolas á la vic- toria, á la persona que le manifestó que tenian siete moros pa- ra cada cristiano» aPues bien yo tengo siete granadas para cada moro, dijo.»

No podemos nosotros describir la sorpresa con que los habitantes de la ciudad, vieron llegar á los suyos.

Pensaban, como parecía natural, que reunidas ias fuerzas dispersas seria hasta el último estreaio defendida por los her- manos del Emperador, según este lo tenia anteriormente or- denado.

Pero segunda vez su esperanza quedó burlada.

Breves momentos bastaron á sacarles de sa error.

La voz de Muley-Hamet que trató de concentrar en aquel punto las fugitivas kabilas fué desoída. Sus órdenes completamente desobedecidas.

Y no bastó que les dijera que la guerra que sostenían era santa porque se dirigía contra los cristianos.

Y que para mas bonancibles tiempos, su hermano el em- perador, les recompensaría de los servicios que ahora les prestasen. ^ . ,

Y que á Wó'mliré d'eí profeta, por quien peleaban les ofre- ciese un imperecedero mundo lleno de delicias y voluptuo- sidades.

Porque habían cobrado miedo al egército cristiano y el solo nombre español, les hacia temblar.

DE espaNa. 355

No quedan volverles á ver la cara, y mucho menos ponerse al alcance de sus tiros, ni por su religión, ni por su felicidad temporal ni eterna.

Desesperado el gefe superior de las hordas raarroquies por el inesperado resultado de su peroración, no tuvo mas remedio que dejar la ciudad abandonada en poder de aquellos subleva- dos salvages, que hubieran sido capaces de acabar también con él.

Y de seguro que lo habrían llevado á cabo si el corrido caudillo no hubiese empezado á correr, dejando contra su vo- luntad, muchas de las cosas que le pertenecían en poder de

sus soldados. iui :::h

El paradero del otro gefe superior Muley-Abbas, se igno - raba; solo se sabia que abandonado también por sus kabilas, había pasado fugitivo por medio de la población, sin detenerse un punto en ella.

Las escenas de muerte, pillage, estrago y desolación de que la ciudad fué teatro, y sus hobitantes victimris- por los mismos que estaban encargados de su defensa, son incon- cebibles.- '♦^^'■" .''h'mí\h\h\í. o!x

Para dar de ello una idea á nuestros lectores vamos á con- ducirles á la escondida habitación de una casa, perteneciente á uno de los moi'os mas ricos y respetados en la ciudad, donde á la sazón se estaban ocupando de estos acontecimientos.

. La casa en donde nos vamos á permitir acompañarles, situada al Mediodía de la población y en una de sus mas apar- tadas calles, nada de notable ofrecía en su aspecto esterior. ;.,.., Al contrario la puerta de entradaj baja y estrecha, las pe- , quenas, altas y desordenadas ventanas que se distinguían, y la * desigualdad del piso que la circuía, hacían Ibrmar una idea

356 EL HONOR

bien poco propicia del buen gusto arquitectónico de sus mo- radores.

Si á esto se añade el profundo silencio en que estaba su- mida, la soledad que dentro, fuera y en sus alrededores reina- ba, no interrumpido el primero sino por el li^^ero crugir de la puerta que de cuando en cuando se abria para dar paso á al- guna persona que recatada y ligeramente se aproximaba, acer- cando sus labios á la cerradura para pronunciar sin duda algunas misteriosas palabras que hacian que la puerta se abriese y que interrumpia la segunda, hubierase dicho que nadie ba(jo aquel edificio moraba.

Aunque ignorantes nosotros de las mágicas palabras que producían el efecto deque la puerta girase sobre sus goznes, pasaremos no obstante sus umbrales á fuer de novelistas para acompañar á nuestros lectores según se lo tenemos prometido, al salón donde las conferencias se verificaban.

Una oscuridad completa reinaba en la estrecha y desigual escalera.

Un pequeño vestíbulo se veia al final de aquella.

Exminándolo atentamente, observaremos que á su ílnal hay otra segunda puerta entreabierta por la que penetraba la poquísima luz que alumbraba la estancia.

Dejemos á nuestra derecha una pendiente y estrecha esca- lera que sin duda conduce á las habitaciones'superiores, y continuemos por un ancho pasillo que se estiende á nuestra vista.

Según vamos adelantando, va progresivamente aumentán- dose la claridnd, hasta llegar á un patio bastante estenso, en que se veian muchas plantas de diversas clases.

Atraveámosle por una de las calles que le formaban y pe- netremos en una habitación destituida enteramente de mue- blaje.

Después de esto pasamos otras dos tan desalojadas como la primera, y al llegar á la cuarta detengámonos ante una puerta que se encuentra al final de ella.

Alzamos el pestillo y penetremos en la nueva estancia.

DE ESPAÑA. 357

Era esta una sala mas estensa que las demás, y en la que pudiera decirse que se habla replegado todo el lujo que faltaba en las anteriores.

Una lámpara de una forma estraña pendía del techo.

Su escasa claridad apenas bastaba para iluminar los sem- blantes de ocho ó diez ancianos que se hallaban reunidos en el fondo del salón .

En sus trages se notaba cierta diversidad.

Los moros estaban mezclados con] los judíos.

Parecía que el peligro común había hecho olvidar la diss tancia que entre aquellas dos razas reinaba en circunstancia normales.

Todos hablaban á la vez aunque lo hacían en voz baja por temor de que los oyeran.

Aquella conferencia no tenia mas que un objeto.

El de salvar la ciudad de la anarquía que en ella reinaba.

El rico comercio de Tetuan estaba representado por aque- llos diez ó doce personajes, que como eran los que mas tenían que perder, necesariamente eran los primeros en desear que aquello tuviera su término.

Muley-Abbas había dispuesto el saqueo de la población, y cuando él no había esceptuado de esta orden el palacio de su hermano, mucho menos escepluaria los establecimientos de los citados comerciantes.

El resultado de esta conferencia se vio al siguiente dia.

Cuatro de ellos á cuyo frente marchaba Jamet-el-Abehír, llevando una bandera blanca, se presentaron en el campa- mento español.

El general en gefe no estaba á la sazón en su tienda y tu- vieron que esperarle.

Apenas llegó clavaron los parlamentarios la bandera en la puerta de la tienda y penetraron en ella con el conde de Lucena.

Allí le espusieron los males (jue aíligian á la desgraciada ciudad, el trato tan brutal de que eran victimas sus habitantes por parte de los soldados de Muley-Abbas, y finalmente con

358 .AV./.'lcEL HONOR

(|ue condicioues qiieria que se rindiera Tetuan. ; .. La contestación del general O'Donnol fué di^na de sus he- chos y de la nación que representaba.

Puesto que tan mal os tratan vuestros soldados, les dijo, los mios os pondrán á cubií^rto de sus insultos, rendios á dis- creción, el ejército esj)añol valiente en el combate, sabrá tam- bién ser benigno y generoso cou los habitantes de una pobla- ción que depositan en él su confianza.

Los parlamentarios volvieron á la ciudad prometiendo con- testar antes de las veinte y cuatro horas, término que les puso el general en gefe amenazándoles, con que de no hacerlo así, no respondia de lo que pudiera suceder.

Tales noticias esparcidas por el campamento llenaron de alegríaa nuestros soldados, que veian próximos á ser corona- dos sus afanes con la posesión de una de las mejores poblacio- nes del imperio Marroquí.

!¡I

No queremos prescindir de poner en conocin)ienlo de nues- tros lectores, siquiera sea mas propio de una, historia que de una novela, algunos de los acontecimientos mas notables de es- ta gloriosa y memorable victoria.

Apuntaremos en primer término el que mas ha llamado nuestra atención. ^5j,j i>-

Al atacar las lineas enemigas en tan gloriosa jornada, el intrépido general conde de Reus habia arengado á sus tropas diciéndoles que era preciso, indespensable que supiesen com^ eran los cañones marroquíes y que envidiarla la gloria del sol- dado que dijese ,este cañón es mió.

Dispuestos los nuestros de esta manera avanzan decidida- mente hacia las líneas enemigas.

l<]stas, los dejan acercarse hasta tenerlos á medio tiro, y en esta disposición los envuelven en una nube de fuego, capo/, de

EL HONOR 359

contener á los mas temerarios.

Nada arredra á nuestros guerreros impávidos avanzan en- tre aquella granizada de balas, y si alguno, por desgracia era mortalmente herido, no pedia á sus caniaradas socorro, no ex- halaba el menor quejido, por temor de contenerlos, sino que esforzándose cuanto sumamente le era permitido, gritaban con su general; aadelante, y viva la Reina.

Avanl, avant, decian los arrojados catalanes que el dia an- terior hablan llegado voluntariamente a! campamento.

Y efectivamente adelantaban, ninguno retrocedía.

Llegados al campamento mismo de los marroquíes, cargan

furiosamente sobre ellos á la bayoneta y siembran por do quiera

el espanto y el terror.

Tan valeroso empuge no pudieron resistir ios acometidos,

y por eso se pusieron en precipitada fuga, dejando en nuestro

poder la tienda misma de Muley-Abbas, dos banderas, muchos

cañones, camellos, armas y municiones de todas clases.

No describimos á nuestros lectores la tienda ni las banderas cogidas; porque suponemos, que la gran mayoría de ellos, los habrán examinado, cuando llegaron á la corte y durante su traslación del Ministerio de la Guerra al Palacio de nuestros augustos Reyes, á quienes el egército de África los ha ofrecido.

También, en el mismo acto, examinarían algunos de lo^ cañones cogidos, de los cuales algunos, han sido arreglados por el Señor don Garlos IV al emperador reinante entonces en el imperio de Marruecos.

IV

Ali habia partido para la guerra. ^^^'^

Como prometió á la desconsolada Zara iba decidido á ven- gar á su hermano.

Pero ay! difícil era que pudiera hacerlo.

El hermano de la encantadora letuanesa habia caido en po- der de los españoles.

360 EL HONOR

Y no fué porque no se defendiera bizarramente. -• Dos soldados quedaron en tierra de los furiosos tajos de' valiente moro.

Pero su resisl^^íncia fué inútil.

Aumenló el número de sus contrarios, y cubierto de heri- das, no tubo mas remedio que sucumbir.

En cuanto los cristianos lo tuvieron en su poder, lo llevaron al hospital.

Las heridas eran muy graves pero no peligrosas. Zara nada de esto sabia creia que su hermano habia muerto; y solo deseaba vengarlo.

Su amante la habia prometido hacerlo y confiaba en que asi sucedería.

Efectivamente, Allí entró en acción en la memorable del dia 4.

Muley-Admet con la brillante hueste que habia traído de Mequinez reanimó algún tanto los abatidos espíritus de los habitantes de Tetuan, y todos confiaban en que los españoles serian derrotados.

Pero sucedió al contrario de lo que se esperaban.

Atacados con el ímpetu y valor que tanto distingue á nues- tros soldados, los sectarios del Islam no tuvieron mas remedio que retroceder.

Sin embargo un pelotón de caballería se defendió con una valentía superior á todo elogio.

Aquel era mandado por Alí.

Durante la acción se le habia visto en los sitios de mayor peligro, y siempre su corbo yatagán hacia morder el suelo á algunos de nuestros bravos.

Su caballo, cayó muerto, y saltando sobre otro, siguió su obra de eslerminio y de matanza.

Pero también le llegó su turno.

El habia prometido á Zara vengar á su hermano.

Antonio habia ofrecido también que ganaría sus charrete- ras de capitán, y necesitaba cumplirlo.

Mas larde diremos como estaba otra vez Antonio en el

DE ESPAÑA. 361

campamento, y á quien había hecho tan estrafio ofrecimiento

Desde el momento en que las tropas se habian puesto en movimiento, Antonio deseó con impaciencia que se diera la or- den de cargar á los infieles.

Esta llegó hasta su compañía, y con ciego arrojo puesto al frente de su mitad, se lanzó sobre los musulmanes.

Alí en uno de los movimientos que verificó se encontró de frente con los soldados de Antonio.

Largo rato se defendió de ellos y tal vez hubiera conseguido escapar si el joven teniente no hubiese llegado tan á tiempo.

Apartó á sus soldados y avanzó resueltamente hacia el

moro.

Alí lo miró con cierto asombro, y alzando su corbo al-

fange, se dispuso á hendir de un tajo la cabeza del valiente

joven.

Ríndete, moro, le dijo Antonio.

Antes he de arrancarte la vida perro, le dijo el musulmán.

Y furioso se lanzó sobre el joven. Este no rehuyó la acometida.

Los soldados querían acudir á socorrer á su gefe.

Pero este los contuvo con un ademan y prosiguió peleando con el moro.

El combate era muy desigual.

El amante de la bella musulmana, estaba á caballo, mien- tras que el hermano de Luisa, se encontraba á pie, y cansado de la fatiga de casi lodo el dia.

Pero apesar de eso, su valor no se amenguaba.

Era necesario que venciera al moro, ó que perdiera la vida bajo el peso de sus golpes.

Y en cuanto á esto, quería conservar su existencia para adorar á su Angela, y tal vez alcanzar una posición brillante que poderla ofrecer.

Así era que los golpes menudeaban, y apesar de la des- ventaja que tenia el teniente de Córdova, aun no había podido ser herido por el infiel.

Este si, á una ó dos heridas leves que había re-

4 ti

j62 hL IIÜNOK

cibido, unió otra que la punta del sable del jÓTen, le hizo en un

costado.

El revolvers que el oficial llevaba, después de haber dispa^

rado el úllirao tiro, sin haber conseguido clavar una bala en el

seno del marroquí, fué arrojado al suelo como un obgelo inútil.

La lucha se prolongaba demasiado.

Antonio conocia-que las fuerzas le faltaban, y no queriaser vencido delante de sus soldados. . En tal situación se decidió á dar el último golpe.

Dio algunos pasos hacia la espalda, y esperó á pie firme la acometida del moro.

Este resolvió con furia su corcel, queriendo también concluir h lucha.

Se arrojó sobre el joven que inclinándose á un coslado,- hundió hasta el pomo su sable en el pecho del caballo.

Un ancho raudal de sangre brotó por la herida, y el noble bruto, dando algunos pasos vacilantes, cayó arrastrando á sn ginete.

El joven teniente tuvo la generosidad de no atravesarle con su espada.

Esperó á que se levantara, y entonces volvieron á cruzarse las dos armas.

Ya el combate fué de corta duración. i :

Cansado el moro y debilitado por sus heridas, quiso' lan- zarse sobre Antonio, que aprovechándola oportunidad de ha- berse descubierto demasiado su contrario, le hundid el sai)lé

en su pecho. - '^'): i - ^ •- o^* ^ñ'-: - f? < ;';tí'"'!

En aquel instante un pelotón de moros llegaron al sitio de la lucha, y esta se generalizó sin que nuestros soldados pó- diesen llevarse al musulmán herido por su ge fe.

Antonio siguió haciendo proezas, y como se habia propuesto muy bien, el general en gefc sobre el mismo campo de ba- talla, lo hizo capitán.

En cuanto á Alí fué llevado á Tetuan por sus mismos sol- dados.

Su lillíma herida por desgracia era mortal.

EL HONOU 365

Zara recibió esta noticia, y su dolor no tuvo límite.

Ya lo hemos dicho antes, hay almas predestinadas para sufrir, y la de la pobre niña era una de estas.

vSin saber nada de su hermano, llorándolo por muerto, te- nia que voker á derramar nuevas lágrimas por su amante.

El mismo dia en que salió de Tetuán la comisión á implo- rar la piedad del vencedor, y á suplicarle que entrase en la plaza para impedir los desmanes de las tropas de Muley-Abbas, aquel mismo dia espiró el infortunado amante de Zara

Hay dias sin sol para ciertas vidas, que languidecen como algunas pobres flores que tampoco gozan de los benignos rayo^ de aquel.

La vida de Zara era una de estas.

¡Pobre criatura! su existencia había sido siempre un dolor continuado, qué conforme iban pasando los dias, mas aumen- taba su intensidad.

564

la HO^OK

CAPITULO XXIX.

Breves consideraciones sobre la guerra de África.— ultima decisión de los habitantes de Tetuan. Se decide el conde de Lacena por la ocupación de la plaza. Entrada de la división del general Rios en ella. Emula- ción dq nuestros soldados para- tomar la alcazaba. Los marroquíes quieran recuperarla y son rechazados con sus mismos cañones.

A guerra de África, no puede formar una página aislada en la historia de nuestra nación.

Ella sola ha de formar un libro apar- te, libro de oro, en el que cada hoja se- rá un brillante que pasará de genera- ción en generación enseñando á nuestros descendientes la glo- riosa senda que deben seguir.

Nosotros no somos partidarios de las guerras. Hemos creído siempre que esas luchas que una nación ci- vilizada sostiene con oíra, no son mas (jue medios para privar

DK ESPAÑA. 565

á la potencia de unos cuantos miles de tiombres sacrificados á el orgullo ó á la ambición de los respeolivos soberanos.

Reyes que solo dominan con el hierro, el mismo hierro causa su ruina.

Reyes que dan á su nación la fuerza moral suficiente para ser respetada, ven deslizarse tranquilamente sus dias sin que las ambiciones y las intrigas vengan á socabar sus tronos.

Carlos 5.0 después de haber dominado medio mundo, tuvo que sucumbir tanto por el enorme peso de sus laureles, cuanto por la ambición de su hijo.

Napoleón 1*° desde el sitio de Tolón subió hasta el solio imperial.

Reunió cien pueblos bajo su cetro de hierro ¿y qué sucedió después?

Que aquel coloso para quien el mundo entero era insufi- ciente para reinar, tuvo que contentarse con el solitario y som- brío islote de Santa Elena, para morir.

En todos los tiempos, en todos los siglos, en todas las eda- des, han tenido casi la misma suerte todos los conquistadores.

El capricho, la ambición ó el orgullo de un soberano, bor- ra de los libros civiles de la nación ios nombres de millares de hombres, y los terrenos ó los beneficios que aquella guerra re- porte compensan los sacrificios, y la vida de aquellos .hombres¿

Ya lo hemos dicho y volvemos á repetirlo, estamos muy conformes, en que cuando á una nación la insulte otra, trate de lavar su insulto, en lo que están interesados todos los indi- viduos de ella.

Pero que sin mas que la ambición ó el capricho arroje un monarca, una multitud de hombres, á un azar en el que es mas fácil perder la vida que salvarla, eso, no merecerá jamás nuestra aprobación.

Todo lo contrario ha sucedido en la de que nos estamos ocupando.

Guerra iniciada hace muchos siglos, era hasta una falla in- disculpable el que España no la continuase.

Desde lelayo hasta Isabel la Calolica, lodos los monarcas

366 El, B( NOK

bcíbián pognado fíor arrojarlos del suelo á que la traicioD xlei conde don Julián los había traído.

domin-acíón empezada en las orillas del Guada lele habla de concluir denlro de los muros de Granada. r.rw ■.

' ' ''Dés-dc TíUHo, liasla fioabdil el zogoibi, iodos los monarcas, cálifit^;' y geineralefs' mahometanos hablan sufrido una guerra sin tregiia por parle de los valientes hijos de la Hesperia. ''' Arrojados- ya de Granada, no estaba aun concluida nues- tra obra;; i éíiíi

Los moros nos habían dejado, necesario es decirlo lodo lo tmlétio'que ellos lenian^' - - '

Monumentos notables de arquitectura como lo son la Alham- tA^, los baños de Alhama, la mezquita de Córdova y oíros.

Sus fabricas de armas de Toledo eran tan buenas como las d¿''BáímascO:''ii''^ oí^^üíií» l-^ r_.. ,-[ c;,''í;,: i-,:

"'■ Y én"ágricnltnra, las huertas de Valencia, Murcia, y Gra- nada pueden hablar en su favor.

'^'**E1 transeuilso de "los siglos, cambia los usos y las costum- bres de los pueblos.

'■ Nuestros hábitos de hoy, son los que hace cinco siglos tenían los moros.

' Y los que estos poseen en el dia son los que nosotros tenia- tn'ófe en aquella época.

El español entonces no tenia necesidades si se nos permite decirlo asi.

Una cayerna abierta en el seno de las peñas, una flecha para cazar un venado, ó para matar á un moro, y un arroyo para templar su sed eran todo lo que le hacia falta.

En cambio los sectarios del Islam, necesitaban flores para que esparciesen aromas en sus habitaciones, huertas para que les diesen ricas hortalizas, pastos para sus ganados, y sembra- do^ que les diesen los mejores cereales del mundo.

Necesitaban cómodas viviendas, y la seda, el brocado y el 6/-0, Resallaban en aquellas cámaras, donde la mujer era el mayor encanto de los muchos que encerraban. * Hoy ha sucedido al contrario.

DE ESPAÑA. 567

El moro de las montañas; ea tan frugal como fel castellano de la edad media

Y los que hoy vivimos, necesitamos esos prados, esas huer-' tas, esas semillas, y esas habitaciones que los musulmanes m^ enseñaron á gustar y saborear.

Pero en cambio de todos esos bienes que ños legaron, nosotros debíamos darles otro mas grande, mas imperecederos - 'La luz del evangelio.

'•ÍDespues de haberlos arrojado de nuestro suelo, teníamos ún deber de religión para penetrar en su territorio;^' "'i'

La toma de Oran por el cardenal Cis ñeros, fué el^'^tíH'tíi'éir paso de esta obra altamente religiosa.'^' '' ' ' ' ' ''"'

Pero siguió alguno mas á este?

Las espediciones de Carlos S."* contra Tu'n'ezy Ar^íel,' lié vando en el carácter de hierro que el soldado rey, imponía á todas sus empresas, no dio resultado alguno.

Los piratas berberiscos infestaron nuestras costas, y nues- tro comercio era victima casi siempre de sus latrocinios.

Las galeras del Estado no eran suficientes para castigar tanta osadía, y cada vez fué esta creciendo masv'"'^'^-

El combate de Lepanto, tampoco fué la continiiácíon de'íá obra empezada por Isabel primera. íhídí- ^ -n:

Ni el de Mazarquivir donde el rey de Portugal D'.'S'éfias- tian perdió la corona con la vida, fué \o que con mejores dfá^'^ posiciones pudiera haber sidoi''**'''" *''''• ''^- ''''' '■^'" ■•'''I ->>'*

Y así pasaron los años. ''^-'P^* '' í''» í^í>

Y con ellos la civilización iba invadiendo todas Itis nació - né's de F.urona.'''^^^'''^"'^ ^^^ oJ'widfi ud «oíi oup fibjüjaiinoo unol

Francia, lleró'Fa civilizadora cruz por parte deía A:r- geüa, y lo que al principio no fué mas que una colonia, pf^htó* convirtió en una vasta provincia.

En cambio nosotros que poseíamos varios'püertós en las* costas africanas, sufríamos con paciencia los cilqfiep^sqiielÓs^ piratas musulmanes eg.ercian en los desgrnciailos náufragos que la mar arrojaba á sus playas, y nos hallábamos j-educidos á el terreno que ocupaban nuestros presidios. ' ' ' ' '

3CS EL HONOR

Y síu embargo, como ia esperiencia lo ha demostrado bien palpable, no se necesitaba en nuestra nación mas que un hom- bre que digera como el antiguo almogávar «hierro despiér- tate» y la España entera se apresurarla á contribuir á la ege- cucion de tamaña empresa.

Pero fallaba un hombre, y la nación continuaba en ese co- por que tanto se asemejaba á la abyección y á la ignominia.

Sin embargo, siempre cuando las naciones llegan á un es- tremo bien sea en ascensión, ó en descensión, sale un hombre que las coloca con su poderoso aliento en el lugar que las cor- responde.

Para evitar la caidade la nuestra, necesitábamos un hombre.

El conde de Lucena fué este rehabilitador de la honra na- cional, por decirlo asi.

II

La guerra de África volvemos á repetirlo, es el gran cua- dro, en medio del que se destaca la figura colosal del Duque de Tetuan.

Nosotros, lo mismo que la mayoría de los españoles le re- conocíamos grandes cualidades como político, pero en la cues- tión presente nos han demostrado que sus dotes militares de- án muy airas á aquellas.

Tres meses de campaña han dado por resultado una vic- toria continuada que nos ha abierto las puertas de una ciudad cuya gran importancia no tardarán en advertir nuestro co- mercio. . Ya que de consideración en consideración hemos llegado

á este punto, cumpliendo lo que á nuestros lectores ofreci- mos, vamos á tratar de describirles como mejor podamos, la ocupación de Tetuan por nuestras tropas.

Después de la acción del dia 4 cundió rápidamente entre el «gército marroquí la mas completa desmoralización.

DE ESPAÑA. 369

Parte de las tropas liuyeron por una parte, algunas Ra- bilas se volvieron á sus aduares^ y el pánico mas terrible rei- naba entre los musulmanes.} 9í» 'í;\

^Muley-Amet, tan desgraciado en sus combates como ha- bla presentido al salir de Mequinez, tomó con los restos de su destrozada hueste, el camino de la capital para contar á su hermano el éxito que habia tenido su unión al egército. _< <En cuanto á Muley-Abbas, ya pensó de otro modo.

Dijo, siguiendo el refrán castellano de «á rio revuelto, ga- nancia de pescadores, » «ya que esto está perdido, salvemos lo que podamos. »

Y sin perdonar el palacio de su mismo hermano el Xeriffe, aquellas hordas indisciplinadas recibieron la orden de saquear

la población.

Las casas de los mas ricos judíos, y de los mismos comer- ciantes musulmanes fueron atropellados por los moros de rey, que nada respetaban, y que degollaban sin piedad al desgra- ciado que trataba de defender su hacienda.

En tal situación no habia mas remedio que apelará los ene- migos, cuando tan mal tratados eran por los mismos amigos.

El general en gefe habia dado á la comisión que fue ei dia anterior al campamento, veinte y cuatro horas para determi- nar, y el plazo estaba próximo á cumplirse.

Peor de lo que estaban no podian pasarlo, por lo que se decidieron á que fuera un nuevo comisionado á invitar al conde de Lucena á que penetrase en la plaza con su egército.

Asi sucedió, y tal noticia que circuló inmediatamente en-1 tre los soldados los llenó de entusiasmo y satisfacción.

Durante la noche anterior, se hablan estado poniendo ya en batería algunos morteros que podian al dia siguiente ha- ber empezado h disparar sus mortíferos proyectiles sobre la ciudad. i'' .'V . ' 'i

Inmediatamente que se recibió la comilblciaCíión en que se pedia que el egército español, fuese á restablecer el orden y á garantir la seguridad de sus mismos enemigos, se dio la orden de que el egército se pusiera sobre las armas. ^* ''^

47

570 EL HONOR

Ya eslaba conseguido el objeto casi.

La rica joya de 'Guad-el-Jelú, nos habría sus brazos.

Aquella blanca ciudad que se destacaba sobre la verde al- fombra de su fértil vega, iba por fin á pertenecer al egér- cito español, que á su vez la ofrecerla á su madre patria- ';i '

La división del general Rios fué la destinada á entrar en )a plaza. *

Una comisión de artillería, ingenieros y estado mayor ha- bla de acompañarla

El conde de Reus, al mismo tiempo recibía la orden para tomarla Alcazaba, protegido por ladivision del general O* Do- nell (D. Enrique.)

El cuerpo que mandaba el general Ros de Olano, habia de seguir al cuartel general en su entrada en Tetuan.

Dadas estas disposiciones tras un entusiasta «viva» dado á la Reina, las tropas se pusieron en movimiento.

Hasta la misma naturaleza parecía que se alegraba con aquel triunfo de nuestras armas.

Rrillaba el sol en el ancho azul del firmamento.

Las datileras, las higueras chumbas, los naranjos y los limoneros, ofrecían con sus ricos frutos, sus deliciosos aromas á los soldados de la cruz.

Y aquella estensa vega ofrecía á los templados rayos del sol, el aspecto mas delicioso que la mente se puede imaginar.

Los alados habitantes de los árboles, tomando también su parte en la alegría común, lanzaban al espacio sus cantares.

Y á su concierto se unian los marciales sonidos de las mú- sicas militares.

Y flores, frutos, pájaros, aromas y músicas, formaban el concierto mas puro y mas hermoso.

A los reflejos del sol, brillaban las bayonetas y los sables de nuestros valientes. .

Y sobre la verde estension de la llanura, siguiendo las tor- cidas sendas, se veian deslizarse paso Iras paso las brillantes huestes españolas.

.i-

Entrada de la división del General ílios en Teluan.

DE ESPAÑA. 371

Por las alturas se veía también bajar la división del ge- neral Prim.

Y en todos los semblantes se retrataba de un modo enér- gico, la alegría de que todos los corazones se hallaban po- seídos

Todo era contento y placer en el campo.

Todo era silencio y tristeza en el interior de la ciudad.

Cerradas las puertas de ella, ennegrecidas las murallas por el tiempo, tenia un aire lúgubre en demasía, y que contrastaba con la felicidad que fuera reinaba.

Se asemejaba Tetuan, á una viuda que habiendo perdido un esposo no muy bueno, al ir á contraer un nuevo enlace, se hallaba preocupada por la vida que con el nuevo cónyuge la esperaba.

Y entretanto las tropas se acercaban á la población.

La puerta ya hemos dicho que estaba cerrada, y por una de las troneras que había encima de ella, asomaban algunos moros que en sus ademanes, se notaban que nos decían.

«Venir pronto.» ;., Conforme se aproximaban los soldados á la población se oian mas distintamente algunos disparos, seguidos de una gran vocería.

Franqueada la puerta los soldados penetraron en aquel la- berinto de calles y callejuelas estrechas y tortuosas, y aun alr gunas de ellas completamente oscuras por estar cubiertas.

Por donde quieran que iban, advertían las señales de la inicua conducta de los soldados de Muley-Abbas.

Cadáveres tendidos por medio de las calles, muebles, co- mestibles, dinero y otros efectos, denotaban el saqueo y el degüello que había reinado hasta momentos antes de su ocu- pación por nuestros valientes.

Teluan vista desde fuera se asemejaba á una blanca ga- viota desplegando sus alas, sobre la verdosa superficie del mar.

Tetuan vista por dentro, y especialmente en los momentos en que vamos hablando, se asemejaba á un fétido cementerio que causaba asco y repugnancia. :*;;>. j ü.cí) íiu ::..■::':'

57^ EL HOKOR

Y para completar aquel cuadro allanicnle desolador, un pueblo de judios |)ál¡dos, demacrados y hambrientos, abraza- ban á nuestros soldados, victoreaban á nuestra Reina, y ten- dían SU.4 manos temblorosas y desfallecidas hacia las galletas y panes que aquellos le daban, y que devoraban con un ansia infinila. .(^^i .»; .• ■. ( ; '..<.-

Pocos. egemplos verá la historia cómo esté.

Un egército enemigo tener que entrar en una población pa- ra moralizarla, para asegurar la vida de sus contrarios, ame- nazada por sus mismos compañeros. 'La música del regimiento de Iberia, marchaba loccindo el himno de 0'Donell.^^íl"^-¿ '" 1^ rOr i'i

La asombrada Tetuan, iba repitiendo de calle en calle los ecos de aquella música que por primera vez, escuchaba en su recinto.

Atravesando multitud de estrechas y torcidas calles llega- ron nuestras tropas á la plaza. --"

Allí hicieran alto, para esperar la llegada del general én gefe, é ir ocupando los puntos mas importantes de la Ciudad. Ya en el interior de ella, y seguros por decirlo asi, el pensamiento que naturalmente acometía á todos los que veían, la construcción especial de aquellas casas, y las continuas re- vueltas de sus calles, era, cuanto no se hubieran podido de- fender aquellas gentes desde una población que aparte de esto contaba con muchos medios de defensa como lo eran sus mu- rallas, su castillo, y lo bien artillados que estos puntos se encontraban, si no se hubieran acobardado tanto con el resul- tado de la acción del día 4.

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o' Ai mismo tiempo que esto sucedía la división del Conde de

Reus, se dirigió hacia la alcazaba. ';:! '!; ?; -r :••' iiip tvj

También en este punto reinaba un silencio aterradori:í> í^up

DE ESPAÑA. 375

Cerrada la puerta, y aislado por decirlo asi el edificio, no habia mas medio de penetrar en ella, que escalándola.

Asi lo hicieron los españoles.

Por tres ó cuatro puntos treparon á el terrado ó plataforma de ella, y dos insignias españolas, se vieron agitarse á un mis- mo tiempo en el mismo edificio.

Un oficial de artillería dejaba flotar la una, gritando con férvida alegría. uEsta es gloria del cuerpo^)

Y en el otro estremo, dos voluntarios catalanes, agitando su banderín, echando un tremendo voto, victoreaban á su Reina y á su caudillo.

La alcazaba se habia tomado.

La enseña de Castilla, siempre victoriosa ondeaba con ma- gostad, sobre la fortaleza marroquí.

Los atronadores vivas de las tropas, las descargas de fu- silería, y los alegres sonidos de las músicas, la saludaron coa^ un entusiasmo indecible.

Gloria á ti bandera de patria!...

Gloría á tí, que tras largos días de abandono, te miraba tremolar orgulíosa, demostrando á las naciones, que la ven- cedora de Pavía y de las Navas, de Lepanto, y de Bailen, ana- dia un nuevo timbre á sus laureles, al despertar de su letár- gico sueño.

mi bandera, desde hoy, el mundo entero ai preguntarse que nueva enseña es aquella que ondea sobre los muros de la perla del Guad-(il-Jelú, dirán, es la enseña de un pueblo, gran- de porque ha llevado á efecto en tres meses, lo que cualquiera otra nación hubiera hecho en un año.

Humano y noble, porque no se ha cebado en sus enemigos indefensos, antes al contrario, ha ido á protejerlos contra los latrocinios y el pillage de sus mismos compañeros.

Y valeroso, porque en diez y ocho combates, ha lidiado siempre contra fuerzas muy superiores, y siempre ha salido

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,,j.^ y como si esto no fuera bastante, ha luchado contra un

374 EL HO^OR

clima rebelde, contra las epidemias, contra la misma natura- leza, y riyóndose de las penalidades, sufriendo lodos los tra- bajos, ha conseguido poner su bandera victoriosa sobre una de las mejores ciudades del imperio.

IV. '^'

La división Prim, como hemos dicho, ocupiba la fortaleza que podia haber protegido á la ciudad, en caso de haber habido re- sistencia. '^

Nuestro pabellón ondeaba triunfante en todos los punlól principales de Tetuan.

Nada habia sido capaz de contener el esforzado valor y la indomable audacia de nuestras tropas. '^

Los marroquíes siguieron á sus generales en su vergon- zosa huida, y no se encontraban seguros en parte alguna. ''

Sin embargo, á alguna distancia de aquella población que tan baja y cobardemente habia abandonado, hubo algún gefe que avergozado del pánico de los infieles, trató de infundirles valor, reanimar su abatido espíritu, y ver si por aquel medio podia conseguir alguna cosa. '

Así sucedió.

Volvieron pasos atrás con ánimo resuelto de reconquistaT la alcazaba, ó perecer en la demanda.

Pero todos sus propósitos se desvanecieron al aproximarse á nuestros soldados.

En el momento en que estos vieron que los musulmanes áe acercaban, volvieron hacia ellos los mismos cañones que tenían en la fortaleza, y esto bastó para que los sectarios del islam prefiriesen la huida á la muerte.

Nada pues se oponía á la ocupación y estancia de nuestras tropas, en la ciudad qué se eleva en las floridas márgenes del Guad-cl-Jeiú. ''^

Inmediatamente el general Ríos, nombrado Gobernador rai- 'liiar de la plaza, procedió á darla una forma si se quiere eu-

DE ESPAÑA. 375

ropea, creando un ayuntamiento, compuesto de los dos ele- mentos mas opuestos que hay en el Mogreb.

La mitad de los que lo habian de componer, se eligió de entre los moros mas ricos que no habian abandonado la ciu- dad, y la otra de los judíos.

Formado ya este cuerpo, se le dio á cada uno de sus miem- bros, un cargo especial para mejorar el estado de la po- blación.

Rotular las calles, limpiarlas, recoger y enterrar los cadá- veres, y en fin todas cuantas medidas fueran á propósito para purificar aquella atmósfera insalubre, todas se dictaron al mo- mento, y á la mayor brevedad se egecutaron.

La división del general Rios fué la única que penetró en la plaza, quedando todas las demás acampadas en los mismos si- tios que ocupaban antes.

También se procedió á otra multitud de mejoras de las cuales ya nos ocuparemos mas adelante, y especialmente de la primera misa que se celebró, donde nuestros lectores vol- verán á encontrarse con algunos de sus antiguos amigos.

Entretanto el soldado reposaba un poco de sus fatigas, y se volvia á preparar para los nuevos triunfos á que induda- blemente los habria de conducir, el tino y la inteligencia de su esforzado caudillo.

576

EL HONOR

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CAPITULO XXX

<0\ OlJflS

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Ligeros detalles sobre la religión de los musulmanes. Salida que hizo el día 3 de Febrero la división del general Echagüe hacia el valle de Angghera. Descripción de este sitio.

I

U

ON las religiones generalmente el ca- rácter distintivo de los pueblos.

Es la legislación, por decirlo así, del corazón humano, código especial ó me- jor dicho valla, que el hombre en- cuentra allá en lo mas íntimo de la conciencia.

El mahometismo da á conocer perfectamente la índole de pueblo, que adora en él.

Siguiendo nuestra marcha de dar á conocer á nuestros lec- tores los usos, las costumbres y las ciudades de esa nación, con la cual hoy estamos á punto de entrar en estensas reía-

Dfc ESPAÑA. 377

ciones, creemos que verán con guslo estos ligeros apuntes sobre la religión de Mahoma y algunos detalles de la bio- grafía de este gran hombre.

Imaginaciones puramente fantásticas las de los árabes, ne- cesitaban una religión tan fantástica como ellas.

Sin religión los pueblos no podrían subsistir, y de aquí el que Confucio, Buda y otros dotados de talentos superiores á la generalidad, formasen todas esas sectas qu / la India, la China y el África han seguido y siguen con estraordinaria y fanatismo.

Las bebidas espirituosas son generalmente muy aprecia- das por casi todos los que viven en paises meridionales.

El abuso de estas bebidas trae consigo el embrutecimiento y la destrucción del individuo.

Mahoma con estraordinaria sabiduría prohibe el uso de es- tas en uno de los capítulos de su Coran.

La voluptuosidad también es hija de los diraas y los mo- ros son tan voluptuosos como la misma atmósfera que res- piran.

Esto no podía impedirlo Mahoma porque estaba en la mis- ma naturaleza.

Pero sacó de ello un gran partido.

Esas delicias infinitas que promete á los buenos creyentes en el paraíso es una prueba de ello.

Nada mas fantástico, ninguna fábula, se ha visto reves- tida con colores tan magníficos, ni con galas tan alhagadoras, como el Koran.

Para herir la imaginación de los árabes necesitaba crearse un origen sobrenatural, y aquí como lo hizo.

Del casamiento de Abrahan con Sara nació Isaac.

Abrahan conoció á Agar su esclava y nació Ismael.

Ismael tuvo por descendiente á Zeder.

Ismael fué el origen de un pueblo numerosísimo.

La Arabia se pobló con la descendencia de Ismael.

«Y de nuevo multiplicando, multiplicaré su posteridad y no se podrá contar por la muchedumbre.» (Génesis. 9.)

48

578 EL HONOR

Con el transcurso dolos si^^los Abdallah, conocido con el nombre de hermoso entre los hermosos, descendiente de Is- mael, se casó con Amina, ilustre doncella de la familia de los Za rilas.

Los árabes cuentan (jue en la noche de las bodas murie- ron de envidia y celos doscientas doncellas.

Pocos años después Amina parió un robusto y ticrnísímo niño, que la superstición árabe tuvo por un varón estraor- diñarlo.

Diéronle el nombre de Mahoma, es decir, elegido, ensal- zado y glorificado

Nada notable cuentan de él las historias hasta la edad de doce años.

A esta edad, noticioso de las versiones que en su naci- miento habían corrido, ambicionó el dictado de profeta.

Tenia imagina ion» viva y penetrante.

Comprendió desde luego que podría sacar gran partido de la superstición de sus conciudadanos.

Formó sus proyectos religiosos.

Pero conocía que necesitaba adquirir algunos bienes para mejor y mas presto poder realizar sus designios.

Casóse con la viuda Kadigia, mujer estraordinariamente rica, que era lo que á él le importaba.

Kadigia le amaba.

Por eso á Kadigia fue la primera á quien él declaró que es- taba enviado por Dios para dar una nueva ley al mundo.

Kadigia de ánimo candoroso creyólo fácilmente todo.

Estando un día en el banquete con varios amigos, se le- vantó, y con tono profético y fingida inspiración dijo: «Soy profeta de Dios.»

Todos los asistentes se indignaron y profirieron terribles anatemas contra su innovación.

Mahoma sin alterarse, y con voz de trueno, díjó: ¿quién quiere ser mi visir?

Un joven de doce años se levantó y dijo: —Yo.

DE ESPAÑA. 379

;,o.^Eslá bien, tu serás- al propio tiempo mi califa.

Indignáronse mas y mas ios concurrentes y quisieron ma- tar al blasfemo.

Este tuvo necesidad de huir, seguido de Aly-Abou-Yer.

Para evitar la persecución, metiéronse en una cueva.

Una araña tejió su tela delante de ella.

Cuando pasáronlos perseguidores no quisieron registrarla.

Mahoma y sus secuaces se habían salvado.

La nueva religión triunfó.

Desde la cueva pasó ei nuevo apóstol á la ciudad de Ye- treb que le recibió con el mayor entusiasmo.

En testimonio de gratitud puso á Yetreb el nombre de Me- dinat-Al-Navver, estoes, patria del profeta.

Mahoma no tuvo hijos de Kadigia y solo de Ayesca, tuvo una hija legítima llamada Fatima.

A los veinte y cinco años, empezó á escribir el Koran que cuidadosamente guardaba, manifestando á sus sectarios que el mismo Dios se lo enviaba por conducto del Ángel S. Gabriel, .g Después de su muerte ocurrida á los sesenta y cuatro años y poco antes de la cual pronunció aquellas notables palabras «afirman que siempre lo nuevo agrada; nueva es para mi la muerte y sin embargo nada en eila encuentra de agradable» su suegro Abou publicó el Koran.

Según él existen siete cielos y un infierno.

Los cielos del paraíso son: de hierro, de plata, de pie* dras preciosas, de esmeraldas, de oro y de luz.

En el último hay dos mares uno de tinieblas y otro de luz.

Para pasar al de luz hay un estrecho puente llamado Sirac, como el filo de una cortante espada, pero de estraordinaria lon- gitud.

Los elegidos pasarán por él; los que hayan muerto en la inobservancia de los mandamientos del profeta, caerán al fondo donde les espera el mar de tinieblas, del cual nunca saldrán.

Los justos que consigan llegar al paraíso, encontrarán en él un gran árbol cargado de apiñadas granadas, y en cada pe- pino una huri.

580 EL HONOR

Esta es la recompensa que Mahoraa tiene reservada á los buenos creyentes.

En el Koran se encuentran preceptos que se refieren al in- dividuo, á la familia, á la sociedad y á la milicia.

Respecto de la última dice, que el alfange es la llave del paraíso, y que los pecados del que muere en la lid, reciben el perdón de Dios y sus heridas despiden un olor de ámbar y de admiele.

Juzguen nuestros lectores, la clase de enemigos con quienes nuestros soldados tienen que luchar.

II.

Ya es tiempo también de que echemos una ojeada hacia el campamento del Serrallo.

La multitud de acontecimientos, y los muchísimos perso- najes, que llevamos en juego, nos han impedido hablar antes de las operaciones practicadas por aquellos bravos soldados, que de una manera tan brillante, inauguraron la campaña de África.

Nuestros lectores creemos que nos dispensarán esta pequeña falta, hija no de nuestro descuido, sino de las causas que de- jamos espuestas mas arriba.

Ya hemos dicho anteriormente, que se habia empezado, un camino, que con mayores comodidades, condujera á nuestro egército ante los muros de Tánger.

Este camino seguia adelantando de dia en dia.

En lo alto de aquellas sierras se veían aparecer de cuando en cuando, algunos moros, so mbríos y silenciosos como la estatua de la íatalidad, que dirigían sus miradas á nuestro campo, después á Tetuam, luego á Tánger, y íiualmenle hacia Oriente, como pidiendo á Dios que impidiera á los cristianos que siguiendo su marcha triunfadora, se apoderasen de la ciMfr

DE ESPAÑA 581

dad sania de aquella Meca, donde estaba elalnaade su religión por decirlo asi.

Tras aquellas miradas se envolvían en los ílotantesípliegues de sus blancos alquiceles, y desaparecían entre los tenues vapores de la tarde, ó entre las brumas de la mañana.

Nuestros soldados los miraban y nada les decían,

Respetaban aquella desgracia, sin atreverse jamás á in- sultar á aquellos enemigos, que podrían ser vencidos, pero nunca humillados.

Tres largos días de inacción, los soldados se consumian en el ocio, y ansiaban también, añadir otro nuevo triunfo á los que ya habían adquirido.

En tal estado el general Echagüe dispuso un reconocimiento que al par que asustase á los enemigos, hiciese adelantar algo }ás esploraciones sobre aquel terreno desconocido.

Efectivamente el día 3 de Febrero, víspera de la gran vic- toria obtenida por las demás divisiones en la vega de Tetuan, salieron algunos batallones con dirección á Augghera y Benzus.

El resultado de esta salida, correspondió á lo que se había prometido.

Los moros huyeron en todas direcciones al aproximarse los enemigos, y estos hallaron casi desiertas algunas aldeas que encontraron en su camino.

Infinitas chozas de aquellos desgraciados fueron victimas de las llamas, y ellos desde muy lejos, veían la destrucción de sus casas, sin atreverse á presentarse ante nuestros soldados.

Y sin embargo no debieron de haber abrigado temor de ninguna especie.

Alguno que se pudo coger, fué tratado con la benevolen- cia de que tan repelidas muestras se han dado, y ni nadie le hizo daño alguno, ni pensó en ofenderle.

En aquel reconocimiento, se vieron otros horiz(»nles si asi podemos esplícarnos.

Atravesado el célebre boquete, se estiende un valle pin- toresco, que forma una provincia, á la que casi sirven de lí- mites las montañas y el mar.

382 EL HONOR

Como no hubo resislencia, no tuvimos pérdida ninguna que lamentar, y los soldados que verificaron aquella espedicion, contaron aquella noche á sus compañeros las nuevas cosas que habían visto, y los nuevos deseos que les habían escilado.

A continuación damos á nuestros lectores una ligera des- cripción de ese valle tan pintoresco, que ha sido teatro casi de nuestras primeras victorias.

III

El valle de Anghera situado en la provincia del mismo nom- bre, está formado por el lado del Norte por una gran cordi- llera de rocas volcánicas, que en su descenso tocan y penetran en el mar: el camino por esta parte es impracticable, está sem- brado de precipicios y barrancos de increíble profundidad.

A la derecha de esta cordillera v en dirección hacia el me- (liodia se encuentran las radas de Alcassar Srer y Galagranda y cabo de Malamat. Las radas que hemos citado están com- pletamente escarpadas, y su ascensión para llegar al monte que las rodea, es en estremo difícil. ">

El valle de que nos ocupamos, formado en el centro de un conjunto de montes que forman un cuadrilátero, cuyos estre- nuos" son Ceuta, Tetuan y Ain-Ghedida, es un sitio sembrado por infinidad de arroyos que salen de los vecinos montes y que en su curso forman mil caprichosas figuras.

Durante el invierno cúbrese completamente de agua por la abundancia de lluvias y es imposible habitar en él.

En las otras tres estaciones es un sitio sumamente agra- dable, y seria hasta encantador si ciertos sitios pantanosos por la humedad no hubiese.

Alli nacen y se crian espontáneamente multitud de flores á cual mas raras y caprichosas, cuyo olor embalsama la atmós- fera que se respira y que pudiera confundirse con la que eo

DE ESPAÍÍA. 585

SUS habitaciones derraman artificialmente las sultanas del Oriente.

El terreno es feracísimo, y aunque poco cultivado por la indolencia de sus pobladores, produce en abundancia naranjas, limas y aun semillas que siembran á la entrada de la pri- mavera.

Terrenos hemos allí visto, que según nos han informado, han producido dos ó tres cosechas.

Con que se abriese paso á las aguas que allí en la esta- ción de las lluvias se estancan, y con muy poco cultivo de la tierra, pudiera hacerse del valle de Angghera una estensísima y hermosa huerta.

Allí, en las montañas que lo forman se encuentra el monte Abylas, llamado por otro nombre montaña de los monos por la abundancia de los animales que de esta clase se crian

La vegetación de toda la provincia tanto en la llanura co- mo en la montaña es feraz: bien dirigidos los arbustos que en los últimos se crian, podría sacarse de ellos al cabo de un corto número de años, escelente madera de construcción.

Los habitantes tienen completamente abandonada la agri- cultura, y se dedican solo á la caza, pesca y al pillage.

Las Kabilas de esta provincia han sido las que mas han molestado nuestras posesiones de África, y las que mas es- cesos han cometido con sus piraterías prevalidos de que ellos solos pueden subir por la parte montañosa que con el mar linda y que nadie puede seguirles hasta sus guaridas.

Una población del mismo nombre se levanta al estremo del valle hacia la parte del Serrallo, que no es mas que un gru- po de casucas pésimamente construidas y habitadas por 800 á 1000 moros.

384

EL HONOJt

!»ÍII

CAPITULO XXXI

CosAimbres de los judíos. Casamientos. Entierros. Sinagogas. Uso de los moros. Mezquitas. Matrimonios.

I.

^=^^=^

ARA completar la tarea que nos hemos impuesto, cumple ahora á nuestro pro- pósito manifestar la manera como los judíos llevan á cabo sus enterramientos, sus matrimonios, y por último termina- remos dando algunas noticias acerca de su religión.

En todos los pueblos y paises ha habido siempre la cos- tumbre de poner debajo de tierra los cadáveres de los indi- viduos que de ellos formaron parte.

Esta costumbre general tenia diversos fundamentos, que puede reducirse á uno solo : evitar que los restos de personas

DE ESPAÑA. 385

que habían formado parle de la comunión política fuesen parte de las fieras y aves de rapiña.

Los romanos tuvieron un tiempo la costumbre de quemar' los cadáveres y depositar sus cenizas en urnas mas ó menos elegantes según la posición y estado de fortuna del difunto , 'Posteriormente abandonaron esta costumbre y siguieron la (íé los enterramientos.

Hacían estos, no dentro de los muros de la ciudad por la, especie de ofensa que querían inferir á sus Dioses domésiicos, sino cerca de los caminos y sitios frecuentados, á la idea de que los que por allí pasaran, orasen por ellos y se acordaran de que ellos mismos eran mortales. ,;

Llegada la época del cristianismo, la Iglesia aceptó tam- bién esta costumbre llevada mas que de las razones dichas de la conformidad que guardaba con una resurrección general.

Los sitios en que estos enterramientos se verifican, han sido considerados siempre como lugares sagrados.

Los judíos no podrían desconocer esta costumbre: también la tienen de enterrar sus cadáveres.

Y lo hasen de la manera siguiente.

Luego que el triste suceso ha tenido lugar, reúnen en la casa del finado todos sus amigos y parientes á invitación he- cha por los individuos de la familia, con el objeto de acompa- Oar al difunto á su última morada.

Antes de que esto tenga lugar, una de las personas mas au- torizadas de la familia ó en su defecto el amigo en quienes los asistentes reconocen superioridad, hacen la biografía de! muerto.

Inútil es decir que en ella sucede lo que en nuestras pre- sentaciones modernas, que el encargado de hacerla, elogia desmedida é inmerecidamente al presentado: es verdad que entre nosotros ofrece mas inconvenientes este método, pues que al formar una idea del nuevo conocido por los antece- dentes que nos han dado, suponemos en él equivocadamente circunstancias de que carece y que pueden conducimos á la-

49

55* .Ai^/ !>,» ad

, 386 EL HONOR

'»' .'<: ' r \ ^v]"'d > "r,

mentables errores; inconveniente que no présenla el meloub los judíos.

Pero sea de esto lo que quiera, lo cierto es que colocado el cadáver en una especie de camilla de madera, después de amortajado en un largo lienzo blanco sujeto al cuerpo y con un capuchón blanco ó negro, según su estado, es conducido al cementerio, seguido de la comitiva con que cada uno cuente y que durante el camino van clamando, que les pesa la muerte, que lo sienten mucho, etc, , bien así como á los funerahis de los romanos, asistían gentes pagadas para que en presencia del público no cesaran de llorar al difunto.

Llegados al cementerio, y depositado el cuerpo del di- funto a la fosa, que aquí como en todas partes es mas ó menos ostentosa con arreglo á la fortuna de cada uno y que están dispuestos en el mayor desorden, el acompañamiento regresó al punto de partida, donde regularmente les espera una es- pléndida comida.

La religión no la hacen intervenir para nada.

II

El matrimonio, base de la familia y de la sociedad, egerce gran infl-uencia en los Estados.

Por eso, aun los pueblos mas rudos han tenido con res- pecto á él sus leyes, encaminadas, la perpetuidad de la unión, la felicidad y el bienestar de los cónyuges, mientras esta dure y en todos la procreación, alimento y educación de los hijos. ' Casi todas las religiones sanliíican con su intervención los matrimonios.

Los judíos tienen en qAo como en todo lo demás que á su vida se refiere, sus ideas propias muy distintas de las miestras. ' Entre ellos el matrimonio no es mas que un contrato que se contrae por el consentimiento y que por el consentimiento se disuelve.

OE ESPAÑA. 3(^

Antes de otorgar la escritura formal de compromiso en lo que interviene al Rabí, el novio pide á la novia, quien me- diando el consentimiento paterno, acuden al sabio para poner en su conocimiento el deseo que los anima de casarse, este les seis meses de término para que se conozcan.

Puede decirse que equivale la presentación de los preten- dientes al sabio para empeñarse ante él mutuamente su pala- bra á nuestros esponsales. - -♦"'^''^^^^

Conviénense durante este tiempo en lodo lo relativo á las arras, cuya institución también conocen sin la limitación que nuestro derecho civil impone al maiido en su ofrecimiento arreglan todos los demás asuntos para la nueva vida que van á emprender, y transcurrido el plazo prefijado, se presentan al Rabí, y este, otorgada la escritura de compromiso, les ma- ijiíiesta sus nuevas obligaciones.

Esta escritura se mantiene en toda su fuerza y vigor hasta que la muerte ó el repudio voluntario que admiten, disuelve el contrato.

En el caso de disolución por consentimiento de los contra- yentes, quedan estos en libertad de celebrar un segundo con- trato con quien y como lo tengan por conveniente, pero el ma- rido conserva siempre la obligación de cuidar y educar á la

prole. '^' Esta obligación que sigue el marido en el caso de repudio,

hace que estos sean poco frecuentes, principalmente entre las

familias pobres y regularmente acomodadas, por la dificultad de

sostener los hijos y por los inconvenientes que ofrece.

Aun entre las personas ricas son también los repudios muy

raros, y á no dudarlo es porque la unión de un solo hombre con

una sola mujer es la mas conforme á la naturaleza, aun cuando

la religión de ({ue formen parte, les permite la poligamia ó la

poliviria.

588 EL HONÜH

III

No se concibe, hemos dicho en olra parle, la oxislencia de un pueblo ateo.

La idea de la divinidad es innata en el coiazon humano.^

De aquí que lodos los pueblos aun los mas ignorantes y salvajes tengan sus creencias religiosas; creencias lanío mas exactas cuanto mas civilizados se encuentren.

La luz del cristianismo no ha brillado todavía en el pueblo judio.

Los libros del antiguo testamento, cuyos preceptos en lo que se refieren á la venida del Mesías, no son ya obligatorios, constituyen su creencia religiosa.

Con arreglo á ellos tienen sus sacerdotes y su gerarquía religiosa. . , ,

Constituyen esta el gran sabio, los sabios mayores y los menores. El número d". los primeros es limitado, el de los se- gundos ilimitado.

E\ gran sabio ocupa el primer lugar en la gerarquía sa- cerdotal. Gomo tal es juez supremo de apelación, y tiene el derecho de castigar á los sabios mayores y menores, y de nombrar tanto á unos como á otros.

A la categoría de sabios mayores se asciende por riguroso escalafón entre los menores, mediante un despacho ó título que el gran Uabino les espide y lo hace cuando después de haber observado una conducta irreprensible se hallan bien enterados de la doctrina (jue el antiguo testamento contiene.

Para que en los ascensos no pueda haber injusticias, se di- viden los sabios menores en varias clases según sus mereci- mientos y virtud.

Con el gran sabio comunican solo los sabios mayores que están encargados de transmitir sus órdenes á los menores, asi

ESPAÑA. 389

como también las reclamaciones, solicitudes, gracias y con- sultas que los últimos dirijan al priúiero.

Para que sean perfectamente entendidos, diremos que el gran sabio es á los sabios mayores, lo que el metropolitano ó Primado es á los Obispos, y los menores son á los mayores lo que ios presbíteros á los Obispos, con la diferencia de que aun cuando es determinado el número de los fieles en quienes cada sabio egerce su jurisdicción, no lo es el número de sabios me- nores que depende de uno mayor.

Los sacerdotes ó sabios menores administran justicia en los negocios de corto interés, sin atenerse para pronunciar sus sen- tencias, mas que á su prudente arbitrio.

Los de grande importancia son fallados por los sacerdotes mayores, y tanto las sentencias délos unos como las de los otros son apelables para ante el gran Rabino, cuyo fallo es definitivo.

Los sabios mayores se distinguen de los menores por su traje.

Los primeros cubren su cabeza con un velo á manera de capucha, una clámide negra con capuchón caido a sus espal- das, especie de sotana les cubre su vestido interior, que con- siste en un jaique blanco corto y ceñido con un cinturon, calzoncillos blancos, medias del mismo color y babuchas. Los sabios menores llevan la cabeza descubierta.

El resto de los judíos viste el mismo traje interior; el es- terior consiste en un saco sin capncha, blanco ó rayado, me- dias y zapatos ó babuchas.

Casi todos llevan pendientes zarcillos de sus orejas y la

barba crecida.

Las mujeres llevan enaguas á la europea con dos volan- tes; las solteras y casadas dos bucles de seda torzal, luego una cinta negra que partiendo de la parle superior de la frente termina en el cuello con un lazo. Kncima un caj)uchon encar- nado que cae sobre los hombros. Después un jubón á manera de chaleco con muchos bolones por adorno, y por último cho- clos ó bien bolitas de raso ó charol, h

390 EL HONOH

h 9U¡) r IV.

O OU/JÜloíjc

En la mayor parle tic las religiones, se conoce ademas del cullo privado, el cuito público con que sus sectarios se dirigen á la Divinidad, ya implorando su asistencia en algún apurado trance, ya dándole las gracias por los beneficios recibidos, ó ya por último y esto es lo mas frecuente para dirig'rle sus oraciones, sin otra intención que el cumplimiento de un pre- cepto religioso.

Casi todas las religiones tienen sus lugares destinados á este obgeto, y álos cuales es permitido asistir á todos los fieles.

Asi como el cristianismo tiene sus iglesias, asi lambien el mahometismo tiene sus mezquitas y el judaismo sus sinagogas.

Délas segundas nos vamos actualmente á ocupar, y dees- tas de las situadas en la ciudad sagrada de los árabes, es de- cir de Tetuan.

Y no por las particularidades ([ue ofrezcan vamos á pre- sentarlas á nuestros lectores, pues son tan oscuras como su re- ligión, sino porque creemos de nuestro deber hacerlo así, para que conozcan la ciudad que ya está en poder de las tropas es- pañolas.

Las mezquitas de Tetuan son como acabamos de indicar, sumamente oscuras y lóbregas, tanto que es preciso dejar pa- sar un buen espacio de tiempo, cuando desde fuera se entra para empezar á percibir los obgetos interiores.

Hubiéramos mejor dicho la estancia, pues los obgetos de que se hallan adornadas, á mas de ser mezquinos y pobres (hablamos por las que nosotros hemos visitado) son ademas es- casísimos.

El pavimento no pudimos saber de que estaba formado, pues se hallaba cubierto con una estera, y en todo el rededor de el templo habia colocado en unos bancos de madera y otros asien- tos de mampostería como los que suele haber en las mas de

DE ESPAÑA. 591

nuestras posadas; estos últimos se hallaban cubiertos por una cinta de estera de la misma clase que la que el pavimento cubria.

En el centro contando desde la mitad del salón se eleva un pequeño altar, sobre el que hay colocada una urna vacía y cerca de ella y á la derecha un í"acistol con libros escritos con caracteres hebreos.

Estos libros son para ellos lo que para nosotros los evan- gelios.

Algunas lámparas pendientes de negruzcas cadenillas, es- parcen su dorada claridad por el recinto del templo.

Algunos huevos de avestruz suspendidos en las paredes, y que figuran otros tantos milagros, completan el adorno de las mezquitas Tetuan.

No sabemos por que los árabes de aquella misma [ciudad, que en el interior de sus casas desplegan en sus habitaciones interiores el lujo mas refinado y los mas suntuosos adornos, tienen tan pobremente puestos sus templos: la razón que en

nuestro juicio les asiste, no nos parece satisfactoria.

Entre los sectarios de iMahoma existen como entre nos- otros sus claustros, adonde se retiran los que desean entre- garse á la contemplación y práctica de egercicios espirituales frecuentes.

Habríamos deseado indagar los institutos del estableci- miento y egercicios que sus frailes, pues con este nombre tam- bién se les conoce, practican, mas nos fué imposible; por lo mismo nos contentaremos con describirles lo material de la lo- calidad.

.j Existe uno de estos monasterios en la parle meridional de la ciudad y casi fuera de sus muros.

El edificio es muy basto, pero de pobre apariencia.

Y el que crea que dentro encontrará el lujo y suntuosidad que en el interior de las casas árabes tanto, resalta con el este- rior, se equivocaría.

Muchas y grandes galerías tan oscuras como sus templos, en alguna de las cuales se percibe un olor fétido y que por lo

59^ EL HONOR

general aíluyen ;i un patio en cuyo centro se levante el templo (lo aquellos inün¿5es, es lo (|ue el obsQn,a(lor conleuiple en el momento de su entrada.

atentamente mira después las particularidades intej-io- res, verá infinidad de pequeñas habitaciones casi desnudas de mueblaje separadas unas de otras por endebles tabiques, y en' cada una de ellas un fraile, que en el momento que de la lle- gada de un personage estrañj á la comunidad se aperciba; saldrále al encuentro con su luenga barba, raido jaique, y des- nudo de pie y pierna le suplicarcá con magostad y gravedad có- micas, que no atrepelle su santuario.

Y entonces el lector no podrá menos de hacer lo que nos- otros hicimos; pedir á aquel ciego fanático dispense su indis- creción y retirarse.

Casamientos

Hemos manifestado en otro lugar de nuestra obra, el modo como los judíos contraen sus casamientos con los principales efectos que producen entre ellos, y justo es que hagamos lo mismo respecto de los árabes.

E\ casamiento de los árabes no tiene tantas solemnidades como el de los judíos, aunque tienen bastante de común. . ¡Ofrecen la singularidad de que casi siempre el novio no conoce á la novia, por la costumbre existente entre ellos de que las mujeres salen muy'poco á la calle, y cuando lo hacen van con la cara tapatada con un tupido velo, que la oculta á las miradas de todos.

En algunas partes el novio antes de casarse compra á la novia bien con dinero ó con especies. Las mujeres árabes ájuz- gar por elprecip porque se venden, valen muy poco. Su valor

DE ESPAÑA. 393

por término medio puede calcularse en unos dos mil reales de nuestra moneda.

Entregado el precio á los padres de la novia, si es que ha intervenido ajuste, se señala por el interesado el dia en que ha de verificarse la ceremonia, la entrega de la mujer al marido.

Llegado el dia, los padres de la desposada la conducen la- pada y acompañada de todos los parientes y convidados al domicilio del marido, el cuál espera á la comitiva con los suyos.

Al entregar al marido la nueva desposada, sus padres re- ciben estos de aquel un documento firmado por él y por los testigos en que consta su voluntad de llevar á cabo el enlace y á su vez recibe otro adornado de iguales requisitos, con lo que ya la novia queda en su poder.

Acta seguido se entregan todos juntos á las demostraciones de la mas loca alegría, que por lo común demuestran con sal- vas, gritos, algazara y comida compuesta de un manjar muy apreciado por ellos á que llaman alcuzcuz compuesto de carne cocida, huevos duros y gallinas, cuya superficie, siembran con pequeños pedazos de masa cocida compuesta de harina y agua.

Después de la comida sigúese la algazara y la broma que no se interrumpe sino por la llegada de la noche: entonces pasan á recogerse.

No es permitido á los espososos consumar el matrimonio la primera noche de sus bodas; por eso la pasan en habitaciones separadas.

El dia siguiente se repi e lo mismo que el anterior, y por la noche ya es permitido á los héroes de la fiesta pasarla juntos. ^'*"'"^^'

Los parientes de la novia esperan con impaciencia con la venida del dia, el anuncio de la consumación del matrimonio, que al mismo tiempo es prueba de la castidad y pureza de la desposada. '*' '''''^'

Hecha la señal por el marido, se entregan á demostracio- nes mil de regocijo, durante todb el dia, y por la noche se re- tiran todos. '■'""'■ :■'"' ' ' ' ' ' ' '

El marido que p'iMé teíiíV Ha^tá'trfes^'ksposas, es obligado

50

394 «L HONOR

á vivir semanal ó diari.imenle con cada una de ellas, que al mismo tiempo es la encargada del cuidado y arreglo interior de la casa.

Las demás permanecen en sus aposentos hasta que les lle- gue el turno.

La unión se disuelve de el mismo que se contrajo. Guando el marido se cansa de su mujer la lleva á sus padres, y estos, al recibirla, entregan á aquel el documento que les dio para su salvaguardia.

uno y otro quedan en completa libertad de volverse á unir con quien quieran, pero el marido conserva la obligación de mantener y educar á los hijos que hubiese tenido de su mujer repudiada. üip

Entierros.

Siguiendo el mismo orden que al hablar de los judíos, rés- tanos que decir alguna cosa de los enterramientos de los árabes.

Gomo aquellos y como nosotros tienen la costumbre de po- ner sus cadáveres debajo de tierra.

Primeramente los lavan bien y después los envuelven en un gran lienzo blanco.

Es de advertir que los que han muerto peleando contra in- fieles, es decir contra nosotros los cristianos, los dejan con sus manchas y sus vestidos, y aun llevan á la sepultura la tierra que han bañado con su sangre.

Abrigan la creencia y por eso juzgan dichosos á los que de tal modo mueren, de que van derechos al cielo por haber muerto en la tierra en defensa de Mahoma.

Para trasladar el cadáver desde la casa mortuoria al ce- menterio, lo colocan atravesado en una muía boca abajo, y sujeto al cuerpo de la muía con una cuerda.

DE ESPAPÍA. 395

Acompañándoles los mas lejanos parientes y los mas ínti- mos amigos y deudos

Una vez en el cementerio le colocan en el fondo del hoyo abierto al efecto, de costado y mirando al Oriente.

La comitiva enfilada y descalza va paseando por la sepul- tura, se arrodilla, besa el suelo mirando también al Oriente y reza las oraciones.

Concluida esta ceremonia, vuelve á la casa del difunto la comitiva, repitiendo sus oraciones, adonde son esperados por las viudas y parientes mas próximos que los reciben con gran- des gritos de dolor, acompañados de fuertes mordiscos y ara- ñazos.

Después penetran todos en la casa, y olvidando comple- tamente su aflicción, pénense á comer del alcuzcuz que en casi todas partes se les tiene preparado.

396

EL HONOR

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CAPITULO xxs:i

Convenios ajustados entre España y Marruecos. Consideraciones que sobre

esto se nos ocurren.

L tratado es la garantía que recíproca- mente se dan dos naciones de la buena amistad que debe unirlas, y que efec- tivamente las une.

Cuando cualquiera de ellas falta al cumplimiento de aquellos, la otra tiene derecho para exigirla el cumplimiento, y apelar á la fuerza para conseguirlo.

Esto es lo que con Marruecos ha pasado en la cuestión pre- sente.

España celebró un conve^iio en 1780, convenio que se am- plió en i 799, y que se ratificó nuevamente en 1814.

Estos convenios no han tenido por parte de los marroquíes cumplimiento mas que los seis primeros meses, si así podemos decir.

DE ESPAÑA. 397

Como consecuencia legítima de este uUrage hecho á una nación que los honraba con sus relaciones, nuestras armas han sabido vengarlos.

Deseosos nosotros siempre de dar á conocer á nuestros lec- tores cuantos do jumentos curiosos y cuantas noticias respecto al asunto que nos ocupa, podemos adquirir, insertamos á con- tinuación los tratados de que hemos hecho mención, tratados que hasta ahora creemos que hayan sido completamente des- conocidos del público.

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II.

Convenio

formado entre el Excmo. Sr. D. José Monino, conde de Flo- ridablanca, caballero pensionado de la Real Orden de Car- los Uí, Consejero de Estado de S. M., primer secretario de Estado y del Despacho y Superintendente general de Correos terrestres y marítimos de las Postas y lientas de estafetas en España y las Indias y de los caminos del Reino; y el Excmo. Sr. Mohamet Ben-Otoman, embajador y ministro plenipoten- ciario del Rey de Marruecos, en virtud de las órdenes de sus respectivos soberanos.

Habiendo pasado á Madrid el Excmo- Sr. Mohamet Ben-Oto- man con el carácter de embajador y ministro plenipotenciario del Rey de Marrueco cerca de S. M. , presentó una instruc- ciou lirmada de su soberano que contenia los puntos que debia tratar con este ministerio. En su consecuencia mandó el Rey al conde de Floridablanca contestase en su Real nombre. á las proposiciones del embajador, y que acordados con él todos los puntos, eslendiese una respuesta, la cual con la instrucción de este formaría un convenio entre las cortes de Madrid y Marruecos, que estrechase mayormente y aíianzase la amistad de los. monarcas, con benelicio reciproco desús vasallos y ven- tajas de su comercio. Ha llegado el caso de estenderse dicha

í-f

398 EL HONOH

respuesta, la (jue, ademas de satisfacer á los puntos de la ins- trucción, incluye otros, á al^^uuos de los cuales se han hecho varias adiciones; y habiéndose conformado en un todo el refe4 rido embajador, se ha efectuado el convenio entre las dos Cor- tes; y es como sigue.

En nombre de Dios (Todopoderoso). -Firmada de S. M. el Rey de Marruecos. Instrucción para su embajador.

1.0 Que cuando los ingleses supieron que V. M. les decía- raba la guerra, enviaron á decirnos que querían enviar seis ú ocho navios para navegar con nuestra bandera y llevar pro- visiones de nuestros puertos á la plaza de Gibraltaj; y cono- ciendo su mala intención y engaño, y qu-e con esto querían que sitiada dicha plaza pudiesen entrar los citados navios en el puerto de Gibraltar, sin que Y. M. les hiciese obstáculos por nuestro respeto con las provisiones que necesitan; les hemos respondido que no necesitamos de sus navios, ni consentimos en lo que piden. Al presente deseamos que V. M. nos envié Ires ó cuatro navios bien fuertes que carguen mil y quinientos quin- tales y que estos pasen á nuestros dominios para cargar trigos y otros efectos de provisiones y que ios conduzcan de los puer- tos donde los hay en abundancia á donde no los hay, y que dichos navios tengan su capitán, su segundo, su piloto y con- tramaestre; y nosotros pondremos ios marineros y les pagare- mos su flete secretamente para que se conozca el favor que nos hace S. M. sin interés alguno y solo por la recíproca amistad que nos profesamos.

1.0 ((Que S. i\J. enviará al rey de Marruecos los navios que pide; pero los marineros serán españoles, para que no haya •discordia entre ellos.»

2.'' Que los comerciantes de Tetuan nuestros vasallos que antes acostumbraban comerciar en la plaza de Gibraltar con pieles y otros efectos, observaron que las embarcaciones in- glesas llevaban de Gibraltar estas pieles y efectos á Barce- lona y con ellos hacían muchas ganancias; y como aho; a ha cesado dicho comercio de Gibraltar, nos pidieron de comerciar en Barcelona, y buscar compañeros con los cuales hagan com-

paüía en dicho comercio para tener una misma corresponden^ cia en estas mercaderías: y los mismos navios arriba dichos, en descargando en Tetuan las provisiones, los cargarán los mercaderes de efectos del pais, y los remitirán á Barcelona, de donde cargarán seda y otros efectos. Estos negociantes vasallos de V. M. podrán estar seguros en sus intereses bajo nuestra real palabra.

2.0 «Que los citados navios puedan pasar á Barcelona para el comercio con toda libertad; pagando allí los derechos que se habrán fijado y establecido»»

5 o Que los comerciantes de Fez que por lo regular comer- cian en Oriente, llevan consigo moneda de plata para consu- mo, cambiándola por oro, porque en aquellas partes pierden con la plata; con este motivo nos han suplicado les permita- mos, que envíen dos comerciantes al año á Cádiz para cam- biar la plata por oro y que puedan comprar la grana cochi- nilla según el precio corriente; porque este género se desea y tiene en Fez mucha salida, de suerte que el que vende dicha grana, si quiere recibir por ella la moneda de España, se le dará, y si quisiese en cambio pieles ó cera, también se le dará.

3.0 ((Que puedan comerciantes venir á Cádiz para com- prar la grana y demás géneros españoles al precio corriente: y en cuanto al cambio de la plata pororó siempre que abunde este metal, porque ahora es muy escaso, se permitirá pagando por su estraccion y por la de los demás géneros los derechos que pague en España la nación mas favorecido; y se admiti- rán la moneda española y efectos que trajesen.»

4.0 Hemos recibido la carta de V. M. y enterado de su contenido con grande complacencia: y viendo la traducción; elegante de su intérprete, hemos quedado en duda si este es mahometano ó cristiano. Si es mahometano debia empezar la carta de este modo: Alabanza á Dios solo, y á nuestro Señor Mahomet Apóstol de Dios, último Profeta: y si es cristiano, debia haber empezado así: Alabanza á Dios y la paz á nues- tro Señor Jesucristo, hijo de María, Apóstol y palabra de

400 EL HONOn

Dios. Y no habiéndolo hecho dicho iniérprele, hemos dudado. de su religión.

4/> (iK\ traductor es cristiano y se arregló al estilo que aqui se observa, dando á Dios la alabanza en nuestras oraciones^," con que nos preparamos para todas las obras que empren- damos.»

Otros puntos que comprende la respuesta de S. M.

1.0 Que los mercaderes eSpañoles que llegaren á los puer- tos del rey de Marruecos, como Tetuan, Tánger, Larache, Sal i, Mogador y otros sean bien tratados y recibidos y estén seguros de sus vidas y bienes.

2.0 Que los comerciantes españoles, de lo que traigan de los dominios del rey de Marruecos, deben pagar los derechos' correspondientes según las órdenes d-i aquel Soberano, y que^ estos mismos españoles se deban distinguir de las demás na- ciones. -'{ 'í^n. .Y.OT

Adición.

Lo mismo y no mas hará el rey de España con los comer- ciantes marroquíes.

3.0 Qua los vasallos del rey de Marruecos podrán venir á comerciar á los puertos de Alicante, Málaga, Barcelona y Cá- diz; y así en ellos como en los demás de estos reinos serán bieo tratados y bien recibidos y se les Tranquera lo que necesiten- dér víveres y para reparar sus navios, pagando los gastos que hicieren y efectos que compraren.

4.0 Que los navios de S. M. y los del rey de Marruecos ten- gan alguna señal entre para que se conozcan, no se equivo- quen con los argelinos ú otra potencia enemiga.

5.0 One en caso que Gibraltar pertenezca en algún tiempo áS. M. ; el rey de Marruecos tratará esta plaza como los de- rilas dominios de España, llevándose á ella de los de S. M. mar-

DE ESPAÑA. 40 i

roquí todo lo que se necesitare, del mismo modo que el Rey hará con Tánger y otros puertos del mismo Soberano, prote- giéndola y ayudándola en sus urgencias en caso de algún in- sulto ó guerra con los enemigos.

Adición.

Lo mismo hará recíprocamente el rey de España con el de Marruecos; y asi debe estenderse este articulo 5. o

6.0 Que si S. M. destinare algunas personas que tomen en arrendamiento los derechos de estraccion de comestibles por los puertos de Larache, Tetuan y Tánger, se les concederán por los precios justos que hubiera de pagar cualquier otro ar- rendador.

7.0 Que no se pueda obligar á los subditos de S. M. que residan en los dominios de Marruecos á que hospeden ni man- tengan á nadie en sus casas.

8.0 Que cuando los subditos de S. M. residentes en los dominios de Marruecos alquilasen casas por precio y tiempo determinado, no se les pueda aumentar el alquiler ni desalo- jarlos hasta cumplido el término con tal que paguen el alquiler convenido.

9.0 Que si alguno délos Cónsules, Yice-Cónsules, ó comer- ciantes españoles quisiesen fabricar por alguna casa en los dominios del rey de Marruecos, puedan hacerlo; y en caso de querer venderla ó alquilarla, no se les ponga embarazo alguno.

10* Que si el rey de las Dos Sicilias quisiese participar de las ventajas de este convenio, se prometen S. M, y el rey de Marruecos, se tendrá á aquel Soberano y sus vasallos por com- prendidos en todo lo que mira á la libertad y seguridad del trato y comercio de ambas naciones, que aquí se estipulan entre España y Marruecos: y desde luego se suspenderá entre na- politanos y marroquíes toda hostilidad.

SI

402 KL HONOH

Aranjuez á 50 de Mayo de 1780. El conde de Floridablan- ca. Es copia.

Por lo anterior liabián visto nueslros lectores el respeto con que hace ochenta años nos trataban los marroquíes, y lo poco que de las mismas palabras y firmas de sus emperadores po- demos prometernos.

El tratado (jue á continuación insertamos, es mas estenso, y con mayores seguridades, si caben todavía, pero ni uno ni otro han sido suflcientes para que los salvages subditos de S. M. Xeriffiana, dejasen de insultar y maltratar á los valientes y leales hijos de la España.

Kn el nombre de Dios Todo Poderoso,

Trátalo de paz, amistad, navegación, comercio y pesca es- tablecido entre los muy altos y poderosos principes D. Car- los IV, rey de España y de las Indias, etc. etc. , y Muley So- liman, rey de Marruecos, Fez Mequinez Sus, etc. etc. ; siendo la parte contratante por S. M. católica su Plenipotenciario el Intendente de los reales egércitos D. Juan Manuel González Sal- món, que por su orden y al mismo efecto pasó á la corle de Mequinez de los Olivares; y por la de S. M. xMarroquí el Exce- lentísimo Sr. Sidy Mahomet Ben-Otoman, su primer ministro, quienes después de haber dado sus plenos y respectivos pode- res, han estipulado, conforme á las instrucciones que cada uno tenia los artículos siguientes:

Articulo I."" Se renuevan y confirman el tratado del año de 1766, el convenio de 1780, y el arreglo de 1785 en todo lo que no sea contrario al presente tratado.

Art: 2.° Ninguna de las dos Altas partes contratantes faci- litará bajo pretesto alguno víveres, escepto los que exige la humanidad, pertrechos, municiones de boca ó guerra, ni ar- mas de ninguna clase á los enemigos que son y fueren de

DE ESPAÑA. 403

cualesquiera de las dos polencias; como tampoco dará paso á sus tropas por los territorios de ella, ni franqueará su pabellón 6 pasaportes ni permitirán se armen en corso en sus puertos.

Art. 3,° A fin de que subsista con la mayor armonía la paz y buena amistad que de nuevo se consolida por este tra- tado, ni se introduzcan en ambos dominios sugetos, que por sus acciones, conductas ú opiniones puedan perturbarla, no se per- mitirá á ningún español pasar á ios de Marruecos, ni estable- cerse en ellos, si no lleva licencia ó pasaporte del comandante ó gobernador del puerto de donde S3 embarcase, que esplique el objeto ú objetos á que vá; cuyos documentos se han de examinar á su arribo por el Cónsul general de España, sus vice-cónsules ó comisionados. Lo mismo se practicará en Es> paña con los marroquíes; los que deberán ir provistos de pa- saportes del referido Cónsul general, vice-cónsules ó comisio- nados. Los que no presentaren dichos documentos no serán admitidos por protesto alguno; pero si fueren con ellos en re- gla, se les acordará toda protección y seguridad, y de consi- guiente el gobierno vigilará para que no esperimenten mal trato, ni ninguna otra vejación, castigando con todo rigor al que los incomodare; y al efecto se espedirán por S. M. cató- lica las órdenes mas estrechas á los gobernadores de sus puer- tos. Lo propio se practicará por parte del gobierno marroquí, con espresion de que caerá en su indignación cualquier gefe que no preste buena acogida á todo vasallo de S. M. católica que transite ó resida en sus dominios.

Art. 4.'' El Cónsul general de España, sus vice-cónsules ó comisionados dirigirán con absoluta jurisdicción los negocios de los españoles en los dominios marroquíes, franqueándoles el gobierno los ausilios de tropas, lanchas, armadas, ü otros que pidan para arrestar y asegurar los malhechores, con cuyo medio se conservará el buen régimen y quietud pública.

Art. 5.° En toda demanda sobre pago de deudas, cumpli- miento de contratos ó diferencias de cualquiera calidad que tengan los marroquíes contra los españoles, las harán presen- tes al Cónsul general de España, vice-cónsules ó comisionados

404 EL HONOR

en sus respectivos distritos, para que llamándolos ante si, ira- ten de concluir y ajustar sus dííercncias, compeliéndolos en ca- sos necesarios á (jue cumplan sus respectivas obligaciones. Y si sucediese por el contrario, los referidos empleados pasarán oficios al gobierno marroquí para que sus subditos paguen á los españoles lo que les deban, procurando que lo egeculen sin dar lugar á dilaciones, pues lia de ser reciproca y de buena la administración de justicia, como sólido fundamento de la amis- tad y buena armonía entre las dos naciones, no menos que de la existencia y felicidad de todas.

Art. O/' Cualquier español que cometa en los dominios marroquíes algún escándalo, insulto, ó crimen que merezcan corrección ó castigo, se entregará á su Cónsul general ó vice- cónsules, para que con arreglo á las leyes de España se le im- ponga, ó remita á su país con la seguridad correspondiente, siempre que el caso lo requiera. Igual reciprocidad se obser- vará con los delincuentes marroquíes en España, enviándolos al primer puerto de la dominación do S. M. marroquí, sin que preceda diligencia judicial, ni otra formalidad mas que la de un oficio que el comandante, gobernador ó justicia del terri- torio donde cometan el delito, dirigirá al Cónsul general de Es- paña, relacionándole su crimen ó falta para que su gobierno les imponga la pena según sus leyes é institutos.

Art. 7 ^ Dichos Cónsul general, vice-cónsules ó comisio- nados continuaran gozando de la exección de todo derecho en la provisión de frutos y -efectos que necesiten y hagan venir de España ú otras naciones para su respectivo consumo. El refe- rido Cónsul general tendrá facultad no solo para enarbolar en la casa de su morada en Tánger el pabellón real español, sino que podrá también sin obstáculo alguno pasar á bordo de los buques de su nación, cuando lo juzgue preciso, con bandera larga en la popa del bote ó lancha que le conduzca, y la casa consular disfrutará de inmunidad y de las prerogativas y con- sideraciones que ha gozado hasta aquí, y la concedió el gran rey difunto Sid Mohamet Ben-Abdala.

Art. 8.^ Cuando fallezca algún español ó criado suyo en

DE SEPAiVA. 405

Marruecos, con tal de que este sea individuo de cualquiera na- ción cristiana, dispondrán el Cónsul general, vice-cónsules ó comisionados sus entierros en la forma que estimen mascón- veniente haciéndose cargo de todos sus bienes para entregarlos ásus herederos. Si muriese algún marroquí en España, el co- mandante, gobernador ó justicia del lerritorio en que se veri- fique, pondrá en custodia lo que haya dejado, y avisará ales- presado Cónsul general, enviándole nota de lo que sea, para que él lo haga saber á sus herederos, y proporcione su recau- dación sin eslravío.

Art. 9.° Cuando los españoles compren legítimamente al- gún terreno en Marruecos con permiso del gobierno, podrán fabricar en él casas para su habitación, almacenes, etc., ar- rendarlos y venderlos según les acomode. Y siempre que al- quilen casas y almacenes por tiempo y precio determinado, no se les subirán los arrendamientos durante aquel, ni desalojará de ellos, con tal que paguen lo estipulado, suponiéndose que ios traten como es debido. Lo mismo se observará en España con respecto á los marroquíes.

Art. 10. Los españoles podrán ausentarse de Marruecos con toda libertad y cuando bien les parezca, sin necesidad del permiso del gobierno; pero si, necesitarán del consentimiento del Cónsul general, vice-cónsules ó comisionados; para que estos sepan si se hallan libres de deudas ó cualesquiera otra clase de obligaciones que deberán dejar solventes antes de su salida; lo que ademas de ser justo conservará la buena y de- bida reputación del nombre español; y de ningún modo serán responsables el Cónsul general ni sus vice-cónsules ó comisio- nados al pago de las deudas que contraigan dichos españoles en Marruecos, si espresamente no se hubiesen obligado bajo sus firmas á satisfacerlas: y lo propio se observará en España respecto al gobierno marroquí.

Art. 11. No se podrá obligará los subditos de S. M. Cató- lica que residan en los dominios de marruecos, ni á los de S. M. Marroquí en los de España, á que no hospeden ni man- tengan íi nadie en sus casas.

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Art. 42. So pormilirá libremente el uso de la religión ca- tólica á lodos los subditos del rey de Kspafia en los dominios de S i^I. Marroquí, y se podrán celebrar los oficios propios de ella en las casas-oficios de los padres misioneros establecidos en diclio reino y protegidos de mucho tiempo á esta parte por los monarcas de Marruecos. Estos uiisioneros disfrutarán en sus respectivos hospicios de la seguridad, distinciones y pri- vilegios concedidos por los anteriores soberanos de Marruecos y por el actual reinante. Y en atención á que su ministerio y operaciones, lejos de causar disgusto á los marroquíes, les han sido siempre agradables y beneficiosas por sus conocimientos prácticos de la medicina, y por la humanidad con que han con- tribuido á sus alivios, ofrece S. M. marroquí permitirles que permanezcan en sus dominios sus establecimientos, aun cuando se interrumpa la buena armonía entre ambas naciones (lo que no es de esperar) á la manera que subsistían en los reinados anteriores, no obstante de hallarse en guerra las dos monar- quías. Asimismo podrán los marroquíes existentes en España, ejercer privadamente como lo han practicado hasta aquí los actos propios de su religión.

Art. 15. Como se ha de procurar precaver en cuanto sea posible la desgracia de los acontecimientos humanos, sise ve- rificase un nuevo rompimiento entre ambos soberanos, estipu- lan conceder recíprocamente el tiempo de seis meses ó lo mas desde el dia de publicación en sus estados, para que los res- pectivos vasallos puedan retirarse libremente á ellos con lodos sus bienes y efectos.

Deseando' ademas S. M. marroquí que se borre de la me- moria de los hombres el odioso nombre de la esclavitud, ofrece que en el caso inesperado de un rompimiento, reputará á los oficiales, soldados y marineros españoles cogidos durante la guerra como prisioneros de ella, cangeándolos sin distinción de personas, clases ni graduaciones lo mas pronto que sea posi- ble, sin pasar por ningún caso el liempo de un año en el que fueren capturados, recogiendo un recibo de estos al tiempo de su entrega para el arreglo del cange sucesÍNo; no conside-

ÜE ESPAÑA. 407

rando como tales prisioneros de guerra á los jóvenes que no tengan doce años cumplidos, las mujeres de cualquiera edad que fueren, ni los ancianos de sesenta años arriba, respecto á que no pudiéndose esperar ofensa alguna de estas tres clases de personas, no deben sufrir el menor quebranto ni vejación, y asi desde luego que sean apresados, se pondrán en libertad, y por medio de embarcaciones parlamentarias ó neutrales, se trasportarán á su pais, siendo los gastos de estas conducciones de cuenta de la nación á quien correspondan dichos prisione- ros; lo que ofrece asi mismo observar S. M. católica, empe- ñando mutuamente las dos Altas partes el sagrado de su Real palabra para el cumplimiento exacto (le lo contenido en este articulo. Y caso de que fenecida la guerra haya algún esceso de prisioneros, se dará por concluido este asunto, sin que se entable solicitud alguna á este respecto, devolviendo los reci- bos la parte que los tuviere.

Art. 14. Los vasallos de S. M. católica que deserten de los presidios de Centa, Melilla, Peñón y Alhucemas, serán conducidos desde luego que lleguen á territorio de Marruecos, á la presencia del Cónsul general, quedando á disposición de este para hacer de ellos lo que le ordene el gobierno español, y pagará los gastos de su conducción y manutención. Pero si puestos ante dicho Cónsul dijesen é insistiesen en abrazar el mahometismo, entonces los recogerá el gobierno marroquí. Mas si por accidente se presentase alguno al soberano, ante quien libremente dijese que quiere hacerse moro, no se de- berá en este caso conducir á presencia del espresado Cónsul general.

>' Art. 15. Los límites del campo de Ceuta y estension de' terreno para el pasto del ganado de aquella plaza, quedarán en los mismos términos que se demarcaron y fijaron en el año de 1782.

Al paso que ha habido la mejor armonía entre dicha plaza y los moros fronterizos, es bien notorio cuan inquietos y mo- lestos son los de Melilla, Alhucemas y el Peñón, que apesar de las reiteradas órdenes de S. M. marroquí para que con-

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serven la misma buena correspündencia con las espresadas plazas, no han dejado de incomodarles coiUinnamente, y esto parece una contravención á la Paz general coulralada por mar y tierra, no deberá entenderse asi, por cuanto es con- trario á las buenas y amistosas intenciones de las dos Altas partes contratantes, y efecto de la mala índole de aque- llos naturales: por tanto ofrece S. M. marroquí valerse de cuantos medios le dicte su prudencia y autoridad para obligar á dichos fronterizos á que guarden la mejor correspondencia y se eviten las desgracias que acaecen, tanto en las guarni- ciones de dichas plazas, como en los campos moros por los es- cesos de estos. Pero si los continuasen sin embargo lo que no es de esperar, como ademas de ser injusto, ofenderían el de- coro de S. M católica, que no debe disimular ni tolerar tales insultos, cuando sus mismas plazas pueden por contenerlos, queda acordada por este nuevo 'tratado que las fortalezas es- pañolas usen del cañón y mortero en los casos en que se vean ofendidas, pues la esperiencia ha demostrado que no basta el fuego de fusil para escarmentar dicha clase de gentes.

VI

Art. i 6. Navegación. Las embarcaciones mercantes de ambas naciones, podrán arribar á los puertos de cualesquiera de ellas, viniendo habilitadas de papeles por las oficinas que corresponde. Los pasaportes que lleven en su navegación se dispondrán de modo que para su inteligencia no se necesite saber leer. A los que no los lleven se conducirán por el buque que los encuentre al puerto mas inmediato de su nación, sin molestarlos y con la obligación de presentarlos intactos al go- bernador de aquel. Los pequeños barcos pescadores de una y otra potencia no estarán obligados á la presentación de pasa- portes. Estos podrán variarse en su forma, teniéndose cuidado mutuamente de avisar cualquiera innovación que se egecute para noticia de sus individuos.

DE ESPAÑA. 409

Art. 17. Los buques de guerra de ambas potencias no oblí« garán á los mercantes de ellas que encontrasen en alta mar y quisiese n reconocer sus pasaportes, á que echen sus botes ó lanchas al agua, pues lo deberán hacer los de guerra; los que BO destinarán mas que una persona de toda su confianza que suba abordo para dicho reconocimiento y esta por ningún pre- testo podrá hondearlos ni registrarlos, ciñéndose únicamente á inspeccionar los pasaportes que lleven, los marroquíes del Cónsul general de España, bajo el método mas sencillo, y los españoles los acostumbrados en su gobierno; en la inteligen- cia de que si unos y oíros causasen voluntariamente daño ó in- comodidad á cualquiera buque ó tripulación, el agresor será castigado á proporción de sus escesos, y responsable á la re- paración de ios perjuicios que hubiese causado.

Art. 18. Las embarcaciones de ambas naciones que se eu- contrasen en alta mar y necesitasen de víveres, aguada ú otra cosa esencial para continuar la navegación, se suministrarán

mutuamente cuanto tengan en la parte posible, abonándose el valor de lo que dieren al precio corriente.

Art. 19. En prueba de la armonía que ha de reinar entre las dos naciones, siempre qne los corsarios marroquíes apre- sasen alguna embarcación enemiga, y hubiese en ella mari- ueros ó pasageros, mercancías y cualquiera otra propiedad que pueda corresponderá vasallos de S. M. católica, los entre- garán libremente á su Cónsul general, con todos sus bienes y efectos, en el caso deque regresen á los puertos de S. M. mar- roquí; pero si antes tocan en alguno de ios de España, los pre- sentarán en iguales términos á su comandante ó gobernador; y de no poder verificarlo de una ó de otja manera, lo dejarán con toda seguridad en el primer puerto amigo donde arriben. Lo mismo practicarán los buques españoles con los vasallos ó haberes de S. M. marroquí que encuentren en los buques ene- migos apresados; estendiéndose esta buena armonía y el res- peto que se^Jeben tener por la bandera de ambos soberanos, á conceder la libertad de personas y bienes de vasallos de po- tencias enemigas de una y otra nación que naveguen en em-^

52

410 ELHONOK

barcaciones españolas ó marroquíes con pasaportes legítimos en que se espresen los equipajes y efectos que les pertenecen; con tal que estos no sean de los que prohibe el derecho de la fierra.

^'^Ari. 20. Si los buques de cualquiera potencia berberisca que se hallare en guerra con la España apresasen alguna em-* barcacion perteneciente á esta ó sus subditos y la llevasen á los puertos de Marruecos, no se les permitirá en ellos vender ningún individuo de los apresados, ni el todo ó parte de sus géneros, lo mismo se observará respectivamente en España si fuese conducido á ella algún buque marroquí apresado por otro de potencia enemiga de Marruecos.

Art. 21. Las embarcaciones de ambas naciones, asi de guerra como mercantes, que por otras de cualquiera potencia que estuviesen en guerra con una de ellas fuesen atacadas en puertos, ó adonde hubiere fortalezas, serán defendidas por los fuegos de estas ó de aquellos, deteniendo á los buques ene- migos sin permitirles que cometan hostilidad ninguna ni que salgan de los puertos hasta veinte y cuatro horas después de haberse hecho á la vela las embarcaciones amigas. Las dos altas partes contratantes se obligan también á reclamar recí- procamente de la potencia enemiga de cualquiera de ellas la restitución de las presas que se hagan á la distancia de dos mi- llas de sus costas, ó á su vista si por no serle posible, apro- ximarse á la tierra se hallase anclado el buque espresado. Fi- nalmente prohibirán que se vendan en sus puertos los buques de guerra ó mercantes que fueren apresados en alta mar por xjualquiera otra potencia enemiga de España y de Marruecos; y 'caso que entren en ellos con alguna presa de las dos naciones, tomada á la mediación de sus costas en la forma que arriba queda esplicado, obligando al captor á que la abandone, con cuanto la hubiese tomado de efectos de tripulación y (lemas, etc.

Art. 22. Si algún buque español naufragase en el rio Nunx y su costa donde no egerce dominio S. M. marroquí, ofrece sin embargo en prueba de cuanto aprecia la amistad de S. M. ca- tólica, valerse délos medios mas oportunos y eficaces para sa-

DK ESPAÑA. 414

ear y libertar las tripulaciones y demás individuos que tengan la desgracia de caer en manos de aquellos naturales. . Ai't. 23. En todos los puertos habilitados de España se admitirán los buques marroquíes precediendo las precauciones y formalidades establecidas por la sanidad, para la seguridad de la salud pública. En caso de naufragio ó de arribada for- zosa á cualquiera rada, en hora buena no esté generalmente habilitada, se les asistirá haciendo lo posible para libertar personas, buques y efectos; cuyo trabajo se satisfará á los pre- cios corrientes, asi como el valor de las provisiones que com- pren, sin exigir derecho de ninguna clase, ni tampoco de las mercaderías que se salven y se quieran conducir á otra parte; pues solo cuando se hubiesen de vender en el pais, se cobra- rán los establecidos. La misma reciprocidad se observará sin la menor diferencia en las costas, radas y puertos de S. M. mar-* roqui con los buques españoles.

Art. 24. Las embarcaciones de guerra de ambas naciones no pagarán ningunos de sus puertos mutuamente derecho de ancoraje, ni de otra clase por los víveres, aguada, leña, car-;^ bon y refrescos que necesiten pai*a su consumo,

Art. 25. No se reclamarán por S. M. marroquí los escla- vos cristianos de cualquiera potencia europea, que se refugien á Ceuta, Melilla, Peñón y Alhucemas, ü á bordo de los navios de guerra españoles; asi como en la propia- forma no exigirá S. M. católica la restitución de los mahometanos de cualquiera

i

pais que en los puertos de España se introduzcan en bageleig| de guerra marroquíes ^ 'V)Í

Vil

Art. 26. Comercio. Los marroquíes pagarán en España los mismos derechos de introducción y estraccion sobre los gé- neros de su propiedad, cuya salida y entrada esté permitida, que han satisfecho hasta el presente, uu j; í;„.'..íí.j: > 'j^íídih^U

412 EL HONOi^

Arl. 27. Siempre que los españoles introduzcan efectos mercantiles en los puertos marroquíes, no satisfarán mas de- rechos que el establecido de un diez por ciento en dinero ú es- pecie, conforme se practique en sus respectivas aduanas, sin alteración alguna.

Art. 28. No se exigirá á los españoles desde el puerto de Mogador hasta el de Tetuan inclusive por los- géneros, ga- nado y frutos aquí mencionados, sino los siguientes derechosí

Pfs. Onzas,

Por cada fanega colmada de toda especie de

legumbres . . O 4

Por cada cabeza de ganado vacuno. ... 3 O Por id. id. lanar. ... O 5 Por id. id. mular ... 8 Por cada docena de gallinas y toda otra espe- cie de aves 3

Por cada miliar de huevos O 5

Por quintal de dátiles O 5

Por arroba de cera, según pagan los propios

subditos de S. M. marroquí 1

Por cada millar de naranjas y limones. . . 1

Por la docena de tafiletes . <

Por quintal de lana 2

Por id. de almendras i

Por cada diez tablones de madera. . . . . 12

Por cada quintal de arroz ^

Por cada id. de cueros vacunos ó cabríos

al pelo ó curtidos 2

Por el quintal de aceite 2

Por el quintal de marfil 7

Por id. de cobre \ Según se exige

Por id. de goma < el puerto de Mo-

Por cada libra de plumas blancas y ne- / g^^dor. gras de avestruz V

NOTA. Las onzas se regulan á 10 por peso fuerte, de cohh: siguiente equivalen aun real de plata efectivo. \]\>

DE ESPAÑA. 413

Art. 29. Hallándose cerrado en el dia el puerto de Santa Cruz de Berbería, no puede tener efecto la oferta que Su Ma- gestad marroquí tiene hecha anteriormente á la España, de que sus vasallos disfruten una baja de un 30 por 100 sobre los derechos que satisfacen las demás naciones; pero si tendrá lugar esta gracia, siempre que dicho puerto se llegue á abrir.

Art. 30. La compañía de los cinco gremios mayores de Madrid disfrutarán como hasta aquí del privilegio esclusivo de estraer granos por el puerto de Darbeyda, pagando 16 rs. vn. por cada fanega de trigo y 8 por la de cebada; quedando igual- mente en su fuerza y valor los convenios que relativamente al propio fin se han celebrado de antemano con S. M. marroquí. Pero S. M. católica podrá estender á beneficio de algunos ó to- dos de sus vasallos dicho privilegio cuando lo juzgue conve- niente; pues declara S. M. marroquí que concede aquel puerto esclusivo, no por respeto á la citada compañía, y si en obse- quio del rey de España.

Por la misma regla y circunstancia se conducirá el privi- legio que la casa de D. Benito Patrón del comercio de Cádiz, tiene en el puerto de Mazagan, sin que se exijan mas derechos que los 16 rs. por fanega de trigo y 8 por la de cebada.

Art. 31. Aunque á S. M. marroquí ocurra un justo motivo para prohibir la estraccion de granos de sus dominios, ó cua- lesquiera otros géneros ó efectos comerciales, no impidirá el que los españoles embarquen los que tuvieren ya en almace- nes, ó comprados y pagados antes de la prohibición (enhora- buena estén en poder de los subditos de S. M. marroquí) lo mismo que lo egecutarian sino se hubiese promulgado la pro- hibición, sin ocasionarles el menor vejamen ni perjuicio en sus intereses Igualmente se practicará esto en el propio caso en España con los moros marroquíes.

Art. 32. La exacción en los puertos de Marruecos del de- recho de ancorage para las embarcaciones mercantes será desde veinte á ochenta reales vellón cada una, según su clase, to- neladas, etc. , esceptuando las que vengan de arribada, como las pescadoras que serán enteramente libres.

414 EL HONOR

Art. 55. Se renueva la eslraccion de cáñamo y madera para los reales arsenales de S. M. católica, pagando por el quintal de la primera especie, quince onzas del pais ó sean 50 reales vellón de derecho, y por cada 100 tablones de la se- gunda 240 rs. ; bien entendido que de dicho privilegio, ningún español en particular podrá usar sin que obtenga una especial licencia de S. M. católica.

Art. 54. Habiendo acreditado la esperiencia cuan conti- nuos son los fraudes que hacen los barcos españoles, especial- mente en la eslraccion de moneda, desde los puertos de Su Magestad católica á los de Marruecos, el Cónsul general, sus vice-cónsules ó comisionados no solo tendrán facultad de ins- peccionar y vigilar sobre esto, sino que el gobierno marroquí dará todos los ausilios que le pidan, en caso de necesitarlo, para que aquellos puedan arrestar ó enviar á España á los ca- pitanes ó patrones de embarcaciones donde se encuentre el fraude y á cualquiera otro individuo vasallo de S. M. católica que incurra en esta clase de delito; cuidando asimismo el go- bierno marroquí de indagar si aun en los buques de cual- quiera otra nación procedentes de los dominios de España, vienen efectos embarcados clandestinamente por españoles; en cuyo caso dará parte el Cónsul general ó vice-cónsules, á fin de que usando estos de sus derechos, lo puedan comunicar á su gobierno. Cualquiera marroquí que fuese aprehendido con género de contrabando en el acto de estracciou ó introduciendo en los puertos de España, se enviará preso con sus efectos al gobierno de Marruecos, dando parte de lo ocurrido al Cónsul general para que á proporción de su culpa se le castigue. Pero si el género perteneciese á cristianos, se reservará y decomi- sará este en España, remitiendo tan solo al defraudador; cuando algún subdito marroquí arribase á dichos puertos con géneros de la clase referida, ó de esprofeso entrase con los mismos, ig- norando que eran prohibidos, deberá desde luego manifestar- los, de lo contrario se comprenderá la pena que arriba se es- presa, n

DE ESPAfÍA. 4i5

VIII

Art. 35.— Pesc\. A los habitantes de las islas Canarias y á toda clase de españoles concede S. M. marroquí el derecho de la pesca desde el puerto de Santa Cruz de Berbería al Norte.

Art. 56. Los españoles presentarán la licencia con que de- ben salir habilitados de los puertos de España á Canarias al alcaide ó gobernador moro mas inmediato al sitio en que in- tenten hacer la pesca, y este les asignará sin retardo ni difi- cultad los límites en que hayan de egecutarla.

Art. 37. Cualquiera embarcación española que se apre- henda por los marroquíes en su costa sin licencia para pescar ó se haya acercado á ella por necesidad, ignorancia ó malicia, será entregada desde luego al cónsnl ó comisionado de España mas inmediato, á fin <le que examinando su causa, sea ab- suelto ó castigado el capitán ó patrón por sus respectivos su- periores, según las leyes y ordenanzas que rigen en España.

Art. 38. Asi los españoles como los moros que hagan el comercio de Marruecos á España, deberán hacer constar en las aduanas deS. M. católica, por medio de un certificado del Cónsul general, vice-cónsules ó comisionados existentes en los puertos de Marruecos, los géneros y efectos que sacan de estos para aquellos donde precisamente los han de introducir, sin cuya circunstancia no les comprende la rebaja de derechas que espresa el artículo 28, y pagarán á correspondencia de las de- mas naciones que gozan de privilegio.

Se ractificará el presente tratado en la brevedad posible: se firmarán y sellarán tres originales de él en los idiomas es- pañol y árabe, uno para S. M. Católica, otra para S. M. Mar- roquí; y otro que ha de quedar en poder del Cónsul general de España en Marruecos; cuidando cada una de las dos Altas par- tes se observe con la mayor puntualidad cuanto contienen los

416 EL HONOR

artículos que se compone osle tratado de paz, amistad, nave- gación, comercio y pesca. En de lo cual. Nosotros los íq- frascrilos plenipotenciarios, por parte de S. M. Católica dea Juan Manuel González Salmón, y por la de S. M. Marroquí Sidi-Maliomet-Ben-Otoman, los hemos autorizado con nuestros sellos, y firmado de nuestras manos en Mequinez de los Oliva- res á primero de marzo de mil setecientos noventa y nueve, que corresponde á veinte y dos de la luna de Kausadan de mil doscientos trece de la Egira L. S. iuan Manuel Gonzá- lez Salmón.— L S. Mahomet-Ben-Otoman.

IX

Ratificación del Rey Nuestro Señor.

D, Cirios por la gracia de Dios, rey de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Sicilias, de Jerusalen» de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba; de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algeciras, de Gibraltar, de las Islas Canarias, de las Indias Orientales y Occidentales, Islas y Tier- ra firme del Mar Occéano; archiduque de Austria; Duque de Borgoña, de Brabante y de Milán: conde Abspurg de Flandes, del Ferrol y de Barcelona; Señor de Vizcaya y de Molina etc. Por cuantO' entre Nos y el príncipe Muley Solimán, rey de Mar- ruecos Fez, Mequinez, Sus etc. Se concluyó y firmó á primero de marzo de mil setecientos noventa y nueve por medio de ple- nipotenciarios, que autorizamos suficientemente por ambas par- tes el presente tratado de paz, amistad, navegación, comercio y pesca que comprende los treinta y ocho artículos que van esprcsadoís/ Por tanto habiendo visto y examinado los referi- dos treinta y ocho artículos he venido en aprobar y ratificar cuanto contienen, como en virtud de la presente lo apruebo, y ratificar todo en lo mejor y en la mas amplia forma prometien- do en y palabra de rey cumplirlo y observarlo, y hacer que

DE ESPAÑA. 417

se cumpla y observe como si Yo mismo -los hubiere firmado. En de lo cual mandé despachar la presente firmada dé'toíj^ mano, sellada con mi sello, y'Vefrendada por el infrascrito mi consejero honorario de Estado, embajadoi' estraordinario, y' plenipolenciario nombrado cerca de la república Batava, y ()n- mer secretario interino del despacho universal del Estado. Da^ da en Aranjuez á 3 de abril de 1799. L. S.— Yo el rey. Mariano Luis Urquijo.

Traducion del Árabe.

; Gracias á Dios solo Habiendo sido presentadas á S. M. la reyna de España y á S. M. el sultán de Marruecos las con tes- .^ laciones dadas en 25 de Agosto de 1844 (9 de Schaban 1260) portel gobernador de esta provincia el Taleb-Biisilha:u-Ben-AI¡ como su plenipotenciario, al mediador agente y cónsul ge- , neral de la gran Bretaña el caballero Eduardo Guillermo Aurios Drummon Hay, respecto á los artículos espresados en el ulti- matun dirijido al gobierno marroquí, y habiéndose juzgado la misma admisibles por convenir asi á los recíprocos iutereses y derechos de ambos gobiernos, como también por que por, tal , medio quedaban restablecidas las relaciones de amistad y bue- na armonía entré los mismos, para poder dar el mas puntual cumplimiento, S. M. la reyna de España ha nombrado su pl^- \ nipolenciario á su Cónsul general y encai^gado de negocios "el !^ caballero D. Antonio Beramendi y Freiré, quien después de haber manifestado poderes, ha convenido y arreglado los arti- cules siguientes:

1.^ Las fronteras de Ceuta serán restituidas al estado en que se hallaban antiguamente y conforme al artículo 15 del tratado de paz vigente. Esto ha sido egeculado y cumplido en todas sus partes él 7 de Octubreúltimo (23 de Ramadan 1260> como se halla mencionado en el espresado tratado (jue ecsísle entre S. M. la reina de España y el Sultán marroquí.

53

418 EL HONOn

2''' El Sultán de Marruecos dará sus órdenes y prevendrá eficazmente á los moros fronterizos de Mejilla, Alucemas y Pe- ñón de la Gomera, á conducirse en lo sucesivo como corres- ponde con los habitantes de dichas plazas y con los buques quo se aprocsimen á sus costas.

S.*' Quede convenido que se cumplirá en lo sucesivo el te- nor del articulo 32, respecto á los anclages, como igualmente el 28 que trata de los derechos de esportacion, que serán se- gún las antiguas estipulaciones acordadas por los soberanos marroquíes.

4.'' En vista de las consideraciones espuestas por el go- bierno marroquí sobre la muerte del agente consular de España en Mazagan, queda arreglada la satisfacción de este artículo con la reprensión dada al gobernador de dicho punto, y por ei saludo al pabellón español verificado en Tánger el dia 13 de Septiembre último, ofreciendo S. M. marroquí que en adelante no se repetirán por parte de sus empleados semejantes sucesos. Se ratificará este presente convenio por SS. MM. la reina de España y el Sultán de Marruecos, y se permutarán recipro- camente después de ratificados en el término de 30 dias.

En de lo cual los infrascritos plenipotenciarios y el actual mediador el caballero Juan Hay Drumond Hay, autorizado á tal efecto por su gobierno, lo hemos firmado por duplicado en Larache á 6 de Mayo, año del nacimiento del Mesías el 1845, que corresponde á 28 de llabeath Etsain, año 1261 de la Egira mahometan?s— Antonio de Beramendi y Freiré.— En el sello del bajá uEl servidor deJ trono elevado por Dios, Busilham Yen-Ali, Dios lo asista»— J, H. Drumomd Hay.

XI.

Doña Isabel segunda por la Gracia de Dios y la Constitución de la monarquía española, reina de las Españas etc. Por cuanto entre Nos y el Sultán de Marruecos se ha concluido y firmado

DE ESPAÑA. 419

en 6 del presente mes de Mayo, por medio de plenipotenciarios autorizados por ambas partes, el precedente convenio que com- prende los cuatro artículos espresados. Por tanto, habiendo visto y ecsaminado los referidos cuatro artículos. He venido en aprrobar y ratificar cuanto contienen, como en virtud de la presente lo apruebo y ratifico todo en la mejor y mas amplia forma, prometiendo en y palabra de reina cumplirlo y ob- servarlo y hacer que se cumpla y observe, como si yo misma los hubiere firmado. En de lo cual mando espedir la pre- sente, firmada de mi mano, sellada con mi sello secreto y re- frendada por mi primer secretario del despacho de estado. Dado en el palacio de Madrid á 12 de mayo de 1845.— S. L. Yo la Reina. Francisco Martínez de la Rosa.

CAPITULO XII

TRADUCCIÓN DEL ÁRABE

Alabanzas á Dios. Habiendo llegado la orden imperial que se debe obedecer, ele^^ada y glorificada por Dios, al em- pleado actual en el puerto de Tánger (defendido por Dios) para devolver los límites de Ceuta como estaban reconocidos en tiempo de los antecesores de nuestro amo, que Dios le ayude, á la reina de España mandó el citado empleado en virlud de la orden imperial, devolver los límites á su primitivo estado, con arreglo al artículo 1.^ y su contestación del convenio de 9 de Shaaban del año de la fecha (25 de Agosto de 1844) como estaban en el tiempo de nuestro amo el protegido por Dios, y en el de nuestros antecesores los generosos y purifi- cados, y que construyan pilares y demarcaciones, á fin de que no quede duda ni motivo de disputa en presencia del mediador." de ambos gobiernos el agente y Cónsul general de la reina' de la gran Bretaña Drummon Hay, del Cónsul general plenipo-

,4t20 / írEL HONOH

Itíuciario de los asuntos de EspaOa por parte de su reina, D. An- louio de Beramendi, del general gobernador de Ceuta D. An- tonio Oidoñez, del empleado de la Kabila de /Vnggera el Cheg Mohammed Ben-Tayeb Gancháa, y Caid de la guardia de Ceu- ta que está actualmente resid^ínteen ella Cid Ajamed El-Assary. Se presentaron lodos sin número y sin oposición, como igualmen- te estableció y colocó el dicho mediador en el terreno llano en- tre los dichos dos barrancos un pilar de piedra, y este es con ob- jeto de marcar mejor los mencionados limites como estaban antiguamente, y una fuente que esta en el fondo de la barranca de Larais el espresado, dentro de la parte de Ceuta, aprove- charán su agua ambas partas, y cada una de ellas puede po- ner en sus límites las guardias que quiera. Se hizo una copia de este documento y se anotó el 23 Ramadan el Muadem 1260, correspondiente á 7 de Octubre del año del Mesías 1844. E. VV. A. Drummond Hay. Antonio de Beramendi.— -En else- llo. «El servidor de la corte elevada por Dios, Busilham Ben Alí á quien Dios en su generosidad le perdonen para averiguar los límites, y encontrar visibles los restos de los antiguos.

El primero de los límites es desde el mar de la Barranca «Hosats Accadar» en la parte del «Tinidac» hasta el mar de «Jaudac Bab-al aráis» (Barranca de la puerta de las Novias) , que es la corrieate de las aguas en el tiempo de las lluvias, y el primero en los del lado del derecho pasandoá la Barranca de Larais está dentro de los. límites de Ceuta» y al lado iz*.> quierdo pertenece á los moros; y el agente mediador establer ció las señalas mencionadas en dichos límites para que fabri-í< casen los pilares de material ú otra cosa, sin número y sin oposición; comí^) igualmente colocó y eslabieció el dicho me^) diador en el terreno llano entre las dichas dos barrancas un pilar de piedra y este es con iobjeto de marcar mejor los men- cionados límites como estaban antiguamente, y una fuente que está en el fondo de la Barranca de Larais el espresado dentro de la parte de Ceuta, aprovecharán sus aguas ambas pables, y cada una de eli^ puede poner en sus limites la^,

.1. aia^ü-ii-

'MMvknA. 421

Se hizo una copia de este documento y se anotó el 23 Ra- madan el Muadem 1260 correspondiente á 7 de Octubre del Mesías 1844.~-E. VV. A. Drummond Hay.— Antonio de Be- ramendi. En el sello «El servidor de la corte elevada por Dios, Busilham Ben-Alí, á quien Dios en su generosidad le perdone.»

42Í

EL HOKOR

■O

CAPITULO XXXII

Ideas emitidas por la prensa francesa acerca de la guerra con los marro- quies. Nuestras ideas acerca de esto.

s nuestra obra mas que una novela y una historia circunstanciada en la que narramos hechos revestidos bajo la for- ma novelesca.

En lo que llevamos escrito, hemos tratado sin entrometernos en minucio- sos detalles, de que nuestros lectores sepan cuanto al otro lado del Estrecho ha sucedido.

Hemos buscabo la causa de esta guerra, y como ya he- mos indicado, no ha sido de ayer.

Iniciada hacia muchos sidos, continuada en diversas oca-

DE ESPAÑA. 423

siones, la espedicion de hoy era una consecuencia de la es-* pulsión de ayer.

Para dar á conocer la mala de loe marroquíes, hemos copiado fielmente los tratados celebrados con España en di- versas épocas, y para que se vea hasta donde llega la influen- cia del gabinete de San James con los musulmanes, transcri- biremos después el tratado celebrado, entre este y aquellos.

Nada diremos sobre esto, se agolpan tantas ideas á nues- tra imaginación al considerar estos trabajos, que nuestra plu- ma no sabe, no se atreve á estamparlas.

Nuestros suscritores compararán estos documentos, y ellos los juzgarán.

Por nuestra parte creemos haber hecho lo suficiente con mostrárselos y hacérselos conocer.

También en muchas ocasiones nos hemos ocupado de las simpatías que hemos merecido de algunas naciones, y espe- cialmente de la Francia en la cuestión que venimos tratando.

Casi toda la prensa, que es el eco de un pueblo, ha elo- giado nuestro proceder, ha admirado nuestros esfuerzos, y ha hecho la justicia que debia al valor de nuestros^ soldados.

El articulo que á continuación verán nuestros lectores, no de este género, sin embargo algunas de las ideas vertidas en él, nos han parecido sumamente conformes con las nuestras, y aunque la esplicacion de ellas, las hace el articulista francés para su patria, nosotros por nuestra parte, no vacilaríamos en desear que se realizasen para la nuestra.

Se ven en el citado articulo tan perfectamente descritas las aspiraciones de la gran Bretaña, que esta ha sido una razón mas que nos ha impulsado á copiarlo.

En la época en que aquel se escribió, no hablamos hecho aun nosotros ese esfuerzo gigantesco, que tanto ha admirado á la Europa entera, y por lo tanto nada de particular tiene que el clérigo francés, diga hablando de los medios con que la Fran- cia cuenta para emprender una guerra con los marroquíes que la España tampoco se encuentra en situación de adelantárseles:

Después que nuestros lectores hayan leido las líneas que

i24 EL HONOR

siguen, verán algunas consijeraciontís que sobre el artículo en cuestión se nos ocurren. Dice así:

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Si nos viéramos impelidos á llevar la guerra al imperio, ii de Marruecos, la haríamos, ya sea por una simple cuestión de; ii honor para castigar una ofensa, volver mal por mal y quitar al agresor las ganas de repetirla, ya para arrancar por la fuerza al emperador, amenazando y lastimando sus intereses, con- cesiones ó medidas que de otro mp(|Q rechazaría, ya en flo^íui con el objeto de conquistar su reino entero ó el antiguo de Fez solamente. Vamos hacer algunas indicaciones sobre cada ; una de estas tres hipótesis^i^jj;,, j,., ., '•,».: r

Trataríase en la primera de un simple bombardeo que de- bería verificarse sobre los puntos mas sensibles de la costa, por razón de su riqueza ó de su importancia moral. Tánger, Larache, Salé, Dar Bcida y Mogador reclamarían naturalmente nuestra escuadra. Tetuan exigiría un desembarque, lo cual es mas difícil, y podría arrastrarnos demasiado lejos en caso de un revés que, aunque improbable,, no merecía menos ser previsto. El príncipe Adal verlo de Babiera, gran almirante de la flota prusiana, pu lo muy bien recibir de los riffeños en el :; mes de Agosto de 1856 un descalabro, de que quizá no fuese dado á la Prusia tomar venganza. Estoes escusable tal vez en una potencia marítima de segundo ó tercer orden: pero en igual caso necesita la Francia una satisfacción completa. Hoy serbia muy fácil el bombardeo de la plaza que he nombrado, gracias á los progresos de la marina de vapor, á nuestras ba- terit^s y á las lanchas cañoneras.

Si se quisiera infl^ír, en la voluntad del emperador |)or me- dio de una ocupación momentánea de algunos puntos de su i;| terrí.toriQ, y alarmar, su avarwía ¿^men^izaiído á s^i bolsa álá

DE ESPAÑA. 425

vez su cabeza y su corazón, centro hacia el cual convergeu todos sus nervios. Si se quisiere en fin, amenazar su soberanía, convendría instalarse en Mogador, Salé y Tánger, Mogador es el puerto que mas le produce. En 1853 las importancias as- cendieron á la suma de 4.984,000 francos y las esportaciones á la de 5.608,000. Inglaterra figuraba en la importancia por. la cantidad de 3.988,000 francos, y Francia por la de 869,000. en la esportacion contaba Inglaterra 4.595,000 francos, y Fran- cia 900,000. Mogador, pues, un punto muy sensible, aunque independientemente de su proximidad a Marruecos. Por otra parte, la ocupación de la isla ofrece una ventaja que no pro- porciona el establecimiento en el Continente, pues bastarla allí una guarnición de quinientos ó seiscientos hombres. Hase notado en 1844 que uno de los lados del triángulo formado por la ciudad un poco ai norte del islote, puede batir el fon- deadero de tal manera, que los buques se verian precisados á evacuarlo y á situarse en el mar p«r fuera del canal. Pera nuestra artillería y las lanchas cañoneras no permitirían á los marroquíes prolongar la lucha. La preponderancia de los bu- ques de vapor en el actual sistema de nuestra marina asegu- rarla por otra parte el ausilio contra el mal tiempo que de Octubre a Abril hace á la costa del Occéano peligrosa para los buques de gran porte. Una porción, pues, de obstáculos en otro tiempo de importancia, desaparecen ó disminuyen en presencia de los progresos que felizmente trasforman la flota francesa.

Salé, accesible á los buques de poco calado vería entrar en el Bon Regreb un cuerpo de desembarque. Fez y Mequinez por la ocupación de Salé, se encontrarían aisladas del mar y amenazadas por el enemigo. El efecto moral sería inmenso.

Tánger, parécenos ser el tercer punto mas adecuado para completar estas operaciones por mar. Es la estación interme- dia con referencia á la provincia de Oran, que los vapores pondrían en comunicación' con los puntos ocupados en el Oc- céano. Un cuerpo de observación situado en esta provincia de Ouchda vigilaría por este lado á la armada marroquí y cora-

54

426 EL HOMOR

binaria segiin conviniese sus movimientos con las operaciones raarilimas.

Tomar á Tangor seria, á la verdad moleslar á los cónsu- les europeos y turbar el mercado de Gibraltar; pero este golpe retumbaria mas en el inlerior del imperio: por otra parle ¿no conviene que Marruecos sepa nuevamente á que atenerse respecto á las seguridades que recibe de Inglaterra y en cam- bio de las cuales los Sherifes le conceden la preponderancia? Los marroquíes están generalmente persuadidos que para obrar contra ellos necesita Francia el permiso de Inglaterra. No aguardó el príncipe de Joinville en 1844 la señal de M. Drum- mond-Hay para romper el fuego sobre Tánger, sino que le dio tan soló el tiempo necesario para ponerse á salvo. Se ha di- cho que el príncipe estaba satisfecho por el bombardeo de Bey- routh cuya memoria no había borrado el trascurso de cuatro años: lo estaríamos de Perim, y lo estamos también, en otro sentido, de la guerra de Oriente. Esperamos que no se nos acostumbrará ya á no resolver jamas sin plantear previamente la cuestión: ¿qué diría Inglaterra?

III

¿ .

¿Es de desear la conquista de Marruecos? Considerándola en misma y haciendo abstracción de la oportunidad, es la conquista de Marruecos por la Francia provechosa al interés de ambos países y al de la humanidad en general. Bueno seria que la Francia tuviera una acción directa en el Estrecho como la España por Cádiz y C euta y la Inglaterra por medio de Gi- braltar. ¿Qué hace allí la Inglaterra? No es por cierto aquel su sitio natural. Habiendo e ntrado en Gibraltar en 1704, sor- prendiendo una guarnición de cien hombres, se la adjudicó en 1713 en el tratado de Utrech, donde abusó de su papel de arbitra de la Europa. Allí permanece como un cáncer vene-

DE ESPAÑA. 427

noso en el costado de España amenazando nuestras posesiones de África. Bien convendria fortificarnos en frente de ella.

Marruecos ganaría con pasar bajo el cetro de la Francia, pues vale mas la civilización que la barbarie, el Evangelio que el Alcorán y la libertad que el despotismo. Esta parte del globo podria en fin gozar de los límites que el cielo le ha pro- digado Y distribuir entre los pueblos los tesoros que permane- cen sepultados en su seno.

En fin, abririase á la Europa y al cristianismo uno de los mejores caminos del África central.

Es menester ser francos; si la Francia no quiere desdender del rango de potencia de primer orden, debe procurar en- grandecerse poco mas ó menos fuera del círculo del equilibrio europeo. ¿No veis á las naciones rivales colocar en regiones lejanas, linderos de su influencia presente y de su futura do- minación? La Rusia, ese monstruo pólipo, alarga continua- mente sus terribles palpos y relumbran en veinte mares, en la embocadura de los grandes ríos del mar Rojo al Bosforo, del Adour hasta el Danubio y el mar Negro. La pérfida Albion no aparta un instante su vista del mapamundi; conoce mejor que nosotros su geografía, y lo mismo aprecia un continente en la Occeania que una roca en el canal de Otranto, en el estre- chó de Gadeo ó de Bab-el-Mandel, hermano Jonatan, digno hijo de tal madre no se cansa de adquirir; así fija ávida- mente su mirada en la rica Habana, y sienta en principio que los españoles son intrusas en la América. Si el Asia es príncpal- mente codiciada por los esclavos, la Occeania y la América por la raza anglo-sajona ¿no habrá de ser el África por la Francia?

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VI.

Los ingleses no conocen á los v eréVéWíi íií á'itik árabéfs', '^

428 . ^ ^L HONOK

aunque tengan toda la facilidad apetecible para un desembar- que, por mucho tiempo no podrán poner en pié un ejército su- ficiente para la conquista y ocupación de Marruecos. Con difi- cultad se acostumbrarían sus soldados al género de fatigas y

privaciones inseparables de las campañas de África. Final- mente, Inglaterra necesita el sentimiento de España, durante las hostilidades; de otro modo, Gibraltar á pesar de sus 50000 habitantes se vería reducido á no alimentarse mas que de sa- lazones. Se proveen en Marruecos, San Roque, y Aigcciras de carne fresca, legumbres y frutos. Adiós el «Comfort» Tenemos, pues, sobre Inglaterra inmensas ventajas y antes que ella es- taremos prontos para una empresa cuya hora sonará tarde ó temprano. •^-"'

España misma no se encuentra en disposición de adelan- társenos. La obligación en que está de abastecer completamente á Gibraltar de víveres frescos bajo pena de irritar á John Bult, cuyo estómago es vasto y el apetito imperioso: la dificultad de encontrar dinero los medios de trasporte y refrescos necesarios la creerían de grande utilidad, y no es el Riff el punto por el cual es vulnerable el imperio de Marruecos. Pero es menester reconocer que con todo el soldado español seria á propósito p^- ra la guerra de África; está acostumbrado á un clima cálido, es sobrio, resiste á las fatigas de las guerrillas y se contenta con poco. En Argelia se sabe cuanto se asemeja el español, hombre del pueblo, al árabe, bajo estos diferentes conceptos.

, , En suma muchas consideraciones deben por el presente apkrtar toda idea del engrandecimiento de la Argelia á espen-

sas de Marruecos, no obstante si las circunstaneias ó las vici- situdes políticas nos arrastraran á ello; si tuviésemos ^ue te- mer que se nos ganara la delantera, solo conque los ingleses volviesen á concebir el proyecto madurado hace algunos años de establecerse en frente de Gibraltar entre Tetuan y Ceuta.

Si el sucesor de Abder-Khaman perseverara en la senda que sigue este último y á su ejemplo se hiciera en contra nuestra el feudatario de Inglaterra, entonces seria menester pensar y

DE espaNa. 429

obrar según el sentimiento nacional, que no retrocederia ante ningún sacrificio. ^ i'v^*'?. jron'r'lr! «^fií^'^nio soruf^n ^^n^ :■. f^r^Un..\

'^^''Empezariase de nuevo la campaña de 1844; hariase lager- ra por distintos puntos, de modo queelScherif no sabría á cual acudir para la defensa y nos apresuraríamos á suscitarle, para completar la obra, algún pretendiente á la soberanía. El trono de Marruecos y de Tafilete recompensaría los buenos oficios de esto rival á menos que el Scherif reinante se contentase con re- tenerlos para si como condición de paz. Política y topográfica- mente se concibe la separación del reino de Fez: politicamente, puesto que esta separación se reproduce en la historia y topo- gráficamente porque el Bon-Regreg y la gran muralla del Atlas, que se prolonga sobre su ribera izquierda desde su origen hasta la embocadura, forman una barrera natural entre el Norte y el Sur del Imperio, ó entre los reinos de Marruecos y de Fez. De modo que cuando el Scherif de una á otra de estas cas pítales, un rodeo á esa barrera pasando por Salé.

Siguiendo pues la suposición de la conquista, aparte del reino de Fez se podría conquistar á Mogador hasta la conclu- sión de la guerra y avanzar por diferentos puntos á la vez por campañas sucesivas sobre Fez y Mequinez,

Salé es siempre el punto mas importante, abre una puerta para penetrar en el corazón del Reino por una hondonada de la costa que á la vez nos aproxima á Mequinez y á la gran cor- dillera que acabamos de señalar como un límite y una defensa contra los pueblos meridionales.

Desde Tánger se avanzaría hacia Alcasar con dirección á Fez. El camino no es difícil y por él se han conducido en 1852 piezas de sitio sobre cureñas. Tetuan que ocupa la linea de los presidios españoles, y elevándose en el fondo de una bahía paso para el corazón del mismo territorio seria últimamente ocupado desde el principio. De este modo, se sus- pendería una fábrica de armas muy activa. Si no me engaño la comunicación entre Tetuan y Tánger, estaría asegurada por un destacamento situado á mitad del camino, cerca de Aím Dje- dida, donde se encuentra sobre la montaña un parador. En

^W) EL HONOR

fin iría por Ouchda y Teza, otra columna que indudablemente tendría á sus flancos railes de riffeños; seria fuerte de 15 á 20 mil hombres divididos en cuerpos independientes pero aproxi- mados unos á otros. Ocuparia el territorio á proporción que fuese conquistando, de tal modo que se mantuviese en comu- nicacion con la provincia de Oran. Este es el medio de asegu- rar sus espaldas y de proveer á su mantenimiento.

En la Argelia estaban columnas de cinco á seis mil hombres- En Marruecos seria necesario doblar este número para no arriesgarse imprudentemente, y que por otra parte los aprovi- sionamientos por Ai'gelia ó por mar, juntamente con los que proporcionarla elpais conquistado garantizarían al ejército con- tra la escasez de víveres y municiones,

Tal vez algunas plazas exigirían un sitio: créese sin em- bargo que solo Mequinez ofrecería graves dificultades. Fez

no ha opuesto nunca una sería resistencia.

La división del país á la manera de un tablero de damas,

según el modelo de la Argelia actual, pondría el sello á la con- quista. Cada ángulo de los cuadrados se encuentra guardado por un destacamento bastante aproximado para recibir auxilio de sus vecinos ó darles el suyo y el territorio entero ve pesar continuamente sobre él al menor movimiento, la mano de hier- ro de los vencedores. Estos destacamentos, por otra parte, crean otros tantos centros donde el interés mercantil disminuye á cada mercado, el odio contra elestranjero.^

En cuanto á la resistencia que puede esperarse de los pue- blos debemos atenernos solamente á conjeturas. Al comenzar ía guerra es probable que el invasor tenga contra al imperio to- do: árabes y vereveres, negros y moros, Kouan de todas las cofradías, harán por algún tiempo causa común en nombre de la religión. ¿Qué musulmán no se alegra dp ir un poco al Dpba y arrojar un poco de polvo á los ojos los infieles? Pero este

DE ESPAÑA 431

fuego fatuo se calmará bajo la influencia de los reveses y las divisiones intestinas que no tardaran en debilitar la turba de defensores del islamismo. Se procurará hacerles entender que no se va con el objeto de destruir las mezquitas ni los san- tuarios, á estinguir la libertad de la religión, ni á perjudicar las fortunas de los particulares , antes por el contrario se á aligerar el yugo bajo que gimen, á aumentar el número de sus duros, y á garantizar á los pueblos la paz y la justicia mejor que han sabido hacerlo los Sherifs.

Alli esta la Argelia como prueba en apoyo de lo que deci- mos; pero al mismo tiempo como ejemplo de la inutilidad de la resistencia, aunque se lleve hasta un grado estremo.

Se puede calcular que la lucha duraría menos en Marruecos que en Argelia. ((Mek-toub!» estaba escrito. Ha costado pro- nunciarlo una vez; pero será mas fácil que se repita puesto que

los vecinos lo han dicho ya.

Los desastres causados por la guerra con los franceses encer- raran una elocuencia que despertará las inteligencias mas obtu- sas, y les harán comprender que no se trata; como entre mar- roquíes de quemar pólvora un día entero para no matar á na- die y retirarse cada uno luego á su casa.

La conquista del Riff presentará dificultades especiales. El país está erizado de montañas escarpadas cubiertas de bos- ques; no tiene caminos ni recursos para la conservación de un ejér ;ito, no stí presta al auxilio por mar; los hombres están to- dos provistos de armas, son valientes, buenos tiradores, según se dice, acostumbrados á la vida de guerrilleros, ejercitados ya en los combates contra los españoles; pero se sabrá comba- tirlos y tratar al Riff como á la gran Kabila. Nada impide que se le aisle y se lome posesión cuando se juzgue el momento oportuno. Durante la primavera el litoral seria minuciosamente reconocido por buques de vapor de poco calado que destruirían los cárabos y todos aceites, frutas secas, miel y manteca y que esportan hierro, azufre, y una pequeña cantidad de lienzos y drogas coloniales. El mercado de JVemours se cerraría á los montañeses vecinos. Este conjunto de medidas, este prolongado

432 EL HONOB

bloqueo después de la ocupación de Teluan, Ouclida y Teza apuraría mucho á los riffeilos y los aniilanaria; en seguida res- tana probarles que los Zuavos hacen mejor que ellos la guerra de montaña y que nuestras piezas ¡de campaña aventajan al cañón cuya pérdida en Melilla deploran. Estos argu- mentos no dejarian nada que desear y darian al traste con el valor de los riffeños. Por otra parle este yalor seria problemá- tico si tuviese que apreciarse la conducta de quince ó veinte mil arkars que miraron desde lejos la batalla de Isli y huyeron á toda prisa sin tomar parte en la lucha.

Una razón puede sacarse de la historia de la ocupación portuguesa y de la influencia que ejerció en las comarcas ve- cinas, á sus establecimientos, la cual hace esperar que los pueblos del litoral Occéano no se mostrarían intratables por lar- go tiempo. Las relaciones de interés se trabaron sin grande di- ficultad; los portugueses administraban las tribus por la me- diación de jefes indígenas, como lo hacemos nosotros en Arge- lia:, y su paso, bastante rápido ha dejado no obstante vestigios, que se encuentran todavía en la lengua del pais. Las hostilida- des que les fatigaron no fueron en manera alguna suscitadas por las tribus, sino por los Sherifs ó el poder central que nos- otros abatiríamos. Y es mas; si los portugueses perdieron sus establecimientos, fué generalmente por uüa evacuación volun- taria, que motivó su preferencia al comercio de las Indias.

Al terminar estas consideraciones en su mayor parte estra- tégicas, ruego al lector que no se escandalice. Gomo eclesiás- ticos, no son de nuestra directa competencia, pero bien po- demos dedicar nuestras reflexiones á todo lo que atañe á los; intereses de la patria. No puedo emitir mas que simples opi- niones; y estas las he formado prestando oidos á las discusio- siodes de hombres de cuya competencia son. Por otra parte giran sobre cuestiones generales que pueden tratarse sin haber aprendido la carga en doce tiempos. aquí porque no he tenido ningún inconveniente en publicarlas.»

íff

TE ESPAÑA. 433

VI

Aunqne con algo de parcialidad él articulista francés, ha opinado respecto á Marruecos del mismo modo que nosolros.

Abrir un imperio desconocido, salvage casi á la civilización y á los adelantos, es la obligación hasta cierto punto en que se encuentran casi todas las naciones de Europa.

Sin embargo, contra las ideas de la Francia, la España ha sabido, y ha hecho lo que debia hacer.

Abatir el poder omnímodo de los Sheriffs, concediendo á sus casi esclavos la libertad individual, y la facultad del pen- samiento, es una idea muy en armonía con las nuestras.

Sin principios libres, ningún pueblo puede adelantar un paso.

El autor del antedicho articulo, no puede mirar sin envi- dia los puertos que nosotros poseemos frente á las costas afri- canas y que de tanto sirven para una espedicion á semejante punto.

Sin embargo dice, que no contamos con recursos suficien- tes para emprender una guerra de esta especie, que tememos irritar á la Inglaterra, y que tampoco tendriamos los medios suficientes para transportar á nuestros soldados.

A esto los hechos han contestado mejor que nosotros.

Sin temor á la Inglaterra, niá ninguna otra nación, la Es* paña, contando solo con sus recursos propios, ha sostenido la guerra, para Ja cual ha sido necesario crearlo todo.

El sacerdote francés nos concede la ventaja de que el sol- dado nuestro es el mas á propósito para soportar las fatigas y las inclemencias de aquel clima, y demasiado hemos visto que las acciones han corroborado la buena idea que tejiia formada de ellos.

En cuanto á la marcha militar, y al sistema que un gene-

.13

'454 EL HONOR

ral en gefe debía seguir para avanzar hacia el interior, nos pa- rece mny acertado el que propone el espresado autor.

Comprende como nosotros la importancia de Tetuan, que en la costa casi, puede ser el centro de todas las operaciones.

Y finalmente, el articulista francés ataca de un modo tan enérgico, ¿ los ingleses, demuestra de un modo tan claro la ambición y el deseo de la orgullosa Albion, que nosotros, co- mo todo buen español, que en las presentes circunstancias he- mos visto su conducta y la hemos censurado severamente, no hemos podido menos de alegrarnos al ver que los hombres in- teligentes de otras naciones, la juzgan casi lo mismo que nos- otros.

UK ESPAffA.

435

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CAPITULO s:xxixi

Los marroquíes se deciden por la paz.— Enviados de Muley-Abbas con este obgñto. El general Ustariz pasa á Madrid. Recuerdos á algunos de nuestros amigos. Por que deseaba Antonio ser capitán.

AS repetidas derrolas sufridas por el egército marroquí que habían coronado los esfuerzos del nuestro con la toma de la importante plaza de Tetuan, hícíe-^ ron que el emperador de Marruecos pen- ^sase seriamente en este asunto. Por una parte conocía por esperiencía que no era un ene- migo cualquiera como había pensado con quien tenía que ha- bérselas, sino con un egército bien disciplinado é instruido compuesto en su totalidad de valientes, tanto mas temibles cuanto que ahora ya no son nuevos en la pelea, sino que ya están aleccionados en ella.

Ademas sus tropas que abrigaban las mismas ideas res-

436 DK E8I»ANA.

pecio (le nosotros (jue el emperador, hablan visto en el campo (le batalla todo lo contrario.

Si á lo dicho se agrega la indisciplina de todas ellas y la in- subordinación de la mayor parte, se vendrá á formar una idea exacta del estado del enemigo de nuestra patria.

Aun pudiéramos añadir á las anteriores observaciones la división interior que alimentaba el imperio á consecuencia de haber competidores al trono de Sidy-Mohamet y las contien- das civiles que en su consecuencia fermentaban y agitaban el estado.

Todo esto hizo como hemos indicado al principio, que el emperador africano pensase seriamente en la lucha que con nosos sostenía.

Conocía que no podia llevarla á cabo con ventaja, pues multitud de obstáculos de gran consideración todos existentes en el interior de su imperio, se lo prohibían.

Llevado de tan poderosas consideraciones y á la idea de ajustar la paz para ocuparse por completo de su desorganizado imperio, hizo llamar á algunos magnates de su corte, y les comisionó para que en clase de parlamentarios, se acercasen al campamento cristiano y preguntaran á su gefe, con que condi- ciones accederia á la paz.

Los encargados de esta alta misión fueron el Caid de Tán- ger y los Bajaes del Riff y de Rabat, los que montados en tres magníficos caballos con paramentos de seda y plata, y acompañados de varios criados armados de todas armas, se pusieron en camino para cumplir su cometido.

Los criados de que se sirvieron eran Riffeños, y se les co- nocía por el mechón de pelo trenzado, que como los chinos se dejan crecer. Uno de ellos llevaba la bandera blanca.

Tal urgencia les habla mostrado el emperador para la egecucion de sus órdenes que no se detuvieron en el camino mas tiempo que el preciso para lomar algún alimento, durante el cual les renovaban las cabalgaduras.

Les precedían dos moros naturales del pais para enseñarles el camino mas corto y mostrarles los peligros de él.

DE ESPAÑA. 437

Eq tal disposición llegaron á las avanzadas de nuestro cam- pamento.

Estas, luego que vieron era gente de paz, los condujeron á la tienda de su gefe el conde de Reus. ;ij'{ Este capitán tan bravo en el combate como lino y delicado en su trato particular, recibió á la comitiva con su acostum- brada nobleza y amabilidad. ^ cbiw

Hablóles en un lenguage lleno de dulzura y que respiraba generosidad. Fué comedido en sus espresiones, y escogidas estas con tal habilidad y tacto, que no pudieron en lo mas mínimo resentir la susceptibilidad de los vencidos, los cuales con su fisonomía triste y severa, mostraban bien á las claras que aun cuando sojuzgaban asi, no estaban por eso humillados.

Entre las cosas que les dijo son notables las siguientes pa- labras: «Dios es el qile da ó quita las victorias , los hombres y los egércitos mas valerosos nada son si su mano les aban- dona.»

Entonces el moro mas anciano de los de la comisión que apenas contarla unos cincuenta años, le contestó con resig- nado acento, y levantando sus manos al cielo ¡ Dios lo ha querido I

Pasados algunos momentos despidiéronse del conde de Reus, y acompañados de un coronel de Estado mayor, varios ayudantes y una escolta de carabineros, se pusieron nueva- mente en marcha hacia el cuartel general en donde ya el conde de Lucena, noticioso de su venida, les esperaba.

Recibiólos como hubiera podido recibir al mismo empe- rador en persona á quien representaban, y como si este em- perador no fuera nuestro enemigo.

Apesar de todo se conocía que los emisarios de Muley- Alj^ás no se tenían por muy ^seguros por las inquietas y re- celosas miradas que con frecuencia en torno de dirigían.

Observado esto por el general en gefe, aumentó aun las muestras de consideración y agasajo, por si conseguía, como al parecer consiguió alejar de ellos toda especie de temor. Manifestáronle como venían comisionados por el empe-

438 EL HONOR

rador y en nombre de su hermano el general Muley-Abbás en soh'citud de la paz, y para saber con que condiciones se les otorgaría.

Contestóles que estaba autorizado para hacer la guerra, pero no para estipular la paz, que pondría en conocimiento de S. M. la Reina lo que ocurría, y que á los cinco dias sa- bría si le otorgaba plenos poderes para entrar en negociacio- nes y arreglos.

Los embajadores, con esta respuesta, se retiraron ofre- ciendo volver transcurrido que fuera el plazo qu^i se les habia señalado, complacidos de la acogida que habían tenido en el campo de los españoles.

Recordando sin duda la que les habia hecho el conde de Reus, no quisieron continuar su camino ^in despedirse de él, por lo que aprovecharon la ocasión de p'asar por su tienda.

Desmontáronse de sus cabalgaduras y penetraron en ella, donde en el breve tiempo que permanecieron, fueron obse- quiados por el general Prim, quien les acompañó hasta mas allá de los límites á su campamento señalados.

No queremos pasar en silencio un episodio que esta última entrevista ofreció.

Notando el general Prim que uno de los plenipotenciarios miraba con curiosidad su revolvers, sacóle de la funda, antes de separarse de la comitiva, y mostrándole al moro, le dijo: «Vais á ver los efectos de esta arma para vosotros descono- cida» y disparó todos sus tiros.

Quedaron admirados los moros, y entonces el general alar- gándosela al que primero se había fijado en ella y manifes- taba deseos de poseerla. «Toma, añadió, si la paz se hace, consérvala como prenda de un cristiano; y si la guerra sigue, aprovéchate de ella en defensa de tu patria y de tu vida »

El moro dio muestras de recibir el regalo con aprecio, y en prueba de su agradecimiento entregó al general una pis- tola de arzón con magníGcas y primorosas cinceladuras de plata. , Acto seguido se despidieron y se separaron viniendo el uno

DE ESPAÑA. 439

á su tienda campaña, y galopando lo? otros en busca de Muley-Abbas para manifestarle el resultado de la conferencia para que este lo trasmitiese k su hermano el emperador.

II

En el párrafo anterior hemos dejado á los emisarios de Muley-Abbas montados en sus briosos corceles, dirigiéndose hacia el campamento de su general para darle cuenta del re- sultado de su comisión.

Pero midiendo el tiempo que el sol habia de tardar en des- aparecer para llevar su luz ;i otros horizontes y el trecho de camino que aun tenian que recorrer, consultaron entre si, el partido que deberían adoptar, resolviendo por unanimidad que- darse en Tetuan esperando la venida de el nuevo dia para con- tinuar su marcha.

Este prudente acuerdo, estrañará á nuestros lectores, que acaso le juzgarán de el modo contrario, si tienen en cuenta sola la importancia y urgencia de el negocio que se les habia confiado.

Para hacer desaparecer su estrafleza les manifestaremos, que era muy probable, si se arriesgaban á caminar de noche, que después de haber pasado de Tetuan y por la parte del. camino existente entre esta población y el Fondak en donde eran esperados por Muley-Abbas, encontraran algunos moros pertenecientes á fas kabilas dispersas é insubordinadas, que no reconociéndoles ó no respetándoles, les hicieran pagar caro su imprudente anhelo, por dar cima ásu comisión.

Llegados á Tetuan fueron alojados en casa de un rico moro llamado Ersini el mayor, para diferenciarle de el menor otro moro rico también y dueño de la casa en que actualmente ha-^ bita el digno general l^ios.

Natural es que el alcalde moro noticioso de la llegada de sus compatriotas saliese en su busca acompañado^de otros va-

440 EL HONOR

rios, algunos de los cuales eran individuos del Ayunlaraienlo que en su lugar oportuno, hemos dado á conocer á nuestros lectores.

Luego que en la ciudad estuvieron, quiso el Alcalde presen- tarlos al general Rios, quien los recibió con el mayor agasajo y queriendo obsequiarles aprovechando los momentos (jue aun quedaban al dia, les acompañó para enseñarles las innovacio- nes introducidas por nosotros para mejorar la poblxion y que al mismo tiempo se convencieran de nuestros medios de de- fensa y ataque.

Condujóles al efecto é la estación telegráfica que une la Aduana con el alojamiento del general.

Tan portentoso aparato, maravilla de los adelantos de el siglo, no pareció ni aun llamarles la atención; no obstante ha- biéndoseles esplicado su mecanismo y la rapidez con que la* comunicaciones trasmitía. i ,,..., uíki.k

Una sonrisa de incredulidad en cierto modo comprimida, asomó al semblante de uno de ellos, acaso el mas franco de t^dos.

Su ignorancia se resistía á creer lo que estaba oyendo, es parecía de todo punto imposible.

Invitados á que preguntasen para convencerse lo que tu- bieran por conveniente, desdeñaban y temian hacerlo, tan li- mitada con su inteligencia.

Por último y merced á reiteradas iustancias por perle del señor Alcalde, hizo uno de ellos la siguiente pregunta sale al- (jun buque para Gibrnltarl se preguntará contestó el telégrafo y al poco tiempo su necesidad fué satisfecha. .„ o. Después de haber visto el telégrafo, el general Rios los con- dujo á los hornos de campaña. Mas impresión les produjo la vista de estos aparatos que el mecanismo del telégrafo. Com- prender mejor las cosas materiales que las abstraciones. Por lo que alli pasó nos hemos convencido de la necesidad de ha- blarles á los sentidos para que puedan comprender el significan do de nuestras palabras. ./..íRs necesario herir su imaginación con cosas materiales.

DE ESPAÑA. 441

En el estado en que se encuentran no entenderán el len- guaje de un sabio.

Examinaron con complacencia suma los aparatos que te- nían delante de su vista, observado lo cual por el general se los presentó en sus tres diferentes aspectos, frios, calientes y funcionando: asegurándoles que dentro de media hora tendrían pan de aquel para el viaje que á la mañana signiente habían de emprender.

La llegada de la noche, hizo que no pudiesen continuar en su escursion con sentimiento de ambas partes; de los moros por que escitada ya por los hornos su curiosidad hubieran de- seado ver todo lo demás de que se prometerían sin duda sacar allá en sus ciudades gran partido, y nuestra, por que no pudo hacérseles ver según se había pensado los grandes medios de defensa y ataque con que contábamos.

No quiso el general Rios separarse de ellos sin antes invi- tarles á que por la noche acudiesen á la especie de tertulia de que en su alojamiento se disfrutaba.

Los parlamentarios, atentos y agradecidos á las señaladas muestras de atención recibidas, así lo prometieron, después que hubiesen rezado sus oraciones.

Dirigiéronse al efecto á la Mezquita principal y allí hechas sus abluciones religiosas y demostraciones de culto, se diri- gieron á casa de su huésped, el moroErsini el mayor, quien des- pués de la comida, los acompañó á la reunión á que habían prometido asistir y á donde ol general Uios ya les esperaba, acompañado de varios gefes, oliciales y periodistas de los que acompañan al egércíto espedicionarío.

Allí con la mayor franqueza y sin etiqueta de ninguna cla- se sentáronse los concurrentes unos en sillas y banquetas y otros en almohadones ó colchoncíllos, según la costumbre de los respectivos países, al rededor de un brasero de colosales dimensiones.

56

442 EL HONOH

II

Entonces se sirvió á los convidados café, bizcochos, dulces y ponche en abundancia, que lodos admitieron, si bien ios Ma- hometanos abandonaron el ponche que ya se preparaban á beber, luego que supieron por el general Rios que tenia ron.

El general tuvo muy buen cuidado de adverlirselo pues como sabia que la religión de Mahoma prohibe á sus sectarios el uso de licores, no queria que por culpa suya fallasen ásus creencias, dando asi una prueba de la tolerancia y aun respeto de los vencedores, hacia la religión de los vencidos, según lo hablan ofrecido á los emisarios de la ciudad de Tetuan cuando se presentaron en el campamento de nuestro General en Jefe el conde de Lucena, en demanda de respeto hacia sus personas propiedad y religión y bajo cuyas condiciones entregaron la Ciudad.

Hablóse de mil cosas si bien la mayor y aun mejor parte de la conversación la sostuvo el alcalde moro de Tetuan, con una gracia, talento y sagacidad, como hubiera podido hacerlo el mejor alcalde.

((Mirad, lesdeciaensu lenguage medio árabe y medio cas- tellano, los españoles tan valientes en el combate son generosos después de la victoria, solo desean una paz duradera y sólida, como que son hermanos nuestros, de quienes solo estamos se- parados por un charco de agua, con que asi debéis ajustar la paz.»

((Mirad quede lo contrario vais á pasarlo muy mal, porque ellos tienen muchas cosas muy malas para haceros la guerra, muchos cañones, muchas tropas, muchos caballos, y muy buenos generales y también muy amables, ya lo estáis viendo. Si la guerra continua, que Dios no quiera, vendrán los terce- ros vascongados que según he oido decir son unos hombres muy valientes como los catalanes. Hablad al emperador y de-

DE ESPAÑA. 443

cirle que haga la paz porque eso tener mucha cuenta á él,y>

incrédulos se mostraron los parlamentarios al oir estas y otras muchas cosas, que relativas á nuestro egército y armada, el alcalde les manifestó y por eso el general Rios cuando se retiraron les entregó algunos periódicos de los mas apasiona- dos por la toma de Tetuan y se los entregó, nada mas que para que se convencieran de que el señor alcalde no les ha- bla engañado sino por el contrario les había pálidamente retra- tado el entusiasmo de todos los españoles y lo 'dispuestos que para lavar su honra mancillada, estaban á sacrificar sus vidas y haciendas >

Al despedirse, cuando el general Rios les significó su de- seo de que se ajustase una paz honrosa, uno de los parla- meni arios, el lugar teniente de Muley-Abbás le contestó con apasionado acento \ Así sea ! pero asi como vosotros obede- céis á la Reina, nosotros obedecemos al Sultán ¡Dios ilumin á los que en sus uianos tienen la paz ó la guerra 1

Al darles la mano nuestro general, les dijo: ¡(Juiera el cielo que nuestras manos se encuentren solo en la paz, y no se liñan con sangre en la guerra !

Todo el tiempo que duró el comité, una música estuvo to- cando escogidas piezas, y sus armoniosos ecos no cesaron hasta que los parlamentarios del emperador de Marruecos abandonaron la estancia del general español.

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EL HONOR

CAPITULO XXXIV

Los marroquíes no aceptan las proposiciones hechas por España. Entre vista del general en gefe y Muley-Abbás.— Encuentro en Ceuta.

L general en gefe luego de haberse separado de los parlamentarios en- viados para saber las condiciones con que aceptaría la paz á los que como sa- ben ya nuestros lectores contestó no eslar autorizado para celebrar la paz sino para hacer la guerra, puso en conocimiento del Gobierno de S. M. esta noticia por conducto de uno de sus generales, á quien para el electo comisionó cerca del trono de nuestra augusta soberana.

Luego que S. M. y su gobierno dictaron las bases sobre las que podría entablarse entre ambas naciones una paz estable y duradera, fueron transmitidas al general en gefe de nuestro

DE ESPAÑA. , 445

egército, quien dentro del plazo designado, las hizo saber á los parlamentarios marroquíes.

Estos contra lo que debia esperarse después de haber par- tido la iniciativa por su parte, se negaron á aceptarlas, fun- dándose en que las consideraban gravosas y perjudiciales para su señor.

Ignoramos cuales serian las condiciones que el general O'donell puso á los comisionados del generalismo de las hues- tes africanas Muley-Abbás, y aun cuando nos constasen, la prudente reserva que el Gobierno de S. M. ha tenido á bien en su ilustración de guardar respecto de ellas, nos obligarla á pasarlas en silencio.

Pero sean las que quieran, juzgamos que siempre serian dignas y que cumplirían perfectamente con los fines que en nuestro concepto debían cumplir, es á saber; reparación de ultrajes pasados, indemnización de los sacrificios presentes y el terreno, sin el cual quedarían ilusorios los dos anteriores, se- guridades para el porvenir.

Por otra parte, fundándonos en el resultado que inmedia- tamente produjeron, pensamos que no serian para nuestros enemigos tan perjudiciales como algunos, poco conformes con los triunfos que nuestras armas han obtenido, y envidiosos por los que indudablemente han de continuar obteniendo, han querido hacer desaparecer.

El inmediato resultado á que nos referimos, es el deseo manifestado por Muley-Abbás, hermano del emperador Sidí Mahomet, después que á su noticia llegaron las proposiciones de avistarse con el general en gefe conde de Lucena.

iNo las vería este príncipe tan descabelladas, tan fuera de justicia ni tan gravosas para su reinante hermano como las personas á que antes nos hemos referido.

Y cuenta con que según las noticias que de este perso- nage marroquí tenemos, son sumamente favorables para él.

Se halla adornado de una disposición nada común, y es bastante instruido.

No prueba por lo tanto ocultarse á su penetración, las

446 EL HONOR

ventajas, inconvenientes y tendencias de las proposiciones de nuestro gobierno.

Y apesar de todo insistió en la paz y al objeto de con- ducirla, manifestó deseos de conferenciar, según ya liemos in- dicado con el conde de Lncena.

II

iMuley-Abbás, constante en su propósito de concluir la paz, sabidas ya las condiciones con que nuestro gobierno se con- venia en ajustaría, pidió por medio de algunos oílciales una entrevista al general en gefe de nuestro egércilo.

El conde de Lucena no tuvo inconveniente en acceder á los deseos manifestados por Muley-Abbás, y asi lo hizo saber á sus emisarios.

Convenidos en el sitio de ia entrevista el conde de Luce- na, llegado el momento, se dirigió a él acompañado de los ge- nerales Garcia, Prim, Bustillos, !3uesada y Ustariz, portador á Madrid de los pliegos del primero en que anunciaba la pre- tensión de los parlamentarios marroquíes.

Nuestros generales iban convenientemente escoltados por fuerzas de caballería.

Próximo ya el término de la espedicion encontraron una pequeña avanzada de moros de rey; los cuales se unieron á ia comitiva algunos y otros marcharon á vanguardia.

Divisábase una hermosa tienda de campaña, de ricas te- las compuesta y colores perfectamente casados, al pie de una muy poco elevada pero deliciosa colina.

La tienda estaba desocupada.

Muley Abbas cerca de ella esperaba con una escolta tam- bién de caballería y algunos infantes.

Adelantóse por nuestra parte el general Ustariz con el in- térprete para hacer saber á aquel la llegada del General en Jefe de nuestro egército'.

DE ESPAÑA 447

Salió á recibirle acompañado de Mohamet-el-Khetif mi- nistro de estado del Emperador de Marruecos.

Los tres penetraron en la tienda de que hemos hablado, situada al pie de la colina y alli empezaron y concluyeron su conferencia.

No produjo esta el efecto que Muley-Abbas se habia pro- metido, y si hemos de ser justos no por falla de buenos deseos por su parte, sino por las continuas interrupcciones y mues- tras de impaciencia de el ministro de estado que le acom- pañaba.

Probablemente el ultimo obedecía al obrar de esta manera, estrañas influencias á quienes mas que al mismo emperador de íúarruecos importaba no aceptar las condiciones de paz que se le hablan impuesto.

Sentimiento profundo debió causar en Muley-Abbas no ha- ber logrado ajustar la paz, pues al levantarse dos gruesas lágri mas se deslizaron de sus ojos y corrieron por sus raegillas sin que él parase en ello la atención.

Porque lloraba este valiente? Lo ignoramos, seria porque presentía nuevas derrotas ó porque una nación estranjera fuese causa de la ruina de su patria.

Todo puede ser.

El general O'Donell le fué presentando después á los ge- nerales que le hablan acompañado, y él los acogió con la ma- yor benevolencia, tendiendo á todos la mano.

España estaba dispuesta á hacer todo género de sacrifi- cios de sangre y de dinero.

Que por lo mismo todos los españoles en caso necesario serian soldados, dispuestos á derramar su sangre para labar la mancha del pabellón nacional.

Y que la paz que de cierto, hablan de volver pedir, des-

448 EL HONOR

ria con mucho, mas gravosa para el Sultán, puesto que había de guardar proporción con los sacrificios que nos habia de costar.

El conde de Lucena, interpretando maravillosamente el es- píritu de que todos los españoles se hallan poseídos, les mani- festó que puesto que wd habia términos hábiles de ajustar la paz la guerra continuaría.

IV.

Ya es tiempo de que hablemos de Antonio y de que digamos á nuestros lectores de qué nacia el deseo que tenía por conse- guir la otra charretera de capitán.

Antonio como ya dígimos á consecuencia de las heridas recibidas en una de las últimas acciones del mes de diciembre, se encontraba en Ceuta á donde fueron á reunirsele su madre y su hermana.

Con los cuidados de estas, y con toda la fuerza ds su ju- ventud , consiguió mejorarse muy pronto.

El banquero Céspedes, padre de Angeles, lamuger á quien tanto amaba Antonio, tenia un hermano comerciante también en Gibraltar.

Viudo este, hacia muchos años, y sin herederos forzosos, el banquero madrileño presumía con bastante fundamento que él recogería la pingüe herencia de su hermano, cuando fa- lleciese.

Esto no lardó mucho en suceder.

En los primeros días del mes de diciembre recibió Céspe- des la noticia de la muerte de su hermano, díciéndole al mis- mo tiempo que pasase á Gibraltar á hacerse cargo de la he- rencia, y á arreglar los negocios que la defunción de su pa- riente habia impedido concluir.

El banquero no podía dejar en el acto su casa.

Arregló también algunos asuntos de gran interés, y después

DE ESPAÑA. 449

de dadas las instrucciones necesarias á su cajero y demás de- pendientes, se dispuso á marchar.

Angeles, no queria dejar á su padre que marchase solo.

Y el banquero por otra parte tampoco queria dejar a su hija en poder de los criados.

Angeles, también tenia deseos de acercarse al teatro de la guerra para saber algo de su amado, y tanto suplicó á su pa- dre, que este no pudo menos de consentir en que le acom- pañase.

El dia 5 de Enero salieron de Madrid en el ferro-carril, y el dia 6 se embarcaban en Alicante con dirección á Gibraltar.

Uno de los vapores pertenecientes á su difunto pariente, era el que les habia de conducir.

En la noche de aquel dia, el temporal que durante los an- teriores habia reinado sin inspirar graves temores, aumentó su furia, y el agua y el viento tuvieron en continua agitación á nuestros viageros.

El banquero fué de opinión que arribaran á Málaga, y allí esperasen á que mejorara el tiempo.

Pero el capitán del vapor se empeñó en que aquel temporal no era mas que un ;hubasco pasagero, y el buque continuó su rumbo hacia la plaza inglesa.

Pero desgraciadamente el capitán se equivocaba en sus predicciones.

A la mañana siguiente la mar estaba mas brava, mas im- ponente.

Las olas se asemejaban á vastas montañas coronadas de nieve, y sucediéndose las unas á las otras, subian hasta los bordes de la embarcación, dejando toda la cubierta llena de espuma.

Completamente cerrado el horizonte, el capitán compren- dió, aunque demasiado tarde, la imprudencia que habia co- metido.

El banquero veia el peligro, y en aquel momento supre- mo, senlia la muerte porque le arrebataba los cuantiosos bie- nes con que iba á aumentar su fortuna.

57

450 EL HONOR

Alma material, en el instante en que creía perder la vida, sus sentimientos eran j)uramente materiales.

Angeles por el contrario, veia acercarse la muerte, y no la tenia miedo.

Casi casi pudiéramos decir que la deseaba, porque de ese modo, en otro mundo donde no se conocen gerarquias, po- dían amar sin obstáculo á su querido Antonio.

Y entre esta diversidad de pensamientos y de sensaciones, transcurrían las horas.

Y los vientos se desencadenaban cada vez con mas furor. Virar y retroceder era imposible completamente.

Y los furiosos embates del huracán hacían crugir los palos del buque.

Y el recio empuge de las olas hacia rechinar sus costados. No se veia en la vasta estension del Mediterráneo mas que

montañas de agua que se acercaban con un ruido aterrador, alguna que otra gaviota, pescados que huían de los furores del líquido elemento, y alguna que otra embarcación que pro- curaba sostenerse lo mejor posible en medio de aquel tempo- ral. Las aguas habían cambiado su color por su verde oscuro, y el aplomado color del cielo aumentaba lo sombrío de aquel cuadro.

De cuando en cuando se veían aparecer impelidos por las ondas algunos tablones y cordeles, restos tal vez de alguna embarcación que no había podido resistir la furia de la tem- pestad.

Y también impelido por el viento, llegaba á los oídos de nuestros viageros el lúgubre sonido de una campana, indicio seguro de algún buque que pedia ausilio algunas millas mas adelante.

Y la inmensa mole del vapor en medio de aquella inmensi- dad de agua era el juguete de ella como una cascara de nuez arrojada en medio de un estanque.

Pronto el buque empezó á hacer agua, y las bombas em- pezaron á maniobrar.

El vapor se acercaba al estrecho de Gibraltar.

DE efipaSa. 451

Si peligro había habido antes, ahora se aumentaba doble- mente.

Las olas de los dos mares se acercaban, rugían, se choca- ban, y en su diabólica alegría, se entrelazaban, y entre sus besos ardientes, frenéticos y terribles, arrojaban la blanca es- puma que brotaban sus verdinegros labios.

Allá á lo lejos á entrambos costados se divisaban envuel- tos entre negros celages las dos costas de África y España.

Y á los lúgubres acentos de la tempestad, se unían las imprecaciones de los marineros, las voces del capitán que mandaba las maniobras, el áspero chirrido de las bombas, las campanas de los buques que naufragaban en el estrecho, y algún cañonazo que otro que disparaba alguno de los de guerra que se veía también en peligro.

Aquel era un momento de pruoba.

Algunas millas faltaban para acercarse á Gibraltar, y sin embargo en ellas, habia una casi certeza de encontrar la muerte.

j Perder la vida casi á la vista misma del puerto !

Próximo ya á recibir aquella herencia tanto tiempo espe- rada, tener que renunciar á ella.

Este pensamiento hacía á Céspedes sufrir tormentos horribles.

El capitán no le habia ocultado lo desesperado de la si- tuación en que se encontraban y el opulento banquero tem- blaba ante aquella muerte que con tan aterrador aspecto se le presentaba.

Sin embargo, aun no estaban sus días cumplidos, y un rayo de salvación se les presentó.

En el derrotero que traían les era mas fácil acogerse al abrigo de Ceuta que no penetrar en Gibraltar.

Esto fue lo que el capitán bajó á comunicar á Céspedes, y este con una alegría sin limites asintió á semejante proposición.

Inmediatamente se puso el rumbo hacia esta plaza, y tras infinitos afanes, tras un dia y una noche de agonía, pudieron echar las anclas en el puerto.

452 EL HONOR

Eran las últimas horas de la tarde.

En el muelle de la ciudad había una multitud de curiosos que habia seguido todos los movimientos de la embarcación, y que hablan sufrido eslraordinariamente en los momentos de peligro que habían podido presenciar.

Muchos oficiales de los que estaban ya convalecientes, ha- bia también, confundidos con la multitud.

Entre ellos es' aba Antonio.

Inmediatamente que el vapor lanzó sus anclas, se soltó de los pescantes una lancha, y con la tripulación suficiente, reci- bió en su seno al banquero y su hija que estaban ansiosos por se»tar su planta sobre la tierra firme.

Angeles, si se quiere, daba gracias á Dios por aquel per- cance que la ponia en estado de adquirir mejores noticias sobre la suerte de su amante

K\ paso desde el vapor al muelle también era muy arries- gado, y todo el mundo seguía con visible ansiedad los movi- mientos de la frágil embarcación.

Esta, aunque con trabajo se iba acercando cada vez mas, y por fin se pudieron ver los personages que iban en ella.

Antonio, como todos, íijó sus ojos en ellos, y cuando la distancia le permitió reconocer á su amada, no fué dueño de contener una esclamacion de alegría y de sorpresa al mismo tiempo.

Uno de sus compañeros se volvió hacia el y le dijo: Chico, qué tienes? te pones malo?....

No; no es nada, un ligero dolor que ya ha pasado, le contestó, pero le parece nos acercaremos al desembarcadero á ver mas de cerca á los que de tan gran peligro se han escapado.

Vamos alia, le dijo ^su amigo. '^

Y ambos abriéndose paso por entre la multitud que quería

DE ESPAÑA. 453

contemplar también á los viageros, se acercaron á el desem- barcadero á tiempo que la lancha atracaba junto á las gradas

del muelle.

Los ojos del joven subteniente se fijaban con luia ansia in- decible y con unaespresion estraña sobre el rostro de Angeles.

Atraídas las miradas de esta por las de su amante, se en- contraron las dos, y al reconocerlo aquella, se ruborizó de placer y ahogó un grito de felicidad próximo á escaparse de sus labios.

El banquero y su hija guiados por un marinero, se diri- gieron á una fonda.

Antonio se separó de su amigo, y tomó también la direc- ción que su amada llevaba.

Penetró esta en la fonda, yantes de separarse Antonio de aquel sitio, pudo ver el rostro encantador de Angeles, que le miraba á través de los cristales de uno de los balcones.

Inmediatamente formó su resolución.

Sacó una hoja de su cartera, escribió sobre ella cuatro pa- labras, diciéndüla que aquella noche saliese á las once al bal- cón, y llamando á un camarero, le encargó, que con las pre- cauciones necesarias la entregase á la joven que habia llegado momentos antes.

El criado desemjieñó su comisión á las rail maravillas, y los ojos de Angeles dijeron al feliz amante que no faltarla.

A la hora convenida estaba Antonio bajo el balcón de la estancia donde habitaba su idolo, y momentos después un animado diálogo se habia empeñado entre ambos amantes.

Pasaremos por alto toda su conversación, pues suponemos que nuestros lectores comprenderán todo cuanto pudieran de- cirse.

Después de dadas por una y otra parle las respectivas esplicaciones, vinieron las protestas y los juramentos.

454 EL HONOR

Antonio sufrió al relatarle su amada sus sobresaltos y pe- nalidades durante la travesía, y la |)obre niña sintió su cora- zón dolorosamenle oprimido al contarla su amante sus |)eli- gros en las batallas, y las heridas que de estas habia tenido.

También hablaron largamente sobre su porvenir.

Antonio la dijo si le podria responder de su cariño.

Si tendría la suficiente constancia para esperar el tiempo necesario para que el alcanzara una posición que poderla ofrecer.

Si su fuerza de voluntad seria tal que se atreviera á con- trarestar la voluntad de su padre si este tratase de obligarla á contraer otro enlace.

La encantadora hija del banquero, le dio todas las seguri- dades que podia apetecer.

Ella le amaba con toda la fuerza de su corazón, y nada en el mundo podia contrarestar aquella pasión.

No tenia orgullo, no tenia ambición, toda su felicidad es- taba cifrada en el amor de Antonio.

Esto solo era lo que ambicionaba, y con esto solo estaba orgullosa.

Estas fueron las palabras que el joven teniente escuchó de sus labios, y ellas le llenaron de una alegría inmensa.

Y palabra tras palabra, transcurrieron las horas, y solo volvieron en si, de su delicioso ensueño de amor, cuando los déviles rayos de la aurora empezaron á fluminar la tierra.

Entonces volvieron á renovarse los juramentos, y entonces Antonio hizo la solemne promesa, de ó dejarse matar en la primera acción en que se encontrase, ó conseguir la otra char- retera.

Angeles, si bien estaba por lo segundo, no se conformaba con lo primero.

Por fin tras muchas lágrimas y muchas promesas se sepa- raron los dos amantes.

Antonio con nuevos bríos para entrar en campaña.

Angeles, con nuevos recuerdos que poder evocar en sus horas de soledad y de dolor.

DE espaSa. 455

Aquel dia tampoco pudieron ponerse otra vez en marcha por el temporal hasta que al cabo de tres mas, se pudieron dirigir á Gibraltar.

También á los pocos dias Antonio se incorporó á su regi- miento, y ya hemos visto su comportamiento, en la acción del dia 4 de Febrero.

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EL HOiNOR

CAPITULO XXXV

Nuestro egército permanece acampado en Tetuau. Bombardeo de los puertos de Arcilla y Laraclie. Descripción de estas dos poblaciones.

OiMO nuestros lectores habrán visto ya an- teriormente desde la entrevista de iMu- ley-Abbás con el general en gefe, que- daron rotas las liostilidades por no ha- ber asentido aquel á las proposiciones 'de este.

Indudablemente desde aquel momento nuestro egército de- bía de haberse puesto en marcha sobre Tánger, punto indica- do para continuar las operaciones.

Pero esta marcha requeria ya otras condiciones (pie era imposible (lue en tan corto espacio pudieran reunirse.

El camino que de Teluan á Tánger conduce es sumamente quebrado ó mejor dicho la! camino no existe.

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DE ESPAÑA 457

El egército para continuar su marcha triunfante sobre este punto, tenia que llevar ya consigo provisiones y municiones para todo el tiempo que durase su marcha.

Se iban á internar bastante y naturalmente la escuadra "ya no podia protegerles.

Tanto para las conducciones de los obgetos que hemos in- dicado arriba, como para conducir á los heridos que pudie- ran ocurrir, si en el camino se empeñaba alguna acción, eran necesarias una multitud de acémilas.

Entonces se pensó en los camellos que es el verdadero animal del África, y salieron comisionados para Oran para efectuar la compra de un número bastante crecido de estos.

Entre tanto el egército soguia provisionándose, y el gene- ral O^Donnell, cuya previsión y acierto hemos admirado en toda la campaña, se ocupaba minuciosamente de todos los detalles y activaba en lo que era posible todos los preparati- vos para la marcha.

Y apesar de todo no se habia perdido el tiempo.

El general en gefe queria aumentar el terror de los moros tanto con los adelantos por tierra como con las operaciones por mar.

II

La escuadra recibió la orden de bombardear los puertos de Arcilla, Larache y demás de la costa del Occéano, y esta or- den produjo un entusiasmo indecible en nuestros marinos.

Hasta entonces no hablan desempeñado en la espedicion una parte activa.

Verdad que su estancia en el mar habia producido al egér- cito beneficios incalculables, ya manteniéndose á la especia- tiva para en un caso dado, proteger de hecho las operaciones, ya también conduciendo á aquel, las municiones de boca y guerra que necesitaban.

58

458 Fl. HONOR

Los heridos eran también ausiliados por nuestra marina, que cuidándolos esmeradamente y transportándolos con el mayor cuidado a las costas de la península y puertos donde se ha- bían establecido los hospitales de sangre, manifestaba de este modo su patriotismo, sin dejar por eso de desear con impa- ciencia llegara el momento de tomar una parte activa en la cspedicion, para vengar los ultrajes hechos á la Madre Patria ó para derramar su sangre gloriosamente, en defensa de un ob- geto tan sagrado.

La orden de ataque recibida, no pudo menos de producir en nuestros marinos, según el espíritu de que se encontraban poseídos, un entusiasmo indecible.

Hábilmente mandados, harían como sus hermanos prodi- gios de valor y de heroísmo.

El entendido general Bustillos, gefe de la escuadra, tan \ aliente militar como entendido marino, tan digno gefe de los soldados de mar, como el conde de Lucena, bajo cuyas órde- nes estaba, del egército de tierra, no podía menos de aprove- charse del buen espíritu que en las tropas de su mando reinaba, para conducirlos á la pelea.

Los puertos de Arcilla y Larache fueron los primeros de- signados para ser atacados.

La escuadra que desde el día veinte y tres se hallaba reu- nida en las aguas de Algeciras, recibió la orden de emprender la marcha en el veinte y cuatro.

Habia sido dispuesta de modo que formase dos divisiones.

Componíase la primera de las fragatas de Hélice «Prin- cesa de Asturias, » en la que iba el general Bustillos, y «Ulan- ca,)) el vapor ((Vulcano» y !a fragata cañonera uGeres.»

Formaban la segunda el navio «Reina Isabel remol- cado por el vapor del mismo nombre, la fragata «Cortés» por el barco «Nuñez de Balboa, » la corbeta «VilLi de Bilbao» por el «Colon» y las goletas cañoneras «Edetana» y «Buena Ven- tura.»

Sin precipitación pues, el estado del mar no lo permitía, tomaron el rumbo designado anteriormente, y á la mañana del

DE ESPAÑA. 459

veinte y cinco, se encontraba frente al puerto de Larache.

Hállase defendido por tres baterías, dos bajas y una alta que encerraban unas cincuenta piezas de artillería de grueso ealibre al parecer en su mayor parte.

Todas á la aproximación de nuestros buques se movieron, presentando sus bocas de bronce frente á ellos.

La distancia que entre nuestros buques y el puerto me- diaba, era de bastante consideración: nuestra escuadra se ha- bía ap: oximado tanto cuanto le fué posible, y una gran barra que hay delante del puerto, se lo permitió.

La distancia no era sin embargo tai que no pudiesen sal- varla nuestras granadas.

Situada convenientemente la escuadra y á la cabeza la Prin- cesa de Asturias seguida de todas las demás embarcaciones de que hemos hecho mención, escepto del vapor Vulcano y las tres goletas cañoneras que se habían colocado á los dos flancos, rompióse el fuego por una y otra parle á las once de su mañana.

No fué largo, k las dos de la tarde había ya concluido, sin embargo Larache conservará siempre memoria de este dia.

Mas de dos mil proyeclileíí, con el mayor acierto lanza- dos sóbrela población produjeron en ella un efecto espantoso

Los edificios muy poco salidos en su mayor parte fueron completamente destruidos y muchos de ellos incendiados á juz- gar por las grandes llamaradas de que los disparos de nues- tra artillería eran seguidos.

Veíanse salir de las casas á las mujeres y niños, huyendo despavoridos á la parle opuesta del mar; los muy pocos que no siguieron este egemplo, quedarían completamente envueltos entre las ruinas de sus hogares.

Nuestros bravos marinos en esla ocasión se mostraron dig- nos descendientes de los que en otro tiempo derramaron su sangre en San Vicente, Finisterre y Trafalgar, pues como los de este último combate tuvieron no solo (jue defenderse de las bala» enemigas sino también de los mismos elementos que

460 EL HONOR

en esla ocasión los corabalieron también, aunque no con lanía rudeza como en aijuel.

Las pérdidas, no obílanle, sufridas en esle dia, fueron de bien poca consideración.

Algunos heridos, muy pocos mas conlusos y descalabros insignificantes sufridos por el navio ulsabel segunda» y por las fragatas «Blanca» y «Princesa de Asturias» fueron el pre- cio de la jornada de este dia.

Mas brillante aun les esperaba otra en el siguiente veinte y seis.

Colocados en la misma disposición que frente á Larache, frente al puerto de Arcilla, población de casi igual impor- tancia, pero susceptible de mayor defensa, dióse la orden de romper el fuego á poco mas de medio dia.

Corlo fué también el tiempo d su duración, pero los es- tragos causados de mas importancia, en razón á que el estado de bonanza del Occéano, permitía llevar á efecto las opera- ciones en el mayor orden.

De dos á tres horas mediaron desde que se principió hasta que se concluyó el combate.

Cuál seria la certeza de los disparos que por nuestra parle se dirigieron á la plaza, se comprenderá con decir que habia casi por completo desaparecido, apesar desús murallas de de- fensa.

Un montón de escombros por entre los cuales se veían al- gunas sofocadas llamas, ocupaba el sitio que la ciudad habia ocupado breves momentos antes.

Escenas de esta clase no pueden describirse, se sienten pero no se esplican.

Nuestras pérdidas fueron también como en el dia anterior de escasa importancia, algunos contusos, y muy pocas averias en las embarcaciones.

iNo podia suceder de otro modo, atendiendo á la serenidad, presteza y precisión de las maniobras y á las buenas dotes de mando, que como antes hemos dicho adornan al general Bus- tillos.

DE ESPAÑA. 461

Y ya que del bombardeo de los puntos de Arcilla y Larache hemos hablado, justo nos parece dar á nuestros lectores algu- nas noticias respecto de ellos y de algunos otros puertos de el Occéano.

Ya hemos visto el comportamiento brillante aunque espe- rado de nuestro egército en el imperio de Sidi Mahomet, pero hasta ahora nada hemos dicho como no sea incidentalraenle de nuestra marina.

Justo, justísimo nos parece poner también en conocimiento de nuestros lectores los hechos mas importantes de nuestra ar- mada en la cuestión de honra nacional que nos está ocupando y en cuyo desagravio loma una no menor parte que el egército de tierra.

Y ya que hemos manifestado sus evoluciones y maniobras vamos á dar una idea de los puertos del litoral africano, que han sido bombardeados.

Rabatt, capital de la provincia de Sumecena llamada por los árabes El-rebat y Rabal -ulfalabh se halla situada parte sobre el rio Buregreb y parte sobre el Occéano.

Es el puerto céntrico que el imperio posee en el Atlántico.

Por eso antiguamente era el mas concurrido de todos: pur él hacían su comercio las naciones europeas principalmente las meridionales, y de estas en mayor escala las repúblicas de Ge- nova y Venecia.

Mas con motivo de desavenencias habidas entre los Kerl- fes de Rabat y Salé, el gobernador de la última ciudad puso sitio á la primera que se resistió tenazmente, hasta que cansa- dos los sitiadores se retiraron.

Como el sitio fué bastante duradero, pues según algunos escritores se prolongó hasta quince meses, la ciudad se resintió profundamente y su comercio no menos que ella.

462 EL HONOR

Pasado algún tiempo y ya casi repuesta de los descalabros sufridos, su comercio volvió á florecer, hasta el punto de es- citar la envidia de los emperadores y su insaciable codicia.

De ahi que ii mediados de el siglo último, el emperador por causas injustificables, la volvió á sitiar, y aun cuando después de siete meses se entregó, no fué sin haberse defendido heroica mente y mediante capitulación.

Las condiciones no fueron atendidas como debieran por el vencedor, que olvidado de ellas cuando se vio dueño de la ciu- dad, la abrumó con enormes impuestos y exacciones á cual mas onerosas.

Por uno de estos caprichos tan frecuentes alli donde go- biernan los déspotas, se empeñó en trasladar el centro del co- mercio Europeo primero á Santa Cruz y después á Mogador, á donde hizo trasladar los cónsules europeos, pero esto no im- porta pues por sus condiciones hidrográficas Rabatt es el puer- to mejor y de lodos los de el imperio como ya hemos dicho, aun cuando sea el mas desentendido y gravado por el Gobierno.

Prueba de la verdad de nuestro dicho, que cuando en cierto modo Rabal era independiente de el imperio y se hallaba unida con Salé, otro puerto también importante que tiene cerca era el emporio de el comercio marroquí.

Las producciones de su suelo encontraban fácil salida por él, y por él hasta el interior, podian ser conducidas las eslrangeras.

La ciudad se halla bastante bien defendida con almenas y castillos que la rodean, algunos de ellos debidos al célebre Al- fiíanzor tan conocido en nuestra patria el cual trató de limpiar la desembocadura del rio y de ensancharla lo bastante, para que pudieran penetrar por él, navios de gran porte.

Esta magnífica obra empezó á egecutarse y aunque no se llevó á cabo en su totalidad; sin embargo fué muy ventajosa.

A unos 20,000 asciende el número de sus hauitantes, se- gún los datos mas importantes y fidedignos, de los que una ter- cera parte son hebreos; y los rcslanles árabes.

Muchos de estos últimos naturales de España arrojados de ella por Felipe 3."

DE ESPAfÍA. 465

La ciudad es bastante buena, sus calles y edificios muy re- gulares, y tiene una mezquila magnífica. Es acaso la ciudad

mejor de el imperio ó por lo menos la que mejores condiciones reúne para serlo su industria.

Su campo es muy fértil: los moradores mas industriosos que lo son en general los árabes y se refleja en la ciudad y en su término; en el cual se recogen muchas y abundantes frutas y granos*

Cerca de la población hacía su parte oriental se encuentra el castillo que encierra la tumba de la familia real de los Me- ni-Marines, y tanto él como el terreno que le rodea, es mirado por los musulmanes con el mayor respeto y como un santuario.

IV

La ciudad de Salé situada en la costa Occidental de África y dividida por el rio en dos partes, es también muy notable, por su historia.

Ya hemos indicado en el párrafo anterior que formó con Rabat una especie de confederación cuyo objeto era fomentar los intereses de ambas poblaciones y que lo consigieron tam- bién hasta un grado digno de admiración, que nos demuestra cuanto puede la unidad de pensamientos y de fuerzas.

Verdad que los medios porque sus habitantes se enrique- cieron, no son los mas honrosos, toda vez que la mayor parte, estaban dedicados á la piratería, cuyo continuado egercicio los habla hecho temibles no solo á los naturales, sino también a los estrangeros.

Los sultanes habían varias veces intentado reducirla á su dominación y subyugarla, como tenían subyugado todo el ter- ritorio de su imperio, pero no habían podido conseguirlo, mer- ced á las murallas de que la ciudad se encuentra rodeada y á la indomable fiereza de sus moradores.

Y de seguro que los emperadores no habrían conseguido su

464 BL HONOR

propósito á no haboise ¡nlroclucido la discordia entre sus mo- radores cuando sitiaron á su aliada y hermana la ciudad de P«abal y por los grandes gastos que con este motivo se vieron en la necesidad de hacer

Separada ya de Rab:it y subyugada por los sultanes perdió como aquella su importancia y como aquella fué objeto de ad- vitrarias esacciones por parte de los gobernadores.

Frondosos árboles la circundan y se halla envuelta por su parte meridional de elebadísimas montañas en las que sus mo- radores se entregan á la caza su egercicio habitual, con lo que satisfacen su diversión favorita y se robustecen para el egerci- cio de la piratería que todavía egercen si bien clandestinamente y en menor escala por consiguiente que cuando su indepen- dencia.

Unas 8000 almas pueblan á Salé, casi todas pertenecien- tes á la religión mahometana.

Sus edificios nada de notable ofrecen particularmente con- siderados, en conjunto, el aspecto de la pobl ciclón es bastante agradable.

Su puerto está completamente inutilizado por los grandes bancos de arena que en él se encuentran, y que durante el re- flujo quedan en la superficie.

Mas importante por la facilidad de habilitar su puerto, que el que acabamos de describir, y por su historia, es la pobla- ción de Arcilla llamada por los romanos Zilia j^rimiti va- mente, y después Julia Constancia Zilis, y que se halla si- tuada en la provincia de Hasbat.

Los portugueses la han poseído por espacio de mucho tiempo, hasta que la abandonaron á consecuencia de no p(M*mil¡rles las circunstancias crílicas porque atravesaron durante el reinado de 1). Juan lll, emplear en ella los recursos que su posesión exigía.

DE ESPAÑA. 465

Es célebre lambien esta población por haber desembarca- do en su puerto y permanecido en ella, el rey de Portugal don Sebastian en su funesta espedicion.

Agregado al imperio formó parte de él y en ella residen unos 600 habitantes holgazanes en estremo, y por lo mismo muy pobres. Se sostienen con el producto de la caza y pesca que venden en los pueblos vecinos y aun á los estrangeros, pues algunos, aunque bien pocos vecinos, poseen pequeños botes, con cuyo ausilio penetran en el mar, y esto les ayuda para la pesca.

El puerto es muy pequeño, solo embarcaciones de pequeño porte pueden llegar hasta él, no obstante, el fondeadero es bastante bueno, pues se conserva todavía según lo arreglaron los portugueses cuando Arcilla les pertenecía.

Los edificios son bastante pobres y muchos de ellos hasta míseros, efecto de la pobreza y miseria en que sus moradores se encuentran: de estos la mayor parte son árabes, y solo existen unas veinte familias judías.

VI

Larache es la capital de la provincia de Azgar, es llamada por los árabes Al-A-raisce-Beni-^V 'ros, por los viñedos de la grande y poderosa tribu de Beni-A ' ros.

Unos 6000 habitantes la pueblan, dos mil de los cuales son hebreos.

Las casas y calles son por lo regular de buen aspecto, si bien en las últimas suele haber grandes cuestas á consecuen- cia de estar la })oblacion situada en el declive de un cerro de grande estension que llega á penetrar en el mar.

Algunos edificios son notables, entre ellos merece mencio- narse el habitado por el gobernador.

La vegetación es vigorosa y sus campos muy fértiles á

466 EL HONOR

consecuencia (lo estar conliniiamenle rogados por miillilud de

aiToyuelos (jiie dol ceno se desprenden.

Abunda la campiña en frutas de todas clases.

Está fortificado, siendo de notar (jue sus lortiíicaclones son del)¡das á los españoles que la poseyeron en otro tiempo, y que según el estado de la cuestión pendiente, serán también los encargados de destruirlas. ,íí,

En el último tercio del siglo pasado fué bombardeada por los franceses, á consecuencia de lo cual, la ciudad sufrió bas- tante.

Su puerto, como casi todos los del litoral, africano está cas*' inservible á causa de una gran barra que lo atraviesa y que impide la llegada hasta él de embarcaciones mayores.

Ya conocen nuestros lectores por lo que hasta aquí lleva- mos dicho, al árabe que habita en la ciudad, pero no llenen noticias de la otra clase de árabes, habitantes del campo, y que constituyen la mayoría de los moros pobladores de la pro- vincia de Harbat, cuya capital es Tetuan.

Para apreciar debidamente las cosas, no basta conocerlas en conjunto, es necesario que los detalles no nos sean comple- tamente desconocidos.

Por eso y para llenar el vacio indicado, apuntaremos li- geramente algunas de las principales cosas que tienen relación con los habitantes del campo de la provincia de Harbat.

Entre ellos y los de la ciudad hay la mismy diferencia que entre un cortesano y un campesino de una nación europea. '

Sus ocupaciones, como las de todos los pueblos que están sumidos en la ignorancia, están reducidas al pastoreo y á la caza. ^•

Son las dos clases que puede decirse existen en la socie- dad campesina árabe.

A la primera se dedican todos, unos por oficio, otros por gusto; el continuo egercicio que tanto en uno como en otro caso hacen, contribuyen á darles una ferocidad eslraordinaria.

Generalmente son ro!nistos y ágiles.

Las personas algo acomodadas, y que entre ellos podría-

dí; ESPAÑA. 467

mos llamar la clase media, se dedican á guardar sus re- baños.

Las acomodadas tienen criados que desempeñen este

cargo.

Su poder, mas que de su riqueza, está en razón de su fuerza y de su astucia.

El mas fuerte es 1 mas respetado.

Viven en cavernas situadas en lugares inaccesibles para todo el que como ellos, no esté acostumbrado desde su infancia á trepar por aquellos riscos.

En sus moradas, no admiten nunca á los habitantes de la ciudad, apesar de la proverbial hospitalidad árabe, porque los consideran como degenerados.

Visten muy toscamente, aun cuando por su posición pue- den llevar trages mas cómodos y costosos.

En este punto lleva su preocupación hasta el estremo de apalear al que osa dar al vestido una nueva forma ó hacerlo de una materia mas delicada que la de ordinario.

Carecen de leyes y no dependen del Sultán, á quien no re- conocen, y el cual apesar de sus esfuerzos, que para reducir- los á su dominación ha hecho, no ha conseguido subyugarlos.

Las contiendas que entre ellos se originan, la deciden por la fuerza; algunas veces las someten á juicio de un anciano ó de otro mas fuerte que ellos: ceden por temor, no por con- vicción; nunca hacen justicia al débil.

No tienen mas aspiración que el oro ni mas deseo que los placeres sensuales.

¡Por adquirir el primero y satisfacer los segundos, cometen las mayores atrocidades. Empresa basta y difícil en estremo seria la de tratar de someter a gentes tan bravias y salvages, por otro medio que por la fuerza, que es la única ley que ellos respetan.

Y sobre este punto llevamos ya adelantado bastante, pues sus continuas derrotas, les han demostrado bien claro que de nada sirve su poder al lado del de la nación que en mal hora pretendieron insultar. f

468

EL HONOR

CAPITULO XXXVI

Se vuelven á presentar algunos antiguos amibos de nuestros lectores. Tratado entre Inglaterra y Marruecos.— Temporales que impidieron á nuestro egército ponorse en marcha tan pronto como deseaba. Rabilas de las inmediaciones de Tetuan.—El general Echagñe recibe la orden de incorporarse con. parte de su división al grueso del egército.

I.

RANDES hablan sido las victorias con- seguidas por los españoles durante su permanencia en el Serrallo; y grande también la consternación que habían espercido en los aduares y pueblos de

sus inmediaciones.

Los habitantes de Raast-el-Seric, eran de los que mas

temian.

m gefe de la Rabila, padre de Zobeiba, había muerto en uno de los combates, y toda la tribu estaba desordenada por no decir casi destruida.

DE ESPAÑA. 469

Todos los vecinos emigraban abandonando sus miserables chozas, á otros puntos mas lejanos, y en los que se creian mas seguros de poder escapar á la furia de los cristianos.

Isaac el judío, que también habia ocultado á Carlos, á

Alberto y á Zeim, en vista del abandono en que quedaba el pueblo, determinó trasladarse á Tetuan.

Efectivamente comunicó su proyecto á Ester y á Zaida, y ayudado por dos criados, ocultó cuidadosamente debajo de tierra los obgetos de mas valor, y cerrando su casa empren- dieron la marcha por senderos conocidos solamente de los naturales, el camino hacia la ciudad que se lleva al otro lado del Guad-el Gelú.

Dias antes de que nuestro egército estableciese sus reales ante la plaza, llegaron á ella y fueron á habitar en el barrio señalado á los de su raza.

El anciano Isaac tenia bastantes relaciones en la ciudad y resguardado por los muros de esta y entre sus amigos, ya se creia casi en seguridad.

Pero estaba escrito que habia de sucederle todo al revés de lo que pensaba.

Nuestro egército siguió venciendo á los marroquíes, y finalmente la acción del 4 de Febrero acabó de desmorali- zarlos completamente.

Furiosas las tropas de Muley-Abbás por el descalabro sufrido, penetraron en la población y en ella se entregaron á los mayores escesos.

El barrio de los judíos fué el que mas sufrió y en el que mas se representaron esas escenas de pillage y saqueo, y solo á costa de grandes esfuerzos y al ausilio de sus compañe- ros, pudo librarse Isaac de la muerte con que los amotina- dos qucrian hacerle pagar el haber intentado defender su ha- cienda.

Así fué que á la entrada de nuestras tropas, él era uno de los que mas furiosamente aclamaban á los vencedores.

Con la división del general Rios entraron en Tetuan los tres hermanos conocidos ya del buen hebreo.

i70 EL HÜNOll

Cabalgando airosamente entre el estado mayor del gene- ral, iban Alberto y ZelinconlMiiplando» especialmente el prlf. mero con los ojos del observador todas las casas y las calláis de la ciudad recien coníjuistada. ,j .j, ,^, ^.¿,,¿1

De pronto ima esclamacion de sorpresa llegó á herir los^ oidos del potíta, (pie nlz(') la cabeza instantáneamente y repara en dos nuigeres, que desde una de las azoteas de las casas inmediatas, le contemplaban con ali^gría y le saludaban con efusión. '¡J^/;'» ny oJ>íi¿.-^

Eran Ester y Zaida. '.* Alberto las conoció en seguida, y saludándolas respetuo- samente, prosiguió su marcha.

Del mismo modo fué reconocido Garlos, con la diferencia de (fue entonces salió Isaac á la calle, y como en otro tiempo, le ofreció su casa para él y para sus hermanos.

Creemos inútil decir á nuestros lectores que estos acep- taron semejante oferta, y cuando ya todo quedó arreglado y las tropas fueron alojándose. •'- Garlos, Zelin y Alberto se dirigieron á la casa del judío.

Fuera de Carlos, Zelim fué el que indudablemente mas se alegrx) con semejan le encuentro, pues para él representaba noticias de su adorada Zaard. .íi

Pero por desgracia nada se sabia de ella, nada de Julia, ni nada de Abdel-sabás. hW Mi

(ío Garlos y Ester volvieron á reanudar sns interrumpidos amo- res, y á tantas horas de angustia y de sufrimiento, sucedieron infinitas de placer y de felicidad.

•y. Todos los (lias se veían y todos los dias encontraban algo de nuevo (¡ue decirse.

Es verdad que como el amor es materia tan inagotable, nada de particular tiene (jue nuestros amantes se pasasen ho- ras hablando de su cariño.

orT: Una de estas conversaciones tuvo lugar en uno de los pri- meros dias del mes de Marzo.

Ya empezaba á correr la voz entre el egército de que iban á ponerse en marcha sobre Tánger, y la pobre niña andaba

DE ESPAÑA. 471

triste y apenada por la suerte que podría caber á su amado.

Con qué es cierto que os marcháis? decía Ester al capitán.

Eso se dice pero todavía no se sabe los cuerpos que mar- charán.

1 Ojalá y no sea al que tu perleneces !

Y por qué? la preguntó Carlos.

Como se conoce que no me amas cuando esa pregunta me haces, crees que yo he podido vivir en todo el tiempo que hace que nos hemos separado? Siempre en continua zozo- bra, siempre inquieta mi alma, no ha respirado mi corazón con tranquilidad hasta el momento mismo en que te ha visto; y puede que sabiendo todo esto desees aun marcharte.

No lo deseo por separarme de tí, pero los militares en la guerra hacemos nuestra carrera, y tanto por esto cuanto por que lucho por la honra de patria, no me disgustará seguir adelante.

¡Hé aquí lo que sois¡ le dijo con acento de reproche la hebreja. Donde encontráis la paz, la dicha la tranquilidad, os cansáis y solo apetecéis los peligros, y los ohgetos que mas os cuesten.

No es eso Ester, pero comprende que el militar tiene de- beres que cumplir y derechos tan sagrados que ante ellos tie- nen que sacrificarse todas las cosas.

Y también mi amor lo sacrificas?

También. Y no es porque deje de amarte Ester, si su- piera que en el mundo había un hombre que amase mas que yó, creo que rae arrancaría el corazón por no haber sabido superar en cariño á los demás.

¡Oh! bendita sea tu boca que tales palabras me ha dicho no sabes con cuanta delicia las saborea mi alma.

Bendita seas tú! la decia el capitán con un acento en (jue se traslucía una ternura infinita, bendita seas que tal pa- sión me has inspirado.

En aíjuol momento lesonó í na carcajada histérica, pio- longada é infernal que llenó de tei'ror á nuestros dos aman-

472 EL HONOR

tes, haciéndoles volver la cabeza hacia el punto donde había sonado.

Sobre el dintel de la puerta, se veia una muger (\üq fijaba una mirada en q,;e se leian cien afectos distintos sobre ellos.

Al reconocerla, una esclamacion salió de los labios de Carlos. i Zobeiba ! dijo: La hija del Kabo de Raas-el- Serie! añadió Ester.

II

TRATA DO general entre la Gran Bretaña y Marruecos, cele- brado en el mes de Enero de \ 857.

PREÁMBULO.

S. M. la Reina del Reino Unido de la Gran Bretaña é Ir- landa y S. M. el Sultán de Marruecos y Fez, deseando mante- ner y fortalecer las relaciones de amistad, que por tanto tiempo han subsistido entre sus respectivos dominios y sub- ditos, han resuelto proceder á revisar y mejorar los tratados existentes entre sus respectivos paises, para cuyo obgelo han nombrado sus plenipotenciarios, es decir:

S. M. la Reina del Ueino Unido de la Gran Rretaña é Ir- landa á 1). Juan Hay Drummond Hay, su encar¿,^ado de negó-

DE RSPAfÍA. 473t

cios y cónsul general en la Corte de S. M. el sultán de Mar- ruecos. ,ij Y S. M. el sultán de Marruecos á Sidi-Mohamet-Kelib su comisionado de negocios estrangeros.

Los que después de haberse comunicado uno al otro sus respectivos plenos poderes, han convenido y concluido los ar- tículos siguientes:

Articulo 1.0 Habrá perpetua paz y amistad entre S. M. la Reina de la Gran Bretaña, sus herederos y sucesores y Su Mageslad Jeriíiana el sultán de Marruecos y entre sus respec- tivos dominios y subditos.

Art. 2.' S. M. la Reina de la Gran Bretaña podríi nom- brar uno ó mas cónsules en los dominios del sultán de Mar- ruecos y Fez y el tal cónsul ó cónsules estarán en libertad de residir en cualquier puerto de mar ó ciudad del sultán de Mar- ruecos que ellos ó el gobierno británico elijan y hallen mas conveniente para los asuntos y servicios de S. M. britnnica Á para la asistencia de los comerciantes británicos.

Art. 3.^ El encargado de negocios británicos ú otro agente, político acreditado por la Reina de la Gran Bretaña cerca del sultán de Marruecos como asimismo los cónsules británicos que residan en los dominios del sultán de Marruecos, serán siempre respetados y se les tributará el honor compatible con su rango, y sus casas y familias estarán seguras y protegidas. Nadie podrá entremeterse con ellos, ni cometerán ningún acto de opresión ó desacato hacia ellos, bion sea de palabras ó. en obras, y si alguien lo hiciere, recibirá un severo castigo que le servirá de corrección y de freno para otros.

El dicho encargado de Negocios podrá libremente esco- ger sus sirvientes ó intérpretes bien sean musulmanes ú otros, y á estos no se les obligará á que paguen el tributo de enca- bezamiento, contribución forzada ú otro igual ó correspon- pondiente gasto. Con respecto á los cónsules ó vice-cónsules que residan en los puertos bajo las. órdenes del dicho encar- gado de Negocios, podrán libremente elegir un intérprete, una guardia v dos sirvientes, bien sean musulmanes li otros, v ni

60

474 EL HONOR

el inlérprele, la guardia ni sus criados seráu obligados á pagar el Iribulo de encabezamiento, conlribucion forzada ii otro igual ó correspondiente gasto. SI el dicho encargado de Negocios nombrase un subdito del sultán de Marruecos como vice-cónsul en un puerto marroquí, el dicho v ice-cónsul y los miembros de su familia que habiten dentro de su casa, serán respetados y estarán exentos de pagar el tributo de encabe- zamiento ú otro igual ó correspondiente gasto, pero el dicho vice-cónsul no tomará bajo su protección ningún subdito del sultán de Marruecos, escepto los miembros de su familia que habiten bajo su techo.

Al dicho encargado de negocios y á los dichos cónsules, se les permitirá tener una casa de oración y enarbolar en to - dos tiempos en lo alto de las casas que ocupen la bandera na- cional, bien sea en la ciudad ó fuera de ella, é igualmente en los botes cuando salgan al mar. Ninguna prohibición ni dere- chos les serán impuestos en sus efectos, muebles de casa ú otros renglones que vengan para uso propio y para el de sus familias en los dominios del sultán de Marruecos; pero el di- cho encargado de negocios, cónsules ó vice-cónsules deberán entregar á los oficiales de las aduanas una nota especificando el número de renglones que deseen introducir. Este privilegio será concedido solamente á los oficiales consulares que no es- tén ocupados en negocios. Si para el servicio de su soberana fuese preciso que comparecieran en su pais ó sin disputa sea otra persona que actuase por ellos en su ausencia, no se les impedirá de manera alguna el hacerlo, y ningún impedimento se les pondrá á ellos, á sus criados ó á su hacienda, antes al contrario estarán en libertad de ir y venir siempre respetados y honrados; y ambos, ellos mismos y sus diputados ó vice cónsules en el mas amplio sentido, serán acreedores á todos los privilegios que al presente gocen, oque en adelante se con- cedan al cónsul de cualquiera otra nación,

Art. 4.*' Con respecto á los privilegios personales (|ue de- berán gozar los subditos de S. M. británica en los dominios del sultán de Marruecos, S. M. Jerifiana promete que tendrán un

DE ESPAÑA. 475

libre é indisputable de viajar y residir en los territorios y do- minios del dicho sultán, sujetos á las mismas precauciones de policía que se practican con los subditos ó ciudadanos de las naciones mas favorecidas.

Serán acreedores á poder alquilar por tiempo ó como sea, habitaciones ó almacenes; y si un subdito británico no pudiese encontrar una casa ó almacén adecuada para habitar ó alma- cenar, las autoridades moras, le ayudarán á encontrar un sitio dentro de las localidades generalmente señaladas para las habitaciones de los europeos; y si hubiese en la ciudad un ter- reno conveniente para fabricar casa ó almacenes, podrá en- trar en un arreglo por escrito con las autoridades del pueblo, relativo al número de años que el súddito británico retendrá la posesión del terreno y fábricas, á fin que asi pueda reem- bolsarse de los desembolsos en que haya incurrido; y nin- guna persona podrá obligar al subdito británico á que entregue las casas ó almacenes hasta que no haya espresado el tiempo mencionado en dicho documento. No se les obligará á que pa- guen ningún tributo ni contribución bajo pretesto alguno. Es- tarán exentos de todo servicio militar bien sea por tierra ó por mar de empréstitos forzosos y de toda contribución es- traordinaria. Sus casas, almacenes y todas las propiedades destinadas para residencia ó negocios, serán respetadas.

Ninguna visita ó registro arbitrario se hará en las casas de los subditos británicos, y ninguno de sus libros, papeles ó cuentas serán examinados arbitrariamente ó inspeccionados; estas medidas podrán ser solamente egecutadas en conformi- dad con las órdenes y consentimiento del Cónsul general ó cónsul. Y generalmente S. M. el sultán promete que los sub- ditos de S. M. británica residentes en sus estados y dominios, gozarán de la misma seguridad personal y de propiedad tan plena y amplias com(» son acreedores á gozar los subditos del emperador de Marruecos en los territorios de S. M. británica.

S. M. británica por su parte promete asegurar á los subdi- tos de S. M. el sultán residentes en los dominios británicos, el goce de la misma protección ó privilegios que gozan ó pue-

476 EL HONOB

dan í^ozar los subditos de las naciones mas favorecidas.

Art. 5.'> Todos los subditos y comerciantes británicos que quieran residir en alguna parte de los dominios del sultán de Marruecos, tendrán una perfecta seguridad para sus propias personas y para sus haciendas: estarán en libertad de prac- ticar los ritos de su propia religión sin intervención ni impedi- mento alguno; podrán tener un cementerio para sus difuntos, les será permitido salir fuera á enterrarlos yendo y volviendo con toda «seguridad y protección. Podrán libremente nombrar á cualquiera que gusten de sus amigos ó sirvientes para la transacción de sus negocios, bien sea en tierra ó en el mar, sin prohibiciones ni interrupción alguna, y si un comerciante británico hubiese en un buque dentro ó fuera de uno de los puertos del sultán de Marruecos, le será permitido ir á su bordo solo ó con los amigos ó criados que quiera, sin que él, sus amigos ó criados estén sujetos á ninguna contribución forzosa por haberlo hecho.

Art. 6." Cualquiera persona que sea subdito de la Gran BretaQa ó que esté bajo su protección, no será obligado á ven- der ó comprar cosa alguna sin su libre voluntad, ni podrá sub- dito alguno del sultán de ^Üarruecos tener derecho á reclama- ción sobre alguno de los efectos de algún comerciante británico á escepcion de lo que el tal comerciante le voluntariamente y nada se llevará de ningún comerciante británico, mas que lo que esté convenido entre las partes respectivas.

Estas mismas reglas se observarán en los dominios de Su Magestad británica con respecto á los subditos marroquíes.

Art. 7,0 Ningún subdito de S. M. británica ni persona al- guna que esté bajo su protección, podrá ser obligado en los dominios del sultán de Marruecos á pagar una deuda (jue deba otra persona de su nación, á menos que no se haya he- cho responsable ó fiador por el deudor por un documento firmado de su propio puño y de la misma manera los súditos del sultán de Marruecos, y no podrán ser obligados á pagar una deuda que deba otra persona de su nación, á menos que

DE ESPAÑA. 477

no se haya hecho responsable ó fiador por un documento fir- mado de su propio puño.

Art. 8.f> En todos los casos criminales ó querellas y en to- das las diferencias civiles, disputas ó causas de litigio que pue- dan ocurrir entre los subditos británicos el único juez y arbitrio será el Cónsul general, el cónsul ó vice-cónsul ó agente con- sular británico. Ningún gobernador, cadí, ü otra autoridad mora podrá intervenir en ello, y los subditos de S. M. bri- tánica, en todos los asuntos civiles y criminales que existan ó resulten entre subditos británicos esclusivamente, estarán so- metidos solamente a! tribunal del Cónsul general, cónsul ü otra autoridad británica.

Art. 9." Todos los criminales ó querellas y todas las dife- rencias civiles, disputas ó causas de litigio que resulten entre los subditos británicos y los subditos del gobierno marroquí, serán arreglados del modo siguiente:

Si el demandante es subdito británico y el demandado sub- dito moro, el gobernador ó el cadí, según las respectivas cor- tes á que el caso pertenezca, será el solo juez de la causa, haciendo su aplicación el subdito británico al gobernador ó su diputado, quien tendrá derecho de estar presente en la corte durante se examine toda la causa.

De la misma manera si el demandante es subdito moro y el demandado subdito británico, el caso se referirá al solo jui- cio y decisión del Cónsul general, cónsul, vice-cónsul ó agenle consular británico; el* demandante hará su aplicación por con- ducto de las autoridades moras y el gobernador moro, el cadi li otro oficial que sea nombrado por ellos, estará presente, si así lo desean durante se examine y se sentencie la cansa, en caso que el litigante moro ó británico no estuviese satisfecho con la decisión del Cónsul general, cónsul, gobernador ó cadí (según la respectiva cortea que pertenezca) tendrá el dere cho de apelar al encargado de negocios de S. M británica ó al comisionado moro de asuntos estrangeros, según sea el caso.

Art. 10. Un subdito cristiano que cite en una corte mora ó un subdito del sultán de marruecos por una deuda contraída

478 EL HONOR

en los (lominins de la reina de la Gran Bretaña, será necesa- rio que presente un reconocimiento de la deuda escrito en ca- racteres europeos ó árabes y firmado por el deudor moro en presencia de ó testificada por el cónsul ó agente consular mo- ro, ó por un notario británico, si es un lugar donde no hay cónsul, vice-consul ó agente consular moro. Todo documento que esté atestiguado ó certificado por el cónsul ó aj^^ente con- sular moro ó por "un notario británico, tendrá toda fuerza y valor en un tribunal moro. Si en algún tiempo un deudor mo- ro se fugase á alguna ciudad ó lugar de Marruecos, donde la autoridad del sultán esté reconocida y donde no haya ningún cónsul ó agente consular británico, el gobernador raoro obli- gará al deudor moro á venir á Tánger ó á algún otro punto ó plaza de Marruecos, en donde el acreedor británico deseare para proseguir la reclamación ante el tribunal' moro.

;V t. H. Si en algún tiempo el cónsul general británico ó alguno de los cónsules, vice-consules ó agentes consulares bri- tánicos tuviesen ocasión de solicitar del gobierno raoro la asis- tencia de soldados, guardias, botes armados ó otra ayuda con el objeto de arrestar ó transportar algun subdito británico, esta petición será inmediatamente conce:iida, pagando los es- tipendios mensuales que dan los subditos moros en tales oca- siones.

Art. 12. Si algun subdito del sultán se encontrase ante el cadi, reo de producir evidencia falsa, causando daño ó perjui- cio á un subdito británico, será severamente castigado por el gobierno moro según la ley mahometana. Del mismo modo el cónsul general, el cónsul, el vice-consul ó agente consular británico, cuidará que todo subdito británico que fuese convicto de la misma ofensa contra un subdito moro, será severamente castigado según las leyes de la Gran Bretaña.

Art. 13. Todos los subditos británicos bien sean mahome- tanos, judies ó cristianos, gozarán del mismo modo todos los derechos y privilegios concedidos por el presente tratado y por el convenio de comercio y navegación que también ha sido

DE ESPAÑA. 479

concluido hoy, ó los que en cualquier tiempo sean concedidos á la nación mas favorecida.

Art. 14. En todos los casos criminales, diferencias, dis- putas, li otras causas de litigio entre subditos ó ciudadanos de otras naciones estrangeras, ningún gobernador, cadí ú otra autoridad mora tendrá derecho de intervenir ni entrometerse, á menos que algún subdito moro haya recibido algún daño á su persona ó hacienda, en cuyo caso la autoridod mora ó uno de s! s oficiales tendrá el derecho de estar presente en el tri- bunal del cónsul.

Estos casos serán solamente decididos en el tribunal de los cónsules estrangeros, sin la intervención del gobierno mo- ro, según los usos establecidos que hasta la presente han ac- tuado ó que en adelante puedan convenir entre los tales cón- sules.

Art. 15. Queda arreglado y convenido que, ninguna de las altas partes contratantes deberá á sabiendas recibir ó retener en su servicio naval ó militar desertores de aquella otra parle: pero que al contrario cada una de las partes contratantes, de berá respectivamente despedir de su servicio tales desertores, siendo solicitado que lo haga por la otra parte

Ademas, queda convenido que si alguno de la tripulación de algún buque mercante de cualquiera de las partes contra- tantes (no siendo esclavos, ni subditos de la parte á quien se haga la demanda) desertase de tal buque en algún puerto en el territorio de la otra parte, las autoridades de tal puerto ó territorio, estarán obligadas cuando haya hecho la aplicación el cónsul general ó cónsul de la parte concerniente, á dar toda la asistencia que esté en sus facultades, para la aprehensión de tales desertores, y ninguna persona cualquiera que sea de- berá proteger ni albergar tales desertores.

Art. i 6. Los subditos británicos que profesen la de Ma- homa ó que hayan profesado la religión mahometana, no se- rán considerados como haber perdido en manera alguna ó de ser por esta razón menos acreedores en ningún grado á los de- rechos y privilegios y á toda la protección que gozaren los

480 KL HONOR

subdilos bnlánicos que son crislianos: pues todos los subditos británicos de cualtjuier religión que fueren, gozarán todos los derechos y privilegios que les están asegurados por el pre- sente tratado á lodos los subdilos británicos sin distinción ni dií'erííncia alguna.

Arl. 17. Todos los subdilos de la reina déla Gran Breta- ña que se hallen en los dominios del sullan de Marniecos, bien sea en tiempo de paz ó de guerra, gozarán de perfecta liber-^ tad para marcharse á su pais ó á otro cualquiera en sus pro- pios buques ó en los de otra nación cualquiera; igualmente estarán libres'de disponer como gusten, de todos sus bienes y propiedad de cualquier clase y de llevarse el importe de tales bienes y propiedad; como también de llevar consigo sus fami- lias y domésticos aun cuando hayan nacido y se hayan criado en África, ó en cualquiera otra parte fuera de los dominios británicos, sin que nadie pueda intervenir ni evitarlo bajo pre- teslo alguno.

Todos estos mismos derechos serán igualmente conce- didos á los subditos del sultán de Marruecos que se hallen en los dominios de la Gran Bretaña.

Art. 18. Si algún subdito de S. M. británica ó algún na- tivo de un estado ó lugar que esté bajo la protección bri- tánica, muriese en los dominios del sultán de Marruecos, nin- gún gobernador li oficial del sullan podrá bajo pretesto alguno disponer de los bienes pertenecientes al difunto y iodo lo que estuviese bajo sus manos y en su poder tomarán posesión de ello las personas elegidas por él para ese objeto, y nombra- das en su testamento como herederos, esto es, si estuviesen presentes; pero en caso que el lal heredero ó herederos se ha- llasen ausentes, entonces el Cónsul general» el cónsul ó su diputado, después de haber hecho una lista ó inventario de todo, especificando cada artículo correspondiente, tomará po- sesión de todos sus efectos y propiedades hasta que lo en- tregue al heredero del íinado. Pero si el finado hubiese falle- cido sin haber hecho testamento, el Cónsul general, el cónsul ü su diputado, tendrán derecho á tomar posesión de toda la

DE ESPAÑA. 481

hacienda que haya dejado y conservarla para las personas que por la ley sean acreedores á la propiedad del difunto; si el fi- nado dejase crédilos contraidos por algunos individuos, enton- ces el gobernador de la plaza, ó bien aquellos que tengan po- der para ello» obligarán á los deudores á que paguen sus deudores, al Cónsul general, el cónsul ó á su diputado para be- neficio del estado del difunto; como igualmente si el finado de- jase débitos contraidos por él con algún subdito del sultán de Marruecos, el Cónsul general, el cónsul ó su diputado ayudará al acreedor á cobrar su reclamación del estado del difunto.

Art. 19. El presente tratado será generalmente aplicable á todos los dominios de S. M. Británica, á todos los subditos que estén bajo su protección y obediencia y á todos aquellos que habiten en alguna ciudad ó lugar, que se considere como parte de su reino, como también á todos sus subditos en Gi- braltar y sus habitantes, igualmente á los habitantes de los Estados-Unidos de las islas Jónicas que están bajo su protec- ción; y todos aquellos que son llamados ó representados co- mo ingleses, serán considerados como subditos británicos, sin hacer distinción alguna, entre los nacidos dentro ó los nacidos fuera de la Gran Bretaña; y si la reina de la Gran Bretaña, mas adelante poseyera un pais ó una ciudad, la que bien sea por conquista ó por tratado, entrase bajo su autoridad, toda su gente y habitantes, serán considerados como subditos bri- tánicos aunque sea por la primera vez que están sujetos á la Gran Bretaña.

Art. 20. Los subditos de la reina de la Gran Bretaña y aquellos que estén bajo su gobierno y protección tendrán todo el pleno beneficio de los privilegios y de los favores particu- lares concedidos por este tratado y los que puedan conceder- se á los subditos de otras naciones que estén en guerra con la Gran Bretaña; y si después de esta fecha, algunos otros privilegios fuesen concedidos á alguna otra potencia, los mis- mos serán estendidos y aplicados en todos sentidos, en favor de los subditos británicos, como á los subditos de la tal otra potencia.

61

r4S2 . EL HONOR

Arl. 21. Si un subdito del sultán de marruecos se em- barcara con sus bienes á bordo de un bu(|ue perteneciente á una nación (|ue estuviese en guerra con la reina de la Gran Bretaña y ese buque fuese apresado por un buque de guerra británico, el dicho subdito marroquí como también tjdos sus efectos (con tal que no sean de contrabando de guerra) no será molestado, ni encontrará oposición alguna, al contrario tanto él, cuanto sus bienes que tenga á bordo del buque apre- sado, estarán libres y él estará en libertad de ir donde guste. Del mismo modo si un subdito británico tomase pasage á borde de un buque perteneciente á una nación en guerra con el sultán de Marruecos, y ese buque fuese apresado por un corsario, el tal subdito británico no será molestado ni sus bie- nes que tenga á bordo (con tal que no sea contrabando de guerra) ni se le opondrá en nada y tendrá libertad para mar- char donde guste con sus bienes, sin impedimento ni demora.

Art. 22. Si cualquier buque británico que- esté debida- mente comisionado apresase un barco y lo llevase á un puerto en los dominios del sultán de Marruecos; los apresadores po- drán vender la tal presa ó los frutos que tenga* á bordo, sin que nadie se lo impida, o bien estarán en libertad de marcharse con su presa y llevarla á cualquier otro lugar que gusten.

Art. 25. Si á algún buque británico le diese caza algún enemigo estando á tiro de cañón de los puertos ó playas de los dominios del sultán de Marruecos, las autoridades lo- cales deberán respetarlo y defenderlo en todo lo que puedan, y del mismo modo los buques de Marruecos serán protegidos en todos los puertos ó costas de los dominios de la Reina de la Gran Bretaña.

Art. 24. Si un corsario que no pertenezca á la Reina de la Gran Bretaña, ni al sultán de Marruecos, tuviese patente de corso, de una nación en guerra con la Gran Bretaña ó con Mar- ruecos, á su corsario no se le permitiráquedar en ningún puerto de mar de ninguna de las dos partes, ni vender sus presas en ellos, ni cambiar sus presas ó cargamentos por otras mercan- cías, y á ningún corsario de esa clase se le permitirá comprar

DE ESPAÑA. 483

provisiones, escepto las que sean absolutamente necesarias para un viage, al punto mas cercano de su país.

Art. 25. Si un buque armado perteneciente á una nacioni que está en guerra con la Gran Bretaña, se encontrase en al- gún puerto del sultán de Marruecos, y al mismo tiempo su- cediese encontrarse también allí un buque británico, á ese tal buque enemigo de la Gran Bretaña, no se le permitirá que embargue el buque británico, ni que se le haga daño alguno; y tampoco se le permitirá al dicho enemigo, salir en perse- cución del buque británico, hasta que no hayan pasado veinte y ocho horas, después de la salida de dicho buque, esto es, si las autoridades del puerto tuviesen suficiente poder para detener el buque enemigo.

La misma regla se observará con los buques del sultán de Marruecos ó sus subditos en todos los puertos de ¡a Reina de la Gran Bretaña.

Art. 26. Si algún buque de guerra británico ó b; reos mer- cantes entrasen en uno de los puertos del sultán de Marruecos y estuviesen necesitados de provisiones ó refrescos, los tales buques estarán en libertad de comprar lo que necesiten ai pre- cio corriente del dia, libre de derecho, pero la cantidad no de berá esceder á lo que soa suficiente para el sustento del capi- tán y tripulación durante el viage al puerto donde estuviese el buque destinado, y asimismo las provisiones que se necesi- ten diariamente para la manutención de la tripulación durante eltiempoqueel buquepermanezca anclado en el puerto marroquí.

Art. 27. Los buques ó botes fletados por orden del go- bierno británico para conducir las malas ó estén ocupados por el gobierno británico bajo contrata para el inismo servicio, se- rán respetados y tendrán los mismos privilegios como buques de guerra, sino traen ó llevan artículos de mercancía de uno á otro puerto del sultán de Marruecos, pero si llevan al- guna mercancía un puerto de estos dominios, pagar.m los mismos gastos que cualquier otro buque mercante. "Art 28. Si algún buque perlenecieíile á los subditos ó á los habitantes de los dominios de cualquiera de las partes con-

484 EL HONOR

tratantes, enlra.se en uno de los puertos del otro, y no desease ir al fondeadero, ni manifestar su cargo, ni venderlo en ese punto, no se le podrá obligar á que lo haga ni nadie podrá averiguar ni registrar de modo alguno para saber su conte- nido; pero los oficiales de la aduana podrán poner una guardia á bordo del buque por todo el tiempo que esté anclado para evitar todo tráfico ilícito.

Art. 29. Si un buque británico con un cargamento, entrase en uno de los puertos del sultán ds Marruecos, y desease des- cargar la parte del cargo que estuviese destinada para ese punto, no se le podrá obligar á que pague los derechos, mas que á la parte del cargo desembarcado, y no se le exigirá ningún derecho sobre el resto del cargo que queda á bordo, y estará en libertad de marcharse con el restante de su cargamento al lugar que guste. Eli manifiesto del cargamento de todo buque, se entregará á su llegada á los administra- dores de las aduanas moras, á quienes se les permitirá re- gistrar el buque á su llegada ó salida, ó poner una guardia á bordo para evitar cualquier tráfico ilegal.

La misma regla se observará en los puertos británicos respecto á los buques moros.

El capitán del buque á la salida de un puerto moro, de- berá presentar un manifiesto del cargamento de los renglo- nes espertados, certificado por el cónsul ó vice-cónsul, y de- berá enseñar el manifiesto á los administradores cuando se exijan, para que puedan justificar que no se han embarcado artículos de contrabando.

Art. 50. A ningún capitán de un buque británico, en un puerto de Marruecos, ni á ningún capitán de buque moro en un puerto británico, se le podrá obligar á llevar pasageros ni efectos de ninguna clase contra su propia voluntad, ni será forzado á salir á la vela para un punto adonde no quiera ir, su buque no será molestado ó injuriado en manera alguna.

Art. 31. Si algún subdito del sultán de Marruecos fle- tase un buque británico para conducir mercancías ó pasage- ros de un punto á otro en los dominios de Marruecos y en el

DE ESPAÑA. 485

curso del viage, el tal buque fuese obligado por causa del mal tiempo ú otro accidente en los mismos dominios, no es- tará obligado el capitán á pagar anclaje ó algún otro derecho por motivo de haber entrado en tal puerto; pero si el tal bu- que descargase ó cargara en ese puerto alguna carga, el dicho buque será tratado como cualquier otro.

Art. 32. Cualquier buque británico que sufra averia en el mar y entre en uno de ios puertos del Sultán de Marruecos para componerse será admitivo y asistido en todas sus nece- sidades mientras permanezca en el puerto y durante su com- postura ó á su salida para el punto de destino, y si los artícu- los que requiere para su reparación se encontrasen de venta en el tal puerto, se comprarán á los precios normales que otros paguen y no será de manera alguna molestado ó impedido de proseguir su viage.

Art 33. Si un buque perteneciente á la Reina de la Gran Bretaña ó á algunos de sus subditos, fuese á tierra ó naufraga- se en alguna parte del Sultán de Marruecos, deberá ser respe- tado y asistido en todas sus necesidades, en conformidad con las reglas de amistad, y el tal buque y todo su contenido, car- gamento ó los efectos que puedan salvarse al tiempo ó después del naufragio, serán conservados y entregados á sus dueños ó al Cónsul general Británico, al cónsul ó á su diputado, sin pér- dida ni encubrimiento de cosa alguna. Si el buque naufragado tubiese á bordo algunos efectos que los propietarios deseasen vender en los dominios de Marruecos, los dueños deberán pa- gar en esos efectos los derechos requeridos; pero si los efectos que están á bordo del buque, han sido embarcados en algún puertos de los dominios, no se les exigirán otros derechos en adición á los que ya han pagado, bien sea por importación ó esportacion, y los dueños tendrán el derecho de vender esos efectos en Marruecos, ó bien embarcarlos, según gusten.

El Capitán y la tripulación estarán en libertad de proceder al punto que gusten y cuando quieran, sin ningún impedi- mento, del mismo modo serán tratados los buques del Sultán de Marruecos ó de sus subditos en los dominios de la Reina do

486 KL HO.NOK

la ÍTi-an Bretaña; siendo entendido que lo^, tales buques eslá'^'^ rán sometidos á los mismos derechos legales de salvamento á que están sugelos los buques británicos. Si un buque británico naufragase en Vagum ó en alguna parte de su costa, el Sultán de Marruecos pondrá en fuerza todo su poder para salvar y proteger al capitán y tripulación hasta que vuelvan á su pais; y el cónsul general británico, ó el cónsul ó su diputado, serán permitidos informarse y averiguar, todo cuanto puedan, sobre el capitán y tripulación (leí buque, á fin de que pueda encon- trarlos y librarlos de aquella parte del pais; y los gobernado- res de esos puntos, nombrados por el Sultán de Marruecos, de- berán igualmente ayudar al cónsul ó á su diputado, en sus ave- riguaciones en conformidad á las leyes de amistad.

Art. 34. S. M. la Reina de la Gran Bretaña y S. M. el Sultán de Marruecos se comprometen á hacer lodo lo que esté en su poder para la estincion de la piratería, y especialmente el Sultán se comprom^íle hacer sus mayores esfuerzos para descubrir y castigar todas las personas de sus costas ó en sus dominios, que sean reos de tal cpímen y que ayudará á S. M. Británica al mismo efecto.

Art. 55. Si algún subdito ó uque de cualquiera de las dos parles hiciese alguna cosa contraria á alguna de las condiciones de este tratado, bien sea con intención ó sin ella, no por eso, se perturbará la paz y amistad que está estipulada, pero si queda- rá conservada, fija y siempre durable, sobre las bases de since- ridad, hasta que se le mande una comunicación al soberano del agpesor, quien en el entretanto no será molestado y si algún sub- dito de cualquiera de las dos partes, desease ó intentase violar estelralado, ó alguna de suscondiciones, su soberanocstará obli- gado á corregirlo, y castigarlo con severidad por su conducU'i-

Art. 56. Si este tratado de paz y amistad entre las áoA partes contratantes fuese infringido que Dios no permita, y é\ en consocnencia de tal infringimienlo se «leclarase la guerra, lodos los subditos de la Reina de la Gran Bretaña y lodos los que están bajo su protección de cualquier grado ó clase que ácan, que se encontrasen en los dominios del Sultán de Marrue-

DE ESPAÑA. 487

eos, se les permitirá marchar á cualquier parte del mundo que gusten y podrán llevarse sus bienes, propiedades y estableci- mientos, sus familias y criados, sean o no británicos de naci- miento y se les permitirá embarcarse á bordo de cualquier bu- que que ellos elijan de otra nación. Ademas, si ellos lo pidie- sen se les concederá un periodo de seis meses para arreglar sus asuntos, para vender sus efectos, ó para hacer lo que gus- ten con su propiedad, durante tal periodo de seis meses, ten- drán plena libertad y perfecta seguridad para sus personas y hacienda, sin intervención daño ó impedimento alguno por cau- sa de tal guerra y los gobernadores ó autoridades los asistirán y ayudarán en el arreglo de sus asuntos y en el cobro de las sumas que les deban sin tardanza, disputa ó delación alguna. Todo esto será del mismo modo concedido á los subditos del Sultán de Marruecos en todos los dominios de la Reina de la Gran Bretaña. Art. 37. Este tratado será anunciado y publicado á los súb- . ditos de ambas partes, para que ninguno de ellos quede igno- rante, de sus condiciones, y se prepararán y mandarán copias á los gobernadores y personas de autoridad á quienes está confiada la renta y gastos y también á todos los puertos de mar, y á los capitanes de los corsarios pertenecientes al sultán de Marruecos.

Art. 58. El presente tratado será ratificado por S. M. la Reina de la Gran Bretaña y por S. M. el sultán de Marruecos y las ratificaciones serán cangeadas en Tánger lo mas pronto posible dentro de cuatro meses, á contar desde esta fecha.

Guando las ratificaciones del presente tratado y del con- venio de comercio y navegación, que también ha sido concluido hoy entre las dos altas partes contratantes, hayan sido can- geadas, las estipulaciones de dicho tratc.do y convenio estarán inmediataiDcnle en operación y serán sustituidas por las esti- pulaciones de todos los anteriores tratados entre la Gran Bre- taña y Marruecos. En testimonio de lo cual los respectivos plenipotenciarios han níirmado el presente tratado y fijado á el sus- respectivos sellos.

488 EL HO>ÜK

Hecho en Tánger el noveno dia de diciembre en el año de mil ochocientos cincuenla y seis, correspondiendo á la fecha mora del décimo dia del mes de liabbea 2do en el año 1275 Firmado (L S) Mohanmel k'halib. Firmado (L S) J. H. Dru- ramon Ilav.

IXl

CONVENIO de comercio y navegación entre la Gran Bre- taña y Marruecos. Eneko.— 1857.

PREÁMBULO.

S, M. la Reina del Keino Unido de ia Gran Bretiña ó Ir- landa y S. M. el sultán de Marruecos y Fez, deseando eslen- der y aumentar las relaciones de comercio y navegación que existen entre los respectivos dominios y subditos, han resuelto concluir un convenio español para ese obgelo y han nombrado como sus plenipotenciarios es á decir:

S. M. la Reina del Reino Unido de la Gran Bretaña é Ir- landa á D. Juan Hay Drummond Hay, su encargado de nego- cios y cónsul general en la corte de S. M. el sultán de Marruecos.

Y S. x\I. el sultán de Marruecos á Sidi-Mohamet-Ketib su comisionado de negocios estrangeros, los que después de ha- berse comunicado uno al otro sus respectivos plenos poderes, han convenido y concluido los artículos siguientes:

Art. 1.° Habrá una recíproca libertad de comercio entre los dominios británicos y los dominios del sultán de Marrue- cos. Los subditos de S. M. británica pueden residir y negó-

DE ESPAÑA 489

ciar en cualquier puerto de los territorios del sultán de Mar- ruecos, en donde cualesquiera otros forasteros están ó sean admitidos. .

Le será permitido alquilar casas y fabricar casas y alma- cenes según está esli[)ulado en el art. 4.'' del tratado general de esta fecha.

Gozarán plena protección para sus personas y haciendas según está esplicado en el art. 4.^ del tratado general. Les será permitido comprar ó vender de quien ó á quienes ellos gusten, todos los efectos que no estén prohibidos en el ar- tícuJo segundo de este convenio, bien sea por mayor ó menor y en todos los puntos de los dominios marroquis, sin ser res- tringido ó perjudicado por ningún monopolio contrata ó pri- vilegio esclusivo de comprar ó vender cualquier cosa, escepto los efectos de esportacion é importación enumerados en el ar- tículo segundo, y aun mas deberán gozar todos los derechos y privilegios que mas adelante puedan concederse á otros es- trangeros subditos ó ciudadanos de la nación mas favoiecida. En retorno, ios subditos del sultán de Marruecos deberán gozar en los dominios de S. M. británica la protección y pri- vilegios que gocen ó puedan gnzar los subditos ciudadanos de la nación mas favorecida.

Art. 2-" El snltan de Marruecos se compromete á abolir todos los monopolios ó prohibiciones en los efectos de impor- tación esceptuando tabacos, toda clase de pipas para fumar, opio, azufre, pólvora, salitre, plomo, armas de todas clases y municiones de guerra, y ademas de abolir todos los monopolios de productos agrícolas ó de otro renglón cualqniera que sea en los dominios del sultán, escepto sanguijuelas, curtido, ta- baco y otras yerbas que se usan para fumar en pipas.

Art. 3." Ningún tributo, portazgo, derecho ú otro cualquier gasto, ademas del derecho de esportacion mas adelante men- cionado, será bajo pretesto ni cuenta alguna impuesto por nin- guna persona en ninguna parte de los dominios del emperador de Marruecos sobre ó respecto los efectos ó productos ({ue hayan sido comprados por un subdito británico para esporta-

62

490 EL HONOR

cion ó por cuenta suya, pero estos dichos efectos y producios cuando estén comprados, podrán conducirse de cuahiuier punto y eníibarcarse en cuahiuier puerto de Marruecos, absolutamente libres y exentos de todos los tributos, portazgos, derechos ó gastos cuahí niara que sean.

Ningún perinico, documento ó símil será necesario para poder ser embarcados ó conducidos y ningún empleado ó sub- dito del sultán pondrá restricción ó impedimento alguno en la conducción ó embarque de tales efectos (escepto ios efectos ó producios que el sultán de Marruecos prohiba esporlar como está convenido en el art. 5.°) ni bajo prelesto alguno pedirá ó recibirá dinero alguno por cuenta ó respecto á tales efectos, y si algún oficial ó subdito obrase en contrario á esta condición,-' el sultán inmedialamenle castigará con severidad al goberna- dor, oficial ü otro subdito que hayan sido reos de esta mala conduela y haré plena justicia á los subditos británicos por todos los daños ó pérdidas que hayan sufrido siendo debida- mente piobados.

Art. 4.'' Los subditos de S. M. británica, en los dominios de S. M. el sultán, podrán libremente manejar sus propios ne- gocios por mismos, ó confiarlos al manejo de las personas que nombren como corredor, factor ó agente, á estos tales sub- ditos británicos, no se les podrá poner;restriccion en ^I nom- bramiento de las personas para que a(íluen en esa capacidad- ni se les exigirá salario ó remuneración alguna para una per- sona que no quieran emplear; pero estas personas que estén así empleadas y que son subditos del sultán de Marruecos, se- rán tratados y considerados como los otros subditos de los do- minios marroquíes.

Una absoluta libertad se le concederá en todos casos al comprador y al vendedor, para tratar y ajuslar entre ellos; y ninguna intervención por parte de los oficiales del sultán será permitida. Si algún gobernador ú otro oficial interviniese en los ajustes enlre los subditos británicos y subditos moros, ó pusie- sen algún impedimento en la venta ó compra lícita y legal de efectos ó mercancías importados, ó para ser esportados de los

I

DE ESPAÑA. 491

doQilnios del sullan, S. M. Jerefiana, severamente castigará al dicho oficial por su mal comportamiento.

Art. 5/ Si en algún tiempo el sullan de Marruecos creyese propio prohibir la esportacion de sus dominios de alguna clase de grano ú otro renglón de comercio á los subditos británicos, de ningún modo se les evitará embarcar todos losgranos ú otros efectos que tengan en sus almacenes, ó que hayan sido com- prados antes de la tal prohibición; pero si se les permitirá con- tinuar esportando todo lo que tengan en su poder, durante el término de seis meses, desde que públicamente se sepa la tal prohibición, y en el dia que la orden del sultán de Mar- ruecos, locante á la prohibición, llegara y fuese publicada á los comerciantes los subditos británicos, en el término de dos dias, deberán manifestar y dar pruebas de las cantidades de productos que tengan en los almacenes, sobre los cuales se les impone la prohibición y también presentarán certificados legales, respecto á la cantidad de dicho producto que hayaa comprado en el interior, ó en otra cualquiera parte, antes de haber sido promulgada la orden para la prohibición; y nin- guna prohibición bien sea de importación ó esportacion de cual- quier renglón, será aplicable á los subditos británicos, á menos que la misma sea también aplicable á los subditos de todas las otras naciones.

Árt. 6. Después de la fecha de este convenio, con escep- clon de los renglones enumerados en el artículo segundo, to- das las HKircancías, ó efectos importados por subditos en cual- quier pais, no serán prohibidos en los dominios del Sultán de Marruecos ni sujetos á mayores derechos que los impuestos en la misma clase de mercancías ó efectos importados por subdi- tos de otra potencia estrangera ó por subditos nativos, con es- cepcion de los efectos enumerados en el artículo segundo, to- dos los (jue sean productos de Marruecos podrán ser esporta- dos de alli por los subditos británicos en cualquier buque, ea los mismos términos favorables, como los subditos de otro pais estrangero ó como subditos nativos.

Art. 7.° En consideración de los términos favorables coa

492 EL HONOK

que se admiten los producios de Marruecos en los dominios de S. M. británica y con la mira de eslender el {^^ro mercantil en- tre la Gran Bretaña y Marruecos para su muluo beneficio S. M. el sultán de Marruecos por la presente conviene; en que los derechos que se deberán exigir en los dominios de Marrue- cos en lodos los efectos importados por subditos británicos no esc-iderán de diez por ciento sobre el valor pagadero en metá- lico, en el puerto donde desembarquen y (jue los derechos que se exigirán en todos los efectos esportados de los dominios del Sultán por subditos británicos no escederá en cantidad á los derechos señalados en la tarifa siguiente.

IV

TARIFA DE ESPORTACiON.

Renglones.

Trigo por fanega rasada

Maiz y Zahina (alora) por fanega colmada. .

Cebada, . ¡d rasada

Todo otro grano. . . id colmado. . . .

Harina Cantar. . . .

Alpiste

Dátiles . . . .

Almendras

JNaranjas, limones y limas. . . . 1000.

Orégano. . .' Canlar.

€omino

Aceite. ((

Gomas. . «

Alheña . «

Cera. a

Arroz a

Lana lavada «

Id. sucia. . . . «

Cueros, pieles de cabra y carnero. , . « Cueros, curtidos llamados Felaly, Zanany Co-

Duros. Onzas:.

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, 120

16

80

35 36

DE ESPAÑA.

chinea «

Astas 1000.

Sebo Cantar.

Mulos. , ... uno

Asnos «

Carneros. «

Cabras. . , «

Gallinas docena

Huevos 1000.

Babuchas 100.

Púas de puerco espin 1000.

Alganil Cantar.

Plumas de avestruz libra

Espuertas 100.

Alcaravea . Cantar.

Peines de madera 100.

Pelo Cantar.

Pasas «

Fajas de lana karazy 100.

Facaot (un tinte Cantar,

Vellones «

Cáñamo y lino. «

25 5 1

493

I 100 ! 20 50

15 22 51 70

5 lo 36 30 20

5 30 20 100 20 36 40

El Sultán de Marruecos tiene el derecho de prohibir cual- quier renglón de esportacion; pero cuando se imponga la pro- hibición en alguna será en conformidad con lo arreglado en el artículo 5.^ y cuando se quite la prohibición para la esportacion de esos efectos, los derechos anotados en la ta- rifa, serán los que únicamente se pigarán. Con respecto al tri- go y cebada, si el sultán creyere propio prohibir la esporta- cion de estos renglones y desease vender á los comerciantes el grano que pertenece al gobierno lo hará al precio que el sul- tán crea propio imponer. Si el sultán aumentase ó bajase el precio del grano, se le concederá al comprador, para espor- lar el que haya comprado, el periodo marcado en el arl. 3. o pero si el grano estuviese libre para esportarse, los derechos impuestos en él serán en conformidad con lo marcado en la tarifa.

Si el sultán de Marruecos creyese propio reducir los dere-

494 EL HONOR

chos en los renglones de esportiicioii, S, M. tendrá el derecho de hacerlo, bajo la condición (jue los subditos británicos paga- rán el mas bajo derecho que sea pagado por otros subditos, bien eslrangeros ó nativos.

Art. 8." Si un subdito británico ó su agente, desease con-' ducir por mar, de un punto á otro en los dominios del sul-» tan de Marruecos, efectos en los cuales, el derecho de diez por ciento, haya sido pagado, estos efectos no estarán sujetos á otro derecho en su embarque, con tal que vayan acompañados de un certiíicado del administrador de aduanas marroquí.

Art. 9> Si algún renglón de producción ó manufactura mora (escepto de los efectos enumerados en el art. 2. o) son comprados para esportacion, estos serán conducidos por el co- merciante británico al sitio de embarque, libre de todo gasto ó derecho cualquiera; subsiguientemente cuando lo esporte, pagará solamente el derecho de esportacion según la tarifa en el art. 7."^

Art. 10. Ningún derecho deanclage, tonelage, importación ú otro gasto cualquiera, será exigido en los dominios del sultán de Marruecos á los buques británicos, que esceda á los que son ó puedan ser exigidos á los buques nacionales, ó á la mis- ma clase de efectos importados 6 esportados en buques nacio- nales; y ademas na deberán esceder en importe lo tasado á continuación, á saber:

Seis muzunas ó blanquillos por tonelada será impuesto en lodo buíjue británico (escepto vapores) que no esceda de dos- cientas toneladas de medida, sobre todo buque no siendo va- por, midiendo mas de doscientas toneladas, el siguiente pago se exigirá á saber: las doscientas toneladas á razón de seis mu- zunas, y las restantes á razón de dos muzunas cada una. Si el administrador de la aduana tuviese alguna duda respecto al

DE ESPAÑA. 495

número de loneladas manifestadas por el capitán de un buque británico, el cónsul ó vice-cónsul británico, si se lo piden, de- berá hacer que enseñe los papeles del buque en donde las to- neladas estén oficialraente representadas. Los mismos' gastos tendrán en todos los puertos de Marruecos, escepto en Rabat y Larache, en los cuales, cuatro muzunas por tonelada se pa- gará por pilolage del rio si el buque entra en él, y cuatro muzunas por la salida; tres muzunas por tonelada pagará tam- bién por anclage todo buque que entre en el rio, sin embargo si un buque no entrase en el rio, pagará los mismos derechos que se pagan en otros puertos. En Mogador pagarán los bu- ques británicos cuatro muzunas por tonelada de pilolage, sola- mente por la entrada en el puerto, y seis muzunas por to- nelada de anclage.

Si el capitán de un buque británico en cualquiera otro puerto, necesitara un piloto, pagará por él á razón de dos muzunas por tonelada; pero este gasto no se le exigirá mas que cuando el capitán del buque necesite de piloto.

La suma de diez y seis duros se le impondrá por anclage á un buque-vapor que entre en un puerto de los dominios mar- roquíes, con el obgeto de descargar algún cargamento. Si des- pués el dicho buqno prosiguiese de ese puerto á algún otro ú otros en los dominios de Marruecos, y á la llegada á estos, embarca ó desembarca algún cargamento, la mencionada su- ma de diez y seis duros le será otra vez impuesta; pero si el dichoi vapor en su viage de retorno entrase en un puerto moro, donde los derechos de puerto hayan sido ya pagados, ningún otro gasto de anclage se le impondrá á menos que el dicho va- por parta para un segundo viage á un puerto moro, ó que durante su viage de retorno haya tocado en algún puerto, que no sea uno en los dominios marroquíes, en cuyo caso el men- cionado derecho de diez y seis duro^» le será otra vez impuesto. El gasto de anclage de un vapor del porte de ciento y cin- cuenta toneladas ó menos, no será mas que lo que pague un buque de vela del mismo tamaño.

Los capitanes de buques pagarán en adición á los dichos

49(5 EL HONOR

gastos las siguientes sumas, á los oficiales del puerto y nin::un otro pago le exigirá, á saber:

Un buque (pie mida veinte y cinco ó menos toneladas, veinte onzas: uno que esceda de veinte y cinco y no pase de cincuenta toneladas, cuarenta onzas, uno (|ue no esceda de cincuenta y no pase de cien toneladas, sesenta onzas, uno que esceda de cien y no pase de doscientas, o:;lienla onzas; uno que esceda de doscientas toneladas, cien onzas.

fin adición á estos gastos, el capitán de todo buque bri- tánico que visite el puerto de Tetuan, pagará diez onzas por el raensagero que conducirá los papeles del buque desde el puerto de Martin á Tetuan; cinco onzas al trompetero que anuncie la llegada del buque y tres onzas al pregonero pú- blico y ningún otro pago se exigirá en el puerto de Teluan. Ningún gasto de anclage se le impondrá á los buques britá- nicos que entren en los puertos de Marruecos, con el propó- sito de buscar abrigo del mal tiempo y que no embarquen ni descarguen cargamento alguno, ni tampoco se le exigirá de- recho de anclage á los barcos pescadores.

Y de la misma manera ningún derecho de anclage, tone- lage, importación ú otros gastos ó derechos, les será impuesto en los dominios británicos á los buques moros, ó á los efec- tos importados ó esportados en buques moros, que esceda á lo que se impone ó pueda ser impuesto á buques nacionales, ó la misma clase de efectos importados ó esportados en buques nacionales.

Art. 11. Si los subditos británicos tuviesen que cargar ó descargar los buques llegados á los puertos de Marruecos, emplearán para este obgeto los botes del gobierno moro; pero si en el término de dos dias después de la llegada del buque, los botes del gobierno moro no estén puestos á su disposición para dicho obgeto, los subditos británicos tendr.ln el derecho de emplear botes particulares, y en ese caso no pagarán á las autoridades del puerto mas que la mitad de lo que hubieran pagado si hubiesen empleado los botes del gobierno. Este re- glamento no será aplicable á los puertos de Tánger y Tetuan

DK ESPAÑA.. 497

por la razón que en estos puertos hay un suficiente número de barcazas del gobierno. Los gastos de barcaza que al pre- sente se pagan en los diferentes puertos de Marruecos, no se- rán aumentados, y e! administrador de aduanas de cada puer- 0 de Mariuecos, entregará al vice-cónsul británico una tarifa de los precios que ahora exigen por las barcazas.

Art. 12. Los artículos de este convenio serán api cables á todos los puertos del imperio de Marruecos y si S. M. el Sul- tán de Marruecos abriese los puertos de Mehedea, Agadiró Va- dura, ó algunos otros dentro de los limites de los dominios de S. M. ninguna diferencia se hará en el impuesto de derecho- ó anclage entre dichos puertos y los otros puertos de los dos minios del Sultán.

Art. 13. Si un subdito británico fuese descubierto intro- duciendo en contrabando efectos de cualquier clase en los ter- ritorios marroquíes, estos efectos serán confiscados parael sul- tán,, y el tal subdito británico, siendo convicto ante ei cónsul general, cónsul, vice-cónsul ó agente consular británico, esta- rá sujeto á ser multado en una suma que no esceda del triple de los derechos impuestos en tales efectos, ó en caso que sean admitidos á importación, se multará en triple el valor de los renglones al precio corriente del dia y faltando al pago de estas multas, el dicho subdito británico, siendo convicto como va dicho, sin ser multado pued;3 ser encarcelado, pero en am- bos casos, el tiempo de prisión no pasará de un año, y el sitio será donde determine el cónsul general, cónsul, vice-cónsul, ó agente consular británico.

Art. 14. Con el fin de que las dos altas parles contratantes pueden tener mas adelante la oportunidad de tratar y conve- nir algunos otros arreglos, que puedan conducir aun mas el aumento de su mutuo comercio, y al progreso de los intereses de sus respectivos subditos queda convenido que en cuahjuier tiempo, después de haberse cumplido cinco años de la fecha de haberse cangeado las ratificaciones de este presente conve- nio de comercio y navegación, cualquiera de las altas partes contratantes, tendrán el derecho de pedir á la otra, de entrar

63

498 EL HONOR

en una revisión de la misma, pero hasta lanío que se haya efecUiado la lal revisión por conseulimienlo nuestro y un nuevo convenio haya sido concluido y ratificado, el presente convenio quedará en plena Tuerza y efecto.

^■(Art. 15. El presente convenio será ratificado por S. M. la Reina de la Gran Bretaña y por S. M. el sultán de Marruecos, y las ratificaciones serán cangeadas en Tánger al mismo tiem- po que las ratificaciones del tratado general, firmado hoy en- tre las altas partes contratantes.

Cuando las ratificaciones del presente convenio y del dicho tratado general hayan sido cangeadas las, estipulaciones del di- cho tratado y convenio, entrarán en operación dentro de tres meses, y serán sustituidas por las estipulaciones de todos los anteriores tratados entre la Gran Bretaña y Marruecos.

En testimonio de lo cual, los respectivos plenipotenciarios han firmado el presente tratado y fijado á él sus respectivos sellos.

Hecho en Tánger el noveno dia de diciembre de rail ocho- cientos cincuenta y seis, correspondiendo á la fecha mora del décimo dia del mes de Rabbea 2do en el año 1273.

VI.

El general en gefe visto el mal resultado que hablan tenido las negociaciones de la paz, se decidió por continuar hacia ade- lante su marcha triunfadora.

Era menester herir á los marroquíes en los dos elementos mas poderosos de su imperio.

Es decir, en los dos puntos que para ellos reasumían su poder comercial y militar.

Estos dos puntos eran Tetuan y Tánger.

El primero ya se habia conseguido, ya furmaba por decirlo así, uno de los mas preciados y ricos brillantes de la corona de España.

DE ESPAÑA. 499

El segundo era el que faltaba conseguir.

Esto fué lo que se trató de hacer, y para esto se dieron las órdenes oportunas.

El general O'Donell cuya previsión y tino especial hemos tenido ocasión de admirar mas de una vez, no la desmintió en este caso.

Gomo que para efectuar este movimiento, necesariamente habían de separarse de la costa, la escuadra no podia prote- gerles como hasta entonces lo había hecho, llevando provisio- nes y conduciendo heridos.

"' '' El egército debía llevar ya consigo todo lo necesario, y lo- do lo que era consiguiente para todos los percances ijiie pu- dieran ocurrir si en el camino se empeñaba alguna acción.

Para este efecto habían salido comisionados para Oran co- mo dígimos anteriormente, con el objeto de comprar camellos.

Al mismo tiempo se hacían grandes acopios de víveres y municiones en Tetuan, para abastecer al egército durante al- gunos días.

Y al par, se comunicaba la orden al general Echagüe de que dejando solo en el Serrallo algunos batallones, viniera á incorporarse con el grueso de las fuerzas espedicíonarias.

Con general entusiasmo, se recibió en el campamento del serrallo semejante noticia. ••*

^''^- La división allí acampada llevaba ya largos días de inac- ción, y para aquellos valientes, la calma, no era lo mas ape- tecible. "^J

Sin embargo, en medio de esta alegría, había un senti- miento. •'^ No podia marchar toda la división. i JibüJ

Seis batallones tenían que quedarse para guardar los reduc- tos, y los que marchaban sentían separarse de sus compaíleros, asi como estos sentían no poder tener la suerte de los otros.

El general Gaset, fué el destinado para permanecer al frente de aquellos seis batallones. ••'

Nuestros amigos Andrés y Miguel, y el conde de Campo Florido, fueron de los que mas se alegraron.

50t> EL no. ÑOR

Luis pensaba reunirse con su am¡¿50 Alberto. Miguel preveía que quizá en cualquiera de las acciones que se diesen podía encontrar una bala que le llevase al otro mundo.

Y Andrés, no pensaba mas, sino que se le presentaba una nueva ocasión en (|ue demostrar su valor, y castigar á los mar- roquíes.

Y todos tres como el resto de la división se encontraban animados de los mejores deseos, y dispuestos ha hacer huir despavoridos á los fanáticos sectarios del Islam.

El dia cuatro de iMarzo era el destinado para la partida.

Toda la noche anterior se habían estado despidiendo los unos (le los otros.

Despedidas tiernas y conmovedoras casi todas ellas, pues en el tiempo que habían llevado de campaña, se cimentaron amistades muy profundas, como son generalmente aquellas en las que entra por mucho la gratitud.

Muchos de los que marchaban habían salvado la vida á sus compañeros en algunos combates, y vice-versa, algunos de los que se quedaban habían salvado á los que se iban.

Pero todo aquello quedó sepultado en el silencio y la oscu- ridad de la noche, y cuindo las tropas formaban para po- nerse en marcha, ya no se adveitia en aquellos rostros mar- ciales el menor síntoma de debilidad.

También el general Echagüe sintió el separarse de aquellos bravos que tantas veces había conducido á la victoria. La alo- cución que dirigió á estos al separarse para penetrar otra vez en su senda de gloria, es una prueba de ello.

Nuestros lectores no creemos que verán con disgusto la ci- tada alocución, que á continuación insertamos, y que dice así:

SOLDADOS:

))Cumpliendo con las órdenes del Excmo. Sr. General en gefe de este egércilo, salgo mañana para Teluan con ocho ba- tallones, la caballería y la artillería de montaña del cuerpo de mi mando.

)»Ai separarme de las tropas que lo componen, llevo coi-

i E ESPAÑA. 501

migo el sentimiento de que no me acompañen en las nuevas ope- raciones que van á emprenderse; pero abrigo la convicción de que en este punto donde quedan, sabrán mantenerse en la al- tura en que se encuentra el crédito y la reputación tan jus- tamente adquirida en doce gloriosos combates.

))Voy en esta íntima convicción, tanto por el valor y dis- ciplina con que os habéis conducido, como por las seguridades de acierto é inteligencia en el mando que ofrece el digno ge- neral Gasset, que quedj mandando esta línea.

«Continuad^ soldados, mostrándoos como hasta aquí dig- nos de defender los derechos y la honra de la nación espa- ñola, que os admira y os tiene por sus hijos mas predilectos, y dejareis así satisfechas sus esperanzas, las de S. M. la Reina y los deseos de vuestro general. iichagüe.»

Momentos después de formadas las tropas y dadas las ór- denes necesarias, se dio la orden de partida, y los ocho bata- llones con la artillería y la caballería, se pusieron en marcha hacia Tetuan. Algunos vivas hubo por unos y otros, y todos ahogando los sentimientos, hijos de sus afecciones particula- res, hicieron nuevos votos, los que marchaban por conseguir nuevos laureles, y los que se quedaron porque sus compañe- ros volvieran sanos y llenos de gloria.

502

EL HONOK

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CAPITULO XXXVII.

En que procuramos sacar á nuestros lectores de una ansiedad. Ataque de las tribus riffeñas á la plaza de Melilla. Consideraciones sobra el estado actual de los marroquíes. Acción del día i i de Marzo. Vuelven á pedir nuevas treguas los enemigos.

I.

EsiiAUAN nuestros lectores saber induda- blemente el como Zobeita se había pre- sentado tan inopinadamente y el resul- tado de aquella entrevista tan brusca- mente interrumpida. Creemos que no se habrá olvidado que el padre de Zobeiba, Kabo de la tribu de Raahc-el-Seric, habla muerto en uno de los combates habidos con nuestras tropas.

Toda la tribu so había desordenado y su hija participó tam- bién de la emigración general.

El judio Isaac, como vecino y vecino rico del pueblo, co- nocía al kabo y á su familia.

DE ESPAÑA. 505

Zobeiba y Ester habían sido amigas en otro tiempo y con- tra el desprecio de que generalmente eran objeto los judios, Mahomet habia siempre buscado el trato y la amistad de Isaac.

Y aun hubiérase dicho que á veces el anciano hebreo eger- cia un ascendiente especial sobre el iracundo kabo de la tribu de Raahc-el-Seric.

Hay entre casi todos los personajes que juegan en nuestra novela un misterio tal, que nosotros no acertamos á compren- der y sobre el que únicamente podrán darnos alguna luz aque- llas memorias que Alberto dejó en poder de Clara la hija de los marqueses de Belmente.

En el transcurso de nuestra obra á fuer de novelistas pro- curaremos descubrir el contenido de aquellas memorias para participárselo á nuestros lectores, hasta entonces, no podemos hacer mas que dejar s'iguir los acontecimientos, y quizá estos nos den alguna luz sobre los misterios que á cada paso S3 pre- sentan á nuestra vista.

Zobeiba como hemos dicho ya conocía á Isaac y á Ester.

Obligada á abandonar su pueblo marchó á Tetuan acompa- ñada de Jafar aquel antiguo esclavo confidente en otro tiempo de sus amores con Garlos.

Y pasaron los días y Zobeiba siguiendo las costumbres de su pueblo salia muy raras veces de la casa de un pariente donde se habia refugiado.

Sin embargo llegó el 6 de Febrero y las huestes españolas penetraron en la población.

í"' Un vago presentimiento anunciaba á la hija de Mohamet que Carlos existia.

Aquel presentimiento tomó tal fuerza en su imaginación que olvidando las preocupaciones de su raza, se lanzó á bus- carlo y durante muchos dias, disfrazada, recorrió casi todos los puestos militares de la población.

Franqueó las puertas y reconoció los campamentos y no podía encontrar á Carlos.

Y aquel pensamiento deque existia y de que existía aman- do á otra muger cada vez era mas grande mas violento.

504 EL HONOR

Y Iras un dia de desengaños volvía á emprender al siguiente con nueva sus pesquisas.

Por fin una mañana se encontró á Isaac.

Al verlo un rayo de luz iluminó su mente.

Carlos habia sido herido por ella en otro tiempo á la puerta misma de la casa del hebreo.

Este pues debia saber su paradero si existia.

Dirigióse á él y se dio á conocer.

Deseó volver ayer á Ester y el hebreo también fué com- placiente en este punto.

Por otra parte él habia ignorado siempre que el vulto en- cubierto que hirió á Garlos en la puerta de su casa habia sido Zobeiba.

Esta pues acompañada de Jafar y precedida de Isaac llegó á su morada.

El judio la indicó la habitación de Ester y la joven se diri- gió hacia ella.

Nuestros lectores saben ya en que situación abrió la puerta de la estancia.

A las dos esclamaciones de sorpresa que exhalaron ambos amantes alreconocerla, la mora arrojó una carcajada insensata.

La vista de Carlos, de aquel Carlos á quien ella habia creido muerto la hubiera colmado de una alegría infinita.

Pero verlo vivo y haciendo protestas de amor á otra mujer, la habia trastornado completamente.

Crispadas las manos, contraidos los labios y dilatados sus ojos estraordinariamente fijaba una mirada vidriosa, intensa y asombrada, sobre aquel grupo que habia turbado completa- mente su espíritu.

A su carcajada primera se siguió otra y otra y otra y aque- lla risa convulsiva estridente aterradora tenia mudos y llenos de espanto á nuestros dos amantes.

Y sobre la cabeza de Zobeiba se destacaba otra cabeza, informe, monstruosa que fijaba unos ojos do fuego sobre Gar- los y Ester.

DK espaNa. 505

Y las carcajadas de Zobeiba continuaban acompañadas de estremecimientos nerviosos.

La huérfana de Mohamel se habia vuelto loca.

Y poco á poco sus risas fueron disminuyendo su fuerza y su duración.

Y aquella cabeza diforme que sobre la suya se alzaba son- reía también.

Del fondo negro de su rostro se destacaban dos ojos brillan- tes y una boca cuyos blancos dientes se descubrían al entrea- brirse sus labios por medio de una sonrisa, sonrisa muda, pe- ro satánica, estremecedora.

Por fin Zobeiba empezó á sucumbir, sus fuerzas se habían aniquilado y tras una carcajada que fué progresivamente dis- minuyendo su vibración inclinó la cabeza hacia atrás y hubiera caído al suelo, los robustos brazos del esclavo no la hubie- ran sostenido tan á tiempo.

Jafar estaba á su espalda y de Jafar era aquella cabeza monstruosa cuya boca sonreía cruelmente y cuyos ojos lanza- ban miradas que espresaban una satisfacción mas cruel todavía.

La cogió con sus nervudos brazos y antes de que nadie pu- diera oponerse, sin que ninguno de los dos sospechara lo que iba á ha;er, tras una carcajada de triunfo, desapareció por la escalera.

Aun resonaban los gritos de triunfo por la brillante acción del día cuatro, cuyo resultado fué la ocupación de la plaza de Tetuan por nuestro egército, cuando una noticia triste, vino á empañar en cierto modo el brillo de aquella acción.

La noticia á que nos referimos fué el ataque de las kabilas de Benicedel á la importante plaza de Melilla.

Las tropas encargadas de la defensa de esta ciudad, esta- ban al mando del brigadier Buceta, gobernador de la plaza, y cuyo nombre á decir verdad inspiraba temor en todas las cer- canías raarroquís, por las duras lecciones que en épocas an- teriores había dado á los enemigos de las armas españolas.

Sus disposiciones en esta ocasión ó no fueron tan acertadas ó no produjeron el resultado apetecido.

64

500 ÉL- Honor

No seremos' nosotros tos que nos atrevámos'á 'calificar Li conducta de Buce la.

Pendiente, si no estancos equivocados, se halla una suma- ria sobre este asunto, y cuando, los ilustrados jueces que de ella entienden pronuncien su fallo, entonces sabremos si hubo ó no culpabihdad en el Gobernador.

ffasla tanto dejando á un lado esta cuestión seguiremos en nuestro propósito de referir á nuestros lectores brevemente el ataque á dicha plaza.

El dia O de Febrero, el mismo día en que nuestras tropas entraban triunfantes en Tetuan tuvo noticia el brigadier Bu- ceta de que las kabilas de Benicedel que desde el dia anterior guardaban las posiciones enemigas, acababan de colocar un ca-' ñon en la tronera de la batería de la Horca.

A tal noticia, y pensando si el enemigo se prepararla á hos- tilizarnos, reunió á todos los gefes y oficiales de la guarnición y convino una salida al campo enemigo.

Esta salida tuvo lugar al dia siguiente.

Una fuerza de unos 600 hombres se posesionó sin resisten- cia del fuerte conocido con el nombre de «Ataque seco» y de otros dos mas.

Dejáronse en ellos algunos refuerzos y la columna siguió su desembarazada marcha hasta las alturas de la Horca, des- de cuyo punto, y ño juzgando conveniente, internarse mas den- tro, se retiraron sin que en toda la jornada hubiese esperimen- tado la menor pérdida.

La posesión permanente por nuestra parle del fuerte Ata- que seco habia sido muy importante para la plaza.

De ello persuadido su gobernador dispuso que en el siguien- te dia se fortificase, mejor para lo cual se procedió á la cons- trucción de nuevos parapetos.

Precedióse á llevar á cabo esta orden, pero el enemigo no permaneció en la misma actitud tranquila que el dia anterior."

Lejos de eso, su número habia aumentado considerable- mente, pues sus filas habían sido engrosadas con las fuerzas de los pueblos inmediatos.

DE ESPAÑA. 507

Componían ya un número respetable, y con el que se debía andar con algún cuidado.

No obstante se contentaron con hostilizar de lejos á las tropas destinadas á proteger los trabajos de fortificación, los cuales continuaron los dias ocho y nueve, sin que produjeran en ellas grandes pérdidas.

Pero ya bien entrada la noche del último dia que hemos citado y cuando nuestras tropas descansaban de sis tareas, cayeron en número muy considerable sobre ellas y se apode- raron de las posiciones y fortificaciones construidas. r: i Cuatro oficiales y cuarenta soldados muertos y unos ciento treinta de ambas clases heridos, atestiguan que las posiciones fueron heroicamente defendidas.

Cuantos esfuerzos en la misma noche se hicieron para re- conquistar lo perdido, fueron completamente inútiles, las posi- ciones eran fuertes y el número de sol lados con que para con- seguir el objeto se contaba, escasísimo.

Con todo, portáronse con bizarría y denuedo toda vez que ■en tan corto número lograron impedir que los moros se apo- derasen de la ciudad, que estuvo á punto de caer en su poder. ' ' ¿Quién prestaría á los riffeños la audacia con que atacaron en esta ocasión tanto mas de notarse, cuanto que estaban co- mo en un capitulo anterior hemos indicado, vencidos moral- mente, ademas de haberlo sido veinte veces consecutivas en el campo de batalla?

El buen orden con que se batieron, la prudencia que de- mostraron, y el sigilo en que se mantuvieron tan contrario á su arraígala costumbre de manifestar su contento con gritos y algarabía salvages, prueban en esta ocasión, ó algo eslra- ordínario les sucedía, ó que eran dirigidos y obedecían á una inteligencia superior á la mas prevílegiada de entre los suyos.

En el discurso de nuestra narración procuraremos descu- brir á nuestros lectores este misterio, contentándonos ahora solo con apuntar los hechos sin comentarios.

508 KL rtoiiOK

II

La campaña de África debía necesariamente entrar en e^ segnndo periodo, después de la negación de los moros á las condiciones de paz impueslas por la España.

Hay razas, hay dinastías, hay hombres mejor dicho, que llevan sobre si un sello de fatalidad que imprimen á todas las acciones que empeñan en su vida.

Sidi-Mohamet el sucesor de Muley-Adderraman era uno de estos hombres.

Los reinos son como las flores, tienen sus dias de aseen- cension y sus dias de decadencia.

Brillan las flores dos ó tres dias, reinan en la pradera cual señoras, y al cabo de ellos se marchitan apesar á't los impo- tentes esfuerzos que hacen para conservar su dominio y su señorío.

Si repasárnosla historia de todas las naciones del mundo, encontraremos la verdad de esta comparación, -ii^.} Las naciones tienen su aurora, su cénit y su ocaso, y ge- iOeralmente el ocaso de estas suele ser terrible.

El último y de una nación es generalmente triste y des- garrador.

(]omo las rosas hacen impotentes esfuerzos para conservar ---SU nacionalidad é independencia, su soberania y su poder.

Pero jay! la vida de las flores tiene marcado su término i,por la naturaleza, y los destinos de las naciones lo tienen en la mente de Dios.

Marruecos, el reino de aquellos califas opulentos, el país dominado por la raza de los Merinidas, aquella nació sub- yugada y engrandecida por los Muleys, debia caer caduca y envegecida bajo el dominio débil é indolente de Sidi-Moa hamet.

I)fc ESPAfíA. 509

Su advenimiento al trono fué el principio de la ruina ¿qI mp erio. im hh feí»! étíúoi f^u M^ v mihix

Muley-Ysmail, Muza y otros habían elevado á Marruecos á

una altura inmensa.

Muley- Adderraman y su hijo habían de conducirlo hacia su ocaso.

- Guando era simple principe y general de las tropas de su padre, perdió la batalla de Ysly y vio á las águilas francesas estampar por do quiera su potente garra, cerniéndose en el es- pacio, reinas de toda la Argelia.

Emperador ya, las luchas civiles y las ambiciones han gas- tado sus tesoros y han desmembrado sus reinos, haciendo que muchas kabilas se declaren independientes.

Mas tarde instigado por otra nación que ásu vez le ha en- gañado, se ha metido en una guerra en que ha perdido ter- renos, hombres, y en que ha visto el león de España, alzar como al águila francesa su cabeza erguida y coger entre sus garras uno de losfllorones mas preciados de su imperio, Tetuan.

La perla de Guad-el-Jelú se ha desmembrado de sn impe- rio como Argel lo fué en años anteriores. '

Cuantos combates han presentado, otros tantos han perdido.

Y en ese ocaso, en ese estertor agonizante por decirlo así, han hecho y hacen esfuerzos impotentes por recobrar esa ciu- dad que no han sabido y que no han podido defender.

El ataque de Melilla es una prueba de esto. La acción del día once es la continua acción.

Y la defensa del Fondahc para la cual se aprestan con tanto ardor, será el último suspiro de un pueblo que muere, al cual se seguirá inmediatamente el grito de alegría de un pueblo que nace.

Dios pesa en la balanza de la justicia los deslinos de (as naciones.

El fiel de esta balanza se ha inclinado por fin en nuestro

favor ' ^^ fjn') n'i'íojl f;|f'>^-n ' o'm O^'í f!'H "' '■ ,'

La España del siglo diez y nueve, no será la España de hierro del siglo quince, será la España civilizadora, que al im-

510 EL HONOR

poner sus loyes, impondrá sus adelantos, que son la prospe- ridad y la vida de todas las na iones. m

JlJUS.tlÜ'J ^íIJ ÍILImJ íi

III

Un interregno de mas de un mes habia reinado entre el cuatro de febrero y el once de marzo.

Y á consecuencia del primer dia, los moros hablan caído en UD desaliento profundo.

La consecuencia de aquel fueron sus deseos hacia la paz.

Pero á los buenos amigos de los marroquíes les parecieron demasiadas nuestras exigencias é incitaron á aquellos á que no nos concedieran lo que pedíamos. .,;.,.«,

Las bravas kabilas del Riff quisieron trocar Tetuan por Melilla y sin entrometernos nosotros en detalles, sin analizar la conducta del brigadier Baceta, diremos que si bien estubie- ron á punto de conseguirlo, el resultado no correspondió á sus deseos, ni á las probabilidades que tuvieron.

Sin embargo sns desinteresados protectores sus fieles ami- gos les aconsejaron que hicieran una tentativa sobre Tetuan y aquellas tribus indomables, aquellas kabilas feroces é insubor- dinadas se presentaron con suma arrogancia en la mañana del once de marzo.

El cristianiimo, esa antorcha purísima de la civilización, estaba en aquel momento, celebrando uno de sus ritos, en la «Virgen de las victorias!)) en esa iglesia nacida por decirlo asi del Islamismo, en aquel templo consagrado á Dios y donde mo- mentos antes resonaban los ecos de los musulmanes recitando los rikates del Coran, se estaba diciendo Misa, era Domingo.

Las tropas habían acudido y ofrecían aquel homenaje al Dios que las habia concedido la victoria en tantas batallas y por el que habían regado aquella tierra con su sangre. )

El General en Jefe, con su estado mayor oía también la Misa. í jil ¿la» ,íií>Diüjr ol^ít bb t'

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DE ESPAl^A. 511

De pronto como para hacer aquel hóiienage mas ferviente, vino á unirse á las plegarias que se exhalaban de todos aque- llos labios, el ruido sordo y prolongado del canon.

El segundo acto del sangriento drama que habia empezado á representarse ante los muros de Ceuta, acababa de inaugu- rarse en la llanura del camino de Tánger.

El cuerpo del general Echagüe fué el que empezó la cara- paña del Serrallo; al cuerpo del general Echagüe cabia la glo- ria de empezar la segunda parte.

Un grupo considerable de ginetes, se habia presentado en e] camino que conduce á Tánger. ""'"El cañou tronó y el grupo detuvo su marcha.

El duque de Tetuan recibió la noticia y concluida la Misa se personó en el punto del ataque.

. Su mirada de águila abarcó el espacio y con su perspica- cia, graduólas fuerzas del enemigo, comprendió los sitios por donde debia atacar, é inmediatamente formó su plan de de- fensa é inmediatamente el de ataque á su vez.

Sin embargo dudando todavía de si las huestes musulma- nas se decidirían por empeñar un ataque formal, ó solamente por hacer un alarde de su fuerza, dispuso muy oportunamente reforzar los puestos avanzados v observar los movimientos del enemigo.

Estos estaban aun á larga distancia de nuestras tropas.

Seria cosa de la una cuando sus movimientos se hicieron mas perceptibles.

Destacándose de la masa común que formaban, tres cuer- pos^ se dirigieron el uno hacia el frente de nuestro egército, hacia el Guad-el-Jelú el otro y el último á tomar las alturas que dominan el pueblo de Samsa.

Visto este movimiento por el General en Jefe dispuso que eslubieran preparados para la defensiva los batallones restan- tes del primer cuerpo y que avanzase el segundo apoyado por la caballería y algunas baterías.

Al mismo tiempo recibían la orden todo lo restante del egército de estar prevenido para lo que pudiera suceder.

512 EL HONOR

El (íiiemigo ontrelanlo abanzaba caiilelí)samenle„;j.„| ^q -'>, Muchas (Jo las Iropas (|U6,eo este (lia cnlraron en acción por parl(» do los inaiTO(|uíes perlonecian i las kabilas riífeña» que guarnecidas en sus rocas tienen por compañeros insepa- rables á los leones, á los Iílm-cs y á los chacales.

De aipiellos lieaeiL^Jydói^ila arrogancia^ de eslí)s,^a as- tucia. ■ . MI M ';(' ) '.1 I,!,') í . 'I

Como consecuencia de esla se lanzaron protegidos por el terreno, atravesando el rio y cayendo coa fu rioso empuge so-* bre la izíjuierda de nuestro egércilo.

Los vencedores de Anghera, aquellos mismos soldados que se hablan cubierto de gloria en ocasiones tan repelidas, fue- ron lambien los que en esta resistieron la pujanza marroquí.

Los cazadores de Ahuera cargándoles denodadamente, los obligaron á repasar el rio.

Es verdad que esta brillante carga cortó la pérvÜda del co^ mandante que des ipaieció.

Pero ¡ay! la patria necesita para sus sacrificios espiatorios victimas, y estos mártires trazan la huella sangrienta porque deben de seguirles sus compañeros, incitándoles con su egem- pío y pidiendo junto al trono de Diosla victoria por la cual ellos se han sacrificado.

Plasta esle momento la lucha empeñada entre vencedores y vencidos, entre los antiguos dueños ¡de Tetuan y los nuevos poseedores, habla sido parcial.

Los soldados del frente y los que se hab.an colocado en las alturas del gamsa, no hablan hasta ahora tomado parte en el ataque.

Hablan permanecido espectadores sileiiííipsos de la derrota que sus hermanos sufrían ásu izquierda. * ,*

. Por ganar acaso el terreno perdido ó por dar nuevo aspecto á ja acción, se precipitaron los del centro con inusitado vigor sobre los nuestros.

El general O' donnell, con esa previsión que en toda la campaña no la ha abandonado un momento, habia previsto el golpe y habia dado las órdenes mas oportunas para rechazarlo.

oE espaNa. 5i5

Dos baterías de artillería rompieron el fuego luego que es- tubieron á tiro.

Nuestros artilleros con esa certeza y seguridad que los co- locan entre los primeros artilleros del mundo, hicieron bien pronto que el movimiento de avance de ios marroquíes, se con- virtiese en el mas espantoso desorden y precipitada fuga.

Ya no faltaba para que nuestra victoria fuese cempleta, mas que desalojar de las alturas del Samsa a los que la ocupaban.

Este era indudablemente el paso mas arriesgado y penoso que faltaba á nuestro egercito para completar la victoria.

La subida á las cimas de Sibel-el-Dersa era en estremo difícil.

A ellas se fueron agrupando y en ellas fueron tomando po- siciones las fuerzas marroquíes que tan mal habían defendido el centro y la izquierda que. ocupaban.

Al general Prim, conde de Reus, cupo la honra de ser en- cargado por el general nn gefe, de desalojar al enemigo de aquella parte.

La egecucion correspondió con los deseos del general.

El conde de Reus, con aquella intrepidez que le caracteriza y aquel arrojo que tantas veces ha demostrado, tomó las po- siciones que se le habían indicado, arrojando de ellas la nu- merosa fuerza enemiga que los sostenía.

En tan atrevida empresa fué ayudado por una batería de artillería que puso en completa dispersión á la caballería mora.

El general Ríos por otra parte trepó con cuatro batallo- nes de su mando, y limpió el terreno de enemigos.

Perdidas por este todas las posiciones que ocupara, se re- tiró á los altos montes de Gualdrás.

No fueron hasta ellos seguidos por que la noche se había echado encima y su oscuridad impedía á los nuestros seguirles por tan inaccesibles alturas.

Inaugurada tan felizmente la segunda época de la gloriosa campaña de \frica, de esperar es que como la primera sea co- ronada con la toma de la plaza de Tánger, sobre la cual nues- tro egercito se prepara á marchar.

514 K\. HONOR

Por poco pensadores que supongamos á los marroquíes, y por muy olvidadizos que sean, han debido de la derrota del dia once deducir dos importantes consecuencias.

Primera. Que contando con los mismos elementos de de- fensa y ataque que en el primer periodo, el resultado del se- gundo, lia de serles tan funesto como les fué el del anterior.

Segunda. Que por lo mismo, las condiciones de la nueva paz que necesariamente hablan de volver á solicitar, tendrían que serles mas gravosas, puesto que habrian de guardar re- lación con los mayores sacrificios hechos por parte de España.

Estas consideraciones que á la vista saltan, debieron ocur- rirse también á Muley-Abbás en el momento mismo en que vio la derrota de las famosas kabilas en quienes tenia toda su confianza.

y efectivamente Muley-Abbás pensó como dejamos dicho.

Verdad es que tenia como la primera vez que luchar con las contrarias ideas de que abundaban algunos de sus princi- pales gefes instigados y dirigidos por influencias estrailas.

No obstante, firme en su propósito porque para él era in- dudable el éxito de los futuros combates, escribió al conde de Lucena una carta, que le remitió con'su segundo y con el ge- neral de la caballería.

Ignoramos el contenido de este documento que fué entre- gado al conde de Luceua por los emisarios del príncipe.

Aquellos, que ya en esa ocasión se presentaron en nuestro campamento por las condiciones de la paz, vinieron ahora sú- bitamente, sin que de su comisión se trasluciese mas que lo que llevamos indicado.

Cumplida ya, visitaron al general Prim, quien los recibió con las mismas consideraciones y deferencias que en la pri- mera vez, quedando admirados de su valor y caballerosidad.

También manifestaron deseos de conocer al general Echa- güe, á quien no conocían por hallarse ausente, cuando dias antes se presentaron en nuestro campamento, y fueron con* ducidos á su tienda en la que permanecieron breves momeólos.

Inútil es manifestar que fueron dignamente recibidos.

m ESPAÑA. 515

Tanto nuestros generales como los soldados que mandan, son modelos de aquella antigua hidalguía castellana que les hace ser valientes y esforzados en el combate, y corteses y ge- nerosos con el enemigo vencido.

516

CL HONOR

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G/kPITÜLO XXXVIII

Zobeiba trata de vengarse.— El Riff. —Costumbres de los riffcños.— Reu- uion al aire libre. Estraña aparición y sus resultados.

AGE veinte y cuatro horas que Zobeiba ha visto á Carlos al laclo de Ester.

Jafar arrebató entre sus robustos bra- zos á la hija del difunto Kabo de Raass el- Serie, v ambos desaparecieron. El negro cabalgó en un corcel, hijo del desierto, y momentos después, el ligero bruto salvaba los estribos de sierra Bermeja, y se perdió entre las escabrosida- des de la montaña.

Negro como la noche el caballo, y negro el ginete, solo se destacaba de aquella masa oscura, el blanquecino bornuz de Zobeiba.

Tenia aquel grupo algo de fantástico. La joven arrojaba de tiempo en tiempo una carcajada his- térica, estridente y aterradora.

DK ESPAÑA. 517

Y los ecos se repetían de montaña en montaña, de ca- verna en caverna, y á este rumor se iinia el galopar soste- nido del caballo que conducía tan estraña pareja.

La noche había cerrado completamente. *

Los apiñados nubarrones anunciaban que pronto, muy pronto, arrojarían de su seno torrentes de agua.

Y el caballo siguió corriendo.

Jafar, inclinaba de vez en cuando su boca hasta la oreja de su cabalgadura, y pronunciaba algunas palabras en un idioma desconocido, á cuvo eco redoblaba el corcel su deses' perada carrera.

Y loma, tras loma, y bosque tras bosque, y tras este lla- nuras, atravesaban con la rapidez del torbellino.

Y Zobeíba, desprendida la toca de su cabeza, dejaba flo- tar al viento las finas hebras de su negra cabellera.

Sus ojos brillaban con un fuego sombrío.

Vagaban sin obgeto sus miradas, y ora al cielo, ora á las montañas , ora al esclavo , contemplaban sus encendidas pupilas.

Y no decia una palabra.

Había concentrado por decirlo así, toda su voz, todas sus palabr.as en sus ojos.

Jafar también la contemplaba de una manera particular.

Tan ardientes sus pupilas como las de la mora, se fijaban en su rostro de una manera ávida e intensa.

Y en aquella mirada se leían cien afectos diferentes. Había cariño, deseo, orgullo, cólera, celos y satisfacción. Pero era la satisfacción cruel de la venganza.

Y cada vez corría mas el caballo.

Y cada vez estrechaba con mas furia á la joven entre suá brazos.

Y la agitación de la carrera, y el estado de escítacíon en que se encontraba, hacían palpitar con fuerza el corazón de Zobeiba.

Aquellos latidos eran demasiado perceptibles, é iba dema- siado unida al negro, para que éste no los advirtiera.

518 BL HONOH

Y la agitación de él, solo era comparable á la de ella. Gruesas golas ó^. agua azotaban el rostro de los via^'eros. De pronto el paisage se hizo mas agreste, mas bravio. De un lado se luindia un precipicio horrible.

üe otro se alzaban los elevados picos de altísimas mon- tañas.

Al otro lado del precipicio se veian otras sierras.

Y por el frente, rocas sobre rocas presentaban moles in- mensají de granito.

Y entre las vertientes de los montes, besando sus faldas, bosques de encina y espesas cañadas.

Una senda estrecha y tortuosa abierta entre los ásperos breñales, conduela tal vez á la cima de la montaña.

Ginetes y caballos estaban fatigados estraordinariaraente.

Y allí no podia Jafar, animar á su corcel, pues un paso mal (lado podia costarle la muerte.

De pronto una carcajada de Zobeiba retumbó por el espacio.

Una manga de aire agitó los bosques y los cañaverales, y aquel rumor sordo de las hojas, se unió á la bibracion de la carcajada de la joven.

El caballo tropezó contra una peña, y durante un segundo, la vida de los cabalgadores estubo en un peligro inminente.

[jñ juramento horrible se escapó de los labios del esclavo.

Y como para servir de complemento á aquellos mil ruidos estraños, una cinta de fuego se estendió por encima de las ne- gras nubes, y un trueno prolongado y fuerte, retumbó por las sierras, y se repitió á lo lejos por las llanuras.

Aquel panorama sombrío tenia mucho de raagnilico, y mu- cho de aterrador.

Hablan penetrado en la parte montañosa del Riff.

A la rápida claridad del relámpago, se habia podido dis- tinguir sobre la ci,ma de la sierra una casa.

Zobeiba de nada de esto se habia apercibido.

De pronto los cascos del corcel se asentaron sobre la me- seta del monte, y á los pocos pasos se veia la casa, que era sin duda una especie de posada donde hacían alto los viage-

DE ESPAfÍA. 519

ros, fatigados de la empinada cuesta, que hasta la cúspide de la sierra conducia.

Eran las últimas horas de la noche.

Por una especie de saetera que servia de ventana á la casa, se percibía alguna claridad.

Bajo un cobertizo que al lado de la puerta se hallaba, ha- bía dos caballos ensillados.

Jafar se dirigió á la puerta, y llamó.

Una voz masculina contestó con un acento un tanto acre á aquel llamamiento.

Entonces Jafar sacó de debajo de su alquicel un cuerno, lo llevó á sus labios, y un sonido débil y prolongado se exaló de él.

Inmediatamente se notó un movimiento estraordinario en toda la casa.

Se percibieron distintamente las pisadas de algunas perso- nas, y las luces que se divisaban por entre las rendijas de la puerta, demostraban que alguien se acercaba á ella.

Efectivamente, aquella se abrió y tres hombres aparecie- ron bajo el arco que la formaba.

Jafar habia bajado del caballo á Zobeiba y seguía soste- niéndola en sus brazos.

Uno délos tres que habían aparecido en la puerta, llevaba una tea con la que alumbraba tanto á sus acompañantes como á los recien llegados.

Al ver Jafar íi los otros dos personages, se daguerreolipó la sorpresa y el espanto en su rostro, y cogiendo otra vez á la mora, esclamó:

Ebu-Kaleb!....

Y dirigiéndose al cobertizo, cortó con su gumía, la cuerda que sujetaba uno de sus caballos, cabalgó sobre él sin soltar á Zobeiba, y espoleándole furiosamente, se dirigió en dirección opuesta á la que había traído.

El personage que tan estraíla impresión había hecho en el negro, lo reconoció también, y al ver lo que hacia, se di- rigió á m compañero, y le dijo:

520 RL HONOn

Pronlo, Mijab-Alí, que se nos escapa otra vez ese perro esclavo.

Y sin cuidarse de si su compañero le seiíuia ó no, subió al olio caballo, y lomó la misma dirección que Jalar llevaba.

II

Estamos en el Riff en la parte que se esliende al frente de Melilla.

Dos montañas dejan un claro suficiente para que á su pie corra un arroyo que en delerminadas estaciones al recibir las aguas de las sierras, se trasforraa en rio.

Las dos márgenes que son las faldas de las dos Imontañas, dejan crecer espesos cañaverales que siguen á gran distancia el curso del arroyo.

A la derecha de las montañas casi á la entrada de la lla- nura, hay un espeso bosque de encinas datileras y palmeras enanas en cuyo centro hay una especie de plazoleta circuida por asientos de madera toscamente trabajados.

A lo lejos se ven llanos donde el maiz, el alcuzcuz y el trigo crecen en abundancia.

Y cortando á trechos estos llanos, y cerrándolos finalmente, se ven altas moles de granito pico agudo de elevadas sierras, y sobre la cúspide de estas ó en la falda de aquellas aldeas cu- yos nombres se ignoran, aduares cuya denominación se desco- noce, y arroyos, y rios y campos y breñales cuya nomencla- tura nadie ha podido averiguar.

En esas chozas, en esas casas, en esas tiendas elevadas en las riberas de los rios ó en los senos de los montes habita un pueblo feroz, como las lleras que abundan en su terreno sal- vage, como su naturaleza, é ignorante hasta el embrutecimiento .

Son los Riffeños:

Kabilas completamente independientes como ya hemos di-

Í)K ESPAÑA. o2Í

cho en otro lugar, no reconocen mas autoridad que la de sus Kabos, Y solo á ellos respetan.

La autoridad del sultán es comjjletamente desconocida y rara vez los vokaris del emperador vienen á cobrar la garra- ma ó contribución, sin que tengan que andar á tiros con aque- llas ordas feroces é incivilizadas.

Este es el pueblo en que vamos á penetrar.

Antes de seguir adelante, varaos á dar á nuestros lecto- res algunas noticias respecto á la Rabilas del Riff, noticias que copiamos de las memorias del Sr. Alvarez, quien por desgracia tuvo ocasión de conocerlas muy de cerca.

De las cinco Kabilas que forman el campo de Kalaya, que estiende sus confines hasta ¡os muros de Melilla, una de las mas fuertes por su estension y número de moradores, es la que lleva el nombre de Benisidel. Su ostensión vendrá á ser como de unas dos leguas cuadradas: está cruzada de Este á Oeste por un pequeño riachuelo, y casi toda ella cubierta de olivos, granados y algarrobos; siendo su cosecha principal de trigo y cebada. Las hortalizas y legumbres mas comunes son habas, nabos y zanahorias. También tienen sus naturales, aun- que no con abundancia, ganados lanares y vacunos.

Su territorio es llano y dominado al Sur por una alta y áspera montaña, y al Este por otra llamada Gurugii, á cuya falda por la parte del Sur se ven las ruinas de una fortaleza.

Un pequeño grupo de casitas forman el punto céntrico y rao- rada del Kabo ó Moscadem de la Kabila. Todo el resto del ter- ritorio se salpicado de estas casucas, en lo general aisladas unas de otras, y construidas todas de piedra, madera y ar- gítmasa; pero toscamente y sin idea alguna del arte.

Se compondrá este territorio de unos 5,000 habitantes lis- ta kabila se divide en diez cuarteles á las órdenes de sus ka-

66

522 ti iioNOiH

bos respectivos, y lodos tlependienlos del Moscadein principal, (juo es el que manda á los demás.

rj carga de Moscadem principal be hace por elección de la kabila á perpetuidad, y muy raras veces por herencia.

Cada uno de los diez cuarteles á la kabila cuatro solda- dos, que son los que tienen la obligación de dar la guardia al cuartel de Santiago. VoUíntariamenle, y sin compromiso de tiempo, se alistan los demás hasta de 1,000 á 3,000 que llene cada kabila. linos y otros usan las armas que puede cada uno adquirirse: espingarda, pistola, gumia, sable, trabuco, etc. En su trage no llevan ningún distintivo (jue les diferencie de los demás moros. Cada cuartel mantiene á sus soldados, d' n- dolps al recolectar las cosechas, trigo, cebada y habas. Todos los soldados que reúne la kabila dependen exclusivamente de un solo hombi*e, el Kabo ó Moscadem principal, careciendo de organización y disciplina y no pasando de ser una horda de fo* ragidos.

La Instrucción pública en todas las kabilas del Riff está, como no puede menos de suceder, en el mayor atraso, aunque los kabos le miran con alguna predilección. Tienen diferentes escuelas en las que se enseña únicamente á leer y escribir, y solo los que aprenden, saben el árabe, pues las demás hablan su dialecto particular.

Siguen la religión mahometana, y cada kabila tiene de 8 á 12 iglesias para el culto: estas iglesias sirven al propio tiempo para escuela y para iLospedar á los pobres transeúntes: cada una tiene para su conservación y culto un sacerdote á quien llaman el fraile. Los moros son en estremo hospitalarios; en las . iglesias dan hospedaje á los pobres transeúntes, para quienes el Fraile, reconocida la necesidad de cada uno, sale á pedir los auxilios que necesita hasta la otra jornada.

Cada kabila celebra feria un dia á la semana, siendo en ge- neral los artículos que en ella se venden, granos, ganados de todas especies, fruta, babuchas, jaiques y otras prendas de vestido. Estas ferias por lo general son teatro de los mayo- res crímenes, porque concurriendo á ellas gentes de disliulas

DK ESPAÑA. 825

kabilas se encuentran las que se conservan sus resentimientos particulares, y se envisten á pufíaladas y á tiros, Los mayores crímenes quedan allí impunes por parte de la sociedad; su venganza está encomendada al pariente ó al amigo de la vic- tima, que espera otro dia de feria para satisfacerla.

Siicedeávecesqueporresentimiento deunaKabila con otra» el sitio de la feria se convierte en un campo de batalla, y ha- ciendo parapetos de los obgetos que llevan á vender, se baten detras de ellos dias enteros.

En esías ferias, cuando son de paz, se reúnen los moros principales, y dan cuenta de lo que entre ellos puede llamarse política, délas noticias que adquieran del campo cristiano, etc. La mas importante se comunica al pueblo á la voz de pregón.

Todas las diversiones de los moros se hacen á fuerza de pól- vora, haciendo salvas y descargas cerradas. Las mugeres lo- can panderetas, á cuyo son cantan y bailan.

En la Rabila de Benisidel hay varios algibes de agua pota- ble que se cogen de la llovida; á falta de este se vende la de los rios: no tienen fuentes.

Son supersticiosos hasta lo infinito.

Si salen á caza no pueden comer la pieza si queda rema- tada de un tiro, y solo, cuando acaba de morir degollán- dola. No se miran al espejo porque creen que el que lo hace no tiene nunca hijos varones.

Los Riffeílos no emplean á sus mugeres en faenas rudas del campo, apesar de que no las creen iguales á ellos, y casi privadas de entrar en el paraíso.

El moro que lleva rosario, pone ante su nombre la palabra Escar, y si por egemplo se llama Maimón, no llevando rosa- rio, desde que lo lleva se nombra Escar -Naimon.

Por la misma razón el que va á la Meca, antepone al nom- bre la palabra Herjach.

En el Riff hay una plaga de perros, dando ocasión á mil reyertas y muertes entre sus amos por mordeduras y riñas.

524 KL HONdR

IV

No conciben los liffeños que los cristianos se avengan á te- ner una sola muger, ignorando que hay muchos que aun con una sola les sobra.

Su secta les permite tener tantas mugeres como puedan sostener.

Las mugeres del Riff no ejercen ninguna influencia sobre los hombres, que no les guardan ningún género de considera- ción por su sexo.

El trage de los moros del Riff se compone de un pedazo de tela blanca de lana, como de una vara de ancho y siete de lar- go, á que dan el nombre de jaique, y con el que se envuelven todo el cuerpo, y algunos hasta se tapan la cabeza. En algu- nas kabilas se usan los turbantes; en otras llevan la cabeza al aire, y unos y otros se la afeitan, usan toda la barba. Los mas acomodados gastan camisa ó túnica de lana, y babuchas. En lo general van descalzos y llevan el cuerpo al aire, cubier- to solo con las vueltas que le dan al jaique. En invierno llevan muchos una chilaba, de lana muy fuerte y tupida y con ca- puchas.

Las mugeres gastan el mismo trage que los hombres, con alguna variación en el modo de taparse, dejándose siempre la cara descubierta: van descalzas hasta las mas acomodadas, y para diferenciarse de las pobres gastan algunas alhajas de plata, que llaman de fantasía. Consisten estas alhajas en unas argollas hasta del peso de libra y media, que suelen llevar en la pierna junto al tobillo, en pulseras del mismo metal, aun- que de menos fuerza, y en un collar de coral en que llevan en- gastadas pesetas españolas, generalnoente de las que tienen buen busto. Para sujetar el jaique tienen una especie de cla- vos romanos también de plata: en las orejas usan areles extre- madamente grandes, de diferentes metales, de los que cuelgan

V í)R ksi'aNa. 525

excesivo número de monedas españolas, piezas de coral y otros objetos, molestándoles tanto el peso en las orejas, que se ven obligadas á aliviarle con cintas que se enganchan en la cabeza.

El pelo lo llevan generalmente largí» y hecho trenzas con añadidos de lana; las solteras caido sobre la espalda y las ca- sadas en dos trenzas por delante sobre los hombros.

Muchas tienen en la cara y en los brazos alguna pintura in- deleble que figura una estrella ó una flor de lis. Esta bárbara costumbre desfigura á las mas hermosas, que son precisamente las que mas se señalan.

Tanto los hombres como las mugeres se cortan ó afeitan el vello de todo el cuerpo, pasándose después una yerba que im- pide que vuelva á salir.

El color con que se pintan las mugeres es siempre azul, y algunas se dan de negro alrededor do los párpados.

Respecto al casamiento éntrelos Riffeuos lo consideran se- gún la descripción que del mismo Alvarez tomamos como una simple compra de un objeto, del cual siempre tiene el compra- dor derecho á deshacerse cuando quiera.

Oigamos la citada descripción.

«Probado que un riffeño puede mantener mas* mugeres de las que llene, se le autoriza para contraer nuevo enlace, com- prando á la novia á sus padres ó parientes, ó cambiándola por granos, ganados, etc.

Por lo general una joven hermosa y donc-ílla vale de 80 á 100 duros: las viudas, aunque sean jóvenes y hermosas, es género mas barato.

Así el hombre como la muger contraen matrimonio al salir de la infancia, y algunos antes de cumplir diez años de edad.

Los casamientos entre los riffeños se verifican sin que in- tervenga en ellos la religión, sin mas que una carta en que

526 EL HONOR

cada familia se obliga al contrato. Esta carta la firman los con- trayentes, los testigos y las familias, cambiándolas entre si.

En un solo caso puede anularse el matrimonio, y es cuando á voluntad de los contrayentes se devuelven las cartas las fa- milias, en cuyo caso la muger queda libre para conlraer nuevo enlace.

Los novios no pueden pasar juntos la noche de sus bodas, pero al rayar el alba entregan la novia á su marido.

Cuando los demás moros comprenden que ya se ha consu- mado el matrimonio rodean la casa del novio y este presenta por una de las ventanas un lienzo en el' cual comprenden la castidad y pureza de la esposa y entonces se entregan á las mayores demostraciones de júbilo y alegría.

La cama de los novios la cubren con jaiques ó pedazos de tela que cuelgan en sogas formando á manera de pabellón. A los siete dias se descubre delante de los testigos y convidados que asistieron á la boda, y delante de ella vuelven á bailar, á comer alcuzcuz y á entregarse á sus regocijos.

Un marido de distintas mujeres tiene la obligación de dormir cada noche con una; y solo al contraer nuevo enlace, se le conceden siete noches, pasadas las cuales comienza el turno con las demás. Las provisiones de la casa las guarda el marido y las reparte raensualmente á cada mujer, que forma una familia á parte. El marido come al dia siguiente en el deparlamento de la mujer con quien ha dormido, la cual no se sienta á comer sino cuando aquel ha terminado, teniendo solo derecho á lo que sobre.

VI

Nuestros lectores recordarían lo que hemos manifestado al

principiar la descripción de la parte del Riff próxima á Mejilla.

El bosque de que entonces hablamos, era por decirlo asi,

un terreno neutral para las cinco Kabilas que dominan en todo aquel terreno.

A lo lejos en las estensas llanuras de que nos ocupamos, se hallaba la Kabila de Benisidel y al Este, desde la falda misma del Guruyú empezaban los límites de la de Benisicar.

Las otras tres se hallaban entre las breñas, y aunque algu- nas tienen también llanos para sus cultivos, no son tan esten- sos como los de la de Benisidel.

Eran las primeras horas de la mañana.

Con la alborada hablan desaparecido las negras nubes, que durante la noche, habían arrojado de su seno torrentes de agua.

Es menester haber presenciado algunas auroras en el suelo africano, en medio de esa rica vegetación, y bajo ese cielo que tanto se parece al de nuestras provincias meridionales para poderse formar una idea de lo que es una salida de sol en aquel país.

En todas partes, la aurora presta un encanto especial á la naturaleza.

Y en todas partes también la naturaleza, se regocija y os- tenta orgullosa esos dones que la alborada la concede.

Pero en África tiene nuevos encantos, nuevas bellezas que la son esclusivas.

Sobre un campo de una estension regular, se destacan cua- dros de un verdor especial y cuadros cuyos matices sin salir de su color, ora se oscurecen, ora se aclaran, y se desvane- cen hasta quedar casi blancos ó casi amarillos.

Cruzad esa estension con anchas revueltas, y brillantes cin- tas de plata.

Poned a lo lejos bosques impenetrables, y que se pierden en lontananza.

Haced brotar del centro de aquellos lagos tie verdor, ca- sitas blancas como la nieve.

Cerrad ese cuadro con elevadísimas montañas, caprichosas sierras, y picos inaccesibles, y tendréis una idea de aquella naturaleza.

528 El. noNoii

Kncanladora os parecerá siempre; sublime y superior á to- da descripción, os parecerá en la hora de los dos crepúsculos.

Las sombras de la noche ocultan aquel cuadro.

La tempestad lo hace mas sombrío.

Pero de pronto se esclarece el firmamento.

Dios desde su trono de nubes, dirige una sonrisa de bondad á los mismos enemigos de sus leyes, y de sus doctrinas, yda aurora aparece.

Los ángeles sienten correr por sus megillas lágrimas de fe-, licidad al contemplar la faz del Creador, y aíjuellas lágrimas caen sobre las flores que ostentan orgullosas en sus petalos aquellas perlas desprendidas del cielo.

Se entreabren las puertas del íirmamento para dar salida á el sol, y la esencia divina que de él se exala, atravesando la región del éter, baja hasta los cálices de las mismas flores, que doblemente orgullosas, ofrecen sus bellezas, y su fragan- cia á aquel mismo ser de quien la reciben.

Cantan los querubines las glorias del Señor.

Y aquellos acentos llevados en las alas de genios invisi- bles, vienen á mover las lenguas de los pajarillos ocultos en- tre el ramaje de los árboles.

Los arcángeles arrojan nubes de blanco incienso de sus in- censarios indescriptibles, y aquellas nubes bajan á coronar la cima de las montañas.

Y el sol se refleja en los cristales de los arroyos.

Y las flores esparcen al viento sus tesoros. Los pájaros entonan sus melodiosos trinos.

Y brumas," y cantares y perfumes, se confunden en una ar- monía sublime.

El Creador y la creación se confunden en un beso sublime, intenso y prolongado.

La brisa que vaga por los espacios, es la intermediaria entre Dios y su obra.

La aurora ha aparecido, y la alegría renace sobre la tierra.

En ninguna parle es mas maravilloso el efecto del {(fiatx lux^) que en los sitios puramente meridionales.

DE ESPAÑA 529

Y en ninguna parte el hombre adivina mas á ese ser in- visible é iníinito, que en medio de una naturaleza rica y lo- zana como la de que nos ocupamos.

VII.

Acababa de amanecer.

Por una de las estrechas sendas que desde las montanas conducían al bosque, bajaban una porción de moros, cuyo nú- mero no escederia de cuarenta.

A la cabeza de esta gente marchaba un joven de es- presivo semblante y que caracterizaba perfectamente á los naturales de aquella tierra.

Habia un no se que de saívage y bravio en su rostro, que si bien no desagradaba, infundia cierto respeto, no muy exento de temor.

Cabalgaba airosamente sobre un corcel de pura raza árabe, y dejaba flotar al viento su airoso alquicel de blanco lino.

. Por entre la faja que rodeaba su cintura, asomaban dos pis- tolas con primorosas cinceladuras, á las que servia de compa- ñera una guraia cuya empuñadura de madera groseramente tra- bajada, en nada se diferenciaba de las que llevaban sus acompañantes.

De su costado izquierdo pendia un corvo yatagán encer- rado en una vaina de acero con abrazad^^ras de meta!, v en la diestra llevaba una lanza corta.

A alguna distancia caminaban otros dos ginetes y tras estos otro pelotón de infantes, cerrando la marcha ocho ádiez riffe- ños á caballo.

Ni una palabra se cruzó entre el que parecía gefe de aque- lla gente, y los otros dos que iban á su espalda.

En cambio Jos otros llevaban una algazara infernal.

Todos hablaban á un tiempo, gesticulaban á la par, y for- maba la mas grande algarabía que puede imaginarse.

67

IÍ3U IL HONOR

Atravesó la comí li va la sierra, penetró en el bosque, y fué á hacer alio en la plazoleta de que hemos hablado antes á nuestros lectores.

Los moros (jiie iban á pie clavaron en el suelo ¿^rucsa^ esta- cas, (jue llevaban á prevención eslendieron sobre ellas una lini- siáiía estera y bajo aquella tienda improvisada se sentó el jefe sobie otra esterilla, y fumando tranquilamente en su pij)a pa- saron al¿5^unos momentos sin que |)ronunciára palabra alguna.

En cuanto á los ginetes se apearon de sus cabalgaduras y las dejaron apacentar libremente por la llanura y colocados dos, uno en la parte de la sierra y otro en la parte del llano con la vista lija en ambos puntos, dejaron trascurrir algunos ins- tantes.

Nada turbó el silencio que reinaba entre toda aquella gente.

De pronto se turbó este.

Dos gritos partieron simultáneamente de los dos centinelas.

Aquellos dos gritos anunciaban que otras dos cabalgatas se acercaban.

Compuestas casi de la misma gente que la anterior, aban- zaban la una por la sierra y la otra por la campiña.

Ambas penetraron casi al mismo tiempo en el bosque, .y ambos gefes casi á la par hicieron las zalas ó reverencias al que primero habia llegado.

Ambos se sentaron bajo aquella misma tienda y el silen- cio volvió reinar entre ellos.

Todo lo contrario sucedía entre los deoias moros.

Alejados á una respetuosa distancia de la plaza en que se alzaba la tienda, corrían y gritaban confundidos los unos con los otros, y ora en serias conversaciones, ora en animados diá- logos, dejaron trascurrir el tiempo.

Haria próximamente media hora que estaban alli reunidos, cuando otro grito de la parte de la sierra, anunció la llegada de nuevos personages.

Volvieron á repetirse las mismas ceremonia^ se sentó tam- bién el recien llegado y volvieron á confundirse los moros y á continuar sus empezadas conversaciouei.

ÜK ESPAÍ^A. 531

Sin embargo esta vez no fueron de mucha duración.

La llegada de otro musulmán, seguido de mavor comitiva y mas anciano que los anteriores, vino a interrumpirles.

A su llegada, los cuatro que estaban en la tienda, se le- vantaron, cruzaron las manos sobre el pecho, é hicieron tres reverencias con todo el rigorismo de la etiqueta mahometana. —Alá, sea contigo poderoso Moscamdem, le dijeron. El sea con vosotros, hermanos mios.

Dichas estas palabras, penetraron todos bajo la tienda, de- jando al recien llegado en medio, y formando los cuatro res- tantes á su lado una especie de semicírculo.

Instantáneamente aparecieron en la tienda ocho ó diez riffe- ños, que por el mayor valor de sus trages, denotaban tener ma- yor categoría que la de los otros que habían acompañado á los cinco personages de que hemos hablado anteriormente.

El anciano últimamente llegado, se dirigió á ellos y les dijo: —A vosotros os encargo la custodia del bosque que nadie penetre en él, pues asuntos de grande importancia tenemos que tratar, marcha y que nadie nos interrumpa.

Tras estas palabras se siguieron algunas reverencias y mo- mentos después se hallaba rodeado el bosque de centinelas, que sentados tranquilamente en el suelo con la espingarda prepa- rada, trataban de impedir que ningún curioso se acercase al lugar de la conferencia.

VIII

Los cinco personajes que habia en la tienda, eran los kaboá de las cinco kabilas del kalaya; el que primero llegó era el gefe de la de Benisidel el último, el de la de Mazuza y los otros reslantes los de las de Benisicar, Benibuyfuror y Benibuyliafar.

El Moscamdem de la kabila de Maziizn fué el que rompió el silencio. Poderosos Moscandcmes: las noticias (|ue lengo (jue co-

532 KL HONOll

miinicaros son en estremo tristes. Alá es test¡g:o de la profunda pena que mi corazón á sentido a) conocerlas: los perros Ensa- ras, (cristianos) no contentos con lo que han hecho en Ceuta, han díriííido su marcha triunfadora sobre Tefmven. El infalible profeta ha querido ne^j^ar su auxilio á los buenos sedarlos del Islam y las posiciones de Cabo Negro no han sido suficientes para impedir que el gran cristiano abancc con su ejército á situarse en las riberas del Guad-el-Jelii. Muley-Hamet y Mu- ley-*Abl)as han visto huir sus destrozadas huestes anle el fuego y el acero de los enemigos, y la ciudad santa, ha caldo en po- der de los cristianos.

Un murmullo de sorpresa se alzó de el seno de aquella es- trada reunión.

E\ Kabo de Mazuza alzó sus ojos al cielo y con una unción religiosa extraordinaria dijo. El señor lo ha querido, cúmplase su voluntad/

Alzóse entonces el Moscamdem de la tribu Benisidel, y ex- clamó con impetuosidad.

Lo habéis oido hermanos? habéis escuchado que Tetawen ha caldo en poder de esos infieles, y aun tenéis los alfanges encerrados en sus fundas de cuero?... ¿Y sois vosotros los Mos- camdems de esas Rabilas que mas de una vez han llenado de terror á esa gente cobarde y ruin que se oculta tras los mu- ros de Melilhi la melífera? mentira, la sangre africana se ha enfriado en vuestras venas; si asi no fuera, ya os hubierais levantado conmigo y reunierais vuestras gentes, para vengar las derrotas de nuestros hermanos.

Y concluido de decir estas palabras, dio algunos pasos para salir de la tienda.

Llevó á sus labios una especie de silvato hecho con bas- tante primor, y cuando ya iba á lanzar el sonido que habia de reunir á su escolta, levantándose con precipitación el anciano, le detuvo el brazo, diciéndole;

Detente! ¿Quieres que tus arrebatos nos hagan arrepen- timos de haberte convocado á esta reunión? ¿olvidas que lo que acabas de oir es aun un secreto para toda la gente de las

DE ESPAfÍA. 535

Kabilas, y secreto que no han de reconocer hasta que nos pa- rezca á nosotros? por el santo profeta, que nunca había creído que fueras tan impetuoso, y tan poco pensador ?qué¡bas á decir á tus gentes? ¿qué tratabas de hacer? ¿Acaso querías armar á tus soldados, y hacer una gazzia entre nuestros enemigos?

lo has dicho, contestó el Kabo de Benisidel, oprove- chándorae de la oscuridad de la noche, yo hubiera caído co- mo el águila sobre su presa, sobre nuestros tiranos, y su san- gre hubiera espiado todos sus crímenes.

Insensato! antes de dos horas el Caíd de Melilla tendría noticias de todo eso, y cuando llegareis al campamento, ya os esperarían prevenidos.

Qué estás diciendo?

¿No has comprendido que entre nuestros soldados los hay traidores?

Un murmullo de indignación se exaló de ios labios de aque- llos cuatro hombres.

Todas las manos se dirigieron á las empuñaduras de sus gumías.

Todos los ojos se fijaron amenazantes en el severo rostro del Moscamdem de Mazuza.

Y todos los labios preguntaron á la par. ¿Quienes son los traidores?

¿Creéis vosotros que si yo lo supiera existirían ya? dijo el anciano.

Entonces...

Cualquier paso que nosotros demos lo saben en la plaza, conocen todos nuestros medios de ataque, los cañones que te- nemos, las municiones, y cuantas salidas hacen esos perros ya son á cosa segura. Y estas noticias? quién se las comunica? los traidores que duermen en nuestros aduares, que fuman en nuestras tiendas y cuyo labio siempre abierto para la traición revela lo que escucha su oído en el seno de la amistad.

Oh! juro por Alá que si yo doy con alguno de esos perros musulmanes, mi gumía ha de ser la primera que se clave en su corazón, dijo con cólera el Kabo de Benisidel.

534 Kl. HONOH

Por eso le dije antes, que cuanto pensemos hacer nadie mas que nosotros lo hemos de saber, y nuestros soldados en el momento de ejecutarlo.

El Señor ha iluminado tu espíritu, y cuanto tu ha^as da- remos yo y mis hermanos por bien hecho, contestó el Mos- camdem de Benisicar.

Habla pues, y tus palabras se í^rabarán en nuestra mente, sin que rebosen hasta nuestros labios mas que en el momento de la egecucion.

Escuchad, el plan que he concebido y el Dios altísimo y único nos conceda su auxilio.

Acercáronse mucho mas los otros cuatro gefes al anciano. En este momento oyóse á lo lejos un grito de una espresion estraña.

Volvióse á repetir mas cerca, y los cinco personajes vol- vieron la cabeza hacia el sitio donde habia sonado. Entonces se dejó oir el galopar furioso de un caballo. Tras él, una voz que en un lengaaje particular animaba al corcel.

Y unido á esta voz. un acento casi salvage, pero de una dulzura infinita, que cantaba un aire guerrero peculiar de las kabilas del Riff.

De tiempo en tiempo se interrumpía aquel canto, y una carcajada que nada tenia de humano retumbaba por el espacio.

Y canto, y galopar del caballo, y voces que lo animaban, todo se hacia mas perceptible.

Se conocía que se iban acercando cada vez mas á la tienda.

Todos los que en ella se hallaban, fijaban sus inquietas miradas hacia la parte donde sonaba el ruido.

El rumor de las ojas arrancadas, y del ramage que se apar- taba para dejar paso á alguien, se percibió mas claro.

De pronto una exclamación de sorpresa se escapó de aque- llas cinco gargantas.

Un caballo sobre el que se veian un negro y una mora se presentaron en el claro del bosque en que se alzaba la tienda-

Parecia que el inteligente animal solo habia esperado el

HK ESi'AÍÍA. 555

momento de dejar á sus dueños entre otras gentes, para espirar. Le doblaron sus manos, su pupila se enturbió, y hubiera arrastrado en su caida á Jafar y á Zobeiba, si estos no se hu- bieran dado tanla prisa á arrojarse al suelo.

Casi al mismo tiempo toda la plazoleta se vio rodeada de riffeños, que con las armas preparadas, solo esperaban la señal de sus gefes, para aniquilar á aquellos dos intrusos. Reinó un momento de* silencio solemne. Durante él Zobeiba paseó su mirada indolente sobre cuanto la rodeaba.

Se detuvo un instante en el rostro del Kabo de Mazuza, y como si aquella fisonomía despertase un ella algún recuerdo, pasóse ambas manos por su frente, y con ía pupila brillante se dirigió á él diciéndole.

¿Eres el poderoso Moscamdem de fa Kabila de Mazuza, y aun no has conocido á la hija de tu hermano?,..

Zobeiba!... dijo entonces el Moscamdem, aquí? en este estado!... ¿Qué significa esto?

Esto significa gritó con acento sobrenatural la joven, que los cristianos nos han arrojado de nuestras aldeas, que han in- cendiado nuestras casas, que los que no han muerto de nuestros hermanos al plomo, ó al acero, han muerto abrasados, que mi padre ha dejado de existir defendiendo la tierra que le vio na- cer, que las mugeres de nuestras tribus han tenido que reti- rarse á lo mas fragoso de las sierras para librarse de la bruta- lidad de esos soldados á quien Alá confunda, que Tetawen, ha visto ondear sobre el miral de su Alcazaba la bandera de la cruz, que el rojo estandarte del profeta ha caido destrozado entre los pies de sus corceles, y que yo frenética desconsolada, sintiendo hervir en mi corazón una sed profunda de venganza, he atravesado montes y llanos, lagunas y bosques, como la ga^ cela perseguida, para gritaros jal arma, guerreros del Riff, hi- jos de las kabilas que plantan sus tiendas en las cimas del Gu- rugú, ó en las márgenes del Oro, empuñad vuestra gumía, aca- riciad vuestra espingarda, caed con la astucia del tigre, y la pujanza del León sobre Melilla la melifera, no (íejeis piedra so-

53C EL HONOR

bre piedra, haced que corran arroyos de sangre cristiana, y cuando vuestro brazo se canse de herir, y vuestros pies no pue- dan andar, sin tropezar con cadáveres infieles, salvad las sier- ras, ciuzad los llanos, y Tetawen la florida ciudad del Guad- el-Jelú, sea la segunda que caiga en vuestro poder! Si guerre- ros niios, vengad á vuestros hermanos, vengad á mi padre, y... vengad á mi corazón.

Si, si, venganza gritaron todas aquellas ordas semi sal- vages.

Zobeiba no pudo decir mas.

Al pronunciar sus últimas palabras se llevó ambas manos al corazón como si sintiera que se le desgarraba, y tras una carcajada histérica y vibrante, al par que se debilitaba esta, cerraba sus ojos, hasta caer inanimada en los brazos de Jafar.

Por un momento. reinó en el bosque una confusión espan- tosa.

Todos gritaban, lodos blandían sus armas, y ninguno se entendía.

Un nuevo incidente vino á llamar la atención general.

Un rumor semejante al vuelo de un pájaro, cruzó por el espacio, y una flacha disparada por una mano certera, fué á clavarse en el pecho de Jafar.

Este arrojó un gritó y cayó al suelo arrastrando en su caida á Zobeiba.

Apenas los que estaban cercanos á él, repararon en el asta de la flecha, se alejaron con un terror espantoso, y esclamaron: El invisible!. ..

Y aquella palabra, al circular de boca en boca, llenó de pavor á todos los presentes.

Los mismos Kabos no fueron capaces de ocultar un movi- miento de asombro muy parecido al miedo.

En esto se sintieron crugir las ramas de los árboles, y un ginele apareció en la entrada de la plazoleta.

Su caballo era negro como la noche.

El ginete era de una altura mas que regular, y una piel de tigre colgaba sobre sus hombros.

Ütí ESPAÑA. 557

Nada llevaba éñíá cabeza: su negra cabellera flotaba al viento.

. Pendiente la silla de su corcel, llevaba una pesada maza de hierro, y en su mano izquierda so veía un arco, mientras que en la derecha llevaba una flecha con el hierro háclaarriba.

Verlo los rifí'eños, y sin distinción de clases, echar á correr en ei mayor desorden, todo fué cos'a de un momento.

La plazoleta quedó completamente sola.

El terror que habia causado tanto á los gefes como á los wSiib- ditos, no les dejó tiempo para pensar en la suerte que les estaba reservada á Jafar y á Zobeiba.

Asi que el desconocido se vio solo, se acercó á la joven, se bajó de su cabalgadura, y arrojándola una mirada de indeüni- ble espresion, la agarró en brazos, volvió á cabalgar, y des- apareció del bosque.

6S

538

EL IIONOH

CAPITULO KXXIX

Coítiimbres de los Riffeños. Sara y Sidy-Moliamet.— Benjamin. Tres htirinanos y dos hermanas. Abdel-Abbás vuelve de Mequinez. [.os

tercios vascongados.

I.

iGuiENuo nuestra marcha, de dar á co- nocer á nuestros lectores todos los de- talles, todos los datos y todos los cono- cimientos posibles del pueblo con que estamos luchando y de las diversas ra- zas que habitan en sus montañas y que plantan sus tiendas junto á los oasis.de los desiertos, seguire- mos tomando de las memorias del ayudante Alvarez algunas descripciones de las costumbres y de los usos de los riffeños.

Hay pueblos asi como hay hombres que permanecen para la generalidad, mitad en luz y mitad en sombra.

Aquellos por estar cerrados cumpletamente al trato de las demás naciones".

DE ESPAÑA. 559

Estos por haber vivido en épocas diferentes, por haber sido mal comprendidos entre sus contemporáneos, y mal juzgados por sus sucesores.

ivnPe los primeros, Marruecos ha sido indudablemente el mas atrasado y el menos conocido.

De los segundos, el Dante, Quevedo, D. Pedro el Cruel, D; Alvaro de Luna y otros no comprendidos en su época, tam- poco lo han sido en la nuestra.

Todo cuanto de Marruecos se dice, todos cuantos viagos se han escrito, cuantas costumbres se han indicado y cuanto respecto á la situación topográfica se ha dicho, nos has pare- cido siempre demasiado aventurado, pues indudablemente es la nación que menos se ha prestado á las observaciones del viagero ni á las noticias del historiador.

Únicamente del "Riff tenemos datos seguros.

Estos los debemos á la desgracia del ayudante Alvarcz. <• fDe su autenticidad podemos responder á nuestros lectores, pues las continuas luchas que en esa parle han sostenido nues- tros soldados, y las mismas noticias suministradas por los con- fidentes que entre aquellas Kabilas teníamos, nos aseguran al par la veracidad de las referidas memorias. -noflé aquí lo que respecto á los casamientos entre los riífeñes nos dice el citado Sr. Alvarez, describiéndonos la boda del gefe de la Kabila de Benisidel

«A eso de las diez de la mañana se hallaban reunidas unas 60 personas de ambos sexos alrededor de la casa de Sidi-Mo- liamet, eran los convidados á la boda y se iba á comenzar la fiesta.

Dio principio por un baile al son de varias panderetas, ha- ciendo nuidanzas al comenzar el canto, los que no bailaban re- corrían el campo con grandes alaridos y haciendo evoluciones

$40 RL HONOR

;'i manera de simulacro, disparando sus trabucos y espingardas al hacer ciertas vueltas y revueltas. i- ' ' ^ "

De un olivo pendía um vaca desollada, de la cual cortaban í?randes trozos algunas mugieres, echándolos k cocer en una enorme' caldera. Sidi-Mohamet, el héroe de la fiesta, acudía k todas partes con solícito afán. Sus dos muíreres con risuefio semblante, por mas que les fuera desap:radable la venida de su rival, asistían á la función, bailaban y reian, al parecer con la mayor indiferencia.

Al propio tiempo, en casa de la novia, á una media le^^ua de distancia, se repetían las mismas escenas.

Sobre las cuatro de la tarde avanzó una comitiva, trayendo á la novia montada en un caballo, cuya brida llevaba una ne- gra, joven y no mal parecida. Avanzó por su parte la comitiva del novio, haciendo descargas cerradas unos y otros. Al encon- trarse en un repecho del camino hicieron alto, se saludaron y volvieron todos juntos en dirección de la casa de Sidi-Mohamet.

Este llevando ásu derecha á AlvarezjBe adelantó á su ver. hasta encontrarse con su prometida que entró á caballo hasta dentro del zaguán. Sidi-Mohamet le cogió en brazos y la subió al torreoncillo donde la esperaban varias raugeres encargadas de obsequiarla; descendió en seguida y continuó entre los con- vidados.

Una hora después se sirvió la comida de los moros, apar- tándoles una ración á Alvarez y los demás prisioneros. Un solo plato componía la comida, y este era el alcuzcuz tan famoso entre los moros. Consiste este en harina, á la que echándole cierta cantidad de agua hacen una especie de masa suelta á la manera de cañamones; colocan después esta masa en una olla cnyo fondo está lleno de agujeritos pequeños, y al vapor que otra olla llena de agua le van dando vueltas hasta que so tuesta: le hechan después en un barreño y sobre el colocan pedazos de carne cocida, huevos duros, gallinas cocidas y pellas suellns de manteca.

"Colocaron después varios barreños en el suelo, y i su alre- dedor los moros sentados también sobre la verde alfombra,

dieron principio á la comida, sacando con las mismas manos, ya un tasajo, ya un puñado de alcuzcuz. Cuando se les queda algo entre los dedos ó la barba lo sacuden dentro del barreño y siguen comiendo tan impávidos. Aquí y allá habia caldere- tas con agua de la que bebian de cuando en cuando.

Sin mas postres ni adherentes á estose redujo la comida de boda del gefo principal de una de las mas famosas kabilas del Riff.

Las mugeres en corros aparte con la novia, comieron á su ^^ez de] alcuzcuz sin juntarse nunca con los hombres ni antes ni después de la comida. Ni pan hubo en ella, porque se sa- prime cuando, solo en las grandes festividades, comen alcuzcuz. ' El pan de los riffeños puede presentarse á un minero como tfr? trozo de minera!, seguro de que hasta un severo análisis íe juzgará salida de las entrañas de la tierra, y aun después de analizado no creerá que es pan por mas que se lo digan. Si en una porción de tabaco rapé nfegro se echa un puñado de broza; tierra y pajillas imperceptibles, lo que resultarla de esta masa después de endurecida al fuego se confundirla con un trozo de pan de los riffeños. Consta este de malísima cebada guardada diez ó doce años en excavaciones que hacen en la tierra, de- jándoles una boca estrecha que tapan con una piedra y escon- den después echándole maleza encima y otros objetos. Esta ce- bada la muelen á mano entre dos piedras y sin sacarla el sal- vado y tal como sale, la amasan y cuecen.

Las comidas ordinarias de los riffeños consisten en horta- lizas, unas veces crudas/ otras cocidas/ sin que para ella*» tengan jamás horas determinadas.

Terminada la comida de los novios continuaron %s bailes y las descargas, hasta que venida la noche se retiraron los convidados á sus casas; la novia se encerró en la torre con al- gunas mugeres, y Sidi-Mohamet se echó sobre una estera en el cuarto de Alvarez, entre este y los demás prisioneros, y al- gunos moros que los guardaban.»

542

EL HONÜU

III

í^especto á los enlierros, funerales ó ceremonias que hacen ¡os pifíenos vamos á dar á nuestros amables lectores la des- cripción que el señor Alvarez, hace de uno que presenció.

((Estaba la mañana tranquila, la temperatura suavg, y el aire embalsamado por el tomillo y las flores silvestres que ere- cen por aquellos campos convidaron á tan agradable esparci- miento. Alvarez apoyado en el brazo de Olivares y sostenién- dose con trabajo dejó la casa de Sidi-Mohamet, y se dirigió por una cañada adelante. Hablan andado como unos cien pasos, cuando vio con sorpresa atravesar por su inmediación una muía con una eslraüa carga: miró atentamente sorprendido, y pu- do cerciorarse de que no le engañaban sus ojos. Era un hom- bre muerto atravesado sobre la muía, boca á bajo y sujeto por una cuerda desde los pies á la cabeza. •—{Que es estol preguntó á Olivares. Es un muerto que llevan á enterrar. Esos hombres que caminan al lado del cadáver son sus parientes y amigos. Si- gamos y verá V. la ceremonia.

Siguieron efectivamente tan lúgubre y estraña comitiva hasta un sitio que se veia salpicado aquí y allá de enormes piedras colocadas sobre montones de tierra. Este es el cementerio, dijo Olivares.

Dos de aquellos hombres se ocuparon en desatar y descar- gar el cadáver; algunos otros practicaron un hoyo como de una vara de profundidad, y los restantes contemplaban la ce- remonia derramando lágrimas.

Traían el cadáver desnudo y envuelto en un lienzo blanco; colocándole en el fondo del hoyo de medio lado y mirando á Oriente, y lo cubrieron de tierra.

Colocados .después en fila sobre la sepultura, se descalza- ron, y con el rostro hacia Oriente, levantaron dos ó tres veces

DE ESPAÑA. 545

las manos al cielo, se arrodillaron, besaron el suelo, volvieron á levantarse y á alzar las manos, diciendo por lo bajo sus ora- ciones; hecho lo cual, caminaron en silencio la vuelta del ca- mino que hablan tenido.

No es grande la diferencia, dijo Alvarez, entre este m^do de enterrar y el de nuestro pais.

No, ciertamente, pero todos los entierros no son iguales. k ios que mueren naturalmente, después de lavarles bien el cuerpo, se les entierra como V. ha visto; pero si mueren á ma- nus de los cristianos, se les coloca sin lavar y con la misma ropa que traen encima, llevando á la sepultura hasta la tierra bañada en sangre si la encuentran al lado del cadáver. De este modo creen que al cielo tal y como murió en la tierra en defensa de Mahoma. Si ahora quiere V. ver el duelo, sigamos los pasos de esos moros.

Media hora después llegaron detras de la comitiva á la puerta de la casa del difunto.

Al sentirles venir varias personas que se hallaban dentro, fneron saliendo á la puerta, y abrazando uno después de otro á los de la comitiva, dando grandes gritos y derramando abun- dantes lágrimas. Las mujeres, parientas del difunto, se araña- ban atrozmente ¡as caras hasta cubrírselas de sangre. Hicié- ronles entrar después, y colocando en el suelo un gran barreño de alcuzcuz para los hombres y otra parte para las mujeres, comieron unos y otras, olvidando su dolor por aquel rato. A esto se reducen los duelos y funerales de los riffeños.»

IV.

Lindando con las kabilas del Kalaya, se encuentra la gran kabila díí Benicinisera ([ue como también eslraña, como tam- bién bravia y como también independiente del sultán, croemos m disgustar á nuestros lectores con d.rsela á conocer.

Al mismo tiempo, como prueba del salvage absolutismo que

544 LLUONUB

reina entré todos aíjuellos liLaniielos del suelo africano, Irans- ciibireuios lo que al Sr, Alvarcz contestó el gele de la kabila de Hcnisidel respecto al Moskamdeiu de la de Benicinisem.

«Una esleiision de 20 le^^uas ocupa esta kabila. ,. Su población y territorio equivalen á 45 de las demás ka" bilas ordinarias de Marruecos, lislá mandada en ¿^efí^ por Her- jaob-Maimon, y es independiente del emperador, si bien le pa¿a sus contribuciones con mas regularidad que las demás ka- bilas independientes. ilerjacli-Maimon, hombre valiente y de algún genio miiiLar, tiene en cierto modo organizada la gente de guerra, y reúne hasta 15,000 caballos siempre que las cir- cunstancias lo requieren. Esta fuerza, superior en número y organización á la que pueden presentar las demás kabilas iiiúependientes reunidas, á Herjach-iMaimon una supe- rioridad ostensible, y le hace arbitro y señor de todo aquel ler- ritoi'io.

No se mezcla en ninguna de ias cuestiones de las cinco ka- biías de Kalaya^ pero cuando las destrozarse en guerras in- teslinas, ias hace saber su desagrado, dirime la contienda, y lermina en un punto las guerras mas encarnizadas. A este po- der debe las delicadas atenciones con que la trata el empe- lador, que no sou bastante, sin embargo, á inspirarle la con- íiúiiza de ir a su corte, temeroso de que echándole mano, le hiciera pagar con ia cabeza su amor á la independencia.

En ios casos estreñios, cuando el emperador no puede salir con algún intento, recurre á Herjach-Maimon, á quien siempre encuentra propicio y dispuesto á dejarle airoso en la demanda. El modo singular con que pelea esta tribu, es digno de te- nerse en cuenta. Levanta en masa todo su pueblo, las fami- lias enteras con sus efectos y ganados de todas especies, y los traslada al cam,)ü de batalla, que procura sea siempre en territorio enemigo. Cada familia planta ailí la tienda que le servia de morada en su tierra; echan á pacer sus ganados, y unos y otros viven del merodeo y á costa del enemigo. Al propio tiempo Uivide-eii trozos su numerosa caballeria; coloca convenientemente la infanleria y ataca y destroza cuanto se

DE ESPAfíA. 545

pone por delante. En época no muy remóla venció á las tro- pas del emperador en el territorio de Benisidel.

Apremiado el emperador por e! gobierno español, y desai- rado por las kabilas del Rifí, < envió segunda vez á sus sol- dados con un alcaide de su guardia negra, lioinbre duro de condición de mucho prestigio ea las kabilas. Desairado se- gunda vez, recurrió á Uerjach-Maimon, (jue envió un emisa- rio con unacarla de ocho líneas a las cinco kabilas para ([ue se presentasen sus gefes en su territorio con el íin de coníeroiiciar subre asuntos de suma importancia. La desconíianza preside en todas las deliberaciones de los moros, y como la {)rimcra demostración de un enemigo es cortar la cabeza a su contra- rio, temieron acudir al llamamiento, y respondieron con efu- gios y pietestos. Herjach-Maimon, entonces haciendo alarde de su superioridad, entró en el territorio de Mazuza acompa- ñado solo de 10 hombres: entregareis, les dijo, los cristianos al emperador antes de ocho dias, ó de lo conlrario, preparaos á la guerra. Ninguno de los gefes se atrevió á suplicar, y iier- jach-Maimon, picando los hijares de su caballo, desapareció entre una nube espesa de polvo.

Para venir en conocimiento de ¡a brutal tiranía que ejerce el poderoso sobre el débil, vemos áSidi-Mohamet engalanar- 86; coger sus mejores armas y el caballo, siempre que cual- quier negocio le llamaba á alguna kabiia, que creia inferior, ó por lo menos igual á la suya, y ahora al recibir el aviso üe líer- jach-Maimon, á quien deberla ver en el territorio de Mazuza, atribulado y confuso se pone su peor veslimenla, y con una espingarda vieja se dispone á marchar á pie.

¡Como! Le dijo Alvarez admirado; ¿pues no vas á ver al poderoso Ílerjach-Maimon?

Si, respondió Sidi-Mohamel, avergonzado.

—¿Pues cómo no te pones la mejor ropa y montas á caballo?

—Porque si Herjach-iMaimon ver que yo tener mucho, cor- tar cabeza; y salía paso á paso á caminar dos leguas hasta el punto de la cita.

69

546 EL HONOR

Nuestros lectores recordarán que al mismo tiempo que Sara salía tie Mequinez escoltando en una litera á la amante de Zelln por otra puerta de la misma ciudad salía un grupo de 200 gí- netes de la guardia negra.

Sara con su comitiva corrió sin descanso durante todo el dia.

Ni una sola vez dirigió la pilabra á la desventurada Zaard.

Esta entre tanto sentía oprimírsele dolorosamenteel corazón.

Había amado á Zelai en un cariño inmenso.

Su desventura ó mejor dicho su belleza la había conducido al harem de xei-ife marroquí.

Mii veces había maldecido aquella hermosura que la había hecho desgraciada.

Al principio creyó que presto seria sacrificada al deseo de su Señor.

Pero pasaron los dias y ni el Señor iba á ver á su esclava, ni el geie de los Eunucos entraba á avisarla que el Emperador deseaba verla.

La poDre no sabía al precio que había comprado su amante la conducta que Sidi- Mohamed observaba con ella.

Aquella generosidad ia había sorprendido y rogaba al Se- ftor porque continuase siempre.

Por que Zaard amaba á Zelím con toda la fuerza de su alma.

Y ya que su desdicha la habia conducido al serrallo no de- seaba mas si no (lue su sacrilicio se dilatase todo el mas tiempo posible.

Y aunque sacrificara su cuerpo conservaría siempre para su amante la virginidad de su alma.

Y pasaron los dias, y Zaard se acostumbró ya con la indi- ferencia de su dueño y había abrigado la esperanza de que este se había olvidado de su existencia.

DE ESPAÍÍA. 847

La visita de Sara vino á despertarle de aquel sueño de me- lancólica felicidad que disfrutaba.

Y cuando después de su visita recibió la orden de prepa- rarse para marchar, comprendió su desgracia en todo lo hor- rible que era.

Habia oído decir que el sultán acostumbraba á pagar todos los servicios de sus generales, dándoles por esposas algunas de las mujeres de su harem.

En Sara vio uno de estos y su dolor no tuvo límites.

Comprendió la suerte que le esperaba, y á través del velo que la cnbria, se podían ver las lágrimas que derramaba.

Sara nada habia hecho para calmar aquella pena.

Cabalgando airosamente en su corcel negro como el ébano; sus ojos, solo se fijaban anhelantes sobre el camino que se es- tendia ante su vista.

También algunas veces las dirigía hacia la espalda con in- quietas y recelosas miradas.

Sin embargo se pasó el dia sin ningún incidente notable.

A la entrada de la noohe se hablan alejado de Mequinez lo suficiente para poder descansar sin graves recelos.

A la entrada de un bosque hizo alto la carabana.

El kelnr ó guia que llevaban, les indicó aquel sitio como el mas á propósito para pasar la noche.

Una tienda que iba liada sobre unos camellos que condu- elan las provisiones, se alzó en un momento, y formando semi- círculo alrededor de esta, se pusieron todas las demás.

En la primera penetró Zaard y la otra esclava que habia salido del harem del sultán marroquí.

Allí permanecieron algún tiempo solas.

Zaard llorando la suerte que la esperaba.

La otra esclava acostumbrada ya y resignada con su suerte, esperaba tranquila el resultado de aquel cambio de señor.

Entretanto Sara inspeccionaba cuidadosamente su pequeño campamento, vigilaba todo, y daba las disposiciones necesarias para pasar la noche con toda seguridad posible.

Hecho esto, se dirigió á donde estaba la amada de Zelin,

548 KL HÜNOK

Comprendió cuanto habia sufrido y tenía necesidad de con- solarla.

Alzó el lápiz (|ue cubría la puerta, y dirigiéndose á las dos mujeres, las dijo:

VI

Ya es tiempo c'e que sepáis la suerte que os espera, y si durante el dia, no os lo he dicho, ha sido porque entonces no me convenia que lo supierais. Tú, prosiguió dirigiéndose á la esclava, has encontrado conmigo tu libertad. En cuanto llegue- mos á mi casa, serás mi hermana si quieres, ó te conducirán donde mejor te parezca.

—¡Oh señor! contestó la esclava. Lo que quieras será m' voluntad.

Y en cuanto a ti; dijo Zelin á Zaard, no me es posible de- cirte lo mismo, hay una voluntad superior á la mia que. . . .

¡Señor, ten piedad de mí! Se apresuró á interrumpirle la amada del hermano de Alberto, cayendo de rodillas ásus pies.

Alza del suelo y déjame concluir, la dijo la hebrea. amas y eres amada de un hombre, á cuyo hermano amo yo con delirio.

¡Tú! dijeron á la par las dos mujeres con un acento mar- cado de sorpresa.

fíííi+H-Sí, aunque me veis vistiendo este traje, soy mujer y mu- jer que ama como no sabéis amar vosotras ¡hubieras hecho nunca por tu Zelin lo que yo he hecho por mi Alberto! Ah! vo- sotros no sabéis mas que consumirosencerradas entre las paredes de un harem, sin que jamás se os ocurra el medio de partir el corazón á viuístro tirano para huir en los brazos de vuestro amante.

Pero. . .

Escuchadme y me co-mprendereis mucho mejor.

Mas ni Zaard ni la esclava pudieron escuchar lo que Sara

DE ESPAÑA. 549

iba á decirles, porque un incidente, que según el modo con que se anunciaba, había de ser bastante serio, vino á interrumpir su conversación.

Algunos gritos seguidos de algunos tiros, y tras estos una algazara inferna!, se dejaron oir á muy corta distancia, ha- ciendo que Sara empuñase con la mano izquierda una pistola y con la derecha desnudase su corbo yatagán.

Dirigióse hacia la puerta, poro retrocedió instantáneamente. En ella aparecieron diez ó doce vookans ó soldados de la guardia negra, y al frente de ellos el Caid que vimos salir de Mequinez. Ríndete, principe, dijo este, dirigiéndose á Sara. ¿Y quien eres tú, preguntó para imponerme condiciones? Soy un enviado úA infalible, del poderoso sultán de Mar- ruecos y al que he jurado conducirte á su presencia en compa- ñía de esas dos mujeres.

¿Y no sabes que yo soy el príncipe de los Huled-Ben- Jassí, y por lo tanto independiente de tu emperador?

Vamos, príncipe, menos palabras, y déjate conducir sin resistencia.

La coníeslacion de Sara il:a á ser disparar su pistola sobre el Caid; pero éste que no perdía de vista ninguno de sus mo- vimientos, se lanzó sobre ella y le arrancó el arma antes de <|ue pudiera dispararla.

La hebrea se resistió tenazmente hasta (¡ue abrumada por el número, no tuvo mas que resignarse á caer en poder de sus perseguidores.

Presa Sara, la resistencia desús soldados se debilitó, y es- capando los que pudieron, acabó la refriega.

A los pocos instantes Sara, Zaard y la esclava, eran con- ducidos hacia Mequinez, escoltadas por los 200 gineles de la guardia negra.

550

%l HONOR

VIX

Sabido es que niieslros presidios de África han sido los que mas han surtido de renegados al imperio marroquí.

Soldados de Meh'lla y Ceuta, reos de fallas que merecian castigo» ó bien confinados en los presidios, trataban de buscar los unos la libertad y los oíros el evitar el castigo que les aguardaba pasándose al campo de los moros.

Pobres insensatos! que creían hnllar tal vez la felicidad, en la tierra donde solo encontraban el desprecio, el aislamiento y á veces la muerte.

Oigamos lo que sobre este particular dice un escritor con^- temporáneo, refiriéndose á una carta escrita por un viagero co- nocedor del pais.

«Los renegados no gozan en Marruecos de bastante conside- ración, para poder, como suponen algunos, jugar el menor pa- pel ni tomar parte importante en la guerra que sostienen hoy los moros contra España.

Apesar de su adjudicación, y por muchos qi e sean sus ta- lentos y su educación, no obtiene nunca ningún renegado el mas pequeño mando militar, tanto por el desprecio en que vi- ven, como por la desconfianza que inspiran en un pueblo su- mamente suspicaz, que adivina muy bien los motivos que han impulsado á estos malos cristianos á abrazar una nueva reli- gión que están dispuestos á observar tan mal como la primera.

Los renegados forman una corporación en la cual todas las naciones se hallan representadas; pero .ín donde figuran principalmente los franceses y los españoles, desertores los unos de los cuerpos disciplinarios de la Argelia, y escapados los oíros de los presidios de Melilla y Ceuta.

Pertenecen nominalment^ al cuerpo de Tobidji ó sean arti- lleros del sultán; pero en muy raras ocasiones se les confian cañones, ni aun fusiles, y mucho menos para enviarlos contra

DE ESPAÑA. ' 551

tropas europeas, por temor de que aprovechasen tan buena ocasión para comprar sii perdón y buscar en la deserción los medios de volver al mundo civilizado.

Generalmente no se permite á los renegados el permanecer en las ciudades del liioral; suelen residir en Fez, en Mequinez y también en otros puntos del interior, en donde el emperador tiene guarnioiones destinadas á rechazar las continuas escur- siones de los bilves y de otras indómitas tribus del Atlante.

El sueldo que reciben es tan exiguo, que se morirían de hambre, si esto fuera posible, en un suelo tan feraz como el de Marruecos; pero viven sumidos en ia mayor miseria y en un estado de cautiverio continuo, puesto que un castigo de cien palos á lo menos, espera á los que se encuentran fuera del punto designado para su residencia.

De todo esto se deduce que si hay algunos renegados entre los moros que están al frente de nuestras tropas, serán en muy corto número y sometidos á una vigilancia, que desde luego tratarán de burlar en la primera ocasión para salir de ia mise- rable condición á la cual están sentenciados.

VIII.

Al hablar de los moros del lliíf, dijimos que cuando estos usan rosario, anteponen á su nombre la palabra Escar.

Del mismo señor Hotondo tomamos también algunas noti- cias respecto á esto y á las oraciones que rezan en sus mez- quitas.

«Hase dicho repelidas veces que nuestros soldados habian encontrado en el c impo de batalla varios rosarios: bueno será instruir á nuestros lectores sobre el particular. Los moros usan rosarios, cuyas cuentas en número de ciento son, según los recursos del dueño, de diferentes materias, pero mas comun- mente de raíz de boj ó de ébano, lül moro creyente apenas

552 EL HONOR

suella su rosario, y no deja en todo el dia de repelir entre dien- tes en voz monótona, y queda la fi'as;» que constituye su prin- cipal oración.

Ademas de estos rezos, el moro tiene obligación de ir á la mezquita cinco veces al dia: la primera, á las dos de la madru- gada; la segunda, al amanecer; la tercera, al mediodía; la cuarta, á las cuatro déla tarde y la última á las siete; pero apesar del entusiasmo que profesan por su religión, y esto no debe admirarnos en atención á lo exigente del precejjtu, son pocos los que cumplen exactamente con estos deberes, y po'" eso no suelen estar muy concurridas las mezquitas.

En estas no se encuentran imágenes ni adornos de nin- guna especie; pero hay gran número de lámjjaras, en medio de las cuales se coloca el santón para pronunciar en alta voz los versículos del Koran, que ios circunstantes repiten imi- tando la entonación y los gestos del que está olicianüo. Como no se conocen en Marruecos las campanas, hay mezquines ó sacerdotes encargados de señalar la hora de las oraciones, su- biendo á la torre de la mezquita y agitando un banderín co- locado en la punta de un palo. ííecha esta señal, se vuelve el mezzuin hacia el Sur, donde se halla la Meca, y poniéndose los dedos en los oídos, grita con toda la fuerza de sus pulmones: Dios es Dios y Mahoma es su profeta^ repitiendo después estas palabras en las demás direcciones.

De esta manera sabe el público la división del tiempo, puesto que los pocos relojes que existen en el país , se hallan sola- mente en las principales mezquitas de las grandes poblaciones.

Las mezquitas subalternas repiten la señal uada por la primera, y entonces acude cada cual a la que le merece la preferencia. Al entrar todos se descalzan, besan la tierra, y lavan la boca, la nariz, las orejas y la planta de los ¡)ies, con cuya operación creen puriíicarse y redimir sus pecados.

Durante el tiempo que permanecen en sus templos, .senta- dos en unas esteras, no se atreven á toser ni á escupir, y no hablan con nadie, á no ser en un caso de estrema necesidad.))

DE ESPAÑA. 553

IX

¿Qué había produciílo la estrarla resolución de que ei em- perador de Marruecos quisiera tener en su poder no solamente á Zaard, sino también á Sara?

Reservando para mas tarde dar á conocer á nuestros lec- tores la causa que habia producido aquella resolución, vamos á seguir á los prisioneros hasta el palacio de S. M. Xeriffiana. Conducidos por el gefe de la guardia negra, llegaron áMe- quinez.

Sidi-Mohamet se paseaba apresuradamente por Su óohba. En su rostro, contra la costumbre general, se advertía una mezcla de cólera y deseo imposible de espresar.

Por dos ó tres veces llamó á sus oficiales, y por dos ó tres

veces volvió á despedirles sin haberles dicho para qué los queria.

Por fin, no pudiendo dominar su impaciencia por mas

tiempo, volvió á llamar, y un moro se presentó en la puerta de

la estancia.

Qué desea el infalible y poderoso emperador de Mar- ruecos?

Que vayas inmediatamente al mírab de la Alcazaba, y tan luego como distingas los bokaris que salieron ayer tarde, ven- gas á avisarme. ¿Y no mandas nada mas á tu siervo? Si: trata de ver si vienen con ellos el principe de los Huled-Ben-Jassi y la litera donde iban las raujeres que le re- galé. Cuenta con no engañarme porque pudiera costarme la vida el no haber fijado bien tu vista. Vete.

Tras esta brusca despedida, so alejó el musulmán de la es^ tancia, y ei sublime emperador volvió á su impaciencia y á sus paseos.

Y transcurrieron algunas' hofras. r «

Y algunos altos funcionarios del imperioí qíFe'ténláti'á íratar

70

554 EL HÜISOR

con su Señor délos asuntos de la guerra, tuvieron que espe- rarse en las habitaciones esteriores, porcjue S. M. marroquí no se hallaba en estado de tener consulta alguna ni de tratar otros asuntos (pie no fuera el referente á su pasión ó mejor dicho á sus deseos.

Solamente cuando sintió que Zaard se alejaba de su lado, fué cuando comprendió que sino amaba al monos entre sus go- ces, había un vacío que no llenaba mas que la posesión de aquella mujer.

Añadido á esto otros incidentes que ocurrieron todos refe- rentes al mismo obgeto, aunque con el variante de haber otra mujer mezclada en la cuestión, hicieron que el sultán diese la orden que ya conocen nuestros lectores.

Las horas que transcurrieron le parecian cada vez mas lentas.

Hubiera deseado que la orden que dio para prenderlo, hu- biera podido efectuarse en el acto.

Pero como el príncipe ó mejor dicho Sara y su comitiva llevaban buenos caballos, y les convenia cuanto antes alejarse, retardó mucho mas su captura.

Por fin se presentó otra vez en el cobba el comisionado para avisar su llegada. ¿Vienen ya? le dijo el emperador en el momento de verlo. Ahora mismo acaban de entrar en la ciudad, Poderoso Señor.

Está bien. En cuanto lleguen, que entren. Salió el musulmán y no se hizo esperar uiucho la llegada de los que habla anunciado.

Alzóse el tapiz que cubría la puerta de la estancia, y se pre- sentó encella el oficial de los bohans acompañado de Sara.

Una esclaraacion de alegría se exáló de los labios de Sidi Mahomel.

Señor, aquí tienes al principe que me encargaste Iragera A tu presencia. Y en cuanto á las mujeres que le acompaña- ban, esperan tus órdenes en la puerta del Al-cassar. jíií-rHas cumplido íielmente con tu encargo, y estoy satisfecho

I)B ESPAÑA 555

de tu celo. Las mujeres manda que las lleven á mi harem, y vete á esperar mis órdenes.

El oficial se contentó con hacer una profunia reverencia, y tras ella se marchó á cumplir la voluntad de su dueño.

X

Sara y Sidi-Mahomet quedaron solos en el cebba.

Durante algunos momentos no se digeron ambos ni una pa- labra.

El Xerife miraba con una figeza espantosa á la hebrea

Esta en cambio fijaba su mirada de águila con una espre- sion tan intensa, que le hacia bajar los ojos.

Ya estás en mi poder, principe, le dijo Sidi-Mahomet con un acento de ironía punzante.

Y ya he tenido ocasión di conocer una de tus traiciones, sultán, le contestó Sara con infinito desden.

No sabia yo que las mujeres de tu raza supieran cam- biar tan perfectamente de sexo.

—Ni yo que ios emperadores de la tuya fuesen tan perju- ros y tan miserables.

jPor Alá!... gritó exagerado el Xeriffe, llevando la mano á la empuñadura de su gumía.

Iliere, le dijo la hebrea, con un desprecio indescriptible, no seria el primero ni el último de tus crímenes.

El sultán estaba petrificado.

Aquel proceder, aquel modo de ser tratado, le asombraba y no podía darse cuenta de lo que sentía.

Una mujer, el ser mas débil de todas las sociedades civi- lizadas y el mas despreciable entre los musulifianes, era el que tenia la audacia de despreciarle é insultarle en su propio palacio.

Por dos veces quiso hablarla, quiso castigar su insolencia; pero sus miradas se encontraron con unas pupilas ardientes

556 EL HONOR

que irradiaban de una manera lal, que era imposible resistir el fulgor sombrío (jue despedían.

Pasaron ali^unos momentos en silencio.

Al cabo de ellos, con voz no muy segura, dijo el sultán: Mira, mujer, has hecho conmigo lo que nadie hasla ahora se ha atrevido hacer, me has hablado con un lenguage que hu- biese costado la vida al mas alto de sus subditos, k te lo he tolerado porque hay en un no qué especial que me fas- cina, que me subyuga, y que ni aun me hace dueño de mi misma voluntad. Por esta razón es necesario que seamos

amigos.

1 Nunca 1

Por qué.^

Porque no podemos serlo, por que de ti á mi hay una distancia inmensa.

Es que esa distancia puedo acortarla yo.

Para eso falta mi voluntad.

Pero yo te amo.

Y yo nunca podré amarte.

Es que yo tengo medios para hacerte que cedas.

Y yo la fuerza necesaria para arrancarme el corazón antes que llegue ese caso.

Es que yo en mis dominios soy el amo, soy el Señor ab- soluto, lo entiendes?

Y yo de mis amores soy la señora.

^M-Yo te colmaré de riquezas, serás la reina de mi harem.

Y yo desprecio tu reino lo mismo que tus riquezas y lo misuio que tu corazón.

—Mujer! dijo colérico Sidi-Mohamet. Piensa que estás ha- blando con el poderoso sultán de Marruecos, con el poderoso Xeriffe. ' ! i' '^' ^.:h

Y no olvides' ■que' estás hablando con la hija del joyero de Mequinez.

E! efecto de estas palabras fué maraviilloso. Una transformación estraña se operó en el semblante dej emperador.

DE ESPAÑA. 557

Su morena tez empalideció de un modo que causaba horror. Sus íabios se agitaban convulsivamente. Fijó sus asombrados ojos en la hebrea y murmuró algunas palabras ininteligibles.

Entre tanto Sara dejaba caer sobre él aplomo su triunfa- dora pupila.

Por entre sus labios vagaba una : onrisa de cruel satis- facción.

Representaba la imagen fiel del ángel caido gozándose en los tormentos de la humanidad que sufre.

Te acuerdas de Rebeca acaso? Le preguntó acentuando fuertemente cada una de sus palabras.

Calla, no repilas ese nombre, dijo Sidi-Mahomet con una agitación estraordinaria.

¿Tienes miedo, ó es que sientes en tu corazón el remordi- miento de tu proceder infame? <;¥ eres el emperador á quien llaman justo, ol hombre á quien adoran millones de subditos y estás temblando delante de una mujer?

Oh! la fatalidad se conjura contra mí, dijo con acento an« gustiado el sultán.

No es la fatalidad, son las acciones del pasado que vienen á; reprocharte tu presente; son los crímenes que llevan tras el castigo. ¿Te acuerdas de la batalla de Ysly?

Calla mujer: dijo el XeriíTe cubriéndose los ojos como si (juisiera no ver un fantasma sangriento.

Me has de escuchar, tengo necesidad de que oigas mis palabras y de que caigan en tu corazón como gotas de hir- viente plomo que te causen el remordimiento en tu presente y la amargura en tu porvenir. La víspera de atjuelia batalla tese presentó uua mujer á quien habías robado la honra, á quien habías hecho criminal y á cuyo esposo habías asesinado porque era un obstáculo para tus deseos.

—En el nombre del santo Profeta te ruego que calles. No comprendes lo que estoy sufriendo?

Ya te he dicho que necesito (jue me escuolies y me has de escuchar. Tu sufrimiento de hoy no tiene comparación con el

^^^ ei HONon

quo tendrás mañana. Tu abusaste indignamenle de aquella mujer v la despreciaste después de haberla envilecido. Anueila mujer te amaba, te amaba con un cariño delirante, con un amor frenético, desesperado. Por donde quiera que fuiste, le •siSu>o aquella mujer. La víspera de la batalla de l^slv cele- braste una reunión con todos los oliciales, en la cual les pre- sentaste todo el plan de la acción que hablas de dar el dia si- guiente. Ella lo escuchó todo, y cuando quedaste solo, penetró en tu tienda; como siempre te pidió tu amor v como siempre lo despreciaste, te suplicó de rodillas v en tu furor insensato la repeliste tan bruscamente que su cabeza chocó con- tra unos palos de la tienda, y la sangre corrió por su rostro tnlonces juró vengarse y se vengó. Burlando la vigilancia tle tus tropas, salió aquella noche de tu campo, se fué al de tus enemigos y al dia siguiente tuviste la derrota mas completa que cuentan los anales marroquíes. .,„

Mah¡met"^ '■«'="e'"<les aquel dia, dijo interrumpiéndola Sidi

—A aquel dia se siguieron muchos, aquella mujer tan ar- diente para amar como para aborrecer, te fué preparando ene- migos para el dia en que subieras al trono. Ella no ha podido ver el resultado de su obra: murió, pero su venganza quedó en muy buenas manos, y los resultados son v prometen ser aun mucho mejores.

—Calla, volvió á repetir el sultán con un acento en que se hallaban mezclados la cólera y el miedo.

—Ni tu cólera me asusta, ni tu amor me enorgullece ni tus terrores conseguirán inspirarme compasión. Estas en una guerra con una nación que te ha demostrado lo que puede los franceses tratan de introducirse poco á poco en el corazón de tus reinos, la Inglaterra te tiende una mano de amigo y te .saquea con la otra de mercader; tus pueblos te temen%ero le detestan.

—Silencio! repitió el Xeriffe acreciendo su furor. —Multitud de tribus te se están declarando independientes lu tesoro se quedando exauslo con los inmensos gastos queJ

DE ESPAÑA. 559

estás haciendo, y para completar este cuadro, para hacer mas horrible tu situación, tus hermanos te disputan el trono, tienes la guerra civil dentro de tus estados, y en la frontera de ellos una nación estraña ha castigado una y otra vez tu orgullo y tu necedad.

,: ¿Pero te has propuesto que yo te entregue á mis ver- dugos?

Aunque hicieras eso, la venganza de Rebeca se cumpliría y ayl de cuando llegue ese día que está muy cercano.

Pues bien, yo desafio esa venganza; que llegue ese día que me anuncias, y me encontrará sereno, yo venceré á to- dos mis enemigos, pero no sin que antes hayas sido mi con- cubina.

Jamás! gritó con arranque la hebrea.

En tu necio orgullo has ido á meterle en la boca del león.

Es que la serpiente es mas astuta que el, y saldrá vence- dora en la lucha.

—Lo veremos, dijo el Sultán Tras estas palabras tocó un timbre que había en la estan- cia, y á su vibración se presentó en ella un musulmán que con respetuoso acento, preguntó:

Qué mandas señor?

Lleva esa mujer á mi harem y di al gefe de mis eunucos que la provean inmediatamente de las tropas que convienen-

á su sexo.

Y arrojando una mirada de triunfo sobre la judía, desapa- reció por una de las puertas del cobba.

Sara, á su vez fijó sus ojos de una manera indefinible en el suUan, y daguerrotipando en sus labios una sonrisa de despre- cio, siguió al encargado de conducirla al harem.

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Entre tanto era general la impaciencia entre el egérclto por iponlinuar hacia adelante.

560 EL HONOU

Y esta impaciencia se hacia eslensiva á toda la península. Es verdad que es imposible que haya hai)ido guerra alguna

cuyos pasos se hayan seguido con mayor interés que la de que nos ocupamos.

Todas las provincias, todos los pueblos, lodos los indivi- duos han formado por decirlo así, una masa común en la cual solo ha habido un pensamienlo; el engrandecimiento de la Es- paña, solo un dtseo; el de vencer en la jucha entablada, solo una idea; la de sacriíicarse, porque el resultado de esa lucha sea satisfactorio.

Y esta impaciencia, este deseo, este pensamiento, y esta ¡dea, estaban perfectamente acordes con los de todo el egércilo.

Vencedor en tantos combate , habla aspirado á la pose- sión de una ciudad musulmana.

La fortuna les habia sonreído, y el Dios de las victorias había realizado sus deseos, concediéndoles á Tetuan.

Aquella senda perpetuamente esmaltada de laureles, habia hecho agitarse nuevos deseos en su corazón, y brotar ideas nuevas en su mente.

Tetuan era poco para su ambición.

Habían conseguido á la perla del Guad-el-Jelú y no esta- ban contentos.

Les habia parecido que Tetuan era una virgen pudorosa y tímida que no había tenido fuerzas para resistir el empuje in- domable de los invasores.

Los soldados querían posesionarse de Tánger.

Aquel guerrero cubierto de hierro, y arrojando por las bo- cas de sus cañones la muerte y la doslruccion, escitaba pode- rosamente sus deseos.

Cuanta mas resistencia haya en un punto, mas gloria hay en tomarlo.

Este pensamiento se había tan fuertemente arraigado en la imaginación de todo el egército, que se esperaba con una ansiedad indecible el momento en que se recibiera la orden de alzar las tiendas.

Demasiado sabían que el camino que iban á atravesar era

DE ESPAÑA 561

en estrerao peligroso, pero peligroso también habia s¡d(» el paso del Cabo-Negro, y sin embargo se encontraban en Tetuan.

Y sobre todo una victoria sin peligros, no es victoria, y el soldado español, no es de ios que quieren ceñir un laurel, sin haberlo antes regado con su sangre.

Pero para una marcha así, como ya hemos indicado ante- riormente, era preciso tomar otras medidas, otras precaucio- nes, que antes no habían sido necesarias.

Los camellos habían llegado ya al campamento, pero era necesario proveer de altólas á los destinados para la conduc- ción de heridos, y de sillas especiales á los que hubieran de conducir víveres, etc.

Todo esto como es natural habia de llevarse tiempo, y tiempo que aumentaba la impaciencia general.

Pero la responsabilidad sobre quitMi pesaba era sobre el General en Jefe, y este, lo comprendía demasiado bien para no dar un paso sin contar con los elementos necesarios para su mejor resultado.

En cuantos movimientos había egecutado hasta entonces habia salido bien, y no era justo que por una ligereza incaiiíi- cable, fuera á arriesgar el fruto de lantos afanes.

y no era él, quien menos deseos tenia de castigar de una vez á los marroquíes.

Cada día, tenia que lamentar la pérdida de algún soldado á quien los moros que se acercaban por la noche al campa- mento, quitaban traidoramente la vida.

Se traló de escarmentarlos, y para el eícclo, salieron al- gunas fuerzas, á las aldeas en que moraban aquellas hordas de rateros y asesinos.

Pero se alejaron llenos de pavor, contemplaron desde lejos el incendio de sus chozas, y á la njche siguiente volvieron á sus robos y asesinatos.

Asi es que unido al deseo de castigar todos estos latroci- nios, tenia también el Conde-Duque, el de satisfacer con la ansiedad pública la del mismo egercilo.

Mas los elementos que tan contrarios nos han sido desde

7!

562 EL HONOR

que se empezó la fíuerra, volvieron á desencadenarse, y los temporales volvieron á reinar en aquellas costas impidiendo el desembarco de los obgetos precisos para la marcha.

Sin embargo la calma volvió á restablecerse, y los prepa- rativos siguieron activándose.

La segunda parle de la campaña se habia inaugurado bri- llantemente con la acción del dia 11, y aquella habia sido el preludio de nuevas victorias.

Los tercios vascongados, esa ofrenda hecha por las tres

provincias hermanas á la guerra de África, hacia dos dias que estaban en Tetuan completando su instrucción, y ansiaban también medir sus armas con las de los marroquíes.

Se habia hablado mucho de ellos, y querían dejar bien puesto el honor de las provincias que representaban.

Hasta entonces ninguno de los batallones que hablan ido al otro lado del estrecho, habia sido indigno de los soldados que tan heroicamente inauguraron la campaña y los voluntarios catalanes, en su bautismo de fuego en la batalla del dia 4 de Febrero habían escitado la admiración de sus compañeros.

Los tercios vascongados, pues, necesariamente tenían que ponerse á la altura de su fama, é igualar, ya que superar no, á los que habian regado con su sangre el suelo africano.

El general Latorre, los había organizado, y él mismo los habia de conducir á la victoria.

Por fin tras largos dias de espera, tras tantas horas de an- siedad infinita, se dio el dia 22 de marzo la orden de batir tiendas, y el egército ebrio de entusiasmo, y ansioso de gloria, se puso en naarcha con dirección á Tánger,

XII

Puestos ya en marcha nuestros soldados, nos parece muy oportuno dar algunos antecedentes sobre el camino que tenían que atravesar para llegar á Tánger, y los accidentes de aquel terreno en los cuales habian de encontrar cien peligros.

DE ESPAÑA. 565

Sin embargo nada arredraba á nuestros valientes, y eso que como nuestros lectores verán, habla en aquellas sendas abiertas entre las rocas, motivos para amenguar el valor de los mas esforzados.

«En la estación buena, ó de primavera los viajeros recor- ren ordinariamente á caballo en diez ó doce horas el trayecto de Tánger á Tetuan. En la época del mal tiempo, se ven for- zados á detenerse en el Fondack, á 24 kilómetros de Tetuan próximamente, donde pasan la noche.

Antes de llegar á este punto y á tres kilómetros saliendo de Tetuan, se encuentra el Djebel Ghuby, y como á la distan- cia de un tercio del puente de Bronfoth, un arroyo llamado Uned-Samsa.

Dicho puente, distante unos diez kilómetros de Tetuan, es de piedra, casi nuevo, y se halla en buen estado. Se llega á él de Tetuan por un camino de una pendiente continuada y rápida.

De Tetuan al Fondack se recorre un país muy accidentado, donde se encuentran pasos muy difíciles para los viajeros y casi impracticable para un ejército con su artillería y bagajes. Los obstáculos mas grandes están á la aproximación del Fondack.

El Fondack es un arenal en medio del cual se encuentra un patio rodeado de arcos, bajo los cuales están situadas las ha- bitaciones de los viajeros. Este establecimiento pertenece al Emperador.

Alli reside un guardián ó portero que percibe una ligera retribución de los viajeros, estos deben ir provistos de todo lo necesario para su cama, su subsistencia y la de sus caballos.

De nada puede proveérseles en el acto mas que de agua es- celente.

El Fondack está construido en el fondo de una garganta en medio de páramos desiertos y de montañas cubiertas de maleza. Viniendo de Tánger se descubre delante de el Fon- dack, auna distancia de mas de doce kildraetros.

Al salir del Fondack, y pasada la garganta en que está situa- do, el camino que sigue hasta Tánger es casi siempre directo.

3f54 %l HONOR

A casi ¡í>nal distancia fiel Fondack y Tetuan, es decir á 24 ó 50 kilómetros sobre el camino que conduce á Tánger, se en- cuentra on un sitio miiv pintoresco y cubierto de sombra, una bonila fuente nombrada Amodjoda, cuyos alrededores son en el invierno pantanosos. Cerca de ella están los restos de un campo atrincherado de los romanos.

La rula ordinaria de Tetuan á Tánger pasa por el lado.

Se llega de Tetuan á Tánger por la parte del mar ó de la aduana, después de haber franqueado un pequeño arrovo y atravesado un pantano cubierto casi siempre de agua en in- vierno. En la actualidad este pantano está seco.»

xin

Creemos que si nuestros lectores nos han seguido favore- ciendo hasta aliíunos de los capítulos anteriores, recordarán á Benjamín el hijo del cheg de los judíos de Mequinez,

Todo era innoble en aquella figura.

Su deformidad física causnba á primera vista compasión.

Pero reparando en las líneas de aquel rostro, en aquellos ojos que arrojaban una mirada sesgada y recelosa, en aquella fi'cnle doprimííla, v en la sonrisa dura y cruel que casi siem- pre vagaba pf>r sus Inbios, no podía menos de sentirse un miedo instintivo y una repulsión invencible hacia él.

Tal vez en la formación de aquel carácter, y en la maldad de sus ideas, había influido mucho la deformidad de sus es- paldas, y la mala conllguracion de sus piernas.

Benjamín había nacido dotado de una inteligencia despe- jada y brillante.

Cuando niño, mientras que todos sus hermanos eran acari- ciados por sus padres, y los amigos y parientes de estos, á él solo le concedían cuindo mas una mirada y una palabra de compasión.

De esto nació la envidia en el fondo de su pecho.

DE ESPAffA. 565

En los juegos de sus compañeros, no podía alternar, porque las burlas mas picantes, los motes mas crueles llovían sobre él, y si se encolerizaba, nadie le daba la razón, y todos pegaban con el pobre jorobado.

La consecuencia de esto fué el aborrecimiento á sus seme- jantes.

Sin fuerzas físicas para luchar con ninguno, recurrió á la astucia, y esta le sirvió maravillosamente en todos los actos de su vida en que tuvo necesidad de hacer uso de ella.

Conforme fué creciendo, su odio se fué desarrollando.

Con ia edad sintió nuevas pasiones, y tuvo que renunciar á la satisfacción de todas ellas.

No podía acercarse á una mujer, porque en seguida, si era demasiado prudente para echarle en cara su deformidad, se negaba á concederle su amor.

Sus padres no se cuidaban de él, y todos los alagos, todos los placeres eran para sus hermanos.

De ahí, fil que se reconcentrase en mismo, y un odio im- placable bacía toda la humanidad, fué lo único que sintió en su pecho.

Sus labios solo se entreabrían para pronunciar una palabra amarga y punzante como la envidia, y el odio que le devoraba.

Hacia cuanto daño podía, y la idea del bien fué desterrada de su imaginación.

Al aprender á odiar, aprendió también á ser hipócrita, y todos sus crímenes los ocultaba bajo una capa impenetrable.

Y asi pasaron muchos años.

Parecía que todas las demás pasiones yacían adormecidas en el fondo de su alm.a.

Y solo su aborrecimiento profundo é indestructible vivía perenne y amenazador siempre en su pecho.

Por entonces, lleg(') Sara á la casa de su padre. Como siempre Benjamín escuchó la conversación que había mediado entre el che^j y la hebrea.

Miró á Sara con avidez, y sintió palpitar una cosa en su seno. Se le encendieron las megíilas, un fuego abrasador devoraba

566 EL HONOR

SU pecho, y sus ojos le parecían insuficientes para contem- plarla.

Aquello que él sintió en su seno, era la pasión que se habia despertado en un momento, y habia crecido de una manera in- mensa.

Hervía la sangre en sus venas, y no podia darse él mismo cuenta de aquellas estranas sensaciones.

Se habia separado ya la hebrea de su vista, y él la estaba mirando todavía.

Tras las palabras que nuestros lectores recordarán, le dijo su padre, se retiró á su cuarto, y á solas consigo mismo se dedicó á estudiar su situación.

Al comprender el estado de su alma, se estremeció.

Comprendió que aquello era amor, y demasiado sabia que para él era un fruto vedado.

Pensó que Sara podría amar á otro hombre, y unos celos hor- ribles, punzantes y amargos destrozaron las fibras de su alma.

Quiso ahogar por el esfuerzo potente de su voluntad aquella pasión, y todo fué en vano.

Lágrimas de una amargura infinita brotaron de sus ojos.

Acusó á la naturaleza de aquella figura repulsiva que le habia dado, y ni su desesperación, ni sus llantos, pudieron ali- viar el fuego que le consumía.

Muchas horas pasaron así.

Al cabo de ellas, en su semblante se retrataba una alegría siniestra.

Habia encontrado un medio para vencer.

Se decidió por hablar aquella noche con la judía, y lo con- siguió.

Estaba esta sola en su estancia.

La presencia del jorobado, la sorprendió, y mucho mas su manera de espresarse.

Benjamín la dijo que la amaba con una vehemencia es- traordinaria.

Virgen de amores su corazón, arrojaba á torrentes hasta sus labios palabras de una elocuencia infinita.

ESPAÑA. S67

. Sara le escuchaba, y no comprendía que bajo aquella capa grosera y repugnante, se ocultara un alma que dictase seme- mejantes palabras.

Sin embargo, ella amaba, y su amor era de aquellos que nada, ni nadie podían borrar.

Con una franqueza encantadora, reveló al judío su pasión, y por causa de esta la negativa á la correspondencia de la suya.

Benjamín la escuchó impasible.

Ni un músculo de su fisonomía se alteró.

Pero al levantarse la arrojó una mirada indefinible, y tam- baleándose como una persona embriagada salió de la estancia sin decirla una palabra.

Sara no volvió á acordarse de aquel incidente.

Mas al salir al día siguiente para ir al palacio del Empera- dor distinguió en el fondo del sombrío corredor de la casa del Cheg, dos ojos que al fijarse en ella despedían un fulgor que tenía algo de fatídico y terrible.

Benjamín había encontrado el medio de vencer á aquella rauger, y enseguida iba á ponerlo por obra.

Cuando Sara salía del palacio llevándose á Zaard, Benja- mín, estaba hablando con el Xeriffe marroquí.

Allí le dijo quien era la hebrea, á lo que había venido, y la consecuencia de esto, ya la han visto nuestros lectores.

568

EL HONOR

CAPITULO XXXX

Alberto y Zelin se ponen en camino para Mequincz. El invisible y Zo- beiba. El desierto do Gart Kabilas del Riif en el campamento de

Muley-Abbas.

spcraba impaciente Abdel-Abbas la no- ticia de que la marcha deZaard se liabia veriíicado con el éxito mas satisfactorio. Hdbia estado en las cercanías del al- cázar espiando los movimientos de los soldados que acompañaban á Sara, y cuando vio á ésta que sa- lía escoltando la litera donde iba la amada de Zelim sintió pal- pitar su corazón con una alegría inmensa.

Entonces se retiró á su casa jjara esperar el mensaje que según Sara le habia dicho le enviaría diciendo en el lugar eu que le esperaba.

Y en ese anhelar inquieto se pasaron muchas horas al cabo de las cuales se presentó en la casa del Cheg un moro que so- licitó hablar cou Abdel-A.bbas.

DE ESPAÑA. 569

Qué traes, Daniel, ie dijo este en el momento en que la vio. ¿Dónde rae espera Sara?

Ah! Señor le contestó Daniel no podéis imaginaros lo que ha sucedido.

Que ha pasado, vamos espücate.

Que anoche fuimos sorprendidos por la guardia negra del Emperador y mi señora con ias otras dos mugeres ha sido con- ducida al palacio de Sidi-Mohamed.

¿Qué eslás diciendo, Daniel? dijo A.bdel-Abbas con un acento que revelaba su profundo dolor.

La verdad, nosotros nos defendimos pero eran muy supe- riores en número nuestros enemigos y no tuvimos mas reme- dio que ceder. De ¡os moros los que no quedaron tendidos en el campo huyeron y solo yo he podido á través de mil peligros seguir a mi señora y separarme de ella cerca de la ciudad para venir á decirte lo que ha pasado.

¡Dios de isrraell Exclamó el hijo de Isaac alzando en- trambos brazos al cielo. ¿Y qué vamos á hacer ahora? Mira Daniel, prosiguió dirigiéndose al joven, vele á preparar nues- tros caballos que vamos á partir en seguida.

Eslá bien, voy al momento.

Salió Daniel de la estancia y Abdel-Abbas se dirigió á la del Cliey á quien contó todo lo que habia ocurrido.

Este no sabia esplicarse la causa de aquella eslraña mnta- cion en el ánimo del Sultán,

Es verdad que nada de particular tenia si se atiende á la índole peculiar de los déspotas musulmanes.

Abdel Abbas encargó al Cheg^ que estuviese muy al cuidado de todo cuanto pudiese averiguar respecto á Sara y que no escasease medio alguno para facilitar su evasión si por casua- lidad permanecía en el palacio puesto que él se iba inmediata- mente á Tetuan á participar lo que habia pasado á sus pa- rientes.

El Chcg prometió hacer cuanto estuviera de su parte y ^(juella misma tarde salieron por la puerta de Raab-Ebeu-is- mail el hijo de Isaac seguido de Daniel y de otros dos esclavos.

72

570 EL HONOR

II

Sin detenerse apenas á lomar alíenlo atravesaron la dis- tancia que separa á la capital del imperio, de Totuan y llega- ron á esta ciudad á los dos ó tres dias de haberse empeñado la acción del dia once.

Inmediatamente se dirigió Abdel á la casa de su padre don- de se encontró á Alberto.

El poeta esperaba con impaciencia noticias de Sara.

No pasaba dia en que no se acordase de ella, no precisa- mente por el cariño que él sentia si no por el que la hebrea abrigaba respecto á él.

Alberto comprendió que jamás podria amar á Sara.

Pero sin embargo conocía el cariño que ella le profesaba, había visto el sacriGcio tan inmenso que por él había hecho y su conciencia le decía que amase a aquella mujer aunque su corazón la rechazara.

Asi fué, que al saber por boca de Abdel la prisión de la he- brea, sintió un dolor profundo en el fondo de su alma.

Y tan luego como vio á su hermano, le dijo: ¿Sabes lo que ha pasado, Zelim? No, no te esplicas, le dijo este: Pues bien, Sara había conseguido sacar de las garras del emperador á lu amada. . . ,

Oh! bendito sea el señor, dijo Zelim con un acento en que se advirtió el goce que embargaba su pecho.

No te alegres todavía.

—Pues que hay? habla.

Que Zaard y Sara han sido cogidas por el Xeriffe.

Ohl

Ya estaba en libertad, ya se hallaban bastante lejos de Mequinez cuando un tropel de ginetes de la guardia negra las ha sorprendido y llevado al palacio de Sidi-Mahomet.

DE ESPAÑA. 571

Y qué vamos á hacer ahora? preguntó el amante de Zaard. Tratar de salvarlas á toda costa, contestó Alberto. -—¿Y de qué modo? Marchando á Mequinez. Pero yo solo, será imposible. -*Yo iré contigo y ademas nos acompañará Abdel. Gracias, hermano mió, cenlesló con efusión el amante de Zaard, estrechando la mano del poeta. ¿Y cuándo partimos? Mañana al romper el alba.

Y tras estas palabras fueron los dos hermanos á comunicar su proyecto al anciano Isaac que se hallaba sumamente afli- gido con la noticia de la prisión de Sara.

Desde allí se fué el poeta á despedir de Zaida y de Ester.

En cuanto í\ esta última, fué su despedida mucho menos tierna y menos aflictiva que la de Zaida.

Ester estaba demasiado preocupada con la marcha, que se- gún se decia, pronto emprenderla Carlos para que pudiese pen- sar en otra cosa.

La pobre niña amaba á Alberto con su primera, con su mas santa, con su mas ferviente pasión, y aunque éste siempre la habia desengañado, ella no por eso dejaba de amarle.

Así fué que en su despedida hubo lágrimas y protestas de amor, y las mismas palabras contenidas y severas del amante de Sara.

Y no era porque Alberto dejara de amar á Zaida.

Al contrario, habia una fuerza misteriosa en su corazón que le impelía hacia la pobre niña.

Pero estaba de por medio su deber y á él y solo por él se sacrificaba.

Por fin, tras las despedidas y trastos llantos, en la madru- gada del siguiente dia, el poeta, el amante de Zaard y Abde!- Abbás, emprendieron el camino para Mequinez.

Y montes, y valles, y llanuras, y quebradas sierras atra- vesaron nuestros viageros.

S72 BL HONOR

Alberto y Zoliin habían vuelto á dejar sus trages castella- nos para vestir á la usanza mora.

Y de este modo pudieron pasar por cerca del Fondack sin escilar las sospechas de los soldados de Muley-Abbás.

De esta manera, corriendo siempre y descansando apenas, llegaron nuestros viajeros á la entrada del desierto de Ga-rt.

ni

Antes de seguir á Alberto y á Zelim en su escursion, y próximos á entrar ya en el pequeño desierto de Gart, nos pa- rece oportuno transcribir lo que sobre este punto hemos visto en. las memorias del señor Alvarez.

«Un espectáculo tan nuevo como aterrador se iba á pre- sentar sin embargo á su vista. Insensiblemente fué, espirando la animación de los viageros. El silencio habia sustituido á las continuas preguntas y respuestas do unos y otros. Miró Alva- rez á su alrededor, y vio las fisonomías macilentas, los ojos cíe Sidi-Mahomet, animados y alegres siempre, estaban vela- dos por una espresion sombría; no habia necesidad de pregun- tar la cnusa de aquella trasformacion desagradable. Habían desaparecido las hermosas florpstas, las alegres y embalsama- das campiñas, las frondosas enramadas y las colinas pintadas de esmeralda. No serpenteaba á sus pies ningún arroyo cris- talino: no alegraba su oído el armonioso trino de las aves, ni el sordo y blando murmullo que el Euro arranca de los bosques, meciendo suavemente las copas de los árboles: no se veía aquel cielo azulado y trasparente, bordado de nubéculas de oro y púrpura. Todo lo que se presentaba á la vista era sombrío, melancólico y siniestro.

Permaneció mudo por un rato bajo aquella impresión mis- teriosa é indefinible. Por último, haciendo un esfuerzo sobre si mismo, preguntó á Sidi-Mohamel. i En donde estamos!

DE ESPAÍÍA. 575

|En el desierto! murmuró el árabe, y ambos quedaron otra vez en silencio.

jEI desierto! horrorosa soledad , desnuda de vegetación y falta de agua; de donde huyen aterrados los hombres y los animales; donde los vientos abrasadores y violentos arras- tran en su impetuosidad montañas de arena que sepultan ca- rabanas enteras; donde la planta del viagero no encuentra mas que ásperos y tortuosos senderos, herizados de rocas calcá- reas, abiertas por la fuerza del sol y de los vendábales.

Aquí y allá se veian montañas escarpadas de un color som- brío. No fijaban la vista los viajeros en ningún objeto que no trajese á su imaginación la idea de la muerte. El espíritu mas levantado se siente allí sobrecogido de un temor supersticioso que le embarga y le amilana á su albedrío, quitando á la sazón la predominación. El contorno estraño y caprichoso de aque- llas inmensas moles casi negras, se les figuraban fantasmas animados que avanzaban paulatinamente, hacían ellos: hasta el ruido de sus mismos pasos, les hacían volver la cabeza es- pantados.

Nada tiene de estraño esos temores pueriles de niño, aun en los hombres de mas valor, porque este solo se tiene sobre los objetos y cosas que nos son fíimiliares ó están al alcance de la razón; pero el desierto con todos sus incidentes peculia- res, coloca al hombre en una situación escéntrica y sobre na- tural, fuera de ese mundo que vive como él, que le comunica todas sus emociones; la continuidad en el desierto bastarla por sola para estinguir lentamente su existencia.

No es sin embargo el desierto de Garl, que atravesaban los viageros, el mas espantable do los que se encuentran en aquel pais clásico de los desiertos. Todo el día caminaron por él, y eso que no hicieron mas que cruzarle por uno de sus es- tremos.

Hacían alto de trecho en trecho, porque la arena movediza sobre que pisaban rendía á los hombres y á las caballerías; pero la idea de que les sorprendiese la noche en tan horribles soledades, les daba fuerzas y alientos para salvar las ásperas

574 EL HONOft

y los profundos barrancos. Iba el sol terminando la carrera; se había presentado á la vista de los viajeros nn montecillo que era preciso salvar antes que la oscuridad de la noche les espusiese á caer en los derrumbaderos que ofrecía por ambos lados. Aguijonearon á las muías, treparon casi los hombres cuesta arriba, ven una media hora se hallaron sobre la cuesta del montecillo.

iQué espectáculo se presentaba desde allí á la vista!

¡El ocaso! ¡La puesta del sol en el desierto!

aquí nna fruición que no atreve á darse el mas teme- rario de los viageros. Hay quien escale las elevadas cimfis de .«an Bernardo, quien descienda impávido hasta una profundidad fabulosa por entre las grietas que se forman en el cráter de los volcanes; pero, quién aguarda en el desierto á que espiren los últimos fulgores del sol? ¿Quién espera las tinieblas de la noche, allí donde á la luz del dia se siente el alma mas fuerte sol)recogida y helada de espanto?

Era tan sorprendente y estrafía aquella perspectiva, que Alvarez no pudo menos de pararse un momento á contemplar- la. Detuvo por el brazo á Sidi-Mohamed, y ambos quedaron absortos, la vista fija en el incidente. Presentaba al cielo un color amarillento y casi verdoso, sobre el que se destacaban con dureza en líneas paralelas y horizontales unas nubes ne- gruscas como de pizarra; por su parte inferior, y casi besando el]horizonte, enseñaba todo su disco el astro luminoso, pero sin ese foco de luz irresistible á la pupila. Semejaba mas bien la luna cuando aparece rojiza y como ensangrentada después de la tempestad. Sus débiles ravos proyectaban su amortigua- da luz sobre los objelos, dándoles un tono parecido al azufre. Los valles, los montes y los peñascales ofrecían un aspecto sombrío imposible de describir. Al hundirse completamente detras de la tierra, no dejó en pos de el crepúsculo sino una débilísima claridad que se estinguió en pocos minutos. Los dos espectadores caminaron silenciosos y con paso acelerado á unirse á sus compañeros de viaje.

DE ESPAÑA. 575

IV

Dejemos por ahora á los dos amantes proseguir su marcha y vamos entre tanto á ver io que habiasido de Zobeiba cuando la arrebató el invisible del medio de ia reunión de ios gefes de las kabilas del Riff.

Quien era aquel hombre que causaba un terror tan profundo á los bravios habitantes de aquellas montañas?

Nadie lo sabia.

Nadie supo jamás de donde habia venido ni cuando se iria.

En lo mas inaccesible de las montañas sobre el pico mas elevado de ellas habia establecido su morada.

£1 seno de una roca era su habitación.

Nadie habia penetrado jamás en ella.'

Un negro tan atlélico como su amo era el único compañero y la única persona que habitaba con él.

Algunos Riffeños intrépidos y esforzados habían querido escalar aquella sierra á fin de conocer de cerca á aquel ser misterioso.

Pero casi todos hablan pagado cara su temeridad.

De la cúspide de aquellas breñas se hablan desprendido trozos de granito que habían arrastrado tras si a los ansiosos.

Estaban dos kabilas en guerra, peleaba la una con razón mientras que la otra quería una injusticia. Llegaban á las ma- nos y del lado donde estaba la razón se presentaba el invisible cubierto el rostro con una toca blanca y blandiendo su pode- rosa maza de hierro sembraba la muerte y la destrucción en- tre el bando que quería la injusticia.

Donde habia miserias allí estaba la mano del invisible para socorrerlas.

Donde había crímenes que castigar allí estaba también el potente brazo del invisible para llevar á efecto la justicia*

Era por decirlo así el Señor Omnipotente de las tribus del Kalaya,

576 EL HO.NOH

Y nadie pudo verle jamás el rostro.

Se le disliiiguia siempre por su caballo negro como el éba- no, la piel de tigre que llevaba sobre sus hombros y la toca con que cubria su cabeza.

Cuando alguna familia, cuando alguna persona le ofendía hablando mal de él ó tratando de prepararle alguna celada; cuando mas descuidados estaban, penetraba por una de las ven- tanas ó se clavaba en las paredes de la casa una flecha á la que iba atado un papeiilo en el que se leia con caracteres ro- jos la palabra ((invisible.))

Aquello era una especie de aviso para que se enmendasen.

Pero si sucedía al contrario, si persistían en su idea apa- recía uno de los individuos tendidos en el campo con el cora- zón atravesado por una flecha exactamente igual á la que ha- bía entrado en la casa.

Mil veces ocurrió que le esperasen ocultos tras de las peñas algunos moros con las espingardas preparadas, para quitarle la vida al salir de su caberna.

Pero habían disparado sobre él y ¡cosa estraña! había se- guido su marcha tranquilo é indiferente como si las balas no le hubieran tocado.

Entonces se retiraban mustios y cabizbajos los acechadores y á los pocos (lias no habla algunos de ellos que no tuviese alguna desgracia que lamentar: bien fuese en su persona, ó bien en sus intereses.

Así es que con todas estas cosas el nombre solo del invisi- ble bastaba para causar un miedo estraordinario.

Añádase á esto que según contaban los habitantes de las inmediaciones se oían en medio de la noche gritos de una ago- nía inmensa, ruido de armas que se chocaban, carcajadas y llantos é imprecaciones todo revuelto en una confusión es- pantosa

Tal era el personaje que h?,bía atravesado á Zobeiba de- lante de él sobre el caballo y que había desaparecido del bosque.

DE esPAÍíA. o77

El invisible fijaba sus ojos en los que brillaban mi placer infinito sobre Zobeiba que aun permanecia desmayada.

De cuando en cuando sus ; labios se enlreabrian y de su garganta se escapaban estas palabras pronunciadas con un cariño inmenso. jQué hermosa es!

Y volvia á su muda contemplación otra vez.

Y de este modo atravesaron una gran distancia huyendo siempre de los sitios habitados.

Por fin llegaron la falda de una sierra, cuya subida era áspera y dificilísima.

Parecía imposible que nadie pudiera subir por ella.

Pero el caballo asentó sus cascos sobre los primeros pe- druscos y empezó á subir hacia la cumbre.

Casi á la mitad de la subida sacó el caballero un silbato de oro que pendía de su cuello y arrojó tres prolongados silbi- dos guardando siempre la misma distancia uno de otro.

En aquel instante pareció que en el seno de la montaña se advertía un gran movimiento.

De pronto se oyó sobre la cima un ruido como si se hubie- ran desplomado una multitud de peñas y después lodo quedó en silencio.

El caballero parecía ageno á todo aquello.

Fijo en la contemplación de Zobeiba había hecho una abs- tracción completa de cuanto le rodeaba.

Sin embargo cuando llegaron á la meseta que formaba la sierra volvió en si de aquella especie de sueño que le per- turbaba.

Aquella superficie podía tener unos cincuenta pies en cuadro.

Casi en la mitad de ella se veía un promontorio de piedra (jue abriéndose en su centro permitía ver una bajada bastante suave y lo suficientemente alta para que pudiese penetrar por elia un caballo con su gínete.

A la puerta de aquella estraña caverna había dos negros con las espingardas preparadas.

íNI el recién llegado ni los negros se dijeron una palabra

73

578 F.L HONOH

y el invisible empezó á bajar por la pendiente (jue se abría en el seno de las rocas.

Zobeiba y el invisible penetraron en el subterráneo.

Conforme iban bajando Ja pendiente se hacia mas suave.

Por íin al cabo de dar una porción de vueltas se detuvo el caballo, á la entrada de una especie de pórtico hecho con ma- deras primoiosamenle trabajadas.

Un tropel de negros se agrupó inmediatamente á la puerta.

El caballero se apeó sin soltar á Zobeiba, y abandonando el caballo á sus criados atravesó el pórtico.

Una estancia abovedada pero estensa se encontraba tras él.

Lámparas pendientes del techo, iluminaban tanto aquella habitación como las demás porque iban pasando.

Servidores invisibles también, alzaban ios tapices que cu- brían las puertas al acercarse el caballero.

Conforme iban cruzando aposentos, iban cambiando estos de formas por decirlo asi.

Paredes cubiertas, unas de esquisitos mosaicos, otras de lapices, y otras blancas y lucientes como si estuvieran charo- ladas; alfombras en los suelos, cuadros de esquisito mérito, muebles europeos y divanes, y esterillas y perfumes del gusto oriental, todo se encontraba en aquellos sitios.

Parecia un palacio encantado de las a Mil y una noches.))

El invisible no se detuvo en ninguna de aquellas habitacio- nes, y solamente en una de ellas, en vez de dirigirse al fondo donde se abria una puerta, se dirigió á la izquierda.

En este sitio habia un espejo colosal, verdadera maravilla de los adelantos de la moderna civilización.

El marco tenia en los cuatro ángulos cuatro rosetones do- rados.

El invisible apretó uno de estos, y la gigantesca luna giró

DE RSPA5ÍA. 579

siiv ruido dejando ver una especie de corredor, corto y oscuro.

Al fondo de él habia una puerta.

Buscó en la pared otro resorte, y la puerta les franqueó el paso.

Nada mas fantástico, nada mas encantador que aquel lucido retrete, verdadero cielo del amor.

Figuraos una estancia octogonal, en cada una de cuyas ocho caras, se veía una Venus, sonriendo de placer y de voluptuo- sidad.

Festonad todas estas paredes con madreselvas y jazmines.

Mirad á la bóveda de este aposento, y veréis una especie de enrejado de finísimo alambre, por donde penetra un sol li- bio, cuyo brillo amortiguan unas cortinas de seda celeste.

En uno de los lienzos de las paredes, á entrambos lados de una de las Venus, se abren también otras dos ventanas cu- biertas asimismo de alambre, y atenuada la luz por otras cor- tinas de seda.

Poned si)bre el pavimento una alfombra en cuyo tegido se hunden los pies.

Fijad estatuas de mármol en todos los ángulos del aposento.

Aspirad el aroma de aquellas flores.

Escuchad los melodiosos cantares de los pintados pajarillos encerrados en jaulas de nácar y palo santo-

Contemplad aquellos almohadones de raso celeste, que cir- cuyen la habitación, y tendréis una idea de lo que era aquel gabinete encantador construido en el seno de la montaña.

El invisible depositó, su preciosa carga en uno de aquellos almohadones.

Zobeiba no sabia donde, ni como se encontraba.

El caballero de pie ante ella, la contemplaba inmóvil, con los brazos cruzados sobre el pecho.

Nuestros lectores desearán indudablemente conocer mas de- talladamente al personage, que de tan estraño modo se ha pre- sentado, y que tan principal papel ha de jugar en nuestra obra.

Aprovechándonos de su distracción, vamos á tratar de ha- cer su retrato físico.

^80 EL HONOR

Sobre un rostro de un raoreno-claro, se fijaban dos ojos neí^ros como la noche, y cuyas pupilas lanzaban unos destellos tan brillantes, que eran irresistibles si brillaban de amor, ater- radores si los encendía el fuego de la cólera, y altamente in- teresantes cuando el dolor amorlio^naba ali^o su brillantez.

Cubrid estos ojos con larp^as v pobladas pestañas, y sobre estas fijad los arcos de unas espesas cejns.

Separad eslas por la lineado una nariz puramente griega.

Colocad bajo esta un espeso bigote, que á su vez sombrea una boca de proporciones regulares, y por entre cuyos sonro- sados labios se ven unos dientes pequeños iguales y blancos como la nieve con el esmalte del marfd.

Rodead este rostro de una barba espesa y negra como el bigote, y sobre una frente ancha y despojada poned una cabe- llera cuyos rizos naturales embellecen mucho mas aquella fi- sonomía.

Asentad esta cabeza sobre unos hombros admirablemente modelados, y conformad todas las demás formas á las ya in- dicadas, y tendréis una idea de la figura del invisible.

Alto sin ser desproporcionado, todos sus miembros deno- taban la fuerza y el poder.

Las líneas pronunciadas de su rostro marcaban claramente un orgullo indomable, una bondad y una grandeza de senti- mientos superiores á todo cuanto se pueda decir.

Y finalmente había un no que de estraño, de sobrena- tural en aquella figura elegante y hermosa que subyugaba, que fascinaba por decirlo así.

Respecto, á quien era, como había venido, y de donde, nos encontramos en la misma ignorancia que los Riffeños de las inmediaciones.

Dfi bspaNa, S81

VI.

Mucho tiempo transcurrió sin que se hablara una palabra entre la hija del difunto Kabo de Raast-el-Seric y el habi- tante del palacio de la montaña.

Al cabo de é! se pasó Zobeiba la mano por la frente como para evocar sus recuerdos, y dirigiéndose al invisible, le dijo:

En dónde estoy?

En tus dominios, señora raia, la contestó el invisible con un acento de ternura infinita.

|En mis dominios! esclamó con estrañeza la mora.

En los tuyos, porque hace mucho tiempo que eres la reina de mi alma; porque hace mucho tiempo que al darte el seño- río de mi corazón, te di el de todo cuanto yo poseia.

Y quién eres? preguntó Zobeiba sin comprender de todo cuanto le estaba pasando.

Si les preguntas á los habitantes de estas montaüas: unos te dirán que soy un ángel, y otros que soy un demonio; pero si me preguntas á mi te contestaré que soy un hombre que te adora, que hace mucho tiempo que ha estado espiando todas tus acciones, todos tus pensamientos, por decirlo asi, que te ha tenido muchas veces al alcance de su mano, y que otras tantas, te has escapado, no tií, sino el negro que se habia erigido en tu guardador hasta que ayer por fin pude estre- charte contra mi corazón.

¿Qué estás diciendo? preguntó la mora con el acento del pudor ofendido.

No te asustes Sultana mia; te amo demasiado para no respetarte.

¿Pero á quién te ha dado derecho para disponer de mi voluntad?

Mi amor.

Pero tu amor no escusa tu violencia.

^82 EL HONOR

Perdóname, Sultana naia; pero si fuera posible que leyeras en el fondo de mi alma, disculparlas lo rpie he hecho contigo. Ademas ¿qué ibas á hacer sola en el mundo y sin la casa que te vio nacer?

Esas no eran cuentas luyas.

Tienes razón, pero si mi acción ha sido fea discúlpela al menos la intención con que la he hecho. ¿Me perdonas Zobeiba?

—No, Ínterin no me lleves á la casa de mi lío el gefe de la Rabila de Mazuza.

Pídeme cuanto tu quieras pero no rae exijas nunca el que yo deje de verte. No sabes cuanto he sufrido cuando estabas lejos de mí.

Pues sino de esa manera nunca conseguirás mi perdón ni verás la sonrisa en mis labios porque no veré en ti al hombre que me ama sino al tirano que me oprime.

Mira, Zobeiba, yo le he amado con im amor como es im- posible que tu te imagines nunca. Hace tiempo ya que le cono- cía; yo desesperado he encontrado por únicamente apego á la vida.

Desesperado tú! ¿y porqué?

-*-Tal vez mas tarde lo sepas. Por ahora bástale saber úni- camente que te adoro.

Y yo jamás podré amarte si de tal modo rae oprimes. Dame mi libertad y puede que algún dia te ame.

—Imposible. Dejarte libre seria lo mismo que renunciar á tí, y eso jamás podré hacerlo.

Pero es que de este modo jamás conseguirás mi amor.

Tal vez el tiempo te haga ceder.

Nunca. Ademas amo á otro hombre, contestó Zobeiba co- mo si aquellas palabras abrasaran sus labios.

Ya lo que amas y mucho mas por la razón de que no eres amada.

Oh! exclamó la mora sintiendo renovarse todas sus heridas.

Cuando un corazón sufre necesita otro en quien desahogar su pena, si me amaras yo seria ese corazón que se asociaría de buen grado á tus dolores.

i|5, .^ DE ESPAÑA. 585

-.X'^Úi No hablemos mas de eso.

Para será siempre lo único de que te podré hablar. Ya que no me concedes la libertad al menos hazme el fa- í *^'^'vor que voy á pedirte. "' :^ Habla, qué deseas?

Hace tres dias que he sufrido mucho, que he tenido emo- ciones estraordinarias, Demasiado losé.

Pues bien, puesto que has visto mis padecimientos com- prenderás que tengo necesidad de reposo. Tal v(3z mas tran- quila podré escuchar tus razones.

Tienes razón; perdóname, y no me supliques, mándame cuanto quieras, que mi deber es únicamente complacerle. Toda vez que es asi déjame sola. Como quieras, Sultana, que el cielo te guarde. Dio algunos pasos hacia la puerta el invisible y al llegar á la puerta se volvió hacia Zobeiba y haciéndola una profunda reverencia desapareció por el oscuro corredor.

VII

Como tras de la acción del dia once volvieron á estable- cerse nuíivamente las negociaciones de paz, táctica que pa- rece han observado siempre los marroquíes para reponerse de sus derrotas, volvieron á suspenderse las hostilidades.

Fueron y vinieron emisarios y como siempre la paz no se ajustó.

Hemos dicho que se suspendieron las hostilidades y hemos dicho mal.

En vano los moros de rey pertenecientes á las tropas regu- lares de Muley-Abbas hacían todos los esfuerzos imaginables para contener á los marroquíes de las Rabilas que siempre estaban disparando sus espingardas sobre nuestros soldados.

No pasaba un dia sin que tuviéramos que lamentar la pér- dida de alguno de estos.

584 EL HONOK

Favorecidüs por las paleras, ocullos eiilie las breñas, ú protegidos [)or las huertas, aprovechaban todas las ocasioneü para despachar un iníiel al otro mundo, como ellos llaman á nuestros valientes.

Esta turba de feroces asesinos, pues no podemos calificar de otro modo á los que tales acciones ejecutan, pertenecían en su ma} or parte á las Rabilas del Riff.

Aquellos bravios y salvajes montañeses que habían venido para batir completamente á los cristianos, y (jue en vez de esto habían sido destrozados, querían vengarse, no lealmente y luchando cara á cara, sino favorecidos por las sombras y ocul- los por los accidentes del terreno.

Hubo días en que las Rabilas por y entre sí, se presen- taron á pelear haciéndose necesario que las tropas regulares salieran á contenerlos empeñándose entre ellos una semi ac- ción de la cnal resultaron como es consiguiente heridos y muertos de una y otra parte.

Gomo esto se les negaba, como se les prohibía el que ata- casen á nuestro campo se aprovechaban de la noche para ha- cer sus fechorías.

Pero pronto les había de llegar su castigo.

El egército iba á marchar de un momento á otro y como en todas las acciones que hasta entonces había dado, no podía menos de conseguir la victoria.

DE ESI'ANa.

585

CAPITULO XXXXI.

Consideraciones histtócas sobre el Irnaerio de Marruecos. En Mequl» iiez. Temores del Emperador. Benjamín y Sara. Estrafia aparición.

yt Ig

I

^^ KMOs dicho antes de ahora que las na- ciones tienen sus periodos de ascensión y sus periodos de decadencia.

La civilización es una antorcha que ora derrama sus resplandores sobre un puenlo, ora los derrama sobre otro.

Desde Oriente á Occidente ha ido corriendo durante mu- chos siglos deteniéndose un cierto número de años en un punto diferente.

Marruecos fué en su tiempo una de las naciones mas civi- lizadas.

Todas las naciones han tenido también su época de oro y

74

530 h:\. HONOK

Almanzor eu el siglo Vil íué el que inauguro aquella época en el Mogreb.

Es verdad también que nosotros hemos dicho siempre que una religión sea lo que sea al poner una valla al hombre en sus ideas y en sus deseos, le esclarece otros, y le excita otros nuevos.

Antes de formar Mahoma con su nacimiento la base del Islamismo, los árabes adoraban al fuego.

Embrutecidos por decirlo así en aquella religión en que se desconocía la ¡dea mus ptíqueila de la existencia de un Dios, aquellos ponsaiiiienlos no podían tener ensanche, aquellas imaginaciones giraban en un círculo demasiado mezquino y la barbarie y el atraso mas qomploto reinaban entre aquellas ordas feroces y salvajes.

El Koran hizo dar al pueblo árabe un paso hacia la civi- lización.

Sin embargo los califatos hicieron fructificar aquella planta religiosa, encarnada en la cabeza y en el corazón de todos los buenos creyentes.

Almanzor, Haarum-eURaschid realizaron en sus épocas los adelantos mas grandes que hasta entonces se hicieron en §1 saber humano.

Las artes y las ciencias florecieron bajo estos reinados, y de- jaron inoculada su semilla en nuestro suelo durante los siete sjglos de su dominación.

Esos grandes monumentos verdaderas maravillas del arte que ni aun el tiempo ha podido destruir, son el libro impe- recedero donde los áraj}es dejaron escrita la historia de su civilización.

Oigamos al erudito Sr. Rotondo lo que sobre el mismo par- ticular dice en su. historia del imperio de Marruecos.

aSiSPA^A, Sf?7

II

«Los frailes néslorianos egerciérón siempre grande influjo en los orígenes de la civilización árabe: asi los vemos desde loa primeros siglos de la era cristiana, no menos piadosos le- trados que pacíficos precursores de Mahoma, penetran en la Persia, en la India y hasta en el coi-azon de la China, propa- gando la á la vez que la ciencia, mientras qu3 en otro he- misferio el monge Nicolás traducia para los árabes andaluces la^ obras de Diocórides. Los judíos del Oriente, célebres á la sazón por su saber, pueden también reclamar para si el honor de haber iniciado á aquellos pueblos, aun antes qué lo hicieron los cristianos en el conocimiento de las ciencias de la antigüe- dad. Los hebreos sobre todo cultivaron la medicina, y ense- ñándola á los árabes, estos á su vez la perfeccionaron, mer- ced ala sagacidad penetrante, y tranquila observación que los caracterizaba. Pero al declinar la civilización musulmana, el estudio y la observación fueron reemplazados por las prácticas supersticiosas, y lo que hasta entonces había sido una ciencia, vino á convertirse desde afjuel momento en la más despre- ciable truhanería.

Lejos de palidecer la brillantez del reinado de flarun-el Raschid, estendióse y fué aun mas refulgente en el de su hijo El-Mamun (811 á 853). Lo mismo Bagdad, que después en Córdova los primeros cargos del Estado fueron desempeñados por los hombres mas ilustrados y científicos: familias enteras sin escluir las mujeres, se dedicaron á traducir obras eslran- geras, lo cual revela una educación nada vulgar, si bien por un eslraño capricho, después de terminada la versión, se que- daban los originales de órdén de líl-Mamun, que vencedor de los griegos, quería cobrarles la óontribucion en manuscri- tos. Pero al lado de estas escentricidades, et mismo califa edncafya á sus espensas seis mil alumnos solo en un colegio de

S88 EL HONOR

Bagdad, de modo que pasando los r^rahes sin transición nota- ble, de la barbarie y el embrutecimiento íi la mas refinada civilización, lo mismo v con ií?iial ardor se consagraron al es- tudio, que antes lo hablan hecho á las conquistas; tardíos en la oportimidad de crear, se apoderaron de las ciencias ya for- madas que vieron en los pueblos vencidos, y ya que no pudie- ron llamarse descubridores, fueron por lo menos grandes y fieles imitadores. De aqui el rápido crecimiento y la no menos veloz declinación de una civilización que mal madurada por falta del calor gradual y progresivo, carecía del cultivo bienhechor é indispensable, v brotó harto pronto para marchitarse. Todos sus conocimientos fueron copiados: la alquimia que cultivaron con tanta credulidad como entusiasmo, les vino de Egipto; la geometría y astronomía de los griegos, que fueron sus prime- ros maestros; la filosofía y la historia natural de Aristóteles, que reinó sobre ellos como sobre la edad media de Europa; la medicina de los hebreos, y el algebra de la .Tudéa; la brújula, aunque aun imperfecta, de los chinos, que la conocieron desde el primer siglo de la era cristiana; y por último, el papel del Asia, y la pólvora de los mongoles. Ganosos de conocimientos y á falta de inventiva, los árabes parecían dotados de la facul- tad de apropiarse los descubrimj'entos para perfeccionarlos, y propagándolos en su vasto imperio, constituirlos en un verda- dero patrimonio de la humanidad. Lo único que en medio de tanto plagio pueden disputarnos como suyo es su literatura: producto indígeno de su suelo y de su genio, v que les perte- nece de derecho por sus buenas cualidades y sobre todo por sus defectos. Y sin embargo debemos estarles muy agradecidos, no por haber creado las ciencias, sino por no haber dejado que perezcan.

Sus principales historiadores son: 1.® Teman-bem-Amrí, que murió en S96 que escribió los anales de los Emires de Es- paña: 2.^ Mesandi, que á mediados del siglo X escribió su li- bro titulado Los vradni; de oro, en que describía las guerras Abd-el-Raman ííí contr.i los cristianos: 5." Abu-abdalla-ben- abud-nars-el-Homaid¡, autor de una ligera crónica^ sobre la

TE ESPAÑA. 58§

conquista de la Península y sobre el reinado de los Omnia-- das: 4.0 Ben-el-abar-el-Kodaj, valenciano, que escribió sobre el mismo asunto; f).oAlimed-el-Rací, que vivió en el si^loíVde la Hegira, autor de uRa historia de Fspaña bastante estensa, v vidas de hombres ilustres: O.*" Abii-Meruan, mas conocido por Ebú-Havan. que murió en 1088, escribió los anales de España en diez tomos, y otra obra histórica en sesenta: 7. o Abul-Has- sem-Kalaf-ben-Paskual, natural de Córdova, muerto en H97 que se ocupó de la caida de los califas: 8.° Abd-el-Halim, fi^ranadino, escritor del siírlo X(V, historiador de los imperios de Fez, de los almorávides v de los almohades: 9. o Ebú-Kal- dum, natural de Túnez, en el mismo siglo: 10. en los últimos tiempos de la dominación Árabe Lízan-Eddin-Assalemani, se- cretario de los principes de Granada, que narró sus reinados bajo el estraño título de hma llena: 11. Abdalla-alí-ben-Hnzel, de Granada, que escribió sobre la historia v e! arte militar, y finalmente, 12. Ahmed-el-Mokri, natural de Tlemcem, que com- puso hacia ^1 sialo XVÍÍ, una compilación abreviada ó índice de los trabajos de cuantos escritores le habían antecedido.

Los muchos v continuos viages de los árabes, instruidos, recorriendo toda la inmensa ostensión de terreno sometido á la ley del Yslam, produjeron escelentes trabajos geográficos y es- tadísticos. Casi todos los trabajos que aun poseemos, se for- maron por disposición de los califas de Bagdad y de Córdova, V el Yben-Ysa-el-Gazani, nos ha legado una descripción cien- tífica del Egipto. El Xerife Edri*? en el siglo XÍI, después de ha- ber hecho para Rogerio, íí rey de Sicilia, la famosa esfera celeste de plata, que tanto dio que hablar en la edad media, compendió en su voluminosa geografía, de lo que por cierto solo nos queda un fragmento, una minuciosa descripción de la España.

Desde los primeros tiempos de la conquista del emir El- sama, había formado de su puño y letra una estadística de la Península sometida, destinada para el califa Ornar, con una ta- bla de los impuestos que dehia satisfacer.

Respecto de la filosofía, sabido es que las doctrinas de

'*»^0 EL HONOR

Aristóteles . fueron la base de los estudios árabes. Solo Aver- roés, de Córdova, escribió mas de veinte tomos de comentarios sobre los escritos de aquel ilustrado griego; pero la ortodoxia musulmana se sublevó inmediatamente contra unos trabajos, cuyas consecuencias, al propagar el espíritu de la libre discu- sión, amenazaban llevar su envidia basta el libr© sagrado del Profeta, tan abstracto estudio no carecía, sin embargo, de adeptos distinguidos; entre los cuales pueden contarse al céle- bre filósofo y médico Ebn-Sena (avicena) que murió en 1037. El-Farabí que falleció en 9o0, poseia, spgun se dice, 70 idio- mas y dejó una eslensa enciclopedia sobre todas las ciencias de la época. El Gazali que dejó de existir en 1343, que aplicó la filosofía á la teología. Ebn-Toufal, primer autor de la ma- noseada fábula del niño arrojado en un desierto, y á quien la naturaleza revela por gradaciones insensibles nada menos qu6 todo un sistema de metafísica; y finalmente, al espirar el siglo undécimo. El Kindi, que fué el mas grande filósofo, médico y astrólogo de aquella brillante época y que dejó mas de dos- cientas obras.

Pero la ciencia hubiera sido completamente estéril páralos árabes, si ella misma no hubiera dotado de un poder sobre- natural á cuantos buscaban sus misterios en las entrañas de tierra. De aquel poder sobrenatural, de aquella heroica cons- tancia nutrida de desengaños, nació la alquimia, y si el arte de convertir los mas viles metales en oro, si la invención de la bebida de inmortalidad, no llegaron á coronar sus pacien- zudos esfuerzos, preciso es por lo menos reconocer que ensan- charon de una manera prodigiosa los hasta entonces bien redu- cidos límites de la química.

El-Geber, que en Sevilla dio su nombre á la álgebra, in- ventada en la Judéa muchos años antes que él viviere, escri- bió varios tratados sobre la alquimia y la química que lasti- mosamente confunde en mas de una ocasión, Ebn-Mesua y El-Razi, dividieron con aquel sabio la honra de haber trasítií- tido y desarrollado conocimientos cuyo origen data de las mas remotas épocas de los griegos y de los indios.

nii ESPAÑA, 591

m

Los demás ramos de la historia n^itural, prosigue el mis- mo Sr. Botondo, «deben también un glorioso y grato recuer- do á los árabes : Ebn-Kadi-Schiaba y Abu-Ohtman escribie- ron la historia de los animales. Abel-el-K¡han-el-Bioun¡ se ocupó del reino mineral; Ebn-el-Beytar, natural de Malaga, y que murió en 1248, esploró todas las parles del mundo conocidas por los musulmanes, desde las orillas del Ganges has- la las riberas del Atlántico, en que recogió grandes tesoros de observaciones.

Pero el arte en que se sublimaron mas los árabes fué la me- dicina. La famosa escuela de Salerno tenia entre sus profeso- res muchos célebres musulmanes. En los escritos de El-Zaha- ravi, eminente cirujano que murió en 550 de la hegira, se ha- llan los pormenores de muchos instrumentos ya perfeccionados, la aplicación de la moxa contra la gota; y no es menos de ad- mirar la osadía con que se practicaban algunas operaciones de arte quirúrgico, que aun no habia pasado los años de su niñez.

La farmacia no permaneció estacionaria, puesto que el sa- bio Aben-Zoard, Sevillano, dio su nombre al bezaar, ó sea concreción calculosa que se forma en el estómago y vías uri- narias de los cuadrúpedos; la primera farmacopea que se ha publicado se debe á los árabes á fines del noveno siglo, y gran parte de los nombres farmacéuticos que hoy se usan son ori- ginarios de su lengua.

Ese mismo pueblo sustituyó con la sencillez de sus núme- ros el complicado sistema aritmético de los romanos.

Tehbit-ben-Kola y Mohammed-ben-Muza adelantaron las naatemáticas hasta llegar á las ecuaciones de segundo grado; y aun existe en la ciudad de Leyde un tratado manuscrito de Ben-Omar sobre las ecuaciones cúbicas, Thebit ^tradujo las

^92 EL HONOK

obras de ^Arquiíueiies y las secciones cúbicas de Apolonio, cüiTigieudülas y auuieulaüdolas: todas las obras de los geóme- tras griegos íueroa vertidas al árabe y la incontestable apti- tud en este genero de estudios esplica de un modo tangible sus talentos en arquitectura y en mecánica.

Ei caiiía Kl-Mamun dio grande impulso á las investigacio- nes astronómicas. Bajo su reinado, dice Abu-el-Feda, se fijó la circunlerencia ue la tierra en 9,000 leguas, y si bien el descubrimiento del sistema solar lué muy posterior, los movi- mientos de los astros, el disco del sol y lo5 eclipses se estu- diaron con alan, de donde la ciencia moderna üa sacado no poco íruto. La lamosa torre ú\itd¿ Giralda de Sevilla fué le- vantada en 1100 por el Ei-^Gtíber, V és tal vez el mas anti- {§uo y mejor observatorio que se conozca en el mundo.

Las escuelas publicas, colocadas como ya hemos dicho al lado mismo de las mezquitas, solo enseñaban en un princi- pio la gramática y el Koran; pero habiéndose creado después muchos y grandes colegios cientiíicos , celebrábanse en ellos solemnes examenes, cual hoy practica en nuestras univer- sidades, y merced á la tolerancia 'de aquellas grandes épocas de la edad media, hasta se vieroú judios regentando im|)or- tantes cátedras.

Tal es el grande y científico edificio que la religión mu- sulmana, sencilla como la que mas, supo levantar tras dos si- glos de conquistadora existencia; y al desterrarse el brutal impulso del puñal, se abrió ancho y fecundo para las conquis- tas del talento, ihi Cairo, Kairnan y Fez sobrepujaron en este punto al Oriente y á la España mora, asi por el número como por el esplendor de sus establecimientos. El Norte africano, especie de apéndice donde lloma llevo la civilización después de la conquista, renacía á nueva vida, y sometido á dueños mas ilustrados, olvidaba los desastres de los vándalos y las de los incultos discípulos de Mahoma. Pero la invasión cristiana arrojando de España los restos del emirato de Granada, rom- pió la cadena de aquella civifizacion encerrada en estrecho cír- culo por la aridez del Koran, \ el islamismo entonces arran-

DE ESPAÑA. 595

cado por un fuerte sacudimiento del suelo en que había flo- recido, tornó lánguido y medio muerto hacia ¡os desiertos afri* canos. Fez abrió un pasajero asilo á los últimos letrados an- daluces, y luego tan solo quedaron de tan grandiosa tradiccion algunos recuerdos errantes y como acobijados entre los frag- mentos de sus hacinadas ruinas.))

Las épocas pasan como los hombres, y estas épocas se llevan entre los pliegues de su manto, las civilizaciones, la dicha y los adelantos de los pueblos.

Sin embargo siempre queda entre esas cenizas un germen que el menor soplo puede hacerlos fructificar.

Marruecos ha sido una de estas.

Mejor dicho, todo el África ha conservado siempre estos gérmenes civilizadores.

Razas salvajes y feroces las primitivas que poblaban el Mogreb necesitaban que Gartago al brotar en medio de su sue- lo la civilizase un tanto.

Dido fundadora de esta ciudad contaba con elementos para crear un pueblo por decirlo así, que con el trascurso del tiem- po pudiera hacer frente al poder inmenso que de dia en dia iba tomando Roma.

Pero el amor de Jarbas, que quiso cobrarse con usura e^ favor que habia hecho á la amante del jefe de los troyanos, la hicieron quitarle la vida dejando su obra iniciada nada mas.

El senado cartaginés con la prepotente autoridad que ejer- cía fué dando impulso a la pequeña república y el comercio base de la prosperidad y la civilización de un pueblo era la propiedad exclusiva por decirlo asi de los cartagineses.

Pero aun no era mas que una potencia comercial, era me- nester que tuviese un poder que cubriese con su éjida las ri-

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?)94 EL noivoR

cas liólas que criizal)an onlrambas maros y que la hicioso res- p<;(ar de todas las naciones conocidas en aquel tiempo.

Las cosías de España pagaron las consecuencias de aquella determinación del Senado.

Carlago-nova, (hoy Cartagena,) fué la metrópoli (pie á ¡mi- lacion de la Carla^ío africana crearon los africanos en las eos- tas Ibéricas.

Y transcurrieron los años y el poder de los cartagineses acrecía de dia en dia.

Justaba próximo á llegar al Cénit y los resplandores del sol de sus adelantos habían de excitar poderosamente los celos la envidia y la rivalidad de aquella otra gran república que ha- bía entonces en el mundo conocido.

Aquí empieza esa magnifica Epopeya que la historia seríala con el nombre de guerras púnicas.

Las disensiones de Sicilia fueron la manzana arrojada en- tre estas dos repúblicas.

Rotas las hostilidades comenzó esa lucha gigantesca esa guerra que duró años y afios y que no concluyó mas que con la destrucción de una de las dos. -5

El África fué romana.

Los adelantos la civilización y el comercio siguieron su marcha mucho mas lenla que hasta entonces.

y para destruirla, para dejarla dormir en el embruteci- miento durante algunos años vinieron los vándalos.

A los califas solos estaba reservada la gloria de hacer cre- cer el átomo civilizador que por tantos tiempos habia estado adormecido si de este modo nos podemos esplicar, en aquellas abrasadas regiones.

Ya hemos hablado en otro lugar de las diversas razas que desde el siglo VIII dominaron en el Mogreb.

También hemos transcrito algunos párrafos de la obra que el erudito señor Rolondo está escribiendo bajo el liíulo de hi Argelia y el imperio de Marruecos

En estos párrafos habrán visío nueslros Jectov,,; ni ¿^ran

Í)E KSPArÍA.

cuadro de glorias de esos poderosos califatos tan fecundos pa- ra su país.

Las relaciones polilicas ó comerciales de unas potencias eos otras son el desarrollo de la inteligencia, y con este los ade- lantos, la civilización, y los progresos de un pueblo.

Los siglos XVI y XVII fueron los en que los marroquíes tuvieron mas relaciones con las potencias de Europa.

Estas naciones fueron la Francia y la Inglaterra.

Ambas á dos se disputaron durante mucho tiempo la su~ premacia de la iníluencia con los sultanes mogrebinos.

Ambas á dos comprendían el gran partido que podían sa- car de aquel pueblo virgen por decirio así de conocimientos políticos, y de estrategias diplomáticas, para su comercio y pa- ra la prosperidad de sus intereses.

Durante muchos años, Inglaterra y Francia, trataban de amenguarse el poder que tenían en Marruecos. ^,, Podemos decir que desde el siglo XYl, Tánger ha sido una propiedad casi exclusiva de los Ingleses, : . Sin embargo Francia trató de eclipsar la estrella de Al- bion, y. por medio de negociaciones secretas lo consiguió.

Desde aquí empezó ya la lucha diplomática de estas dos naciones, para monopolizar, si se nos permite esta frase, la esplotacion de aquel imperio.

Y entre tanto España, la que por su vecindad, por las po- sesiones que tenia en el suelo africano y hasta, por una con- secuencia natura! de sus pasados tiempos, debiera haber ejer- cido esa iníluencia tan benéfica para su engrandecimiento co- mercial, veía esas dos potencias casi á las puertas de su casa, disputándose la presa del Mogreb.

A continuación copiamos lo que el Sr. Rotondo, dice res- pecto á ese periodo del imperio, y en que con tan vivos colo- res, pinta las relaciones políticas de los Xeriffes con entrambas naciones. *

^96 EL HONOR

«Los Ingleses, que en 16G6 hacia y cinco años que ocupa- ban á Tánger, sacaban tal influencia nnarilima de su posesión, que llegó á poner en cuidado á la polilica de Luis XIV, por las muchas y buenas simpatías que hablan ya conseguido en Fez.

Un negociante de Marsella llamado Rolando Frejús tuvo en- cargo de S. M. para fundar en Fez una agencia comercial, y como enviado de Luis XIV fué recibido por el Xerife Muley- Arschid, príncipe ambicioso que soñaba nada menos que con la sumisión de todo el Mogreb. Compró este príncipe al comer- cio francés gran cantidad de municiones de guerra y hallándose sus armas protegidas por la suerte, llegó á ser para el rey de Francia un aliado importante, lo cual sea dicho de paso no agradaba á los ingleses.

Tiempo hacia ya que el gobierno de Cromwell conocía las grandes ventajas que proporciona la posición de Tánger. Car- los 11 á fuer de diestro político le hí^bia separado de la corona de Portugal casándose con la infanta doña Catalina, con la cual nivelaba el poder comercial de los holandeses en el Medi- terráneo; pero tan luego como Fez abrió sus puertas á Muley- Arschid, tan luego como este tremendo conquistador llevó sus armas hasta el Estrecho, desde aquel momento se hallaron los ingleses encerrados en Tánger. En 1675 enviaron á su sucesor Muley Ismael su embajador con ricos presentes solicitando pa- ces; pero cuando iban á concertarse se presentó un santón cu- bierto de andrajo?, que gozaba en el pais una gran reputación religiosa, y aproximándose al Xerife le dijo que la noche antes se le habia aparecí lo el Profeta mandándole anunciar que Mu- ley-lsmael vencerla á sus enemigos sieníj^fe que no cerrase ningún tratado con los ingleses. Demostrando pues el Xerife un profundo respecto á aquel morabito, le besó su sucia cabeza y contestó al embajador, que temiendo caer en desgracia con

DE espaRa. 597

Maboma no h era posible arreglar las paces. El enviado britá- nico se retiró mohíno, y Muley-Ismael recogió todos los objetos que constituían el regalo.

En 1678 Y á pesar de la horrorosa peste introducida en Marruecos por las comunicaciones de Argel y Tetuan que cau- saba una gran mortandad, sobre lodo en la parte Norte, los alcaides ó gobernadores de las fortalezas contiguas á Tánger atacaron mas de una vez á la plaza, resultando de estas ma- niobras que el alcaide de El-Kassar tomó en el mes de marzo dos fortines avanzados, matando unos 50 hombres y llevándose prisioneros á los demás.

Habiendo corrido muy válido al siguiente año á pesar de no ser cierto que Luis XiV trataba de enviar una gran flota para establecer la fortaleza de Alcázar Segair cerca de Tánger, sa- lieron dos egércitos de Fez y de Mequinez para atacar otra vez á las posesiones inglesas, Amar-Hadu probó un golpe de mano sobre Tánger, pero tuvo una pérdida de 4000 hombres y hubo de retirarse. Volvió á la carga en 1680 y cortando entonces las comunicaciones del fuerte Carlos con la ciudad, sometió por hambre á la guarnición, y la destrozó por completo en la pri- mera salida que hizo. Trató la Inglaterra de fortificar á Tán- ger; pero el parlamento no quíso votar las cantidades nece- sarias para tan costosos trabajos.

Decidióse pues á abandonar á Tánger. Portugal ofreció, en el interés general de la Cristi índad, apoderarse de aquella plaza que podia tener en jaque las audaces rapiñas de los corsarios berberiscos; pero el egoísmo de Alvion no podia en manera alguna cort«;enl¡r que otra nación inferior á ella, poseyera lo que ella no podía sostener, y antes que permitirlo, hizo que sus cañones destruyesen á Tánger en 1684. Visto esto por los moros, se apoderaron de las ruinas, y hasta celebraron como una victoria la debilidad de un gran pueblo que solo enmendó su falta, 20 años d^pues ocupando á Gibralíar.

Consecuente ísmail al carácter musulmán, y enemigo mor- tal del nombre cristiano, terminó su reinado, guerreando con- tra algunos puestos españoles de la iMámora y de Larache;

598 P.L HONOH

pero lodos sus esfuerzos fracasaron contra Cenia Iras 26 anos (le sitio, que le costaron mas de cien mil hombres. Fn 1682 el mismo Muiey-Ismail solicitó la amistad de í.nis XVílT. y ha- biendo ¡(lo sus diputados á presenciar las magnificencias de Versalles, fué la! la maña que se dií') el rey de Francia, qíié sobre la marcha se firmó un escelente tratado. Los piratas de Salé se vieron á raya, y si de v(^z en cuando se notaba al- guna infracción á la jurada, inmediatamente llovían ne- gociaciones diplomálicas en las que el honor de la Francia quéí-' daba en su puesto. *-'^ ^^^

Inútiles fueron las intrigas estrangeras, que aprovechán- dose de las guerras de Luis XIV, trataron de romper las rela- ciones de la Francia con el África: escitado en 1696 Muley- Ismail por los agentes secretos del príncipe de Orange en contra de la Francia, incomodóse con el cónsul francí^s de Salé y las relaciones se hubieran acaso roto á no mediar la paz de Risvvick, y admirado entonces el Xerife de la suerte de Luif? el Grande, propuso el mismo las bases de nna alianza sin re- serva, y desde el 1699 la potencia del Mogreb parecía revo* lotear tras el brillo de la corona francesa. El geiK^ral de la marina de Muley-lsmail llamado Ben-Aísa-Bais, .se embarcó en una fragata de la escuadra de Chateau-l^enaud, que cruzaba delante de Salé y fué conducido al puerto de Brest én diciembre de 1698. Presentáronse allí algunos comisionados de Lilis XÍV y comenzaron las negociaciones, discutiéndose los artículos de 1682; pero como el embajador marroquí no quería cerrar ningún trato sino con el mismo rey de Francia, dispuso el gobierno que se trasladara á París; donde se hicieron to- dos los preparativos, y nada se omitió para que el enviado de Marruecos pudiese formar una alia idea del poder de aquella nación. Durante todo el camino hallaba escollas que se rele- vaban con frecuencia v constituían una verdadera guardia de honor; y el 16 de febrero de 1699 fué admitido en real au- diencia en e' palacio de Versalles y en presencia de toda la corle. Luis XIV contestó á las ofertas del tratado xeriffeño sometiéndose al examen de sus comisionados; pero no por eso

TE ESPAÑA. 599

dejó de emplear cuantos esfuerzos estuvieron de su parte por aumentar la esplendidez de la brillante acogida al almirante moro, cuyo carácter y digna apostura contenían cualquier in- discreción por parle de los cortesanos.

Kl escritor Tomassi continua el señor Rotondo «üice, que por una estraña coincidencia ocurrió que el antiguo bienhechor deBen-Aísa, Jacobo lí, se hallaba entonces bajo la protección del rey de Francia, io cual debió producir una revolución en el alma generosa del embajador nnarroqui. Y efectivamente, este fué varias veces á visitar al monarca caido, quien en tiempos prósperos le habia hecho prisionero de guerra, devolviéndole la libertad sin rescate: repitióle la seguridad de su eterno agrade- cimiento, y le hizo comprender que se gloriaba de ser siempre su esclavo libertado aun mas que pudiera gloriarse con cuantos honores pudiera tener. El sincero afecto de Ben-Aisa podría com- pararse tan solo con la bondad de su alma, y cuando vio por la última vez al infortunado Jacobo 11, se arrojó á sus plantas su- plicándole que aceptase un obsequio, y en medio de sollozos que enternecieron toda la real familia de los Stuards. Es- traño y tierno capricho de lasuerte fué aquel, puesto que hasta en el riñon de la mauritania, iba á buscar el homenaje de los mas nobles y elevados sentimientos que pueda esperar unprin- eipe desgraciado.

y. Bajo el punto de vista religioso el carácter de Ben-Aisa no menos merece ser conocido: siempre demostró la mas austera piedad, y apesar de haber pasado ya el Rabadán, continuó ayunando por devoción dos meses mas; y habiendo caido malo, llevó al heroísmo su mortiíicacion, rehusando; tomar los reme- dios que se le propinaron para su curación, declaró que si se em coraba, era su voluntad que se le quitase de la cama y se le acostase sobre el suelo con el objeto de que la muerte le

600 EL HONOR

cogiese mas cerca del mismo polvo en que habla de conver- lirse.

aijuí otro rasgo caraclerislico de sus creencias. Durante su viage de Brest á París, al atravesar el llano de San iMarlin Le-Beau, al ir á Austoire, le dijeron que los sarracenos habían sido deshechos en aquel punió por Cárlo-Magno, y apenas lo hubo oído, se puso en oración, y mandó recoger unos cuantos puñados de aíjuella tierra, porque la creia santificada por los mártires del Yslam.

Ben-Aisa era de alta y fornida estatura, y también culti- vado estaba su talento como su corazón. Hablaba, ademas de la suya, las lenguas española é inglesa, y de lodos los personajes marroquíes era el que mas corriente se hallaba en los asuntos de la cristiandad.

Durante su permanencia en Francia Ben-Aisa, demostró tanta observación respecto de todo, como claro talento y grande mgenio, dando lugar sus oportunas creencias á que algunas de ellas se insertaron en el Mercurio Galante que se publicaba en 1699. Una vez que cierta dama le preguntó por qué en su pais tenían tantas mujeres, dijo que para reunir entre todas ellas el talento y la gracia de una sola europea. Otro día al ir á Saint Glou le contaron la historia del arquitecto encargado de cons- truir el puente; sabido es, ó por lo menos se dice, que viendo el arquitecto que no podia terminar el puente, ofreció al dia- blo, si quería terminarle, el alma del primer ser viviente que pasara por él, y habiéndose conformado el diablo, acabó la obra, y el primer ser que pasó fué un gato , lo cual no debió satisfacer mucho al diablo. Oyólo el marroquí y espuso en seguida. Por lo visto no hay nada que se resista á los franceses, puesto que supieron vencer al diablo.

Gomo hombre instruido, lodo lo visitó y de todo sacó apun- tes y diseños. La fábrica de cristales sobre todo llamó su aten- ción y reunió todos los detalles necesarios para establecer una igual en su imperio. Cuando vio los surtidores de Versalles, unas veces decía que subían como los franceses á los cielos , y otras que aun cuando toda aquella agua se convirtiera en

DE ESPAÑA. 601

tinta no tendría la suficiente para escribir todas las maravülas que habia visto eq Francia. Y respecto de su apreciación ge- neral acerca de aquella nación, la manifestó un día al regresa^ de san Germán después de haberse despedido de Jacobo lí. El magnifico punto de vista que se descubre desde lo alto del acueducto de Marly, y las muchas ciudades, pueblos y arra- bales que se ven, le dieron ocasión de esclamar: la Francia no es mas que una ciudad, pero tan poblada, que ella sola bas- taría para llenar el resto del mundo en caso de que se despo- blase. Desde luego se conoce que el buen marroquí, ó se asom- braba con facilidad, ó quería pagar con adulación la buena acogida que habia recibido.))

VII

«Sin embargo, en medio do las magnificencias de Yersalles y París, las negociaciones caminaban á paso lento: los comi- sionados de Luis XÍV se mostraban exigentes, y el diplomá- tico africano permanecía en espera. Necesario fué pues sepa- rarse sin haber conseguido nada.

De regreso Ben-Aisa á Marruecos, le encargó Muley-Ismail que pidiese para él la mano de la princesa de Conlí, hija na- tural de Luis XIV y madama de la Valliére, en atención al retrato que aquel le habia hecho de la joven á quien habia visto en un baile. Pero el orgullo de Luis XIV se exaltó por lo que sus cortesanos llamaban una fantasinone necia por parte del Xerife; todos los ingenios de la corte se afanaron á por- fía, y madrigales y epigramas cubrieron con cintas de color de rosa la arrogante figura del enamorado africano; pero ni estos cantos ni los esfuerzos de los hombres de Estado im- pidieron que el rey de Francia desdeñase la petición del mar- roquí. Harto lo sintieron después.

Sin embargo, en el siglo XVII tenia la Francia mas de seis millones empleados en sus relaciones con Marruecos. Los pa-

76

Gi)2 EL HONOR

ño^ (Ití LaiiLíiiiMloc, liis tolas de ;Vimes y MonlpelÜftr, las se- derías de Lion y los géneros de Levante, todo hallaba salida en África: los tejidos de Rouan y de san Malo [)rodiician al ano mas de 8ÜÜ,000 reales: y de allí se traia cera, eneros, lanas, plumas de avestruz, cobre y dátiles. Cristianos y judíos, lodos se repartían con abundancia los beneficios del tráfico. Salé y Tetuan eran puertos fáciles y verdaderos centros de es- portación en continua actividad. Las carabanas del interior acudían en tropel á Santa Cruz y á Saffí, y la ciudad de Fez llegó á ser la escala del comercio de toda la Berbería. España llevaba á Marruecos cochinilla y bermellón; la Inglaterra pa- ños; la Holanda telas, especias, armas y pólvora: había alum- bre, azufre y vidriado de Venecia, y finalmente Levante lle- vaba algodones, azogue y opio.

No la negativa de la mano de la princesa, sino otras com- plicadas y distintas razones compromelieron los asuntos de Francia con Marruecos. La posesión de Ceuta que Muley-Is- mail quería quitará los españoles, aliados entonces de la Fran- cia, fué uno de los motivos; otro fué la influencia inglesa, que trabajaba también por ccMiseguirla, valiéndose de un renegado que llegó á ser favorito del Xerife; y finalmente, fué otro un tal Pillet, protestante francés del Languedoc y refugiado cerca del príncipe de Orange, después de revocado el edicto del Nan- tes; protestante, que habiendo abrazado el islamismo en Fez y héchose comerciante, llegó á ser gobernador de Salé, y tra- bajaba no poco por romper las buenas amistades entre Fran- cia y Marruecos. Bien hubiera querido la Francia conjurar toda aquella tormenta, enviando á las aguas marroquíes una escua- dra permanente; pero la grande actividad que acababa de de- mostrar en las guerras continentales, acabaron de debilitar su marina, y dueña mientras tanto la Inglaterra de Gíbrallar^ que conservaba á nombre del Archiduque de Austria, pero sin pensar soltarle, hubo de consolarse con la evacuación de Tán- ger, acaparando de esta suerte toda la influencia marítima que la Francia dejó escapar.

La orden de TP. de la Merced hizo dos peregrinaciones á

DE ESPAÑA. 605

Marruecos, una en 1708 y otra en 1712, con el obgelo de re- dimir cautivos; pero Muley-Ismail se mostró en esta ocasión sobradamente codicioso, y eso que le daba no poco que pen- sar la alianza francesa con la Puerta Otomana. ^Temerla acaso que ambas potencias reunidas atacasen su independencia? Ri- val del sultán de Constantinopla en lo espiritual, pretendiendo que los Xerifes de Marruecos eran los verdaderos conserva- dores ortodoxos de la lev del Profeta y sus lugartenientes in- mediatos. ;,0"cria acaso ligar á Francia por sus servicios á sus intereses de supremacía política v religiosa? Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que escribió á Luis XÍV en 1879. «Mu- cho nos importa, decía, v por muchos motivos el saber con toda certeza de qué modo os conserváis en paz y en buena amistad con la Puerta Otomana» y terminaba ofreciéndole tro- pas si quería atacar al Austria.

No se vio menos herida la altivez de Luis XÍV con estos ofrecimientos, que cuando el capricho matrimonial de Muley- Ismael; pero los reveses que esperimenló la Francia en 1709 y al año siguiente con la derrota de Malplaguet, le hicieron comprender aunque tarde, todo el partido que en otro tiempo hubiera podido sacar de la alianza marroquí. Sus fuerzas es- taban enervadas, y gastados lodos sus bríos, y los días de la adversidad habían doblegado su anciana frente.

La debilidad del duque de Orleans, después de Luis XIV, fué causa de que confirmándose en el tratado de Ulhrech la po- sesión de Gibrallar por los ingleses, el comercio francés en África desapareciera por completo.»

"^211*

Creemos que nuestros lectores no se disgustarán porque nos detengamos tanlo en este asunto.

En las actuales circunstancias en que nuestras relaciones con

604 EL HONOR

Marruecos han lomado nuevo fomento, merced á los triunfos de nuestras armas:

En estas circunslnncias, en que se ha conocido un pueblo que á cuatro pasos del nuestro casi lo desconocíamos, nos pa- rece muy oportuno, consignar y detallar todo cuanto tenga re- lación con esa potencia, tanto en su pasado como en su pre- sente.

Respecto á su porvenir, nuestros gobiernos son los que lo han de hacer todo.

Ei conde de Lucena ha empezado y ha dejado marcada una senda, por la que si se continúa, podremos adelantar muchísi- mo; adelantos, que como sucede siempre, cuando se entabla una guerra de esta Índole, tardarán algunos años en dar el re- sultado, pero que no por eso dejará de ser mas seguro. .

Digamos aun cuatro palabras para concluir. .^,, tiras del reinado de Luis XIV, el poder de la Francia en Marruecos empezó á decaer estraordinariamente.

Entonces se alzaron otros dos monopolizadores de su co« mercio.

Italia y Holanda dirigieron sus buques á aquellos puertos.

Pero Inglaterra dominaba á todos.

La nacion-mcrcader adelantaba de dia en día, y los puer- tos del litoral africano estaban siempre llenos de embarcacio- nes en las que ondeaba el pabellón británico.

Sin embargo aun hizo la Francia un esfuerzo para recobrar algo de aquel perdido ascendiente. ,

Luis XVI, ese monarca tan bueno como desg^^áét'á'do, fué

en esta empresa harto feliz.

Estipuló tratados con el Xerife, tratados que se observaron

lealmente, y España misma debe á estas buenas relaciones, el

que se firmó en 1780 entre Carlos 5.° y el Sultán marroquí,

que ya hemos dado en otro lugar.

El paso mas altamente cristiano y civilizador se dio en esta

época.

Los prisioneros musulmanes y cristianos que por cada parte

se hacían, eran tratados como esclavos.

ÚÍL ESPAÑA. 605

Vert 1777 quedó abolida completamente esta costumbre vergonzosa.

Sin embargo, Inglaterra no podía dejar que se acreciese el poder de la Francia.

Aprovechándose de la revolución del año 1993, volvió á recuperar su perdido ascendiente en el Mogreb.

Con la muerte de Sidy-Mohamet, los pocos resplandores de civilización que habia dejado, perecieron.

Muley-Soliman y su hijo Abb-el-Rahman, tornaron el im- perio á los primitivos tiempos.

Sin energía para reprimir las Kabilas feroces é indomables, Slh instrucción para comprender las mejoras que los adelantos europeos podían introducir en sus reinos, y sin aquella política desús antecesores, Marruecos volvió á ser presa de las contien- das civiles.

Tal es á grandes rasgos la historia política del Mogreb-el Akssa, historia desconocida para nosotros, tanto por las pocas relaciones que han mediado entre una y otra nación, cuanto porque la misma política de las potencias que han egercido la supremacía siempre en el imperio africano, ha procurado apartarnos de él.

¡X

Estamos en Mequinéz.

Sara continúa en el harem, negándose siempre á las exi- gencias de Sidi-Mohamel, y esperando en vano que Alberto venga á sacarle de aquella situación.

Sin embargo Sara no era mujer de tan pocos recursos, (|ue no tuviera mas remedií» que resignarse.

Abarcó de una ojeada toda su situación, comprendió que para salir de allí, necesitaba valerse de la astucia, y la empleó maravillosamente.

Después de haber pensado lo suficiente, los motivos que ha-

f>06 EL HONOR

hian impulsado al emperador para delonerla en medio de su marcha, comprendió que el Xerife no habia sido mas (|ue el brazo do otra cabeza que habia (jueiido sostenerla i*.n su po- der para sus finos particulares.

Sara no conocía en Moquinez mas que dos personas,

Estas eran el cheg y su hijo Benjamín

En cuanto al primero, era una locura sospechar que hu- biera hecho semejante acción.

En cuanto al segundo, ya era diferente.

Recordó Sara el desprecio que de sus amores habia hecho.

Volvió á mirar ante si en el fondo del corredor aquellos ojos que en su fosforecente irradiación, la dirigían una muda amenaza, v en esto enontró la clave de aquel enigma.

Recordó entonces las líneas fuertemente acentuadas de aquel rostro donde se leia la perversidad y la hipocresía, y compren- dió que sobre el poder de la fuerza del Sultán, estaba el poder de la maldad de Benjamín

Para librarse de aquel, tenia necesariamente que valerse de este.

La hebrea era astuta, y Sidi-Mohamet no era muy sagaz.

Ademas, la sobrina de Isaac poseía una hermosura deslum- bradora, que era un arma poderosísima para fascinar á la magestad Xerifiana.

Y sobre esto pos'^íp el secreto de aquellos amores del mo- narca marroquí con Rebeca, secreto que podía esplotar como mejor le pareciera, '^sias tres cosas reunidas, la sirvieron para contener los deseos de su dueño, y para que este se enamorase cada día mas de la rebelde esclava.

En cuanto á Zaard, que no tenia la sagacidad de Sara, y que no sabía los motivos de semejante prisión, se desesperaba contra su desgraciada suerte, y no encontraba consuelo para su dolor.

Habia entrevisto la libertad, había adivinado la felicidad que le esperaba en los brazos de Zelin, y tras este paraíso (|ue en su imaginación se forjaba, se habia encontrado de repen- te en el infierno.

DK ESPAÍÑA. 607

Durante su estancia en el harem, la pobre niña habia der- ramado todas sus lágrimas.

Se habían secado todos sus sentimientos j3or decirlo asi.

Pero libre otra vez, fuera de aquel estado de cautividad, y próxima á ser mecida por la ventura, volvió á sentir.

•'; Mas todo aquello fué un sueño, fué un edificio de humo que un soplo de viento hizo desvanecerse; volvió á ser llevada al harem, y el llanto volvió á correr por sus mejillas.

Comprendió que en aquella segunda vez no tenia salvación, y sino tranquila ai menos, resignada esperó su sacriticio.

Sara nada habia podido decirla.

üubiera querido comunicarla la tranquilidad que ella es- perimentaba y haber derramado en su corazón algunas pala- bras de consuelo.

Pero la hebrea conocía la grandísima cautela con que era menester andar en aquella situación, y no teniendo una gran confianza en las mujeres que la servían, no se atrevió á dar paso alguno.

* Y de este modo se pasaron dos días.

Y durante ellos, Sara habia esperado y esperaba, aunque Benjamín fuera á verla para pedirla su amor en cambio de su libertad.

X.

¿Y entre tanto era feliz el emperador de Marruecos?

No: era imposible que lo fuera. Prescindiendo de las cau- sas que en sus sentimientos y en su pasado tenia, su presente estaba muy nebuloso, y su porvenir mas todavía.

En el centro de sus reinos tenia gérmenes altamente des- organizadores.

Aquellas tribus que no reconocían poder ni autoridad en el Xerife; aquellas tribus (pie siempre feroces y nunca sometidas, se destrozaban en sus continuas luchas parciales, y que no po-

^08 EL HONOR

cas veces habían vencido á las tropas del emperador, le cau- saban serias inquietudes.

Sus hermanos llenos de ambición, aspirando á aquel solio, al que se creian con derecho por la ley del mas fuerte, babian becho estallar otra vez la guerra civil.

Y dominando este cuadro la ¿"Jiifra con España que le qui- taba sus tesoros, que disminuía estraordinariamente el número de sus tropas, y que apesar de esto, no tenia ningún resultado favorable para él.

Si de los disgustos de política pasamos á los disgustos do- mésticos, encontraremos que era imposible también que Sidi- Mohamet encontrase aquí la paz y la felicidad que le arreba- taban los negocios del Estado.

La religión musulmana, al conceder al hombre que tenga todas las mujeres que desee ó pueda mantener, le ha negado ese dulce compañerismo del hogar doméstico; esa mujer sola que enlazada con un horabrecon ciertas restricciones y concier- tas libertades sociales, es para él una amiga tierna y una com- pañera constante que le ayuda á sobrellevar los disgustos de la existencia.

El islamismo niega á la mujer toda representación en la sociedad.

La considera como un obgeto de placer y nunca como un medio para endulzar la vida del hombre.

Asi era que Sidi-Mohamel no podía depositar en nadie sus penas.

No veia á su lado mas que el servilismo personificado, y si se retiraba al harem, solo veia instrumentos de goce, nunca el obgeto que interesase su corazón.

Añadamos á esto las manchas que habia en su pasado, los recuerdos que Sara le evocó en su primera entrevista, y ten- dremos una idea de cual era el presente del emperador.

Ademas la unidad de un pueblo constituye su fuerza.

Si lodos los elementos divergentes que hay en una nación no están centralizados bajo una mano poderosa, que sin apre- tarlos demasiado, los contenga en sus justos límites, estaña-

DE ESPAÑA. t)09

don arrastrará una vida lánguida y perezosa, y Iras algunos imnotentes esfuerzos, caerá para no levantarse nunca.

'Muley-Soliman, Abd-el-Bahman su sobrino, y el actual em- perador, han ido marcando progresivamente la decadencia del imperio de Marruecos.

Las naciones son como ciertos edificios ruiuosos, que si una piedra se desmorona, siguen todas las demás hasta conver- tirse en un montón de escombros.

Marruecos, ya lo hemos dicho antes, tiene en gérmenes de disolución que cada dia le aceleran mas su ruina.

Destrozado en el interior por las guerras civiles; carcomido en uno de sus costados por la Francia; monopolizado por el es- pirilu mercader de la Inglaterra, vencido posteriormente por la nación en quien menos fuerza creia, destrozado en cuantos combates ha empeñado con los cristianos, el sultán raogrebino la decadencia de su imperio, y no se encuentra con fuerzas para contrarestarla.

que las dos potencias mas poderosas de la Europa, vie- nen durante muchos siglos, disputándose la influencia y el po- der de Marruecos.

Las que hoy, la una por su comercio y la otra por el ter- ritorio, hablan, disponen y egecutan como si ya les perteneciese

de derecho.

Comprende el partido que uno y otra sacan de lo que po- seen, y no puede menos de ocurrirsele, que cuando tan buenos resultados les dá, seria dificilísimo hacerlos retroceder, puesto que eso seria acelerar mucho mas la caída de su soberanía.

Harto débil para sepultarse con gloria entre los escombros de su imperio, deja que los acontecimientos sigan su curso na- tural, y siempre con la duda en el corazón, atraviesa harto tris- temente el camino de la vida.

Tal es el emperador de Marruecos, visto por dentro á lo que es lo mismo en esas horas de soledad en que encerrado en su cobba, se entrega á esos ensueños que los hombres han bautizado con los nombres de recuerdos del pasado, desenga- ños del presente, y miserias del porvenir.

610 tL HONüK

XI.

Sara esperaba con impaciencia la llegada de Benjumin.

Y parece que por lo mismo, el jorobado tardaba mas en |)re- sen tarso.

La hebrea habia recibido dos veces la visita del empera- dor, y en las dos veces habia conseguido un nuevo triunfo sobre él.

Sidi-Moliamet se habia dicho al entrar siempre en la estan- cia de la hebrea, que no habia de salir sino vencedor.

Y apesar de esto, siempre habia salido vencido.

La hebrea: ora alagándole con la cspoianza de sus amores, ora desdeñándole, ora reprochándolo su pasado ó anunciándole su porvenir, siempre salia triunfante del emperador.

Era la cuarta noche que la hebrea pasaba en el harem de Mequinez.

Ya hacia bastante tiempo que el muetzin desde el minarete mas alio de la gran mezquita, habia anunciado á los Heles la oración de la larde.

La bomba de cristal que encerraba la luz que había en el aposento de Sara, derramaba sobre él un resplandor tímido y suave.

La sobrina de Isaac se hallaba reclinada sobre los mullidos almohadones, y su vista vagaba distraída por el avobedado le- cho de su habilacíon.

Quizá en aquel momento recordaría las dulces pláticas que en tiempos mas felices habia tenido con Alberto.

Quizá también los dolores que la inconstancia de éste le ha- bia hecho sufrir.

Tal vez creería verle en brazos de otra mujer anegándose en las delicias de otro amor que no era el suyo.

ESPAI^A. 61!

Tal vez lo figuraba desesperado por no tener noticias de ella.

Puede muy bien que su pensamiento estuviera fijo en aquel Benjamín, causa de su desdicha, y que un sentimiento de ven- ganza hiciese asomar á sus labios la sonrisa que por ellos va- gaba.

Sea de ello lo que quiera, lo cierto es que la judía estaba asaz, preocupada y pensativa.

De pronto un pequeño ruido se dejó percibir en uno de los ángulos de la estancia.

Los ojos de Sara se dirigieron á aquel punto, y como si hu- bieran querido atravesar las paredes, brillaron sus pupilas con un fuego deslumbrador.

Continuó el rumor por algún tiempo, y la joven después de haber dirigido una sonrisa de triunfo hacia el lugar donde este sonaba, volvió á fijar sus miradas en el techo.

En el momento, una de las piedras que formabnn la pared, giró casi sin ruido, y dejó ver una entrada lo suficienteraento capnz para que pasi^ra por ella un hombre.

Fijó la dama sus espantados ojos en la persona que acababa de enlrar, y con un miedo perfectamente fingido, dijo: .■^/Ouién eres?

Tranquilízate, señora mía, la dijo Benjamín, adelantándose hacia ella. ¿No me conoces?

Becuerdo muy confusamente tus facciones, te he visto en otra parte, pero no donde.

Que desgraciado soy cuando tan vaga es la memoria que tines de mi, dijo el jorobado con amargura.

Desgraciado, porque yo no me acuerdo de tí? jNo te com- prendo!

¿No te acuerdas que la noche antes de salir de la casa del Cheg, un hombre penetró en tu cuarto? m- Ah!.... Sí, ya quien eres.

^ Loado sea el Dios de Israel! Si tu comprendieras el bien que me hacen tus palabras, si fuera posible que pudieras leer en el fondo de mi alma, comprenderias lo doloroso de mi siluarion.

6ÍÍ KL HONOR

!Vo loque quieres decirme, murmuró Sara, haciéudose la sorprendida. Sepamos que es lo que te ha traído por aqui á éstas horas y de semejante modo.

El verte á únicamente, contestó Benjamín.

A mi ! pre^runtó con estrañeza la hebrea.

Sí, no sabes Sara lo desgraciado que yo soy.

Y por qué?

Porque amo con delirio.

—Y 1)0 te corresponden?

—No.

¿Tiene acaso otro amante la mujer á quien amaí?

Creo que sí.

—¿Pero no tienes la convicción?

Ella me ha confesado que amaba á otro.

—¿Y no te has dado por satisfecho con su franqueza^

Quien puede darse por satisfecho cuando ama tanto co- mo yo.

Sara no pudo contestar á esto.

Nadie como ella había amado á Alberto; y nadie como ella

sabia dominar sus impresiones.

Y sin embargo, cuando el poeta en una situación seme- jante, la había dicho con una franqueza digna de elogio, que no podía amarla, ella no se había conformado.

Y del fondo de su alma había partido un grito doloroso que había hecho despertar la fibra de la venganza.

Ahora, puesta frente á Benjamín, comprendía qiie habla andado muy inconveniente con revelarle que amaba k otro.

Sin embargo Sara, no era mujer que renunciase tan pronto á uña idea, y que contase con tan pocos recursos, que se (]o- jase vencer al primer obstáculo.

Tenia que trabajar mucho mas.

Y se encontraba con fuerzas para ello.

Dirigió una mirada larga, intensa y tenaz al hebreo, v en- volviéndolo por decirlo así en el fluido que despedían siís pu- pilas, le dijo: ¿Y no adivinaste si esa mujer al decirte que amaba á

DE ESPAÑA. 615

Otro, lo hacia porque no creyese lo que la decías, ó porque en realidad tuviera otros amores?

Benjamín, á su vez, miró á la hebrea.

Sus ojos trataron de penetrar á través de aquella alma.

Pero el rostro de Sara era una careta de mármol, cuya du- reza no podía quebrantarse.

Kn él no se leía mas que una coquetería altamtMiie encan- tadora.

Sus labios se sonreían de un modo arrebatador.

Toda su figura revelaba una voluptuosidad esquísita.

Y entornadas levemente sus pestañas, lanzaban á través de ellas miradas tan hechiceras, que el pobre judío se sentía cada vez mas enamorado, y cada vez mas confuso.

Por fin hizo un esfuerzo, y la dijo;

XII.

—-Mira Sara, hablemos con franqueza, la mujer á quien yo amo, eres tii.

Ya recuerdo que me lo dijiste hace algunas noche??, con- testó la judia con una inflexión de voz, dulce y armoniosa,

¿Recuerdas lo que entonces me contestaste?

Sí; te dije que amaba á otro.

Y ahora, puesta la mano sobre tu corazón, me das la nns- ma respuesta?

—No.

Benjamín miró á la hebrea con un asombro inesplicable.

tu fueríis mujer, dijo la hebrea, reparando en la sor- presa del hijo del che(j, y un hombre á las dos horas de ha- berte conocido, te dígera que te amaba con delirio ¿([ué le con- lestarias?

A qué viene ahora esa pregunta? A esclarecer tu situación y la mía. —Habla:

^14- ix HOWOK

—Si un hombre le liubiera dicho lo (|ue yo acabo de decir, por no conlesliuie (|ue so oslaba burlando de li, hubieras bus- cado una evasiva.

—Y por qué? -"¿-Porque es imposible que un cariño se desarrolle tan pronlo.

—Luego lu no crees en los amores que se revelan en un momenlo dado?

—Si que creo en ellos, pero encuenlro muy difícil que ese mismo amor sea estensivo á dos seres.

Y lu crees que yo haya sentido esa pasión tan repentina?

--Si.

Entonces no comprendo lu repulsión. ¿Acaso crees, que porque lo hayas sentido, yo debiera sentirlo también? Luego no me amas? ^No he dicho eso.

—Entonces?... preguntó anhelante el hebreo. « Tampoco te digo que te quiero Benjamín no sabia lo que pensar. Mejor dicho, en la mezcla de sentimientos que Sara hacia germinar en su pecho, no sabia definir, no podia comprender lo que verdaderamente sentía:

La fijeza de la mirada límpida y serena de la judía, le ñis- cinaba.

Habia en aquellos ojos algo que hablaba de amor, habiauna cierta promesa misteriosa, pero mas dulce, mas encantadora todavía por el mismo misterio en que iba envuelta.

Las inflexiones de su acento» también respiraban amor. Pero aquella contrariedad en las palabras, trastornaba la cabeza del pobre jorobado.

Sara no negaba ni concedía la correspondencia á su pasión,

de modo que Benjamín no sabia si adormecerse en brazos de la

esperanza, ó abismarse en las negras profundidades del dolor.

Y entregados á sus pensamientos, permanecieron ambos

algunos momentos sin pronunciar una palabra.

Mira Sara, dijo el judío, hay en lo que me has dicho una

DE ESPAÑA 615

conlrariedad ¡nmensa, y es necesario que esta situación se es- clarezca.

lísplícate mas, para que te pueda comprender; le contestó la joven mirándole con mas intensidad todavía.

Yo te amo con una pasión que puede hacer de un án- gel ó un demonio. Ignoro, si ha sido por mi bien ó por mi mal el haberte conocido, pero lo que si se, es que por la posesión completa de tu amor, seré capaz de cometer, los mayores crí- menes.

—Piensas acaso con amenazas conseguir mi cariño? le in- terrumpió Sara con un acento glacial.

—No; solo he pensado que fueras mia, y en mi, pensar, equivale á egecutar.

^'' los ojos do la joven brillaron de un modo siniestro.

Las manos se crisparon convulsivamente.

Pero se dominó en seguida y con un acento encantador dijo: Muy exigente eres para ser amante rendido.

Benjamín comprendía que aquella muger lo iba envolviendo poco á poco en un círculo de voluptuosidad del que no sabia como salir.

Al principio estaba aturdido, dudaba por efecto de las palabras de la judía.

Pero algunos momentos de reflexión le hicieron conocer que Sara era muy astuta, y trataba de fascinarle para esplotar aquel carino.

Benjamín era muy malo, y juzgaba á los demás por mismo.

Y en esta ocasión es menester convenir, en que no habia andado muy descaminado en su juicio.

Uabia comprendido que con la amada de Alberto no pedia entrar en lucha de palabras, ni coqueterías, y se decidió á abordar la cuestión con toda su rudeza brutal. Por esta razón prosiguió en estos términos. —¿Y quien te ha dicho que yo sea un amante rendido? —Tu mismo. , í., ,

(^1 ñi^ Kl BONOH

—Yo mentí entonces, como lu has mentido al darme á en- tender que podrías amarme.

¿Y por qué no podría suceder eso? preguntó Sara hacien- do viólenlos esfuerzos para contener la cólera que sentía r«g¡r en su pecho.

Porque yo te comprendo á perfectamente, y me conozco á mi mucho mejor.

No lo que quieres decir.

Yo soy feo, soy incapaz de inspirar amor á ninguna mu- ger, y mucho menos á que eres hermosa como una mañana de primavera. Tu has comprendido que yo he tenido la culpa de que se descubrieran tus intenciones, y te has dicho doble- gándome á los caprichos de Benjamín podré conseguir mi li- bertad, y arreglado tu plan de esta forma has tratado de fas- cinarme desde el momento en que me viste entrar. ¿iNo es ver- dad que he adivinado perfectamente tus proyectos? preguntó el judío con una ironía punzante.

Conque según eso, contestó Sara con un acento contenido, yo he ungido aceptar tu amor por...

Por miedo; interrumpió con cinismo Benjamín.

Miserable!... gritó la hebrea incapaz de poderse conte- ner mas.

Olal ola!... parece que tras los halagos vienen los impro- perios; pues sábete señora mía, que lo mismo que desprecié aquellos, despreciaré estos.

Entonces que es lo que quieres de mí?

Tu posesión; al principio creí que te amaba, y le amé; pero comprendí que aquello era una locura, sofoqué pasión, y solo ha quedado mi deseo, pero dese.o devorante, que me consume, y que satisfaré á pesar de todo.

Era tan decidido el acento del judio, que la hebrea no pu- do menos de estremecerse.

Sin embargo, trató de ocultar el efecto que aquella ame- naza la habia hecho, y con la mirada centelleante, le contestó.

Yo ser tuya?... yo pertenecerte?... Nunca.

DE ESPA5ÍA. 617

Una carcajada que nada de humano tenia fué la única con- testación del judío.

La amada de Alberto sentía circular por sus venas un frío horrible.

La mirada satánica del hijo del Gheg, la causaba pavor. La asustaba á ella!... á ella, que no habia temido nunca mas que la pérdida del amor del poeta.

Pero aquella no era ocasión de vacilar, ni demostrar te- mor, era ocasión de luchar, y de vencer si era posible.

Asi que levantándose y derramando á plomo su mirada glacial sobre el jorobado, le contestó con un acento incisivo y punzante.

—Siempre habia creído que fueras ruin, y miserable, pero no te hacia tan bajo que pudiera llegar un momento en que no me inspirases mas que desprecio.

-^Nada me importa que me desprecies; me he propuesto que seas mia, y lo serás. —Antes me daría la muerte. Ya evitaré yo el que llegue ese caso. Pero tu no has pensado que siendo la esclava de Sidy- Mohamed, y estando tan sediento de mi hermosura, no ten- ga en él un instrumento para deshacerme de tí?

No lo harás, porque no puedes; querrás ver mañana al emperador, y éste, mañana tendrá mucho que hacer para ocu- parse de tí; y mañana por la noche puedes tener la seguridad de que me pertenecerás aunque no quieras. —Jamás! gritó con arranque la hebrea. No encuentro una razón para que eso no suceda, tu no podrás oponerte, y no hay aquí nadie que te pueda defender. Creo que no has contado conmigo, miserable confidente de los enemigos del emperador, dijo una voz á espaldas del hebreo. Volvió este vivamente la cabeza, y en el mismo boquete por donde él habia entrado vio un musulmán que le contem- plaba con una íisonomía estraordiuariamente burlona.

Al reconocerle, retrocedió algunos pasos murmurando con

\oz apenas inteligible:

78

618 EL HONOR

Jacob, aquí!...

Sara lanibien, con la sorpresa pintada en su rostro había (iiciio.

El barón del Bosque!... Y alguno de nuestros lectores se hubiese encontrado en aquel lugar, al verle no hubiera podido menos de exclanaar. lil invisible!...

TE ESPAÍ^A,

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CAPITULO XXXSII

Un recuerdo á Africn.~Por qué fu6 el invisible áGibraltar y áMequinet,

—Batalla de Gualdrás,

A es tiempo de que hablemos de Angeles. Hacia cinco ó seis días que estaba en Gibraltar.

Su padre habia encontrado todos los negocios del difunto en bástanle nriai es- .-^-^=r lado, y a consecuencia de esto, su es- tancia en !a plaza, debia de prolongarse ¡ndefinidamenle.

La amada de Antonio habia pasado dias muy crueles des- pués de su salida de Ceuta.

A los muy pocos dias de su salida de este punto, se habia dado la gran batalla del 4 de febrero, y era lo mas posible que en ella hubiera lomado parte su amante.

En cuanto á la madre de este y su hermana, el mismo dia

en que este salla para el campamento, marchaban ellas á Cá- díí para desde este punto marchará Madrid.

De manera que la hija del banquero no podia recibir mas noticias que las que el joven subteniente la pudiera remitir.

Por esta razón Angeles habia sufrido los primeros dias de vSU eslancia en la colonia inglesa.

Sin embargo, tres dias después de la batalla de Tetuan, recibió una carta que le hizo derramar lágrimas de felicidad.

Antonio la participaba, que alentado por su amor, y escu- dado por él, habia hecho tales prodigios en esta acción, que el general en gefe le habia concedido la otra charretera sobre el campo de Tetuan.

Esta noticia esclarecía el porvenir de ambos amantes.

Esta noticia representaba que si Antonio salia bien del resto de la campaña, era ya mucho menos corta la distancia que le separaba de la hija del banquero.

Y asi trascurrieron los dias.

Y se cruzaban las cartas entre arabos amantes, cartas en que se repetía cíen veces y bajo cien formas distintas ese «te amo» que con pequeños vf.riantes constituye toda la fraseo- logia del amor.

Digamos ahora cuatro palabras sobre el estado de la he- rencia del oadre de Angeles.

Entre las cosas que habían quedado al fallecimiento del her- mano de Céspedes, y que á este pertenecían, habia una ca- jila de ébano sobre la que se leía en caracteres arábigos ))Zf- gah'b He Állach) (No hay mas Dios que Dios) antiguo lema de los reyes de Granada, y que es la base por decirlo así, de la religión musulmana.

Sobre este letrero habia una media luna, y á entrambos la- dos dos iniciales que no eran las del nombre del hermano de Céspedes.

Esta caja escílaba poderosamente la curiosidad del ban- quero.

Pero habia una clausula en el testamento del difunto que decía que aquella caja no se entregase mas que á la persona

Í)É ESPAfSlA. 621

(¡ue presentase un pergamino en el que hubiera las mismas pa- labras árabes, la misma media luna con las iniciales, y debajo de estas la firma entera del difunto.

Esta clausula era por si sola suficiente para escitar los de- seos de la persona mas apática.

Ya hemos dicho antes que Céspedes pertenecía á esa raza de hombres puramente materiales que no tienen mas Dios que el dinero, y que forman por decirlo así la aristocracia mercantil de todo el mundo.

El creia que la caja aquella contenia dinero ó valores equi- valentes.

Y no podia menos de sublevarse contra aquella substracción que hacia el difunto de la herencia que según él le pertenecía de derecho.

Viendo que habían transcurrido cinco ó seis días, que nadie se presentaba á reclamar la caja, y que él tenia menos deseos que antes de entregarla, se decidió por hacerla desaparecer.

Antes de esto ya había habido algunas cuestiones con los testamentarios sobre la citada caja.

Pero estos siempre habían estado conformes y unánimes en que se cumpliera la palabra del testador.

Céspedes, escuchando solo la voz de su interés, quiso que aquel objeto le perteneciera.

Llamó á un criado de confianza, y entregándoselo le dijo, que sin que nadie lo supiera, se embarcase y fuese á esperarle á Madrid.

Así lo hizo, y cuando al día siguiente se notó la desapari- ción del criado, se advertió también la de la cajita.

Los testamentarios pusieron el grito en el cielo, como suele decirse, y acriminaron al banquero por aquel descuido.

Pero este se defendió como pudo, y aquel asunto quedó en I al estado.

0^2 $1 HONÜH

It

Vamos á ver por estos dias qué era lo que hacia el invisible.

;. Nosotros le hemos presentado á nuestros lectores algún

lierapo después de estos sucesos, y para el mejor conocimiento

de nuestra obra, es menester que nos ocupemos también de ól

en el asunto que estamos tratando.

Tres dias después de la muerte clel hermano del banquero, un cárabo riffeño» se dirigía hacia una especie de ensenada pe- quena que se formaba al abrigo de la sierra donde tenia su pa- lacio subterráneo el invisible.

Hablemos algo sobre esta ensenada.

Sobre un lecho de finísima arena se estendian las aguas en una estension de unas cien varas.

Los dos kdos de esta pequeña bahía estaban resguardados por la montaña del invisible, y por otra no menos inaccesible y escarpada.

De las vertientes de estas montañas se formaba un arroyo, que tomando en algunos puntos las proporciones de rio, iba á derramar sus aguas en la especie de playa de que hemos ha- bido anteriormente.

El cauce de este rio podría tener en su punto mas ancho que era el en que desembocaba en el mar, unas 20 varas de an- cho, por 8 ó 10 de profundidad.

En ambas riberas del rio nacían unos cañaberales que for- maban por decirlo así una bóveda de verdura par entre la. que apenas se filtraban los rayos del sol para ir á reflejarse sobre las aguas.

Bajo aquella bóveda había constantemente anclado en las aguas del río un bn'k cuya finísima proa y cuya delicadeza de recortes demostraban bien claro que habia salido de los asti- lleros de Inglaterra.

Era una embarcación en miniatura.

1)E ESPAÑA. 625

Encajonado por decirlo así entre las riberas del rio no pre- sentaba fuera del agua mas que unos costados negros mmo el azabache en medio de los cuales se destacaba una cinta blanca que lo rodeaba.

Sobro su proa se veia un ángel sosteniendo con una mano una flecha que podria ser muy bien una alegoría sobre la lige- reza del buque.

En la popa entre dos ventanas cuyos marcos estaban pri- morosamente trabajados se leía en graudes letras de bronce un nombre solo.

«Azraphael.»

Es decir el nombre de uno de los cuatro arcángeles que reconoce el Koran.

Sobre la cubierta del buque se veian seis portas que per- fectamente cerradas podían servir para seis cañones de á ocho que iban cuidadosamente ocultos en la sentina del buque.

En cuanto á su arboladura era de una delicadeza estremada.

Bastante alta estaba á la sazón rebajada muchísimo para que pudiera penetrar bajo la bóveda que formaban los caña- berales.

Ninguno de los habitantes de aquellos alrededores conocía la existencia de aquel buque.

Era tal el temor que inspiraba la morada del invisible que ninguno se atrevió á hacercarse por aquellos contornos.

III.

Entre tanto el cárabo deque hemos hablado se iba acercan- do hacia la playa.

Dentro de él iban dos musulmanes.

Dirigieron su pequeña embarcación hacia la derecha del si- tio donde desembocaba el rio, y saltando el uno de ellos sobre las rocas, la afianzó con una cuerda á una de ellas.

El que había quedado en el cárabo, salió á su vez, y am-

624 EL HONOK

büs trepando por aquellos riscos se dirigieron hacia la cima de la montana.

Casi á la mitad de ella, el que había desembarcado el pri- mero, arrojó un ^'rito particular que todas las sierras vecinas fueron repitiendo.

Cuando llegaron á la meseta, ya estaba abierta la puerta de la caverna.

Dos negros había junto á ella. ¿Qué quieres Haschem? preguntó uno de ellos al que ha- bía dado el grito.

Este hijo del Islam, que me acompaña, quiere ver á nues- tro Señor. No puede ser; contestó lacónicamente uno de los abísinios. Dile que vengo de Gibraltar, dijo en esto el otro moro que había llegado en el cárabo.

El negro fijó una mirada profunda en el que había habla- do, y sin contestar una palabra, se dirigió hacia el interior del palacio subterráneo.

Al cabo de algunos momentos volvió, y dirigiéndose al des- conocido le dijo. Sigúeme.

Penetró este en el edificio, y atravesando salas llegaron hasta una habitación donde estaba el invisible.

Este hizo un movimiento que comprendiéndole el negro, se retiró inmediatamente. —Qué hay? Pedro? dijo el invisible asi que quedaron solos. Que el comerciante D. José María Céspedes, ha dejado de existir, contestó Pedro en un castellano tan claro y tan castizo como pudiera hablarlo cualquiera de los hijos de nuestro suelo. El rostro del invisible se puso extraordinariamente pálido. ¿Y á quienes ha dejado por herederos? preguntó en el mismo idioma. .-^A. su hermano. —¿Y lo sabe ya este? —Si señor. —Está bien, cuando el banquero madrileño llegue á Gibral-

t)K ESPAÍÍA. 625

lar, ven á avisarme, y entre tanto, tu y Jhon, no perdáis de vista la casa, y observad cuanto en ello se haga. Quedareis satisfecho; mandáis alguna otra cosa. No, puedes marcharte. Ah! se me olvidaba ¿quien te ha conducido aqui? Haschem. Puedes retirarte. Y Pedro salió de la estancia, y momentos después, el cá- rabo volvía á lanzarse al mar conduciendo á los dos hombres que habia traido.

En cuanto al invisible, asi que se quedó solo, se operó una eslraña transformación en su semblante. Su palidez se hizo mas lívida. De sus labios se escapaban gemidos sordos y doloridos. y dos gruesas lágrimas se deslizaban por sus megillas. En esle estado se pasó el resto del día. Cuando llegó la noche, cabalgó sobre su negro corcel, y casi toda ella la pasó vagando por aquellas montañas.

A la mañana siguiente todo era alegría y felicidad en la ca- bana del pescador Haschem.

Pendiente de una flecha clavada en la puerta, habia un bol- sillo lleno de oro.

En el asta de la flecha habia un papel en el que con carac- teres rojos, decía:

«El invisible.»

IV

A los quince ó veinte dias de haber pasado los sucesos an- teriores, volvió á presentarse en la montaña el mismo que vino á anunciar al invisible la muerte del comerciante de Gibrallar.

Hacía cuatro dias que Céspedes, el banquero madrileño estaba en la casa de su difunto hermano.

79

626 EL HONOR

Iníiiediatainente el invisible llamó á uno de sus criados. Di á Beu-Kaik que prepare en seguida el brik, y en cuanlo eslé, que me avise.

Salió el criado, y aun no habian iranscuirido cinco horas, cuando se presentó en la estancia un joven vestido á la usanza española con el trage de los pilotos mercantes. Está ya Ben-Kaik? le preguntó el invisible. Guando gustéis, señor. Pues vamos allá, y pon el rumbo para Gibraltar.

El invisible también se habia transformado.

Un elegante trage de camino cubria sus perfectas formas.

Tras él salieron del palacio de la montaña, dos criados ves- tidos también á la española, y junto con estos iba Pedro.

Bajaron todos por la sierra, y llegaron á la playa.

El buque no estaba ya en el sitio en que lo hemos presen- tado á nuestros lectores.

Se mecia gallardamente en medio la bahía.

Su arboladura se presentaba esbelta y graciosa, y sobre los mástiles se veian diez ó doce marineros también á la espa- ñola , esperando sin duda á su señor para largar las velas.

Junto á la orilla estaba esperando una canoa fina y ligera como el brick.

El invisible Beu-Kaik y los tres criados, se lanzaron á la frágil embarcación, y algunos momentos después, trepaban por las escalas del buque.

Inmediatamente se colgó la canoa de los pescantes.

Ben-Kaik, dio la señal de partida, y tendiéndose las ve- las, «El Azrrafaél» salió de la bahía.

Poco á poco fué inchándose la lona, y mas que un buque parecía un pájaro que volaba sobre la superficie del agua, ten- didas completamente sus blancas alas.

Al día siguiente echaba el ancla en Gibraltar-

La misma canoa que los habia conducido al brik, los llevó desde este al muelle.

Entre las diversas personas que en él se veian, había al- gunos oficiales de la guarnición británica que habian seguido

DE ESPAfÍA, 627

eon curiosidad marcada ai brik desde que penetró en el puerto. Mira, Arturo, decía uno de ellos, no te parece que aquel es el brik de lord Archivvald?

Eso mismo estaba mirando, y creo que tienes razón, pero tan pronto parece imposible que haya vuelto de su viage, con- testó Arturo.

Ya sabes lo escéntrico que es, y nada me sorprendería que en medio del camino ó desde cualquiera de los puertos de España se hubiese vuelto.

Mira, James, dijo interrumpiendo á Arturo otro délos ofi- ciales, ahora botan la lancha, y un caballero baja por la escala; no tiene duda es él.

—Efectivamente, es su aire, su estatura; si es Archivvald.

—Vamos al desembarcadero, añadió otro. Y todos se dirigieron hacia allá. Entre tanto la canoa se acercaba á tierra. Atracó junto al muelle, y el invisible fué el primero que salió de ella.

Adiós, milord, digeron los oficiales acercándose á él»

—Adiós, señores, les contestó en el inglés mas puro, y es- trechándoles la mano afectuosamente.

Cómo tan pronto por aquí?

He querido ver de cerca la guerra.

Baa I dijo uno de los ingleses con cierto aire de desden, eso no tendrá mucho que ver, los españoles se han metido ahí sin saber lo que hacen, y así les saldrá ello.

No es eso lo que yo he oído en Cádiz y en Alicante, con- testó el invisible.

Y ellos qué han de decir? añadió otro.

En fin, señores, degemos esa cuestión, pues les participo á ustedes que vengo muy españolizado, y no puedo escuchar impasible quo se trate de rebajar á una nación que ha hecho lo que ella.

¿Y qué es lo que ha hecho? preguntó Arturo con despreció.

Lo que nunca haría la nuestra.

—Milord!..»

628 EL nONOR

Lo dicho sGíiorPs; y hoy por hoy aseguro á ustedes, que me avergüenzo de decir que soy inglés.

Pero....

¿Les parece á ustedes digno que nuestro gobierno haya ido (i reclamar del español, esos millones que en esas circunstan- cias menos que en ningunas debia de haber reclamado?

Ya se vé, eso era para estorvar....

Kso ha sido bajo é innoble, una nación lucha de frente y con leallad con otra, pero valerse de medios tan rastreros, eso es indigno de cualquier nación que tenga decoro.

Milord!...

Lo dicho señores; antes dige que no tocáramos esa cues- tión, y ahora vuelvo á repetirlo; si ustedes gustan acompañarme, voy al «Hotel de las cuatro naciones» comeremos juntos, y des- pués iremos donde ustedes les parezca.

Iremos al teatro.

—Bien: veremos el destrozo de alguna buena obra. Peters, prosiguió dirigiéndose á uno de los criados, vamos al «Hotel de las cuatro naciones», con que asi, en marcha.

Y dando el egemplo, empezó á andar con dirección á la fonda.

Los oficiales le siguieron, y tras estos los criados, y todos juntos penetraron por la puerta del muelle y se dirigieron ha- cia el Hotel.

Al dia siguiente de haber llegado el invisible á Gibraltar, el banquero Céspedes se paseaba con muestras de satisfacción por una de las habitaciones de la casa de su difunto hermano.

Razón tenia para estar satisfecho.

Había recibido un parte telegráfico desde Cádiz, en que le participaba el criado que habia llevado la caja, que estaba en dicha población, y que se disponía para marchar á Alicante.

Ya había conseguido su objeto. Aquella caja tan codiciada ya le pertenecía. Dentro de muy poco tiempo podría abrir la caja y enterarse de lo que contenia.

Va tenia resuelto marchar otra vez á Madrid. Casi arreglados ya los asuntos de la testamentaria, solo le faltaba ir á Jerez unos cuantos diaspara ver unas viñas que en aquel sitio le habia dejado su hermano.

Angeles pasaría á Algeciras y desde allí se iria á Málaga, donde tenia una parienta á quien no había visto mucho tiempo hacia, y en este punto esperaría á su padre.

El mayordomo de este, y una camarera que habia tomado en Gíbraltar, acompañarían á Angeles en su viage.

Concluidos todos los arreglos, y dadas las disposiciones ne- cesarias, el buen banquero como persona que ha cumplido per- fectamente con todos sus deberes, se paseaba como antes he- mos dicho, lleno de lamas viva satisfacción.

En esto, Pedro, el criado que vimos en la montaña del in- visible penetró en la estancia. ¿Qué quieres Pedro? preguntó Céspedes. ?eñor, ahí fuera hay un caballero que desea veros. —¿No ha dicho su nombre? Es Lord Archiwal de Groswernor. —No se quien pueda ser, pero en fin dile que pase. Pedro salió y al cabo de algunos momentos el invisible pe- netraba en la habitación.

Después de los saludos de costumbre, el recien llegado dijo al banquero, en un castellano que no podía disimular el acento inglés de quien lo hablaba.

V. estrañará sin duda mi visita, toda vez que sin conocerle me he tomado la libertad de presentarme en su casa.

-—Oh? nada de eso, V. es muy dueño, y yo tengo mucho gusto en verme honrado con su presencia, contestó Céspedes con una finura esquisita. Mil gracias; vamos ahora al objeto principal de mi visita. ~V, dirá?...

650 ÍL HONOR

^Creo quo al leer el testamento de su difunto hermano, habrá notado una claubula bastante estraña por cierto. El banquero se estremeció. Sin embargo, se repuso y preguntó —-Ignoro de cual me hablará Y.; había tantos legados, y tantas clausulas estraflas, que no se .. ---Eg una clfiusula referente á una cagita... Céspedes palideció extraordinariamente El momento que mas teraia habia llegado. Al ver que pasaban dias y dias y que nadie venia á recla- mar aquel legado misterioso, habia sentido un desahogo grande en su conciencia.

Pero ahora, en el momento casi, en que se iba á alejar de aquella tierra donde era mas fácil la reclamación de aquel de- pósito, se presentaba nada menos que un Lord á exigirla

Aquello habia trastornado al hombre que no habia tenido miedo para cometer un robo.

En fin, dominándose como pudo, contestó: —Si; ya se de lo que V. me habla, y por cierto que con ella ha sucedido un lance bastante pesado.

Creo que la clausula dice, prosiguió el invisible, sin hacer caso de la salvedad hecha por Céspedes, que esa caja, no se entregarla mas que á la persona que presentara un papel con ciertas señas especiales. Asi es en efecto.

Pues bien, aquí tiene V. ese documento, Y el invisible sacó de una preciosa cartera de piel de Rusia, un papel hecho cuatro dobleces, que presentó al aturdido ban- quero.

Este no sabia que decir. Vea Y. volvió á insistir el invisible, vea Y. si este docu- mento está como exige la clausula testamentaria.

—Ya he indicado á Y. antes, dijo por fu) el banquero, que con esa caja habia sucedido una cosa bastante eslrafia.

Y que es? preguntó con una calma propiamente inglesa el invisible.

ESPAÑA 63Í

—Que esa caja ha desaparecido de mi habitación.

—Eso es lo mismo que decir que la han robado?

Justamente.

Pero yo supongo, que habrá V. averiguado quienes sean los autores de semejante robo?

Ya se han hecho averiguaciones.

-—Y qué ha resultado?

—Nada absolutamente.

Pero estando la caja en esta casa, y habiendo faltado de aquí, los criados son los responsables, después de V. á cuya guarda se habia confiado.

Yo respondo de mis criados, caballero.

Entonces serán los que tenia su difunto hermano de V.

Tampoco.

Si tanto los defiende V. y tanto asegura que no han sido, ¿{quien ha robado entonces la caja? preguntó con su calma gla- cial el invisible.

Yo... no lo se. La mirada del habitante de la montaña, se fijó lucida y brillante sobre el banquero.

Este no pudo resistir el brillo que aquellos ojos despedían y bajó los suyos.

El invisible sonrió imperceptiblemente.

—¿Con que es decir que me quedo sin lo que de derecho me correspondía?

—Y no puede V. figurarse cuanto es mi sentimiento; yo he hecho cuanto he podido por encontrar al autor de la sus- tracción; inmediatamente di parte á los Sres. testamentarios, y á la autoridad, pero todo ha sido en valde.

—Como ha de serl dijo el invisible volviendo á plegar el pa- pel, y guardándoselo; yo también siento infinito semejante ac- cidente pues para mi era de sumo interés esa caja, pero puesto que no tiene remedio...

—Ya he dicho á V. todo cuanto he hecho para encontrarla.

--Quizá sea yo mas feliz que V. y tal vez dando vueltas por el mundo, la encuentre.

652 EL HONOR

Fué tan incisivo el acento del invisible al pronunciar eslas palabras que Céspedes, sintió correr por sus venas un trio ¿^lacial.

No comprendo lo que quiere V. decir.

Ni es tampoco necesario.

Caballero!...

No á que viene esa alteración; yo he perdido una cosa que para mi valia mas que un tesoro, y sin embargo estoy tranquilo, y V. por una palabra....

Pero es que,...

Señor mió, dijo el invisible interrumpiéndole y dispo- niéndose para marchar, hemos concluido; pero esto no obsta para que si en algo me juzga Y. útil, me mande con la con- fianza de que tendré un gusto especial en complacerle.

El banquero por su parte también le hizo los mismos ofre- cimientos, y el invisible salió de la casa de Céspedes.

£n la p)uerta estaba Pedro, y cuando aquel pasó por sa lado, le dijo de una manera casi imperceptible.

Yete á mi casa.

VI.

Aquella misma tarde, el criado se presentó en la fonda de las cuatro naciones.

No hemos podido averiguar lo que medió entre el invisible y él, pero lo cierto es que al salir, le dijo aquel.

No le olvides de venir á avisarme el mismo dia en íjue se marchen.

VII

Han pasado cuatro dias de los últimos sucesos*

Por el camino que desde Gibraltar conduce á Algeciras,

UE ESPAÑA. 65o

va una cabálgala compuesta de dos señoras y tres criados.

Las señoras son Angeles y la camarera inglesa; y los cria- dos son Pedro, Jhon y otro, inglés también.

Ya hacia algún tiempo que iban caminando, y ni una palabra se habia cruzado entre ios viajeros. Angeles iba pensando en Antonio. La camarera ({ue nunca habia salido de Gibraltar, en las nuevas tierras que iba á ver.

Y Pedro y Jhon no sabemos en lo que pensarían; pero lo cierto es que de cuando en cuando se dirigían miradas harto significativas.

En cuanto al tercer criado solo revelaba su íisonomia una estupidez estraordinaria, y por lo tanto se contentaba con di- rigir á todas partes atónitas miradas tal vez sin comprender lo mismo que estaba viendo.

Hablan salido tarde de Gibraltar, y cada uno entregado á sus pensamientos, se habla olvidado de espolear a sus cabal- gaduras.

Por manera que la noche se les iba echando encima. Angeles fué la primera que lo advirtió, y volviéndose á Pe- dro, le dijo: ¿Falta mucho para que lleguemos á Algeciras? Aun nos queda una hora larga, señorita, le contestó aquel. —Entonces vamos á llegar muy de noche. Y tras estas palabras clavó la espuela en el hijár de su ca- ballo que salió al galope.

Todos los demás siguieron su egemplo. Pero aun no habían andado cien varas, cuando salieron por uno de los lados del camino unos diez hombres, que rodeando á Angeles y á la camarera, dijeron con ademan amenazador: Altol

Las dos mujeres no pudieron decir una palabra. El terror habia embargado su voz. Entro tanto, Pedro y Jhon se habían echado sobre el otro criado, amenazándole con dejarle en el sitio si decía una pa- labra.

80

634 EL HCNOK

'iodo eslo pasó en menos lieiupo del que nosotros hemos lardado en escribirlo.

Los bandidos, pues tales trazas tenían los que liabiau sor- prendido á las viajeras, agarraron los caballos de ealas de la brida, y atravesando algunas veredas, se dirigieron bacía una venta que se alzaba solitaria en medio del campo.

Allí descausaron breves momentos, y únicamente uno de los salteadores, que era el que parecía gefe de los demás, se dirigió á Angeles, y le dijo:

Tranquilicese V., señorita, no tenga ¡V. miedo que na- die se propasará a decirla á Y. , ni hacerla nada.

Habia un no se qué de franco y leal en la üsonomía de aquel hombre que Angeles sintió calmarse algún tanto su agitación. Momentos después salieron de la venia. Los hombres que las habían sorprendido iban montados en magniíicos potros andaluces, y en los arreos de estos, en el trage que vestían aquellos, y en el trabuco que llevaban coi- gado de la silla, demostraban bien claro ser una partida de contrabandistas.

Pedro se habia acercado al que habia hablado en la venta con Angeles, y le dijo: Di, Juanillo, saoes el amo está en el barco? Si, alli está esperando. ¿Y qué tal andan ios negocios?

Así, así. De todo tiene la viña del señor, contestó el que ya conocemos con el nombre de Juanillo. Días pasados nos cogieron diez y ocho fardos do pañolería y lienzos; pero á los seis ü ocho después, conseguimos pasar treinta de batista y tabaco. Vamos, no estuvo del lodo mal. Y entre tanto seguía la cabalgata corriendo á mas y mejor, cruzando sendas y matorrales, todo por supuesto, fuera del camino real.

La noche habia cerrado completamente. De pronto allá á lo lejos se oyó un rumor sordo y prolon - gado.

DR ESPAfÍA. 655

Angeles, conforme ya con su suerte, se resignaba á todo cuanto la pudiera suceder.

No sabia en qué pararía aquella aventura, pero tuviera el resultado que quisiera, estaba decidida á una cosa sola.

A perder la vida antes que el honor.

Y entre tanto el rumor de que hemos hablado anterior- mente, se iba haciendo cada vez mas perceptible.

Angeles se volvió hacia Juanillo y le dijo: ¿Qué es eso? Es el mar, seflorita.

El mar! dijo la hija del banquero sorprendida. Si, señora; estamos cerca de una de las bahías que so- lamente nosotros los contrabandistas ¡conocemos. Y qué, ¿vamos nosotros acaso á ella? Si, señora.

Y para qué? preguntó Angeles que sintió renovarse su terror. Eso es lo que yo no puedo decir a V. Entretanto habían llegado nuestros viageros á una especie de muelle de arena y piedras contra las cuales venían mu- jiendo á estrellarse las olas.

Angeles dirigió su vista asombrada hacía el mar. Allá á lo lejos se percibía una masa negra de la cual so destacaban dos luces de colores diferentes. Amarrada á las rocas había una lancha. Dentro de ella había cinco hombres. Cuando se escuchó el rumor do las pisadas do los caballos, uno de ellos le dijo á otro: Vamos Hamet, prepárate que va están ahi.

Y /lichas estas palabras, se tiró fuera de la lancha á espe- rar á los que llegaban.

Asi que los contrabandistas hubieron llegado á la playa, se les unió el que había saltado de la barca, y Juanillo, diri- giéndose á Angeles, la dijo:

Señorita, yo ya he concluido mi tarea; este compañero es el que so encarga de acompañar á Y.

r-

636 EL HONOK

Pero adonde me llevan ustedes., preguntó la hija del han- íjuero con un terror inmenso.

—A aquel harco que se ve allá á lo lejos: contestó e' que había sallado de la barca, señalándola las luces de que hemos hablado anteriormente.

Pero es que yo no quiero ir, dijo la joven con voz aho- ^'ada por los sollozos.

Pedro se acercó entonces á la joven.

Vaya V. señorita, la dijo con acento afectuoso, no tenga V. miedo, que en el barco lo sabrá todo.

Pedro habla sido siempre uno de los criados á quien mas habia distinguido desde que estaban en Gibraltar.

¿V. me responde de que nada me sucederá? preguntó la hija del banquero al criado.

Si, señorita.

Entonces, vamos.

Y con paso bastante seguro, se dirigió hasta donde se ha-' {jaba la lancha.

VIH.

Aquella misma larde, el brik que vimos anclado en la en- senada de la montaña del invisible, habia llegado á aquella especie de bahía.

Habia arrojado una lancha tripulada con cuatro hombres, y el limonero y el buque habia permanecido dando bordadas^ sin separarse de aquel sitio.

Por la cubierta se paseaba con aire de impaciencia, el in- visible.

Por dos veces habia sacado un silbato de plata y habia arrojado dos silbidos. De la lancha hablan contestado con otros dos de cierta manera.

Aquello fué dos preguntas y dos contestaciones.

líl invisible continuó paseando por el puente. De pronto un silbido cruzó el espacio.

m ESPAÑA. 637

—Ya vienen! dijo el caballero, volviéndose á otro que tam* bien andaba por allí.

Momentos después, una lancha se acercaba á uno de los costados de! buque; era la que vimos atracada en las peñas.

Tendió aquel una escala, y algunos instantes mas tarde, estaban en una magnifica cámara Angeles, y en otra, la cama- rera.

La hija del banquero no podía menos de asombrarse d^ lo que estaba viendo.

El lujo que reinaba en aquella habitación acuática era su- perior á toda descripción.

Inmediatamente que los viageros hubieron subido á la em- barcación, tendió esta todas las velas, é hizo el rumbo hacia la playa de donde habia salido días antes.

Aun no hablan pasado dos horas desde que Angeles estaba embarcada, cuando Pedro se presentó en la puerta de la cá- mara.

—Mi señor, dijo á la joven, desea que V. le permita venir á ponerse á sus órdenes. —•Su señor de V. Pedro?.... pues no era mi padre? —Ahora lo sabrá V . todo, según la indiqué antes. Pues bien, que pase. El invisible penetró en la cámara. Saludó con una finura esquisila á la joven, y cuando este salió de aquel sitio, Angeles estaba completamente tranquila.

IX.

Al dia siguiente, el invisible, Angeles, la camarera y los criados, entraban en el palacio subterráneo.

Do.; dias después, Zobeiba era á su vez con lucida por e mismo á su mansión de la montan:^.

Cuando el caballero salió de tener con ella la conversación que nuestros lectores habrán visto en las anteriores entregas,

638 EL HONOR

un criado vestido á la usanza mora, entró en la habitación donde estaba el invisible.

Qué hay, Alí? le preguntó.

Oue la insurrección cunde rápidamenle,

—•Qué le ha dicho el judío?

Que podemos contar con su apoyo.

Está bien.

—Pero no podéis figuraros á quien he tenido ocasión de ver, aunque muy de ligero en la casa del cheg,

A quién?

¿Os acordáis do aquella señora, que mandasteis espiaren Madrid, y á quien no he perdido de vista desde que desem- barcó en estas playas?

Sí, Saruyemal!....

—O Sara, ó como queráis llamarla, no cuantos nombres tiene.

Y dónde dices que estaba? preguntó con un gran interés el invisible.

En la casa del cheg, y lo mas estraño es que iba ves^ tída de hombre, y según yo vi al dia siguiente, entraba en ej Al-Cassar, á la cabeza de cien ginetes.

Estás seguro de lo que dices?

Como lo estoy de estar hablando con vos. Quedó el invisible pensativo por algunos instantes. Al cabo de ellos dijo á Ali.

Di que preparen mi caballo de carrera, yliíyHamet ven- dréis conmigo. —Mandáis algo mas? Nada, vet»^.

Inmediatamente que el criado salió, el caballero entró en otra habitación, y cuando salió de ella, estaba completamente transformado.

Su airosa y gallarda figura resallaba doblemente bajo el Iragc musulmán.

Llamó á otro criado mas anciano que lodos cuantos hemos

DE ESPAÑA. 659

visto hasta ahora, y le dio algunas disposiciones sobre fo que había de hacer durante su ausencia.

Concluido esto, salió, y en la puerta de la caberna ya le esperaba un caballo y los dos criados.

Cabalgó en él, y todos tres empezaron á descender por la montaña.

A los pocos dias, en las últimas horas de la tarde, el in- visible y sus acompañantes penetraban en Mequinez.

Momentos después, aquel, embozado en su blanco alquicel se dirigia por la espalda del AUCassar, buscando una puerta, que solo él creia conocer.

Empujó el resorte y entró por ella.

Do este modo sorprendió la entrevista de Benjamín y Sara.

Entretanto el padre de Angeles estaba en Jerez muy ageno

de lo que había acontecido á su hija.

Ya la creia en Málaga» cuando recibió un día una carta concebida en estos términos.

«Tengo á tu hija en mi poder; ínterin no me des la caja que tienes, y que has mandado á Madrid con un criado de tu confianza, no te la devolveré.

Dentro de diez dias te espero en Melilla, allí me darás la caja y te devolveré á tu hija.

Te encargo mucho sigilo en todo, no por mi, sino por y por tu hija que tal vez se viera muy comprometida.»

Céspedes se quedó como herido de un rayo.

Por un momento pensó en poner en conocimiento de la au- toridad aquella carta.

Pero la amenaza que en ella se hacia, le arredraba es- Iraordinariamente, y le hizo desechar semejante idea.

Largo ralo se llevó pensando lo que debía de hacer, y en

610 EL HONOR

los capítulos sucesivos veremos el resiillado de semejaiUeá re- llex iones*

) ,

XI

Abaslecido ya el egérJto de lodo lo necesario para em- prender su marcha, se dio la orden de levantar las tiendas el dia 25 de Marzo.

Cada soldado llevaba seis raciones, v ademas una remesa suficiente de galleta y cebada en las acémilas que acompaña- ban al egército.

La marcha se habia arreglado del modo siguiente:

Por los montes de Sauesa habia de marchar el general Rios con cinco batallones, y los tercios vascongados en otras alturas que dominan el valle de Vad-Ras,

El general Echagüe con la fuerza que habia traido de su división, habia de marchar por el frente.

Tras este, el segundo cuerpo á las órdenes del conde de Reus.

A esta división acompañaban una batería de montaña, un regimiento de artillería montada, y la brigada de coheteros.

Tras este iba la caballería mandada por el general Galiano.

Tras la caballería marchaban los bagages de los cuerpos anteriores.

Tras esta la división del general Ros de Glano, cerrando la marcha la brigada de reserva á las órdenes del general Ma- kenna.

El cañón de la alcazaba, dio al romper el alba, la señal de batir tiendas.

Momentos después, aquella gran masa de hombres se puso en movimiento.

El egército se ponía segunda vez en marcha.

Como el camino del Serrallo á Tetuan tuvo su Cabo-negro, el de Tetuan á Tánger tenia su Fondak.

Difícil habia sido aquel paso, pero este infinitamente pre-

09

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•-s O

DE ESPAl^A. 641

sentaba mayores obstáciflos.

Los moros se habían aprovechadlo bien de las defensas que el terreno ofrecía, y las habían aumentado cslraorlinaríamente.

Todo el egércilo sabia esto, y sin embargo, todo él estaba impaciente por medir sus armas con las de los marroquíes.

Nuestras tropas se pusieron en marcha, siguiendo el curso del Guad-el-Gelú, con dirección al puente de jiuceja.

Un silencio sepulcral reinaba entre aquella gran masa de hombres.

Un pensamiento íijo reinaba en aquellas cabezas.

Haijian vencido á los iníieles en multitud de combates, y era necesario vencerle en esas posicioues tan formidables que tenían. , Todos pensaban también en aquel momento supremo, si se- ria aquel combate el último en que entrarían.

¿Y quién será capaz de graduar este pensamiento do co- bardía?

Nadie; quien asi lo hiciera, nos daría la idea mas pobre de sus conocimientos en el corazón humano.

El valor no impide el sentimiento.

Asi como tampoco el sentimiento quita el valor.

El pensamiento que se ocurre á toda persona que va á ar- rostrar un gran peligro, es no si morirá en el, sino la familia, Jas personas de quienes se á separar para siempre.

Y este mismo sentimiento, le presta nuevas fuerzas para salir victorioso.

Esta era la idea de lodos los soldados.

Todos tenían una madre, una hermana, una familia en fin que seguía con los ojos del alma, los pasos de sus hijos ó de sus parientes por el suelo africano.

IJasla entonces habían salido bien en todos los combates.

Hasta entonces habían tenido la esperanza de poder ver al- gún día alas personas (jueridas(|ue se habían dejado en Europa.

¿Pero podrían seguir teniéndola al día siguiente?

Este era su pensamiento.

Comprendían que. dentro de algunas horas se habría em-

81

t)Í2 EL HOiNÜU

prendido la polca, y en aiiacllos inoinenlos de recogimionlo y de silencio, daban un adiós mudo á lodos los objetos (jueridos de su coiazoD.

Adiós sublime, (jue alravesando los mares en las alas de genios invisibles, llegaba á las almas de las madres, de las esposas, y de las hijas de aquellos valientes.

XIX.

Desde los primeros pasos que dio el ejército por el camino del Fondak, empezaron á percibirse los enemigos.

Pero sin embargo, nadie pensó que estos emprenderían uii ataque formal.

Al cabo de algunos momentos los moros hicieron algunos disparos, y se los vio correr en todas direcciones para irse reu- niendo.

Montes, collados y valles se vieron al poco tiempo, cubier- tos de enemigos.

La algazara se escuchaba á larga distancia, y los blancos alquiceles ó los cenicientos haiks flotaban al viento en todas direcciones.

Ya entonces se comprendió que los marroquíes trataban de disputar el paso.

Por donde quiera que se tendía la vista no se veían mas que masas confusas de Ínfleles que se iban acercando ó alejando sobre una eslension de cuatro leguas.

De pronto de uno de aquellos grupos se destacaron algunos que rompieion el luego contra las guerrillas del primer cuerpo.

Inmediatamente el general Echagüe dio la orden de for- marse los batallones en masa, y avanzar.

Pero este movimiento se veía interrumpido á cada paso por las diíicultades del camino que tenían que ir arreglando los in- genieros.

Este fué el prólogo de esa grande acción en que se ha lu- chado contra fuerzas mas numerosas, y en que la victoria se ha pagado cara, por la sangre de los mártires que en ella pe- recieron.

DE ESPANA.

645

CAPITULO XLIf I

GontiíJi'ia la descripción de la batalla del dia 23 de Mirzo,

L general en gefe que marchaba á la ca- beza del egércilo, comprendió en segui- da lo reñida que había de ser ia acción por las inmensas fuerzas que presentaba el enemigo. En su consecuencia empezó á recorrer lodas las lineas, y á dar sus disposicion«ís con esa inalterable sangre fria, que nunca podremos elogiar lo suficiente.

Aun no habia transcurrido mucho tiempo cuando ya estaba

empeñado el combale, lanío en el frente como en la izquierda.

Los sectarios del Islam, esos feroces descendientes de los

soldados de .>luza y de Taric atacaban con el mismo furor que

054 EL HONOR

siírlos hncñ sus ascendípnfps luohnbíin con los agiierritlos sol- dados de Alfonso y de Isabel la Católica.

Ginetes en sus liíroros corceles corrían por el llano, tre- paban á los cerros ó se tendían á lo lar^o de las orillas del rio, disparando en su inquieto íjalopar las espinírardas.

Y se oía el monótono son de sus dulzainas y tambores. Se percibían claras v distintas las voces de los í?efes de cada

Kabila.

Y tras cada disparo, tras cada corrida que daban para caer sobre nuestras tropas, se escuchaban los aritos salvages v alborozados de los africanos.

Desde la ribera del rio era desde donde mas molestaban el flanco izquierdo de nuestras tropas.

Un batallón de Granada v un escuadrón de la Abuera, fueron los destinados h hacerles abandonar aquel sitio.

Atravesaron el Buceja por un vado, y ííinetes y peones, despreciando el fuego de los infieles, se lanzaron con indecible empuje sobre ellos, v los hicieron retroceder.

El enemigo se repuso y atacó con nuevo furor á los que le arrojaban de aquellas riberas.

^ero fué en balde.

Los valientes de la Albuera dieron una brillante carga, y limpiaron completamente toda aquella parte.

Entretanto todos los demás batallones del primer cuerpo habían entrado en acción.

Se dio la orden de tomar una altura á cuyo pié estaba com- batiendo el general E'íhagüe, y al subir á ella, los enemigos hacían lo mismo por otra parte.

Unos y otros se encontraron en la cima de ella.

Por un instante estuvo indecisa la victoria.

Unos v otros peleaban con furor, y confundidos frenéticos, ninguno adelantaba, pero tampoco cedia ninguno.

Afortunadamente estaban allí los generales Kchagüe v Gar- da, V viendo que aquello se prolongaba denasiado, ordenaron una carga á la bayoneta.

DB ESr>Af9A. 645

Los cazadores de Madrid tuvieron su gran parte de gloria en este momento.

Sin pensar en la muerte que diezmaba sus filas, se lanza- ron á la altura, y unidos sus esfuerzos á los de los demás, consiguieron que la bandera española ondease triunfante so* bre la cumbre de aquella eminencia.

El segundo cuerpo entretanto se iba acercando al teatro del combate, y destacándose de él, los voluntarios catalanes y dos batallones mas, pasaron el rio para proteger al de Granada y la Albuera que estaban lucbando en aquella parle.

;.Oué podremos decir de los catalanes? Nada: su comporta- miento en esta acción no podia desmerecer del renombre y los laureles adquiridos en las acciones del 4 de Febrero y del 11 de Marzo.

Oondft había peligro, allí estaban ellos, y sin pensar en pararse á contar los enemigos, se lanzaban con una bizarría y un arrojo superiores á todo elogio.

Cuatro batallones formados en masa, y apoyados por la ar- tillería V la brigada de coraceros, recibieron la orden de di- rigirse hacia la llanura.

El general Paredes con su brigada, debia apoyar al pri- mer cuerpo, V las demás tropas pertenecientes al segundo,

debían avanzar inmediatamente.

Fl general Ros. pasaba por delante del bagage, y se ade- lantaba rápidamente con el obgeto de acudir con sus fuerzas adonde fuera necesario.

El conde de Reus con ese valor á toda prueba que le ca- racteriza, se lanzó á romper el frente del enemigo, para unirse, con el primer cuerpo y verificar sus movimientos combinados.

II

Ya hemos dicho en otra parte que el general O'Donnel era la cabeza del egército, mientras que el conde de Reus era la espada

646 EL HONOR

Donde quiera que fste general se ha lanzado, ha ¡do la viC' loria con él.

Hav un momento de vacilación en alfi;unos batallones, hijo del esees! vo número de moros que los acosan; allí se lanza el conde de Reus, v reanima á las tropas hasta el punto de hacer huir á los enemigos.

Si hay una posición difícil que tomar, la espada del í^eneraj Prim desembaraza el paso de musulmanes, y la posición se gana.

En este caso como en todos, llenó cumplidamente la mi- sión que se le habia confiado.

Arrollando todos los obstáculos que se le presentaron, a] cabo de pocos instantes formaba sus batallones en el llano, desplegaba la caballería, v con la artilleria v la brigada de coheteros, limpiaba completamente de enemigos aquellos alre- dedores.

Los moros se replegaron á los aduares de Arsenal, hacia las faldas del Benider.

Entretanto el general Rios que habia subido por los mon- tes de Samsa, habia marchado durante algún tiempo sin obs- táculo alguno.

Pero de pronto, gruesos pelotones musulmanes que sin duda trataban de tomar aquellas alturas, se presentaron ante nues- tros valientes.

En el adrar de Saddina se quisieron h^cer fuertes; pero ala- cadas con un valor que rayaba en frenesí por los cazadores de Tarifa, v los tercios vascongados se vieron obligados á re- troceder.

Sin embargo no se dieron por vencidos los marroquíes.

Volvieron á reunirse otra vez, y si recio habia sido el em- puje délos castellanos, furioso también fué el de los mahome- tanos.

De tal modo cargaron estos, que los nuestros no pudie- ron menos de retroceder.

Otra vez volvieron aquellos heroicos hijos de la España á la carga, y olra vez reconquistaron aquellas posiciones.

DE ESPAÑA. 647

El general Latorre con sus brillantes tercios, siguió ata- cando á los eneníiigos, y el combate se hizo general.

En una estension inmensa no se oia mas que el estridente rumor de la batalla.

La artillería jugaba con un acierto admirable.

Sus roncos sonidos dominaban los mil ruidos que se oian en todo el campo del combate.

A los aves de los moribundos, se unían á los lamentos de los heridos.

A los disparos de los fusiles, el chocar de las armas.

Y con los toques de corneta, se armonizaban las voces de los gefes.

Y el relinchar de los caballos, la algazara de los moros, los vivas de los cristianos, los gritos, los juramentos, los ge- midos y las detonaciones, formaban el mas discordante y ater- rador concierto que la mente puede imaginarse. ■''"-

A pié, á caballo, cuerpo á cuerpo, en pelotones, y en pe- queños cuadros, se luchaba.

En las sierras, en los aduares, en los valles y en los llanos, se combatía con un encarnizamiento igual por ambas partes.

Finalmente la división del general Rios hizo un esfuerzo supremo, y atacando denodadamente á los enemigos, los hizo huir en todas direcciones.

liUl tercer cuerpo del egército también había entrado en fuego» ' '

Los raoíos habían ido á hostilizarle por la izquierda; y ha*- bia sido necesario darles una lección como á los demás. >w.. Entretanto el convoy estuvo algunos momentos en peligro.

Como el general Ros de Olano, se habla adelantado en vir- tud de las órdenes recibidas, quedó aquel únicamente al cui- dado de la escolta.

Esta era bien insignificante* ¡i'M Los moros creyeron aquella presa muy posible, y se lan- zaron sobre ella.

jiiPero los que la componían eran españoles, y por lo tanto no retrocedieron.

048 BL IK)NOR

Le defendieron con un valoi' heroico, dando lugar á que llegasen algunos batallones de la división del general Makenna, ({ue pusieron en precipitada fuga á los infieles.

III

F>an las tres de la tarde.

Se estaba combatiendo desde las nueve de la mañana, y aun no habia esperanza de que cesara la pelea.

hl suelo estaba cubierto de cadáveres, y anchos regueros de humeante sangre, esmaltaban el campo.

El enemigo empezaba á retirarse á otras alturas donde sin duda pensaba hacer una resistencia mas desesperada.

Conociendo Prim la gran venlaja de las posiciones que los moros trataban de tomar, con el ímpetu y arrojo caracterís- tico en él, se lanzó seguido de algunos batallones, é instan- táneamente se hizo dueño de ellas.

Allí resolvió sostenerse todo el tiempo posible.

Pero el enemigo no le dejó gozar en paz su [)osesion. También esta vez fueron rechazados, y en la persecución que emprendió subre ellos, el primer batallón de Navarra se apo- deró de uno de lus aduares en que se apoyaban los marroquíes.

Pero no era del gusto de estos dejar á nuestros valientes en posesión de aquel punto.

Se rehicieron en el segundo aduar y se lanzaron con un furor inesplicable á los soldados que se habian posesionado del primero.

Ante la furiosa acometida del enemigo tuvieron que retro- ceder los cristianos.

Entonces el conde de Reus se puso al frente de un bata- llón y de un escuadrón de coraceros y se conquistó el terreno perdido.

Pero otra embestida del enemigo mas furiosa que las an- teriores nos volvió á desalojar de aquel punto.

DE ESFAJ^A. 649

Mas si interés ¡tenían los moros en que|abandonásemos el aduar, mayor lo teníamos nosotros en poseerlo.

El general Prim con un batallón de Navarra y protegido por otro de Toledo volvió á tomar definitivamente aquella po- sesión. •

Entonces el enemigo se retiró algún tanto y el fuego con- tinuó cada vez mas nutrido.

A todo esto la caballeria habia tomado una parte muy ac- tiva en el combate.

Apesar de ser el terreno muy desfavorable para sus evolu- ciones, mas de una vez mezclada con la inl*anteria habia com- partido con ella sus peligros y habia regado también coa su sangre aquel terreno donde tanta se habia vertido.

Entre tanto el conde de Reus se encontraba en una situa- ción muy crítica.

Atacado cada vez con mas furor por los marroquíes y con- tando con pocas fuerzas hacía esfueizos desesperados para sos- tenerse.

El general en gefe conociendo la necesidad que tenia de refuerzos ordenó al general Uos que fuesen á protegerle algu- nas de las fuerzas de su división.

Efectivamente, el brigadier Cervino con su brigada corrió inmediatamente hacia aquel punto.

En mejor ocasión no podía haber llegado este.

Acosado el vafiente general Prim por fuerzas muy supe- riores, se defendía con una bravura que rayaba en lo fabuloso.

Pero el brigadier Cervino fué á ponerlo en disposición de obrar mas libremente.

Tantas horas de lucha, hacían necesario el momento de to- mar una resolución pronta para acabar de una vez.

El duque de Tetuan lo comprendió de este modo, é inme- diatamente formó su plan para dar el golpe de gracia al ene- migo.

El general O'Donnell, D. Enrique recibió la orden de bajar al llano donde estaban los apiñados pelotones de la caballe- ría muslímica, mientras el general Echagüe, salvando bre-

8SI

6oO EL HONOR

ñas y peñascos, se dirigía á alravesar el Buceja por el puente.

Al luismo tiempo el general engefe, queriendo también to- mar su parle en aquella gran función militar, poniéndose al frente de su escolla y alguna infantería, y seguido de ties ba- lerías y dos escuadrones de lanceros, atravesó el rio por un vado, y fué á caer con irresistible ímpetu sobre el centro del enemigo.

Este movimiento estaba combinado con el del conde de Reus por la izquierda, y con el de D. Enrique O'Donnell por la derecha.

Todos estos esfuerzos reunidos, todo este valor superior á cuanto se pueda decir, y esta constancia á toda prueba, tu- vieron el resultado mas favorable.

A las cinco de la tarde el enemigo huía en todas direc- ciones, t

Rota y desecha su estensa línea, recogió sus tiendas con estraordinaria precipitación, y aquellos formid¿ibles morjs que con tanto valor habían luchado durante ocho horas, confiaban á la fuga la salvación de sus vidas.

El general Ríos, venciendo cuantos obstáculos se (aponían á su marcha, bajó á situarse sobre el puente, formando la se- gunda línea mientras que la división del general Makenna ase- guraba la comunicación con Teluan, comunicación altamente necesaria para la retirada de la multitud de heridos que ha- bían ocurrido durante la batalla.

IV

Tal fué en resumen la batalla del 23 de Marzo en el valle de Vad-ras.

Quisiéramos tener palabras, quisiéramos que nuestra pluma fuera una de las mas brillantes de nuestra lileralura para des- cribir como se debe aquel canto heroico empezado á la 3 nueve

DE ESPAÑA. 651

de la mafiana en los raonles de Samsa» y concluido al ano- checer en el valle de Vad-ras.

20,000 hombres luchando contra 45,000 es una cosa que materialmente parece una quimera.

Y 20,000 hombros cansados, sosteniendo el enorme peso de la tienda, la mochila, la manta, la cartuchera y el morral con las raciones para seis días, luchando por espacio de tan- tas horas, era una cosa que tenia mucho de sublime.

Nunca como hasta entonces habían peleado con mas encar- nizamiento los musulmanes.

No era aquel el valor del fanatismo, era el desesperado esfuerzo de un pueblo que defiende sus hogares y su indepen- dencia.

Sobre una estension de cuatro leguas se estuvo dibujando todo el dia el cuadro mas fantástico que la mente puede ima- ginarse.

En medio de las blanquecinas nubes de humo se veian aparecer las vigorosas figuras de aquellos marroquíes que de- jando flotar al viento sus airosos alquiceles mas bien que fi- guras reales, parecían sombras evocadas por la barilla mágica de un encantador.

Aquellos caballos ligeros como el simoun del desierto; aquellos ginetes, cuyo confuso contorno, ora se díslinguia perfectamente, ora se perdía á lo lojos; aquellos rostros de- negridos, salvages, aquellos gemidos de agonía: todo aquel inarmónico concierto tenia un no que de magníficamente aterrador que oprimia dolorosamenle el alma y fascinaba la mente.

y á los tristes ayes de los moribundos se unían los gritos de triunfo de los vivos.

A el estraño sonido de las dulzainas moras, se unian los be- licosos ecos de los clarines cristianos.

Y sobre aquellos estandartes rojos abatidos, sje fizaban las invictas banderas castellanas, que las brisas de la tarde mecían gallardamente sobre las cimas de las montañas.

Hf)2 FL HONon

Do nqnol inmonso rampo rio batalla so alzaba un clamor eslridenlo, horrible y amenazador.

Kran los herirlos; eran los moros moribundos.

Era la imprecación que arrojaba nn pueblo que se sentía vencido pero que no por eso renunciaba (\ sustraerse de aquel dominio.

Y de los montes, de los llanos, de los vrdles y de las ribe- ras del rio, se alzaba un írrito unisono, aleorre v prolonírado.

Eran los cristianos.

Eras aquellas 20,000 bocas que tras doce horas de lucha aclamaban con un hurra frenético á su Dios, h su patria v á su Bey.

Y á lo lejos se iban perdiendo erradualmente confundiéndose con el horizonte, los grandes fifrupos de musulmanes que en medio de su carrera desordenada murmuraban con toda la fuerza de su fanatismo:

«Estaba escrito, Dios lo ha querido, cúmplase su vo- luntad.»

Una multitud inmensa se perdía en lontananza.

Otra multitud ocupaba todos los valles de Vad-ras.

Aquella llevaba sobre su frente el sierno triste v desconso- lador del vencido.

Sobre la cabeza de esta se veía resplandecer la aureola inmarcesible de la victoria.

Y de entre estas dos multitudes que se representaban cosas tan diversas, se destacaban dos agrandes fíí^uras.

La una di^na, írrave, apenada y triste; pero noble en me- dio de su dolor.

Sobre su frente se veía una arrujOfa profunda que no era la espresion del desaliento, no era la señal de la cobardía, no era el siírno de la debilidad.

Érala esnresion fiel del sufrimiento, era la caracterización del valor vencido, ñero no humillado.

Esta figura era la de Muley-Abbas.

La otra ffrave también, severa, pero resplandeciendo sobre su frente no el orgulloso despotismo^ del vencedor, sino la es-

DE ESPAfÍA. 653

presión exacta del hombre que valiente y esforzado en la pelea respeta y compadece á los vencidos.

Esta figura era la del general 0*Donnell.

Y entre estas dos, cerniéndose en medio del espacio sobre su trono de nubes, se distinguía la figura raagestuosa y divi- namente sublime de la creación.

El rey de reyes el inmutable fijador de los destinos de la humanidad entera, tenia en su mano la balanza que pesiaba la suerte de las naciones.

El fiel de ella se había inclinado en favor de la bandera de la cruz.

España habia triunfado.

Marruecos tras su impotente esfuerzo habia visto otra vez sus huestes destrozadas.

«Estaba escrito» decían los musulmanes y efectivamente, en la mente de Dios con caracteres indelebles, estaba marcada la decadencia de la raza islámica.

654

EL HONOB

CAPITULO XLIV

Alberta y ZeUin en Mequinez. El invisible y Sara. Episodios de la ba- talla del 23.

ESPUEs fie la descripción no pintada con colores tan vivos como nosotros hubié- ramos querido que hubieren salido de nuestra paleta, nos parece muy conve- niente dar alguna tregua nuestros lec- tores para seguirles, refiriendo los di- versos episodios de esa gran batalla . hablando un poco de nuestros amigos Alberto y Zelim á quienes dejamos caminando hacia Mequinez.

El poeta y su hermano llegaron á la capital del imperio y fueron á alojarse á la misma casa del Cheg.

Inmediatamente le pidieron noticias de Sara, y el buen he- breo no pudo decirles nada porque nada sabia.

Sin embargo, estando hablando todos, entró en la estancia

DE ESPAÑA. 655

Benjamiii, y aunque estuvo en ella muy poco tiempo, fué el su- ficiente para despertar la curiosidad del poeta.

Así fué que en cuanto aquel salió, preguntó quien era, y el padre no salaraenle lo dijo, sino que habió de la admiración que causara al jorobado la espléndida belleza de la judía.

Este fué un rayo de luz para Alberto.

Después de esto ambos hermanos se dedicaron á pasearse aunque infructuosamente por delante del palacio.

Un día y otro dia se pasó y nada pudieron adelantar.

Por dos ó tres veces Alberto, de un modo indirecto, sacó la conversación de Sara delante de Benjamín.

Pero este no se dio por aludido en nada.

So encerró en una prudente reserva, y no se le escapo una palabra que pudiera revelar que conocía la existencia de la hebrea.

Sin embargo no por esto se desvanecieron las sospechas del poeta. Y la vida que llevaban los dos hermanos era sumamente triste.

Zelim amaba cada vez mas á Zaard, y padecía mas cuanto mas imposible se le hacia.

Alberto sino quería á Sara del mismo modo, tenia un de- ber de gratitud que cumplir respecto á ella.

Por él se encontraba en aquella situación.

A él, y solo á él le tocaba sacarla de ella.

Puesta en prensa su imaginación, cuantos proyectos se le ocurrieron, tuvo que desecharlos porque no había realización posible.

Por fin pensó vigilar la conducta de Benjamín.

Por aquello debia haber empezado desde el momento en que llegó.

Si así lo hubiera hecho, mas pronto hubiera averiguado el paradero de su amada.

Benjamín salía, bien de día ó bien de noche, cualquiera de los dos hermanos se ponían inmediatamente en persecución suya, y uo le perdían de vista hasta que volvía á entrar en su casa.

656 KL¡HONon

Pero el aslulo juilíü sin saber realineiile á lo que ellos ha- bían ido á Mequioez, decidió vivir con uiucüa cautela, para lo cual durante muchos dias no íué á ver á la hebrea.

Pero Alberlo, ([ue era tan aslulo como él, y que vela bas- tante claro en todas las situaciones; comprendió que si Ben- jamín se había li¿i;urado que ellos habían llevado alguna idea respecto á Sara, no haría nada absolutamente que pudiera de- latarle á los ojos de los que le espiaban.

Para evitar esto y para dejar en plena übertad al jorobado, decidió el poeta ungir que se ausentaba.

Comunicó su proyecto áAbdel-Abbás, y no pudo menos de merecer la aprobación de este.

Aquella misma noche los dos hermanos y el hijo de Isaac se despidieron del judío y se pusieron en marcha.

Frente á la casa del Cheg vivia otro amigo de Abdel con el cual este ya había hablado, y desde cuya casa pensaban observar todos los movimientos de Benjamín.

Esta casa tenia la entrada por otra calle.

Los dos hermanos acompañados de Abdel, se dirigieron inmediatamente á esta casa, penetraron en ella, y asomados á una de las saeteras á que pomposamente dan el nombre de ventanas, lijaron sus ansiosas miradas en la casa del Cheg.

No les duró mucho tiempo esta espectativa.

A los pocos instantes un hombre envuelto cuidadosamente en una especie de saco ceniciento, salió á la calle, miró á to- dos lados, y cerciorándose de que nadie le veía, echó á andar precipitadamente hacia una de las calles que conducían al al- cázar.

£ste era Benjamín.

ti.

Zellm y Alberto salieron inmediatamente, y dando la vuelta á la calle, se pusieron en persecución del hebreo.

DE ESPAÑA. 657

Cada uno por un lado, y á favor de la obscuridad, pudie- ron acercarse sin ser notados.

Largo rato anduvieron atravesando calles y callejuelas, hasta que salieron á una especie de plazuela inmensa en la que se alzaba mas inmenso tqdavia el Al-Kassar.

A través de la obscuridad se dirigieron una mirada los dos hermanos.

Sus manos se buscaron, y aquel apretón mudo tenia mucho de significativo.

Quería decir que estaban ya en camino de descubrir lo que buscaban.

Benjamín entretanlo muy ageno de ser espiado, iba ade- lantando hacia el palacio.

Pasó de largo la puerta principal, atravesó todo el edificio, y entró por fin por bajo de las tapias que encerraban ios jar- dines.

Los dos hermanos apretaron el paso.

De pronto se detuvo el hebreo.

Alberto y Zelim hicieron lo mismo.

Pero sin saber como ni de que manera, Benjamín desapa- reció.

Corrieron inmediatamente los que le habían ido siguiendo, y por mas que registraron en toda la piedra que formaba la pared, no pudieron encontrar el sitio por donde había entrado el judío-

En tal estado se decidieron por esperarle á la salida; pero todo fué inútil.

Se llevaron toda la noche en espectativa, y solo cuando el día empezaba á aclarar, fué cuando cansados ya de aquella espera, se dirigieron á su casa.

Dieron parte á Abdel de lo que habían visto, y resolvieron volver á la morada del cheg, pretestando cualquier cosa, y contarle lo que habían visto.

Efectivamente, tomaron sus caballos, y atravesando algu- nas calles, penetraron en la que vivía el gefe de los judíos.

83

G58 EL HONOh

Llamaron á la puerta, y la primera persona que les salió á abrir fué Benjarain.

in

Tenemos que retrocer algunos días, para venir á la noche en que el invisible interrumpió la conversación que el judio sostenía con Sara.

Ya digimos la estupefacción que arabos hablan sentido al verle, y las diversas esclamaciones que salieron de sus labios. Durante algunos momentos no se cruzó una palabra entre aquellos tres personages.

El invisible cruzado de brazos, dejaba vagar su burlona mirada desde Sara á Benjamín, lil hebreo parecía confundido.

La hebrea al contrario, si la sorprendió la imprevista lle- gada del caballero, se repuso en seguida, y lanzaba sobre él una mirada en que se leía el orgullo, no el temor. El invisible fué el primero que rompió el silencio. Quien le ha dado á derecho, dijo con una espresion de punzante desden al hijo del cheg, para que fijes tu mirada in- solente en esa muger...? Nadie, contestó tímidamente aquel, mi corazón... Mentira, tu corazón es incapaz de abrigar los sentimien- tos honrados y puros del amor, lu eres el reptil miserable que no tiene mas que los instintos groseros del cuerpo. Jacob!... gritó Benjamín poniéndose lívido. Calla, y no pronuncies una palabra cuando yo hablo, dijo el invisible con un acento de mageslad infinita. Es que...

Márchate inmediatamente á esperar mis órdenes. Pero... —Quién soy yo, y quien eres tú? dijo el invisible con una

HE 3SPA5ÍA. 659

cólera crecieute, yo mando y necesito que se me obedezca; vete á til casa y espérame en ella. Benjamín no contestó nna palabra. Pero habla tanta amenaza, tanto odio en la mirada que dirigió al caballero, que Sara que la sorprendió no pudo rae- nos de estremecerse.

El invisible, como si nada hubiera visto, y como si nada hubiera pasado lo estuvo contemplando hasta que desapareció por el mismo boquete por donde habia entrado momentos antes.

Así que quedaron solos se dirigió á Sara y le dijo:

Con que sois vos la condesa de Valleoscuro en Madrid, la Saruyemal entre los moros y la Sara entre los judíos?

Exactamente lo mismo que vos sois loord Archiwsal en España, Jacob entre los hebreos y no que otra multitud de nombres, contestó Sara con una espresion estraordinaríamente irónica.

Me parece que nos conocemos, señora condesa,

Creo que sí, milord.

Y hace bastantes años.

Doce si no rae engaña mi cuenta. Me parece que nos vi- mos en Constantinopla el 12 de Enero de 1848. ¿Os acordáis de las circunstancias que se reunieron para que tuviera lugar nuestra entrevista?

Me parece que sí. Creo que hubo dos muertes y un in- cendio.

Una de ellas la hicisteis vos.

Y del incendio vos fuisteis la causa.

Veo milord, que tenéis tan buena raeraoria como yo.

Y me felicito, señora, de tener alguna dote que se pa- rezca á otra vuestra, contestó el invisible con suma galanteria.

Y... ¿conseguisteis perder á los descendientes de aquella familia á quien perseguíais? preguntó Sara con el mismo acen- to burlón con que habia empezado á hablar.

Y vos conseguisteis salvarlos? preguntó á su vez el invi- sible del mismo modo.

C60 EL HONOR

Me parece que si.

i\o caiUeis victoria tan pronto, señora.

Sino tuviera la seguridad deque estaban salvados ;,crceis que yo estuviera aquí.

y si yo no tuviera la seguridad de que estaban perdidos ¿oréis que estaria en este sitio?

Qué queréis decir: esplicaos.

Voy á decíroslo, sonora, contestó el invisible sin dejar la espresion sarcástica de su .fisonomía y con el misnao acento de ironía.

Hablad, casualmente tengo unos deseos vivísimos de que me espliqueis como están perdidas esas personas que yo creo salvadas.

La perdición de ellas estribaba en encontraros á vos, os he encontrado y podéis tener la seguridad de que esta vez no triunfareis.

IV

Sara perdió algo su serenidad.

El aplomo con que hablaba el invisible, la hizo alguna im- presión.

Pero sin embargo; se dominó en seguida, y antes de que él se apercibiera de lo que la había pasado, le dijo:

Esplicaos mas porque no os comprendo. Decís que con mi encuentro habéis hallado el medio de su perdición y....

Os lo repito, señora. Todo mi afán era buscaros, porque hallándoos vos, me diríais donde estaban. Yo! preguntó con estupefacción la hebrea. Vos, contestó con su calma .glacial el invisible. ¿Pero estáis seguro de lo que decís? Si señora. Vos me lo diréis. Vamos, estáis loco.

DE ESPAÑA 661

Os repito, señora» que me diréis e! paradero de esos hom- bres.

Habia tal seguridad en el acento del invisible, que Sara no pudo menos de estremecerse segunda vez.

Sin embargo, ahogando los latidos de su corazón, hizo que DO rebosase hasta su semblante la emoción que sentía, y con- testó:

¿Y en qué os apoyáis para decir que yo, la que hasta ahora los he salvado, vaya á descubriros su asilo?

En esa misma razón.

Vamos, Ybraim, dijo Sara: no os hagáis ilusiones, no creáis aterrorizarme, porque ya sabéis que ese es mal medio para conseguir nada de mí.

No es que piense aterrorizaros, Sara, es la verdad.

No os comprendo.

Teniéndoos á vos en mi poder, vos misma me confesareis donde están.

O nó; no encuentro la razón,

Figuraos, ya que estáis aquí, que dentro de cinco dias 6 seis, vuestro tio y vuestros hermanos caen en mi poder, ¿qué vidas prefeirreis entonces, las suyas ó las de vuestra familia?

Qué queréis decir? gritó Sara palideciendo.

La verdad; vos no saldréis de aquí hasta que quiera yo.

Vos!... peroseñor, cuátUos sois los que mandáis y los que disponéis de mi? dijo la hebrea que sentia perder á cada ins- tante su serenidad.

Ignoro si hay alguien que mande en vos, pero lo que si os aseguro es, que yo averiguaré donde están esos hombres, y será por conducto vuestro.

Jamás.

Ya os lo he dicho; antes de venir aquí habia dado las ór- denes necesarias para que vuestra familia cayese en mi poder, vos elegiréis entonces, contestó el invisible con su eterna calma,

No seréis capaz de semejante infamia.

Demasiado convencida estáis de ello. Nadie como vos, comprende los motivos de aborrecimiento y de odio que yo

662 tL HONOR

tengo contra los descendientes de aquella gente maldecida, y nadie como vos sabe lo implacable que soy en mi venganza.

R\ caballero había cambiado completamente.

La espresion glacial de su fisonomía habia desaparecido.

Sus ojos brillaban de una manera siniestra.

Y sobre su frente se leia una amenaza terrible. Sara sentia oprimírsele dolorosamente el corazón.

No le faltaba el valor; pero frente al invisible, comprendía que no le servia su voluntad de hierro.

Sobre la suya, estaba el incontrastable dominio de aquel hombre.

Y por eso temblaba.

Porque veia que aunque ella trataba de oponerse, aunque ella luchase para salvarlos, saldría tarde ó temprano vencida en aquella lucha.

¿Qué daño habían causado aquellos hombres al invisible, qué tanto los aborrecía este?

Nosotros mismos quisiéramos saberlo, porque tendríamos un placer inmenso en participárselo á nuestros lectores.

Pero á nuestro pesar tenemos que dominar nuestra curio- sidad, esperando que los acontecimientos sucesivos nos den al- guna luz sobre el asunto que nos ocupa.

Tras esta pequeña digresión, seguiremos escuchando lo que la hebre?; contestó á Ybraím, pues ya hemos visto que este nombre le dio aquella.

Pero decidme, Ybraim, dijo la joven después de algunos momentos de silencio, ¿hay una razón para que los hijos paguen las culpas de los padres? Sí; la sagrada escritura lo dice. Pero ¿y si sucumbís vos en esa lucha? Habré cumplido con mi deber.

Es que vos no los conocéis, y por lo tanto será difícil encontrarlos.

—Tengo muy grabadas en mi pensamiento las facciones de su aborrecido padre, y recuerdo aunque confusamente las de los hijos.

DE ESPAÑA. 663

—Todo eáo es muy vago y....

^Ademas que ya os he dicho, que vos me diréis donde están,

Nunca.

Entonces vuestra famih'a...

Conforme vos tenéis el deber según decís de perseguirlos, yo tengo el deber de salvarlos.

Aun á costa de vuestros parientes?

—Sí; no sacrificaríais vos á los vuestros en tal de conseguir vuestro objeto?

Sí, contestó sin vacilar Ibrain.

—Pues en ese mismo caso estoy yo. Vos los perseguís por- que su familia causó la desgracia horrible de la vuestra; yo quiero salvarlos, porque la mía tuvo la culpa de los crímenes de la suya.

Pero para eso necesitabais salir de aquí, y lo conse- guís será para caer bajo el dominio de Benjamín.

Ya encontraré algún otro medio, respondió Sara, aunque en su interior no tenía la convicción completa de lo que decía.

Ninguno, os lo aseguro.

Entonces recurriré á Dios, y como obra es altamente religiosa y buena, él me dará su apoyo.

Ya os he dicho que Dios aprueba mi venganza.

—Entonces gritó Sara desesperada de aquella calma irritan- te, entonces llamaré al demonio y vendrá en ausilio.

En aquel mismo momento, la puerta de la estancia de Sa- ra, se abrió de golpe.

Sobre el umbral, aparecieron una docena de soldados, con un alcaid.

Tras de toda aquella gente, se distinguía á Benjamín que sonreía como pudiera hacerlo un condenado. Sara lo vio.

El invisible, de un salto se dirigió á la piedra por donde había entrado.

Buscó el resorte, pero la piedra no cedió.

Entonces se mordió los labios de una manera furiosa, aho-

664 EL HONOR

gando una im|)recac¡on que iba á salir por ellos. Su fisonomía recobró su impasibilidad habitual. El alcaid se dirigió á él y le dijo:

En el nombre del alio y poderoso emperador de IVfarrue- cos, sigúeme.

A donde? preguntó Ibrain con una voz perlectamenle se- rena.

No es tu situación para preguntar, ni mi deberme permi- te contestarte, repuso el oficial.

Ibrain, dio un paso hacia la puerta. En aquel momento, Benjamin le miró de una manera cruel, y una carcajada infernal se exaló de su garganta.

El invisible, le miró á su vez, y su semblante permaneció inalterable.

En cuanto á Sara, se acercó á él, y señalándole al hebreo, le dijo en voz casi imperceptible. He llamado al demonio en mi ausilió, y me ha escuchado. Guárdate de los intereses que te pida por su servicio, la contestó Ibrain del mismo modo.

Y tras estas palabras se dirigió á los soldados diciendo. Vamos donde queráis.

Descrita ya aunque á grandes rasgos la gran batalla del dia 23, no creeríamos terminada nuestra misión, sino comu- nicáramos á nuestros lectores algunos de esos hechos parcia- les que pasan desapercibidos en medio de la pelea, y que solo al cabo de algunos dias se saben, no por quien los ha llevado á afecto, sino por algún otro que casualmente fué testigo de ellos.

Si fuéramos á individualizar á casi todo el ejército, en esa guerra de África , encontraríamos en cada soldado el héroe de algún hecho noble y valiente.

DE ESPAÑA. 665

CiscuuscribiéndoDos, pues, á iaaccioD última, luda fué una heroicidad que rayaba en lo fabuloso.

¿A dónde van aquellos seis soldados que se separan un ioslante de sus fdas?

Su batallón vuelve de dar una brillante carga á la bayo- neta.

En la segunda compañía de él, habla un voluntario que en el poco tiempo que hacia estaba en ella, se habia grangeado el cariño de sus compañeros.

Valiente hasta la temeridad, habia jugado multitud de ve- ces su vida, y habia tenido hasta entonces la suerte de ganar siempre.

Algunos de sus compañeros le debian la vida, que en otros combates les habia salvado.

El primero en acometer y el último en retirarse, en la ac- ción del dia de que nos ocupamos, habia hecho prodigios de valor.

De pronto sus amigos -le hechan de menos .

Vuelven la vista hacia la espalda, y allá á lo lejos divisan un ros, un poncho y unos pantalones encarnados.

Inmediatamente retroceden los soldados y los seis se diri- gen hacia lo moros.

Entre tanto el camarada á quien iban á salvar á pesar de ser arrastrado por los infieles se defendía con una valentía es- traordinaría.

Pero se le ocurrió de repente una idea, y sonriendo de satisfacción se dejó conducir.

Los marroquíes admirados de aquel cambio, se contenta- ron con decir: Oh!... ser cristiano bueno.

Y aflojando su vigilancia se fueron adelantando para reu- nirse con otro pelotón que desde una altura estaba haciendo fuego sobre nuestras tropas.

Entonces el soldado pretesló el cansancio y la fatiga para acortar su marcha.

Dos moros se quedaron con él.

84

666 EL HONOR

Kl crisliano enlonces, se inclinó un poco y se detuvo para arreglarse las polainas.

Uno de los moros continuó su marcha, y el otro retrocedió hasta ponerse á su lado.

Asi que consiguió separarlos, aprovechándose de un mo- mento en (|ue su guarda estaba distraído, observando los mo- vimientos de los soldados españoler, lo agarró por las piernas, y fué tan brusca, tan inesperada la sacudida, que el buen mu- sulmán dio consigo en tierra.

En su caida tuvo la imprudencia de soltar su espindarga.

Mas veloz que el pensamiento, el soldado se lanzó á co- gerla.

Y antes de que el enemigo pudiera levantarse atontado co- mo estaba con la caida, se la echó á la cara, y la disparó sobre el otro musulmán, que habiendo oido el grito que ar- rojó su compañero, volvía para favorecerlo.

Pero fué en balde.

La bala lanzada por el cristiano, le cogió en mitad de su camino, y abriendo ios brazos cayó sin vida.

Entonces nuestro valiente joven volvió su arma, y dando dos pasos atrás, esperó impávido la furiosa acometida de su primer enemigo, que alzándose del suelo, se iba hacia él con la gumia en la mano.

Formó una especia de molinete con la espingarda, y tras algunos momentos de lucha, dio tan fuerte culatazo en la ca- beza á su adversario, que lo volvió á tender en tierra arro- jando torrentes de sangre.

En este momento se acercaban sus compañeros,

Y casi al mismo tiempo, algunos moros que hablan pre- senciado lo ocurrido, dando alaridos feroces, se lanzaron á la carrera sobre el soldado.

Este no se amedrantó.

Graduó la distancia que le separaba de sus contrarios, y se dirigió tranquilamente hacia el musulmán que habia muerto primero.

Ya junto á él, le quitó la espingarda, la gumia, y su fusil

ESPAÑA. 667

que también le habían arrebatado, volvió al otro, hizo lo mis- mo, y entonces se reunió á sus amigos.

Un grito (le alegría infinita se exaló de los pechos de aque- llos valientes, que aclamaron con frenesí á su antiguo ca- ra ara da.

Cercanos ya los moros, nuestro joven se volvió á sus amigos, y les dijo: ¿Queréis que escarmentemos también á esos?

Sí. contestaron todos.

Y los siete soldados cargaron á la bayoneta á duplicado número de enemigos.

Los marroquíes dispararon sus armas, y uno de los cris- tianos cayó.

Los demás no se arredraron, y al cabo de algunos momen- tos, unos y otros estaban mezclados.

Gumías y bayonetas se cruzaron, y durante algunos segun- dos, solo se distinguió una masa confusa de hombres que se animaban con sus vivas los unos, y con sus gritos los otros.

Después se deshizo el grupo, y unos cuantos muslimes sa- lieron corriendo precipitadamente á reunirse con los suyos.

Nuestros valientes contaban dos de menos.

Los demás, casi todos estaban heridos aunque levemente.

Cogieron las armas de los muertos, y llevándolas en triunfo, fueron á unirse á su batallón.

VI

Llevado el segundo batallón de Tarifa de su ciego arrojo, se lanzó á tomar el pueblo de Saddina.

Los moros hicieron una resistencia desesperada-, pero de nada les sirvió.

La bandera española tremoló, hollando el estandarte del Islam.

Solo entonces se apercibieron los soldados cristianos de

668 EL HONOR

que se hnbian separado completamente de los demás batallones.

Los mnrroquí(»s tninhien repararon en aquella circunslan- cia V resolvieron aprovecharse de ella.

Grupo Iras grupo, cercaron casi por completo á nuestros bravos.

Pero ni un soldado hubo que vacilase en aquel instante supremo.

Eran españoles y debían morir con honra.

Cuantas veces los atacaron otras tantas fueron rechazados.

Las casas empezaban á arder, y el batallón se defendía cada vez con mas valor.

Aquella era una escena horrible.

El incendio se propagaba con rapidez.

Los cristianos caian heridos ó muertos, y sus ayes y sus gemidos llenaban el espacio.

Los gefes animaban á sus soldados.

Entre estos, uno mas que todos resolvió morir antes que declararse vencido.

D. Luis Fernandez y Martínez seguido de un puñado de valientes, se metió en una de las casas desde la que hizo una resistencia heroica.

Uno á otro los fué viendo caer, y sin embargo no se des- animó por eso.

Al contrario, á cada soldado que caía, sentia crecer mas su indomable valor.

Por fin todos pagaron su tributo á la madre patria, y to- dos muertos ó heridos fueron á tierra.

El oficial entretanto, acosado por los marroquíes, sostenía una lucha harto desigual.

Para colmo de desgracias, la casa en que se albergaba em- pezó á arder.

Los musulmanes recurrieron á aquella medida cuando vie- ron que nada podían conseguir de otro modo.

El oficial y su asistente, únicos que quedaron en pié, se vieron en breve envueltos entre las llamas, y ahogados por ei humo.

DK ESPAÑA. 669

Y aun sus enemigos trataban de insultar aquella agonía lenta y horrorosa.

Con gritos, con voces, con imprecaciones, insultaban á aífuellos héroes que preferian una muerte honrosa á una ren- dición cobarde.

¿Cómo espresar lo que pasó en aquel instante supremo por las cabezas y los corazones de aquellos dos hombres?

Veían la muerte bajo su mas terrible aspecto, y no podían evadirse de ella.

Tal cúmulo de ideas, tanta multitud de sensaciones tuvie- ron en aquellos cortos instantes, que la razón estaba á punto de abandonarles.

Pero Dios no quiso dejar que muriesen aquellos dos va- lientes.

Sus compañeros los echaron de menos, é inmediatamente corrieron en su busca.

A un milagro se debió su salvación.

Lanzáronse á las llamas con inaudito arrojo, y la patria pudo contar con un héroe mas.

D. Luis Fernandez y su asistente se hablan salvado.

Vil

Pero sobre todo el hecho siguiente que nos han referido, nos ha probado, lo mismo que sucederá á nuestros lectores, hasta que ounto llega el heroísmo, la nobleza de sentimientos y la abnegación de nuestros soldados.

Estaban batiéndose encarnizadamente dos compañías de uno de nuestros batallones de cazadores con un número harto con- siderable de infieles.

Cuanto mayor era el número de enemigos, mas se aumen- taba el frenético valor de los soldados.

Casi todos los gefes hablan caído heridos los unos, y muer- tos los otros.

670 EL HONOR

Solo quedaban un capitán y un sublenienle.

De pronto, en una de las cargas que dieron las citadas compañías, el capitán se vio casi separado de sus soldados.

Cinco ó seis marroquíes, lanzando alaridos de júbilo, se arrojaron sobre él.

lí^l oficial hizo uso de su revolvers, y dos de los musulma- nes fueron á gozar de las delicias ofrecidas por Mahoraa á los buenos creyentes.

Algunas gumías alcanzaron al español, aunque todas sus heridas eran casi insignificantes.

Los moros viendo muertos á dos de los suyos, redoblaron mas sus ataques.

La espada del oficial se partió no sin haber hecho medir el suelo á otro de sus contrarios.

Estos creyeron entonces segura su presa.

El capitán también creyó llegada su última hora.

uno de los marroquíes le cogió la mano donde tenia el pedazo inútil de su arma, y le imposibilitó completamente para defenderse.

Entonces tres gumías se alzaron sobre el pecho inerme del español.

Este no hizo la mas pequeña demostración de cobardía.

Miró con un desprecio infinito á sus verdugos, y esperó tranquilo la muerte.

Pero de pronto, una mano vigorosa arrancó al oficial de entre los dedos de hierro del marroquí; y un soldado se puso delante de él.

Al mismo tiempo tres gumias se clavaron en su pecho an- tes que él se pudiera defender.

El soldado estendió sus brazos, y tras de una ligera vaci- lación cayó al suelo.

El oficial que no habia temblado ante la muerte, que no había sentido nada momentos antes, no pudo menos de estre- mecerse y dejar correr por sus megillas una Ligrima.

El soldado moribundo, volviéndose pesadamente hacia su gefe, le dijo:

DE ESPAÑA. 671

—Mi capitán. ... si V. hubiera niuerlo, ... la compañía hubiera perecido tal vez. . . . porque ya han. . . . empezado á vacilar. . . . yo no me encuentro en ese caso. ... no tengo mas que una madre. . . . que confio á V. . . . mas vale que sea. ... yo quien . . . muera . . . corra. . . . V. . . . mica- pitan. . . . que los. . . . soldados. ... se desaniman.

Y tras estas palabras, arrojando raudales de sangre por la boca, espiró.

Ya en esto los demás soldados hablan llegado, y casi hablan presenciado la agonía de su compañero.

Entonces el capitán volviéndose hacia ellos, les dijo con voz conmovida:

Compañeros, ya habéis visto la muerte que ha tenido vuestro hermano, muerte que ha recibido por salvarme la vida, ahora oid el juramento que hago; juro si Dios rae conserva la existencia, atender y cuidar á su buena madre, y vengar su muerte en todos los moros que se crucen en mi camino; ade- lante, hijos mios, adelante y viva la Reina.

Y la compañía precedida de su capitán, dio otra carga mas brillante que las anteriores.

IVII.

También los moros recien llegados de Melllla, tomaron su parte en esta acción.

Digamos algo á nuestros lectores sobre estos moros.

En el cabo de tres Forcas, situado en las costas del Medi- terráneo, á corta distancia de Melilla, está la tribu de Kal- deja.

Esta tribu está en buena armonía con la plaza, razón por la cual sufre bastantes exacciones de parte de las otras Ka- bilas.

Desde el principio de la guerra manifestaron algunos mo- ros de esta tribu, deseos de pelear contra sus compatriotas, bajo la bandera española.

672 BL HO^OR

Largo tiempo duró este deseo, sin que se d¡cid¡es(^n.

Por fin, después de ¡a toma de Tetuan, solicitaron y ob- tuvieron el permiso del general en gefe, para penetrar en nuestro campamento.

Veinte y tres hombres ágiles y robustos mandados por un Kabo, se velan junto á ios soldados (io la cruz.

Inmediatamente se los uniformó.

Todos vistieron con el trage del pais, llevando únicamente en el brazo izquierdo una cinta ancha con los colores nacio- nales.

Alegres y contentos fraternizaban admirablemente con nues- tros soldados.

El dia 23 de Marzo se dio la orden de batir tiendas, y los riffeños se fueron á unir con la artillería según la orden qne habían recibido.

Al poco tiempo de ponerse en marcha, ya habia entrado en fuego la vanguardia.

La artillería recibió orden de avanzar, y con ella los ri- ffeños.

Se portaron perfectamente.

El corto papel que se les habii confiado en aquel magni- fico drama militar, lo desempeñaron con admirable valor.

Veían el heroico esfuerzo de los españoles, y no querían ser ellos menos.

Únicamente después de concluida la batalla, el Kabo de los riffeños pidió al general una gracia.

Que les canviara el trage.

Y efectivamente llevaba razón. Los musulmanes no perdo- nan nunca al que de su raza ayuda á los cristianos, y los protege.

Por esta razón los riffeños habían de ser constantemente el blanco de todos sus ataques, y un número tan insignificante como eran, por precisión habían de sucumbir.

No hemos querido dejar pasar desapercibido esto, porque fué uno de los incidentes de esa batalla.

Hablemos ahora algo de los tercios vascongados.

DE ESPAÑA, 675

12^4

Ya era tiempo que entraran en acción.

Y nuhabia sido porque tuvieron falta de deseos.

Por un lado las detenciones que esperimentaron antes de llegar al campamento.

Después la instrucción que les era necesaria para entrar en campana.

Y Analmente que como llegaron ya tarde, pues ya nos ha- blamos posesionado de Tetuan, desde el seis de Febrero hasta el veinte y tres de Marzo, no hubo mas que la acción del dia once, y la batalla de que nos estamos ocupando.

En aquella no pudieron tomar parte.

En esta, sí, y con el éxito que era de esp^írar.

Como representación de las provincias hermanas, de esas provincias, donde radica por decirlo así, fa fuerza, la virtud y la constancia, tenían que ser buenos, valientes y sufridos^

Dirigidos por gefes inteligentes, se pusieron en muy poco tiempo en estado de entrar en acción.

Y cada dia que pasaba, tenían mas deseos de entrar en lu- cha con los sectarios del Islam.

Describir el entusiasmo con que acogieron la orden de partida, seria imposible.

Para ellos el lidiar con los moros, era ya una necesidad imperiosa.

El coronel D. Rafael Sarabia, segundo gefe de la división vascongada, había dicho ante la diputación de las proviricias que él recibiría las primeras balas de los enemigos al frente de sus tercios.

Comprometido á esto, nadie con mas impaciencia que él, esperaba el momento en que pudiera cumplir lo ofrecido.

Efectivamente con la división del general Ríos, subieron los vascongados por las alturas de Samsa.

85

674 EL FIONOK

Suenan los primeros disparos, y aquellos valientes sienten palpitar con violencia sus corazones.

Asj)iran entusiasmados el olor de la pólvora, y momentos después tras un sonoro viva, aprel^indo convulsivamente sus armas, caen con terrible furor sobre los moros.

Harto compensó aquel dia los muchos que hablan tenido de espera.

Por donde quiera que fueron, arrollaron cuanto á su carrera se espuso.

Un tal Manuel Orllz, natural de Sopuerta, fué el primero que con una sangre fria admirable, espero á un musulmán, y echándose el fusil á la cara, lo dejó tendido á sus pies.

Tanta serenidad admiró á su coronel Sarabia, (|ue echán- dose mano al bolsillo, le dio cuanto dinero llevaba.

En resumen, los vascongados no han entrado mas que en una acción, pero en ella han dejado bien puesto el honor de las provincias que representaban.

Gefes y soldados pelearon con una bizarría puramente es- pañola, y gefes y soldados han merecido que la patria les esté justamente agradecida.

X.

Antes de concluir este capítulo, nos parece muy oportuno consagrar algunas inieas á esos bravos leones de Cataluña.

Todo su elogio está hecho en dos palabras.

Salieron cuatrocientos y vuelven la mitad.

Tres combates han sostenido, y la honra de Cataluña ha quedado muy alta.

Dignos paisanos del conde de Reus, como él han despre- ciado el peligro, y como él han sido unos héroes.

Al dia siguiente de llegar al camj)amento de la Aduana, entran en fuego en la batalla de Tetuan.

Todo el mundo elogia el valor de aquellos voluntarios,^

oe ESPAÑA. 67S

Tras aquel bautismo de fuego, reciben la confirmación en el combate del dia H.

Pero donde mas brillan, donde su audacia raya en lo fabu- loso es en la batalla del dia 25.

Es verdad que en esta, no cabían términos medios.

Era necesario que todos los soldados fueran héroes, y todos lo fueron.

Sobre la izquierda de nuestra línoa^ se hablan parapetado los enemigos, y de detras de unas cabanas nos hacian ua fue- go terrible.

¿Quié á arrojarlos de allí?

Los voluntarios catalanes.

Con su bizarro coronel don Francisco Fort al frente, se ar- rojan sobre aquellas casucas, de las que salía la muerte y diez- maba sus filas.

Pero ¿quién contiene el valeroso empuje de aquellos bravos?

Las bnlas no les hacen mella.

Sus companeros muertos ó heridos no son suficientes á en- tiviar su valor.

Han recibido la orden de tomar aquel punto, y la honra catalana está interesada en tomarlo.

Al gefe le matan el caballo.

Le creen herido, y sus oficiales le pregunta» si es cierto.

¿Y qué respuesta les dio?... Solo siento, les dijo, «las bajas que han esperiraentado los míos.»

Y tenia razón.

Cien valientes menos había en aquellas filas mermadas ya en otras dos acciones.

No tenemos palabras, no podemos espresar como quisiéra- mos nuestra admiración, y trasmitirla á nuestros lectores.

Pero hay hechos, que en el simple relato de ellos llevan todo su elogio.

Los voluntarios catalanes han merecido bien de la patria, y nosotros unimos, no nuestra voz sino nuestro sentimiento, al sentimiento de lafadmíracion general.

676

EL UONOH

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CAPITULO XIV

Andrés y Miguel en la batalla del 23 de Marzo.— Pago de una deuda anti- gua.— An'onio y Carlos. Se presenta al lector un nuevo personaje, que aunque sale tan tarde, no es el menos interesante dfe la novelo.

RAN las últimas horas de la tarde del dia 22 de Marzo.

Sobre el camino que conducía al Fon- dak, se hallaba acampado el primer cuerpo del egército. w.

Por entre las tiendas en que se albergaba el regimiento de ñorbon, se paseaban dos soldados. '■■ Eran Miguel y Andrés.

Los dos estaban preocupados, y los dos silenciosos. Por la frente de Andrés cruzaba una arruga profunda, se- ñal cierta de que un pensamiento sombrío y doloroso embar- gaba su mente.

ESPAÑA. 677

Miguel también estaba pensativo;

Tal vez aquellas dos imaginaciones estuvieran preocupadas por la proximidad de la batalla, ri ^^ ?

Pero no, porque en cuantos combates habían entrado, el uno y el otro habían estado casi satisfechos.

Miguel porque creía encontrar la muerte en él.

Y Andrés porque su mismo carácter le hacia estar alegre en aquellas circunstancias en que todos los hombres estaban sino tristes al menos graves y silenciosos.

Pero su estado de aquella tarde tenia algo de estraño.

Cruzaba por las calles de las tiendas, y miraba sin ver, los aprestos que casi todos los soldados hacían para el dia si- guiente.

Casi todos estaban también preocupados, pero difería mu- cho su preocupación de la de los dos primos.

Unos limpiaban los fusiles, se recosían las polainas ó se re- mendaban los pantalones.

Otros preparaban bien las bayonetas, repasaban sus muni- ciones, y todos en fin se ocupaban tan solo del día inmediato.

Andrés y Miguel seguían paseando.

XI

Miguel fué el primero que rompió el silencio. Se habían alejado un poco de las tiendas, y podían hablar mas libremente.

Qué tienes, Andrés? dijo á su primo. ' '^^No lo sé; contestó este; nunca he sentido una opresión tan estraña en mi pecho.

Una opresión I...

Sí, una especie de voz misteriosa que me dice que en la primera acción que entremos he de morir. "*'^^Eh! quila de ahí, no digas tonterías.

—No Miguel, no son tonterías; tu mismo me has visto siem-

678 EL HONOft

pre alegre y confiado burlarme de las balas de esos bárbaros, pero hoy me sucede al contrario.

Tendrías miedo acaso?.. .

Miedo yol.... si no fueras tu quien me dijera eso, le con- testarla de otro modo; pero no, no es miedo, entraré en ac- ción, no retrocederé como no he retrocedido en mi vida ante ningún peligro, pero tengo la convicción intima de que me quedaré en el campo de batalla.

Habia un no se qué de seguro, y confiado en el acento del joven, que Miguel no pudo menos de estremecerse.

El joven cabo, creia en esas voces misteriosas que desde el fondo del alma anuncian peligros desconocidos, desgracias pró- ximas tanto mas difíciles de contrarrestar, cuanto que son com- pletamente desconocidas

Mira, Miguel, prosiguió Andrés, vamos hablar acaso por última vez, y únicamente en estos solemnes instantes es cuando debo tocar una cuestión que tanto tu como yo hemos evitado cuidadosamente hasta ahora.

Miguel se estremeció.

En estas palabras habia una alusión á María, y aquella he- rida estaba adormecida solamente, no curada del todo.

Asi que se limitó á responder. Habla mas claro, porque no te comprendo. Eso es lo que voy á hacer.

Quedóse Andrés algunos momentos en silencio y al cabo de ellos dijo.

—Miguel, hace tiempo que gracias á tí, lavé ante el mundo la mancha que habia estampado sobre la pura frente de María.

Su primo nada le dijo.

Lo estaba mirando, y estaba haciendo esfuerzos inmensos para contener los latidos de su corazón.

Andrés continuó. Tu la amabas, tu te sacrificaste por mí, porque tu creías que ella á quien quería, era el hombre que la habia deshonrado. ¿Y acaso no nra cierto? pregunto Miguel incapaz de con- tener su impaciencia.

t)E ESPAÑA* 679

Nó, contestó con amargura Andrés. Se siguieron algunos instantes en que no se dijo ni una pa- labra por ninguna de las dos partes. Miguel dijo al cabo de ellos.

No te conaprendo.

Al dia siguiente de casarme, mi muger me dijo que jamás veria en mi á su esposo, que nada la exigiera porque nada me concederla, que no faltaría nunca á sus deberes, pero que el amor que en un tiempo me tuvo se le habia estinguido por entero.

Oh!... murmuró Miguel sintiendo que su corazón respiraba mas libremente.

Andrés le contempló con un dolor infinito.

Y sin embargo, yo la amé entonces, prosiguió, desde el mismo momento en que tu abriste mis ojos á la verdad, desde el momento en que tu te sacrificaste por mi, senti en mi cora- zón una cosa estraüa, la amaba Miguel, la amaba y ella, me aborrecía.

Quizá fueran aprensiones tuyas.

Aprensiones!... crees que yo pudiera engañarme?... Te digo la verdad, Maria no me amaba; teniendo que renunciar á los derechos de marido, no pude resignarme á pos eer solo e carifio del hermano, y vine á África á borrar con mi sangre las manchas de mi vida. Hasta ahora la suerte no ha querido ad- mitir mi oferta, pero mañana no será lo mismo.

Otra vez volvemos á lo anterior? dijo Miguel, á quien es- taba haciendo daño cuanto decia su primo.

Si: te repito que en la primera acción que entremos mori- ré; hasta ahora no me habia gritado esa voz interior, pero hoy tengo el presentimiento cierto y real de que dejaré de existir.

No comprendo como te se aferren tanto esas manías.

Escúchame y júrame cumplir mi voluntad. Maria ya te he dicho que no me ama, tu la adoras cada dia mas; pues bien, júrame casarte con ella cuando yo muera.

Andrés!.. , gritó Miguel estupefacto, estas en ti?

—Si, Maria á quien quiere es á tí, á á quien habia deseo-

680 EL HONOR

nocido lo mismo que yo, y á quien hemos amado los dos en el momento en que hemos comprendido la nobleza de tu alma.

Entonces hice loque debia, asi como ahora hago también lo que debo, no queriendo escuchar tus majaderías.

Puedes llamarlas como quieras; en el bolsillo de mi pon- cho, tengo una carta estrila que recogerás de mi cadáver, y remitirás á mi madre, en ella digo tanto á esta como á mi mu- ger lo mismo que acabo de decirte, y no dudo que cumplirás lo último que te ha pedido tu pobre primo.

Miguel íijó los ojos en Andrés.

Al mismo tiempo este clavó sus pupilas en aquel.

For un momento aquellas dos miradas se contundieron.

Fueron una y otra ai fondo de sus almas, y leyeron cuanto en ellas pasaba.

Dos lágrimas subieron hasta sus ojos .

Estendieron los brazos, y aquellos dos hombres que tantas veces hablan visto la muerte ante sí, sin estremecerse y sin palidecer, quedaron confundidos en un estrechísimo abrazo.

Ambos lloraban como dos niños.

Ambos amaban con delirio á una mujer, y el uno lloraba de de dolor, mientras que el otro.... Digámoslo con franqueza, lloraba de placer.

María le amaba.

Aquella mujer á quien él había querido con tan ciego ca- riño, no había pertenecido al hombre que habia abusado de su candor.

Santificada por la Iglesia su unión, revindicada por de- cirlo así, por el Sacramanto del xMatrimonio, habia quedado su corazón para el hombre que habia sacrificado su cariño por ella.

Lejos de Miguel la idea de alegrarse ó de desear que mu- riese Andrés.

Nada de eso, aunque el acento de convicción con ^^que ha- bia hablado su primo, le hiciese creer que efectivamente le amenazase una desgracia, no se alegraba de ella.

Para él, que María le amase, era una felicidad inmensa.

lE ESPAÑA. 681

Y aquella revelación inesperada, hacia| vibrar la fibra de su sentimiento, y como consecuencia de esto, las lágrimas cor- rían por sus megillas.

Largo tiempo llevaban, abrazados sin poder pronunciar una palabra, cuando el toque agudo de una corneta, atravesando el espacio, vino á advertirles que ya era tiempo de volver al campamento, pues se iba á tocar la oración.

Entonces se separaron, y Andrés dijo á su primo. Quedamos en eso Migue!, confio en que cumplas lo que he exigido de ti.

Miguel no le contestó.

S(^ hallaba demasiado preocupado para poder escuchar otra cosa mas que la voz de su corazón que le decia uMaria te ama.»

Andrés lo miró con tristeza, y sin cruzarse otra palabra entre ambos, tomaron la dirección de las tiendas de su regimiento.

III

Eran las cuatro de la mañana del día 25 de Marzo 1869.

La aurora empezaba á difundir su suave claridad por los montes y los valles.

Todas las bandas y todas las músicas de los regimientos lanzaron al aire sus belicosos sonidos.

La diana resonaba por todo el campamento, y á su llama- miento armonioso, los soldados sallan de las tiendas, prepa- raban sus armas y se disponían á marchar.

En un momento aquellas frágiles habitaciones que habían mal albergado á tanto valiente, se vieron desechas, y cada uno de ellos llevaba en sus espaldas, el palo y el trozo de lona que le correspondía.

Las tropas estaban formada?- y dispuestas para la partida.

Casi no se escuchaba una voz en aquellas masas de hombres.

86

682 RL noNOB

Mis (lo (los h()ra< Invioron (lUc, estar esperando antes de ponerse en marcha.

La espesa niebla que había, impedía á nuestros valientes el avanzar.

Por fin empezó á despejarse, y el egércíto, desenroscán- dose como una inmensa serpiente, se tendió á lo largo del ca- mino que conduce al Fondak.

El regimiento de Borbon formaba parte de la vang'iardia.

Poco tiempo di^spues loda la división del general Kchagüe, se foruíaba en masa para atacaí" á los moros que ya habían emj)ez.u1o h cruzar sus fuegas con los de nuestras guerrillas.

Andrés y Mig;iel no se habian dicho una palabia.

Desde la noche anterior no se cruzó la mas mínima espre- sion entre los dos primos.

Ambos oslaban muy preocupados.

Miguel recordaba cuanto Andrés le había dicho, y al sentir zumbar junto á sus oidos las primeras balas africanas, no pudo menos de estremecerse.

Andrés estaba también mas pálido que de costumbre.

Los dos jóvenes estaban en la misma compañía, y muy po- cos pasos los separaban.

Miguel se había hecho el firme propósito de no perder de vista á su primo, para salvarle acaso necesitaba socorro.

Pocos momentos después, el regimiento estaba luchando con los marroquíes.

Durante una porción de horas, Andrés y Miguel lo mismo que sus compañeros, hicieron prodigios de valor, teniendo la suerte inmensa los dos jóvenes de que no les alcanzase ni una bala ni una cuchillada de gumía.

Miguel empezaba á respirar.

Ya creía que lodo había sido una alucinación de su primo, cuando se la orden para un ataque general que debía dar por resultado la completa dispersión de los ¡nlieles.

Todos los batallones combinando sus movimientos, se lan- zau con irresistible ímpetu sobre aquellas hordas, que resislie-

DE espaNa. 683

ron algunos instantes, pero que no por eso pudieron evitar su derrota.

Los soldados se confundieron con los musulmanes, y lu» chabnn cuerpo á cuerpo.

Miííuel estaba casi junto á Andrés.

Algún moro había ya despachado el primero^ queriendo li-t brar y defender al segundo.

De pronto se siente Miguel asido con violencia por las dos manos.

Dos marroquíes le apretaban con furor las muñecas

El joven hace un esfuerzo para desasirse, y tropezando al mismo tiempo con el cadáver de uno de sus compañeros, cae al suelo.

Inmediatamente se lanzan los enemigos sobre el amante de María.

No tenia este salvación posible cuando Andrés reparó en la falla de su primo.

En el calor del combate no le había echado de menos, y al reparar en su siluacion, cayó como una bomba entre los dos moros.

Tiró un bayonetazo al uno que cayó para no levantarse mas, pero el otro á su vez, dio tan fuerte culatazo con la es- pingarda al ióven, que lo derribó alonlado.

En seguirla sacó lagnmia,yla clavó dos veces con una crueldad infMiila en el pecho de Andrés.

No sabemos el tiempo que hubiera permanecido en aquella tarea, si Miguel que pudo levantarse ciego de cólera y de do- lor, no hubiese clavado su ayonela hasta el cubo en el pecho del sanguinario muslime.

En seguida trató de hacer volver en si al pobre Andrés.

Abrió este los ojos con mucha pesadez, y su mirada que empezaba á oscurecerse con las sombras de la muerte, se fijó en su primo.

Dirigió con mucho trabajo una mano al bolsillo de su pon- cho, pero no pudo conseguir su obgoto.

Quiso hacer un esfuerzo, quiso hablar, pero ni la garganta

f^fi4 EL HONOR

Dtido (Ifijap pasar los sonidos, ni los labios proniinoiar las pa- labras.

Entonces su mirada se hizo mas elociifinte.

Brilló un momento, v cop:iendo con fuerza la mano de su primo, espiró

Mio:uel sintió correr por sus tostadas meíjillas una lágrima que fué á perderse entre su espeso violóte.

Después reco^^ió cuidadosamente la carta de que .Vndres le habia hablado, y embrazando con furor sus armas, se lanzó sobre los moros que empezaban k huir á la desbandada.

Andrés habia pagado la deuda contraída con su primo. ^^ Miguel habia sacrificado su corazón porque Andrés fuera feliz.

Andrés h su vez, sacrificó su vida porque Miguel fuera di- choso.

La familia de la calle de Lavapies contaba con un miem- bro de menos. ^ÜLa patria contaba con un mártir mas.

I .

tv

Carlos so habia portado como un héroe. Por dos veces habia traspasado los limites de su deber, y en una de las acciones que habia heeho, el general en gefe que lo habia presenciado, se acercó á él v le dijo: Muv bien señor comandante.

Mi general, contestó Carlos, aun no tengo la honra de serlo.

S. M. lo hace á V. desde este momento, que quien de tal modo la sirve, tal recompensa merece.

Y tras estas palabras, el conde de Lucena se perdió entre ^a confusión de la lucha seguido do su estado mayor.

DE ESPAÑA. 685

Pero estaba de Dios, que el joven no cambiara tan pronto sus charreteras.

En los últimos momentos de ia acción, se separó algunos pasos de su compañía, yantes que pudiera doíenderse, se vio desarmado, y en poder de unos seis ú ocho moros, que lan* zaron ahullidos de júbilo feroz.

Quiso empeñar con ellos una lucha desigual, poro soh» con- siguió sacar alguna herida, y que lo ataran Ins manos.

Los que le hablan cogido, igualmente que todos los de- más, emprendieron la fuga.

Carlos tenia también que correr con ellos. Fn el Foudak, hicieron alto casi todos los musulmanes. Carlos también lo hizo.

Los que á él le habían hecho prisionero, no oran moros de rey.

Pertenecían á una de las kabílas del Riff, y durante la no- che se reunieron todos los individuos c\m la componían y re- coofiendo sus heridos se pusieron en marcha antes del amanecer hacia sus montañas.

Carlos reparó entonces que tenia otro compañero de in- fortunio.

Era Antonio, el amante de 'a hija del banquero Céspedes.

Cogido también por otros ríffeños de la misma kabila, no pudo ni salvarse, ni darse la muerte que fué lo que pensó al ver oue no tenia medio de librarse de sus enemigos.

Antonio y Carlos, se habían conocido en el campamento.

Aunque hubiesen sido desconocidos, en aquel instante solo se hubiera! hecho amigos.

Nada une tanto á las personas como el infortunio.

Uno v otro se apretaron la mano, y uno y otro trataron de consolarse mutuamente.

Ambos tenían seres en mI mundo á quienes amaban con delirio.

Carlos tenia á sus hermanos y á Ester.

Antonio tenia su madre, su hermana y Angeles,

686 EL HONOR

En aquellos inslaiiles de espansion se abrieron por entero sus corazones, y Sus confianzas fueron iguales

Uno y otro amaban y uno y otro tenian que renunciar á aquellos objetos queridos.

Dejémosles seguir su marcha hacia el Uiff y vamos atra- vesando algunas leguas, á dirigirnos á las cercanías de Me- quinez.

No lejos de Mequinez, casi en la misma falda del Atlas, se ven las ruinas de EI-Kassar-Faranan, ó palacio de Faraón.

A corla distancia corre el Djebel-Tedla, y en las cavidades de las montañas, multitud de tribus á cual mas feroces, tienen establecidos sus hogares.

El palacio de Faraón, nadie lo habia conocido habitado, á causa de cierto rumor que se habia esparcido por aquellos con- tornos de que se oian todas las noches unos gemidos, y se vcian cruzar sombras por los arcos y las ruinosas galerías del edificio nadie se atrevía á penetrar en él.

Sin embargo, seis años antes del en que ha empezado nues- tra historia, un anciano peregrino que venia de la Meca, soli- citó y obtuvo el permiso de habitar entre las ruinas de aque' edificio misterioso.

Los montañeses y tos habitantes de todas las llanuras es- peraban encontrarse muerto al anciano, pero nada do esto su- cedió.

De este modo la fama del peregrino cundió r.-^pidamenle,

Añadamos á eslo que hizo curas maravillosas entre las Ra- bilas del Alias, y se comprenderá que el peregrino de Et-Ka- ssar-Faranan, habia venido á ser una providencia para los po- bladores de aquellos sitios.

La vida de este peregrino oslaba rodeada de misterios.

Decíase que todos los primeros días de mes cabalgaba so-

DE ESPAÑA 687

bre una muía del país, y se marchaba á Mequinez ó cual- quiera de los punios en que se hallara el emperador, penetraba en su palacio, y después de tener con él una entrevista de dos horas, volvia á tomar el camino de sus ruinas.

Anadian también que le habian visto otras veces formando parte del cortejo del Xeriffe, oprimiendo con bastante gallar- día apesar de su edad los lomos de un corcel de pura raza, y vistiendo un trage que tenia tanto de rico, como de pobre y sucio tenia el que de peregrino usaba en su habitación.

Todo esto era suíicienle para escitar la curiosidad |de otras personas que no hubiesen sida tan ignorantes como los moros de ai|uello3 contornos, asi es que durante multitud de dias, el peregrino de iil-Kassar estuvo espiado constantemente.

l*ero murió Muley-Abderrhaman, y desde entonces las sa- lidas del habitante de las ruinas fueron menos frecuentes.

Alguna que otra vez se velan algunas cabalgatas que se detenían una noche en el palacio, continuando su marcha ai dia siguiente.

Estas cabalgatas se repitieron mas frecuentemente desde que se empezó la guerra en España.

Los Zeunur-Schellenghsque perten ecian á una de las tribus mas próximas á la morada del peregrino, se asombraron de aquellas visitas, y mucho mas, cuando vieron que los gefes de muchas de aquellas Kabilas visitaron también el palacio de Faraón, y tenian largas entrevistas con su dueño.

De repente se apareció en la montaña otro nuevo pere- grino, que se fué á habitar con el primero.

El grilo de rebelión contra el nuevo Xeriffe se dio entre una multitud de tribus, y los dos solitarios del palacio predi- caron con un fervor especial en favor de aquella insurrecion.

VI

Dados estos antecedentes, vamos á penetrar en El-Kassar Faranan.

688 EL HONOR

Atravesando un pórtico en el que apesar del tiempo se velan restos de la arquitectura egipcia, se penetraba en un patio es- pacioso, adornado de estatuas mutiladas en su mayor parte, y cuyo pavimento era de un mosaico verdadera maravilla del arle.

Una estensa f,'alería de gracioso arcos se veia á los dos la- dos del patio.

A la derecha de él una alta puerta daba paso á otro patio embaldosado de anchas piezas de mármol, y conteniendo en su centro una fuente, que aunque muy deteriorada, aun con- servaba los vestigios lie su antigua belleza.

Una ancha escalera derruida á trozos, conduela á otra ga- lería en la que se abrían varías puertas que comunicaban con el interior.

Penetremos por una de ellas.

Atravesemos varias habitaciones donde no hallaremos mas que escombros, y lleguemos á una que tiene algo mas de par- ticular.

Techo, paredes y suelo, todo es de mármol negro.

En uno de los lienzos de la pared, se una especie de dosel, y lanío este como una cortina que lo cubre, es de terciopelo negro.

A entrambos lados del dosel, hay dos cuadros con dos es- cudos de armas.

Sobre el dosel se mira una corona de Conde.

En aquella estancia hay un lecho, diez ó doce almohado- nes, y pendiente del lecho una lámpara.

No hay ventana ninguna.

Colgados de la pared, se ven Irages de todas las naciones y de todas las sectas.

El gabán, la levita y la capa española, fraternizan con la chilaba, y el haik marroquí.

El peregrino está sentado delante de una mesila de caoba.

Mirémosle con detención.

Tendría unos cincuenta y cinco á sesenta años.

Sus facciones lenian una regularidad perfecta.

DE espaNa. 689

Su mirada era recelosa y diira.

Por entre sus labios vagaba constantemente una sonrisa sarcástica v desdeñosa.

Rara vez se veia su frente serena.

Profundas arrugas la acompafiaban, arrugas, en que se ieian nauchos y grandes dolores.

Y no era solo en la frente.

Toda la fisonomía tenia un no se que particular que reve- laba á los ojos del observador que aquel hombre habia sufrido mucho.

El peregrino se levantó y se dirigió hacia el dosel.

Vaciló algunos momentos, y por fin descorrió la cortina.

Del negro de la pared se destacaba un lienzo primorosa- mente pintado.

Era una mujer.

Piepresentaba unos veinte y seis años. i>i Hermosa hasta la sublimidad, su blancura mate brillaba doblemente bajo el Irage de terciopelo negro que vestía.

laicos encages flamencos cubrían su alto y abultado seno, y sus marfilados brazos.

Sobre su frente, altiva como la de una reina, y transpa- rente como la de un niño, ostentaba una diadema de brillantes.

Sus ojos tenían mucho de la fuerza de irradiación de Sara, y de la dulzura de los de Angeles. ;:; -^í-

No sabemos porque al contemplar aquel retrato, se recor- daba involuntariamente á muchos de los personages que lleva- mos presentados á nuestros lectores.

Algo de la nobleza de Alberto de la magestad del invisible y de la pureza de Zaida, se veia en aquella mujer.

Por la posición en que se encontraba aquel retrato, las mi- radas de la dama caían á plomo sobre el peregrino. i

Este, asi que recorrió la cortina, cayó de rodillas, y stís ojos se fijaron con una espresion de inmenso cariño sobre aquel rostro de marfil.

Al cabo de algunos instantes dos lágrimas corrieron por sus megillas, y con una voz comprimida se le oyó murmurar.

87

690 EL noNon

Ana, perdóname; siempre lie de ver lii rostro altivo y severo, y esa espresion implacable reprochándome mi crimen. Su voz se hizo mas opaca. Mi crirnenl Oh! Ana raía, si desde el cielo donde debes estar, has visto mi sufrimiento, no creo que hayas dejado de compadecerle de mí!... Dios mió!... y si yo procedí contra ella do a(|uel modo, ¿no vieron mis ojos la prueba patente de mi deshonra? no vi á esa mugor á quien adoraba con toda la fuer- i<L de mi corazón conceder á otr() hombre favores á los que yo solo tenia derecho?... y sin embargo bien sabes tu Ana mia, cuanto he sentido después lo que hice; no verte mas, no esca- char tu acento, ha sido para el tormento mas horrible!... Calló el anciano algunos instantes. Sus labios se agitaban convulsivamente. Sus ojos se fijaban con mas intensidad sobre aquel rostro inanimado.

De pronto se veriGcó una transformación completa eu la fisonomía del peregrino.

Se aumentaron las arrugas de su frente. Sus pupilas destellaron un fuego sombrío. Sus manos se conlrageron.

Una sonrisa cruel vagó por entre sus delgados labios, y con una voz en cuyo timbre se advertía un no se que de vengativo y terrible que causaba pavor, dijo.

--Oh!... pero y(» le prometo que bien caro ha pagado aquel miserable su crimen, mi venganza ha sido horrible, y aun no ha concluido; los hijos de aquel hambre morirán como su pa- dre; acosados por todos los dolores que pueden afligir el cora- zón de un hombre; yo los he seguido paso á paso en su vida; ya los tengo casi al alcance de mi mano, y á quien yo maté por causa de su padre, serás vengada con la sangre de sus hijos. Yo también tuve tres, tres hijos que eran mi delicia, y lodos murieron, pues bien, si los míos que no habían cometido delito alguno dejaron de existir ¿porque los del joyero Abra- ham, ramas malditas de un tronco mas maldito todavía, no bau períler también la vida? V no serán ellos solo?; no, el hijo

í K líSíAiSíA. 691

aslúpído y cobarde, de aquel Xeriffe á quien yo pedi en vano venganza contra el hombre que después de haberme deshonra- do, se había ido á refufi:iar junio á él, también caerá desde su trono, para perder su vida miserable. Oh!... yo te juro Ana. mía, que si ellos tuvieron la culpa de mi acción, ellos la paga- rán con creces.

La voz del anciano se debilitó completamente.

Su rostro estaba casi livido

Únicamente sus ojos brillaban, y parecía que en ellos se había reconcentrado toda la exencia de su vida.

Largo rnto permaneció en esta situación hasta que un ligero rumor que escuchó á su espalda le hizo volver la cabeza.

En el umbral de la puerta, habia otro anciano como él, y que representaba con corta diferencia su misma edad.

Era el otro peregrino que desde algún tiempo antes, com- partía con él, el señorío de las ruinas de KUKassar-Faranan.

El recien llegado contemplaba á el que estaba arrodillado con una espresion de profunda tristeza,

VII

Es posible, señor, le dijo a! cabo de unos instantes, que apesar de cuanto me habéis ofrecido, os aprovecháis de mis horas de ausencia para descubrir ese retrato.

—Dejadme Roque, contestó débilmente el primer peregrino.

—No, sefior conde, no puedo dejaros ¿Qué adelantáis con estar siempre evocando esos recuerdos, (jue no os dan mas que disgustos?

Fortalecerme mas, para llevar á cabo mi venganza.

Vuestra venganza!... y acaso es justa?...

—-Qué!... te atreves?...

Dispensadme, señor, pero demasiado sabéis que siempre os he hablado con entera franqueza. Desde niño os he cono- cido, vos habéis sido para mi mas que un amo, un hermano,

00¿ KL MoMíh

asi me lo habéis dicho muchas veces, y en este sentitlo os he hablado.

Y acaso crees tu?. .

Uue no tenéis razón ahora, conforme tampoco la liiblsteis entonces.

Roque! gritó el peregrino con voz colérica.

Os fiasteis solo de las apariencias v...

Kran apariencias al ver nai espobd abrazada á otro hom- bre que no era yo, y llorando?

Quien sabe las razones....

Eran apariencias solo aquellas palabras que le dijo al des- pedirse?

—Para que no la pedisteis esplicaci(»nes de su conducta/* •-Qué esplicaciones necesitaba cuando la vi yo mismo, lo entiendes? yo mismo la escuché decir aljoyero vete, vete an- tes de que venga mi esposo, porque le comprometerlas.»

Y eran esas pruebas para castigarla como la castigasteis?

No me digas una palabra mas Roque, no me hables mas de ese asunto, porque ya sabes que mi resolución es irrevo- cable, la maté á ella, á ella que era mi vida, maté al joyero, mataré á sus lujos, y á ese imbécil emperador, y solo en ese mar de sangre, solo al contemplar con mis ardientes ojos, esos cadáveres aborrecidos, sentiré calmars(í el profundo dolor que la pérdida de esposa me ha causado.

Pero tendréis entonces los remordimientos.

•^Remordimientos!-., palabras que los hombres han inven- tado para encubrir el miedo de las acciones que han hecho!.... Nadie mejor que tu sabe si mi corazón era bueno y honrado.

Demasiado lo sé; por eso abusaron de vuestra confianza el año 48 en Madrid.

Sí; aquellos amigos tan fieles me vendieron, y sino hu- biera podido escaparme tan pronto, Narvaez hubiera dado buena cuenta de mí, y á que hoy siento que no hubiese sucedido aquello; muchos disgustos rae habia ahorrado.

—No fué porque yo entonces no os dige que no os fiaseis

m aspAÑA* 603

de nadie, vos no qnisisleis creerme, y os pasó lo misino que en este otro caso, y que os sucederá siempre.

Bien, Roque, sucédame lo que quiera, déjame que siga adelante con mi plan, y hablemos de otra cosa, ¿has visto á Ibraim?

No señor.

Por qué motivo?

Porque no está en casa del judio.

Ni lo han visto?

Tampoco.

Pues es estraño; murmuró el conde, él debia de haber ve- nido ayer!....

En aquel momento, el sonido de una campana se perci- bió claro y distinto en la habitación.

Roque, parece que han llamado?

Si, señor, y debe ser algunos de los nuestros porque ha sonado la campana de la segunda escalera. á ver quien es? El criado salió de la estancia.

En cuanto al conde, corrió otra vez la cortina que ocultaba el retrato, y dando á su semblante la espresion severa y re- servada, que siempre hablan visto en él sus vecinos, franqueó la puerta, y salió á oiro salón que no estaba tan deteriorado como los demás.

Casi al mismo tiempo Roque penetraba en él. ¿Qué hay? le preguntó su amo. —Es Benjamín , le contestó aquel; dice que necesita veros con urgencia.

—Qué habrá ocurrido? dile que pase. Roque volvió á salir, y momentos después el jorobado en- traba en el salón.

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—Oiie ol Dios de Moisés, sea contigo, séíTilo peregrino de eslas ruinas, dijo el conde haciéndole una profunda reverencia.

—Que él vaya siempre conligo, Benjamín, le coalesló el anciano.

•—Perdona si be venido é interrumpir tus piadosas medita- ciones, pero acontecimientos muy graves me han obligado á hacerlo.

Habla, ¿qué hay?

Una gran desgracia para nuestro proyecto.

Para nuestro proyecto? dijo con estrañeza el peregrino.

-No be hablado precisamente de ti; repuso Benjamín fi - ¡ando su recelosa mirada en la inalterable fisonomía del an- ciano; demasiado que tu no tienes nada que ver con las reuniones que celebramos en estas ruinas, pero tu amistad con íbraim me ba obligado á venir á participarte lo qne ha hecho.

\l\ peregrino sintió que su corazón apresuraba sus latidos. Pero abogó aquella ligera emoción y con su misma voz se- rena y dulce, preguntó.

Y qué es lo que ba hecho?

—íbraim amaba á una mujer.

—Y tal vez ba cometido alguna locura por ella?

Mas que locura, un crimen.

Un crimen!... dijo el conde que sentía crecer su agitación.

Si, un crimen; la mujer que amaba íbraim, fué codiciada también por el Xeriffe, y por lo tanto llevada al Harem. íbraim que sabe esto se presenta á Sidy-Mahomed y le dice (jue si le entrega aquella mujer, él le descubrirá una conspiración tramada para hacerle perder la vida.

Mentira! gritó con arranque el anciano.

—Eres viejo, y tus palabras no pueden ofender, dijo con

DE r.9Vh%.K, 6Í)5

calma ibraim. El emperador acepto, y la conspiración está des- cubierta, y casi todos nuestros hermanos están presos, y entre tanto e! traidor ha desaparecido de Mequinez, llevándose á la mujer por quien tal infamia habia cometido. ¿Y dónde ha ido? Nadie lo sabe.

Y tu, una de las cabe/as de la conjuración como no has sido preso también?

Porque entre los bokaris del emperador, tengo algunos amigos lieies que me avisaron. s Por donde has sabido eso que acabas de contarme? Por esos mismos hombres. La mirada escrutadora del peregrino se fijó en el hebreo. .;; Parecía que deseaba leer en el fondo de aquella alma te- nebrosa.

Pero estaba encubierto aquel rostro de una careta impe- netrable.

Quién era esa muger? preguntó el conde al cabo de algu- nos segundos. Lo ignoro.

•—Sabes que es muy grave lo que acabas de decirme? Lo sé.

—Sabes lambien la suerte que le espera si te has engañado? preguntó el anciano acentuando estraordínariamente sus pa- labras.

—Se que si me he engañado, por haber confiado á un eslraño

los secretos de nuestra asociación, merezco la muerte, y si es

verdad, yo que soy el inmediato á ibraim, ocuparé su puesto.

Si antes no se presenta el gran gefe que hasta ahora hu

estado invisible para vosotros.

A su vez ia mirada de Benjamín se lijo en el anciano. Pero lambien la fisonomía de este era impenetrable. El hebreo prosiguió. Ademas que para el caso de que se me acusara de iiaber descubierto los secretos de la sociedad, ya encontraría res- puestas.

696 EL HONOR

Uüé quieres decir?

Bueno es vivir en el mundo prevenido siempre, contesto ei judio, con una sonrisa eslraña.

El conde le miró breves momentos, y le dijo, —Está bien, puedes retirarte. Pero que piensas hacer?

Yo solo lo sé, y me basta; ademas que bueno es vivir [)re- venido en el mundo, añadió el peregrino con una sonrisa irónica.

Benjamin se mordió los labios, y no dijo una palabra. Se levantó de su asiento, y después de hacer una prolunda reverencia, abandonó la estancia.

El conde le siguió con la vista y cuando ya no pudo ver- le, dijo á Roque que habia entrado inmediatamente que aquel salió. iMilagro será que ese no nos haya vendido. También os lo avisé hace mucho tiempo. —En Gd bueno será estar prevenidos.

IX

Benjamin salió de las ruinas, y su rostro se transformó com- pletamente.

La cólera se dibujaba en él con caracteres muy marcados.

Después una satisfacción cruel, se esparció por su íisonomia.

Si alguien hubiese podido seguir á su lado, hubiera podido escuchar lo que dijo.

Ya he conseguido desahacerme de uno, en cuanto á este otro, irá á Mequinez, y caerá también en mi poder, entonces, yo solo seré el gefe de la asociación, y veremos quien vence á quien.

Y tras estas palabras, siguió tranquilameute su camino ha- cia la capital del imperio.

DE f:SFAi^A.

ü97

CAPITUI.O XLVI.

Lo que hicieron Alberto y Zelim para salvar á Sara.— El invisiblo con- sigue su liljejtacl, Ester, Zaida y sn tio en el alcázar subterráneo de

la montaña.

LBERTo y Zelim resolvieron jugar el lodo por el todo.

iNada habian podido averiguar por me- dio de Benjainin, y sin embargo, espe- cialmente el poeta sospechaba del hijo del c/ieg.

En tal estado los dos hermanos se decidieron á penetrar en los jardines del harem.

Sabian que la empresa era arriesgada, pero á lodo iban dispuestos.

Zelim por salvar á Záard hubiera [)erdido la vida. Alberto, por sacar á Sara del estado á que se vela redu-

88

098 KL HOiSOR

cidíi por haber ((uerido complacerle, sacrificaria gustoso su existencia.

Y decididos á esto, aprovechándose de la oscuridad de la noche y provistos de escalas para subir á las tapias del jardín, se dirigieron hacia el palacio.

Ni una persona se veia por aijuellos contornos.

La escala lanzada por la mano segura del poeta, enganchó sus garfios de hierro en el pretil de la pared.

Inmedialamenle se lanzó por ella el joven, y momentos después los dos hermanos estaban en el jardín.

Ninguno de ellos sabia hacia que parte estaban las habi- taciones de las mujeres, asi es que vacilaban hacía el lado á que se habían de dirigir.

Un momento de intlecísion hubo en aquellos dos hombres.

Y efectivamente habla motivos para que cualquier persona hubiese vacilado.

Meterse á ciegas en un sitio en que la menor cosa podía coaiprometerlos , era capaz de infundir pavor al mas osado.

Y no temían ellos perder la vida, lo que sentían era, ser descubiertos sin haberlas podido salvar.

—Pues señor, dijo Alberto al cabo de un momento, ya es- tamos metidos aquí, y no hay mas remedio que seguir adelante.

Sí, pero no es eso solo, contestó Zelim, lo peor es no sa- ber hacía que sitio esfá el harem.

Por aquí debe ser; las habitaciones de las mujeres dan al jardín, nosotros estamos en él, con que no deben estar muy lejos.

En fin qué hacemos?

Mira, allí hacia la izquierda se una cosa que aquí en esta tierra llaman ventana, nos asomamos á ella, y decimos que dos hombres jóvenes y no feos, han penetrado en el ha- rem, si por casualidad es una estancia de mujeres pertene- ciente á ese sitio, estas se callarán porque las pobres tienen deseos de ver otras caras que no sean las do los eunucos, ó la del emperador.

Pero y es otra habitación?

m ESí»AÑA. 699

—Entonces habrá alboroto, saldrán con luces, mirarán al jardín, se dirigirán hacia el harem, y nosotros aprovechán- donos de esa confusión, después que sepamos donde está la parle del edificio que buscamos, nos subiremos á un árbol, y esperaremos á que se calme la tempestad. —Y si nos J5gen?....

Entonces,... entonces concluiremos de una vez, Muy arriesgado me parece ese medio. Dime olro mejor, y desde luego lo acepto. Zelim no luvo nada que contestar á esto. Efectivamente no había otro medio posible, y los dos her- manos se dirigieron lucia el sitio por donde se veía la luz.

Llegados á él, advirtieron que la ventana estaba bas- tante alia.

Sin embargo no lejos de ella había un árbol desde cuya al- tura se podía ver lo que pasaba en aquella eslancia.

La ventana, al revés de lo que había dicho Alberto, era mas grande que las ordinarias, y permitía el paso de un hombre.

El poeta trepó por el árbol, y cuando estuvo á una al- tura conveniente, dirigió sus miradas hacia la habilacion.

Una esclamacion de alegría se escapó de sus labios.

Cerca de la ventana sentada sobre mullidos almohadones, Sara, eslaba asaz pensaliva.

Hacía dos días que Ibrahím había sido preso en su cuarto. En este tiempo no luvo noticias de él, y ni Benjamín, ni el Xeriffe habían ido á verla.

Ademas pensaba en las amenazas de Ibrahím

Adivinaba un gran peligro para su amante peligro que se había amortiguado algún tanto con la prisión del invisible, pero que sin embargo, conociendo el carf^cler de hierro de este, sa- bia que hallaría medio para escaparse, y para cumplir la ame- naza que había hecho.

Alberto se inclino hacia Zel¡m> y le dijo con una voz con- tenida. Sube

"7' o KL HONOR

Subió e! aiiiiinle do Zaard, y vio con una alegría inmensa h la joven.

•^Y uhora que h cornos? —•(espérale a(|ní. y el poeta agarrándose fuertemente á una de las ramas que se aproximaban á la ventana se deslizó por ell5.

La rama crugia bajo el peso del joven, pero este no hacia caso.

La rama no llegaba hasta la ventana. Faltaba aun cerca de dos varas. El poeta se decidió por llamar á la hebrea. Corló un trozó de la rama, y lo arrojó á la ventana. Al sentir el ruido alzó la judía la cabeza. Sara!... dijo entonces Alberto.

Aunque el acento con que su amante la llamó fuera casi imperceptible, el corazón de Sara palpitó con una violencia es- tremada.

Se levantó de su asiento y trérauhi sin dar casi crédito á aquella voz querida, se acercó á la ventana Soy yo, Sara, repitió el poeta. Alberto mió!...

Y tras de la alegría que la causaba la presencia de su amante, vino la zozobra, el miedo de que lo descubrieran, y añadió.

Si te descubren que va á ser de tí?

Que rae importa lo que me suceda, si consigo salvarte.

—Salvarme!... ¿y de que modo?

Ahora lo veremos; agarra y asegura una escala que voy á echarle.

Y dicho esto volvió Alberto á el sitio donde habia quedado ZeÜm.

Tomó la escala que este habia llevado, y subió hasta la copa del árbol, que estaba algunas varas mas alta que la ven- tana.

Allí, aseguró fuertemente la escala, y la arrojó á Sara.

ricino. Si\ D, Juan Zabnia.

&E ESPACIA. 701

Fué lambíen diri^jida, que la joven pudo cogerla y momen- tos después, dijo. Ya está.

Quédate aquí Zelim, dijo Alberto á su hermano. Y ligero se dejó correr por la escala, y penetró en el cuarto de la sobrina de Isaac.

II

Aun no habia puesto casi los pies en ál, cuando ya la he- brea había caído delirante, en sus brazos.

Del fondo de su alma se exhaló un grito débil, inarticulado, y dulcísimo en el que espresaba su infinito amor.

El poeta tampoco podia hablar.

Ante la pasión fuerte, é inmensa de la hebrea sentía que su corazón se agitaba con una rapidez estraña.

Alberto lejos de ella, comprendía que no la amaba.

A su lado, el cariño de ella, parecía que le prestaba algo de su vigor, y de su savia fecundizante.

Sara si, Sara le adoraba con toda la vehemencia de su alma.

Para ella no habia otra cosa rnas que Alberto y no soñaba con otra felicidad que con la de verle.

Asi es que al contemplarle, su alma enlera se habia estre- mecido de placer.

No se cansaba de mirarle , y hubiera querido tener cien ojos para fijarlos todos en él.

Bendilo seas, Alberto mío; exclamaba con una voz que a misma felicidad entorpecía, qui(M) me hubiera dicho que tanta ventura me estaba reservada? Oh! déjame que te mire otra vez, he estado tanto tiempo sin verle!...

Y yo, crees que no he sufrido lejos de tí? miraba des- lizarsí* mis días con ía misma tristeza con que el mendigo que tirita de frío, ve alejarse el último i'ayo de sol que le prestaba, calor, no estabas tú, no estaba la flor que embalsamaba los

702 KL HONOR

dias (le mi exislejicia, y laiiguidecia lejos de la dulcisima irra- diación de lus pupilas

—Sigue hablando Alberto, sigue, porque ahora encuentro una magia, un i armoní-i nueva en tu acento

Mira, Sara, no es prudente que nos detengamos mucho en este sitio.

Tienes razón, después de haberte visto, seria horrible para volverte á perder. Dime, sabes hacia que parte está Záard encerrada? Ignoro el silio en que rno encuentro, cuando salga de aqui, desde los jardines podré indicarle su mansión; cuando yo penetré en el harem, tuve mucho cuidado de reparar todos los detalles.

Entonces, vamos en seguida, que mi pobre Zelim estará impaciente. lía venido también? Como había de faltar él, tratándose de y de su amada?

Asomóse el poeta á la ventana y llamó á Zelim. Suelta la escala, déjala caer, y brijate en seguida. El amante de la mora hizo cuanto su hermano le dijo. Momentos después la escala pendía del alféizar de la ven- tana, y el poeta dijo á su amada Te atreves á bajar por ahí? Ahora lo verás.

Y con una ligeroza inesperada en una mujer, se lanzó sobre la ventana, y agarrándose fuertemente á la escala, empezó á descender >

Así que llegó a! suelo, apretó con efusión la mano que Ze- lim la tendió, y dijo á Alberto que había seguido con inquie- tud su descensión. - Baja, Alborto, que ya estoy en tierra El poeta aflojó la esc:ila, y la puso de modo (jue una sacu- dida la hiciese saltar.

En seguida, á su vez se dejó deslizar por ella. Todos tres ya en el suelo, miraron hacia ¡las paredes del edificio.

bt feSPArsA. 7üo

Lii habitación donde había estado Sara, formaba un pabe - llon aishido.

A entrambos lados de él se estendian dos manzanas in~ mensas de habitaciones que no tenian mas que un piso.

Sara miró á las dos, y dijo á sus salvadores. Recorramos estas dos lineas de aposentos, y yo encon- traré las señas del cuarto que ocupa Záard.

Efectivamente en la de la izquierda al íinal ya, se veía una especie de torreón que comunicaba con los otros aposen- los, por medio de una galería cubierta de celosías bastante espesas.

Desde el jardín, formando ondas, subían los perfumados jazmineros á festonar las ogivas del torreón.

A través de los calados de la ventana se veía una luz.

Una puerta formando un arco estremadamente gracioso, comunicaba con el jardín por medio de una gradería de mármol.

Allí fué donde se detuvo Sara. Es aquí dónde está Záard? preguntó Zelím palpitante de emoción.

—Sí este es el encantador encierro que el Xeriffe la ha dado. Y por dónde vamos á penetrar en él? ¿Que un amante pregunte eso? dijo Alberto mirando á su hermano, vamos, está visto, que los enamorados pierden casi siempre la razón.

Y con ademan resuelto se dirigió hacia la puerta.

Sus robustos hombros se apoyaron con fuerza contra ella, pero no cedió ante semejante empuje.

La reconoció con mas delencion y vio que tenia una cerra- dura, cuyo pasador sin duda estaba echado.

704 ft!. HüNOIt

luilonces sacó su punal, o inlrodiicit^iiflolo con maña, ^iu si podia hacerla sallar.

Pero larapoco adelantó nada.

El poeta no sabia que hacer.

Llamo á su hermano, y le hizo que uniera sus esfuerzos á los de él, para ver si podian hacer qiío la puerta cediera. La primera vez crugió muy ligeramente.

Era necesario emplear la fuerza al mismo tiempo (|ue la prudencia.

El ruido mas pequeño podia descubrirlos.

Asi fué que lardaron mucho tiempo en conseguir que la puerta cediera por completo.

Por fin giraron las dos ojas, y un grito contenido, de triunfo se exhaló de aquellas tres bocas.

Inmediatamente penetraron en una especie de zaguán en cuyo fondo se encontraron con otra escalera que tendría unos seis úocho peldaños

Los dos hermanos la subieron, y Sara se quedó observando si alguien podia sorprenderlos.

Ai final de la escalera había un corredor.

El fondo de este, lo llenaba una puerta, por bajo de la cual se divisaban los resplandores de una luz.

Hacia aquella puerta se dirigieron.

Buscaron en ella algún pestillo, y efectivamente un cerrojo la cerraba por fuera.

El corazón de Zelim palpitaba con violencia al descorrerlo.

La puerta se abrió, y el amante de Zaard, penetró en la es- tancia que ya conocen nuestros lectores.

Zaard dormía, y tal vez soñaría con su amante, porque una sonrisa dulcísima, vagaba por sus labios frescos y sonrosados.

Al ruido casi imperceptible de la puerta despertó sobre- saltada.-

Creyó que su señor, iba á usar de los derechos que sobre ella tenia.

Pero en vez de esle, se encontró con la fisonomía querida de su amante.

DE ESPAÑA. 705

Tendió hacia él los brazos, y quedó sin movimiento por de- cirlo asi.

Su garganta quiso articular alguuos sonidos, pero fué im- posible.

Sus megillas empalidecieron estraordinariamente.

Sus labios se agitaban, y ninguna palabra podian pronunciar.

Lo mismo le sucedía á Zelim.

Su corazón palpitaba con rapidez.

Queria hablar, y no podia.

Sus pies no acertaban á moverse del sitio en que se habían fijado.

Únicamente los ojos de los dos amantes, hablaban en un lenguaje harto elocuente.

En esas grandes situaciones de la vida, todas las palabras son pálidas y frias.

Ninguna de ellas basta á espresar el torrente de sensacio- nes que brota de las fibras del alma.

Para esos momentos supremos, es para los que Dios ha dado los ojos.

Esas miradas que se buscan, que se funden una en otra, que se hablan, que se acarician y que se unen en un beso dul- ce infinito y prolongado, son las únicas que bastan á espresar lo que en tales instantes se siente.

IV

Pero aquella situación no podia prolongarse mucho.

Ya se hablan detenido algunas horas en el jardin, y no era prudente abusar mas de la fortuna.

Alberto vino á interrumpir el estasis de los dos amantes. Vamos, Zelim, le dijo, vamos, dejaos ahora de miradas, y tratemos de salir de aquí.

Tienes razón, le dijo Zelim, y acercándose á Zaard, con- tinuó, vida de mi vida, marchemos cuanto antes de aquí, á

80

706 EL HONOR

olro sitio donde mi alma pueda desbordarse mas libremente. Zaard, no podia contestarle.

El esceso de su misma felicidad, la había dejado sin voz.

Se contentó pues, con dirigirle otra mirada mas dulde si cabe, que las anteriores, y con paso vacilant'i tomó la direc- ción de la puerta.

Ya en el jardín se encontró con otra nueva sorpresa.

Sara se arrojó en sus brazos.

Ambas se confundieron en aquel nudo de alegría y ven- tura.

La hebrea fué la primera que lo deshizo. '■'' —Vamos, ya que estamos reunidos todos, salgamos de este recinto que nos ahoga.

' '■ Y dichas estas palabras, los cuatro amantes felices se di- rigieron háoia las tapias por donde habían subido los dos her- manos.

Pero en aquel mismo instante un rumor que los llenó de espanto, se escuchó á sus espaldas.

Volvieron la cabeza, y vieron una multitud de luces que á través de los árboles, se iban acercando hacia ellos.

Al mismo tiempo voces confusas, gritos y juramentos, se escuchaban cada vez mas distintamente.

No tenia duda, se habia advertido la evasión de las dos mujeres, y se las andaba buscando.

Nuestros fugitivos no supieron que hacer, y como clavados sobre la arena del suelo, esperaban aquel peligro que se acer- caba rápidamente sin hacer nada para evadirse de él.

Digamos ahora cuatro palabras sobre el invisible á quien dejamos también en una situación bastante crítica.

Conducido por el alcaid, fuera de la habitación de Sara, atravesó los jardines, y fué encerrado en una de las mazmor-

DE ESPAÑA. 707

ras que había en )a otra parte del palacio.

Nada mas triste que aquel sombrío aposento. Figuraos un cuadrilátero avobedado, húmedo y oscuro. Añadidle un montón de paja medio podrida, y una ven- tana al nivel del suelo, cuyos barrotes cruzados cien veces^ ni dejaban casi penetrar la luz, ni el aire, en aquella mefítica mansión.

ün cántaro con agua había también en un estremo del ca- labozo.

Tal era la estancia que tenia en el palacio imperial de Me- quinez, el rey de la montaña, el dueño del palacio subter- ráneo del Riff.

Las primeras horas las empleó Ibraim en averiguar los me- dios con que podría contar para evadirse, Pero no había fuga posible.

Como no estuviera ayudado por alguien de la parte de afuera, no podía escaparse.

Sin embargo, este medio se le presentó bastante pronto. Al d¡a siguiente de haber sido preso, entró el carcelero, y después de darle el alimento escaso y malo con que Su Ma- gostad Xeríffiana obsequiaba á sus prisioneros, le dijo en voz baja: -^No tengas cuidado', señor, que yo velo por tí. Tú! dijo el invisible sorprendido. Sí, yo, tengo una obligación de salvarte la vida, y lo haré. No te comprendo.

—Pertenezco á los hermanos del El-Kassar-Faranan. Entonces ya es otra cosa, contestó el invisible con satis- facción, y de qué medios vas á valer te para sacarme de aquí? Todavía no los sé, pero si te aseguro que mañana esta- rás libre.

Y dicho esto, se marchó el carcelero, dejando al invisible sumamente satisfecho de la casualidad que le había dado por guarda uno de sus compañeros de conspiración.

Entre las cosas á que se obligaban lodos los conspiradores

708 «L HONOR

de FI-Kass;irFnranan, era á salvar con pelif^ro de sn vida á cualquiera de sus compañeros que necesitase de su ausiÜo.

Por esta razón el carcelero iba no solamente á salvar á su companero, sino á su gefe, al presidente, á la cabeza de la asociación.

Sabida es la clase de procedimientos judiciales que emplean los marroquíes.

flecha la delación, y cogido el reo, sin pararse k saber si es cierto ó no que sea criminal, se llama al verdugo, y corta la cabeza, ó empala al desgraciado que las mas de las veces es inocente.

Con el invisible no se llevó esto con tanta rapidez.

El emperador se contentó con encerrarlo, y hecho esto no se ocupó mas del asunto.

Otros negocios de mas interés le preocupaban.

Tenia noticia de que los españoles se iban á poner en mar- cha para Tánger, y temia con harto fundamento que confor- me se hablan apoderado de Teiuan, lo hicieran de aquel otro punto.

El invisible esperó con impaciencia que pasase 'aquel dia, y al siguiente el mismo carcelero, le dijo. Esta noche saldrás de aquí.

Es menester haber pasado por la situación de Ibrahim para comprender el estado de su corazón en las horas que transcur- rieron hasta que llegó la noche.

Por fm llegó esta, y el carcelero cumplió su palabra.

Presentóse en la prisión, y le dijo: —Ya puedes salir, señor, todo el camino está franco.

El invisible no se hizo repetir semejantes palabras.

Siguió á su libertador, y momentos después estaba en el jardín.

Y cómo voy á saltar esas tapias? preguntó Ibraim al car- celero, al ver que se dirigían hacia una de las paredes.

Ya he dejado puesta una escala, que nos servirá para su- bir, y que tenderemos por el lado opuesto para poder bajar. —Pues qué también vienes tú?

DE ¡ESPAÑA. 709

T qué quieres que haga yo aquí? si me quedo corre peligro mi vida, y prefiero salvarla huyendo contigo.

—Está bien, yo recompensaré sobradamente lo que has hecho.

En este tiempo ya hablan llegado junto á la tapia. El carcelero se adelantó, y reconoció la pared. De pronto una esclamacion de sorpresa se escapó de su.^ labios.

La escala habia desaparecido.

—Qué es eso? preguntó el invisible al notar la consternación de su salvador. Que no encuentro la escala que dejé puesta. —Y qué vamos á hacer ahora?

—Espera señor, dijo el carcelero dándose una palmada en la frente, los jardineros tienen escaleras para subir á los ár- boles, y la casa en que dejan sus útiles está cerca de aquí, quiera Alláh, que encuentre lo que busco; espérate aquí que vuelvo en seguida.

En aquel instante las luces y los gritos que habían sor- prendido á Sara y sus compañeros se percibieron distinta- mente. Nos han descubierto 1 dijo el carcelero aterrado. Razón de mas para que despachemos en seguida, contestó el invisible, que á la aproximación de un peligro cierlo y real, habia recobrado su sangre fria, y su valor habitual. Pero. . . .

Anda á buscar esa escalera. Dominado el musulmán por aquel acento imperioso, se alejó algunos pasos.

La especie de casilla ó cobertizo donde guardaban los jar- dineros sus herramientas, no estaba muy distante. Kl moro encontró en ella lo que buscaba. Agarró el medio de salvación que le quedaba, y volvió cor- rien^'o al lado de Ibraim.

Loado sea el Señor altísimo y único, dijo al arrimarla contra la pared.

710 BL HONOR

El invisible se lanzó á elia en seguida. Tras él siihia el carcelero.

En aquel instante los soldarlos y los guardas del harem que recorrían los jardines, estaban ya tan cerca, que vieron per- fectamente á los dos hombres que estaban escalando la tapia.

Cinco ó seis detonaciones retumbaron por el espacio.

El carcelero exhaló un grito y cayó al suelo con el corazón atravesado de una bala.

El invisible comprendió que aquella no era ocasión de pres- tar ausilios á su compañero.

Asi que cabalgando sobre el pretil de la tapia, alzó con sus robustas manos la escalera y la puso en el otro lado.

Pero los soldados hablan visto otro bulto sobre la tapia.

Nuevas balas partieron, y al volver íbraim la pierna para bajar, se sintió un dolor agudo en ella.

Estaba herido.

Sin embargo, hizo un esfuerzo supremo, y empezó á des- cender trabajosamente.

A cada peldaño que bajaba parecía que le faltaban las fuerzas.

A muy pocos pasos de él, protegidas por la oscuridad, es- taban contemplando su descensión algunas personas.

Acababan de separarse de la tapia cuando íbraim apareció sobre el borde, y le veían sin que él pudiera verlos.

Este, entretanto se detenia en cada escalón porque la san- gre corría en abundancia de su herida.

Los dolores que sufría eran atroces, y únicamente su vo- luntad de hierro le sostenía.

Pero la parte física pudo mas que la moral, y después de vacilar algunos momentos, cayó desde la tercera parte de la escalera.

El golpe acabó de trastornar todo su ser, y quedó tendido sin movimiento.

Entonces uno de los del grupo que habia observado su caída, dijo:

DE ESPAÑA 7H

Indudablemente, alguno de los tiros que se han escu- chado, habrá herido á ese infeliz. Bien, pues dejémosle y huyamos cuanto antes. Eso seria un crimen, repuso el que habia hablado pri- merOj ven y lo recogeremos, si aun se le puede prestar ausilio. Destacáronse de la pared dos musulmanes, y se acercaron al invisible.

El uno de ellos, le puso la mano en el pecho, y notó que aunque débilmente palpitaba su corazón. -—Aun vive; dijo, y empezó á buscar la herida. La encontró, y arrancándose un pedazo de su alquicel, ro- deó como pudo la pierna del herido, y dirigiéndose á su com- pañero, le dijo* Ea, agárrale por los hombros, y yo de las piernas, y

vamos con él á la casa del amigo de Abdel.

Efectivamente, asi lo hicieron, y tnomentos después la pe- queña comitiva se perdía por las revueltas y tortuosas calles de Mequinez,

VI

El invisible amenazó á Sara con la prisión de su familia.

Veamos si habia cumplido su amenaza.

Ester y Zaida veian deslizarse sus dias con una tristeza in- finita .

La primera sabia que Carlos tenia que partir hacia d inte- rior del imperio.

Y tenia ademas el presentimiento vago de una desgracia desconocida.

Zaida habia visto marcharse á Alberto.

Es decir, al hombre que la habia arrebatado su calma.

El poeta se marchaba en busca de otra mujer, y estos celos destrozaban el corazón de la pobre niña.

No verle mas, no saber de él, no poder compartir sus pe-

712 EL HONOR

ligios y sus penalidades, era otra de las causas de su dolor.

Y las dos mujeres que sufrían, aumentaban la tristeza del buen Isaac.

Llegó el dia 25 y con él la partida de Carlos.

Este momento previsto ya por Ester, fué sin embargo ter- riblemente desgarrador.

Zaida no pudo hacer nada para mitigar el dolor de su prima.

Ester quiso acompañar á su amante, aunque de lejos.

Preveía que en el Fondak habria alguna acción, y deseaba estar cerca de su Carlos.

Este nada sabia.

iNi aun quiso despedirse de ella.

Zaida y el anciano judío trataron de disuadirla de seme- jante idea, pero fué imposible.

Se habian empeñado en ir, y antes que dejarla sola, resol- vieron en acompañarla.

Asi sucedió.

Al ponerse en marcha el egército, Isaac y los dos jóvenes se dirigieron hacia el Fondak.

Pero no iban solos.

Ya hacia algunos días que un moro de sospechosa cata- dura, rondaba la habitaciou del judío.

Aquel espía era revelado por otros, y entre ellos se cru- zaban ciertas palabras, referentes sin duda al hebreo, toda vez que al hablar, sus miradas se dirigían frecuentemente hacia la casa.

í!'?; Llegó el dia en que se marcharon, y su vigilante corrió también tras ellos.

Salieron de la plaza, y entonces este, ai pasar por una huerta de las que esmaltan la campiña de Teluan, arrojó un silvido, á cuya vibración se asomó á la puerta otro musulmán.

También se cruzaron algunas palabras, y montando el primero en un caballo, que sacó el segundo, siguió tras la hue- lla de los hebreos.

Al poco tiempo salieron de la casa ocho ó diez moros mas,

DE ESPAÑA. 715

y se dirigieron atravesando llanos y matorrales hacia los mon- tes de Samsa.

\í[ egército se iba perdiendo por el camino tortuoso de Tánger.

Esler y su familia, cabalgando las dos mugeres sobre un camello, y el judío sobre una muía, le seguían á bastante dis- tancia, y aunque iban en la misma dirección, hablan lomado otros senderos tal vez conocidos solo de los naturales de! país.

De pronto empezaron á oírse algunos disparos de fusilería.

Las tropas hicieron alto.

Las tres personas que seguían á Carlos se detuvieron también.

Lo mismo hizo su espía.

El terreno era en estremo escabroso

Peña sobre peña, y entre ellas una senda sumamente es- trecha y difícil, era lo que se divisaba del sitio en que se ha- llaban nuestros viagcros.

De pronto se oyeron á lo lejos los sonidos marciales de los clarines, y los disparos fueron mas frecuentes.

Esler empalideció estraordinaríamente.

La dirección en que se escuchaba el fuego, era hacia la vanguardia, y la pobre niña sabia que su amante iba en ella. Ay tiol... esclamó ¿qué será de Carlos? iNo te aflijas Ester, que conforme ha salido bien en otras acciones, saldrá en esta.

Zdida no dijo una palabra.

Su pensamiento estaba muy lejos de allí.

Pensaba en Alberto.

En Alberto que se había ido en pos de otra mujer.

Y Zaida no podía aborrecerla.

Era su parienta, era la persona á quien siempre la hablan obhgado á respetar, y á quien siempre habla anmdo.

Y de ahí la razón por la cual la prima de Ester padecía sola, y su padecimiento jamas podía tener remedio mas que á costa de la felicidad de Sara.

00

714 EL HONÜh

Ya beoios dicho que el lugar en que se encontraba la fa- milia de Isaac, era eslreoiadaraente solitario y sombrío.

Todos tres cada uno preocupado con sus pensamientos, no se habian apercibido de unos cuantos moros, que escondién- dose tras las ])eñas, se iban acercando hacia ellos.

El rumor de la batalla se escuchaba cada vez mas fuerte.

Habian transcurrido algunas horas, y casi todo el egército había ya entrado en acción.

Sara se volvió hacia su lio, y le dijo: Tic, no seria conveniente que nos acercásemos hacia el campo de batalla? De ese modo estaríamos mas ai cuidado de Garlos.

Isaac la contestó. Como quieras, hija mia, vamos allá, si eso te complace.

Y efeclivameule sus cabalgaduras tomaron la dirección en que se oia el fuego.

Pero no pudieron dar muchos pasos. De entre las breñas salieron los moros que vimos dirigirse desde la casa de la vega de Tetuan, á la montaña, y uno de ellos dijo al judio:

No lemas anciano, no tratamos de hacerte mal, ni á ni á tus hijas, únicamente queremos que nos sigas.

A dónde? preguntó ei hebreo,, disimulando mal su tur- bación.

Eso es lo que nosotros no podemos decirte. —Entonces, no quiero seguiros.

Nos oüligarás a que empleemos la fuerza, y eso nos seria muy sensible.

—Bien, haced lo que queráis.

Y el anciano sacó las pistolas, y las apuntó al pecho del que le había hablado.

En cuanto á las dos jóvenes se habian quedado mudas de terror.

Y no porque en las caras de los musulmanes hubiera sig- nos característicos que lo pudieran inspirar.

DE 3SPA5ÍA» 715

No eran aquellos semblantes los de los bandidos, ni los de los feroces habitantes de las montañas del Riff.

Había mucho de honrado y bueno en ellos, aunque se leía la decisión y el valor á toda prueba.

Especialmente el que había hablado con Isaac, tenia uno de esos rostros que inspiran confianza.

Al ver la actitud resuelta del hebreo, le dijo: Mira, anciano, tu resistencia será inútil; podrás matar uno ó dos de nosotros, y puedes tenor la seguridad de que nadie te tocará á ni á tu familia, es decir que nos asesinarás sin defensa; tus principios de honradez y bondad creo que no te permitan obrar de semejante manera. Nosotros obramos en virtud de órdenes superiores, y desde luego pnodo asegu- rarte que no os acontecerá ningún mal por seguirnos.

Y qué va á ser de Carlos? gritó Ester que en aquel ins- tante no había pensado mas que en su amado.

—No te aflijas por él, niña, respondió el musulmán, ya tiene á su lado quien podrá velar por él mucho mejor que tú. —Qué quieres decir? preguntó el judío estupefacto. Ahora lo verás.

Y acercando el musulmán á sus labios un silbato de plata, lanzó un sonido tan agudo que debió de oirse á una distancia inmensa.

Al poco tiempo se oyó otro silbato, y algunos instantes des- pués, se vio allá á lo lejos un hombre que se dirigía saltando breñas hacía donde estaban nuestros personages.

Conforme se iba acercando se distinguían mas perfecta- mente su formas y su trage.

Era un hombre joven ann, y vestía de cantinero como otros muchos de los que acompañaban al egército. Asi que llegó le preguntó el moro. Cómo va la acción?

—Bien y mal; los españoles ganan, pero les cuesta mucho. —Y el oficial?

Batiéndose como un león. Ahora acaba de hacerlo co- mandante el general en gefe.

—Ya \o oyes, «ifla, dijo ol interrogante á Ester, tu amante sigue bien, y ha asctMuIido en el campo <Jo batalla.

Poro?... murmuro lajudía, como queriendo preguntar algo que no se atrevía á decir.

Va me figuro lo que vas á preguntarme, la dijo el musul- mán, y quiero tranquilüarte por completo; yo sabia que ama- bas á Carlos, y como el obgeto del que nos ha mandado no es el de causaros disgusto alguno, sin frillar á mi deber, creí que podía poner dos personas de mi confianza junto h tu amante, para que arriesgando su vida, trataran de salvar esa otra que tan preciosa lees.

Ya hemos dicho antes que el musulmán tenia una de esas fisonomías simnálicas en alio grado.

Si alguno de nuestros lectores le hubiese visto, habría co- nocido en seguida á Pedro, el antiguo criado del banquero Céspedes.

Asi se comprenderá perfectamente el porque el judio le tendií^ la mano, y le dijo con efusión:

Gracias, amigo mió; hay un no se qué en tu acento que me obliga á creerle, y que me hace entregaripe completa- mente á ti.

Es lo mejor que puedes hacer, le contestó el moro.

Y vo h mi vez, prosiguió Ester, no se como pagarte lo que por mi has hecho.

—De nna manera muy sencilla, depositando en tu con- fianza.

Ya la tienes.

Entonces podemos marchar cuando queráis.

Estamos á tu disposición; le contestó Isaac, ¿y vamos á ir muy lejos?

Bastante, pero sin embargo, después de mañana llegare- mos á nuestro destino, contestó el moro, y volviéndose al can- tinero, le dijo: tu ya sabes donde vamos esta noche, alli le es- pero para que nos digas el resultado de la batalla.

Está bien.

BE ESPAÑA. 7Í7

—Con que ya le puedes mnrchar, y no !e perdáis de vista.

El cantinero partió.

Atravesó las peüas, cruzó aquellos senderos casi impracti- cables, y pronto desapareció.

En cuanto á nuestros viageros , se acomodaron otra vez las dos mugeres y el anciano, y escoltados por los muslimes, tomaron el camino que ante ellos se estendia.

Al cabo de dos horas de marqha bastante penosa, salieron de aquellas escarpadas y pedregosas sendas, y atravesando el Buceja por un puente groseramente fabricado, se perdieron en un bosque que habia á poca distancia del rio.

K\ ruido de la acción se iba cada vez haciéndose menos perceptible,

Señal evidente de que nuestra carabana se alejaba de! tea- tro del combate.

Pedro se acercó á Isaac, y le dijo: -^Si le parece, haremos alto para que descansen las muge- res, que irán muy fatigadas, el dia está caluroso, y desearán refrescar y tomar algo.. —Como quieras, le contestó el anciano.

Se nos habia olvidado decir, que á la entrada del bosque habia dos tiendas, y en ellas cinco moros guardando diez ca- ballos y dos camellos con provisiones.

Montaron sobre los corceles los que iban custodiando á los judíos, subieron los oíros sobro los camellos, y alzando las tiendas continuaron su marcha.

Como habia dicho Pedro, en medio del bosque, junto á un arroyo que serpenteaba por aquel suelo sembrado de malezas, volvieran á plantar las tiendas.

Al abrigo de ellas, el judio, sus sobrinas y Pedro, loma- ron algún refrigerio, y al cabo de una hora, continuaron su marcha.

li^ Bl, HONOR

VIS

Bastante entrada la noche, nuestros viageros penetraron en la especie de posada en que viraos llamar en otra ocasión a Jafar cuando llevaba á Zobeiba.

La mayor parte de los kannes ó paradores musulmanes, no pueden ofrecer á los caminantes que se alvergan en ellos, mas que las mal preparadas habitaciones, y agua fresca de las cisternas que en ellos tienen.

Por esta razón, los moros, cuando van de viage, llevan lodo lo necesario para su manutención.

Pedro conociendo perfectamente aquello, había hecho una completa provisión.

Ya hablan nuestros viageros restaurado susf'jerzas, y des- cansado algún tiempo cuando un golpe sonó en la puerta de la posada.

Pedro se presentó inmediatamente en ella. El cantinero que por la mañana habla hablado con él, es- taba alli, y su trage habia sufrido una transformación completa. El blanco alquicel de los musulmanes flotaba sobre sus es- paldas. ¿Qué hay? le preguntó Pedro. —Que ha caido prisionero. Y vosotros que habéis hecho entonces? —Nada.

Fuego y trueno! gritó Pedro pálido de cólera, como no ha- béis muerto antes que consentir semejante cosa. Porque nuestra muerte hubiera sido completamente inútil. lisplícate.

—La tribu de Mazuza lo ha cogido con otro oficial, denlr-^ d<^ dos horas, pasarán por aquí con dirección á sus montañas. Y bien, que tenemos con eso? Que mañana antes que entren en sus aduares, ciento de

DE ESPAÑA. 7i9

nosotros caeremos sobre ellos y rescataremos á los presos. Mañana será larde.

No; no piensan matarlos ahora, quieren dilatar mas su agonía.

Y de qué medio piensrjs valerte para reunir á los nues- tros? preguntó Pedro con impaciencia.

Ya ha ido Ben-Aisa-AIí hacia nuestro alcázar, á preve- nir á la gente. Bien, quedo complacido, y el señor lo estará igualmente. Y tras estas palabras, el antiguo criado de Céspedes, pe- netró en el Kan, seguido del recien llegado.

Ester preguntó como era natural por su amante. Pedro la aseguró que habia salido perfectamente, y que ha- bía acampado con el egército en el vaüe de Vad-Rás»

Al poco tiempo, la comitiva se ponia otra vez en marcha. Al mismo tiempo que ellos sallan del parador, se escuchó á lo lejos el rumor que produce la marcha de un número cre- cido de personas.

Eran los moros de la Kabila de Mazuza que llevaban pri- sioneros á Antonio y á Carlos.

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CAPITULO XLVXI.

Consternación en Mequinez, Preliminarea de pu.

L resultado de la batalla de Gualdras, al estendorse por toda la Europa, au- menló la reputación inmensa que nues- tro ogército habla adquirido en los me- ses que llevaba de campana.

Las cien lenguas de la fama, estendieron por doquiera aquella victoria, y la España estremecida de placer, alzó con orgullo su frente.

Sus hijos, eran los primeros soldados del mundo.

¿Y qué madre no se enorgullece con semejantes hijos?

Siempre vencedores, sufridos siempre, y dispuestos á ha-

DE ESPAfÍA. 721

cer todo género de sacrificios, eran dignos, muy dignos de aquel cariño que la madre patria les profesaba.

Ya hemos diclio que la nueva de este triunfo se habia es- parcido por toda la Europa.

Y al llegar á todas las naciones, necesariamente la que de- bía saberlo primero, era aquella á la que mas directamente afectaba semejante herida.

Marruecos estaba consternado.

Mequinez, capital y residencia del emperador de los bue- nos creyentes, estaba sumido en una tristeza inmensa.

Habia concentrado todas sus esperanzas en aquel terreno inaccesible, todas las provincias habían llevado su contingente á la guerra, y 50,000 hombres deíendian aquel paso for- midable.

Kabilas de un valor salvage y feroz habían plantado sus tiendas en las elevadas cimas de aquellas montañas.

Y todos resueltos, todos valientes y mandados por los mas afamados generales del imperio, se hallaban decididos á der- rotar completamente á los cristianos.

Todo el imperio al hacer aquel esfuerzo habia confiado en sus resultas.

Pero habia sucedido al revés de todos los cálculos.

En vez de derrotar, hablan sido derrotados.

En vez de hacer huir á los cristianos hasta Tetuan, ellos habían tenido que hacerlo hasta el Fondak.

Y aquellos cincuenta mil hombres, que representaban lo mas aguerrido, y lo mejor de las tropas regulares del Mogreb, aquellas tribus de un valor probado en cien ocasiones, habían tenido que huir en completo desorden ante el irresistible em- puje de veinte y dos mil soldados que no entraron todos en fuego, y que ademas tenían el inconveniente del peso tan enor- me que llevaban.

Por esta razón, semejante derrota, habia causado una sen- sación tan profunda en Marruecos.

Por esta razón, Mequinez que de suyo no era muy alegre y bullicioso, se encontraba mas triste, masfip^nado, mas sombrío.

722 EL HONOR

Y osle desaliento, esla melancolía, nacía del Al-Kassar.

Sícly-iMohamed eslaba profundamente afectado.

Todas las ilusiones de sa vida, lodos sus ensueños, todas sus (juimeras, se habian desvanecido oomo el humo.

Idabia amado, y su amor no habia tenido correspondencia.

Dos mujeres habian hecho palpitar su corazón, y aquellas dos mujeres, cuando mas seguras creia tenerlas, se le ha- bian escapado.

Ambicionó el mando supremo, y solo desengaños, reveses y disgustos sufrió desae su ascensión al trono.

Emperador proclamado en circunstancias bastante criticas, necesitaba un tino especial, un talento á prueba para salvar la nación del precipicio á que la imprevisión de su padre la habia Iraido.

í ninguna de estas dotes tenia el Xeriffe marroquí.

Cometió desacierto sobre desacierto, y lo comprendió cuando ya era tarde.

Al participarle su hermano la derrota de Gualdrás, le noti- ficaba igualmente que al dia inmediato tendría una entrevista con el general O'Donnell para tratar sobre la paz.

Esla noticia representaba para Sidy-Mohamed algunos mi- llones de menos, y algunas otras cosas, y aunque le era sen- sible, no podia menos de aceptar aquellas condiciones.

Estas eran las causas de la consternación del imperio en general, y de Mequinez en particular.

El emperador eslaba triste y apenado, y sus servidores de- bían estarlo también.

ti.

Todo lo contrario sucedía á los españoles.

Dignos descendientes de Pelayo, habían luchado contra fuerz.is muy superiores y habian vencido.

Los valerosos astures de Covadonga, lenian en su ayuda lo fragoso c inaccesible de sus montañas.

Dísdft ellas podían atacar sin temor He ser ofendidos.

Los heroicos hijos de la España del sioflo XIX, tenían que luchar á pecho descubierto.

Tenían que atacar unas posiciones formid?ibles , y desde las que el enemigo ofendía mas certeramente que era ofendido.

Y sin embarco, no quedó monte, valle ni loma que no fuera connuistado.

Es verdad que costó sansfre, mucha sanírre, y muv rica porque representaba unos cuantos cientos de hombres robados A sus familias, á su patria v á sus hermanos, pero ya hemos dicho en otro lucrar que las guerras necesitan víctimas, y la suerte ó el destino se encaríra de proporcionr^rselas.

Nuestros soldados habían vencido una vez mas, y su pla- cer no reconocía límites.

La España, al revés de Marruecos, estaba ^o7osa y sa- tisfecha.

Los soldados comprendían que por donde quiera am mar- chasen, su huí'^lla había de marcar el triunfo, y ansiaban se- guir adelante.

Los generales no podían espresar la safisfaccion que espe- rimentaban do mandar á tan bizarras tropas.

y estas adoraban con un cariño estremado h aquellos ^e- fes que siempre las habían conducido a la victoria, jamas h la. derrota.

El íreneral en gefe había con la batalla de Gualdr^ns, dado otra muestra de su írran genio militar.

Abrazando la inmensa estension de la línea de combate, su mirada de r^guila todo lo veía, Jo admiraba todo, y á todas partes acudía.

III

La derrota del día 25, hizo que los moros pensasen nueva- mente en la paz.

Muley-el-Abbrls que hubiera deseado el ajuste de aquella

724 EL HONOR

sin la batalla anterior, tuvo algunas conferencias con sus ofi- ciales, y el resultado de ellas fué que al día siguiente, sus emi- sarios se presentaron en el campamento espafiol.

Eran portadores de una carta del hermano del emperador, en la que manifestaba sus deseos de que se ajustase una paz sólida y duradera, cuyas condiciones fueran ventajosas para ambos países.

Para tratar de esto, pedia Muley-el-Abbás una nueva con- ferencia, como y cuando mejor le pareciese al duque de Teluan.

El general en gefe español estaba ya harto desengañado de lo que los moros hablan hecho siempre tomando el pretesto de la paz.

Habia visto que con semejantes treguas lo que hacian era ganar tiempo y prepararse para una nueva acción.

Por manera que contestó que no tenia inconveniente en ac- ceder á la entrevista siempre que esta tuviera lugar al dia siguiente poco después del toque de diana.

Esto lo hizo con obgeto de que aquella cita no estorbase el movimiento que pensaba egecutar.

Quería dirigirse inmediatam^ule hacia el Fondak, y apro- vechándose del pánico de los marroquíes, forzar aquellas posi- ciones, y entrar ya desembarazadamente en el camino de Tánger,

El egército que no tenia mas voluntad que la de su digno general, participaba también de este deseo.

Y no era porque ya no desease descansar de las fatigas

de aquella campaña tan ruda como corta.

Pero veía que tenia un deber de continuar hacia adelante, y ante los deberes, siempre nuestros valientes han ahogado sus afecciones.

Mas adelante cuando mas detenidamente nos ocupemos de la paz, trataremos de apreciar, según nuestro juicio, las razo- nes de todas clases que ha habido para ajustaría.

El dia 25 por la mañana batió sus tiendas el egército, y se dispuso á marchar.

DE fiSPAÍ^A. 72S

Én aquel instante los comisionados del hermano del Xe- rife volvieron á presentarse entre nuestros soldados.

Conducidos á la presencia del Conde-Duque, le digeron que dentro de dos horas ilegaria Muley-el-Abbás.

Entonces se alzó una tienda ú alguna distancia délas avan- zadas, y todas las tropas preparadas, esperaron la llegada del Ealifa.

Este no se hizo esperar mucho.

Antes del tiempo fijado, Muley-ei-Abbás, seguido de una brillante escolta, se acercó á nuestro campo.

El general ü*Donnell dejó á su cuartel general á alguna distancia, y acompañado solo de dos generales, penetró en la tienda.

Algún tiempo duró la conferencia, y cuando aquella con- cluyó, al despedirse los dos gefes, se advertía una satisfacción inmensa en los rostros de ambos.

No se supo de cierto lu que en aquella tienda había pa- sado, pero Si se comprendió que se había verificado un cam- bio notable en las relaciones de ambos países.

Los moros de rey, y los oficiales que habían llegado con el Kalífa, fraternizarün con uucslros oficiales.

Cuando aquellos so marcharon, el general en gefe dio la orden de volver á clavar las tiendas, y esperar en el mismo sitio en que se encontraban.

Aquel mismo día el general D. Enrique 0*Donnell se em- barcó para Alicante, siendo portador del armisticio celebrado entre ambos generales, y de los preliminares de paz convenidos entre ambos.

Sin perjuicio de ocuparnos del tratado de paz mas deteni- damente, insertamos á continuación esios documentos, que no dudamos serán leídos con interés por nuestros lectores.

726 EL HONOR

El Excmo. Sr. General en jefe del ejército de África, dice al Excmo. Sr. Presidente interino del Consejo de ministros y ministro de Estado, con fecha 25 del mes acliial desde el cam- pamento de Gualdras lo siguiente:

«Excmo. Sr.: Los comisionados deMuley-el-Abbas se pre- sentaron ayer de nuevo en mi campamento con una carta del Califa, en que me encarecía vivamente sus deseos de paz, y al efecto solicitaba que celebrásemos una conferencia en que pudiéramos ponernos de acuerdo y firmar los preliminares de la pa?. Tenia yo dispuesto emprender nn movimiento , cuvn resultado debia ser e! forzar el paso del Fondak, y deseoso de no retardarlo le contesté que si admitía el supuesto de que mis condiciones eran las mismas que ya conocía, v me avisa- ba la hora de nuestra entrevista antes de las seis y media de la mañana sio^uiente, ia tendría ¿rustoso; pero que de no avisar- me á dicha hora, emprendería mi operación.

Ya había el egércíto batido tiendas y dispuesto á empren- der !a marcha, cuando á toda brida llegaron los comisionados á avisarme que Muley-el-Abbas asistiría á la entrevista entre ocho y nueve de la mañana. Hice disponer una tienda h 600 pasos de mis avanzadas para recibirlo, v cuando se aproximó salí á su encuentro, dejando mi cuariel general y escolta á 500 pasos y acompañado solo de los generales.

En la conferencia fueron sucesivamente aceptadas todas las condiciones, con la sola modificación de ser de 400 millo- nes la indemnización en vez de ser de 500.

La insistencia con que pedia la paz, su elevada condición

de Califa, y la dignidad con que soporta su desa:racíada suer- te, me movieron á rebajar á 4iOO millones la indemnización;

no me pareció generoso para mi patria humillar mas á un ene- migo, que si se reconoce vencido, dista mucho de ser despre-

DE ESPAÑA. 727

ciable. Convenimos en celebrar una suspensión ¡de armas, á contar de este dia, y nos separamos después de firmar ambos los preliminares y el artoisticio, que remito á V. E. originales los primeros y en copia el segundo, floy emprenderé y llevaré á cabo el movimiento de entrar en mi línea divisoria.

Lo que pongo en noticia de V. E. para que llegue á la de S. M. Dios guarde á V. E. muchos años. Campamento de Gualdras 25 de marzo de 1860.— Firmado, Leopoldo 0*Don- uell. »

VI*

BASES PRELIMINARES

para la celebración de un tratado de paz que ha de poner fér^ mino á la guerra hoy existente entre España y Marruecos, convenidas entre D, Leopoldo O'Donnel, duque de Tetuan, conde de Lucena, capitán general en ge fe del egército español en África, y Muley-el-Ahbas, califa del imperio de Marruecos

y principe del Algarbe.

Don Leopoldo O'Donnell» duque de Tetuan, conde de Lu-^ cena, capitán general en gefe del egército español de África, y Muley-el-Abbas, califa del imperio de Marruecos y principe del Algarbe, autorizados debidamente por S. M. la reina de las Espaüas y por S. M. el rey de Marruecos, han convenido en las siguientes bases preliminares para la celebración del tra- tado de paz que ha de poner término á la guerra existente en- tre España y Marruecos.

Articulo 1.0 S. M. el rey de Marruecos cede á S. M, la rei- na de las Españas, á perpetuidad y en pleno dominio y sobe-

728 EL HONOR

ranía el territorio comprendido desde el mar, siguiendo las al- turas de Sierra-Bullones hasta el barranco de Anghera.

Art. 2.0 Del mismo modo, S. M. el rey de Marruecos se obliga á conceder á perpetuidad en la costa del Océano en San- ia Cruz la Pequeña el territorio suficiente para la formación de un establecimiento como el que España tuvo allí anterior- mente.

Art. 3.0 S. M. el rey de Marruecos ratificará á la mayor brevedad posible el convenio relativo á las plazas de Melilla, el Peñón y Alhucemas que los plenipotenciarios de España y Marruecos firmaron en Tetuan en 24 de Agosto próximo pasa- do de 1859.

Art. 4.0 Gomo justa indemnización por los gastos de guer- ra, S, M. el rey de Marruecos se obliga á pagar á S. M. la reina de las Españas, la suma de 20.000,000 de duros. La forma del pago de esta suma se estipulará en el tratado de paz.

Art. 5.0 La ciudad de Tetuan con lodo el territorio que for- maba el antiguo bajalato del mismo nombre quedará en poder de S. M. la reina de las Españas como garantia del cumpli- miento de la obligación consignada en el artículo anterior, has- ta el completo pago de la indemnización de guerra. Verificado que sea este en su totalidad, las tropas españolas evacuarán seguidamente dicha ciudad y su territorio.

Art. 6." Se celebrará un tratado de comercio en el cual se estipularán en favor de España todas las ventajas que se ha- yan concedido ó se concedan en el porvenir á la nación mas favorecida,

Art. 7."* Para evitar en adelante sucesos como los que oca- sionaron la guerra actual, el representante de España en Mar- ruecos podrá residir en Fez ó en el punto que mas convenga

para la protección de los intereses españoles y mantenimiento de las buenas relaciones entre ambos Estados.

Art. S,"" S. M. el rey de Marruecos autorizará el estableci- miento en Fez de una casa de misioneros españoles como la que existe en Tánger.

Art. Q."" S. M. la reina de las Espaftas nombrará desde

DE ESPAÍVA. 729

luego dos plenipotenciarios para que con otros dos que de- signe S. M. el rev de Marruecos esliendan las capitulaciones deíinilivas de paz. Dichos plenipotenciarios se reunirán en la ciudad de Tetuan, y deberán dar por terminados sus trabajos en el plazo mas breve posible, que en ningún caso escederá de 50 dias, á contar desde el do la fecha.

En 25 de marzo de 1860.— -Firmado.— Leopoldo O'Don- nell. —Firmado. —Muley-eNAbbás.

Habiéndose convenido y firmado las bases preliminares para el tratado de paz entre España y Marruecos por D. Leo- poldo O'DounelL duque de Tetuan, capitán general en gefe del egército español en África y Muley-el-Abbás, califa del im- perio de Marruecos y principe del Algarbe, desde este dia ce- sará toda hostilidad entre los dos egércitos, siendo la línea di- visoria de ambos el puente de liuceja.

Los infrascritos darán las órdenes mas terminantes á sus respectivos egércitos, castigando severamente á los contra- ventores. Muley-el-Abbás se compromete á impedir las hos- tilidades de las kabilas, y si en algún caso las verificasen a pesar suyo, autoriza al egército español á castigarlas, sin que por esto se entienda que se altera la paz.

En 25 de marzo de 1860. Firmado. Leopoldo O'Don- nell —Firmado. Muley-eUAbbás

92

730 EL nONOK

VIH

Pre?(nUaclas his anleriores condiciones de paz h S. M. la reina, no tuvo inconvenienle en darlas su aprobación.

Había deposilado porfeclainenle su confianza.

El duque de Teluan habla dejado bien puesto el honor de la nación que représenla ba.

Ya hemos dicho que nos ocuparemos mas detenidamente de este asunto, de tan alia trascendencia y de tanto interés para toda la nación.

i)h fc:sPA:»*A.

T51

CAPITULO 'KImVUI^

Angeies y Zobeiha. íil invisibie y Arierlo.— Aconlecimieatoí poüticoi en la penííisula

A hacia algunos días que Angeles ha- hilaba en el palacio subterráneo.

Cuando se embarcó en el Azrrafael, el invisible penetró en su cámara.

Comedido y obsequioso, la indicó los motivos que ' le habia impulsado para hacer aquello.

Al mismo tiempo la tranquilizó, respecto á su suerte, ase- gurándola que mientras estuviese en su poder seria una her- mana á quien trataría con las debidas consideraciones. Angeles lo creyó.

Lo único que la apenaba era el no saber nada do su amante.

732 KL noKOR

Poro no hal)¡a mas ipinedio i|iio suli ir.

No tenia con ol invisible la siiíicienle cuntianza para de- cirle el estado de su corazón.

Lle^^ó al alcázar de la montaña, y las raaravillas que á su vista síi ofrecieron la encantaban.

La dieron unas habitaciones magníficas, y criados y ca- mareras para que la sirviesen.

El invisible habia desaparecido.

Pedro entró en su cuarto y se lo anunció.

Al mismo tiempo el buen criado Iraló de disipar la Iris- leza de la hija del banquero, pero todo fué en balde.

Por fin al cabo de dos dias de instancias, consiguió que se lo confesase todo.

Inmediatamente Pedro envió un criado al campamento para que adquiriese noticias de Antonio.

Cuando volvió, se tranquilizó la pobre niña algún lanío.

Antonio seguía perfectamente.

En esto Pedro tuvo que marchar á cumplir las órdenes que antes de partir le dio su amo.

Angeles quedó sola otra vez.

Sus camareras si bien la demostraban Oíuiñty; jirí* la inspi- raban la confianza que Pedro.

Por manera que su soledad cada vez la era mas insopor- table.

Como tenia la amplia libertad de andar por donde quería, sin salir por supuesto de la cueva, corría por todo el palacio.

Una tarde se encontró por casualidad con Zobeiba.

Ambas mujeres se sorprendieron

Quedaron parada.s ambas, y no encontraron una palabra que decirse.

Como no se conocian, ni sabia nin£2:una de las dos la exis-

UK RSPAÍ'ÍA 735

tenciade la otra en el subterráneo, de ahí el que t^imbien esta razón las hiciera quedar mas cortadas.

Y asi pasaron a!gun tiempo.

Por fin Zobeiba fué la que rompió el silencio.

«^¿Qulén eres? preguntó á Angeles.

Una pobre mujer á quien sus desgracias han traído á este

sitio; contestó la hija del banquero.

—Eres desgraciada? dijo la mora con interés. --Demasiado.

No te ama tu amante acaso?

—Oh! si, me ama, tengo la seguridad.

Entonces, no te llames desgraciada.

Y no puede haber otro motivo de disgusto mas que ese? preguntó Angeles.

.*— Ninguno; para una mujer su amanie lo reasume todo

' Y vos que de esa manera habláis, quién sois?

Una mujer que sufre porque ama á quien no la ama, y y es querida por el que ella no podrá amar nunca, contestó Zobeiba con un acento de profundo dolor.

•—No os comprendo, dijo Angeles, que positivamente no en- tendía nada de lo que estaba oyendo.

Ven aquí niña, la dijo la mora con afectuoso acento, hallo en un no se qué, que rae inspira confianza, y tenia necesidad de un corazón amigo en quien «lepositar mis penas.

Y ambos penetraron en las hábil aciones de Zobeiba. Sentadas las dos sobre los muelles cogines, la desdeñada

amante de Carlos contó á la hija del banquero la historia de sus amores.

La habló de sus celos, de sus exigencias y de sus ame- nazas.

r Nada la ocultó, porque lodo cuanto había hecho lo creía muy nalural y muy juslo.

No comprendía las costumbres de la Europa, las reslriccio- nesqur^ las sociedades civilizadas han impuoslo á las mujeres, y por lo tanto no enconlraba nada de rejírensiblo en su con- ducta.

754 EL HONOR

Angeles la escuchaba con asombro. Para ella aquel len;;uago era oompletamenle nuevo, com- plelamenle desconocido.

Se le revelaban misterios que ella había ignorado siempre. Pero sin embargo, sin razón la decia que aquello que es- taba escuchando no era bueno.

Y con arreglo á esta idea la contestó:

—Eso que me estáis diciendo, me prueba que si vuestro amante os ha olvidado, vos sola tenéis la culpa.

—Yo!... qué quieres decir?

Que esos celos injustos, esas exigencias que incomodan, y esas amenazas que irritan, no son los medios mas apropó- sito para merecer el amor de un hombre.

—Pues qué hubieras hecho tú?

—Yo hubiera tratado de conseguir con mi paciencia y con mi dulzura su cariño, contestó Angeles con su voz angelical

—Y si ese medio te hubiese sido infructuoso?

—Entonces., . no sabéis amar, dijo Zobeiba con desden.

—No sabemos amar?... y si yo os digera que á dar pasos como los que vos habéis dado, hubiera preferido cien veces la muerte ¿qué me contestaríais?

Qué no hierve por tus venas la sangre africana, y por lo tanto no puedes hablar, si sintieras circular por todo lu ser un fuego estraño que te consume, que te devora, si sintieras tu corazón revolverse en mil nudos á cual mas dolorosos, y de aquí brotar el amor, el odio y los celos, si vieras al hom- bre á quien adorabas reclinarse en los brazos de olra mujer ¿qué dirías?

—Morirme de dolor.

ahí lo que sois las mujeres de Europa, con los mismos deseos, con las mismas sensaciones que nosotras, las encubreis bajo el manto de hipocresía.

Mal nos juzgas.

Os juzgo como debo.

Para que admires mi paciencia, aunque en un caso dife- rente, voy también á contarte mi historia.

Y Angeles refirió á Zobeiba lodo io que ya conocen nues- tros leclores.

La mora la escuchaba sin comprenderla.

Para ella muger coropíetamenle libre, que no reconocía tra- bas para su poderosa volunUd, no era aquella calma que á lodo se callaba y todo lo sufría.

Si amaba porque ocultarlo?

Y si el la correspondía, porque no sacrificar hom'a, posi- ción y cariño paternal?

En este sentido fué en ei que contestó á la joven.

Largo tiempo estuvieron hablando de esto, y aunque con diferentes ideas, cuando concluyeron eran mas íntimas amigas.

Ofreciéronse verse todos los días, y tanto á una como á otra les pareció que ya estaban menos solas.

III.

Ángeles se levantó para salir del aposento de la mora.

Esta quiso acompañarla hasta su habitación, y hablando ealrambas de sus amores, atravesaron aquellas antecámaras que ya hemos visto en mas de una ocasión.

Cerca ya de la última sintieron un rumor sordo que no su- pieron á que atribuir.

Se detuvieron sorprendidas, y mil voces confusas llegaron

á sus oídos.

El rumor se fué acercando. Después se oyó la voz de Pedro.

Y Iras esto una mezcla de voces estrañas se dejó percibir

á poca distancia de nuestras dos mugeres.

Fijaron estas sus ojos en la puerta, y dos gritos de sorpresa «e escaparon de sus labios.

En el dintel de ella, estaban Zaida, Ester y su padre,

Y Iras estos personages, formando el fondo de aquel cua- dro, Antonio y Carlos, miraban con curiosidad todo aquello.

'36 El HONOR

iV

Nuestros lecloros recordarán (jiie e! invisible quedó tendido sin movimiento en la falda del tapial que encerraba los jar- dines del pala':io imperial de Mequinez.

Tampoco creemos que habrán olvidado que dos hombres lo recogieron y se dirigieron con él hacia el interior de la po- blación.

Estos dos hombres eran Alberto y Zelim.

Los dos hermanos acorapafiados de las dos mugeres, en- contraron la escala que habia tendido el carcelero del invisible

Comprendieron que era mucho mejor valerse de aquella que ya estaba echada que no entretenerse en arrojar la suya.

Todos se lanzaron á ella, y todos felizmente pasaron á el otro lado.

En este tiempo fué cuando el invisible cayó á tierra.

Nuestros dos hermanos soportando gustosamente aquella carga, fueron á depositar al herido á la casa del amigo de Abdel.

Alli los esperaba ya el hijo de Isaac, y una alegría deli- rante se apoderó de él al abrazar á Sara.

Todos la querían porque todos habían admirado en aquella muger todo lo de grande y noble que habia en ella.

Entonces y solo entonces fué cuando la hebrea conoció al herido.

Alberto estaba reconociéndole la herida, y poniéndole una

especie de aposito ínterin llegaba el médico que se habia ido

á buscar.

Una angustia horrible se retrató en el rostro de la joven.

Corrió hacia Alberto y con un movimiento brusco y arreba- tado le dijo. jAyl Alberto mío, apártate.

Sorprendido el poeta de a.]uei ademan no pudo menos de preguntarle.

ftÉ ESPAÑA. 757

-^Porque razón?

—Porque ese hombre es tu fatalidad.

'"'• No te comprendo.

Ni es necesario tampoco ; hay en tu familia misterios

eslraflos, y vosotros tres estáis amenazados de un peh'gro ter- rible, por el cual mas que por nada sentía yo estar cauUva.

ay! Alberto huyamos antes que ese hombre te reconozca.

N.unca.

—Por Dios Alberto, por nuestro amor, te ruego que le ale- jes de aquí.

—Tengo un deber que cumplir, y hasta que no eslé fuera de peligro, no lo abandonaré.

Pero eso te perderá.

—Habré cumplido como debo.

—Es que en tu ruina envuelves también la de tus hermanos.

Mis hermanos darán por bien hecho lo que yo haga, ¿no es verdad Zelim?

Sí; contestó éste desviando sus ojos de Záard por no ver el apenado rostro de la joven.

Entretanto Abdel examinaba atentamente las facciones del invisible.

Poco á poco su semblante se fué anublando^ y su agita- ción se aumentó estraordinariaraente.

Agarró á Sara de una mano y la preguntó con \ot insegura.

Lo conoces?

-^Sí.

—Y sabes á lo que están espuestos si los llega á conocer?

•—Ya se lo he dicho á Alberto.

—Y qué ha resuelto?

"—Quedarse; dice que tiene el deber de lio separarse de ^qui.

Dios de Israel!... qué va á suceder?

—Suceda lo que quiera, si él se queda, yo me quedo también.

En esto, penetró en la estancia el médico hebreo que ha- bían ido á buscar.

03

73S EL HONOR

Reconoció la herida, y declaró desde luego que no era de peligro.

El desmayo que tenia no era mas que una consecuencia de la pérdida de sangre que habia tenido.

Lavó la herida, limpió con escrupulosidad sus bordes, la sondeó perfectamente, y la puso el vendage.

Acto continuo el invisible empezó á volver en sí.

Abrió sus ojos, y no pudiendo sus débiles pupilas sopor- tar el resplandor de la luz, volvió á plegar sus párpados.

Al cabo de un inslíinlo hizo otro esfuerzo*

El resultado de este fué mucho mas satisfactorio,

Miró con asombrados ojos cuanto le rodeaba, y su mirada fué á fijarse en Alberto que estaba á la derecha de su cama.

£1 poeta le miraba con una atención estraordinaria.

Zelim estaba á la izquierda, frente ásu hermano.

El invisible miró á uno y miró á otro.

Pero su pupila volvió á clavarse en Alberto, sus labios se movieron perezosamente, y con voz débil murmuró. Rúben!

Después tras aquel esfuerzo, volvió á cerrar ios ojos, y quedó sumido en una especie de letargo, hijo del aniquila- miento de sus fuerzas.

El médico dejó dispuesto lo que se había de hacer, y se des- pidió.

Zelim y Záard tenían necesidad de que sus corazones se desahogasen por completo, y lo que deseaban era de estar solos.

Alberto y Sara autique por causas diferentes querían lo triismo.

y por estas razones, solo quedaron junto al lecho del he- rido, Abdel y el dueño de la casa en que estaban.

m £SPAf«A« 759

V

Alberto y Sara estaban solos.

Las palabras que la hebrea había dicho al poeta res- pecto del invisible lo tenían confuso.

Entreveía ciertos misterios que tenia deseo, quo tenia ne-- cesidad de descubrir.

Sara también estaba preocupada.

Había coincidencias que parecían providenciales.

Alberto á quieoj el invisible había jurado odio eterno, ha« bia sido el salvador de su enemigo. = ' ' Y no contento con eso, lo había traído á su misma casa.

La judía conocía á fondo el carácter del perseguidor de los tres hermanos.

' -'Sabia muy bien que la gratitud no seria obstáculo para que se realizasen sus proyectos sanguinarios.

Por otra parte conocía también demasiado el carácter de Alberto, y sabia que aunque supiese de cierto que el invisible era un enemigo capital, no por eso le abandonaría,.

Todas estas razones influían poderosamente para que la joven estuviera asaz, preocupada y pensativa.

Vamos, Sara, dijo el poeta, hablemos con franqueza ¿quien es ese hombre?

El único enemigo que tienes.

—Por qué razón? ¿Qué daño le he hecho yo?

no, pero si tu familia á la suya.

Y los hijos heredan las faltas y los odios de sus padres?

—No hay una razón para ello, pero aquí existe.

Mira, tu conoces ese pasado de mi familia que jamas me has querido revelar, ahora qne un peligro tan grande me ame- naza según tu me has dicho, necesito saber todo.

iNo me pidas imposibles, Alberto,

740 EL nOKOR

Entóneos comprondoré que no me amas, loda vez que rae dejas en medio de ese riesgo inminenle sin saber como me puedo librar de 61.

—Qué no le amo yo? Alberto mió, pues por quien padece mi alma, por quien sufre sino por tí?...

—Muy poco se conoce, cuando esa historia que de dececho me pertenece el conocerla, no me la quieres revelar.

—Pero dime, ¿no estoy yo aquí para salvarle?

No basta eso.

Pues bien yo te prometo contártela, pero no aquí; dentro de dos días estará Ibrahim fuera de peligro, y tal vez curado; entonces iremos tu y yo á buscar una persona qre te la podrá referir mucbo mejor que yo.

-7 No, Sara, no, te comprendo, y no quiero esperar ni un dia, ni una hora, ni un momento,

—Pero no conoces ya tu nacimiento? ¿no te dije ya en otra ocasión quienes habían sido tus padres, y el porque tenia ese interés por ti?

—SI, me lo digiste; pero hace algún tiempo que he com- prendido que aquello no era verdad; he visto cosas eslraüas en tu familia. Tu tio y tu primo parece que tienen que espiar una falta grave respecto á nosotros, tu misma si bien tienes un cariño inmenso, un amor tan vehemente, que por grande que sea, el mió nunca podrá pagar, tienes también un deber sagrado que cumplir, y todo eso nace de algo, nace de una causa, que por mas que pongo en prensa mi imaginación, no puedo descubrir.

—Tienes razón, Alberto; contestó Sara con una gravedad triste, mi familia cometió un crimen y tal vez las consecuen- cias de él sean el odio que te profesa Ibrahim. Mi lio fué ins- trumento ciego de Abraham; yo le conocí tarde, créelo Al. berto mió, muy tarde y solo cuando en mi desgracia vi envuelta la tuya, entonces me hice el juramento de sacrificarme por ü, y por tus hermanos, mi tio también comprendió su hierro, y quiso repararlo, y si bien mi padre fué culpable para con" tigo, la hija ha tratado de reparar su falla.

DB ESPAÑA. 741

"-Pero ese crimen, esa falta, ¿cuál ha sido? preguntó im-^ paciente el poeta.

—Ya te he dicho que (a sabrás mas tarde; en la catástrofe de tu familia fueron envueltas otras dos también, y aunque uno solo fué el verdadero culpable, esas dos familias han creído siempre que la tuya tuvo la culpa de su desgracia.

No te comprendo Sara; ó dime de una vez toda la ver- dad, ó no me digas nada, porque íe aseguro que mi cabeza va á estallar si este estado dura mucho. .

—Tranquilízate, Alberto, tranquilízate, cuando ahora no te digo nada, es porque temería engañarte; la persona que te contara tu historia, he temido siempre que á mi no me dijo la verdad, he notado algunas contradicciones en él; y muchas veces he creído que tu padre fué culpable, y otras que no. '•—Con que es decir, que no hay mas remedio que esperar, dijo Alberto con un acento que espresaba su profundo dolor.

-—Sí; quiero que seas tu quien la escuche de su boca, y tal vez á no trate de engañarte.

Está bien; dominaré mi impaciencia, y esperaré.

Pero no entrarás, ni tratarás de ver mas á ese hombre?

Sí; lo veré, tengo el deber de cuidarle; ya que he em- pezado la obra quiero concluirla, después que esté bueno seguiremos siendo enemigos, entretanto solo es para mi un hombre que sufre, y á quien se debe prestar consuelo y atención.

Oh! esclamó Sara mirando á su amante con orgullo, siem-' pre tan noble y tan generoso.

—Tu me has enseñado á serlo, Sara, tu me inculcaste esas ideas, porque en medio de tus defectos tienes un alma, como no hay nadie que la tenga.

Y tu amor fué el que á me hizo ser buena, y fué el que purificó mi corazón.

Desde aquí ya la conversación de nuestros amantes varió de obgeto.

Cruzada la primera frase de amor, se siguieron otras mu- chas, y aquellas dos almas, de las que la una amaba con fro-

7 Í¿í EL HONOR

nesi, con delirio, y la olía se hacia la ilusión de amar del mismo modo, se desbordaron complolamenle, y las horas trans- currieron sin que ambos amauíesse apercibieran de ello.

VI

Alberto penetró en la estancia donde reposaba el invisible.

El cirujano había encargado que se le diera una medicina, y el poeta iba á cumplir su misión hasta lo último.

El invisible reposaba tranquilamente.

Después de haber visto á los hombres á quienes tan encar- nizadamente perseguía, tuvo momentos de una incerlidumbre y de nn desosiego que pudiera haberle sido perjudicial para su herida. "' ''^

No comprendía como estaban allí.

Hacía mucho tiempo que no los había visto, pero sin em- bargo, como habia anunciado á Sara, los reconoció inmedia- tamente.

Cuando volvió á ver al poeta junto á su lecho con la va- sija que contenia la medicina, no fué dueño de contener im movimiento de sorpresa.

Alberto estaba impasible.

En vano Abdel-Abbás y Sara habían tratado de disuadirle de su idea.

Había dicho una vez que permanecería al lado de su ene- migo hasta que estuviera fuera de cuidado, y era iuntil ha- cerle que variara.

Zelim enterado por su hermano de lo que habia, fué de la misma opinión.

Entonces las dos mujeres no tuvieron mas remedio que re- signarse.

Abdel-Abbás, aunque comprendía todo lo de grande quQ

DE ESPAÑA 745

había en aquella acción, no dejaba de calificarla de una Ion- leria solemne.

Y los tres, ya que no podían evitar nada, resolvieron es- tar á la raira de cuanto pudiera suceder.

El invisible esluvo mirando algunos momentos á su ene- migo.

Este le dijo por fin.

—Toma esto, que el medico rae ha dicho que te será bene- ficioso. De tu mano nada quiero, nada tomaré. El poeta no contestó una palabra. Dirigióse tranquilamente hacia la puerta y llamó á Sara. *— Toma, la dijo en cuanto se presentó, dale tu esa medi- cina, pues dice que de no quiere nada.

El invisible habia seguido aquella escena con un gran in- terés.

La hebrea se acercó á el lecho del herido. -—Has sido muy injusto Ibrahim, le dijo. —¿Quién es ese hombre? preguntó este. -^Aquel á quien tu mas odias en el mundo, le contestó el poeta con un acento perfectamente tranquilo.

-*- Ya me lo habia dicho mi corazón, murmuró sordamente Ibraim.

Bebe, le dijo Sara que deseaba cortar aquella conver- sación.

El herido apuró de un sorbo la medicina, y volviéndose á )a joven, la dijo: >-Qu¡én te ha sacado del harem? Yo, respondió Alberto. *— Tu solo? preguntó como dudando el invisible. —Solo.

Y á mi, ¿quién me ha conducido á este sitio? —Yo también.

—Tul... Tu me has salvado la vida?... —Y por qué no? dijo con una sencillez sublime el poeta •—Sabias tu quien era yo?...

741 EL HONOR

Nó; y aunque lo hubiera sabido lo mismo hubiera pro- cedido.

No comprendes que mientras viva yo, tendrás un ene- migo implacable?

Ignoro los motivos porque me aborrezcas de esa manera, pero sean los que quieran los respeto.

Y tus hermanos?

—El uno está aquí, y el otro en el egército cristiano.

—Y piensan de la misma manera que tú?

—Exactamente igual.

•—Y no me odiáis de la misma manera que yo os odio?

Porqué? preguntó con indiferencia Alberto, no nos has dado motivo alguno para que te aborrezcamos, y de cualquier modo que hubiese sido, aborrecimiento no podemos sentir nosotros nunca; si una persona nos ofende, cara á cara y en buena ley tratamos de vengarnos. El invisible estaba estupefacto.

Habia tres hombres á quienes él aborrecía.

Dos de estos hablan tenido su vida, en sus manos, y no hablan abusado de QÜa.

Todo lo contrario, lo cuidaban con el esmero que pudiera haberlo hecho un hermano.

Es que la acción que yo tengo que vengar de vuestro padre, no es de aquellas que merecen la espada del caballero, sino el puñal del asesino, dijo el invisible al cabo de algunos momentos de silencio.

—Cuando estés bueno, podemos hablar de eso, respondió Alberto con frialdad, ahora deja que te cuidemos.

—Es que me salváis la vida para que yo os mate después.

—Eso no obsta para que nosotros cumplamos con nuestro deber.

—Soy vuestro enemigo mas terrible. Ahora no eres mas que un hombre que sufre* Pero sefior, exclamó Ibrahím en el colmo de la admiración ¿qué clase'de hombres son estos?

DE ESPAÑA. 745

—Son (ie una raza superior cien veces k h tuya, le cen- íes ló Sara en voz baja. Qué dices muger?...

La verdad; mientras tu los persigues mientras tu tratas de asesinarlos, ellos salvan tu vida. El invisible calló algunos momentos. Cerró los ojos , y sus labios se agitaban coovulsivamenle Alberto seguía contemplándole con su misma mirada tran- quila y serena.

Sara admiraba cada vez mas á su amante. De pronto íbrahim abrió los ojos: se volvió hacia la hebrea y la dijo: —Dejadme solo.

Ambos jóvenes dieron un paso hacia la puerta. La voz del invisible los detuvo. —Ouiero pediros un favor; necesito un hombre de toda con- fianza que vaya esta noche á las ruinas de El-Kassar-Faranan. Irá mi hermano, contestó Alberto. Tu hermano?...

Es el único de quien puedo responder. Tal vez sea mejor, contestó Ibraim como si hablara con- sigo mismo, y después prosiguió, está bien, que vaya y que pregunte por el peregrino, y cuando lo vea que le diga el estado en que me encuentro y la casa donde estoy. No quieres nada mas? preguntó Alberto. —No.

Si algo deseas, llama, en la habitación inmediata, estoy. Y tras estas palabras salló seguido de Sara.

Aquella misma noche, Zelim, cuidadosamente envuelto eu su alquicel, salió de Mequinez con dirección á el Kassar-Fa- ranan.

ti

716

EL HONOR

CAPITULO XLaX.

Corno habiu í^itlo descubierta la fuga de Sara y deZaard.— >Un recuerdo á nuegU'U-> aiiii^^as de Madrid.— Memoria* da Alberlo.

£

rsííARAN nuesli os lectores con impacien- cia saber como se descubrió la evasión de las amadas do los dos hermanos. Hay casualidades que parecen recur- ^ sos buscados por los novelistas, y que sin embargo son cosas que muy fácil- mente pueden suceder.

La Ggura mas asquerosa y repugnante de nuestro cuadro, es sin duda alguna Bonjamin, el hijo del Cheg de Mequinez. Hay figuras que ¿primera vista se hacen simpáticas, y como generalmente el corazón se equivoca muy raras veces, el porvenir ó el conocimiento sucesivo se encarga de corrobo- rar, y afianzar mas aquellla simpatía.

Hay otras por el contrario que á primera vista causan una repulsión invencible.

Í)E ESPAÑA. 747

A estas últimas pertenece el jorobado.

Aquel rostro innoble, bajo y cínico, donde se daguerreo- lipan todas las pasiones asquerosas, y todos los vicios con su mas repugnante hediondez, es imposible que baya podido simpatizar con nadie.

Todos los cielos tienen sus nubes, todas las religiones sus ángeles malos, y todas las familias sus Judas.

Benjamín reasumía en si todo esto.

Se había propuesto que Sara fuese suya, y sin repaiar en ios medios, quería llegar al fin. ^ y Miembro de una conspiración aspiraba al mando supremo.

Para esto necesitaba deshacerse de dos hombres, y del uno ya lo había conseguido, del otro era mucho mas difícil.

La razón no se la podía esplícar el mismo.

Había hablado al emperador con esle obgeto.

Pero el Xerífo no le dejó concluir. —No me digas nada, le dijo, contra el santo peregrino de El-Kassar-Faranan, te creería el mayor de mis enemigos.

Y Benjamín no tuvo mas remedio que enmudecer.

Allí había otro misterio que no podía adivinar.

El emperador era impenetrable en esta parte.

Cuantas tentativas hizo el hebreo para averiguar algo, fue- ron completamente inútiles.

Entonces se dedicó á conseguir sus planes respecto á Sara.

La hermosura espléndida de la joven hablaba poderosa- mente á sus sentidos.

Comprimidos siempre sus deseos, en aquélla ocasión habían estallado de una manera espantosa.

Después de haber estado algunos dias sin verla, se decidió á entrar en su habitación.

Llegó alas tapias del jardín algún tiempo después que nues- tros dos hermanos habían penetrado en él.

Subió á el cuarto de la hebrea, y quedó inmóvil y desen- cajado sobre el hueco de la piedra.

La estancia estaba vacia.

Permaneció algunos instantes sin saber que hacer,

7't8 ?\. HONon

Primoro so le ocurrió si la hnbrian liiisladndo á otra parlf^, Pero at|iio||o no lonia r-arácler al^Mino de probabilidad. fiti luz ardía en el niaiío.

Los almohadones eí^íabnn aun hundidos del peso de la hebrea,

Y conservaban el calor de su cuerpo. Aíjuello era para volverse loco

Si habría el emperador abusado de los derechos que Rohre ella lenia?...

Tampoco aquello podía ser.

La judia se Imbiera muerto antes que ceder ante la vo* lunlad del Xeriffe.

Entonces se había escapado.

Y por dónde?

Esta fué la pregunta que el jorobado se hacia, y para la cual no encontraba contestación.

De pronto se dio una palmada en la frente.

Aquellos hombres que dias antes llegaron a su casa, ha- bían facilitado su evasión.

Se acercó á la ventano, víó que por allí cogía un cuerpo, y sin pensar lo que hacia, se arrojó por ella.

El golpe lo tuvo aturdido algunos instantes.

Ál cabo de ellos se levantó.

Todo el cuerpo le dolía.

Pero su voluntad era mas fuerte que su cuerpo.

Corrió por el jardín como un demente.

De vez en cuando tenia que detener su desordenada carrera.

Sus miembros doloridos no le dejaban continuar.

Se apoyaba contra un árbol, y respiraba algunos instantes.

En seguida volvió á emprender su delirante pesquisa.

Por fin allá á lo lejos, escuchó un rumor sordo.

Eran los esfuerzos que los dos hermanos hacían para ven- cer la resistencia de la puerta del pabellón de Zaard.

Inmediatamente se dirigió hacía aquel punto.

Se arrastró por entre los Arboles con la silenciosa astucia del reptil,

m ESPAÑA» 749

A algunos pasos de él, distinguió tres formas.

A pesar de la oscuridad que reinaba, pudo reconocerlas.

Un jü^rito de alegria frenética, inmensa, desesperada, estuvo á punto de exalarse de sus labios.

Una mano, tapó su boca.

La otra buscó en su pecho el lugar dei corazón, y lo opri- mió con furia para apagar sus latidos.

Y pintado en su rostro el innoble placer de la venganza volvió á arrastrarse por el suelo, en dirección á las habitacio- nes de los oficiales del Xeriffe.

Ya cuando estuvo á alguna distancia do nuestros amantes, se incorporó y sin cuidarse de los dolores que le aquejaban emprendió otra carrera mas frenética que las anteriores.

Llegó á una do las puertas, y con pies y manos llamó de una manera capaz de despertar á todos los habitantes de pa- lacio.

Inmediatamente se abrió aquella y Benjamin entró. Todos los oficiales se sorprendieron. Aquella cara nueva completamente por aquellos sitios, no podia menos de causarles estrañeza. O"'ero ver en seguida al emperador, gritaba el hebreo. Y quién eres tu para incomodar al sublime padre de los buenos creyentes? preguntaban los oficiales. Necesito verlo, no puedo deciros mas. Vele, no eres digno de entrar en su cobba, Quiero ver al Xeriffe. Y el hebreo pateaba de furor.

Sus ojos parecía que querían saltársele de sus órbitas. Todos sus miembros se agitaban convulsivamente. Los oficiales se miraban uno^ á otros sin saber que hacer, ni que pensar.

750 EL HONOR

No habéis oído que os de una í^ran necesidad que yo vea al momento á vnestro amo? dijo Benjamin en el colmo de la desesperación.

Pero... dijeron los oficiales vacilando.

Andad de prisa, que se escapan tal vez en este momento.

—Quién?...

No os importa á vosotros, á vuestro amo es á quien yo quiero hablar.

Las últimas palabras del hebreo acabaron de decidirlos. En aquello habia un misterio que en vano trataban de adi- vinar,

Y en este caso lo mas prudente era avisar al Xeriffe. —Cómo te llamas? preguntó uno de ellos al jorobado.

Benjamin, respondió éste. íüspera un momento.

Y el oficial desapareció por una de las puertas de la es- tancia.

Al cabo de algunos momentos volvió á aparecer.

El alto y poderoso señor de los buenos musulmanes, le

espera, dijo al hebreo.

Este no se hizo repetir aquellas palabras.

Siguió al oficial, y momentos después penetraba en elcobba

donde se hallaba S. M Xeriffiana. Señor, señor, que se escapan, gritó en el momento en

que se halló en la presencia.

Quién? preguntó Sidy-Mohamed, que no podia esplicarse el estado de agitación en que se hallaba el judio.

Ellas, vuestras esclavas.

Mis esclavas!... las mujeres de mi harem?

No, las que se fugan son Sara y Zaard, las dos mujeres mas queridas de tu corazón, dijo con un acento indescriptible el hebreo.

Mentira, gritó con arranque Sidy-Mohamed. á sus habitaciones y le convencerás, contestó con una risa infernal Benjamin. —Ola, dijo el Xeriffe dirigiéndose á la puerta del cobba,

DR ESPAÑA 75

pronto, luces, y venid lodos conmigo.

Y en una confusión completa, el emperador y los oficiales, los soldados y los guardias del harem, y el jorobado lodos sa- lieron á los jardines.

Benjamín les sirvió de guia.

Pero nada pudieron adelantar.

Nuestros lectores saben ya lo que aconleció aquella noche memorable

Z£l*

Sidy-Mohamed estaba furioso.

Benjamín estaba desesperado.

Arabos recorrían los jardines en todos sentidos, y única- mente pudieron encontrar el cuerpo del carcelero del invisible.

El emperador y el jorobado se dirigieron hacia la mazmorra de aquel.

Estaba vacía.

De la garganta del hebreo se exhaló un grilo ronco inaili- lado.

El emperador no sabia ni que hacer ni que decir.

Por íin pudo hablar.

Dio órdenes para que salieran á perseguir á los fugitivos, y lleno de pesar, con el corazón destrozado se retiró otra vez á sus habitaciones.

En cuanto á Benjamín, mudo y sombrío como la imagen de la fatalidad, salió del palacio, y se pus3 á recorrer toda la tapia que rodeaba los jardines.

Con una atención extraordinaria reparaba en todos los de- lalles.

Pero nada encontraba sin duda por que su rostro se nu- blaba cada vez mas.

De pronto exhaló un grito de alegría.

Acababa de ver en el suelo algunas gotas de sangre.

T62 KL HONOR

Miró á la pared y vio en ella raspaduras que iiuiical)an que allí se había puesto una escala.

Se separó de la pared, y siguió mirando al suelo.

Algunos pasos mas allá dislínguír) nuevas golas de sangre.

Siguió a(|uel rastro, y á poca distancia volvió á perderlo.

Sin embargo, no se dio por vencido.

C.onlinuó sus pesquisas, y otras manchas sangrieiUas le die- ron nuevas luces sobre lo que deseaba encontrar.

Y de esta manera, perdiendo cien veces la paciencia y otras tantas encontrando la huella que ansiaba, llegó hasta la Casa donde se escondían nuestros amigos.

En la puerta de ella, se detenia la sangre.

Allí también se detuv.) el hebreo.

Observó y recordó que en ella vivía uno de los rabinos ó sabios de los hebreos.

Inmediatamenie formo su plau para verlo.

Pero aquella no era ocasión oportuna.

Estaba completamente cansado, y el desorden que reinaba en sus ropas, no era nada á propósito para inspirar confianza.

Por estas razones se decidió á esperar.

Volvió á mirar con una espreslon siniestra atjuella casa, y paso tras paso, se dirigió hacia la suya.

tv

Creemos que ya es tiempo de que digamos algo á nuestros lectores respecto á la hija de los condes de Belmonle, de aque- lla Clara á quien Alberto remitió sus memorias con la declara- ción de su amor.

Clara había sufrido extraordinariamente.

Virgen de amores su alma, cuando se le reveló este nuevo sentimiento, también se la reveló el dolor.

Amaba al poeta, y el poeta se alejaba de su lado.

Espíritu aventurero iba á buscar eu la agilaciou de la vi*

DE ESPAÑA. 78S

da del campamento, la felicidad que no podía encontrar con el amor de Clara.

Ademas aquella Julia, aquella mujer que tanta iníluencia egercia sobre Alberto, la hizo sentir la furiosa pasión de los celos.

¿Quién era aquella mujer? ¿de dónde habia venido? ¿con que derecho la arrebataba un cariño que á ella sola la pertenecía?

Todos estos pensamientos que en confuso tropel se agolpa- ban á su imaginación, la hacian sufrir horriblemente.

Tal vez algunas de mis lectoras comprenderán perfecta- mente el estado de Clara.

Para abrazar una situación, para comprenderla, es menes- ter haber pasado por ella.

¿Y qué mujer no ha tenido en su vida algunos dias como los de la joven condesa de Belmonte?

Se ama a un hombre sin saber casi que se le ama.

Se esperímenta una alegría estraña cuando se está al lado de él, y una especie de sentimiento sin nombre, cuando él se aleja.

Se llega á acostumbrar el corazón á considerarlo como un ser necesario, imprescindible para la vida.

Y sin embargo, se pregunta la mugen que se encuentra en este caso si es amor lo que siente, y se responde en seguida que DÓ.

Y el placer que esperimenta al lado de aquel hombre, no es el que siente cuando está con sus padres, con sus hermanos ó con sus amigas.

Pero de pronto este hombre se enamora de otra muger.

Hace menos frecuentes sus visitas, y toda la familia le he- cha de menos.

La joven entonces siente un desasosiego cuya causa ella misma no comprende.

Lo ve una vez, y se consuela.

Tarda dos dias en volver á su casa, y ya siente algo de despecho.

Y en este estado eslraño, especial, se pasan los dias, lo ve

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75 i EL HONOK

al lado <1o oíra mujer, y entonces aquel amor vago, descono- cido, niislerioso se revela potente, inmenso, devorador.

Y este amor viene con su cohorte de celos de placeres y de disgustos.

Y la pobre joven sufre y sufr*, hasta que el tiempo con- sigue hacerla olvidar aquella loca pasión.

Eslo era lo que le habla sucedido á Clara. Conocía á Alberto hacía ya algunos años. Se habia acostumbrado á mirarle como un ser de la fami- lia y no sabia definir la clase de sentimientos que le inspiraba. Gozaba si él reía, y padecía si estaba serio.

Y con sus inocentes coqueterías, con sus picarescas indi- rectas, trataba de alegrarlo, y si la sonrisa vagaba por sus la- bios, Clara era completamente dichosa.

Pero se dijo de pronto que Alberto marchaba á África.

Alberto, el poeta querido de la alta sociedad madrileña, el poeta, cuyos triunfos habían hecho mas de una vez palpitar de orgullo el corazón déla heredera de los condes de Belmonte, se iba á un suelo eslraño.

A un suelo donde era mas fácil perder la vida que con- servarla.

Se iba renunciando á sus glorias, á aquellas relaciones que tanto le apreciaban, y sobre todo al carino que Clara sentía por él.

iista noticia llenó de amargura el corazón do la joven.

Ansiaba ver á su querido poeta para tratar de quitarle aquella idea de la cabeza.

Lo vio y creyó conseguido su obgeto .

Pero en aquel momento una mujer se presentó ante ellos.

Una mujer hermosa como el sol en medio de su cénit.

Aquella espléndida belleza pudo mas que la dulce y suave de Clara.

Su voz dominadora llegó á los oídos del poeta, que incapaz de resistir á aquel acento vibrante, se marchó tras ella.

Clara quedó abandonada.

Y abandonada por otra mujer.

DE BSPAÍA. TUS

Aquel sentimiento profundo que desgarró su alma, la re- veló su amor.

Triste y apenada abandonó el baile.

Llorosa y palpitante pasó aquella noche que formaba una época en su vida,

Y dolorida y sin consuelo la sorprendió la carta del poeta. Sus ojos ávidos devoraban los caracteres que la mano de

Alberto habia trazado.

Y sobre su corazón se derramó un bálsamo consolador, con las tiernas palabras de su amante.

De su amante, porque él mismo la decia que la amaba, y ella sentía en su alma manantiales ignorados hasta entonces, pero que bromaban raudales infinitos de un amor inmenso,

V.

ün cambio completo se operó en la joven.

Aquellas tintas de la niñez, aquellas raegiilas sonrosadas y frescas por la inocencia perdieron sus colores.

Los vapores de la infancia se desvanecieron, y la niña se sintió mujer.

Amaba y era amada,

Y se lo confesaba y lo repetía con orgullo.

Amada por Alberto, se consideraba la mas feliz de las mujeres.

Creia que habia una necesidad de que aquel amor causase la envidia de todas las demás mujeres.

Pero en medio de aquel horizonte de felicidad habia una nube.

¿Dónde habia ido Alberto?

Si la amaba, por qué se alejaba de ella?

Aquellas memorias que el poeta la remitía, habían de aclarar estos misterios.

Tenia neoesidad de salir de dudas, y abrió el cuaderno,

756 EL HONOK

Abitada y palpitante empezó su lectura, y mas de una vez una lágrima silonciosa se deslizó por sus pálidas megillas.

Cuando concluyó, una nube de tristeza profunda se veja en su frente.

Quedó pensativa algunos momentos.

Al cabo do ellos alzó la cabeza con orgullo, y se la oyó murmurar.

Bendito seas Alberto mió!... te amo, y solo por podrá palpitar mi corazón.

Y así se pasaron los dias.

En cada uno de ellos esperaba Clara una carta de su amante.

Pero ayl éste había encontrado emociones nuevas en el suelo africano, y su amor hacia la bella hija de los condes, sino lo había olvidado por completo, estaba muy adormecido en el fondo de su pecho.

Y la semi olvidada amante padecía estraordinariamente.

Únicamente para consolarse algún tanto de sus profundos pesares, leia una y otra vez aquel manuscrito que el poeta la remitiera.

A cuantos vinieron de África y eran amigos de su familia á todos les preguntaba por su poeta, pero ninguno la daba ra- zón de él.

Hacia mucho tiempo que no sabían en el campamento que habia sido de él.

Luis el amigo intimo de Alberto tampoco pudo decir nada á Clara.

A consecuencia de unas calenturas que le acometieron en ^^ ^-ampamento de la Aduana, vino á Madrid á restablecerse,

Clara le vio, y Clara le preguntó por su amigo.

La misma ignorancia tenia esta respecto al poeta, que la joven.

La contó lo que él sabia, el tiempo que con él habia es- tado, todo lo que ya saben nuestros lectores.

Entonces Clara no tuvo mas consuelo que sus lágrima^ y $U manuscrito.

DK BSPA5IA. 757

Volvió á leerlo, y aquí ya no^ parece muy oportuno darlo también á conocer á nuestros lectores.

Las memorias de Alberto, las ponemos en la misma forma en que el se las habia remitido á la joven.

En ellas encontrarán nuestros lectores algunos anteceden- tes sobre la vida del joven, y sobre ciertos misterios de que hasta ahora se han visto rodeados los tres hermanos^

£1 manuscrito decia asi;

758

EL HONOR

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CAPITULO L

Páginas do mi vida.

^^é^^'

GNORO si alguien podrá leer algún día estas letras trazadas en tan diversos si- tios, y bajo tan diferentes ¡rapresiones, pero si esto sucede, no exijo nada mas que una lágrima que cual dulce bál- samo vaya á refrescar las heridas en

el corazón del pobre huérfano.

II.

Tánger 12 de Marzo de 1850.

¿Quién soy yo? ¿Dónde he nacido? ^;Quiénes fueron mis padres?

Lo ignoro completamente.

Me han dicho que soy cristiano, y llevo eu mi poder una partida de bautismo fechada en Oran en el año de 1835.

ÜE EáPA?(A. 759

Nada recuerdo de los primeros años de mi vida.

Desde muy niño, he vivido con unos judíos que me lla- maban Rubén, y ^ quienes yo creia mis padres.

Tenia también tres hermanos.

Sara que era mayor que yo, Ester que era recién nacida cuando yo tenia doce años, y Lia que vino al mundo seis años antes de que yo empezara estas memorias.

Escepluando á Sara, en nadie de mi familia veia cariño.

Me trataban como un ser completamente estraño.

Aquella soledad, aquel abandono en que yo me encon- traba, me hicieron pensar antes de tiempo.

Niño en la edad de las espansiones y de los goces, yo no luve nada de eso.

Si trataba de hacer una caricia á rai madre, me repelía bruscamente.

Si quena conseguir el cariño de mi padre, dándole un abrazo, me castigaba con dureza.

Yo no s-ilia de mi casa.

Sara era la predilecta de mi familia.

Y sin embargo, bien sabe Dios que jamás tuve envidia al- guna.

Una ventana de mi casa daba á la sinagoga de Mequinez.

Me se había olvidado decir que en esta época vivíamos en una de las tres capitales del Mogreb.

Todos los sábados oía yo al Rabí decir en el templo las obli- gaciones que tenían los padres respecto de los hijos, y las de los hijos respecto de los padres.

Y después yo en las soledades de mi casa, comparaba lo que habia oido con la conducta que conmigo observaban, y hallaba una diferencia tan grandel ...

Entonces yo pobre niño lloraba.

Aun tenia légrimas, y aun podía desahogar mi corazón.

Niño por mi edad, pensé como un hombre.

Analicé los sentimientos de mis padres, los comparó con los que veia tenían por Sara, y saqué en consecuencia que 6 erAD aquellos muy infames, ó no eran mis padres.

760 EL HOROn

IXI.

Ahora recuerdo dos episodios de mi niñez que por enton- ces no hicieron mas que causarme alguna pena, pero que hoy me dan mucho en que pensar.

Mipadre era joyero del emperador Muley-Abdel-Rhaman.

Algunas veces solían venir á mi casa el mismo emperador y algunos de sus hijos.

Especialmente Sidy-Mohamed era el que mas amenudo nos visitaba.

En seguida que él llegaba, llamaban á Sara, y el principe la llenaba de caricias y la hacia multitud de regalos.

ün dia por casualidad también salí yo.

El príncipe me miró sorprendido, y volviéndose á mipadre, le preguntó. «—Es hijo tuyo ese niño?

Mi padre se turbó algún tanto y le contestó.

Si, señor.

Y volviéndose en seguida á mi, me dijo con aquel acento que tanto me hacia temblar.

Márchate afuera.

Yo obedecí, pero en la puerta ya me asaltó la idea de es* cuchar lo que decían.

Me aproximé á ella, y solo pude oir estas palabras que decia mi padre.

—Es un misterio.... es hijo.... otra persona.... sepulta este secreto.... yo también he callado....

Y continuaron en voz tan baja su conversación que nada mas pude percibir.

Entonces se aferró mas en mi la idea de que aquel hombre no era mi padre.

El otro episodio se grabó también en mi imaginación con caracteres iodelebles.

DE ESPAÑA 761

Una tarde entré yo en la estancia de mi padre.

Estaba asomado á una de las ventanas y fijaba sus ojos en la casa de enfrente.

En ella habia una mujer.

La vi un momento tan solo, y jamas la he podido olvidar.

Arrobado en su contemplación, hube de hacer un pequeíio ruido que me delató para con mi padre, y que hizo que la dama fijase sus ojos en mi

Yo sin hacer caso de la cólera de mi padre, seguía mi- rándola.

Ella palideció estraordinariamente.

Se llevó entrambas manos al pecho, y esclamó. —Hijo!....

Cerró los ojos y cayó al suelo desmayada.

Yo di un grito de angustia, y mi padre agarrándome con furia por los cabellos, me arrojó de la estancia.

Aquella mujer, y aquella esclaraacion no se han borrado nunca de mi memoria.

En la noche que siguió á aífüel dia, estuvo á ver mi pa- dre, una persona á quien yo no habia visto jamás en mi casa.

Llamaron á Sara y no lo que sucedió allí.

Cuando salia el desconocido, le dijo mi padre. Di á tu esposa que siento mucho el dolor que la vista de mi hija la ha causado, y me alegraré que su sentimiento se mitigue con el transcurso de los dias.

En aquel momento quise salir y gritar, «no ha sido mi her- mana la que ha causado esa emoción á tu esposa, he sido yo, yo que siento hacia ella, una cosa que no siento hacia mi ma- dre, )> pero tuve miedo y me callé.

A los dos dias de esto, cambiábamos de casa.

Fuimos á habitar al estremo opuesto de la ciudad.

A los cuatro días de vivir bajo el nuevo techo, nos des- pertó una noche una agitación y un rumor estraflo que se es- cuchaba en la calle.

Me tiré de mi pobre lecho, y gemidos y lamentos entre las gentes de casa<

90

1M EL BONO»

Corrí á informarme, y la cnnsti era que mi padre había sido encontrado muerto á alguna distancia de nuestra calle.

No se por qué encontré analogía entre este aconleciraiento, y el grito de la scAora, y la visita de su marido.

Sara se unió temblando á mí.

Kila tampoco lloraba.

La sucedía exa'jtamenle lo que ámí me sucedía

Justaba sobrecogida por aquella desgracia.

Acercó su linda boca hast;i mi oído, y con una voz muy débil, me dijo: Rubén, Ahora va ácr.mbiar nuestra suerte.

Yo la miré sin comprenderla.

Mi pensamiento estaba en otra parte.

Al dia siguiente se presentó en uuestra casa un pariente á quien yo no conocía.

Era Isaac hermano de mi oadre.

La fisonomía de mi tío me predispuso en su favor.

Nos miró á Sara y á mí, y no porque me pareció ad- vertir en su pupila una tinta (lo compasión al fijarse en mi rostro.

Mi madre estaba gravemente enferma.

La había afectado tanto la desgracia de su marido, que in- capaz de sobrevivirlo, le siguió á los muy pocos días.

IV

Sara y yo quedamos los mayores. Ester y Lía eran demasiado pequeñas. Todos nos fuimos en casa de mi lio. Allí me llamó éste un dia á su habitación. Me hizo sentar á su lado, y me dijo: Rubén, aunque de poca edad, has sufrido mucho, y piensas en la misma proporción que sientes. Yo no le contesté una palabra.

Preveía que para mi se iba á descubrir un gran misterio, y eí»peraba impaciente.

Mi lio prosiguió. '^A otro niño no se le podría decir lo que to vas á oscu- cbar, pero á sí. Mi hermano no era tu padre.

No lo que sentí entonces.

Toda la sangre de mi cuerpo refluyó á mi corazón*

Mis labios se agitaron, y confusos sonidos se exhalaron de mi garganta.

Mi tio me dejó algunos momentos.

Al cabo de ellos mis ojos se llenaron de lágrimas.

Las había tenido contenidas tanto tiempo, que en aquel ins-- tanto se desbordaron.

Mi tio también lloraba.

Mas repuesto yo le dige:

Luego aquella señora que yo vi, era mi madre?....

—Qué señora? me preguntó sorprendido el hermano del jo- yero.

Entonces le conté ía aventura que tanta impresión me ha- bía causado. Isaac me dijo:

Tienes razón, tu corazón habia adivinado perfectamente, era tu madre.

Oh! dige yo juntando mis manos en ademan suplicante, llevadme donde está mi madre, yo quiero verla, quiero com- pensarla los días tan crueles que habrá pasado lejos de su hijo.

El hebreo me miró con tristeza.

No me habéis oído? pregunté yo coa impaciencia.

Hijo mío, es imposible.

—Por qué? dige yo sintiendo un frío horrible en mi corazón.

No me lo preguntes, ya te he dicho que es imposible.

Es que no queréis que la vea? porque rae habéis dicho entonces quien era mi madre.

y yo lloraba con nueva fuerza. Por fin Isaac me dijo:

764 RL HONOI^

Mo puedes ver á tu madre, porque ha muerto.

Me quedé anonadado.

Las láí^rimas se secaron de mis ojos.

Oneria hablar y no podía.

Mi madre habia muerto.

Estaba solo, completamente solo en el mundo.

Isaac rae miró enternecido.

Una lágrima brilló en sus ojos,

Después se levantó, y con su paso magestuoso y grave, salió de la estancia.

Ignoro el tiempo que pasé allí solo en aquella habitación donde habia sentido rompérsela fibra mas querida de mi alma.

Cuando sali de aquella especie de agonia, miré á todas partes.

Entonces y solo entonces pude decir: Dios mió! que daño os he hecho yo, para que rae degeis solo en el mundo. Y yo? no soy nada para tí? dijo una voz á mis espaldas.

Volvi la cabeza y vi á Sara.

Enlazó sus dos brazos á mi cuello y lloró conmigo.

Cuando mi corazón se desahogó con el llanto, me sentí mas consolado. ,

Había un ser en el mundo que también se asociaba á mis penas.

Algunos días después volvi á ser llamado á la presencia de Isaac.

Tienes, me dijo, enemigos poderosos, el crimen cometido por mi hermano, ha provocado otros, y las víctimas de estos, quieren castigar en la falta del que creen tu padre. Por esta razón, dentro de algún tiempo partirás.

QS, fiSPAfÍA. 768

Yol... y á dónele? pregunté asustado á la idea de separarme de él, Sara y de sus hernaanas.

Ya lo pensaremos; ahora voy á revelarte otro secreto que te llenará de placer y de pesar al qaismo tiempo.

Y qué es? pregunté yo creyendo que seria referente á mi madre.

'—Tienes dos hermanos mas,

Dos hermanosl... y donde están?

Lo ignoro, asi como el paradero de tu padre.

Mi padre, pues que, vive acaso?

Tal creo, pero después de la muerte de tu madre nada he podido averiguar de él.

Pero esto es horrible 1 exclamé yo, tener una familia y no saber donde para.

Para encontrar á tus hermanos, no tienes mas que ua medio, tu llevas al cuello desde que naciste un relicario pues- to por tu buena madre; tus hermanos llevan otro igual.

Oh/ exclamé sin poderme contener; y en mi insensata ale- gría besé cien y cien veces aquel recuerdo de una madre tierna y cariñosa.

Nada mas volvimos hablar sobre aquello. Se pasaron los dias y tras estos los meses. Desde que entré en casa de Isaac, mi educación varió com^ pletamente.

El judío era hombre de un gran talento, y sus lecciones me sirvieron de mucho.

Hablaba perfeclaraenle el inglés, el español, el árabe y el francés, y muy pronto hablé yo también aquellos cuatro idiomas.

Sin un ser en quien depositar el cariño que yo sentia en mi alma, concentré lodos mis afanes, todas mis atenciones en el estudio.

Estudié las literaturas francesas y españolas, y me estasié con aquellas leyendas orientales que encendieron mi fantasía.

Un fuego estraño sentí abrasar mi mente.

Mi corazón palpitaba, y mi mano trazaba sobre el papel aquellos sentimientos nuevos que sentia germinar en mi alraa^

766 £L HONOR

Estaba tan lleno el baso de sentimiento que se desbordó sin poderlo contener.

Lcágrimas y suspiros habían formado las primeras mañanas do mi vida.

Lágrimas y suspiros fueron los lemas de mis primeras com- posiciones.

Sara era la única que conocía aquellas obras de mi alma, porque Sara tenia también un alma de artista. Es verdad que Sara era una muger especial

Vi

Tenia tres afios mas que yo.

Bajo unas formas deliciosas de muger se ocultaba un cora- zón de hombre.

Enérgica y apasionada, débil y fuerte, muger y hombre á la par, Sara era la única que me consolaba, que me sostenía, y que me prestaba fuerzas para vivir.

Llegaron los primeros días del año 1850.

Yo tenia entonces áiez y siete años.

La vida que había llevado había desarrollado completa- mente mi naturaleza.

Dentro de un cuerpo de hombre encerraba un corazón de niño.

impresionable y du'ce como él, mis versos representaban íielDiente lo que yo era.

Isaac entró una mañana en mi cuarto.

Sara venia con él.

No porqué un presentimiento estraño oprimió mi co- razón.

En el rostro del hebreo se veía una tinta de sombría tristeza.

Rubén, me dijo, tus perseguidores han descubierto donde te ocultas, y es necesario que partas.

de|españa. 767

—Yol ^y á dónde? pregunté temblando á la idea de abando- nar aquella casa donde habla pasado los tres años menos malos de mi vida.

A Tánger, y desde alli donde quieras.

Pero Dios mió! y yo solo qué voy á liacer?

No irás solo, me contestó Isaac, y su acento tembló lige- ramente.

Pues quién vendrá conmigo? pregunté yo.

Sara.

Tú, hermana mia? tú, vas á acompañarme? dige yo fijando mis enternecidos ojos en la joven.

Sí, me contestó ella, yo te serviré de guia.

—Quiere abanJonarmo!... cúmplase la voluntad de Dios!... dijo con amargura el anciano.

Y yo no puedo permitir eso, contesté, vos no podéis que- daros solo.

Me se habia olvidado decir que Ester se habia marchado con otro hermano de Isaac, y Lia con un hijo del tio de Sara, residente en Tánger.

Razón tenia este en quejarse de la soledad en que se iba á encontrar desde el momento en que ios dos nos marchásemos. —No, hijo mió, me contestó Isaac, tengo un deber que cum* plir con respecto á tí, y ante él lo sacrifico lodo. Sara tiene la inteligencia y la energía suficiente para salvarte y para evitar todas las persecuciones, y ella debe marchar contigo; yo pobre anciano ya, no os serviría mas que de estorbo, lo único que os ruego es que me escribáis siempre á el sitio donde voy á es- tablecerme y que ya conoce Sara.

No pudo continuar.

Las lágrimas empañaron sus ojos, y todos confundimos las nuestras al par que nos confundíamos en un tierno y prolon- gado abrazo.

Todo aquel día lo ocupamos en hacer los preparativos de viage.

Ud antiguo criado de Isaac, que nos quería tanto como

768 EL HONOR

este, y que de lodo estaba enterado había de acompañarnos también.

Al dia siguiente Sara vestida de hombre luciendo un trage airoso de musulmán, entró á buscarme á mi habitación.

Yo también habia arrojado mi saco de judío, para ponerme el blanco alquicel marroquí.

Aquel dia se pasó entre lágrimas, consejos y amones- taciones.

Bien entrada ya la noche, salimos de nuestra casa, y poco después de Mequinez.

A alguna distancia de la capital, nos esperaba el criado con tres caballos.

Dimos el último abrazo á Isaac, y sin poderle decir una palabra montamos en nuestros corceles, y pronto nos perdimos entre las sombras de la noche.

Vil

Hemos llegado á Tánger,

Hace tres dias que estamos en la casa de Abdel-Abbas el hijo de mi protector.

Tres dias hace también que he empezado estas memorias

Sara me acompaña á todas partes.

¿Qué seria de mi sin ella?

He visto á Lia.

Me ha tendido sus débiles bracitos, y ha pronunciado mi nombre.

Abdel siempre tan grave no me inspira el cariño que su bondadoso padre.

Eu este momento entra Roboan, el criado que ha venido con nosotros desde Mequinez.

Se ha dirigido á Sara, y la ha dicho.

—Pronto, tenemos que marchar de aquí,

•—Porqué? preguntó la hebrea.

DE ESPAÑA. 769

—Porque acabo de ver á AI¡-Dey.

Sara se ha puesto extraordinariamente pálida.

Enseguida se ha vuelto á mi y rae ha dicho. Yamos Rubén prepárale porque tenemos necesidad de partir hoy mismo.

Inmediatamente, ha salido Abdel y se ha marchado en casa de Sir Drummon Hey el cónsul inglés en esta, y ha sacado tres pasaportes.

Yo me llamo Alberto \Yaiton, Sara, Jorge, y es hermano mió y Roboam, Tony, y esta noche nos embarcamos para Gi- brallar.

Esta noche abandono la tierra donde he pasado los pri- meros y mas amargos dias de mi vida.

Huérfano, sin una familia que los hombres rae han arreba- tado, he tenido que buscar en los mismos hombres una nueva familia.

Pero ni aun de estos goces me ha sido dado disfrutar.

Perseguido por no se quien, únicamente Sara es quien me acompaña.

En ella pues reasumo todas mis afecciones.

¿Tendré también que renunciar á ella?

97

770

EL HONOR

CAPITULO LI

En que se continúan las memorias de Alberto.

Segunda époea de mi vida.

CoDstanlinopla 20 de Se- tiembre de i850.

I

BIOS oslado en Gihrallar y en Barcelona, he visto costumbres nuevas, y Sara siempre atenta, siempre ocupándose de mí, me ha hecho observarlo lodo y lo- mar nociones de las ideas y de las cos- tumbres de los pueblos que hemos visitado.

Cada día me convenzo mas de que Sara es una gran mujer. Dotada de un talento poco común, es el mejor mentor que yo podía haber tenido en el mundo.

Artista por el corazón, es altamente filosófica por la ca- beza.

Su perspicacia me asombra algunas veces.

DE ESPAÑA. 771

Se ha identificado de uua manera tal con su nueva posi- ción, que muchas veces me pregunto yo si es una mujer la que me habla y la que me enseña, ó es un hombre dotado de una gran esperiencia y de un conocimiento profundo del corazón humano.

Merced á ella empiezo á leer un poco en ese gran libro que la humanidad tiene casi siempre abierto para el ojo del ob- servador.

Desde Barcelona hemos ido á Marsella.

Una sociedad nueva se ha presentado á mi vista.

Entre el pueblo catalán y el pueblo marsellés he encon*» trado muchos puntos de contacto.

Pero sin embargo, prefiero el carácter español al francés.

Por donde quiera que voy, el recuerdo de mi madre y la incerlidumbre de mi padre y mis hermanos, va conmigo.

Casi todos los seres que veo, tienen una madre, una fa- milia en quien depositan sus penas, y cuyos cuidados cuyas atenciones, cuyos consuelos, mitigan las penas del que sufre.

Yo pobre de mí, solo en el mundo tiendo mi yista á to- das partes, y en esta gran inmensidad que me rodea, solo en- cuentro otro ser huérfano y solo como yo.

Porque Sara tampoco es hija del joyero Abraham.

Era sobrina suya.

Su nacimiento también tiene mucho de estraño.

Rebeca era hermana de Abraham y de Isaac.

Aquella vivia con el joyero.

Sidy-Mohamed la vio y se enamoró de ella.

El hijo de Muley-Abdfirrhaman puso en juego cuantos me- dios estuvieron á su alcance para vencer á la judía.

Ignoro como sucedió lo demás, pues Sara no me ha que- rido revelar su secreto por entero, lo único que es que esta fué la consecuencia de aquellos amores.

Abraham esplotó perfectamente la pasión del hijo del em- perador de Marruecos.

Y ahora únicamente es cuando me explicólas visitas de este á la casa del que yo creía mi padre,

772 EL HONOR

¿Y la madro do Sara, que se ha hecho?

También lo ignoro; uo ha (juerido decirme una palabra res- pecto á esto.

Por esta razón huérfana y sola en el mundo, ha deposi- tado en todo el tesoro de su cariño.

Porque mi hermana adoptiva me ama con otw carifto que no es el de los hermanos.

Pero no anticipamos los sucesos.

Desde Marsella, nos dirigimos á Alejandría.

Las costumbres de Oriente me hicieron una impresión par- ticular.

Poco tiempo permanecimos en este punto.

Según me decía Sara, para quitar á raí perseguidor toda esperanza de hallarme, necesitábamos no fijar nuestra resi- dencia en ninguna parte.

Desde Alejandría, nos hicimos á la vela en una fragata ve- neciana, para Constantinopla

Describir yo lo que sentí al penetrar en el Bosforo seria completamente imposible»

Tampoco es á propósito para este lugar.

No relato las impresiones de mis viages sino las memorias de vida.

Aquellas cúpulas cuyas agujas se elevaban hasta las nu- bes.

Aquella riberas cubiertas de verdura y exalando multi- tud de perfumes.

Aquella infinidad de kaiques cuyas afiladas proas cortan- con una rapidez asombrosa las aguas del rio.

Aquel sol que hace brillar las agujas doradas de los altos múiaretes.

Aquellos kioscos primorosamente calados que se destacan de los verdes jardines.

Todo aquel conjunto verdaderamente magnifico causa en el ánimo del viagero una emoción inesplicable.

Sara y yo, sobre la cubierta del buque contemplábamos aquel panorama, y ambos, poetas de sentimiento, comprendía- mos y admirábamos aquella espléndida hermosura.

DE espaSa. 773

La fundación de Constantino se presentaba á nuestra vista con toda su belleza esterior, pero ay! habia en su fondo tan- to cieno, tanta bajeza!...

Desembarcamos, y nos dirigimos inmediatamente hacia el «Hotel Francés», establecido en el arrabal de Pera, donde residen los embajadores europeos, y cuyos habitantes son en su mayor parte europeos también.

Por este tiempo se estaba verificando en todo mi ser un cambio notable.

Un deseo vago, desconocido, sin objeto germinaba en mi alma.

Mi pensamiento se forjaba un ser especial, que mis ojos veían en todas partes.

Ser que cubierto (ie gasas, entre una atmósfera de nubes, me miraba sonriéndose de una manera como jamás babia visto sonreír otros labios.

Sus ojos se fijaban sobre los mios, y aquella mirada me causaba una impresión particular.

Mi corazón palpitaba con rapidez unas veces, y otras por el contrario, casi no sentía sus latidos.

Mi frente ardía, y mis ojos se llenaban de lágrimas cuya causa no acertaba á esplicarme.

Yo me preguntaba que clase de estado era aquel, y no podía responderme.

Un dia estaba solo en mi habitación.

Sara habia salido con Roboam.

Sobre la mesa estaba abierto el magnífico neceser de viage que llévala mi compañera.

Mi vista se fijó involuntariamente en él.

Un cuadernito estaba abierto encima.

No se que atracción particular tuvo aquello para mí, que sin saber que hacía, me acerqué á la mesa.

774 EL HONOíl

Miró aquellas ojas y UD eslremecimienlo eslraño agiló lo- dos mis miembros.

Mi nombre estaba repetido muchas veces en a(|uellas le- tras trazadas por la mano de Sara.

Un misterio desconocido se reveló para mí.

Agarré aquel cuaderno y devoré su contenido.

Sara me amaba, me amaba con una pasión como jamas la habia sentido otra mujer.

Aquel papel habia sido el confidente fiel de aquellos amo- res, que ella habia resuelto sepultar en el fondo de su pecho, creyendo que yo no la amaba.

Aquella pasión me hizo adivinar la mia.

El niño se habia vuelto hombre, y el amor ocupaba por entero aquel vacío constante que me hablan dejado la pérdida de mis afecciones de familia.

El fantasma de mi imaginación, los sueños, las lágrimas, las quimeras, todo se reveló en aquel instante.

Entonces y solo entonces pensé en la belleza rica y esplen- dente de Sara.

Entonces y solo entonces admiré «í aquella muger.

Y solo en aquel momento comprendí lo grande que era.

También entonces se despertó en mi el amor, y en segun- dos, creció de una manera espantosa.

Hice juramento de amar á aquella muger con un cariño tan inmenso, como inmenso habia sido cuanto por mi habia hecho.

Me sentí completamente transformado.

La lectura de aquella especie de diario me habia hecho otro hombre.

III.

Cuando Sara entró en la habitación nuestras miradas se encontraron.

No se lo que ella advertiría en las mías que inclinó su vista ruborizada.

DE ESPAfÍA. 775

A no haber Roboan entrado también con ella creo que me habría arrojado á sus pies y hubiera besado cien y cien veces aquella mano que tantas veces se liabia puesto entre las mías y cuya agitación y temblor jamás habia sabido adivinar.

Todo el (iia tuvimos personas estraüas que no nos dejaron esplicarnos.

Muchas veces durante el, nuestros ojos se encontraron, y otras tantas Sara los inclinó con las megillas enrogecidas.

Yo deseaba quedarme solo con ella.

Cuando llegó la noche salimos como teníamos de costum- bre y nos fuimos á pasear á los jardines que crecen en las ri- beras del rio.

Sara evitaba acercarse á mí.

Advertía en ella una cosa que jamás había notado, y según después supe era porque ella también había comprendido el estado de mi alma.

Pocas palabras se cruzaron entré ambos.

Llegamos á los jardines, y pronto nos perdimos en aquellos bosques deliciosos.

Entonces fué cuando yo me acerqué á Sara. •—Sara mía, la dige casi balbuceando, ¿qué tienes? parece que huyes de mi ¿acaso te he ofendido?

Tú!... me respondió con viveza, mas reponiéndose en se- guida continuó: No me has dado motivo para que esté incomo- dada, y demasiado sabes, que contigo aunque me lo dieras, jamas podria yo estarlo.

Yo no supe como continuar la conversación.

Otra porción de tiempo se pasó sin que nuestras palabras se cruzaran.

Pero yo sentía palpitar mi corazón mas rápidamente.

Mi frente ardia, y mis sienes parecían que se me querían saltar.

Una multitud de palabras se agolpaban á mis labios.

En este estado me volví hacia ella y la dige. -*-Sara, ya es tiempo de que hablemos con franqueza, por- que yo tampoco puedo callar mas tiempo.

776 EL iioNon

—Qué quieres decir Alberto? me pregunló fijando sus na» gros ojos en mi.

Que he leído tu diario

Tu?... esclamó llevándose ambas manos al corazón.

Si yo, lo he leido, y él me ha revelado que yo también te amo Sara mia.

—Oh!...

Y no pudo decir mas.

Fijó sus miradas en el transparente azul del cielo y todo su semblante espresó una alegría infinita, sublime.

Aquella alma toda amor, daba gracias al ser Supremo, por la inmensa dicha que la concedía.

Después sus ojos se fijaron en mi.

Ya no tuve palabras para espresarla lo que sentia.

Mis miradas contemplaban en conjunto todos aquellos en- cantos.

De pronto un ardor desconocido se apoderó de mí.

El rostro de Sara se enrogeció estraordinariamente.

Ambos nos contemplábamos , y ambos permanecíamos

mudos.

Nuestras pupilas se confundían en una mirada limpia, bri« liante y acariciadora.

Nuestras manos se buscaron á través de la oscuridad.

Nuestros dedos ardían.

Y aquel fuego subiendo por nuestros brazos abraso nues- tras cabezas.

Se inclinaron, y [sin preveerlo nosotros, sin que nosotros pudiéramos evitarlo, nuestros labios que se buscaban sedien- tos, se encontraron, y se confundieron en un beso prolongado y dulcísimo.

Los pajarillos |que habitaban en los arboles elevaron un himno á sus amores.

Las .flores mecidas por la brisa, unían sus corolas, y con- fundían sus aromas.

Y á los amores de los pájaros y de las plantas se uoieroü

DE ESPAÑA. 777

los nueslros lan puros corao los suyos, y como ios suyos tan

inmensos.

Aquellos jardines, aquellas auras, y aquella infinita cortina azul tachonada de estrellas colocada entre el hombre y Dios, presenció nuestro primer juramento de amor.

IV

Yo era otro hombre.

Amaba y era amado.

Sara me rodeaba de una aureola de ternura superior ú todo cuanto yo pudiera decir.

Para ella no exíslia en el mundo otro hombre que yo, asi como para mi tampoco existia otra mujer que olla,

Mi alma se desbordaba, y aquellos tórrenles de cariño que durante tantos aftos habia estado conteniendo en el fondo de mi pecho anegaban j)or entero el alma de mi amada.

Ya no vivíamos en el «Hotel de Francés,

Sara habia querido que nos fuésemos á vivir á otra casa^ donde libres y solos pudiéramos entregarnos á todas las deli- cias de nuestro naciente amor.

Uno de aquellos lindos Kioscos que sembraban las orillas del rio, fue el elegido para nuestra morada.

Roboan era la única persona que vivía con nosotros.

Asi, en este estasis continuado trascurrieron algunos meses.

Llegó el día 12 de Enero del ano 1851.

.Jamás se borrará de mi memoria.

Por la mañana, entró Koboan muy asustado y nos dijo: Ya está ahí 1 Quién? pregunté yo. Ibrahim, contestó él dirigiéndose á Sara. Y te ha visto? preguntó ella poniéndose estraordinaria- mente pálida. —No lo sé.

778 EL HONOR

Pero qué hay? pregunté yo entonces, quién es ese Ibraliim? Til enemigo, el hombre que le persigue hace tanto tiempo. Knlonces, que venga, dige yo, que venga y se despejará de una vez esta incógnita.

Calla, Alberto mió, dijo Sara, no digas eso, tu no cono- ces á ese hombre. —Acaso no lo soy yo también?

Déjame á raí, y no te ocupes de nada, y volviéndose á Roboan continuó la hebrea; llégale inmediatamente al puerto y mira si está aun ese berganlin de Alejandría cuyo patrón conocimos noches pasadas en el café turco; y si esl;^, dile cuan- do piensa hacerse á la vela.

Roboan salió, y momentos después vino á decirnos, que estaba, pero que se marchaba á la noche. Sara salió inmediatamente.

Dos horas despnes volvió diciendo que ya estaba todo ar- reglado.

inmediatamente empezamos á empaquetar nuestros efectos. Llegó la noche:

Cerca de nuestra casa nos esperaba una lancha para con- ducirnos al buque.

Va había cargado Roboan con nuestras maletas, y nos dis- poníamos á salir, (uiando la puerta se abrió de golpe, y dos hombies penetraron en nuestra casa.

Los (los venían enmascarados.

Sara se puso pálida y dio un grito.

Roboan hecho mano á un puñal que llevaba y fué á lanzar- se sobre uno de los dos desconocidos.

Pero el otro no le dio tiempo.

Su mano mas pronta le atravesó el corazón con una daga, y cayó al suelo sin exalar un quejido.

Yo quise hacer uso de mis pistolas.

Entonces el que había muerto á Roboan se adelantó á con intención de herirme.

Pero Sara que todo lo miraba, se puso delante de mí. y

sacando un cuchillo de caza que llevaba siempre, lo hundió

dos veces en el pecho de aquel hombre.

DE m'k^k. 770

Y mas rápida que el pensamiento me dio un empujón, me heciió fuera de la estancia, y antes de que el otro desconocí-^ do pudiera evitarlo, cerró la puerta y la hecho la llave. •—Corre, me dijo Sara,

Cuando salimos al jardín, el desconocido afianzado a unn délas rejas del kiosco empezó á gritar para que nos detuvieraa.

Kutoncesse volvió Sara, rae pidió mis pistolas, y la pól-» vora que llevaba yo en un frasco.

Vació la mitad de él, sobre un montón de leña que habia junto á la pared de nuestro kiosco, y disparó sobre él.

La pólvora prendió á las ramas, y en un momento ardió la lefia, amenazando abrasar, el frágil edificio.

Yo estaba aterrado.

Sara me cogió de la mano y hechamos á correr.

Llegamos donde nos esperaba la lancha y nos embarcamos inmediatamente.

La hebrea sacó una moneda de oro y la puso en manos de

uno de los marineros diciendole.

Otro tanto, si nos pones en el bergantín antes de cinco minutos.

El esquife volaba sobre la tersa superficie del Bosforo.

A la hora pedida, atracábamos al costado del buque.

Sara cumplió su palabra.

La embarcación no esperaba mas (pie á nosotros para dar- se á la vela.

Tendieron oslas, y momentos después impelidos por un viento favorable dirijiamos nuestro rumbo hacia Smirna.

780

El BONOR

I . .i-t. i#«««i » I

CAPITULO LH

F,n el que concluyen las memorias «.lü gibarle.

Tercera época de mi vida.

EN EimOPA.

MadrkI 10 de Mayo de Í8HS.

L cabo de nn ano vuelvo á abrir este cuaderno donde eslán consignadas lodas las impresiones de mi vida.

Desde Constanlinopla á Smirna, des- de Smirna á Venecia, desde Veuecia á Madrid.

Hemos visiíado ia llali.i, Francia, Inglaterra y España. ¿Y soy feliz acaso?

Es iniposible serlo en la clase de vida que llevo. Huyendo conslanlemente de un hombre á quien todavía no se el daño que mi familia pudo causarle , para que de tal modo me persiga,

H RSPAÑA, 781

Únicamente Sara es capaz de endulzar mis penas.

Y sin embargo.... No porque ni aun ai papel me atrevo á consignar lo que siento,

¿Amo á Sara, ó no la amo?

Estoy á su lado, y no pienso en otra cosa mas que en su amor.

Pero estoy lejos de ella, y siento un vacío en mi alma»

Y tengo miedo de interrogarme. ¿De qué puede nacer esto?

Sara es la misma para mi boy que el primer dia.

Pero tiene unos celos que por mas que trata de disimu- larlos, padece ella, y yo también pforque comprendo su su- frimiento.

Hemos estado en Venecia.

Quien no admira esa escéntríca población que brota por decirlo así del seno de las aguas.

Cuando surcaba sus canales reclinado perezosamente en el fondo de la góndola, mi imaginación se remontaba á otras épocas, y preguntaba á aquellas aguas, por los cadáveres que la justicia terrible del tribunal supremo les había arrojado.

Yo visité con un recogimiento estrafto aquel palacio de los

Du\, y cu indo subía por la escalera de los Gigantes, casi no

me atrevía á respirar.

Parecía que cada peldaño y cada piedra ocultaban un dra- ma sangriento.

También estuve en los Plomos, en osas meíitícas prisio- nes cuya descripción me había hecho sentir tantas veces al

leer el miígníílco gemido ii que Silvio Pellico ha dado el triste nombre de «Mis prisiones.»

Aquella plaza de S. Marcos con su León alado, aquel

famoso puente de Rialto, toda Vanecia en fin, hablaba de una

manera estraña á mi cabeza y á mi corazón. Después estuve en Ñapóles.

Acababa de dejar á un pueblo, que grande en medio de

sus crímenes, y libre en medio de sus vicios en otro tiempo,

era hoy presa de un yugo esirangero que cada dia se hacia

mas insoportable,

782 EL HONOR

En Ñapóles vi el mismo yugo bajo o ras formas. Asi como mas larde lo vi en Roma también.

En la antigua Parténope de los antiguos también tuvo mu- cho que admirar.

Aquel Vesubio, eterno verdugo que cual olra espada de Damocles amenaza constantemente á los pueblecillos y uvíllasn que se elevan á sus pies, me causó una impresión profunda.

Aquella Grotta dil Cañe, con la especialidad d«» su hálito mortífero, me llenó de admiración.

Por donde quiera que fui de Italia, encontré tanto re- cuerdo, tanta página de esa historia de las naciones escrita sobre las piedras medio carcomidas, ó sobre los edificios casi

arruinados, que no bastarían multitud de volúmenes para des- cribirlas.

No parece sino que la Italia de hoy está espiando las gran- des faltas, los terribles crímenes de sus pasados tiempos.

No puedo ni debo detenerme mucho en la descripción de mis viajes.

Por esta razón abandonaré la Italia con su grandeza y su abyección, y pasaré á Inglaterra á Escocia y á Irlanda.

Si sociedad ha habido que me haya fastidiado ha sido la inglesa.

El porque no lo acierto á definir.

En fin en la capital donde menos tiempo hemos estado ha sido en Londres.

Desde allí, hemos atravesado el canal de la Mancha, y hemos pisado el suelo francés.

Tres meses hemos estado en Francia.

París me ha gustado mucho.

Desde este punto hemos venido á España.

Deliciosa tierra cuyo cielo en vano he buscado en otros países.

Estamos en Madrid

He admirado todas las obras, todos los monwmentos que encierra en su seno este gran pueblo, y creo que mi residencia se ha fijado ya.

Ni quiero, debo salir de España.

DSS. ESPAfÍA. 783

n

Nuestra posición es bastante precaria.

Sara llevaba letras, para casi todos los puntos donde he- mos estado.

Únicamente para Madrid no traia ninguna.

Los viages nos han hecho gastar un capital. Asi que nuestros fondos son muy escasos.

Mi amada se ha empeñado en escribir á Isaac, para que nos envié dinero pero yo no he querido-

¿Qué necesidad hay de esto, pudiendo yo trabajar?

No ha querido acceder á ello, pero al íin se ha conformado

Vivimos en una habitación muy reducida.

Mi Sara se ha encargado de la cocina, y de la sala*

Yo de que buscar conque proveer aquella, y conque amue- blar mejor esta.

Cuanto me quiere Sara!

Tenia yo escritos, varios apuntes en mi cartera de viage, y voy á utilizarlos.

Aquí pasamos la judia y yo por dos esposos recien casados.

¿Y acaso no lo somos?

La verdadera unión la constituyen los lazos del alma, y nuestras almas están tan identificadas la una con la otra» que no hay mas que una sola voluntad.

He empezado á trabajar.

Estoy escribiendo un drama. Con Sara consulto todas las escenas, todas las situaciones, to« dos los versos.

Ya he dicho que mi amada no es una mugor vulgíir.

Reconozco en ella una superioridad de inteligencia cual he visto en muy raras mugeres.

No salgo casi á ninguna parte.

Únicamente al anochecer, solemos salir á dar una vuelta

784 ?x HONOR

por las calles, y alguna noche que otra vamos al leaíro.

Y después olra vez ácasa á trabajar.

Dos veces he rolo mi trabajo, pues ninguno de los dos he quedado satisfecho de él.

y ello es menester que lo concluya pronto, pues nuestros fondos van disminuyendo de dia en dia.

III

Madrid 7 de Enero de 1854

Ya concluí mi drama.

Sara dice que es una gran cosa, y yo creo también que vale algo.

He visto á dos empresarios, y los dos me han dado muchas palabras.

Por fin los dos me han dicho que tenian muchos originales y que tardarla bastante en entrar el mió en turno.

He adquirido relaciones con algunos otros chicos de bastan- te talento, pero tan desgraciados como yo.

Es decir, que siempre ha de ser innata al talento, la des- gracia?

Luego ese tributo que las naciones debian rendir á los hom- bres que las ilustran, no es mas que una farsa.

Uno de estos amigos de desdicha, me decía dias pasados que el talento era tan solo una palabra.

Que en la sociedad, el hombre de mas ialeligencia era aquel que mejor sabia aparentarla.

De lo que se saca en consecuencia que oslo también es cuestión de pura charlatanería.

Como ha de ser! ahora conozco, que he emprendido una lucha superior á mis fuerzas.

Yo creia que pronto podría contar con recursos para aten-

DE espajía. 785

der á las necesidades de la casa, y veo que esto se dilata mucho.

Y no soy yo solo el que se encuentra en este caso. Multitud de jóvenes de un gran talento, de mucho mas que yo, se encuentran en el mismo.

Si no hubiera sido por Sara, hubiese sucumbido ya. Pero ella, me alienta, y me da fuerzas para sostenerme. He pasado cinco meses en tentativas inútiles. Por fin, en el teatro del Príncipe creo que se ha leido con bastante interés.

En este momento acaban de decirme que se está sacando de papeles.

Dios mió, ¿será verdad? Ya estamos ensayándola. La Teodora interpreta maravillosamente su papel. Es verdaderamente la muger que yo habia soñado en fantasía.

¿Y Romea, y Arjona?... y todos porque no encuentro ninguno que no haya comprendido perfectamente mi idea. Para esta noche está anunciado, jüios mió! ¿Qué va á sucederme? Esta noche se decide mi porvenir ¿será favorable el juicio del público?

Sara quiere ir al teatro, y yo trato de impedírselo porque ni aun yo mismo si me atreveré á ir.

Dos amigos mios han venido para llevarme ante ese tri- bunal tan severo que se llama público.

Está bien, iré, y afrontaré con resolución mi destino.

itr

Gracias Dios mió! gracias. ¿No lo que pasa por raí?

Dia30 de Mayo de 1854.

99

786 EL HONOR

Han transciiiTulo veinte y cuatro horas, y creo que aun estoy soñando.

Aun resuenan en mis oiiios aquellos bravos atronadores, aquellos aplausos sin cuento.

Todos nic han abrazado, todos me han dado la enhora- buena, y Sara ha llorado de placer.

Ya tengo un nombre.

Ayer era desconocido; hoy una multitud inmensa no ig- nora como me llamo.

Han pasado muchos dias.

Mi drama lleva cuarenta representaciones, y aun el público asiste con un afán estremado. Ya tengo empezado otro nuevo. Con qué afán trabajo ahora. Mi Sara tiene una criada, y yo un criado. Vivimos en otra habitación mas desaogada y mas decente. Sara sigue en su idea de no presentarse en ninguna parte.

Hay una porción de amigos raios que ni aun siquiera la co- nocen.

Ella se esconde en el momento en que ellos vienen á verme.

Yo soy al contrario.

Mi nombre y muchos de mis amigos, rae han abierto las puertas de los salones de la alta sociedad.

Asisto á una porción de reuniones, y los hombres del saber y del dinero no se desdeñan con mi trato.

Sara ha querido que en todas parles me presente como soltero.

Ella no asiste a ninguna reunión.

Entre las personas á quienes trato, hay una familia que me ha merecido un aprecio particular, y creo que también me cor- responde.

Es la de los Condes de Belmonle.

Apasionados admiradores do mis obras, las aplauden con entusiasmo, y dispensan una amistad franca y obsequiosa á su autor.

DE ESPAÑA. 787

Tienen una hija.

Mejor dichOj tienen un ángel» porque Clara, no es una muger.

Es todavía casi una niña, y sin embargo, aquel alma es tan pura y angelical como despejada su inteligencia.

En casa de los condes paso algunos de los mejores ratos de mi existencia.

Yo estoy deslumhrado.

Este nuevo mundo en que habito, esta sociedad que me rodea, me atrae y me repele, me alhaga y me fascina, me embriaga y me entristece, y en esta continua agitación siento un no se qué especial que en vano trato de esplicarme.

Esta atmósfera que me circunda, me ciega completamente.

Esas mil mujeres hermosas que veo, que me hablan con uu lenguage desconocido para mí, que me miran de una ma- nera estraña, que me buscan, que me acarician y que me es- cancian amores, no se que sensaciones nuevas han despertado en mi.

Mis ojos que hasta ahora han permanecido cerrados, se han abierto de pronto á la luz, y se han deslumhrado,

Sara en cambio, está muy diferente.

Cada vez parece alejarse mas de mí.

Hasta me parece que se ha vuelto mas reservada y mas severa.

Se han puesto en escena otras dos comedias mias, y su éxito ha sido tan satisfactorio como el de la primera.

S. M. se ha dignado premiar mi escaso mérito con la cruz de Carlos 3.^

Ahora escribo utia novela de costumbres.

Es un ensayo que quiero hacer en ese género de lite- ratura.

Isaac ha sabido mis triunfos, y el buen anciano se ha ale- grado eslraordinariamente.

Se conoce que mis enemigos han perdido la pista, toda vez que hasta ahora me han dejado en paz.

He recibido bastante dinero de parte del hebreo, el que

7.^8 BL HONOR

unido al que he ganado con m\ trabajo, me permite vivir con baslaute holgura-

Dia 10 de Junio de 1858,

Ya se nubló el cielo de mi felicidad.

Mi reputación está hecha; tengo una posición envidiable, tengo cuantos goces puedo apetecer, y sin embargo no soy feliz.

Sara y yo nos hemos separado.

Parece imposible; yo me pregunto muchas veces, si es cierto y casi no lo creo.

Han pasado tres años, y un cambio notable se ha operado en mi.

Hoy que me veo solo, es cuando hecho mas de menos á esos hermanos que jamás podré hallar, y á ese padre cuya existencia es un problema para

Tras de la reserva y la seriedad de Sara vinieron los celos.

Tras los celos, las recriminaciones, las dudas y las exi- gencias.

Perdida la confianza, la paz tenia que desaparecer entre nosotros.

Es verdad que tuve algunos ligeros estravíos, pero ella misma tuvo la culpa de que se aumentasen.

Los celos estravían las imaginaciones mejor organizadas.

Sara los tenia atroces.

Cualquier mujer á quien yo saludase, era ya porque tenia relaciones con ella.

Y tras esta figuración, teníamos una incomodidad, y yo abandonaba mi casa para ir á otra, á buscar la tranquilidad que' no encontraba en la mia.

Finalmente, tras de todo esto vinieron las amenazas.

Esto acabó de exasperarme.

íkEüSPA^Á, 789

Desprecié sus amenazas, y concluimos de una vez.

Sin embargo la conocía perfectamente y temí que aquel carácter resuelto y atrevido no cumpliese lo que ofrecía.

Me había amenazado con revelar mi origen-

Sabía la clase de sociedad en que vivía, y que una pa- labra de esta especie rae derribaba de aquella altura, á donde tanto trabajo me había costado subir.

Y desde entonces huyó también la calma de mi corazón. Yo no podía retirarme de aquel mundo en que vivía.

Y siempre por donde iba, en las casas que frecuentaba, me parecía que una voz misteriosa murmuraba al oído de to- das las personas, «Ese hombre os ha engañado, el nombre que os ha dicho, no es el suyo, es el hijo de un judio, » y aquel acento penetraba hasta el fondo de mi pecho.

Y padecía lo que nadie puede figurarse.

Únicamente donde iba con mas frecuencia era en casa de los condes de Belmonte.

Clara había Crecido mucho, era una mujer con todas las reminiscencias de una niña.

Se alegraba cuando me veía, y yo también sentía un goce estraño cuando se sentaba á, lado.

Una noche estábamos en casa de la marquesa D....

Yo tenia amores con la hija de un banquero.

Se hablaba bastante de ellos en la alta sociedad, y aun se decía que nos casaríamos.

La marquesa me dijo que aquella noche se iba á presentar una gran señora de origen judío pero que se había bautizado al enlazarse con un título estrangero.

Era viuda á la sazón, y se llamaba Julia. Yo no porqué sentí una opresión particular en mi pecho.

Mi prometida que se apoyaba en brazo, advirtió el temblor que tenía, y rae interrogó sobre la causa.

Yo la di un preteslo con el que se satisfizo.

Moraentos después la princesa Vurdinoff penetraba en los sa- lones de la marquesa D....

790 EL HONOR

Cuando yo la vi, creo que hasta mi coraj^on cesó de pal- pitar,

Era Sara, Sara con su belleza deslumbradora, y con su mirada que brillaba de una manera particular.

La marquesa vino á buscarme y me dijo. —Venga V. Alberto, quiero presentarle á nuestra bella princesa Rusa.

Quise escusarme, pero no pude.

La marquesa me llevó á donde estaba la hebrea.

Aquí os presento Princesa, la dijo, el poeta que es hoy el orgullo de la Corte, y volviéndose á añadió con ese en- canto especial que solo la marquesa posee, Alberto, la se- ñora princesa Yurdinoff.

Y tras estas palabras, nos dejó solos.

Durante algunos momentos yo no supe que hacer ni que decir.

Nuestra mutua presentación habia traído junto á nosotros multitud de personas.

Yo estaba en berlina, y no sabia como salir de aquel trance.

Por fin me acerqué, y la dige: Si la señora princesa se digna favorecerme, concedién- dome este rigodón. ..

Sara no me contestó una palabra.

Se apoyó en mi brazo, y aprovechando algunos instantes que faltaban para que se fueran colocando todas las demás parejas, me habló de cosas indiferentes.

Yo estaba aturdido de la inmensa serenidad de aquella muger.

Concluyó el baile, y seguimos paseando.

Ni ella me habló del pasado, ni yo tampoco.

Un joven agregado á la embajaba inglesa, vino á sacarla para bailar.

Me dijo algunas palabras en estremo lisongeras para mí, ' y se cogió del brazo del gentlemen.

Qué te sucede Alberto? dijo en esto una dulce voz á mi espalda.

DE ESPAÑV 791

Me volví, y era mi futura.

La hija del banquero habla advertido como todo el mundo, la turbación que yo tenia.

Me escusé como pude, y seguimos paseando.

En una de las vueltas que dimos por el salón nos encontra- mos frente á frente con Sara que iba apoyada en el brazo del inglés.

La hebrea me miró de una manera estraña que me hizo estremecer, y me dijo, con una sonrisa mas estraña todavía. Supongo que el Sr. poeta no se habrá olvidado que tene- mos pendiente un wals?

Mi pareja se me quedó mirando.

Momentos antes la habia dicho que bailaríamos el wals in- mediato.

La pupila de Sara brillaba fija sobre mí.

Yo vacilé pero dominado por aquella mirada tartamudee débilmente.

Es demasiada honra la que me habéis concedido para que yo no trate de hacerme digno de ella.

Sara se sonrió de la manera que solo ella sabe hacer, y

siguió su camino.

Yo he dicho siempre que las mugeres tienen infinitamente mas penetración que los hombres.

Mi futura comprendió que algo estraordinario pasaba entre la princesa y yo.

Trató de averiguar, me hizo multitud de preguntas, y si no se quedó convencida, al menos se dio por satisfecha.

VI

El wals se iba á empezar.

Fui á buscar á Sara.

Su mano temblaba ligeramente entre las mias.

792 EL iroNOR

Dimos algunas viiellas bailando, y estoy seguro que todos los hombres me tenian envidia. Descansamos algunos instantes. Entonces me dijo la hebrea. Creo que habrás comprendido (jue no le he compromelido para este baile sin tener algún objeto. Esplicale, y le podré comprender mejor, la contesté. Nuestro amor ha concluido por tu causa. O por la tuya, añadí.

Sea de ello lo que quiera, no puedo resistir, que perte- nezcas á otra muger. Qué quieres decir? la preguntó sobresaltado. Que tu boda con la hija del banquero, ha de quedar rota mañana mismo. Imposible.

Entonces preferirás mejor que todo el mundo se entere de tu origen.

Y serías capaz?... la dige yo sin poder ocultar mi estrema- da angustia. De todo, me contestó Sara con acento implacable. Ella sabia muy bien que yo no tenia mas remedio que ceder.

La fe de bautismo perteneciente á mi, fechada en Oran, es- taba en su poder.

Después que nos separamos la eché de menos. Mi corazón palpitaba con violencia. No encontraba medio alguno para salir de aquel atolladero. Piensa bien lo que has de hacer, volvió á repetirme Sara, ni con ella, ni con muger alguna, tengas amores, porque siem- pre me interpondré. Ya que yo no sea feliz, que no lo sea tam- poco otra.

Y concluidas estas palabras, volvió la cabeza sonriendo á los que estaban mas cerca de nosotros, y les dijo con la voz mas natural del mundo. *-Vean Vds. en que aprieto he puesto al poeta. —Cómo? preguntaron algunos

6B BSPAÍ^A* 793

Me iia llenado de galanterías, y entre otras noie ha dicho que yo era la décima musa, entonces yo he exigido que á esa musa que por decirlo asi, se ingeria entre las nueve hermanas, le improvisase alguna cosa, y ya lo ven VV, ha puesto en prensa su imaginación, y nada encuentra en ella que poder ofrecer á esa musa nueva.

Y sin dejarme tiempo para decirla una palabra, cogió el brazo del Ministro de Estado, y se perdió por los salones.

Yo miré á todas partes y solo vi fisonomías burlonas que se fijaban en la mía.

Y entre todas ellas, unos ojos que me miraban de una ma- nera particular.

Eran los de mi futura.

Habia llegado cuando Sara estaba hablando y se enteró de cuanto dijo.

Como consecuencia de aquello, y del temor que la hebrea me inspiraba, quedó completamente desbaratada mi boda»

Todo el mundo atribuyó á mi inconstancia aquel roaipi- miento, y durante algunos dias no se habló en la alia sociedad mas que de aquel incidente.

Después tuve otros y otros amores, y siempre el acento de Sara venia á helar mi corazón.

Aquel tremendo (i.la/ie, Thecelf Phares)) amenazando cons- tantemente á mi felicidad, me tenia aterrado.

Vil

El egoísmo infinito de aquella muger irritaba mis buenos instintos.

Y bien mirado ¿el amor, ese amor tan decantado, en que está basado mas que en un principio altamente egoísta?

Pues esto es así, ¿porqué culpar á Sara de lo que hacia?

Ay! es que el egoísmo de aquella muger robaba a mi alma toda esperanza de ventura.

iOO

704 2L HONOA

Si insoportable me era la existencia cuando empezó c©n sus celos, y sus recriminaciones, (Joblemenle insoportable me fué cuando veia aquella amenaza pendiente siempre sobre mi posición y mi nombre.

Y nunca como entonces sentí deseos.

Jamás me parecieron mas hermosas las mugeres.

Nunca les encontré tantos hechizos, y nunca como entonces hablaron á corazón.

Hasta las que había encontrado feas en otro tiempo me pa- recían bellísimas.

Y era, porque ahora me estaba privado el acercarme á ellas. Era un ser maldito, sobre el que pesaba una fatalidad

horrible.

Todo el mundo notaba retraimiento de la sociedad.

Se hicieron comentarios, se trató de averiguar que mis- terios había en mi vida, y lodo fué en vano.

Nadie pudo dar con la causa verdadera.

Y cada dia era mas triste mi vida.

Por entonces solo, aislado, con un dolor profundo en el co- razón, sentí vibrar una fibra, que vino á aumentar mi deses- peración.

VIII

Ya he hablado de Clara.

Aquella niña hechicera de los condes de Belmonte.

Su belleza pura y angelical, y el cariño que me tenia me impresionaron un poco.

Siempre creí que aquella afección que sentía hacia ella, no era mas que el cariño fraternal del hermano mayor hacia su hermana.

Amaba á Clara, y tenia la eonviccíon íntima de que ella también me amaría desde el momento en que yo la hablase en aquel lenguaje nuevo.

Di ESPATO A. 795

Virgen su alma de amor, no era necesario mas que una palabra para cambiar todas sus sensaciones.

¿Pero y que adelantaba yo con pronunciarla?

La sombra de Sara se interpondrá entre aquellos amores, y la venturosa niña seria terriblemente desgraciada.

Asi que resolvi callar y proseguir en vida dolorosa y apenada. ^

Y nadie se tomaba por mi mas interés que la familia de los condes.

Era necesario que fuera á su casa todos los dias. Que nos viéramos en la Castellana, en el Teatro, ó en las reuniones.

Y siempre reprendiéndome por mi semblante grave y se- vero, por la tristeza de mis miradas, y por la melancolía de mi sonrisa.

Clara siempre me estaba riñendo.

Sus gracias de niña, y sus epigramas de mujer no conse- guían hacerme reír como en otro tiempo.

Entonces se incomodaba, y me acusaba de ingrato.

Ingrato yo ! cuando la amaba mas q'^e nunca!...

En este estado se pasó mucho tiempo.

Por donde quiera que iba, me había de encontrar á Sara.

estaba en el teatro, su mirada parecía que me llamaba, hasta que la veía.

Entonces ya el poco placer que disfrutaba , desaparecía de mí.

Si en cualquier reunión conseguía algunos Instantes ador- mecer mis penas, la espresíon sarcástica y cruel de la hebrea, venia á recordármelas con doble fuerza.

En el paseo y en los bailes, en los conciertos y en el teatro, en todas partes había de encontrar á Sara.

Yo estaba resuelto á poner fin á aquel martirio.

Por entonces se declaró la guerra al emperador de Mar- ruecos.

Mi amigo Luis pertenece á los cazadores de Madrid, cuerpo (jue h^ sido destinado para ir allá.

996 EL HONOR

Yo también iré con él.

Oiiizá OQCiieQlrA en los peligros de que eslá preñado el suelo africano, el descanso para mis sufrimientos.

Tal vez también encuentre allí al buen anciano Isaac, de quien no he sabido en tanto tiempo.

Al menos si tuviera una familia, en el seno de ella depo-

silaria mis pesares, y seria menos desgraciado.

Pero solo en el mundo, los dolores llenan mi corazón, y este veneno me ahoga.

Tal vez no conozca á Isaac.

Han pasado tantos años sin verlo, que recuerdo muy con - rusamente sus facciones.

Si al menos viviera mi padre....

Pero ni de él ni de mis hermanos nada, únicamente una de esas grandes casualidades puede revelarme su existencia.

Está decidido.

Pasado mañana nos marchamos.

Cómo me despediré de Clara?

Todas las personas que me conocen han calificado de es- centricidad mi pensamiento de ir á la guerra.

Ninguno sospecha la verdadera causa.

Mejor, ¿qué le importa al mundo los sufrimientos de un hombre?

Si los conociera, se burlaría de ellos, y vale mucho mas, que no conozca lo que no puede aliviar, y lo que solo puede escitar su hilaridad

¿Cuándo volveré á abrir este cuaderno?

Lo ignoro, y quisiera no abrirlo jamás.

OE ESPAÑA

797

CAPITULO LIZI

Apéndice á las meraorias de Alberto.—Semana santa en África.— Aten- tado del general Ortega.— Pienipotenciarius españoles en Tetuan,

ABRAN visto ya nuestros lectores el conle- ^, nido de las memorias de Alberto. K^ Ahora y solo ahora se habrán podido esplicar algunos misterios de los que en- volvía la existencia del poeta. Sin embargo, aun quedan algunos por descubrir. Pero confiamos que en el corto espacio que nos queda para concluir nuestra obra, quedarán suficientemente despejadas to- das las incógnitas.

En la última hoja de las memorias de Alberto se velan trazadas algunas palabras.

708 EL HONOK

En la forma desigual de la letra, se advertía que la mano que la había trazado estaba muy poeo segura.

aquí lo que decía aquella especie de apéndice puesto al final dtí las páginas.

II

Últimos momentos de mi estancia «n Madrid,

A señorita Clara de Behnont$,

Son las doce de la noche.

Mañana parto y no si volveré.

Os debo Clara una esplicacion por la escena de anoche.

En las memorias que anteceden la encontrareis.

En ellas también se os descubrirá un misterio que tal vez no hayáis adivinado.

Yo tampoco hubiera descerrido el velo, sino hubiese sido por esta circunstancia.

Me marcho, y mas probabilidades hay de que no vuelva, que de que lo haga.

En osle momento solo es cuando puedo decir que os amo.

y esto lo confio al papel.

No me atrevo á ser yo mismo el intérprete de mi corazón.

Os vería, y tal vez entonces no tendría valor para marchar.

Esto como comprendereis nos traería inmensos dolores.

Os amo, y me lisongeo con la idea de que también me amáis.

Ya veis el enemigo tan implacable que tengo, y el solo patrimonio de nuestros amores, serian las lágrimas,

i)B ESPkU. 799

¿Para qué habéis de llorar vos, cuyos ojos no se han visto nublados por el llanto del pesar?

Si los dos hablamos de sufrir ¿no vale mucho mas que su- fra yo solo?

Hoy puedo decíroslo todo.

Os amo Clara, y creo que jamás podré olvidaros.

Puedo deciros que en mi vida no he tenido mas que dos amores.

Si Sara no hubiera variado de carácter, jamás os habría amado.

No sé, ni he sabido, ni sabré mentir.

Amaba á Sara por agradecimiento, por convicción, y por- que mi alma entera se hallaba concentrada en ella.

£1 agradecimiento lo apagó con su injusta conducta.

Mi razón me dijo que no debia amar á la mujer que me desconocía de tal modo.

¥ alma herida cual una sensitiva, plegó sus pétalos y se retiró de aquella otra alma que la acariciaba haciéndola padecer.

Entonces os conocí.

Mi alma herida buscaba un alma virgen y pura.

Mi alma necesitaba un ángel cuyo hálito encantador re- frescase sus enmohecidos goznes.

Vos me amabais con vuestro cariño de niña, y yo os lo agradecía desde el fondo de mi corazón.

Crecisteis y mi amor se acreció también.

Pero había una barrera insuperable»

Estaba Sara y nacimiento.

Hijo maldito de un tronco maldito taníbien, todos mis pa- sos por el mundo tienen que llevar impresa la fatalidad que pesa sobre raza.

Entreveo el paraíso, y tengo que renunciar á traspasar sus umbrales.

Os amo Clara, y me ausento de vos.

Cuando leáis estos renglones, ya estaré á algunas leguas de distancia.

800 EL HONÜB

Pero mi pensamiento desde donde quiera que me encuen- tre, vendrá á juguetear con vuestro cabello, y ix acariciar vuestra frente.

A Dios Clara rala.

Mis memorias empezadas en tierras tan lejanas fueron na- cidas de la pérdida de una ilusión.

La pérdida de mi vida, os traerá también mi último re- cuerdo.

A Dios, Clara, si me amáis, y queréis cumplir el último deseo de vuestro amante, olvidadlo, y seréis feliz.

III

Estas últimas palabras escritas por Alberto, y dedicadas esclnsivamente á Clara, eran las que mas lela la joven.

Dia por dia se reprochaba de no haber cumplido con el úl- timo deseo del poeta.

Pero dia por dia, conocía que le amaba mas. Ignoraba su suerte; creía que tal vez la muerte que iba buscando, le habría cogido en cualquier sitio desconocido, ó abandonado por nuestros soldados.

Fero después de esto, se decía otra cosa.

El poeta la había ofrecido su último recuerdo.

Ella creía con la candidez de la iaocencia.

Esperaba que un sacudimiento estraño de su corazón la avísase la muerte de su amante.

Y hasta entonces, si bien estaba triste, no había perdido la esperanza.

Y de Gsla manera, fluctuando siempre entre la duda de su felicidad ó de su amargura, pasaba los días de su vida.

DRESPAfíA, 80i

IV

La suspensión de hostilidades entre ambos egércitos con- tinuaba hasta la ratificación de los tratados.

Los moros de rey aplicaban todos los dias severos castigos á los de las kabilis que trataban de egercer e! pillage y ei saqueo en el campo español.

Los cristianos por su parte daban tregua á sus faenas y á sus rudos trabajos.

Todos esperaban ya con ansia el momento de volver á sus casas, y á la madre patria.

¿Y cómo no desearlo?

Hablan hecho cuanto humanamente era posible por vengar la ofensa inferida á su nación.

Dabian dejado puesta á una altura Inmensa, la honra na- cional.

Jlabian sobrevivido á aquellos meses de lucha continua con los elementos, con el terreno y con los hombres,

Y lodos aquellos valientes tenian al otro lado del mar una familia que con lágrimas en los ojos, daba gracias á Dios todos los dias por aquella paz, que la conservaba un hijo, un esposo ó un hermano.

Todos deseaban como hemos dicho antes, regresar á su patria.

Ya habían cumplido su misión.

La nación entera les daba gracias, y la nación entera le3 guardaba la corona de laurel destinada á los héroes para ceñir sus sienes al posar su planta sobre el suelo patrio.

Pero aquellos bravos, aun mas que las coronas, ansiaban los abrazos de las familias.

■(Tantas veces hablan creído que no las verian masl...

4 » i ........ »

101

S02 EL HOhOIV

Todas lus tropas habían viiollo á sus respeclivos campa- mentos.

En osle estado llegó la Semana Santa.

Todos los pik'hlos católicos en osos días do recogimiento, so drdican a la contemplación á¿ los sagrados misterios, y al senliinimlo causado por la muerte del hombre Dios.

N.idie mejor que los valienles de Afnca debian solemnizar osla Irisle seioana.

Nailie con mas motivos que ellos, para sentir aquellos pa- decimientos, y para dar gracias al Ser Supremo que les habia dejado vida para poderlos sentir.

En la pequeña iglesia de Tetuan se alzó un sencillo mo- numento.

No quedó un soldado, no quedó un general, que no fuera á arrodillarse devotamente, y á alzar sus fervientes oraciones, hasta el trono del Eeñor.

lió aquí como describe una carta del campamento, el mo* oamento elevado ca una tienda de los cazadores de Llerena.

«No quiero, nos dicen, pasar en silencio un acto religioso que tuvo lugar en mi batallón ayer, dia solemne de Jueves Santo. Eran las seis y media de la tarde cuando en una po- bre tienda del campamento apareció interiormente un monu- mento que absorvió la atención de cuantas personas habia en el campamento. Jefes, oíiciales y soldados se aglomeraron en derredor y no dejaron de admirar ¡dea tan religiosa. Algunos escapularios y un rosario con su crujílijo, cubierto de luto, eran las efigies que le adornaban, alumbradas por 28 velas, pendientes siete de una araña de cañas, y las restantes coloca- das en candeleros de lo mismo y que guardaban bastante si- metría. Allí, de rato en rato, alternaban jefes, oíiciales y sol- dados, rezando las estaciones, dando á conocer de esta manera

que aun en país africano no habian olvidado !as costumbres re^ Ügiosas de la palria.»

Nada mas crisliano, nada mas sencülo, nada mas sublime ^^ que aquellas muestras de gralilud y veneración rendidas por los rudos guerreros del combale anle aquellos símbolos do nuestra religión.

No habia templos suntuosos, no había monumentos ricos de adornos, no habla mas que una simple cruz de madera, y esto bastaba.

La religión católica no necesita altares para sentirse y comprenderse.

La naturaleza entera es el vasto altar 'donde el verdadero crisliano adora á su criador.

El corazón del católico tiene en si encarnada su religión, y en cualquier parte y de cualquier modo, alza sus ferv(>rosos ruegos al Supremo Señor, de lodo lo criado.

Los guerreros de la cruz, esos bizarros paladines que han peleado en tantos combales, que han liumülado con su altivo valor la indómita fiereza de los sectarios del Islam, y que en mas de una ocasión han pisoteado los estanflarles de la media luna, contritos y humildes se postraban ante la sencilla cruz que era su guarda en los cómbales, y su bienhechora en la paz.

Ene! campo, en la iglesia, en las tiendas, y en la ciudad, se oraba, y aquellas plegarias llegaban hasta los oidos del Rlnmo Padre, que senlia resbalar por sus megillas lágrimas de dulcí- sima emoción.

VI-

Tras de estas escenas tan dulces y tan tiernas es doloroso en eslremo tener que narrar oirás que repugnan y causan horror.

Descritos aunque pálidamente lanío rasgo, tanto egemplo

^04 BL HONOH

de lealtad valor y puliiolismo, la pluma se resiste á describir e! perjurio, la cobardía y la traición.

Mientras milJaies 'de valientes regaban con su sangre el campo de la gloria, un hombre solo trataba do arrojar una mancha infame, sobre el puro timbre de las armas eipailolas.

Hablamos del ex-general don Jaime Ortega.

Mientras el hijo vertía su sangre por la honra patria, el padre, trataba de llevar á cabo su deshonra.

Instrumento ciego de un partido, que no repara en los me- dios para conseguir el fin, fué á encontrar la muerte tras de su deshonor.

Flama podrida, fué á agarrarse á un tronco carcomido tam- bién, y al caer ella al suelo arrastró tras si á aquel árbol que cayó para no levantars3 mas.

Mientras que los hombres de todos ios colores politicos se unían y se estrechaban para dar su apoyo al gobierno en la cuestión puramente española que estaba ventilándose al otro lado del Estrecho, un partido solo acechaba la ocasión para derribar á aquel gobierno, hacer improductivos los sacriíicios hechos en el suelo africano, y sumergir á la nación en un caos de males sin cuento.

¿Y de que medios fueron á valerse? '

Medios que honran tampoco al que los hace como al par- tido que los consiente.

La Europa entera está conmoviéndose sobre sus eges.

Se presiente una gran revolución social.

iNo se sabe de donde viene ni á donde irá á parar.

Pero lo cierto es que se adivina.

Parece que en el aire que se respira, en el suelo en que se posa la planta, en todo lo que se contempla, se mira, y se sien- te, está esa revolución desconocida.

Todas las naciones la adivinan también,, y todas las na- ciones se preparan.

Y en este estado escepeional, en esta situación en que Es- paña especialmente está en ía mas crítica posición, pues sos- tiene una lucha en país eslrangoro, y al mismo tiempo tiene

que tener fija su vista en ese telón que oculta misterios tan desconocidos, en este momento es cuando el general Ortega abandona las islas Baleares, esas avanzadas tendidas en medio del Mediterráneo, y con toda su guarnición viene á la penín- sula á levantar el estandarte, donde por único lema puede leerse, traición, infamia, y deslealtad.

Cara pagó su falta.

Lejos nosotros, muy lejos de insultar las cenizas de ningún hombre siquiera, este haya sido el mas criminal del mundo.

Si D. Jaime Ortega faltó, ya ha sido castigado.

Para nosotros ya no es la cuestión del hombre, es la cueS'- tion del partido.

El hombre deja una esposa, deja unos hijos, seres desgra- ciados por la culpa de su padre.

Seres que la sociedad injusta las mas de las veces despre- ciará, como si ellos tuvieran la culpa de ser parientes de aquel desgraciado.

Y todo porque un partido, sin mirar mas que su interés, ha seducido á aqupi hombro, lo ha deshonrado á la faz del mundo, v ha envuelto en su deshonra á seres inocentes.

VII

Como cuestión de hombre la disculpamos, tanto porque ya ha espiado sn delito, cuanto porque aisladamente lodos los hombres estamos sujetos á errores, á faltas, y á crímenes.

Pero como cuestión de partido, no la podemos perdonar nunca.

Un partido donde hay cien cabezas distintas que raciocinan, donde se discute, y de la discusión brota la luz, donde hay in- teligencias que pueden encontrar otros medios mejores paia conseguir su objeto, es doblemente criminal solo se le ocurre para triunfar, renegar de su patria, porque renegar creemos que sea el contemplar impasibles las glorias de su nación, y

»0f; et HONOK

Iralar de apagar estas para elevarse sobre sus cenizas.

Pero vemos (jiie nos saüinos del círculo que noj» |liomos tra- zado, y aquí solo debemos ser los narradores de los hechos.

Mas la indignación que nos causó scmejanle alentado, ha conducido hasta nuestra pluma las palabras anteriores.

A los pocos dias después de haber fracasado la tentativa del ex -general Ortega, fué capturado el general carlista Ello.

Mus tarde el conde do Montemolin v su hermano caveron también en poder de nuestro gobierno

Algunas partidas facciosas se presentaron en diversos puntos.

Pero el espíritu público no estaba por tentativas de esta especie.

La nación entera exhaló un grito de indignación, y la na- ción entera hubiera perseguido á los rebeldes si hubiese sido necesario.

¿Y el gobierno qué hizo en estas circunstancias?

No recurrió al terror, no hizo alarde de fuerza, recogió cuantos hilos pudo de la tenebrosa trama que tantos males podia haber causado á España, y de todos los que habían sido criminales, solo cuatro ó cinco sufrieron la muerte.

D. Jaime Ortega fué nno de estos.

Y en él no se castigó al hombre de partido.

Se castigó al general que abusando de la confianza deposi- tada en él, abandona el sitio, puesto bajo su custodia, y con la guarnición de él, se viene á la península á dar el grito de rebelión.

Otro cabecilla en Palencia, y otros desgraciados pertene- cientes á las partidas de Baracaldo, sufrieron también la nena «apilal.

Satisfecha un tanto la vindicta pública, el general lílio y los ex-infantes fueron puestos en libertad.

La reina firmó contenta y sali>fecha el decreto de perdón para aquel primo, que trataba de arrebatarla el trono de sus padres.

Hubo momentos de una ansiedad inmensa.

OB ESVAñk. 807

Todo el iniinilo comprendió en toda su estension la falta de Ortega, y todo el mundo temió por aquellas Islas que habían quedado sin guardadores.

Esto fué lo primero de que el gobierno cuidó.

Inmediatamente salieron tropas, y su llegada devolvió la tranquilidad á aquellos isleños.

De esto modo concluyó esa asonada, cuyas consecuencias pudieran haber sido tan trascendentales.

Va\ vista de la conducta seguida por el pueblo én esta oca- sión, hemos dicho al principio de Cbte parra Ib, y volvemos á repetirlo, que id partido montemolista ha muerto por completo.

En los sitios donde se dieron los gritos de «Viva Carlos VI»

es donde se puede decir que están reconcentrados lodos los

carlistas, y sin embargo ninguno ha safido á defender esa bandera.

Y vale mucho mas que haya sucedido así.

De otro modo, no sabemos á doude hubieran llegado las cosas.

Hemos narrado este hecho porque hemos creído que á núes-- tros lectores no les disgustaría.

Por su carácter especial, por las circunstancias en que se ha verificado, y por las personas que han jugado en él, nos ha parecido digno de ocupar algunas páginas do nuestra obra.

Episodios como este, no debían pasar desapercibidos en eso cuadro heroico que estamos presentando bajo el título de a/i7 ffonoí' de España. ">)

Aceptadas las condiciones d3 la p.iz, y suspendidas hs hos- lílidades, no faltaban mas que los plenipotenciarios españoles, los que en unión de otros dos marroquíes habían de arreglar el correspondiente tratado.

Este cargo se confió al General í). Luis García, y al Sr^ Ligues y Bardají, empleado en el Ministerio de Estado.

fJ08 EL HONOn

Dicho Sr. se embarcó inmedialamenle para Teliian á cuyo punió llegó á principios de Abril.

Como lodo el mundo no pudo menos de admirar el buen estado, en que se hallaba la plazr, y los adelantos que habia tenido desde que el general Kios la gobernaba lan dignamente.

L'no de los plenipotenciarios marroquíes, residia en Moga- dor que está en el olro eslremo del imperio casi, v por lo tanto alli donde no existen caminos, se hacia todo mucho menos breve, por cuya razón, se pasaban los dias sin llegar aquellos.

Entretanto iMuley~el-Abbas, habia establecido su campo en las alturas de ^amsa.

Esto íué tanto con el objeto de estac mas cerca de la plaza para el momento en que empezaran las conferencias d¡plom;\- licas, como para que* sus tropas pudiesen mejor reprimir y cas- ligar á los rebeldes moros de las kabilas.

Estos no se avenían con la paz.

Enemigos de los cristianos, y amigos del pillaje y del sa- queo, no podía entrar en sus ideas, el ajuste de aquellas paces.

De aquí el que continuamente estuviesen molestando á nuestros soldados.

Por csla razón Muley-el-Abbas habia dado las ordenes mas severas para su castigo.

Donde se encontraba el crimen allí se castigaba al criminal.

Sin formación de causa, ni cosa que lo valga, el delincuen - le, era ó colgado de un árbol, ó cortada su cabeza.

Y ni aun de esta manera escarmentaba.

Cada dia habia egecuciones nuevas, y cada dia se repetían los robos.

Y en este estado de alarma, y en estos castigos continuos se pasaron los dias, y los enviados marroquíes llegaion á Teluan.

Desde entonces empezaron las entrevistas, y el tratado de paz empezó á redactarse sobre las bases que ya conocen nues- tros lectores.

ÜE ESPAfU,

809

CaPITULO UV.

Alberto Zelim Sara y Zaard se ponen en marcha para ir á saber la histod$i de los t:es hermanos. - Encuentro con uno de las peregrinos del El-Kassar- Faranan.— La loca de la montaña.

("^Sfe^

umpíiendo Zelim <;on lo que habia oíre- cido al invisible, se dirigió á las ruinas de El Kassar Faranan.

Roque el otro peregrino salió á re- cibir al joven.

En cuanto lo reconoció no fué dneño de contener una es- clanjacion de sorpresa.

Su frente se nubló extraordinariamente. Quién eres? le pregunto el peregrino. —Yo soy Zelina, hijo de AU-Zeüm, hijo de Ebu-Zelina Otsman. —Y que quieres? -^Comunicarte un mensage de parte de Ibrahim.

102

SI o EL IIO.NOtl

un mensage do parle de Ibrahim? dijo el criado. Si; y quó tiene eso de eslraüo? Nada, nada, y después prosiguió Roque como si liablára consigo mismo, tal vez era una figuración mia, pero se parece lanío!... Ibrahim está herido. üeridol ¿Qué quieres decir? Entonces Zelim le contó lodo lo que saben nuestros lec- tores.

Cuando el joven concluyó de hablar, le dijo el anciano. —Está bien, dile que iremos á verlo. Y Zelim, tras estas palabras, cumplida ya su comisión, se volvió á Miujuinez.

Ibraim estaba algo mejor.

Dio gracias á Zelim por haberse molestado, sin recordar para nada su enemistad.

Al dia siguiente, se^^un Sara habia dicho, se iban á poner en marcha para encontrar á la persona que sabia por com- pleto la historia de los tres hermanos. El peregrino no habia venido todavía. Alberto penetró en la estancia del invisible. Este volvió la cabeza, y le reconoció. Sacó una mano fuera de la cama y se la tendió al poeta. Este se la estreché con frialdad. —Vengo á verte por última vez como amigo, le dijo. Por qué? preguntó Ibraim.

i^orque rae marcho ahora, y cuando tíos volvamos á ver, ya estarás bueno, y en disposición de que ventilemos nuestra cuestión como conviene á dos caballeros. No te entiendo.

Entre y yo hay empeñada una partida hace muchos afios, ea la cual te has valido siempre de asechanzas, sin ala- car de frente; entonces ignoraba yo quien eras, pero hoy lo sé. y yo te obligaré á batirle conmigo. Es que yo no puedo ni debo hacerlo. Por qué razón?

—Porque á quien me hace m kmQÍiáú no puedo pa^ar con una ingralilud.

—No de que bcnoficio me hablas,

««-Tú me has salvado la vida.

sin saber quien era yo hubieses hecho lo mismo.

—Luego si tu me hubieras conocido, no lo habrías hecho?

-^Si; entonces no eras enemigo, eras un hombre qne sufria.

Y semejante nobleza desenlimienlos debo yo de pagar de alguna manera.

De ninguna; salvado del peligro nuestro odio, tiene que subsistir.

Ks que el mió se ha estinguido , dijo resueltamente Ibrahim.

Y el m1o se ha despertado con un vigor estraordinario, re^ puso Alberto.

Y yo trataré de perseguirte siempre,

—Trataré de ser tu amigo.

Despreciaré tu amistad.

Luego te encuentras decidido á continuar la partida?

---Sí.

Es que yo tengo mas probabilidades de ganar que tú, le dijo. el invisible que empezaba h incomodarse ya.

^o me han alhagado tus ofertas, mira tu si me impon- drán tus amenazas.

í^'n fin te he brindado con la paz....,

Y no he querido aceptarla, le interrumpió Alberto.

;Y dices que te marchas ahora?

Ya tenemos preparados los caballos,

Y Sara también?

—Si.

Pues mira, sin perjuicio de que seamos amigos ó enemi- gos, quiero que desde hoy veas en la lealtad y la franqueza. Vosotros iréis regularmente á buscar á Isaac ¿no es cierto?

Ks lomas probable.

A Lsaac no lo encontrareis.

Pues qué le ha sucedido? pregunió ei poeta sobresaltado,

Si 2 ti HONOR

Anlií? de venir yo á Mcquinez, di /tnlen par.i qufi lo co- gienin y acompañado do sus sobrinas, lo llevaran á mi palacio, qu.Mia tener rehenes, para que Sara me descubriera tu pa- ra'lero.

;Y qué mas? preguntó Alberto.

Toma esta corneta, le dijo el invisible, sacando una muy pequeña, que llevaba colp^ada al cuello eon un cordón de seda. To llegas al Riff y en cualquiera de las montañas que forman su cordillera, la llevas á tus labios, y lanzas tres sonidos, de los que el último sea mas fuerte y mas prolongado que los pri- meros, lüntonces te se presentarán algunos moros, y te pre- guntarán qué deseas, les enseñas este anillo, (y le entregó una sortija que llevaba en p1 dedo), y les dices que le enseñen adonde está el alcázar del invisible. Te llevarán basta él, y cuando entres, á mi mayordomo le vuelves á enseñar el anillo, se pondrá á tus órdenes; ya allí, buscas á Isaac, y lodos jun- t05; obráis como mejor os plazca.

III

Alberto tenia fija su vistn en e! invisible.

Parecía que queria leer hasta el fondo do su alma.

En la mirada del poeta había duda.

Temía que aquello no fuera una estratagema de Ibrahim, pa? a hacerle caer en su poder.

Este comprendió aquella mirada.

Eran dos hombres que habían nacido para entenderse.

Desagraciadamente eran enemigos.

Y su enemistad, atendiendo á sus voluntades de hierro, era muy difícil que concluyera, á no ser con la muerte de al- guno de ellos. -

Ibrahim, repetimos, conoció la duda del poeta. Tranquilízale, le dijo, le he ofrecido luchnr frenle á frente contigo, y no lo haré de otro modo, y saca de mi subter-

raneo al tio de Sara y á sus hermana*?, Mas tarde nos i'iicon-» Irareraoá lú'y yo.

En dónde? preguntó Alberto.

En donde quiera que te halles, en el momento en íftie yo esté bueno.

Luego tanto poder tienes?

íle tenido y tengo mucho dinero.

—Es verdad que con eso se tiene cuanto se desea.

Menos la amistad y el amor, contestó con amargura el invisible.

Volvió el poeta á mirarle con mas interés. Tras de esta mirada, volvieron á estrecharse las manos, y Alberto salió ih la estancia, diciendo entre sí:

No en que consisto que yo no puedo aborrecer á este hombre.

El invisible también estaba preocupado.

aqui, decia, el hombre que yo necesitaba para amigo.

IV-

Algunos minutos después, Sara y Zaard vestidas de hom- bre, cabalgaban airosamente sobre ligero? corceles de pura raza, en medio de Alberto, Zelim y Abdel-Abbns.

Dos criados seguían á este grupo, conduciendo dos came- llos con la tienda y las provisiones.

La pequeña carabana solió por una de las puertas de Me- quincz y se perdió por entre los olivares que crecen en sus cercanías.

ün hombre los había ido siguiendo á alguna distancia.

Era Benjamín.

Espiando constantemente la casa donde estaban ocultos, los víó salir.

Los siguió hasta el campo, y se detuvo contemplándolos con una sonrisa de cruel satisfacción.

^ 1 \ fl HONOfc

Ya estáis en mi poder, y iíu os escapareis ahora, dijo lom;u)(lo la vuelta hacia ciudad. 01n, seftor tiinanlo, dijo en esto una voz á sus espaldas». Una mano bastante pesada cayó sobre su hombro, y le apretó de una manera que no tenia escape, nenjamin conoció aquel acento y tembló., —¿Qué hacías aquí miserable, le dijo el que le oprimía. Estaba....

Fraguando sin duda alguna infamia, no es eso? Ea, ven conmigo. —A dónde?

—Tú calla y marcha delante.

El desconocido no era otro que el peregrino de las ruinas de EUKassar-Faranan.

Benjamín que le había reconocido, temió por las conse- cuencias de aquel encuentro-

Hubiera dado cuanto poseía por poderse librar de él. Pero era imposible.

El anciano tenia unas fuerzas hercúleas, y había soltado el cuello del hebreo para cogerle por un brazo. No había mas remedio que seguir adelante. Atravesaron multitud de calles y callejuelas, y Benjamín vio con un terror creciente que penetraban en la que estaba la casa donde se ocultaba el invisible.

Llegaron á la puerta, y el hebreo se detuvo. Qué significa esto? preguntó el peregrino. Que yo no sigo, sin saber donde voy. ¿Y quién eres para que yo le cuenta de mis accio- nes? entra en esa casa. Nunca. Por qué? Porque.... no debo. Es mi voluntad, y entrarás.

Y tras estas palabras díó un fuerte empujón, y penetro tras él en el sombrío zaguán de la casa.

Í>É ESPAÑA 8 1 O

Enlrelanlo los cinco viageros, muy ágenos de ser espía- dos, siguieron Iranquilamenle su marcha algunas horas.

Ya á bastante distancia de la capital» Alberto preguntó á Sara.

¿Y hacia dónde nos dirigimos?

Hacia Teluan.

Para qué?

—Para ver á mi lio, él puede decirnos lo que deseamos saber.

—Para eso no tenemos que ir á Teluan.

Qué quieres decir? preguntaron á la vez Abdel, y Sara.

Que Isaac, y tus hermanas están no on Telavven, sino en el palacio del invisible.

Quién te lo ha dicho!

*— Él mismo, y me ha dado los medios para que penetre- mos en ól.

Luego las amenazas que me hizo estaban ya realizadas.

¿í, queria obligarte por ese medio k que íe descubrieras Bai paradero.

Que eijuivocado estaba; dijo Sara arrojando una mirada de iniinilo amor al poeta.

Conque entonces lo mejor será que espoleemos á nues-^ tros caballos, para llegar cuanto antes, dijo Zelim.

Sí, sí, ciUTamos, anadió Abdel.

"^Tengamos presente, dijo Alberto, que Zaard no está acos- tumbrada á semejante modo de viajar, y se fatigará dema-» siado.

No, por no os detengáis, dijo la amada del hermano del poeta, yo ahogaré mi fatiga, y os seguiré como pueda.

Lo mejor será que cuando te canses, te coja yo, y te lleve sobre mi caballo.

816 EL HÜNÜh.

Tienes razón, Zeliiii, conlesló Alberto, eso será lo mas acerlado.

Y lias estas palabras, conformes lodos en lo que babian de hacer, emprendieron una carrera frenélica en dirección al UilT.

VI.

Aquella noche plantaron sus tiendas á bastante distancia de Mequinez.

Cada uno de los tres hermanos estuvo velando durante ella para evitar cualquier sorpresa.

A la mañana siguiente volvieron á emprender su cami- nata, y al inmediato dia, ya en las últimas horas de la tarde, divisaron la cordillera del Uiff. .

Al otro penetraron en ella.

Entre dos montañas que lo protegían se alzaba un aduar, por el que tenian que atravesar nuestros viageros.

El ruido de los caballos atrajo á su rededor una nube de chicos y mujeres.

Hombres habia muy pocos.

La mayor parte estaban en la guerra, y solo rostros fe- meninos, aunque curtidos completamente por el sol y las fae- nas del campo, fueron los que se presentaron á I03 ojos de nues- tros amigos.

Entre las mujeres que fijaron sus curiosas miradas en ellos, una sobre todas llamó la atención de Alberto.

Era de una edad mas bien avanzada que otra cosa.

Sin embargo en aquella íisonomia se leía en las arrugas que la surcaban mas los trabajos y los disgustos que los años.

Su mirada que tenia algo de insensata se lijaba en los hombres.

De estos iba á las mujeres, y en seguida á los camellos.

Alberto se detuvo á mirarla.

Los demás siguieron su camino.

DE ESPAÑA. BIT

La mujer no pudo menos de fijar su atención en aquel hom- bre que estaba algunos pasos de ella.

Le miró una y otra vez.

Sus ojos fueron sucesivamente espresando multitud de afec- tos diferentes.

Sus labios se agitaban convulsivamente.

En aquel instante Zelim llamó con mas insistencia á su her- mano, y este después de arrojar una última mirada sobre aque- lla mujer, corrió á reunirse con sus compañeros.

En cuanto á ella siguió mirándolo hasta que casi lo perdió de vista.

Entonces una lágrima asomó á sus párpados.

Estendió entrambos brazos, y cayó al suelo murmurando débilmente. Hijo mió!.,..

Acudieron inmediatamente á socorrerla niños, mujeres y ancianos, y todos se preguntaban unos á otros con un acento de vivísimo isterés. ^¿Qué le habrá pasado á la loca de la montaña?

i 03

818

EL nONOH

CAPITULO LV.

Venida de tropas á la península. Conversación entre el peregrino y el in- visible.—Benjamín. —El banquero Céspedes en Melilla,

OS plenipolenciarios marroquíes llegaron por jin á Tetuan.

Ininedíalamenle empezaron las con- ferencias cliplomálicas para la redacción de los tratados, y la mayor cordialidad I reinaba entre unos y otros. La e.stacion entretanto avanzaba rápidamente y con ella las enfermedades.

Era de absoluta necesidad el que se desahogara de tropas aquella población y sus cercanías.

Se habia hecho lodo lo posible por darle mejores condicio- nes sanitarias á Tetuan.

Pero todo era en valde.

Llevaba consigo un no se qué de insalubre, que cuantos medios se ponían en juego para contrareslar aquel mal^ eran infructuosos.

El general Rios había hociio que fueran de Ceuta cien pre- sidiarios para que se ocuparan de la limpieza de las calles.

Lo hicieron, pero ni por esas cedían las enfermedades.

Y era altamente doloroso ver que morían algunos hombres que habían salido perfectamente en tantos combates, y que ya solo esperaban el momento en que se les diera la orden de marchar para abrazar á sus familias.

El duque de Tetuan conoció la necesidad que habia do en- viar tropas á la península.

El general Echagüe con algunos batallones de su división, fué el primero que se embarcó para Valencia.

;,Oníén seria capaz de describir el entusiasmo de la ciudad del Cid, al recibir en su seno á aquellos valientes que tanto habían sufrido por la patria?

Nuestra pluma es impotente para eso.

El gefe del primer cuerpo del egército, al frente del batallón de cazadores de Llerena, hizo una verdadera entrada triunfal.

La ciudad de las flores dejó sin ellas sus jardines para arrojarlas sobre las frentes de los vencedores del Serrallo y de Gualdrás.

E! ayuntamiento ofreció al digno general una corona de oro que este colocó inmediatamente en la bandera de los de Llerena.

.íátiva también ofreció al héroe de Angghera las insignias de la dignidad con que S. M. le habia honrado.

Y el pueblo entero le daba otra corona mas grande, mas rica, porque era la corona de su agradecimiento.

En todas las calles que atravesaron, por donde quiera que fueron, los pies de los soldados que se habían estampado mas de una vez sobre las áridas y peladas rocas de sierra Bullones, sierra Bermeja, y los montes de Samsa, se asentaban sobre una alfombra de flores,

^20 BL HONOR

De lodos los balcones llovían flores, coronas y dulces.

En todos los balcones, las bellas hijas de Valencia agila* ban sus pañuelos con un entusiasmo indescriptible.

Mil versos vagaban por el aire en las finas hojas de papel, y caian sobre los bravos que los hablan inspirado.

Para los soldados hubo cigarros y abrazos, y todo cuanto UB pueblo entusiasta y agradecido puede ofrecer á unos héroes.

A cada instante eran detenidos por aquellas masas que no se cansaban de admirarlos ni de victorearlos.

Ni la lluvia fué capaz de entiviar aquel ardor, y aquel fra- Bélico delirio.

II.

Y no fué esta la sola ovación que los valencianos tribuía^ ron al egército de África.

El regimiento de Borbon y dos baterías de artillería rodada también la tuvieron inmensa.

Aquellos heroicos hijos de España, que de tantos laureles se cubrieron el 25 de Noviembre, recibieron también el tri- buto de un pueblo, fanático admirador de las glorias patrias.

El célebre corneta Julián Franco, que cogido por los moros» no tuvo otro medio para salvarse que el ingenioso de tocar el paso de carga, fué conducido en triunfo por los valencianos.

El mismo general Concha no fué dueño de contenerse cuando vio á aquel niño casi, y le arrojó su petaca.

Una porción de paisanos llevaban tras él los obsequios que de todas partes recibía.

El pueblo pidió á sus gefes que le permitieran tocar el cé- lebre paso de ataque, y durante su tránsito sonó la corneta repetidas veces con aquel toque que lanío terror inspiraba á jos marroquíes.

j3| delirio de la multitud llegó á su colmo,

fiSPA!)A. 821

Nadie se cansaba de mirar al corneta, y todo el mundo se disputaba el placer de estar cerca de él.

En resumen, hemos visto los obsequios y las recepciones hechas en casi todas partes á los soldados que vuelven de África; pero como en Valencia ha habido tan pocas que casi nos atrevemos á decir, que esceptuando Barcelona, todas ae h^n quedado muy detras, inclusa la misma corle.

III.

Digamos también cuatro palabras sobre el desembarque del general Prím en Alicante.

Inmediatamente que penetró en el puerto el buque que conducía la héroe de los Castillejos, las autoridades pasaron á bordo á darle su mas sincero parabién.

Al conde de Reus acompañaban sus bizarros voluntarios cátales, y los batallones de Chiclana, Arapiles, Barbastro, Navarra y Toledo.

Asi que desembarcaron con el general á su frente, las pa- lomas, los versos, las flores y los dulces, formaron una espesa nube sobre las cabezas de los vencedores de tantos combates.

Llantos y risas, placémenes y abrazos, formaban una ar- monía eslraña é indescriptible.

El general Prira, el hombre que habia visto cien veces la muerte revolotear por encima de su cabeza, y en su roslro no habia aparecido la mas mínima muestra de temor, se sentía poseído (le una emoción inesplicable.

Tanto él como sus soldados iban cubiertos materialmente de coronas y flores, y tanto él como sus soldados fueron ob- geto de las mayores atenciones por parte de los alicantinos.

Jamás podrá borrarse de la memoria de estos aquel día. porque este formará una ¿poca en la historia de la población.

Allí esperaban ademas al general Prím todas las mas dul- ees emociones de familia,

822 EL HONOR

Su esposa había ido á esperarle h aquel puerto, y gozosa y palpilanle senlia temblar en sus ojos las lagrimas al ver las demoslraciones (le que era obgelo el ser mas querido de su corazón.

Corramos un velo sobre eslas tiernas espansiones del alma, y no atravesemos ese santuario de la familia [donde todos los ojos eslraños son indiscretos , porque ninguno comprende en toda su estension los goces 'sublimes del hogar doméstico.

Qwvv/o ,;;tmuiiihv .^ «v^i üVqI

IV.

Pálido como un cadáver, y mudo como 61, penetró Benja- min en la estancia del invisible.

Con el cabello erizado, y desencajado el rostro, contem- plaba aquel lecho, desde el cual 'Ibrahim le clavaba los ojos con una fijeza espantosa.

El hebreo tampoco podía apartar los suyos de aquel sitio.

Una atracción estraña le atraía hacia allí , y le fascinaba completamente.

VA peregrino cruzado de brazos contemplaba impasible aquella escena.

Algunos minutos duró semejante estado.

Ninguno de ellos rompía el silencio, y este se hacia cada vez mas solemne, mas sombrío, mas aterrador.

El invisible parecía que había concentrado todo su odio, to- do su aborrecimiento hacia Benjamín en su mirada.

Este espresaba su remordimiento, y su espanto en sus ojos también.

Y el peregrino dejaba vagar sus pupilas desde el uno al otro, y una sonrisa desdeñosa plegaba sus labios de cuando en cuando.

Por fin se dirigió á Ibraim. y le dijo: Creo que no te podrás quejar de la presa que te traigo. Oh! te aseguro que no podías haberme hecho presente mejor.

ESPAÑA. 823

Vamos, vamos, veo que os aborrecéis todo lo mas cor- dialmente que podéis, y lo peor es que también yo aborrezco á esta víbora, y ya que la tenemos en nuestro poder, seria- mos unos tontos sino la aplastásemos para que no hiciera mas daño á nadie.

Benjamín de pálido que estaba, se puso casi verde. El acento con que habla pronunciado el peregrino las últi- mas palabras, le hizo estremecerse.

Consiguió hacer un esfuerzo para dominar su terror, y pre- guntó con voz insegura.

¿Y quiénes sois vosotros para juzgarme y castigarme?

—Pobre necio!... Contestó el peregrino con un . acento de compasión desdeñosa, ¿ignoras que los gefes supremos de la asociación somos nosotros?

No; que lo sois ¿pero de qué crimen se me acusa?

Miserable! gritó Ibraim en el colmo del furor, ¿te atreves aun k preguntarlo.^ ¿quién fué quien me redujo á prisión?

¿Y quién fué el que dio parte de tu evasión, y el que estu- vo á punto de estorbarla, añadió el peregrino.

Qué quieres decir?

La verdad, éste infame aspiraba á ocupar tu puesto, y trataba de deshacerse de tí, y de á costa de cualquier cosa, pero él ignoraba que nuestra asociación tiene adeptos en to- das partes, y que tengo todas las pruebas de su crimen.

—Y que será lo que haréis conmigo, preguntó el hebreo»

Contigo!.. . juzgarte lo primero.

¿Y quiénes sois vosotros para juzgarme?

Tus verdaderos jueces; has cometido un crimen contra el gefe de la conjuración, has revelado al emperador secretos respecto á ella, le has hablado también en contra mia, y ya sabes que en las reglas de la sociedad se castiga con la pena de muerte al traidor.

—Según eso, me matareis?... dijo Benjamín sintiendo cir- cular por sus venas un frió terrible.

Ya lo creo!... y si cien vidas tuvieras, perderías laá ciento, y aun serian insuficientes para espiar tu delito.

8Í4 EL HONOR

'"' Maestro, t«ngo mucho que hablar contigo, interrumpió en esto Ibrahim, dirigiéndose al peregrino.

En seguida voy á complacerte, y agarrando al hebreo por el cuello, lo sacó arrastrando de la estancia, y lo llevó á la inmediata.

, Allí se quitó la larga faja que ceñía su talle, y le amarró con ella las roanos y los pies

Hecha esta operación, y convencido de que no podia es- caparse, le dijo:

Aquí te estarás hasta que nosotros concluyamos de ha- blar, y despuos te vendrás conmigo, cuenta mucho con lo que haces, pues si das un grito, los soldados del Xerife le cogerán, y sus verdugos no aguardarán á que te juzguen para cortarte la cabeza.

Y tras estas palabras se dirigió otra vez tranquilamente hacia la habitación del invisible.

IV

Vamos ya puedes hablar, dijo el peregrino á Ibraim.

Estás seguro de que nadie pueda escucharnos?

Sí; el judio está fuertemente amarrado en uno de los es- Iremos de esa habitación, y por lo tanto imposibilitado de acercarse á esa puerta.

Pues bien, acércate mas.

No podrás imaginarte á quien he tenido aquí hasta hace cosa de dos horas.

Si no me lo dices....

—Han estado junto á mi lecho los dos hijos de Abrahara.

—Ira de Diosl gritó sia poderse contener el peregrino ¿y dónde están?

En el camino del Riff.

—Oh! corro en seguida.... Y el peregrino dio algunos pasos hacia la puerta»

OE ESPAÑA* 825

Pero la voz del invisible le detuvo.

Escucha, aui) no he concluido.

Habla, ¿qué ha pasado?

Yo mismo les he facilitado algunos medios para el mejor resultado de su viaje.

—Tú!...

Si, yo; también estaba Sara con ellos.

Y también se ha escapado?

También.

Pero y nuestra venganza?

He renunciado á ella.

Qué quieres decir?

La verdad, ya te esplicaré las razones, y no dudo que mismo los perdonarás.

Nunca.

No sabes lo que ha pasado, y por eso hablas así.

Aunque me hubiesen hecho el favor mas grande, no los perdonarla.

Te ciega lu rencor, y no me estrafla.

¿Y acaso mis motivos son como los tuyos? eres un niño aun íbraim, á tu edad las impresiones de un momento, borran los odios de años, pero á la mia sucede al contrario, cada dia que pasa, añade un quilate mas ú ese deseo de ven- ganza que ocupa nuestro corazón.

En el semblante del peregrino se leia una resolución in- mutable.

íbraim comprendía qu« nada haria ceder al anciano.

Parece imposible que aun no conozcas a los hombres.

Pues me creo conocerlos bastante, dijo el invisible.

—Qué te han hecho esos hombres?

«—Salvarme la vida.

«—Por cálculo.

No me conocían aun.

—¿Quién le lo ha dicho?

—Ellos mismos,

Una razón mas para que le engañasen,

104

82é EL HONOR

Imposible, hoy acentos en que se lee la verdad. Hay aceiiloá (pie se saben (injir poifeclauíeulc. Vu he creidü en esle. Pucá le has en;;anado. Oiiicro sí'guir cievendü en mi engaño. V dices (jüo Sara e^laba con ellos? S¡.

Y dudas todavía de (|uc lodo no haya sido un cálculo infame? le lemán miedo y.... Esos hombres son incapaces do tenor miedo. Huenlame el medio de que se han valido para salvarle la vida.

Ibraim conló al peregrino lo que saben nuestros leclorcs. No se omiliü nada, ni aun las palabras que habían me- diado entro ci poeta y el, antes úd salir de la casa en que estaban.

El anciano le escuchaba con una atención cstraordinaria. Su frente se piegaba ó se desplegada según las'iinpresio- ues que le causaba lo que estaba escuchando.

Cuando Ibraini acabó de hablar, no dijo una palabra. Estaba recapacitando lodo lo que había oído.

V.

*— Con qU3 ahora, dimo ¿crces*que haya sido la fría razoo la que ha)a iaipulsado á los hijos del joyero á salvarme la vida?

—Si.

Está vislo, le has empeñado en ver las cosas á través del prisma mas malo que hay, y...

Eso es el verdailero, ¿y dices que les has dicho que fue- ran á lu palacio subterráneo?

^í; le hadado los medios de que se ha de valer para peneirar en ci.

Y que modios sm esos?

—Una sortija y una corneta.

Pues no tiene una entrada especial solo conocida do y de mí?

Si; pero no habla necesidad do que nadie mas eole- rase de ella.

^las hecho bien.

—Y quien har en lu palacio?

Ohl lo que os ahora tengo una mullil.id de huéspedes.

Vnmos, Ihraim, has cometido una locura que yo trataré de remíMÜar, dijo el poregrino con un acenlo eslraño.

—Olió quieres decir? pregunló el invi.Mhic sorprendido.

One si has renunciada á tu vonganzi, yo no, y que inmediatamente voy á ponerme en camino para satisfacerla.

ímposibla.

Ya lo verns, no te hallas en el caso de impedirla, y yo tengo necesidad de egecularla.

—Eso seria una infamia, gritó Ibraím.

—Infamia se poga con infamia; también lo era la que su padre hizo conmigo.

Y el peregrino dio algunos pisos hacia la piiorta, Espérate, escucha, perdónalos como yo. —Nunca.

^ero....

No hay remedio, yo castigaré en el hijo el crimen del padre. Yo te lo suplico. Y no puedo complacerle. A Dios.

Y abrió la puerta y salió á la estancia inmediata.

Un grito que espresaba una anguslia inmensa, un dolor desesperado y una rabia infinita, se exhaló de los labios deí peregrino.

Benjamín no estaba allí.

¿Cómo se habia escapado?

Por donde habia sabido.

Nadie lo supo en la casa.

oii KL HONOA

Nadie le había visto.

La faja con que habia sido atado, estaba en el suelo.

Ningún vesti^MO mas de su permanencia, se veia en toda la habitación.

El invisible se retorcía las manos con desesperación.

El peregrino estaba furioso.

Pero uno y otro no tuvieron mas remedio que conformarse.

El peregrino le habia inutilizado todos los medios, pues habia hablado con el emperador, y le habia descubierto todas las astucias del hebreo.

Por manera que nada tenían que temer por ese lado.

Calmada un tanto su rabia, el peregrino abandonó la casa de Ibraim.

Cuando salió al campo en dirección á sus ruinas, una som- bra se deslizó tras él.

Muy ageno el anciano de ser espiado, siguió apresuradamen- te su camino hacia El-Kassar-Faranan,

VI.

Tiempo es ya de que nos ocupemos del banquero Céspedes.

Inmcdiataraenle que recibió la carta del invisible, se di- rigió á la corte.

Recogió la caja, causa de la prisión de su hija, y en vano buscó la cerradura.

El avaro no podía resignarse de dejar aquel obgelo, sin sa- ber al dinero que tenia que renunciar.

Quería saber cuanto le costaba el recobrar á su hija.

Pero su curiosidad no pudo ser satisfecha.

Llevó la cajita á los mecánicos mas inteligentes de Madrid, haber si por casualidad encontraban un medio de abrirla, pero lodo fué inútil. *

Nadie pudo dar con el oculto resorte.

En este estado, viendo que el plazo marcado iba á espirar, se decidió por dirigirse á Melüla

m ESPAÑA §29

Volvió á embarcarse en Alicante, y llegó á la plaza fron« teriza al Riff.

El banquero sufría borribí emente.

De un lado estaba su interés de hombre material y ape^ gado al dinero.

De otro estaban sus sentimientos de padre.

Y sin embargo habia momentos en que sentía mas de- volver la caja que recobrar á su hija.

Y esto se comprende bien, en la clase de hombre que era. En este estado llegó el día que espiraba el plazo.

Su angustia era cada vez mas grande.

A cada instante se creía que le iban á arrebatar su que=^ rido tesoro.

Pero pasó el diá y nadie se presentó.

Céspedes respiró mas libremente,

Pasó el siguiente y otro y otro, y entonces el banquero pensó en su hija.

Qué la habría sucedido?

Una inquietud mortal se apoderó de su corazón.

Pensó dirigirse á las autoridades, pero aquello había de atraer esplicaclones y estas no le favorecían mucho.

Y los días transcurrían y nadie se presentaba á reclamar aquel obgeto que tantos sinsabores le causaba.

No sabía ni que hacer, ni que pensar. ''•' Los cuidados de su escritorio, y sus negocios le llamaban á la corte, y no se atrevía á marchar.

Y en este estado pasaba el tiempo, y el banquero se deses- peraba sin que en su desesperación encontrase un medio para salir de ella.

830

Si HONOft

CAPITULO LV

Entrada de tropas en algunas provincias. Diversos batallones se van di- rigiendo liácia la capital para veriíicar la entrada oficial. Escenas en el palacio subterránea del invisible.

XT^

ESPUFs de haber desembarcado ios ca- tíilfir.cs en Aiifír.íe volvicrrn á sus bu- ques para ce i liruar n\ iraubs bacía Barcelona.

Aquellos héroes eran dignos de los

festejos que la capilal del principado les reservaba.

Vencedores en Teluan, leones en Vad-Ras, é invencibles en Guaidras, se habían hecho acreedores á que la posteridad, V sus contemporáneos les dieran el dictado de héroes.

En tres combates se han encontrado, pero puede decirse que han sido los únicos grandes de toda la campaña.

Ya lo hemos dicho el mayor elogio que de lt)s voluntarios

DE ESfAfÍA, 831

catalanes puede hacerse, es el reducido numero que vuelve á su palría.

Por donde quiera que pasaban eran objeto de las mayores demostraciones de enlu.>iasmo.

Barcelona les esperaba con una ansiedad inmensa.

Creemos que nuestros lectores no \Qiái\ con disgusto la descripción dol frenético delirio con que los barceloneses cele- braron la vuelta de sus hermanos de África.

Nos eslenderemos un poco mas sobre estos detalles, porque ha sido la caj)ilal donde mas se ha solemnizado la entrada de los soldados, inclusa la misma corte.

Entusiasmo que hobla muy alto en favor de esa capital que en esta ¿juerra ha dado tan repelidas muestras ^de lealtad, y patriotismo.

U

aqui la descripción de esta magnífica fiesta, según los periódicos y los testigos oculares que nos la han referido.

uComplela y entusiasta fué ayer la ovación tributada por Barcelona al valiente ejército de África, representado por el brillante batallón de cazadores de Arapiles y las cuatro com- pañias de voluntarios catalanes. Una inmensa multitud les sa- ludaba y victoreaba al desembarcar en nuestro puerto, arro- jándoles mullilud de ll'.M-es. y coronas. Los botes que les con- ducían apenas podian atracar en el muelle. El público contem- plaba con interesante solicitud aquell js grupos de valientes, en cuyo rostro y en cuyos destrozados uniformes se leian los estragos de la guerra y los rigores y privaciones sufridas en el suelo africano.

Muchas personas derramaban lágrimas de ternura, entre tanto que otras buscaban con solicito afán entre las lilas de los voluntarios á sus hijos y á sus hermanos. En medio de esta es- cena de espaasion y de universal regocijo, hubo una madre quo

í^32 EL HONOR

al preguntar por el fruto de su cariño, perdió el sentido al sa*- ber que tenia que llorarle por muerto en la batalla de Gual- drás. Ai propio tiempo velase un hijo estrechando en sus bra- zos á su anciana madre desmayada á la fuerza del gozo; un marido y una esposa cambiándose los abrazos y bañándose re- ciprocamente el rostro con lágrimas de placer y alegría, el hermano, el deudo y el amigo apretando contra su pecho al amigo, al pariente lleno de satisfacción por tan grato encuen- tro, y en fin, repitiéndose á cada paso tan tiernos afectos que mas^de una vez nos hicieron derramar lágrimas de espansion y de ternura.

Los cuerpos de la guarnición estaban formados sobre el anden y frente á la Machina. El esceientisimo señor general segundo cabo recibió, revistó y arengó á las fuerzas espedicio- narias, y después de haber desfilado estas por delante de di- chos cuerpos, se situaron á retaguardia de los mismos. Los voluntarios, que formaban á la vanguardia de sus compañías, iban loüos ellos ariñados de espingardas, varios otros osten- taban con orgullo gumías y otras prendas cogidas á los mar- roquíes.

h Los alumnos de la universidad, de todos los institutos de enseñanza y de las escuelas públicas formaban numerosas co-> mitivas, entre las cuales ondeaban multitud de banderas y es- tandartes. Unos precedían á un carro triunfal, en el que se colocaron varios voluntarios y cazadores de Arapiles. Otros acompañaban á otro carro triunfal en que se vela representada á Barcelona repartiendo palmas á los vencedores de África y dos estatuas que simbolizaban la paz. Entre estas comitivas figuraban varias músicas y coros, distinguiéndose, cantando himnos patrióticos, los alumnos del Orfeo barcelonés y de las escuelas del ayuntamiento. Todos ellos repartían -llores y coro- nas á las tropas.

El retardo de la llegada del Duero y el no poder vencer ios obstáculos que la multitud oponía á su paso, fué causa que hasta después del mediodía las tropas no pudieran emprender 3U marcha, caminando entre confusos apretones y confundidos

DE ESPAÑA; §3S

soldados y voluntarios cou el paisanaje que se entremezclaba en sus filas. Barcelona saludaba con trasportes de júbilo á los que defendieron con decidido y con heroico esfuerzo los ultraja- dos derechos de la madre patria. Ellos vuelven ricos de honra y de gloria al seno de la misma, después de haber sellado con su sangre el suelo africano.

Delante de la primera calle de la Barceloneta habia una elegantísima tienda, en la cual debia recibir á las tropas en nombre de la provincia de Barcelona la diputación provincial presidida por el gobernador interino don Manuel Moyano. Allí estaban reunidas las principales corporaciones, la audiencia, el cuerpo consular, la universidad, el consejo de provincia, etc., el ayuntamiento, formando cuerpo, y presidido por el señor alcalde corregidor, y el venerable prelado de la diócesis con una comisión del cabildo.

También estaba en dicha tienda la anciana madre del es« forzado conde de Ueus, orgullo de nuestra patria. Grande de- bia de ser la satisfacción de esta señora al saludar á los que se han cubierto de gloria peleando al lado de su heroico hijo. Tam- bién se encontraban en dicha tienda los milicianos veteranos. En medio del desorden que reinaba allí y en todas partes, fué imposible que las tropas formaran en masa. El señor Moyaao leyó con esforzado acento una alocución que fué contestada con entusiastas vivas.»

III

A la entrada de^la plaza de Palacio se levantaba un mag« niQco obelisco. Representa un gran pedestal adornado con gru- pos de trofeos militares, simbolizando los institutos do todas armas del ejercito y marina, los tercios vascongados y las com- pañías catalanas.

Sobre una pilastra en cuyo frenta se ve á la Historia escri- biendo las glorias nacionales de África en 1860, y descansan-

105

«54 EL noNÜR

do sobre cualro duradoü grifos que sostienen coronas de laurel, se una hermosa y colosal ligura que représenla á la España coronando á los venc^^idores. En el propio pedestal, en sus di- ferentes caras, se leen tres inscripciones. Dos de ellas son unas beruiosas palabras pronunciadas por O'Donnell y Oló^ga en el Parlamento; las otras son un fragmento de la bella oda del inmortal Quintana á Guzman el Bueno. Dicen así:

«El J)ios de los ejércitos bendecirá nuestras armas, y el valor de nuestros soldados y de nuestra armada hará ver á los marroquíes que no se insulta impunemente á la nación españo- la, y que iremos á sus hogares á buscar la mas cumplida sa- tisfacción.»

uHoy es dia de sentir el placer inmenso de que seamos to- dos españoles, y nada mas que españoles, recordando los bue- nos tiempos de la antigua monarquía con la de la monarquía constitucional, llevando la gloria de nuestras armas al territo- rio de África, donde tanto alcanzamos en otra época, donde hace siglos que nos está esperando.»

¿Quién diera á mi deseo tantos lauros contar? Cada llanura fué campo de batalla, cada colina vencedor trofeo: los mismos sitios que el baldón miraron, miraron la venganza, y las afrentas en torrentes de sangre se lavaron. »

Ea la citada plaza había un espacioso tablado destinado pa- ra las personas convidadas y otro para el ayuntamiento y per- sonas de su séquito. Allí, como en el muelle, no ha sido dable que las tropas formaran en masa para escuchar la enérgica cuanto patriótica felicitación que en nombre de Barcelona y la corporación municipal les ha dirigido el digno presidente de esta última, don José Santa María, al ofrecerles las coronas de laurel para la bandera del batallón de Arapiles y el banderín de las compañías de voluntarios. El Excmo. é limo señor obis- po también dirigió á los recien venidos su autorizada palabra,

tíE ESPAÑA, 835

manifestándoles que, asi como les babia bendecido el dia de embarcarse para ir á la guerra, les bendecía de nuevo ahora que el Dios de las batallas habia coronado sus esfuerzos, pri- mero con repetidas victorias y últimamente con la conclusión de la paz. Magnífico era el golpe de vista que presentaba la plaza de Palacio cuajada de espectadores sobre los cuales caían un diluvio de impresos y poesías, en tanto que las auforidades arrojaban coronas y flores sobre las filas de los soldados y de los Voluntarios.

El tiempo no se mostró propicio á la solemnidad de tan gran dia, y empezó á llover con gran descontento de la pobla- ción entera» cuando las tropas y su bullicioso y festivo cortejo emprendían la marcha por la carrera trazada.

En el paseo de Isabel II y entre la casa de la Lonja y la de Xifré una numerosa y patriótica comisión de vecinos de Bar- celona aguardaba á los héroes de África. Al desfilar frente á ellos el batallón de Arapiles, el conocido poeta don Víctor Ba- laguer tomó la palabra en nombre de la comisión, y en un corto, pero sentido discurso, felicitó á los bravos oficiales y sol- dados de Arapiles por sus hazañas y laureles conquistados y por su constancia en sufrir y soportar los rigores y padeceres déla ruda campaña de que regrosaban. Luego el mismo señor Bala2;uer, al presentarse los voluntarios, dirigióse á su gefe, y habiéndole en el enérgico idioma catalán, con entusiasta acento comenzó por felicitarles y encomiarles su heroísmo y va- lor inaudito, con el cual se han acreditado de ser dignos des- cendientes de aquellos almogávares que en otros tiempos lle- varon á tan alto punto la fama de invencibles; ©frecíóles en seguida en nombre del pueblo catalán una corona, humilde por su materia, pero rica, según dijo el señor Balagiier, por el alto valor que tiene con ser el sincero premio que todo el pueblo entusiasta tributa á unos héroes que tan bien puesto han de- jado el patriotismo y valor catalán.

La corona ofrecida era de terciopelo verde, imitando el laurel con pintadas cintas que pendían de ella; y este honro so premio tributado á los valientes voluntarios, ostentábase den-

856 RL HONOR

tro de lira lujosa canolela (lifrnamenlo ataviada, lirada por cuatro hermosos caballos ricamente enjaezados. Por la parte de los estribos de la carretela pendían dos adornados carteles, en los cuales se leía. Al beroisnao de los voluntarios de Cataluña en África. Varios entusiastas de las glorias patrias » El coche que conducía la corona siguió detrás de los voluntarios, junto con la confíision que se la ofreció, hasta que la lluvia que se- guía creciendo por momentos, hizo que se dispersase una gran parle de las diversas comitivas que acompañaban á las tropas.

IV*

Cuando desfdaron por delante del fingido baluarte que se ha levantado en la plaza de Medinaceli, hubo escenas de es- traordinaria animación, pero al llegar delante del Casino bar- celonés tuvo lugar una galante y obsequiosa demostración dis- puesta por aquella distinguida sociedad, que fué aceptada con vivos trasportes de reconocimiento.

El señor presidente de la misma présenlo á los señores co« mandantes del batallón de Arapiles y de las compañías de vo- luntarios, dos bellas y elegantes coronas cívicas, rogándoles que las aceptasen como un homenaje de admiración á su valor y á su noble comportamiento. Ambos dieron las gracias al Ca- sino barcelonés en términos lan espresivos como lísongeros, y el señor comandante de los voluntarios, el bravo don Francisco Fort, lo hizo pronunciando un corto, pero elocuente y sentido discurso, encareciendo que aquellos no habían hecho mas que cumplir con el deber que se habían impuesto, que estaba orgu- lloso de mandarlos, y que su valor quedaba atestiguado por el número de muertos y de heridos que habían tenido en el campo de batalla: añadiendo que de estos últimos ninguno lo había sido por la espalda, y encomió con valiente acento los nombres de O'Donnell y de Prim.

Cuando siendo ya las cuatro de la tarde, llegaron las tropas

ÍE ESPAÑA. Mf

k la plaza de la Constitución, estaba diluviando; pero apesar de esto la multitud seguía impertérrita agolpándose á su paso. y los balcones y basta los terrados y azoteas se bailaban cua^ jados de espectadores. La diputación y el ayuntamiento pre-. senciaban el desfile; la primera desde su propio palacio, cuya fachada apareció ayer espléndidamente decorada, y el segundo desde los balcones de las Casas Consistoriales, en uno de los cuales vimos á varios caballeros oficiales heridos en la iillima campafía. El desfile de las tropas por la citada plaza fué una ovación tan completa que difícilmente puede describirse, así como no pueden relatarse detalladamente tantos y tantos he- chos ocurridos en aquellas horas de espansion y de entusiasmo; siendo ademas imposible ver cuanto ocurre simulfáneamente en diferentes puntos de la ciudad ó tener noticia de todo. Ade- mas hay cosas que son mas para sentidas que para descritas, Al pasar por debajo del magnifico arco levantado á espensas de ta Universidad, á la entrada de la calle del Carmen, se echaron h volar infinidad de palomas. En la propia calle v en- tre el edificio del Hospital v el convento de religiosas Mínimas, había una especie de escudo en que se leían estas palabras, tan sencillas como de una doble v espresiva significación: «Sa- ludan á los valientes, en sus asilos, las pobres y las vírgenes,))

Barcelona en el dia de ayer se ha mostrado verdadera- mente grande. El homenaje que ayer se rindió al valiente egér- cito^de África es digno de una|de las primeras capitales de Europa.

En el carro triunfal que ornado de palmas y laureles con- ducía k varios soldados y voluntarios, figuraba el bravo cabo de voluntarios señor Aran, conocido por el publico por haber visto durante mucho tiempo su retrato, que reproducía una de sus hazañas, espuesto en un cuadro fijado en la plaza de la Constitución.

Así la tropa como los voluntarios marchaban abrumados por el peso de las flores y coronas. Oe estas últimas las lle- vaban en los fusiles v ceñidas al cuello, al brazo y sobre el ros ó la gorra encarnada que cubría sus cabezas,»

S3S El HONOR

descripciones fuéramos á liacer de lodos los punios dondft han recibido á nuestros soldados de África, tendríamos que ocupar multitud de entregas, y ya nos queda muy poco espacio para la infinidad de hechos que tenemos que aclarar.

Es verdad también que aunque en menor escala que en Barcelona, nuestros lectores verian los mismos festejos, el mismo entusiasmo y las mismas demostraciones de cariño en lodos los pueblos.

Cada uno por su estilo, y con arreglo á sus circunstanciap, han tratado de recibir lo mas dignamenle posible, á los que con tanta bravura han derramado su sangre por la madre patria.

En Madrid también se preparabau á hacerles una recep- ción lo mas brillantemente posible.

Ya se decía que se hablan dado las órdenes á algunos cuer- pos para que se dirigieran hacia la corte, y aun se designaban algunos de los que habían de hacer la entrada oficial.

Se fijaban día?, y nada se sabia á punto fijo.

El ayuntamiento tenia preparada una corrida de toros es- traordinaria, y unos socorros de arroz y pan para las clases menesterosas.

Ademas, la tropa tanto de la guarnición como la recien llegada, tendrían un rancho abundante y tabaco, costeado por dicha corporación.

El Casino iba á decorar con un lujo estremado su local do la carrera de san Gerónimo, y en multitud de casas se dis- ponían pintorescas iluminaciones, y preciosas colgaduras.

Y sobre lodo, el pueblo que nada de riquezas puede ofre- cer para cualquier solemnidad, no prometía mas que su entu- siasta y franca alegría, y su asistencia.

í^a impaciencia era general.

DE ESPAÑA. 839

Todo el mundo deseaba ya contemplar de cerca á los bra- vos de Barbaslro, Madrid, Borbon y otros.

Por fin el dia 27 de Abril se embarcó en la ria de Tetuan el general O'Donnell para venir á la patria qne tan ansiosa- mente le esperaba.

La corte estaba en Aranjuez, y hacia aquel punto se dirigió el duque de Tetuan.

Su gloriosa misión en África habia terminado ya, y vol- vía á la península á poner á los pies de su Soberana los lau- reles recogidos en el campo de batalla.

Sus numerosos amigos acudieron á Aranjuez á felicitarle, y á estrechar la mano del caudillo que siempre sereno en los momentos de mas peligro, habia conseguido merced á sus acer- tadas disposiciones, vencer á un enemigo temible por su nú- mero y bravura.

VI

Creemos que nuestros lectores lecordarán la situación en que dejamos á Zobeiba y á Angeles.

Concluidas apenas sus conferencias, una aparición estraña las habia hecho estremecerse de alegría.

Angeles vio á Antonio, y muda y palpitante, y ruborosa espresaba su infinita felicidad en la agitación de su seno, y en la irradiación de sus miradas,

Zobeiba al contrario.

Al ver á Garlos, se lanzó con ánimo de estrechar entre sus brazos á aquel hombre tan querido.

Pero se detuvo palideciendo intensamente.

Delante de Carlos estaba Ester.

Ester que reasumía el presente del joven militar.

Ester que era la única que poseía su cariño.

Una nube se eslendió ante los ojos de la mora.

Todos se habían quedado extraordinariamente sorprendidos.

^iO EL HONOR

Ninguno iacertaba á moverse.

Isaac no pudo meaos de coiilemplar á Zobeiba con un te- mor cuya causa se esplicaráu [jerfecLamenle nueslros lectores, si recuerdan la primera entrega de nuestra obra.

i^sler también se estremeció al encontrarse otra vez con aquella muger.

Zayda ó Líi, pues este nombre según hemos visto en las memorias de Alberto, era el que tenia la otra hermana de Sa- ra, era la única que miraba á unos y á otros y nada comprendía >

Carlos también estaba contrariado.

En cuanto á Antonio y Angeles no tenian suficientes ojos para mirarse á si mismos, con que menos podian tenerlos para ocuparse de los demás.

Pedro el antiguo criado de Céspedes, y el servidor leal del invisible, fué el primero que rompió el silencio.

Adivinó que algo extraordinario mediaba entre Zobeiba, la familia de Isaac, y Carlos, y trató de romper aquella situación tan estraña en que se habían colocado.

Vamos, señores, adelante, dijo, mi señor, no concede ja- más la hospitalidad á sus amigos, para que se queden en las puertas de su casa.

Isaac se acercó á Pedro, y le preguntó en voz baja, sefla-' lándole á Zobeiba. ¿Qué hace aquí esa muger?

—No temas nada de ella anciano, yo velo por vosotros, esa muger es la única que ha conseguido que señor se enamore.

¿Tu señor está enamorado de ella?

Hasta el delirio, hasta la ceguedad.

Dios de Jacob!.., exclamó el hebreo, que va á ser de mi pobre hija al lado de esta muger?

—No temas nada, vuelvo á repetirle, Ínterin mi amo este fuera, otro hermano mío y yo, somos los que tenemos el abso- luto dominio en todo esto, y después que el venga, es dema- siado justo y bueno para cometer una injusticia. Carlos entretanto se decidió por arrostrarlo todo,

DE iiSPAÑA. 841

Avanzó resueltamente hacía !a sala, v saludó con la mavor firmeza á las dos mugeres.

Zobeíba retrocedía á medida que él se adelantaba. Antonio siguió á su amigo. Y tras ellos entró !a familia del judío. Pero Pedro hizo detenerse á unos y á otros. No son estas las habitaciones destinadas para vosotros. Pues á donde vamos preguntó Antonio. Si tenéis la bondad de seguirme, ya lo veréis. Vamos pues, dijo Garlos que deseaba cuanto antes sepa- rarse de Zobeiba. Atravesaron toda la estancia los recien lle- gados, y abriendo Pedro una puerta perfectamente disimulada en la pared, pasaron á otra sala.

Volvióse á repetir la misma operación, y otra puerta se- creta les dio paso á un eslenso gabinete ochavado, en el cual se veían cuatro ó cinco puertas.

Estas á su vez daban á unas lindas habitaciones, de las que era por decirlo así centro común, el gabinete en que se hallaban.

Uno de estos departamentos fué destinado para Isaac y sus sobrinas, y otro para Garlos y Antonio. Al mismo tiempo Pedro preguntó al judío. Di, tendrás inconveniente en que habite aquí con vosotros esa pobre joven que habéis visto ahí fuera? Guál? ¿la mora? dijo el hebreo.

iNo la otra; porque yo también quisiera apartarla de el lado de esa mujer á quien lii tanto temes.

Antonio miró á Pedro, y en aquel mudo idioaia le dio las gracias mas espresivas.

Ester contestó por su tío, diciendo. *— Sí, que venga, tráela inmediatamente. La amada de Garlos habia comprendido «¡ue el amigo de éste y aquella joven, se amaban también, y (pieria hacer cuanto pudiera en su obsequio.

100

842 EL líüNük

VIT

Fediü .salió de la eslaiicia.

Al cabo de alguuos moinenlos volvió acompañado de An- geles.

Esla es vueslra habilacion desdo hoy señorila, la dijo, con este anciano y eslas jóvenes viviréis, y de esle modo pro- siguió en voz baja, eslareis mas cerca de vneslro amante.

La joven se ruborizó estraordinariamente.

Miró á Antonio, y dio las gracias al hebreo por su com- placencia en admitirla en su compañia.

Carlos y Ester deseaban quedarse solos.

Antonio y Angeles tenían también el mismo deseo.

Y era muy natural.

Tenian tantas cosas que decirse!....

De las cosas inagotables, la mus inagotable es el amor.

Asi es que siempre con el mismo tema, hay que hablar, y nunca se cansan los amantes.

Isaac y Lia comprendían perfectamente los deseos de los jóvenes.

La habitación en que se encontraban se conoce que era la mas baja del edificio subterráneo.

Las pequeñas y desiguales ventanas que tenia abiertas so- bre las rocas, vistas desde lejos parecían grietas ó cabidades de ellas mismas, sin que á nadie se le ocurriera la verdad.

iísta parle de la montaña daba á un precipicio horrible, y cuyo otro borde mucho mas abajo que la montaña permitía ver á lo lejos los bosques y las praderas, y las estrechas y tortuosas sendas que serpenteaban por los vericuetos vecinos.

El panorama que por aquellos agujeros se descubría, era verdaderamente encantador.

Isaac y Lia se asomaron y eslendieron su vista por aquella eslension inmensa.

DE ESPA??A. BÍ5

NHestros amantes formaron dos grupos separados, y allí die- ron rienda suelta á sus dulces confidencias y sus tiernas espre- siones de cariño.

Y entretanto Zobeiba rugía de furor en su encantado apo- sento.

Comprendía que cada vez adoraba con mas vehemencia á Carlos.

Y también tenía la intima convicción de que el joven co-» mandante no la quería.

Y este pensamiento torturaba su alma, llenaba de ira su corazón, y hacía vagar por su imaginación mii proyectos á cual " mas disparatados.

Degemos á los unos entregados á las suaves emociones de su amor, y á la otra sumida en sus ideas de venganza, y va- raos hacia Mequinez á ver que había sido del invisible.

844

EL H0^OB

Cá^PITOLO LVII.

El invisible se acuerda de Géspciles.— Púnele inmediatamente encamino para su palacio. Kt peregrino y Roque abandonan también las ruinan de El-Kassar-Faranan. Teluan después de ajustadas las paces.

AN pasado dos días desde que el pere- grino tuvo la entrevista con Ibraira, que va conocen nuestros lectores.

El médico La permitido que el herido abandone su lecho.

La impaciencia del invisible era cada

vez mas grande.

Conocía perfectamente el carácter del anciano de El-Ka- ssar, y temia por los tres hermanos.

Y lo que mas le desesperaba era el no poder marchar para ^defender á sus protegidos.

Al seííundo dia de haberse levantado, paseándose un poco por su estancia, su imaginación atravesando el espacio, fue a fijarse en su palacio de la montaña.

DE ESPA^ÍA. 84tj

Alli vióá Zobeiba, á aquella mujer á quien tanto amaba, y

de la que no era, ni podía ser correspondiendo.

Muchos días hacía ya que casi se habia olvidado de ella.

Su pensamiento habia tenido otra multitud de cosas de

mas interés de que ocuparse, y por lo tanto al amor le habia quedado muy poco.

Sol© en aquel instante se despertó de pronto aquel re-* cuerdo, y el invisible gozaba y sufria con él.

Gozaba, porque virgen de amores, su alma habla amado á la mora con un cariño frenético y desesperado.

Y sufria porque aquella mujer amaba á otro, y como com- prendía que él no podría nunca sentir por otra mujer lo que

por ella, adivinaba que jamás debia abrigar la esperanza de ser correspondido.

El pensamiento de Zobeiba le llevó naturalmente á todos los objetos y á todos los seres de su casa. Entonces se acordó de Angeles.

Y desde Angeles fué á parar á la causa que motivó su rapto.

Céspedes se presentó inmediatamente á su imaginación»

Ajustó la cuenta de los dias que hablan transcurrido, y vio que el plazo habia espirado algún tiempo antes.

Esto necesariamente habia de contrariarle,

Conociendo el interés que tenia por la posesión de aquella caja, se comprenderá muy bien lo que le haria padecer el no poderse poner en seguida en marcha para recuperarla.

Acto continuo mandó llamar al médico.

En cuanto éste vino, le preguntó cuanto tiempo tardaría de

estar en disposición de montar á caballo.

Aquel le dijo que por lo menos hablan de transcurrir seis dias.

Seis dias eran un siglo para Ibrahim.

En cuanto se quedó solo, pidió papel y pluma, y se puso á

escribir una carta.

Mandó que la llevaran á su destino, y momentos después el

che(f de Mequinez, padre de Benjamín, penetraba en su habi-^ tacion.

846 CL IlOhOR

II

No pudo menos de asombrarse el judío de encontrarse con Ibraim, -

'— ¿Dónde has estado lanío lierapo? le preguntó.

Pregúntaselo á tu hijo, le respondió el invisible.

A mi hijo!... dos dias hace que desapareció de mi casa, y nadie sabe su paradero.

—Qué estás diciendo? preguntó Ibraim sintiendo un sobre- sallo, cuya causa no se pudo esplicar.

La verdad; hace dos dias que nadie lo ha visto, ni nadie puedo darme razón de él.

—Oh! entonces me temo alguna nueva desgracia

-v-Una nueva desgracia!... por el Dios de mis padres, es- plicate Jacob, no me tengas en esta incerlidumbre mas cruel que todos los males que pudieran amenazarme.

Entonces Ibraim contó al anciano todo cuanto habia hecho Benjamin, y que ya saben nuestros lectores.

El padre del jorobado tenia pintados en su semblante la indignación y el scniimienlo que la conducta infame de su hijo le causaban

Cuando llegó el invisible al último periodo, es decir á la tuga que sin saber como habia hecho de la habitación en que el peregrino lo dejara amarrado, esclamó.

No tiene duda, yo conozco po» desgracia á mi hijo y es- cuchó vuestra conversación.

Y crees? preguntó anhelante Ibraim.

Que á estas fechas está en seguimiento de tus amigos, y milagro será que él no se salga con su ¡dea.

Pues eso es lo que es menester impedir.

De qué manera?

Tienes tres hombres de una conlianza ciega?

Tengo tres hijos de los que respondo.

—Pues bien, e! uno va á partir ¡nüiedialamenle aunque tenga que rebentar algún caballo hacia mi habitación.

Está muy lejos?

—En el Riff.

Cuándo es menester que esté allá?

Dentro de dos dias ó tres, lo mas tarde.

Estará.

Que venga, y yo le daré mis instrucciones.

Y ios otros dos?

Esos tienen que venir conmigo.

Contigo!....

Sí, yo estoy herido; no puedo montar á caballo, tengo que emprender el viage en un camello, y uno de tus hijos ha de marchar delante para tenerme preparado siempre alguno á fin de no detener mi marcha, mientras que el otro ha de venir conmigo.

Tienes razón, y tanto te urge el llegar á tu casa?

—Como que de no hacerlo, pueden sobrevenir desgracias irreparables.

Y cuándo quieres que vengan?

—Inmediatamente.

—Tienes algo mas que mandarme? preguntó el cheg levan- tándose para marchar.

—Sí; deseo que te encargues dol camello, que sea ro- busto y fuerte, y que esté dispuesto para emprender la marcha esta tarde.

—Está bien, lo tendrás.

Y tras estas palabras, después de haberse asegurado mu-* luamente su afecto» el judio abandonó la habitación del invi- sible.

Aun no habia transcurrido mucho tiempo cuando los treá hijos del hebreo estaban en la presencia de Ibrahim,

848 KL HONOU

Todo lo que de bajo é ¡níame tenia Benjamín, sus herní)anós lo tenían de Trancos y leales.

En aquellas íisonoraías no se leía el doblez, ni la malicia.

Ibrabim los comprendió de una ojeada, y vio que se podía fiar de ellos.

A el uno le dio una caria para Pedro, en la que le decía lo que había de hacer respecto á Céspedes, incluyéndole otra para esle.

Al mismo tiempo le dio las instrucciones necesarias para que pudiese penetrar en su palacio.

También le encargó que variase de trage para que si por acaso, tropezaba en el camino con su hermano, no fuese cono- cido por él.

El encargado de esta comisión se marchó, y algunos instan- tes mas tarde, disfrazado de musulmán salía de Mequinez, ca- balgando sobre un ligero corcel de pura raza.

El segundo, recibió tamáien su comisión, y salió de Mequi- nez, siguiendo su camino al Ríff según el itinerario que le tra- zara el invisible.

Y en cuanto á este, acompañado del otro hermano, y de dos criados, abandonó aquella tarde la capital del Mogreb.

IV

Digamos también cuatro palabras respecto al peregrino de El-Kassar-Faranan.

Ya vimos que concluida su entrevista con el iuvisible se di- rigió hacia sus ruinas.

Penetró en ellas, y Hoque que le estaba esperando no pudo menos de asombrarse al ver la fisonomía tan estraña de su señor. ¿Qué os sucede? le preguntó con afán. Que vamos á marchar inmediatamente. A marchar!... ¿y á donde? —Ya los tengo en mi poder, decía el anciano paseándose apre-

Dfi ESPAÑA. 849

suradamenle mv el aposento, y sin hacer caso de la pregunta de su criado.

Esplicaos señor, le dijo este, interrumpiéndole en mitad de uno de sus paseos, ¿quién está en vuestro poder? Los hijos de aquel maldito joyero!... Desgraciados!...

¿Qué quieres decir con eso? preguntó el peregrino con voz de trueno, es posible que yo no he de poder hacer nada que merezca tu aprobación?

Quizá algún día os arre;iintais señor, contestó Roque con voz respetuosa, pero fuertemente acentuada.

—Señor Roque, prohibo terminantemente que se me hable sobre ese particular. —Pero...

Silencio, ese necio de íbrahim también los ha perdonado. Yo ni puedo, ni debo hacerlo,

Oh! si siguierais el ejemplo de vuestro amigo, ya veríais como gozaba vuestra alma. Con mi venganza gozaré. —Goce bien amargado por cierto, En fin Roque ya te h& dicho que no hablemos mas sobre ese asunto, mi resolución es irrevocable.

Roque, no se atrevió á contrariar á su amo. Sabia por esperiencia que en momentos semejantes nada se podia adelantar con él.

Se contentó pues con hacer una señal de resignación, y mi- rarlo con cierta lástima.

El peregrino entretanto habia vuelto á sus paseos. Por fin no pudo menos de reparar en la inmovilidad de Ro- que, y le dijo. ¿Pero no me has entendido?

Dispensad, señor, pero no creí que os corriera tanta prisa, le contestó el criado.

Es menester que le acostumbres á tu antigua vida de mo- vimiento, vamos á emprender nuevamente nuestras correrías. Mas nos valia, la vida de quietud y reposo que llevamos.

J07

8jO El HÜiNOIl

Quietud !.... reposó!... y crees lii que gozo yo de todo eso? Mal hacéis seftor, sino goziiis.

Calla, Roque, no comprendes lo que es sufrir los tor- ineulos que yo sufro. l'orque vos lo queréis

lii¿ües razón, hace años que debia haber concluido de padecer, si cuando maté al joyero, hubiera también asesinado á toda su maldita descendeooia, de se¿;uro que hoy estarla mas tranquilo.

U tendríais mas remordimientos.

Remordimientos, ya te he dicho muchas veces, que esa es una palabra que ios hoiiibres han inventado para disimular su cobardia.

No digáis eso seilor, el remordimiento es la voz de la con- ciencia que grita á la materia por haber procedido injusta- mente en algua negocio.

Es decir que únicamente cuándo hay injusticia hay remor- dimiento? Si señor.

linlonces mi proceder es altamente justo y natural, toda vez que yo no lo que son remordimientos.

íiú hay peor cosa, señor, que empeñarse uno en estar ciego, cuando tiene la vista perfectamente sana.

¿Y qué me quieres decir con eso?

ijue vos no queréis creer que lo que sentís, es esa voz mis- terios i que os reprocha constantemente vuestro crimen pasado y vuestra \euganza presente.

Hoque!... gritó el peregrino pálido de corage.

(Jué queréis, señor, demasiado sabéis, que soy tan franco que jamás disimulo mis opiniones.

—Está bien; si no las disimulas, cállatelas, y vete á pre- parar lo necesario para nuestra partida.

Pero estáis decidido?

«--^Te repito que nos vamos inmediatamente. Roque no tuvo mas remedio que obedecer.

DE ESPAÑA. 55 1

Conocía el cnrácter de su arao, y sabia fjiie formada por él lina resolución, era irrevocable.

Este no añadió una palabra mas.

Siguió paseándose por la estancia, y después se dirigió ba- cía la cortina que recordar/in nuestros lectons.

^.

La descorrió y el retrato volvió á aparecer. El peregrino lo estuvo contemplando algún tiempo sin decir una palabra.

Por fin exclamó:

Oh! Ana mia, alégrate, ya estoy próximo A vengarte, ya van esos hijos malditos á espiar el crimen de su padre; no pue- des imaginarte los deseos que tengo de que llegue ese inslante para respirar tranquilamente y venirme á tu lado á buscar en tus miradas la aprobación de mi conducta.

Aprobación que nunca encontrareis^ dijo en esto una voz á sus espaldas.

—¿Qué es eso? eres Roque, dijo el peregrino volviéndose eon un gesto de mal humor, está ya eso?

Cuando gustéis.

Vamos all/í.

Y volviéndose hacia el cuadro, dijo.

Adiós Ana, me ausento do ti con el corazón destrozado, pero cuando vuelva tengo el presentimiento de que seré com.- píela mente feliz.

Y besando el borde de las ropas de la dama, salió de la habitación.

, Atrajo hacia si la puprta, y quedó por la parte de afuera tan perfectamente unida á la pared, que nadie podia sospechar su existencia.

En el patio del edificio habia dos caballos.

En el uno se veían unas especies de alforjas^ donde necc-

So2 EL I10.\0ft

sariamrnto iriati algunos fiambres para o! camino

Sobre este cabalgó Roqiio, (Ios()ues de haber tenido el es- tribo á su señor.

Los dos dirigieron una ultima mirada á aquel edificio don- de liabian pasado tanto tiempo, y salieron de las ruinas de El- Kassar-Faranan.

Aun no hablan andado doscientos pasos, cuando de entre unas malas se levantó un hombre.

Era Benjamín.

Los miró alejarse, y sentándose sobre una peña, dijo. Recapitulemos bien lo que hemos oido. Sara y toda la demás gente se han marchado á el palacio de Ibrahim ; este y el peregrino odian á ese hombre, á quien yo aborrezco tam- bién porque ama á Sara, estos de aquí, van á malar sin duda á Alberto, y Sara se quedará sola, es necesario que yo vaya también, debo seguir al peregrino, porque según yo sospecho, él debe de entrar en el palacio por la puerta secreta , y eslo rae es muy conveniente. Si; estoy compielamente decidido; ellos no irán muy deprisa, y tengo tiempo de alcanzarlos.

Se levantó de su asiento, y tomando otro camino marchó en una dirección opuesta, á la que llevaba Roque y su señor.

VI

Teluan recobraba por momentos su carácter morisco otra vez.

Se habían firmado los tratados, y se hablan suspendido las obras de demolición

Los musulmanes se regocijaban con esto, y multitud de fa- milias iban regresando otra vez á sus hogares.

Los judíos eran los que estaban mas disgustados.

Temían que al evacuar por completo los cristianos la p^aza, no recayese sobre ellos lodo el enojo de los moros por lo ami- gos (¡iiO se habían hecho de aquolios.

m ESPAÑA, 855

Por manera, que en la proporción que los muslimes voU vían á su ciudad, recogían sus mas preciosos efectos, y fami- lias enteras marchaban á eslablccersc á otros puntos.

Todas las mejoras, todos los adelantos que ya en otro luga^ bemos dicho se estaban haciendo, se habian estacionado.

Únicamente las obras de fortiíicaeion continuaban casi en tan grande escala como se habian emprendido.

Es verdad que estas obras se necesitaban para tener ase- gurada la población de un golpe de mano de parte de las Kabilas.

Tanto respecto á estos trabajos, como sobre la emigración de los judíos, encontrarán nuestros lectores algunos detalles en los párrafos siguientes de una carta escrita desde Tetuan, á los muy pocos dias de ajustadas las paces.

Dicen asi:

«Consecuencia de los preliminares de paz, se han estacio- nado ya aquellos proyectos de mejora, tanto mas permanentes cuanto mas costosos: anchas vias que afluyen délas puertas de la ciudad á la plaza de España, se han abierto en línea recta entre el laberinto de cusas apiñadas cuyos escombros, apisonados ya con el tránsito continuo, amenazan á veces dominar las azo- teas colaterales, otras se levantan en ruina, seccionadas capri- chosamente por el pico, puertas y molduras arábigas ; allá quedan descubiertas las salas vergonzantes de la sultana y las esclavas, donde el moro temia ser sorprendido por un rayo del sol que hoy deslumhra reflejando en sus blanquísimas paredes.

Nótase, sin embargo, en estos dias mayor actividad en cier- tas obras mas subalternas de ornato y policía: el dia 9 se inauguro el alumbrado en nuestra gran plaza, y hoy deben re- cibir esta inapreciable mejora ¡as calles del Cid y la Victoria, que conducen por las puertas del mismo nombre á los campa- mentos: 560 vistosos faroles van á desterrar el sepulcral si- lencio de la noche, haciendo posible la circulación. Se acar- r'^an al esterior las inmundicias y los escombros, se recorren las cañerías, se limpian las fuentes, se repara tal ó cual edi- ficio, entre ellos el soberbio destinado para capitanía general;

854 EL BONOR

el presiflio, que alberga en la calle de Cantabria cien presi- diarios recien venidos- de Ceuta y los hospitales. Todo esto se hace aparte de los milagros que el comercio proporciona á la visualidad en los sitios de mavor concurrencia.

Las obras militares se resienten menos de la incertidurabre de nuestra temporal posesión; se abren aspilleras, se elevan á la altura conveniente banqu'^tas veladas de madera con palo- millas; se hace practicable el obstruido recinto para los servi- cios de ordenanza; se aumentan, en fin, las defensas del muro almenado que circuve la plava, y en cuvo trazado no hay cál- culo ni intención alguna de flanqueo subordinado á las necesi- dades V accidentes interiores Sus 900 trabajadores, ansiliares del entendido é infíUigable cuerpo de ingenieros, se distribu- ven diariamentn en las fortificaciones: saliendo por la puerta de la Victoria, se concluye una flecha que cruza sus fuegos por la derecha con otra situada en la inmediata de Alonso Vííí; ambas tienen el declive interior revestido de piedra seca, y la naturaleza arcillosa de sus tierras hace tanto mas perfecto su remate. Comprendido entre el fuego cruzado de sus caras, se levanta un peifuefio otero donde se provecta colocar un blokaus.

Entre la última puerta v la de la Beina, donde la muralla empieza n elevarse sobre un escarpe de rocas , que la hacen punto menos que inaccesible, está trazado un rediente. Nota- ble, como obra de campaña, es la luneta que, cubriendo una depre-íion del recinto, está inmediatamente á la entrada de los Reyes Católicos: revt^stida de zarzos v armada de cañoneras, su gola se adosa al cuerpo de la plaza por nna muralla aspi- llerada.

La puerta del Cid tiene también su rediente amurallado con aspilleras v troneras cubiertas. La Alcazaba, nuestra cinda- dela, debe contar muy luego con un muro interior que le sirva de reducto, v Lástima es que el camino emprendido que debia en rampa suave enlazarla á la puerta íle la Victoria, se haya detenido frente á una manzana de casas conservadas por me- recida deferencia á los deseos del califa vencido.

Comienza la emigración entro los judíos, qne m.anifieslan

DE ESPAÑA. 855

im invencible temor á la entrada de los moros; acaso temen algo mas que los compromisos adquiridos con los españoles. Jamás SLi eslenso barrio, que cuenta 15,000 individuos, reco- brado de su primer estupor, ha contemplado tanta ni tan pro- vechosa animación: llenas sus angostas calles por la concur- rencia, comienzan sus moradores á invadir con su comercio la inmediata plaza de España: es una romería sin mas interrup- ción que la noche.

Y no es el deseo de adquirir á buen precio alguna curiosi- dad de Fci ó Tánger, el único estímulo que allí conduce al ejér- cito; la hermosa Florabuena, entre otras, y su graciosa her- mana Raquel, vestidas en las pascuas y otras festividades con sus mejores galas, cubiertas de perlas, oro y seda, han con- tado centenares de visitas en un solo dia, y la amable sonrisa con (jue despachaban la última, era la misma con que acogían la primera; ayer, las dos interesantes jóvenes inconsolables, se despedían anegadas en llanto del hogar de sus antepasados, del barrio que debe hacer tan íntimas las afecciones de una existencia que cuenta en él toJas sus horas, para emigrar con sus parientes y fortuna á la plaza de Oran: testigo presencial de aquella patética escena, participé también do las amargu- ras de despedida, deseándolas con sus vecinos mas dicha para el porvenir.))

856

EL HONOR

CAPITULO IsVllT

k\h('TÍQ y sus compañeros llogan á h morada del invisible. Pedro marcliB á Melilla. Aclaraciones á las memorias de Alberto.

I

A recordarán nuestros leclores que nos dejamos á Alberto y sus compañeros en el territorio inmenso que conocemos con el nombre de el Riff.

Cuando salieron del lugar donde en^ centraron á la loca de la montaña, se- gún la llamaban los naturales, se internaron por las montañas, y pronto el paisage que á su vista se eslendió, tenia mucho de sombrío y agreste.

Sierras y lomas, barrancos y precipicios, y á derecha é iz- quierda, por la espalda y por el frente desnudas y peladas ro- cas, que hacinadas en caprichoso desorden, formaban altísimas montañas que casi parecían inaccesibles. Entonces detuvo el poeta su caballo.

Í)E ESPAÑA. 857

Sus acompafianles hicieron lo mismo. Sacó aquel la cómela que le diera el invisible, y lanzó Ires sonidos que las breñas fueron repitiendo á lo lejos.

A los pocos inslanles, en lo mas fragoso de la sierra se vieron dos hambres que empezaron á descenderla dirigiéndose á donde estaban nuestros amigos. La corneta produjo su efecto, dijo Alberto. Veremos ahora el talismán, contestó Zelim. Oh! se puede tener coníianza en éL añadió Sara, Ibrahim es uno de esos hombres tan incapaces de mentir, como impla- cables en sus venganzas.

Los dos hombres entretanto se iban acercando con cierta cautela.

Vestían el Irage de ¡os raontaüases del Riff. Ambos eran jóvenes y robustos. El poeta se adelantó hacia ellos. Entonces, el de mas edad le preguntó. —¿Eres el que ha llamado? —Sí, le contestó el amante de Sara. —¿Y qué quieres? •—Que veas esc anillo.

Y le entregó el que habia recibido del invisible. El montañés, lo cogió, y dándole una vuelta de cierto modo, lo dividió en dos aros.

En uno de ellos se leia en caracteres árabes la palabra, tt obediencia » , y en el otro ((fidelidad. » Alberto estaba asombrado.

El rilfeño volvió á colocar los dos aros, y se guardó la sortija. ¿Qné haces? le dijo el poeta sorprendido. —Va lo has visto, le respondió aquel, me guardo h\. sortija ¿conque querias que asegurase á mi señor que habia cumplido sus órdenes? Está bien, haz lo que debas. Ahora, mándanos, á tus órdenes estamos. —Queremos ir al palacio de la montafta, dijo Alberto.

108

S5.S EL HONOR

Pues sc¿;u¡r nuestras huellas.

Los iijonlañeses se pusieron en marcha ¡nmedialamenle.

Tras ellos siguió la pequeña caravana.

Ni una palabra se cruzó entre los guías y los guiados.

A las cuatro horas de marchar, hicieron un pequeño des- canso para lomar alguna cosa, pues según digeron los mon- tañeses, no llegarian al palacio hasta bien entrada la noche.

II

Efectivamente, largo tiempo hacia ya que las sombras se hablan oslendido sobre la tierra, cuando la estraña Ipuerta del alcázar del invisible se abrió para dar paso á nuestros via- geros.

Pedro y su hermano salieron á recibirlos.

El primero se dirigió al poeta, y le dijo: Uno de los hombres que os han conducido aquí, rae ha presentado un anillo do mi señor, en que se me encarga la obe- diencia, ¿qué deseas?

Ver al judío Isaac y á su familia, y descansar después, le contestó Alberto. Entonces seguidme.

Y empezó á guiar á los recien llegados por aquellas habi- taciones que á cada momento escitaban su sorpresa.

Por fin se vieron unos y otros.

Imposible seria describir el asombro y la alegría del an- ciano al encontrarse con Sara.

Los tres hermanos también se entregaron á los transpor- tes de su dicha por verse otra vez reunidos.

Solamente en medio de aquel cuadro de feliciad habia un alma que sufría dolorosamenle.

Era la de Lía.

Su ventura estaba amargada constantemente.

Gozaba y padecía en aquel instante.

as ESPAfÍA, 859

Y cualquier persona que haya amado sin esperanza, com-^ prenderá perfectamente el estado de la hermana de Sara.

Sus ojos que deseaban contemplar el rostro querido del poeta, tenían que inclinarse al siielo para no revelar á nadie lo que ella comprendía que debía ocultar en el fondo de su pecho.

Angeles y Antonio también gozaban con la alegría de sus amigos.

En el tiempo que había transcurrido desde que estaban jun- tos, se habían formado unos lazos tan dulces de amistad entre todas aquellas personas, que la felicidad de los unos se refle- jaba también en los otros.

Cuando concluyeron las primeras espansiones de cariño, vinieron las preguntas.

Deseaban saber como se había conseguido la evasión de las dos jóvenes, y cuantos obstáculos había habido necesidad de vencer,

Sara fué la que tomó la palabra, y ella contestó á todas las preguntas.

La hebrea estaba en el colmo de la ventura.

Libre con su amante, y libertada por él, creía que el cielo de su dicha se había despejado completamente.

Durante su relación, mas de una vez fijó sus enamorados ojfs en aquel hombre á quien tanto amaba, y se complacía de- teniéndose y recordando todos los lances en que él había estado mas grande, mas sereno, y mas generoso.

Zaard también tomó su parte en la conversación.

También ella había sido una de las que tenían que agra- decer á los dos hermanos.

Las dos amaban con la misma vehemencia aunque sus for- mas diferían mucho por la contradicción de sus respectivas or- ganízociones.

Ni las unas se cansaban de hablar, ni de escuchar los otros.

Sin embargo las horas se pasaban, y nuestros viageros te- nían necesidad de reposo.

Ei anciano Isaac lo comprendió asi, y fué el que dio la se^ nal de partida.

860 RL HOÍíO»

—Hijos niioí5, leg dijo, vu que el Sefior ha quorido que todos volváis libies y sanos á mis brazos, después de darle paradas demos Iregiias á luieslra dicha á (in de que descanséis, que mucha necesidad debéis tener.de ello.

—Tenéis razón, padre, conlesló Abdel, y mayormente las mujeres» que no están tan acostumbradas como nosotros á cierta clase de fatigas.

Kha, despedios, y retirémonos á nuestras respectivas ha- bitaciones.

Y alzándose de los almohadones en que estaba sentado, bendijo á su hijo primero, después á sus sobrinas, y se despidió de todos los demás, y mas particularmente délos tres hermanos.

111

Al dia siguiente huvo también grandes novedades en el in- terior del palacio.

Ya muy de noche otro huésped se presentó con otro guia.

Era uno de los hijos del checj de Mequinez.

El camino en que ios otros hablan tardado seis días, él lo habia recorrido en dos v medio.

Es verdad que le había costado tres caballos y llegar ja- deante y fatigado k la subterránea morada,

La carta que llevaba para Pedro fué entregada inmedia- tfímente.

En olla se decia que su hermano marchase inmediatamente á Melilla y entregase k Céspedes otra carta que le remitía adjunta.

El ílel criado se apresuró k cumplir la voluntad de su señor.

También !e decia que tuviese una vigilancia tremenda con la entrada secreta del palacio, pues sabia que trataban de pe- netrar en él por este sitio.

Como consecuencia de esto, en aquel mismo instante se

f>fe ESPAÑA. Í5l

avisó á los montañeses qne habií-\ban por aquellos breñales para que esíu viesen vi^^üantes.

ííriíalmenle y con la misma prontitud, el buque que ya en otra ocasión vimos en la pequeña ensenada de las montañas, se preparó para emprender su viage.

Poca era la distancia que tenia que atravesar. El camino mas derecho era por tierra,

Pero á Pedro no le pareció prudente ir por esta parle.

Asi es que á las dos horas de haber llegado el hermano de Benjamín, ya iba el brik camino de Melilla.

Lle^íó el hermano de Pedro en ocasión en que el banquero se habia decidido ya por dar parte á las autoridades.

Tanta dilación era imposible de soportar.

Su pensamiento se fijaba en su hija, y temía que cuando no í?e p'-esentaban á reclamarle la caja, era porque sin duda An- geles no podiendo resistir aquella vida de sufrimientos que tal vez llevaría, habría sucumbido.

Sepjun las Instrucciones que Pedro recibió de íbrahim, ia jo- ven escribió también cuatro letras ásu padre para tranquilizarle.

Con estas dos carias pues, el servidor del invisible se pre- sentó en la morada del banquero. Fs á á quien deseaba V. ver le preguntó Céspedes. Si señor, le conlosló el hermano de Pedro. Y en que puedo servir á Y? Levendo estas dos cartas.

Vado continuo le entregó las dos que recibiera en el alcázar.

La mano del banquero temblaba al cogerlas.

Desde que le avisaron que un hombre desconocido deseaba hablarle, palpüó su corazón con una rapidez inusitada.

Aqi:ellos latidos le anunciaban que aquel instante tan temido y tan desejido al mismo tiempo, habia llegado por fin.

En el sobre de la una carta, conoció la misma letra que te- nia la que recibió en Jerez.

En el de la otra, la letra de su hija.

La naturaleza hizo mas que todos los deseos, y la primera que abrió fué esta.

í^62 EL HONOR

En ella le decia Andeles, que sabia que le enviaban á lla- mar, y que tendría un placer inmenso volviéndole á ver.

One no abrigase recelo alguno, y se dejase conducir por ei hom!)re que le entregaría aquellas.

Que ella estaba perfectamente pues la habían guardado mullitud de consideraciones, y que solo la faltaba para ser feliz que su padre estuviese á su lado.

Una lágrima se desprendió de los ojos de Céspedes.

Era padre, y esto era muy natural.

Inmediatamente abrió la otra.

La carta del invisible; decia asi:

«Habrás estrañado que el plazo que te marqué haya trans- currido sin haber recibido noticias mias.

Yo también lo he sentido, y puedes creer que ha sido la primera vez que he faltado á mi palabra.

Circunstancias agenas á mi voluntad lo han impedido, y en el momento en que me ha sido posible enviarte un servidor de confianza lo hago.

Puedes venirte con él á mi casa, pues me interesa también que estés presente á la apertura de la caja, en que están guar- dados algunos secretos de mi familia.

Cuanto mas pronto te pongas en camino, mas pronto podrás ca'raar tu ansiedad y la mia.

La tuya porque verás á tu hija.

La mia porque conoceré algunos misterios de mis ascen- dientes, que hasta el dia ignoro completamente.

Fiate en un todo del dador, y tu y yo podremos disfrutar de algunos momentos de felicidad.))

La lectura de esta carta tuvo pensativo por algún tiempo

al banquero.

Por fin se decidió y volviéndose al enviado le dijo. —Cuando podemos partir?

Cuando V. quiera, el viento nos es favorable, y el buque solo nos espera á nosotros para tender sus velas. Entonces vamos allá.

DE ESÍAÍJA, 865

Céspedes llamó á su criado, y recogiendo sus maletas, se dirigieron hacia el puerto.

En medio del mar se banlanceaba graciosamente el brilí.

Atracaron á el costado de él, y algunos instantes mas tarde, después de levadas las anclas, estendió sus blancas alas, y se deslizó sobre la verdosa superficie del mar , asemejándose á una gaviota, en la blancura y en la rapidez*

IV

Dejémosle continuar su marcha, y vamos á ver que habia sucedido entretanto en la morada del invisible.

Gon la venida del dia, hablan vuelto á reunirse todos nues- tros amigos.

Volviéronse á repetir casi las mismas escenas del dia an- terior y pasadas aquellas espansiones, Sara dijo al ansiano Isaac.

Tío, ya es necesario que se le revele á Alberto ciertos misterios que él no conoce, y que sin embargo, tiene una gran Dccesidad de saber.

—Qué quieres decir? preguntó Isaac.

—Que debéis de revelarle por entero su historia.

—Dios de Judál... Pues no le has contado tú!...

Lo que yo sabia, no todo lo que vos sabéis.

Sí, añadió Alberto mezclándose en la conversación, nin- guno de nosotros conoce las causas del odio de Ibrahim, y cuan* do se tiene un enemigo, es menester saber porque.

Pero si yo tampoco lo de cierto. *

Además la existencia de mi padre, es un problema, y tam-^ poco sabemos nada de nuestra madre, la verdad por terrible, por dolorosa que nos sea, tenemos necesidad de conocerla.

Dice bien mi hermano, dijo Carlos, hasta ahora unos y otros hemos estado á ciegas en este asunto, y como vos mismo com- prendereis no podemos seguir así:

864 KL IIONOK

Eslá ilion, conlesló Isaac haciendo un esfuerzo, había re- suello sepultar en el fondo de pecho, ese pasado que tiene tanta ainar^^iira, piíro j)iii;sto que vosotros lo queréis os dire lodo cuanto se. y no será esle el s; crilicío nías pequeño que por vosotros habré hecho.

La voz del hebreo ten) biaban ligeramente.

En todo su semblante se advertía el dolor que le causaba el evocar semejantes recuerdos.

Zelim le dijo al escuchar sus últimas palabras. Nuestro agradecimiento también sabéis que es inmenso; podéis creer que ai comprender ei sentimiento que os causa retroceder hacia el pasado, renunciaríamos á saber sus mis- terios, pero ya veis cuan necesario nos es conocer nuestra his- toria, y las desgracias de nuestra familia.

Escuchadme pues hijos míos, y vosotros también, aüadió Isaac al ver que Zaard, Angeles y Antonio hacían un movimiento para marcharse, también vosotros podéis oírlo, casi, casi, com- ponemos una familia, y nada de estraño hay en lo que voy á contar, veréis el desbordamiento de las pasiones á donde con- duce, y quiera el señor preservaros de semejante desgracia.

Todos se aooiüodaroa junto al anciana, y este comenzó su narración.

Mucha parte de lo que Isaac contó, lo conocen nuestros lee- lores ya por las memorias de Alberto.

Uespecto á ios demás incidentes, y á los personages mez- cl.idos en esa historia, aquí algo de lo que dijo el hebreo.

Abraham, el, hermano de Isaac había sido una cabeza tan volcánica, como sediento de goces estaba su corazón.

Su padre no habia f odído hacer carrera de él, y sin em- bargo era al hijo á quien mas quería.

Cuando lema veiule años se le antojó viajar, y Francia,

OE ESPAÑA 865

Inglaterra y España fueron durante cuatro años el campo de sus conquistas y de sus desaciertos.

Un capital gastó en todo esto, pero su padre, ya hemos dicho que era el hijo que mas queria, y aunque gruñendo có- mela generalidad de los padres complacientes, nada le aegaba.

En Madrid conoció al conde de Piedra-negra.

Tenia una mujer encantadora con quien hacía tres años que se habia casado , y que á la sazón tenia ua niño

Abraham se enamoró de aquella mujer , y casi puede de- cirse que aquel fué el único amor de su vida.

La requirió de amores, y ella lo rechazó como debía.

Una y otra vez volvió con el mismo tema, y una y otra vez obtuvo la misma contestación.

El hebreo estaba desesperado.

Juró un amor eterno á aquella mujer, pero también la juro una venganza horrible.

Guardó su amor en el fondo de su pecho, y tuvo buen cui- dado de que jamas rebosase hasta su rostro.

Siguió visitando á los conaes, y Ana que asi se llamaba ella, creyó completamente curado al judío de su loca pasión.

La condesa profesaba un cariño estremado á su hijo, y por lo tanto este fué el sitio en que trató de herirla Abraham.

Una noche desapareció su hijo, sin que nadie supiese su paradero.

Aquella misma noche, Abraham estuvo con los condes en el teatro.

Se hicieron cuantas diligencias se pueden imaginar para descubrir el paradero del niño, pero todas fueron inútiles.

El judio habia sabido encubrir perfectamente su rapto.

Aquel niño era Alberto.

Un año después de esto, Abraham regresaba á su suelo patrio con aquel niño.

En Gibraltar donde estuvo poco tiempo después tuvo tam- bién una aventura que es la que dio margen al odio de Ibra- him, aventura de la que según dijo Isaac, no conocía los de- talles.

100

oññ EL HONOR

Mas larde se casó el judío, y Alberto pasó por hijo suyo.

Los acontecimientos políticos de España en 1848 obligaron al conde y á su esposa á emigrar, y fueron á refugiarse al Mogreb.

El conde recordó sus antiguas relaciones con Abraham, y no dudó en pedirle su protección.

La condesa habia tenido otros dos niños.

Abraham era en aquella época joyero de S. M. XerilTiana.

El judío se estremeció de placer así que volvió á verá Ana.

Orfeció su apoyo al conde, y los hizo que se establecieran en Mequincz.

Allí volvió á decirla que le amaba.

Y la misma contestación obtuvo que en las veces anteriores.

Transcurrieron muchos días sin que entre Abraham y Ana se cruzara ninguna palabra de amor.

Por entonces se le ocurrió al conde hacer un pequeño viage á Fez acompañado do su mujer y sus hijos.

Cuando regresaron á Mequinez, volvieron solos.

Los niños habían desaparecido.

La misma mano que les habia robado el prio^ero, robó también á los segundos.

Abraham consoló como pudo á los pobres padres que jamás sospecharon que él fuese el autor de semejantes infamias.

VI

fin día vio la condesa á Alberto.

Su corazón de madre la dijo que aquel era su hijo, y aquella noche la puerta de su casa se abrió para el hebreo.

Entonces se descubrió todo.

Ana prometió á Abraham rendirse á su pasión si la devolvía á sus hijos.

El joyero todo lo prometió.

Al retirarse quiso su mala suerte que el conde le viera.

0E ESPAÍÍA, 867

Abrahara pidió como único favor á aquella muger tan que- rida un beso.

Ana vaciló algunos momentos hasta que con una repugnan- cia invencible posó sus labios, sobre los labios del hebreo.

Una nube sangrienta pasó por los ojos del conde.

Cuando pudo ver lo que á su alrededor habia, se encontró con que el hebreo habia desaparecido.

Sola estaba su muger, y poseído de un vértigo infernal, su gumía se hundió dos veces en el pecho de la iníiel esposa según él la creía.

Inmediatamente desapareció de su casa.

Pero su venganza no estaba satisfecha.

Necesitaba también la sangre del joyero, y como consecuen- cia de esto tres días después, su cadáver se encontró en una de las calles que conducían á su casa.

Nada se volvió á saber después del conde, ni de uno de sus criados que era el que le habia acompañado en su emi- gración.

El joyero murió con el secreto del paradero de los otros dos niños.

De estos ya hemos sabido que el uno se habia criado en las Provincias Vascongadas, que era Garlos, y el otro en el mismo imperio de Marruecos.

Garlos, que llevado á las Provincias por el mismo Abraham y abandonado allí en la puerta de una de las mejores casas de Guipúzcoa.

Los dueños de ella le recogieron y le dieron carrera que- riéndolo como á un hijo.

En cuanto á Zelím, se educó en la casa de un anciano (}ue le enseñó la religión cristiana según habia sido el deseo de Abraham al confiárselo.

Respecto á la madre de Alberto había sucedido una cosa estraña.

No se habia encontrado el cadáver de ella en toda la casa.

La mayor parte de estas noticias las supo Isaac después de la muerte de su hermano.

868 EL HONOR

Conocía algunos misterios de su vida, y sabia todo lo con- cerniente al rapto de losnifiosy á la existencia de los condes en Mequinez.

Así fué que cuando Abraham murió, su primer cuidado fué el de averiguar el paradero de sus verdaderos padres, y en- tonces por rumores de los vecinos sacó algo de lo que habia

sucedido.

Estas noticias vagas unidas á las confidencias que le hacia

el mismo joyero, pues era en quien mas confianza tenia, le hi- cieron adivinar la verdad.

Esto era cuanto sabia, y esto fué lo mismo que supieron to- dos los que con tanto afán le estaban escuchando.

BE ESPAÑA.

869

Tratado de paz celebrado entre España y Marruecos, del conyenio de Melilla.

-Hatiñcaeion

NTES de seguir adelante, y antes de acompañar á nuestras tropas en su en- trada en la capilai, queremos dar á nuestros lectores la copia del tratado de paz celebrado últimamente con el im- perio marroquí.

Ofrecimos ocuparnos detenidamente de este, y á continua- ción de él emitiremos nuestra pobre opinión sobre im asun lo de tanta trascendencia.

Tal vez nuestras ¡deas no sean las mas acertadas pero son las que profesamos, y las que siempre franca y lealmenle es- pondremos.

He aquí ahora el Iralado en cuestión:

870 Et llOMOR

II.

TRATADO DE PAZ

entre España y Marruecos, y presentado en las Cortes por el Gobierno.

«En el nombre de Dios Todopoderoso. Tratado de Paz y amistad entre los muy poderosos principes S. M. doña Isa- bel lí, Reina de las Espafias, y Sidi-Mohammed, rey de Mar- ruecos, Fez, Mequinez, etc. , siendo las partes contratantes por S. M. Católica, sus plenipotenciarios D. Luis García y Mi- guel, caballero gran cruz de las reales y militares órdenes de San Fernando y San Hermenegildo, de la distinguida de Car- los III y de la de Isabel la Católica, condecorado con dos cru- ces de San Fernando de primera clase y otras por acciones de guerra, oficial déla Legión de Honor de Francia, teniente'general de los egércitos nacionales y gefe de estado mayor general del egército de África, etc. , etc. ; y D. Tomás de Ligues y Bardají, mayordomo de semana de S. M. Católica, greíier y rey de armas, que ha sido de la insigne orden del Toisón de Oro, comendador de número de las reales órdenes de Car- los III é Isabel la Católica, caballero de la ínclita militar de San Juan de Jerusalen, gran oficial de la militar y religiosa de San Mauricio y San Lorenzo de Cerdeña, de la del Medpdié de Turquía y de la del Mérito de la Corona de Baviera, co- mendador de la de Santiago de Aris de Portugal y de la de Francisco 1 de Ñapóles, ministro residente y director de polí- tica en la primera secretaría de Estado, etc. , eíc. ; y por Su Magostad marroquí, sus plenipotenciarios el siervo del em-

ÍE ESPAÑA. 871

perador de Marruecos y su territorio su representante, confi- dente del emperador el abogado el Sid-Mohammed-el Jetib, y el siervo del emperador de Marruecos y su territorio, gefe de la guarnición de Tánger, caid de la caballería, el Sid-e^ Hadeh Ajinad, Ghabli-ben-Abd-el-Melck, los cuales debida- mente autorizados han convenido en los artículos siguientes:

Artículo 1> Habrá perpetua paz y buena amistad entre Su Magestad la reina de las Españas y S. M. el rey de Marruecos, y entre sus respectivos subditos.

Art. 2f Para hacer que desaparezcan las causas que mo- tivaron la guerra, hoy felizmente terminada» S M. el rey de Marruecos, llevado de su sincero deseo de consolidar la paz, conviene ampliar el territorio jurisdiccional de la plaza espa- ñola de Ceuta hasta los parajes mas convenientes para la com- pleta seguridad y resguardo de su guarnición, como se de- termina en el artículo siguiente:

Art. 5.'' A fin de llevar á efecto lo estipulado en el ar- tículo anterior, S. M. el rey de Marruecos cede á S. M. la reina de las Españas, en pleno dominio y soberanía, el territorio comprendido desde el mar, siguiendo las alturas de sierra Bu- llones, hasta el barranco de Anghera.

Como consecuencia de ello, S. M. el rey de Marruecos cede á S. M. la reina de las Españas , en pleno domi- nio y soberanía todo territorio comprendido desde el mar, partiendo próximamente de la punta oriental de la pri- mera bahía de Handaz Bahma, en la costa Norte de la plaza de Ceuta por el barranco ó arroyo que allí termina, subiendo luego á la porción oriental del terreno, en donde la prolonga- ción del monte del Renegado, que corre en el mismo sentido de la costa, so deprime mas bruscamente para terminar en un escarpado punteagudo de piedra pizarrosa, y desciende cos- teando desde el boquete ó cuello que allí se encuentra por la falda ó vertiente de las montañas ó estribos de sierra Bullones, en cuyas principales cúspides están los reductos de Isabel II, Francisco de Asís, Pinies, Cisneros y Príneipe Alfonso, en árabe Uad-anial, y termina en el mar, formando el todo un arco de

87 J KL HONOR

círculo que muere en la ensenada del Príncipe Alfonso, en árabe Uad-anial, en la costa Sur de la mencionada plaza de Ceuta, según ya ha sido reconocido y determinado por los comisio- nados españoles y marroquíes, con arreglo al acta levanlada y firmada por los mismos en 4 de Abril del corriente ano.

Para conservación de estos mismos límites, se establecerá un campo neutral, que partirá de las vertientes opuestas del barranco hasta la cima de las montanas; desde una á otra parte del mar, segiin se estipula en el acta referida en este mismo artículo.

Art. 4.0 Se nombrará seguidamente una comisión com- puesta de ingenieros españoles y marroquíes, los cuales enla- zarán con postes y señales las alturas espresadas en el ar- tículo 3.0, siguiendo los límites convenidos.

Esta operación se llevará á efecto en el plazo mas breve posible, pero su terminación no será necesaria para (jue las autoridades españolas egerzan su jurisdicción en nombre de Su Magestad Católica en aquel territorio, el cual, como cua- lesquiera otros que por este tratado ceda S. M. el rey de Mar- ruecos á S. M. Católica, se considerará sometido á la sobera- nía de S. M. la reina de las Españas desde el dia de la firma del presente convenio.

Art. 5.° S. M. el rey de Marruecos ratificará á la mayor brevedad el convenio que los plenipotenciarios de España y Marruecos formaron en Tetuan el 24 de Agosto del año pró- ximo pasado del año de 1859.

S. M. marroquí confirma desde abora las cesiones territo- riales que por aquel pacto internacional se hicieron en favor de España, y las garantías, los privilegios y las guardias de moros de rey otorgados al Peñón y Alhucemas, según se es- presa en el art. 6."" del citado convenio sobre los lími'es de Melilla.

Art. 6.° En el límite de los terrenos neutrales concedidos

por S. M. el rey de Marruecos á las plazas españolas de Ceuta y Melilla, se colocará por S. M el rey de Marruecos un caid ó gobernador con tropas regulares, para evitar y reprimir las acometidas de las tribus.

DE ESPAÑA. 873

Las guardias de moros de rey para las plazas españolas del Peñón y Alhucemas, se colocarán á la orilla del mar.

Art. I."" *S. M. el rey de Marruecos se obliga á hacer res- petar por sus propios subditos ios territorios que, con arreglo á las estipulaciones del presente tratado, quedan bajo la sobe- ranía de S. M. la reina de las Españas.

S. J\J. Católica podra, sin embargo, adoptar todas las me- didas que juzgue adecuadas para la seguridad de los mismos, levantando en cualquier parte de elíos las íortificaciones y defensas que estime convenientes, sin que en ningún tiempo se oponga á ello obstáculo por parte de las autoridades mar- roquíes.

Art. 8.° S. M. marroquí se obliga á conceder á perpetuidad á S. M. Católica en la costa del Océano, junto á Santa Cruz la Pequeña, el territorio suficiente para la formación de un establecimiento de pesquería, como el que España tuvo allí an- tiguamente.

Para llevar á efecto lo prevenido en este articulo, se pon- drán previamente de acuerdo los gobiernos de S. M. Católica y S. M. marroquí, los cuales deberán nombrar comisionados por una y otra parte para señalar el terreno y los limites que deba tener el referido establecimie-nlo.

Art. 9.° S. M. marroquí se obliga á satisfacer á S. M. Ca- tólica, como indemnización para los gastos de la guerra, la suma de veinte millones de duros, ó sean cuatrocientos mi- llones de reales de vellón. Esta cantidad se entregará por cuar- tas partes á la persona que designe S. iM. Católica, y en el puerto que designe S. M. el rey de Marruecos, en la forma siguiente: cien millones de reales vellón en primero de Julio, cien millones de reules veilon en veintinueve de Agosto, cien millones en reales vellón en veintinueve de Octubre y cien millones en reales vellón en veintiocho de Diciembre del pre- sente año.

Si S. M. el rey de Marruecos satisfaciese el total de la cau-

tidad primeramente citada antes de los plazos marcados, el

uo

874 EL noNon

ejército e«?pañoI evacuará en el acto la ciudad de Tetiian y sn lerrilorio.

iMienlras este pago lotal no tenga lugar, las tropas espano- las ocuparán la indicada plaza de Tetuan, y el territorio que comprendía el antiguo bajalato de Tetuan.

Art. lo. S. M el rey de Marruecos, sigui^indo el ejemplo de sus ilustres predecesores (pie tan eficaz y especial protección concedieron á los misioneros españoles, autoriza el estableci- miento en la ciudad de Fez de una casa de misioneros españoles y coníirma en favor de ellos todos los privilegios y las exen- ciones que concedieron en su favor los anteriores soberanos de Marruecos.

Dichos misioneros españoles en cualquier parte del imperio marroquí dimde se hallen ó se establezcan, podrán entregarse libremente al ejercicio de su sagrado ministerio, y sus personas casas y hospicios disfrutarán de toda la seguridad y la protec- ción necesarias.

S. M. el rey de Marruecos comunicará en este sentido las órdenes oportunas á sus autoridades y delegados para que en todos tiempos se cumplan las estipulaciones convenidas en este arlicalo.

Art. 11. Se ha convenido espresamente que cuando las tropas españolas evacúen á Tetuan podrá adquirirse un espacio proporcionado de terreno próximo al Consulado de España para la construcción de una iglesia donde los sacerdotes españoles puedan ejercer el culto católico y celebrar sufragios por los soldados españoles muertos en la guerra.

S. M. el rey de Marruecos promete que la Iglesia, la mora- da de los sacerdotes y los cementerios de los españoles serán respetados, para lo que comunicará las órdenes convenientes. Art. 12. A íin de evitar sucesos como los que ocasionaron la última guerra y facilitar en lo posible la buena inteligencia entre ambos gobiernos, se ha convenido que el representante de S. M. la reina de las España en los dominios marroquíes resida en Fez ó en la ciudad que S. M. la reina de las Españas juzgue mas conveniente para la protección de los intereses es«

m EsPAfíA. 875

panoles y el mantenimiento de anaistosas relaciones entre am« bos Estarlos.

Art. 15. Se celebrará á la mayor brevedarl po<5ible un tra- tado de comercio en el cual se concederán á los subditos espa- ñoles todas las ventajas que se hayan concedido ó se concedan en e! porvenir á la nación mas favorecida.

Persuadido S M. el rey de Marruecos de la conveniencia de fomentar las relaciones comerciales entre ambos pueblos, ofrece contribuir por su parte á facilitar todo lo posible dichas relaciones, con arreglo á las mutuas necesidades y conveniencia de ambas partes.

Art. 14. Hasta tanto que se celebre el tratado de comercio á que se refiere el articulo anterior, quedan en su fuerza y vi- gor los tratados que existían enire las dos naciones anles de la última guerra, en cuanto no sean derogados por el presente,

Kn un breve plazo, que no escederá de un mes desde la focha de la ratificación de este tratado, se reunirán los comi- sionados nombrados por ambos gobiernos para la celebración del de comercio.

Art. 15. S. M. el rey de Marruecos concede á los subditos españoles el poder comprar y esportar libremente las maderas de los bosques de sus dominios, satisfaciendo los derechos cor- respondientes, á menos que, por una disposición general, crea conveniente la esportacion á todas las naciones, sin que por esto se entienda alterada la concesión hecha á S. M. Católica por el convenio del año de 1799.

Art. 16. Los prisioneros hechos por las tropas de uno y otro ejército durante la guerra que acaba de terminar, sen^n inme- diatamente puestos en libertad y entregados á las respectivas autoridades de los dos Estados.

El presente tratado será ralificado á la mavor brevedad po- sible, y el cange de las ratificaciones se efectuará en Teluan en el término de veinte días ó antes si pudiera ser.

En de lo cual, los infrascritos plenipolenciarios han es- tendido este tratado en hs idiomas español y árabe en cuatro ejemplares uno para S. M, Católica, y otro para S. M. mar-

876 EL HONOR

roqul, otro que ha ilo (|uoclar en poder del agente diplomático

ó del cónsul general de España en Marruecos y otro que ha de

quedar on poder del encargado de las relaciones esleriores de

osle reino, y los infrascritos plenipolenciarios los han firmado y

sellado con el sello de sus armas en Teluan á veinte y seis de

abril de mil ochocientos sesenta de la era cristiana, y cuatro

del mes de cha| del año de mil ochocientos sesenta y seis do laegira.

Firmado. Luis García.

Firmado. Tomás de Ligues y Bardnji.

Firmado. El siervo de su criador, Moharamed el Jelib, á quien sea Dios propicio.

Firmado. El siervo de su criador. Ajmad el Chabli, hijo de Abd-el-Melek.

Está conforme.»

Sil*

MINISTERIO DE EST.\DO.

En el nombre de Dios Todopoderoso.

Convenio ampliando l^s términos jurisdiccionales de Melilla , y pactando la adopción de las medidas necesarias para la se- guridad de los presidios españoles en la costa de África, esta- blecido entre los muy altos y poderosos príncipes S. M. doña Isabel 11, reina de España, y S. iM. Muley Abderrahman, rey (le Marruecos, siendo la parte contratante por S. M Católica

(ion Juan Blanco del Valle, cabalíoro gran cruz de la real ór<* den de Isabel la Galólica, comendador de la real y dislinguida de Carlos líí, caballero de la ínaperial de la Legión de Honor de Francia, diputado á Cortes, encargado de Negocios y cón- sul genernl de Rspaña en Tánger, y por S. M, mdrroqiií, Sld .Mohammed el-Jelib, su ministro de Negocios estranjeros, quie- nes, después de haber canjeado sus plenos y respectivos po- deres, han estipulado, conforme á las instrucciones que cada uno tenin, los arlicnios siguientes:

Articulo t.o S. M. el rey de Marruecos, deseando dar á S. M. Católica una señalada muestra do los buenos deseos que lo animan, y queriendo contribuir en lo que de 'él dependa al resguardo y seguridad de las plazas españolas de la costa de África, conviene en ceder áS. M. Católica en pleno dominio y soberanía el territorio próximo á la plaza española de Meliíía hasta los puntos mas adecuados para la defensa y tranqui- lidad de aquel presidio.

Arl. 2.^ Los limites de esta concesión se trazarán por in- genieros españoles y marroquíes. Tomarán estos por base de sus operaciones para terminar la estension de dichos límites el alcance del tiro de canon de 24 de los antiguamente co- nocidos.

Art. 5.° En el mas breve plazo posible, después del dia de la firma del presente convenio, según lo indicado en el ar- ticulo 2J', S9 procíiderá de común concierto y con la solem- nidad conveniente á señalar la línea que desde la costa del Norte á la costa ih\ Sur de la plaza ha de considerarse en adelante como límite del territorio jurisdiccional de Melilla.

El acta de deslinde, debidamente certificada por las auto- ridades españolas y marro!|uíes que intervengan en la opera- ciun, será firmada por los plenipotenciarios respectivos, y se considerará con la misma fuerza y valor que si se insertase tes- tualmcnle en el presnnte convenio.

Art. 4.° Se establecerá entre la jurisdicción española y marroquí un campo neutral.

Los límites de e>te campo neutra! serán: por la parte de

878 KL nONOR

Melilla la línea de jurisdicción española, consip'nada en el

acia de deslinde á que se refiere el art. H.**, y por la parle del Riff la linea que se delernnine de común acuerdo como di- visoria entre el lerritorio jurisdiccional del rey de Marruecos y enlre el mencionado campo neutral.

Art. 5.<^ S. M. el rey de Marruecos se compromete á colo- car en el limite de su territorio fronterizo á Melilla un caid ó gobernador con un destacamento de tropas para reprimir todo acto de agresión de parte de los riffeños, capaz de compro- meter la buena armonía entre ambos gobiernos.

Art. 6.0 Con el fin de evitar las hostilidades de que en al- gunas épocas han sido objeto las plazas del Peñón v Alhu- cemas, S. M. el rey de Marruecos, llevado del justo deseo que le anima, dispondrá lo conveniente para que en la proximidad de aquellas plazas se establezca también un caid con las tro- pas suficientes, á fin de hacer respetar los derechos de la España y favorecer eficazmente h libre entrada en dichas pla- zas de los víveres y refrescos necesarios para sus guarniciones. Los destacamentos que havan de colocarse tanto en la frontera, por la parte de Melilla, como en las cercanías del Peñón y Alhucemas, se compon Irán precisamente de tropas del egército marroquí, sin que pueda encomendarse este encargo á gefes ni tropas del Riff.

Se ratificará el presente tratado con la brevedad posible, se firmarán y sellarán cuatro originales de él en los idiomas español y árabe; uno para S. M. Calólica, otro para S. M. Che- rifiana, otro que ha de quedar en poder del encargado de ne- gocios y Cónsul general de España en Marruecos, y otro en manos del ministro de Negocios estrangeros marroquí, cuidan- do cada una de las dos altas partes se observe con la mayor

puntualidad cuanto contiene los artículos de que se compone este tratado. En de lo cual, nosotros los infrascritos pleni- potenciarios por parte de S. M. Católica D. Juan Blanco del Valle, y por la de S. M marroquí Seid-Moliammed-el-Jetib, los hemos autorizado con nuestros sellos y firmado de nuestras

DB espaNa, S79

manos en Teluan k 24 de agosto de 1859, que corresponde á 24 de ía luna de Muharran de 1276.

(L. S.) Firmado. —Juan Blanco del Valle.

(L. S.)— Firmado. El siervo de la magestad que Dios realza, Mohammed-el-Jelib, á quien Dios sea propicio.

Este convenio ha sido ratificado por S. M. Católica y por S. M. el rey de Marruecos, y las ratificaciones respectivas se cangearon en Tetuan el dia 26 de mayo de 1860.

880

EL llONOfí

CAPITULO L.

Breves consideraciones sobre la conveniencia do la paz.— Mas detalles so- bre Sara.— Entrada del e:;ércilo en Madrid.

E ha hablado tanto sobre las pnces ajustadas últimamente con el emperador de Marruecos, que creeriamos faltar á nuestro deber, y á lo que nuestros sus- ^fe^ ci ¡lores tienen derecho á esperar de nos- otros, s¡ no emilJeramos también nuestro parecer sobre este asunto.

Al mismo tiempo como nuestra obra, es una especie de cró- nica de la guerra, cuantos incidentes en ella han ocurrido, has- ta la entrada de nuestras tropas en la corle, nos parece muy conveniente manifestar.

Ofrecimos al principio de fíl Honor de España que este se- ria una especie de diario sucinto de las operaciones del egército, embellecido al¿;un tanto con episodios novelescos, y este diario

m ESPAÑA. 881

tiene que continuar hasta la vuelta de la mayor parte del egér- cito, al hogar patrio.

No creemos que esto sea molesto á nuestros complacientes lectores, toda vez que en nuestra obra encuentran compilada toda la guerra de Marruecos, con el aliciente de la novela.

Quizá tanto la parte histórica cuanto la novelesca se re- sienta de nuestra falla de conocimientos, ó de inteligencia, pero tanto ahora como al principio de nuestra publicación, hemos confiado en la indulgencia del público.

II

Ha sido necesaria la paz, ó no lo ha sido.

¿Y tras esta necesidad, ha sido beneficiosa ó no?

Esta es la cuestión que tenemos que examinar, y esto sin pasión, sin que hable el espíritu de partido, sino la razón fria, del español amante de su patria antes que todo.

¿Iban nuestras tropas á Marruecos para conquistar?

No; ni podíamos, ni debíamos hacerlo.

El egemplo de esto lo tenemos en la Argelia.

Treinta años llevan los franceses en esta parte del Mogreb; y los gastos esceden con mucho á los beneficios.

¿Qué han adelantado en todo este tiempo?

Estender algunas leguas su territorio, á costa de la vida de mas de una tercera parte de los soldados destinados á aquellas posesiones.

¿Y el dinero invertido en tantos años en estas colonias?

La Francia no ha sacado de la Argelia, mas que una es- cuela militar, una especie de horno guerrero donde se funden esos magníficos soldados que han vencido en Crimea y en Sol- ferino.

Nosotros sin esa escuela militar, hemos formado un egército tan aguerrido y disciplinado como el que á los franceses les cuesta tantos millones:

iti

882 EL HOMOh

llelrocedamos al principio de la güera de Marruecos.

Una de las kabilas 'iinilrores de Ceuta, cómele un alentado contra el honor de Espaúa, ultrajando su pabellón.

Estas kabilas si bien desconocen la autoridad del Xeriífe marroqui, él, y solo él, es responsable de los actos que aquellas egecutan.

Antes de esto, diariamente habian estado hostilizando nues- tros presidios, y casi diariamente los fuegos de las guarnicio- nes de estos, se habian cruzado con los de los moros.

Sin embargo, los gobiernos anteriores ó por apalia, ó por imposibilidad, habian despreciado todo esto, y la indignación general habia ido decayendo hasta casi no acordarse de lo que habla pasado.

Ahora no sucedió así.

El hombre que estaba al frente del gobierno era mas enér- gico, mas celoso de la honra patria tal vez que los anteriores, y no quiso dejar impunes tales actos de vandalismo.

Recurrió inmediatamente á las negociaciones diplomáticas, pero de gobierno á gobierno, es decir, sin necesidad como otras veces de intermediarios, nuestro representante en Tánger exigió del emperador de Marruecos las satisfacciones á que teníamos derecho.

Pero no por eso el gabinete de O'Donnell, permaneció e" la inacción.

Envió tropas á Ceuta, y puso en Algeciras un cuerpo de observación que mas tarde fué el primero del egércilo.

La diplomacia no obtuvo resultados, y la guerra puesto que era necesaria, se declaró olicialmenle.

Uno de ios cargos que se le hacen al conde de Lucena son las notas cruzadas entre el gabinete de S. James, y el gabinete español.

¿Y acaso los que esto dicen, no saben que cuando una na- ción declara la guerra á otra, tienen derecho las demás á exigir seguridades y garantías?

La Francia misma en medio de su proponderancia, y de su poder, ¿no las ha dado en todas sus guerras?

DE RSrAi^A. 88S

íriíílatí^rra por la posición que ocupa en el Estrecho, tan vecina como está k los puertos Mogrebinos, se hallaba en el caso (le pedir esplicaciones.

En otras circunstancias nos podría haber importado muy poco que se hubiera satisfecho ó no, ó habérselas dado, ó ha- bérselas negado.

Pero en hs actuales ni bodíamos ni debíamos malquistar- nos con ella.

El general O'Donell en pleno parlamento dijo que Íbamos al África, no h conquistar, sino á vengar una afrenta.

Esta mancha, ¿se ha lavado ó no?

Que se repasen todos los partes de las acciones dadas al suelo africano, y se verá que si con sangre so lavaron ciertos ultrajes, sangre musulmana se ha derramado para dejar lo su- ficientemente limpio el honor de una nación.

Yeni^araos ahora á la paz.

III

Se ha criticado el modo de ajustaría antes de haber lle- gado á Tánger.

Ha sido mal rtícibido el abandono de Tetuan, después que nos satisfagan los cuatrocientos millones.

Se ha creído una ridiculez la cesión que se nos hace en / Santa Cruz la pequeña del terreno suficiente para el estableci- miento de una pesquería.

Y finalmente, todo el tratado se ha juzgado harto severa- mente.

¿Qué hem.os sacado con las paces? se preguntan unos á otros.

í.os que de tal manera critican, no conocen ni el clima ni el terreno africano.

No es lo mismo contemplar el Mogreb sobre el mapa, que estar prácticamente sobre su suelo.

8^4 RL HONOR

Para haber conlinuado nuestra marcha por el territorio afri- caho se necesitaban por lo níienos otros treinta mil hombres.

¿Y f)uede la nación acaso sostener estos soldados?

Los gastos de un egército en campaña, y en un terreno como aquel son incalculables.

Municiones y provisiones, todo tiene que ir de la penín- sula, y los medios de conducción son harto costosos.

Si el ejército continúa su marcha hacia el Fondak, en este punto indudablemente hubiese tenido necesidad de esperar nuevos refuerzos.

Hemos dicho siempre qae el mayor enemigo de nuestros soldados, no era el egército musulmán.

Eran las enfermedades, ese terrible cólera que á nadie res- peta, y contra el cual no existen preservativos.

Estas enfermedades con el calor, aecesariamente se hablan de desarrollar.

¿Y saben los que critican la paz, lo que es aquel pais para una guerra en la estación de los calores?

Nada hay que puede compararse á. aquella tierra abrasada, sobre la que cae á plomo un sol mas abrasador aun.

Si en la estación en que nuestro egército ha estado allí, ha habido tantas enfermedades ¿cuántas no habria en los meses de Julio y Agosto?

Supongamos por un momento que nuestro general en gefe dispone que se internen ias divisiones por el Mogreb, con di- rección á Fez,

Para esto, hemos sentado ya por base que se necesitaban otros treinta ó cuarenta mil hombros.

En el caso de que la nación hubiera llevado con gusto este nuevo sacrificio, !a mitad de la gente se queda enterrada en los arenales del África.

Para este egército se necesita ha un material inmenso de guerra.

Dias enteros se pasarían sin encontrar ni un pueblo, ni un aduar, ni aun una miserable choza

Agostados los campos por los calores, y secos completa-

DK ESPAÑA. 885

mente los arroyos, todas las provisiones debian llevarse en los camellos, y el agua en odres, queá los tres dias, ya no se podría beber.

¿Quién es capaz, comprendiendo todas estas dificultades, de desaprobar la paz?

Cada dia de marcha causaría de baja en el egército un dos por ciento, y estos enfermos no tendrían mas remedio que ser conducidos á los hospitales de Tetuan ó de Ceuta.

Para escoltar á estos enfermos seria menester destinar tro- pas que necesariamente habían de disminuir la fuerza espe- dicionaria, ¿v en todo ese camino, en esos días que transcur- rieran hasta llegar á Fez, no había de empeñarse alguna acción?

¿Qué iba á ser de aquellos pobres heridos abandonados so- bre un terreno calcinado,- y sufriendo los rigores de aquel sol de fuego?

El bagage inmenso que tenia que llevar el egército entor- pecería susí movimientos, y era mucho mas fácil esponerse á una catástrofe, que contar con las probabilidades de nuevos triunfos.

IV.

Se ha criticado también el modo de ajustar las paces, y hemos oído á multitud de personas decir, que puesto que esto había de suceder, para que se dio la batalla de Gualdrás.

Que la paz había de firmarse, nadie lo dudaba porque nadie podía dudarlo.

Uu egército que siempre en cuantos encuentros se presen- la, y luchando contra fuerzas mas superiores, vence constan- temente al enemigo, puede abrigar la convicción intima de que ha de venir á doblegarse á aceptar las condiciones que se le impongan.

Por esta razón todos sabían que pasado el Fondak, punto en el que se creia que se librarla la batalla decisiva, se ajus-

^8^ EL HONOn

tarín el convenio, v se firmarian los preliminares de paz.

Remos \m'sIo la conducta so^^iiida por los moros siempre que se ha tratado de esta cuestión.

Nos han llevado en palabras, mientras se preparaban para probar nuevamente la fortuna.

Era necesario pues, escarmentarlos fuertemente para que en definitiva se decidiesen por la terminación de la guerra.

Ksta fué la idea del fi:eneral 0*Donnell, el emprender la marcha al Fondak.

Los resultados de la batalla librada el dia 23, se tocaron al inmediato.

Si en Gualdrás el enemií?o no se hubiese decidido por acep- tar la paz, no por aceptarla, sino por pedirla humildemente, lo habría hecho en el Fondak.

Diírimos al principio de este párrafo, que nuestro eíjér- cito no había ido al África llevado del espíritu de conquista.

Todo el mundo creemos que comprenderá esto.

Esta es la razón porque se devuelve Tetuan.

La ciudad del Guad-el-Gelií, no nos sirve mas que de garantía mientras se efectúa el pago de los cuatro cientos mi- llones.

A esto se dice que puesto que la hemos de devolver ¿por qué se han hecho en ella obras de tanta consideración?

Sin duda alíruBa, que era preferible, dejarla en su estado de hediondez y mezquindad, para que con la permanencia de nuestras tropas se desarrollase con mayores proporciones una epidemia que no podría menos de causarnos muchisimas bajas.

Aun asi, las calenturas v el cólera, las hacen, con que si de otro modo fuera, ¿h dónde iríamos á oarar?

Ademas la ocupación permanente de Tetuan, seria el prin- cipio de una colonia, que con el transcurso de los años, po- día ocupar todo el terreno del Riff.

Pero ya hemos dicho lo que esto costaría anualmente á la nación

Ya vemos lo am á la Francia le cuesta la Arí^elia, y lleva treinta años, con que ¿cuánto no nos costaría «á nosotros?

DE ESPAÑA. 887

El pensar en la conservación de este punto, es hasta un delirio.

También se ha dicho, que porque no se ha cambiado Te- tuan por Mogador ó Rabal.

La misma razón hay para uno, que para otros, con la di- ferencia que en Rabat ó Mogador, tendríamos necesidad de una estación naval, casi permanente, y ni nuestra marina está to- davía para poderse desprender de dos ó tres buques, ni nues- tra nación tan desahogada que pueda soportar el inmenso gasto que traería consigo una cosa así.

Respecto á Agadír, vamos también á esponer nuestra opi- nión.

La pesquería que se trata de establecer allí, tal vez para la península no reporte grandes beneficios.

Tampoco puede hacernos daño, pero para donde es venta- josísima, es para las islas Canarias.

¿Y acaso ios habitantes de estas, no son españoles como nosotros?

Volvemos á repetir lo mismo que hemos dicho muchas veces.

Mas que las guerras, mas que las conquistas, lo que nece- sita una nación para adelantar en su fomento y prosperidad, son buenos tratados de navegación y comercio con las demás naciones.

El de que nos estamos ocupando, reúne condiciones alta- mente favorables.

Se nos cede á perpetuidad en Santa Cruz la pequeña ó sea Agadir, el terreno para construir la pesquería, es verdad que esta permanencia tal vez sea necesario disputarla á balazos algunas veces á los musulmanes, pero ya están nuestros va- lientes acostumbrados á luchar y á vencer á los hijos del Islam.

Se ratificará el convenio de Melilla que ya en otro lugar habrán visto también nuestros lectores.

Se conceden nuevos límites á Ceuta, límites que la dan una verdadera riqueza territorial.

888 EL HONOH

Se ajusla un nuevo halado de comercio, en el que se nos hace pai licipes de los mismos benelicios de que disfrute ó pueda (li>rrulai* la nación mas favorecida.

Se permite la residencia en Fez de nuestro representante, único (|ue hasta ahora ha obtenido semejante priviie¿5M0, y de esta manera sus reclamaciones, cerca de S. M. Xeriffiana, po- drán ser mas prontas, y mas directas.

Al mismo tiempo se nos concede el establecimiento de las misiones, y nuestra religión mas todavía que nuestra espada, es la que verdaderamente está llamada á civilizar el Mogreb.

Igualmente por vía de indemnización de los gastos de la guerra nos abonan veinte millones de duros, cediéndonos, co- mo ya hemos dicho, la plaza de Tetuan en garantía.

Tal es cse traiado que se ha criticado de una manera tan injusta, según nuestra opinión.

Imparciales antes que todo, pues nada debemos, nada esperamos del gobierno, deseábamos siempre una paz venta- josa, y creemos que se ha cumplido nuestro deseo.

La t^spaña ha conseguido con esta guerra tres cosas:

La prmiera, demostrar á la iíuropa entera, que mientras los soldados de las demás naciones necesitan una escuela es- pecial para formarse, los nuestros lo hacen entre las balas y la pólvora, y entre las privaciones y penalidades del campa- mento.

Ademas todas las naciones han admirado la actitud en- tusiasta y resuella de nuestro pueblo, y todas las naciones han comprendido lo que seria en un caso dado á la España del si- glo XIX.

La segunda, inspirarles temor á los marroquíes, haciéndokís ver y sentir una superioridad que desconocían por completo, y al mismo tiempo un trato y una tolerancia cual ellos no creían encontrar en los vencedores.

Y finalmente, sus puertos se han abierto para nuestro co- mercio, y esta es una ventaja lau positiva que no tardará en percibiise clara y distinta en las regiones mercantiles.

TE ESPAÑA. 889

La paz con garantías, con seguridades y con beneficios, siempre ha sido nuestro sueño dorado.

La paz con las condiciones y de la manera que la presente se ha hecho, nos ha satisfecho del todo.

El día diez de mayo, se habia improvisado un campamen- to en la dehesa de Amaniel.

Conforme habían ido llegando las tropas que habían de ve- riílcar su entrada en la capital, habían plantado sus tiendas, y aquellos lienzos que habían sufrido los ardores del sol de África, los vendavales que se desprendían ae Sierra Bullones, y las lluvias de aquel cielo inclemente, volvían á estenderse sobre el bendito suelo de la patria querida.

Este campamento establecido á las mismas puertas casi de Madrid, quitó mucha parte de la animación que debió haber al día inmediato.

Toda la población madrileña, podemos decir que estaba en la dehesa de Amaniel,

Todo el mundo ansiaba ver de cerca á aquellos bravos que tan bizarramente habían derramado su sangre por la honra de su pueblo.

Cuadros de coloridos tan brillantes, que jamas podrá nues- tra paleta reproducir, se veían por todas partes.

Multitud de lugareños de las inmediaciones, habían aban- donado sus hogares, para bañar con sus lágrimas de felicidad

el denegrido rostro del hijo, del hermano ó del amante. iNosotros presenciamos algunas escenas de estas, y cuantos

espectadores tenían, sentían una emoción particular que hacia

asomar una lágrima hasta sus pupilas.

Nada faltaba en aquel pequeño campamento, y los curiosos

admiraban la preparación de ios ranchos, y las tiendas, pre-

guülaadose muchas veces al ver aquellas mezquinas habila-

112

8f)0 EL HONOR

cioDtvs (le lona, si era posible que hubiera hombres que por espacio de tantos meses, hubiesen vivido allí, sin exhalar una (jueja, y sin dar la mas mínima señal de descontento.

Muchos de los niililares que allí se encontraban, se los ha- bla visto marchar niños meses antes, y se los veia volver hom- bres, y hombres cuyas frentes estaban circundadas por la aureola de los héroes.

|Con qué orgullo contemplaban las madres á sus hijos, y con qué placer estrechaba el amigo la mano del amigo á quien no creia ver jamás 1...

Describir escena por escena, seria completamente impo- sible.

El pueblo de iMadrid ha sido actor y espectador en ellas.

¿Qué, hemos de decir nosotros que no sea pálido y frió?

El pueblo madrileño guarda en el fondo de su pecho, el recuerdo de las dulcísimas emociones que esperimentó tanto en ese dia como en el inmediato.

La munificencia de nuestra soberana costeó aquel dia, el banquete que tuvieron los oficiales y soldados recien llegados del suelo africano.

La noche qne siguió á este dia, fué tan bulliciosa como él.

Multitud de familias la pasaron en el campamento, y una multitud mas inm'^nsa todavía, se levantó á las dos ó las tres de la madrugada para ir á ver saludar al alba las músicas de los cuerpos acampados.

VI

Por ¡fin amaneció el dia ©nce.

Los mismos ecos sonoros y alegres que tantas mañanas ha- bían resonado por los valles de Anghera, y las breñas de sierra Bullones, monte iNegron, y sierra Ximera, retumbaron en la dehesa de Amaniel.

Menos preocupados en aquellos sitios, los soldados salían

Entrada (Je las (ropas en Madrid, el día 11 de Y.ayo di- IHi.C.

üE espaSa. 89i

de sus tiendas, y alegres y satisfechos saludaban fervorosa- mente á aquella aurora que no habían creido volver á mirar en tantas ocasiones.

A. las pocas horas las cornetas anunciaron algún nuevo acon- tecimiento.

S. M. habia llegado á la estación, y se había puesto inme- dialamente en marcha para el campamento.

La reina habia ofrecido que asistiría á el acto de batir tiendas el egercito, y cumplió su palabra.

La naturaleza misma, parece que unía su alegría á la ale- gría general que reinaba entre toda aquella multitud.

A la aproximación de S. M. se oyeron mil atronadores vivas.

Es verdad que estos vivas se estaban oyendo desde el día anterior.

La augusta persona, (y lo decimos en singular, porque el rey no pudo asistir por hallarse ligeramente enfermo) contem- pló con los ojos humedecidos aquellos semblantes tostados y aquellas ropas destrozadas, y admiró la voluntad y la decisión que se leía en aquellos rostros envegecidos antes de tiempo por las penalidades de la campaña.

La reina, los generales y los soldados, todos fueron victo- reados con frenesí por el inmenso gentío que llenaba aquel espacio.

Volvieron á comunicarse las órdenes necesarias, y con aquella rapidez que ya habíamos contemplado mas de una vez en África, las tiendas fueron plegadas, y los soldados quedaron dispuestos para emprender su marcha hacia la capital.

El ayuntamiento habia tenido la ocurrencia de mandar ha cer un arco de triunfo en la puerta de Atocha, y las tropas que estaban en el estremo opuesto de Madrid, tenían que bajar por la ronda para entrar por dicho punto.

Efectivamente, después de batidas las tiendas, y previa la ausencia de S. M, , que se dirigió á su palacio para presen- ciar e\ desfile del egercito, se puso este en marcha en direc- ción á la citada puerta.

892 EL HONOR

Desde muy temprano Madrid se había puesto el traje que solo viste en las grandes solemnidades, v esperai)a con impa- ciencia á aquellos héroes que habia visto marchar algunos me- ses antes.

Desde la casa mas pobre hasta la mas suntuosa, todas ha- bían enp:alanadosus balcones, y todas preparaban para la noche la elegante iluminación á la veneciana, ó la modesta de faroles.

Sin temor á los ardores del sol que abrasaban algún tanto la tierra, grupos sobre grupos, y familia tras familia, desembocaban por todas las calles, en las porque habían de pa- sar las tropas.

Y muchas horas transcurrieron asi.

Los soldados tenían que atravesar un espacio bastante gran- de, y no era cosa tampoco de fatigarlos con el calor y el peso que traían.

Por fin llegaron á la puerta de Atocha.

No es nuestro ánimo por ningún estilo, hacer una descrip- ción detallada de esto.

En primer lugar, porque tal vez para algunos de nuestros lectores nos hiciéramos pesados, y en segundo, porque seria un trabajo superior á nuestras fuerzas.

Es imposible decir á punto fijo el tiempo que tardaron las tropas en cruzar el espacio que media entre la puerta de Atocha y el Real Palacio.

Palomas y flores, versos y coronas, cayeron sobre aquellas frentes, que tantas veces habían tenido por toda aureola, las cenicientas nubes del humo de la pólvora.

Confundidos militares y paisanos, entre bravos, felicitacio- nes y abrazos, no podían adelantar un paso.

Los heridos que había en Madrid habían sido invitados también para este acto, y también para ellos había coronas y flores, y vivas.

Los gritos de entusiasmo, las esclamaciones de alegría, formaban una armonía eslraña é índermíble, que hacía palpitar el corazón de una manera estraña.

Los caballos de los generales, especialmente los del duque

(lo Teluan, y el marqués de los Caslillejos, se veian detenidos y rodeados por una multitud frenética, que no se cansaban de victorear y contemplar á aquellos dos hombres que tantas cosas habían hecho, cada uno en su respectiva situación.

Concluida aquella marcha verdaderamente triunfal, las tro- pas se marcharon á sus acantonamientos, ó quedaron en Ma- drid, y el pueblo se retiró á sus casas para continuar por la noche su fiesta de la mañana.

Aquí daríamos ya por terminada nuestra ligera reseña so- bre la recepción hecha á nuestros valientes, pero nos parece muy oportuno dar la lista de los cuerpos que entraron en la corte, con las acciones en que tomaron parte, convencidos de que no les será á nuestros lectores molesto, en atención á que como dijimos al empezar este capítulo nuestra obra, con al- ienas formas novelescas, es una especie de resumen de toda la campaña de África,

nqid los batallones de que antes hemos hecho mención,

'Regimiento de infantería de Zamora dos batallones. Ha en- trado de las acciones del 17, 20 y 25 de diciembre, 31 de enero de 18§0, 4 de febrero de id. y 25 de marzo de id., que son batallas, habiendo tenido 77 bajas de gefes, oficiales y tropa sobre el campo de batalla.

ídem Barbón, núm, J7, dos batallones. En las acciones del 25 y 50 de noviembre, 11 de marzo y batalla del 25 de Ídem; ha tenido 200 bajas entre muertos, heridos y contusos sobre el campo.

ídem de Álmansa, un batallón. Se ha encontrado en la del 17 y 22 de diciembre del 59 y batalla del 4 de Febrero, y ha tenido de bajas 2 oficiales y 50 de tropa.

ídem de Navarra, im batallón. En idem 9 diciembre, 1/* de enero, 4 de febrero, batalla y 23 de marzo de id ; sus pér- didas han sido de un gefe muerto y 2 heridos y 7 oficiales, y la de (ropa de muertos y heridos 290. ídem de Toledo, 2 batallones. En la de 8 de enero de 1860,

R94 EL HOROR

iO de ¡(1 , batalla del 4 de febrero, ¡d. en la del 25 de marzo, ha tenido 23 bajas de oficiales y 295 de la clase de tropa, con muertos, heridos y contusos.

Cazadores de Madrid, núm. 2. Se ha encontrado en la del 25 de noviembre del 59, en la del 15 de diciembre y en la del i\ y 25 de marzo de 1860, ha tenido de bajas en ellas 5 ge- fes, 17 oficiales y 299 de tropa.

ídem de Baza, núm. 5. En las acciones del 25 y 29 de diciembre, 10 de enero de 1860 y batalla del 4 de febrero: ha tenido de bajas 4 oficiales y 58 individuos de tropa.

ídem de Barbasíro, núm. 4. En las acciones de 24 y 30 de noviembre, 20 de diciembre, H de marzo y batalla del 23 de id.: ha tenido de bajas un gefe, 5 oficiales y 65 individuos de tropa.

ídem de Chicíana, núm. 7. En las de 9 de diciembre, 1.** y 15 de enero y batalla del 4 de Febrero y 23 de marzo, han tenido de baja dos jefes y 22 oficiales y 294 individuos de tropa.

Baza, núm, 14. —En las del 17 y 20, 25 y 30 de diciembre, 14, 12, 23 y 31 de enero, batallas del 4 de febrero y 23 de marzo, ha tenido de bajas 2 jefes, 19 oficiales y 214 de tropa.

Nanas, núm. 14. En las de30de noviembre de 1859, 16 de diciembre y 21 de id, ha tenido de bajas 140 hombres en- tre oficiales y tropa.

Vercjaranúm. 15. Se ha encontrado en la del 12 y 29 de diciembre, 1.^ de enero de 1860 y en las batallas frente á Te- tuan y en la del valle de Gualdrás, ha tenido de bajas, entre jefes, oficiales é individuos de tropa, 207.

Ademas hay que contar un batallón de ingenieros, otro de arlilleria de á pie y el regimiento de á caballo de esta arma.

OE ESPAÑA. 895

VII.

Las esplicaciones del anciano Isaac, no se circunscribieron á Alberto solamente.

También le tocó á Sara su parte.

En aquel dia de revelaciones, el poeta quería conocer to- dos los misterios que habia en la vida de su amada.

Rebeca era hermana también de Isaac y de Abraham.

Todo lo que de inocente tenia, tenia de hermosa.

Pura y sencilla, era la personificación exacta de un ángel prestado por una gracia especial por el cielo á la tierra.

Su vida se deslizaba apacible y serena en medio de las aten- ciones de su familia, y de sus prácticas religiosas.

Los hebreos la llamaban la virgen, y tenían razón.

Pero todos los ángeles buenos, tienen un ángel malo que se encarga de enturbiar los cristalinos dias de su vida.

Satanás fijó sus avarientos ojos sobre ella, y ansió aquella alma tan sublime y tan hermosa.

Rebeca no habia amado todavía.

Y el amor fué el instrumento de que se valió el ángel caido para asegurar su presa.

Los padres de la judía murieron.

Su hermano Abraham se encargó de ella.

Se la llevó en su compañía y transcurrió un año.

Entonces se presentó Satanás á la joven.

Pero el demonio tentador habia tomado la forma de un hom- bre galante y hermoso.

Era Sidy-Mohamed, hijo del emperador de Marruecos.

Rebeca no supo al amarle la posición que ocupaba.

Al mismo tiempo Satanás se habia proporcionado un ausi- liar poderoso al lado de la hebrea.

Y este ausiliar era su hermano.

^^^ EL HO.NOh

Abraham conoció al principe, y pensó esplolar maravillo-

saníiente aquellos amores.

uebeca amó con toda la fuerza de su alma al príncipe Este oslaba avaro de su hermosura, y cada vez que veía á

Ja hebrea, Satanás soplaba y encendía doblemente el íucíío de

su deseo.

Rebeca era casi una niña y amaba.

Sidy-Mohamed reunía tadas las dotes suiicientes para tas- cinar á una muger.

Abraham no puso coto á aquellos amores cuando debía y su hermana sin tener apenas la conciencia de lo que había he- cho, fué madre.

Satanás venció, y la judía quedó deshonrada.

Durante algún tiempo el hijo del Xerifíe continuó siendo un amante cariñoso y rendido.

Al cabo de él, empezó á entibiarse aquel fuego. . Entonces Rebeca derramó la primera lágrima!

Tras de la frialdad, vino el olvido.

Entonces y solo entonces fué cuando la joven supo la ver- dadera posición de aquel hombre á quien tanto había amado

Trató de verle, le buscó, y solo obtuvo el desprecio.

Fué á buscar consuelo en el corazón de su hermano y este la reprendió brutalmente por su conducta liviaua.

Hay que advertir que ya en esta época, y porconducto de Sidy-Mohamed, era Abraham joyero del emperador marroquí.

La pobre Rebeca, no tuvo pues mas desahogo que sus la- grimas, ni mas consuelo que su hija.

Y sin embargo aun amaba á el musulmán.

Sara habia ido creciendo entretanto.

Tenia la misma belleza de su madre con algunas de las lí- neas enérgicas de su padre.

Por este tiempo estaban los marroquíes en guerra con los franceses.

SIdy-Mohamed fué nombrado generalismo de las tropas de su padre.

Tenia que ir á esponerse á los azares de una lucha con

DE ESPAÑA. 897

enemigos esperimentados y valientes, y esta noticia llenó de angustia el corazón de la desdeñada amante.

Ya hemos dicho que ni el olvido de él, ni sus desprecios, hablan conseguido borrar el amor de ella.

Al saber que se marchaba á la guerra, no tuvo mas que un pensamiento.

El de ir ella también, y seguirlo en medio de los com- bates por si caía herido.

Rebeca se habia vuelto de una niña tímida y sencilla, una muger resuella y atrevida.

Dejó á Sara en poder de Abraham, y abandonó á Me- quinez.

Ya hemos visto en otro lugar lo que sucedió en aquella cam- paña.

Rebeca trató de ver á su antiguo amante, y solo obtuvo un tratamiento brutal.

Aquello acabó de exasperar su alma.

Salió de la tienda de Sidy-xMohamed, y atravesó la distan- cia que la separaba del campo francés.

Allí reveló el plan de batalla de los marroquíes, y al dia siguiente fueron estos completamente destrozados.

Esta derrota hizo decaer mucho el buen nombre del prín- cipe en todo el imperio.

La venganza de íiebeca estaba perfectamente concebida.

Satanás sabia muy bien lo que hiabia hecho.

Cada vez se aseguraba mas su presa.

Sidy-Mohamed supo que la judía habia sido la causa de su desgracia, y comprendió aunque tarde la infamia que habia co- metido.

Pero ya no tenia remedio.

Habia sido necesario mucho para que se cambiase en odio el cariño de aquella muger.

Pero una vez verificado este cambio, era temible. Por donde quiera que fue el príncipe, siempre encontró la huella vengadora de la hebrea.

il3

898 EL IIONOB

Hizo ciianlo pudo por volverla h ver, y pedirla perdón de su conduela pasada^ pero no pudo conseguiílo.

Al princijiio se desesperó al ver que lodos sus planes eran desechos por la asiucia de aquella mugor.

Mas larde creyó que el j)roíela le daba aquel casligo por su falla, y se resignó.

hulrelaulo la desgraciada Kebeca se desmejoraba de dia en dia.

La lucha que habia emprendido era superior á sus fuerzas.

V como consecuencia de esto, su salud se qiiebranlaha, y la vida e>laba próxima á separarse de aquel cuerpo.

Klla lo conoció asi, y no quiso morir sin haber abrazado á su hijd.

Regresó á Mequinez, y Sara ciñó con sus brazos el cuello de su madre.

Se habia educado en la escuela de la desgracia, y esta forma las educaciones demasiado pronlo.

Sin aliñar la causa, sabia Sara que sufría su madre y esto bastaba.

Por íin, Rebeca, viéndose próxima á morir, confió á su hija la historia desgraciada de sus amores

Pero sin exhalar una queja por el proceder de su amante.

Al contrario, exhortó á su hija á que amase á su padre y le respetase siempre.

Abraham casi no habia penetrado en la habitación de la enferma.

fisla le significó su deseo de ver en sus postreras horas á su antiguo amante.

íí\ joyero dio los pasos necesarios, y efoclivamente, Sidy- Mohamed llegó á tiempo de presenciar los últimos momcnlos de la desgraciada judía.

Aquella fue una escena dolorosa en eslreiuo. El príncipe unió sus lágrimas á las de su hija, y juró cum- plir el último encargo de su amada.

Eslc era que cuidase siempre de Sara,

DE ESPAÑA 890

En cambio esta sentía una aversión invencible hacia el autor de sus días.

Veía en él, el miedo, y no el arrepentimiento de su pasada conducta.

Si hubiese creído que verdaderaraenlo amaba á su madre, le habría perdonado.

Ella adoraba con un frenesí ciog;o á Rebeca.

La vio morir, y ni una lagrima so dcspi-cndió de sus ojos.

Pero en cambio después, estuvo luchando dos meses con la muerte.

Ya por este tiempo estaba Alberto en casa do x\braham.

Era muy niño aun, y estaba muy alejado de su familia para saber ciertos misterios.

Sidy-Mohamed cumplió lo que había prometido á la mori- bunda.

Pero como Sara había adivinado perfectamente, no era por cariño.

Su padre habia comprendido también el carácter de la hija, y temía que algún día no se volviese contra él.

El joyero que veía el lucro que aquello le proporcionaba, rodeaba á la niña de toda clase de atenciones.

Pero la hija de Rebeca á su vez también comprendía ei móvil de aquella conducta, y aborrecía ó su familia.

Únicamente á quien qnería era á sus primas Ester y Lía, y á Alberto, á el que profesó un cariño demente.

Una persona habia seguido poco á poco esta historia, y la conocía perfectamente.

Era Isaac.

Hacia muchos años que estaba viendo lo que pasaba con su familia, y aunque nunca se había atrevido á decir lo que sentía, en lo íntimo de su conciencia juzgaba la conducta de su hermano con harta severidad.

Todas estas confidencias hubo en la morada del invisible.

Alberto y Sara cruzaron algunas miradas de inleligerscia, y unos y otros quedaron sino satisfechos, al menos enterados de algunas particularidades que encerraba su pasado.

900

KL HONOR

CAPITULO LI

El invisible llfiga á su palacio. Céspedes consigue abrazar á su hija. Se abre por fin la caja misteriosa.

X-

^.^j^"-"^.

ARECENOs justo (Jeclr algo respecto á la marcha de íbraim.

El hijo del cheg de Mequinez fué para él mas que un amigo de un día, un her- mano de los mas estremosos. Parecía qut* los tres habían querido horrar con su conducta la infamia de Benjamín, Nada falló al invisible durante su viage. El que había salido y andado según el itinerario que de antemano recibiera de Ibrahim, no dejó nada que desear.

Las cabalgaduras estuvieron dispuestas, y el viago se hizo con una rapidez n\aravilJosa.

Durante todo él, el herido fué cuidado por su acompa- ñante con la mayor escrupulosidad.

DE £SPAÑAi 901

Su herida fué vendada y observada todos los dias, y mer- ced á aquellas atenciones no empeoró su estado.

A poca distancia del alcázar subterráneo, se encontraron con el segundo hijo del hebreo, que los esperaba según le ha- bía indicado Ibraim.

Aquel era el último sitio donde mudaban de caballos y ca- mellos.

Desde allí continuaron justos su marcha hacia la montaña.

Cerca de la noche, á los dos dias de haber salido el her- mano de Pedro para Melilla, llegó el invisible á su habitación.

Todos le esperaban con impaciencia.

Habia llevado el mensagero la órd-^.n de que le esperasen, y todos ansiaban que llegase para recibir la esplicacion de ella.

Inmediatamente que penetró en su palacio, se trasladó á la estancia donde estaba reunida toda la familia que se hospe,- daba en él.

Debemos hacer aquí una salvedad.

No todos sus huéspedes estaban juntos.

Faltaba Zobeiba, y nuestros lectores comprenderán las ra- zones que tenia para no estar en el sitio donde se hallaba Carlos.

Pedro así lo habia comprendido.

Y este fué el que á nombre de su amo, la prohibió salir de su estancia.

Asi que este llegó, lo primero que hizo el fiel servidor fué ponerlo al corriente de todo cuanto habia pasado.

Ibrahim dio su aprobación, y fué como mas arriba hemos dicho, í\ ver á los demás que tenían deseos de saber los mo- tivos de su detención.

II

—¿Quieres esplicarnos, le dijo Alberto después de pasados ios primeros instantes de saludos y cumplidos, la estraña idea que le ha ocurrido de no dejarnos marchar?

^^2 ti HONOR

Tanla prisa teníais? le preguntó el invisible con su calma glacial.

Ya ves, come que tengo mi casa abandonada, y sabe el señor, lo que habrá sido de ella, contestó Isaac.

—Tal vez haya habido alguien que la haya cuidado.

Sin embargo, esa no es una razón para que abuses de nosolros, añadió Carlos.

Pero tan mal os va en mi casa?

Nunca puede ir muy bien en la casa de un enemigo, dijo el poeta. r ^-Ya os he dichoque ni puedo, ni debo serlo para vosotros.

Es un esceso de delicadeza luya que ni yo ni mis herma- nos podemos consentir, repuso Zelim.

Calla, joven, le contestó el invisible, yo soy mas viejo en esperiencia, creo conocer los hombres, y vosotros no sois lo que yo creia.

No te comprendemos.

—Tu padre no que ofensas hizo al mió, que este me exi- gió que las vengase en él y en sus hijos, y cuando ya los tu- viera en mi poder, cuando estuvieran casi agonizando, espe- cialmente á vuestro padre, le leyese ciertos papeles que estoy esperando.

—Y no conoces el contenido de ellos? preguntó Isaac.

-No.

¿Y no dijo tu padre nada mas que pudiera aclararte tan misteriosa venganza?

Creo que era respecto á un asunto de honra.

^ Y cómo no castigaste á mi padre? preguntó Alberto.

Porque otro se habla anticipado.

Y quién es?

Vuestro principal enemigo, vuestro mas implacable, el que me ha obligado á deteneros aquí.

Con que según eso, dijo el poeta con un desden insul- tante, vais á satisfacer vuestra venganza en este sitio?

No me conoces, y te perdono tsi ¡njnsla sospecha, repu*o Ibraim.

OE ESPAISA. 903

Entonces....

He venido á pagar favor con favor, he venido á salvaros, mejor dicho á salvarle á tu

A mi?....

Sí, y aqui lienes lo mas estraíio qu3 hay en este asunto.

Pues y mis hermanos?

Tus hermanos eran desconocidos para mi padre que nunca me habló mas que de ti, asi como también lo eran para ese otro enemigo, y para mi mismo. Ninguno de nosotros hemos sabido que tuvieras mas hermanos que Sara, Ester y Lia.

Eha, puesto que el seíior lo quiere, justo es que se des- vanezcan ciertos misterios, dijo Isaac.

Qué dices anciano?

La verdad, ninguno de estos tres jóvenes son [hijos de mi hermano.

Será cierto?

Te lo juro por el Dios de mi padre.

Entonces....

Es una de las faltas, por no decir de los crímenes del di- funto joyero.

Por manera que mi venganza hubiese sido injusta?

Habria sido un crimen que recaerla sobre mi difunto her- mano también.

Y cómo no me lo has dicho antes?

Porque ignoraba donde te podria encontrar.

Dime, y como sabias entonces que yo perseguía á el hijo del joyero.

Por uno de tns confidentes, que era primo de un criado de toda do mi confianza.

De un criado cuya vida corre á tu cuenta, le dijo Sara.

También tienes á cargo la de su primo, le contestó el invisible.

Yo quise por medio de ese criado tuyo hacerte saber la verdad toda entera, pero desapareció sin que Roboam supiera nada de él.

—Sí, porque en cuanto yo supe que tenia relaciones en tu

904 EL HOWOR

casa, no quise perderlo de vista, y siempre estaba á lado Y dices que va á venir aquí el otro perseguidor de la fa

nailia del joyero Abraluim? preguntó Isaac. Regularmente puede que...

111

Kn este momento se sintió un ligero rumor en la puerta de la estancia y Pedro se presentó en ella.

El invisible se volvió hacia él y le preguntó.

¿Qué hay Pedro?

—Señor, h>s que esperabais de Melilla acaban de llegar.

—Está bien, que tengan la bondad de esperar un momento. Pedro desapareció, y el invisible paseó su mirada por todos los concurrentes, y fué á fijarla en Angeles que estaba al lado de Antonio en un estremo del aposento.

Dispénseme V. señorita, la dijo, si tanto tiempo la he di- latado un placer de que creo estará Y. avara, pero ya sabrá que mi herida me impidió estar aquí el dia marcado para ha- berla devuelto á su señor padre.

Tiene V. alguna noticia de él? preguntó anhelante la hija del banquero.

Sí. señora, y por cierto que creo que muy pronto tendrá el gusto de abrazarle.

Dios miol... seria acaso?...

—Sí, puede V. salir si gusta, en la estancia inmediata se encuentra.

Ohl... graciasl...

—Y Angeles no pensando mas que en su padre, se lanzó fuera de la habitación.

Describir esta entrevista del padre con la hija, seria im- posible.

£n las grandes escenas de sentimiento, no cabe descripción alguHa<

DE espaNa. 905

Céspedes y su hija pertnaneciei-on mucho tiempo abrazados. Satisfechas las sensaciones paternales, volvieron á desper- tarse los instintos avariciosos é interesados del banquero.

Cien preguntas distintas se cruzaron entre la hija y el pa- dre, y cien contestaciones no lueron suticieates á dejar mutua- mente satisfecha su curiosidad.

Cuando el iavisiljle comprendió que habia tenido tiempo su- íiciente para desaho^rar sus senlimientos, se presentó en la es- tancia.

El banquero se levantó inmediatamente. Dispénseme V. , ie dijo ibrahim después de cruzados los primeros saiudoS; si ie he faltado á la palabra que le di, pero ne estado herid u cu iViequiuez, y solo esta causa ha podido im- pedir el que recibiera V. en el dia que le di¿e a su hija.

Un retraso semejante no ha hecUo mas que aumentar el placer de esta entrevista, contestó el banquero, lo que siento es el motivo que la ha impedido veriiicarse antes.

Ahora supongo que serán VV. mis huespedes algunos dias, y al mismo tiempo sera ei participe ue los secretos encerrados en esa misteriosa cajila.

Con harto sentimiento mió, los primeros tendrán que ser muy escasos, pues ya sabe V. que mis negocios reclaman mi presencia en Madriu, y en cuanto á lo segundo, puesto que Y. so üigua concederme esa muestra de coniiauza, tratare de ha- cerme digno de ella.

Estas últimas palabras no pudo menos de pronunciarlas el banquero con un acento ligeramente alectado. iodo lo que concernía á la caja, le entristecía. Pero en lin, ya no habia mas remedio que renunciar a ella, ibrahim prosiguió: —Con que si a V. le parece conveniente, pasaremos á esta otra habitación, donde uos esperan otras personas interesadas también en este asuulo. Como V. guste, le dijo Céspedes. El padre y la hija, precedíaos del invisible que habia co- gido la cajita que estaba sobre uua mesa, penetraron en la ha->

itik

906 EL HOIVOK

bitacion donde estaban lodos los personajes que ya conocen nueslros leclores.

C(»s|)cdes no pudo V(m- sin cierta sorpresa á Antonio.

No ignoraba las relaciones que entre él y su hija habían mediado, y encontrárselo allí, era bastante estrafio.

Ibrahim comprendió algo de lo que pasaba en el corazón del padre, y de una manera indirecta trató de tranquilizarle, refiriendo la causa de la venida de Carlos y Antonio.

En cuanto al poeta, era bastante conocido en Madrid para que el banquero lo desconociese.

Después que lodos hubieron ocupado sus respectivos luga- res, dijo el invisible.

Vamos á ver si en esta caja encontramos el motivo tiel aborrecimiento que mi padre profesaba á Abraham, y que me hizo á que profesase á sus hijos

Y diciendo y haciendo, tocó la chapa que había sobre la caja, y luego con la punta de su gumía, apretó una de las ini- ciajes, y la tapa se alzó con fuerza.

Un silencio sepulcral reinaba en aquel aposento lleno de gente.

En el fondo de la caja habia dos paquetes de papeles.

Ambos estaban lacrados y sellados.

En el uno de ellos, se leía en caracteres arábigos lo si- guiente:

uPara que mi hijo se entere de este manuscrito después que hays^ cumplido mi venganza.))

Y en el otro en letras españolas decía:

((Único recurso que le quedará á mi hijo, después que haya leido el manuscrito.))

Ibrahim quedó pensativo algunos momentos.

Alberto lo miraba profundamente.

Después alzó aquel la cabeza.

Miró también al poeta, y sus miradas se cruzaron.

Ambas brillaban, y en ambas se leían la nobleza y el valor.

Al cabo de un instante el invisible tendió su mano á Al- berto, diciéndole:

DE ESPAfÍA. 907

Estoy seguro que mi padre no desaprobará mi conducta, Ya te he diciio que tu conducta será la mia, respondió el amante de Sara. Vamos á aclarar todos estos misterios. Y la mano del invisible fué á romper el sello del primer to- llo de papeles.

Pero en aquel momento, un ruido que se dejó percibir cerca de la habitación, le hizo detenerse.

El ruido que cada vez se hacia mas distinto, obligó á Ibrahim á levantarse.

Mas aun no se habia puesto de pie, cuando un gran espejo que habia en un ángulo de la estancia, giró con estrépito, y ea el hueco que dejó, aparecieron dos hombres que hicieron exha- lar de lodos los labios un grito de sorpresa.

908

KL HONOK

:ar .. tUr-VJa^-t- -t^rar

CAPITULO LIZ

Quienes eran lof? quo interrumpieron la lectura del manuscrito. La loca de la montaña.— Muerte por amor.

la pstrapa aparición (i^ aquellos perso- najes se si/íuió un silencio solemne.

Jbrahim fijaba en ellos una mirada llena de angustia.

Isaac también los contemplaba con una especie de terror. Los tres hermanos dominaban con su calma aquel cuadro donde el miedo dominaba sobre todo.

De pronto uno de aquellos personages misteriosos se echó el alquicel hacia la espalda, y dio un paso fuera del marco del espejo.

Kntonces se verificó un movimiento estraflo en toda aquella

reunión.

Sara, corrió {\ colocarse junto á Alberto, así como Lia. Zaardse puso del<)nle de Zelim,

DR esPA^A. 909

T Ester, pálida como la cera, enlazó su brazo con el de darlos.

Aquellos grupos, por decirlo asi, quedaron en primer tér- mino.

Isaac y Abdel estaban en uno de los ángulos.

Céspedes y su bija en el otro.

Y Antonio como si temiese algún peligro para su amigo Car- los, habia corrido también h ponerse á su lado.

El invisible era el que estaba delante de todos, y el que es- taba menos sereno.

La figura que se había destacado del fondo del espejo, dejó ver al retirarse el alquicel, el rostro del anciano peregrino de El-Kassar-Faranak.

Roque, el criado que ya conocemos, permanecía detras de su amo, y en su semblante se veia una nube de profunda tris- teza.

Al ver el peregrino el movimiento que hablan hecho las mu- geres, dejó vagar por sus labios una sonrisa de amargo desden.

Después fijó su mirada sobre Alberto.

Las pupilas brillaron con un fuego siniestro.

Su frente se cruzó de profundas arrugas.

Sus labios se agitaron convulsivamente,

Rn seguidaa hizo un esfuerzo sobre mismo.

Cesó su agitación, v todo su rostro se revistió de una calma espantosa.

y letal y sombrío, se adelantó hasta la mitad de la es- tancia.

II

Al pasar por delante df^ Ibrahim, le dijo rjon nn acento de punzante desden.

Los hombres que vacilan al llevar á cabo una venganza, ni aun sirven para mugeres.

Q10 RL HONOR

Y mirando después á Isaac, continuó. Y Ui anciano, ¿para lUié tiemblas ahora? mas le valía ha- ber evitado aquello cuando podias.

Isaac balbuceó algunas palabras

El peregrino continuó su marcha hacia el poeta.

Este estaba doblemente hermoso con su orgullo y su se- renidad.

El amo de Roque se detuvo delante de ál.

Le contempló algunos momentos, y después murmuró con un acento indefinible. Hermoso como su padre!...

Instantáneamente su fisonomía volvió h transformarse.

Su mano buscó convulsivamente la empuñadu''a de un mag- nífico puñal que llevaba en el ceñidor, v antes que nadie pu- diera evitarlo, porque nadie tuvo tiempo de pensar nada, lo lanzó con furioso empuje al pecho del poeta, diciendo: «—Muere, hijo de un padre infame, muere como raurió él.

Un grito de horror se exhaló de todos los labios.

Apesar de la tremenda puñalada dirigida al poeta, este permaneció de pié.

Zaida ó Lia, mas rápida que la raano del peregrino, se puso entre Alberto v el puñal, y su seno recibió el golpe que iba dirigido á aquel.

Ni un av exhaló.

La pobre niña, cayó al suelo, y sus ojos quedaron fijos en el rostro de aquel hombre tan querido.

Nadie pudo decir una palabra.

Aquel incidente los habia dejado petrificados.

Al mismo tiempo que el peregrino hería de muerte el pe- cho de Lía, un nuevo personage apareció á la puerta del apo- sento.

Era una muger.

Era la loca de la montaña.

Paseó su mirada por todas las personan que habia reuni- das allí.

Vio al peregrino, y empalideció estraordinariamente.

DE ESPÁSa. 911

Comprendió lo que iba ha hacer; de un sallo salvó la dis- tancia que la separaba de él, y le dijo: EduardOj no los mates, son tus hijos! Pero ya era tarde. Lía yacía sin vida sobre el suelo. El peregrino fijó su espantada vista sobre aquella muger.

III

Se siguieron algunos moraenlos de un silencio terrible.

Lia dejaba escaparse algunos raudales de sangre de la an- cha herida de su pecho

A su lado, arrodilladas Ester y Sara, buscaban en vano la vida, en aquel cuerpo inerte y frió.

Alberto pálido, muy pálido contemplaba con su pupila bri- llante lodo aquel cuadro.

Zelim y Carlos á sus lados, menos serenos que él, demos- traban en sus semblantes la agitación que sentían.

Isaac, el pobre judío, el tio de Lía, babia caido de rodillas al ver morir á la pobre niña, y una lágrima habia temblado entre sus párpados.

Ibrahim, no era el hombre sereno y tranquilo que nuestros lectores conocen de otras ocasiones.

Las emociones que esperimentaba habían hecho vacilar su serenidad.

En cuanto al peregrino, una transformación estraña se ha- bia operado en él.

Al sonido del acento de la loca, alzó vivamente la cabeza.

Pálido estaba ya, pero al contemplarla, se tornó lívido.

A medida que ella avanzaba, retrocedía él.

Fijas sus pupilas en las pupilas de ella, todo su rostro espre- saba el espanto, el dolor, la sorpresa, y la alegría mas infinita.

Y todos estos sentimientos reunidos, no dejaban á sus la- bios que pudieran pronunciar una palabra,

912 EL HONOR

Y ella cada vez le miraba mas intensamente.

Y el cada vez se a^Mtaba mas, y los latidos de su corazón se ()ercibian claros y distintos á través de su blanco alquicel, y de su túnica de lana.

Hoque habia estendido los brazos al ver aquella e>lraiJia aparición, y su acento sofocado Labia murmurado de una ma- nera indescriptible. La sertoral...

Yíijos también sus ojos sobre ella, ni acertaba á decir mas, ni á adelantar un paso del sitio en que se bailaba.

Céspedes, Antonio y Angeles, también contemplaban aquel cuadro con la sorpresa retratada en sus semblantes.

Abdel habia corrido al lado de Lía, pero ayl... todo era ÍDÚtil, la pobre niña habia hecho el último sacrilicioal hombre á quien adoraba.

Por salvarlo, habia entregado su vida.

Y sus ojos vidriados, se habían vuelto en un postrer es- fuerzo hacia Alberto.

Y todas estas sensaciones, todos estos movimientos que nosotros hemos tardado tanto en describir, pasaron y se refle- jaron en los semblantes de nuestros personages, con la rapidez del relámpago.

IV

Isaac fué el primero que rompió aquel silencio instantáneo^

Al ver caer á Lia, habían flaqueado sus piernas y cubrién- dose el rostro con las manos se habia arrodillado.

Pero al oír el acento de la loca, se habia levantado como movido por un resorte.

Se frotó los ojos dos ó tres veces, y corriendo hacia ella con una agilidad increíble en sus años, la dijo:

Dios de Jacobl... aquí, seüora?... Oh!... dile que son sus hijos, los tuyos señora, los tuyos, evítale otro crímeal...

DE ESPAÑA. 913

—¿Qué dices anciano?... murmuró sordamente el peregrino. ^La verdad, los que tanto persigues, son tus hijos. Ohl... sí, mi corazón me lo habia dicho, dijo la loca con una esplosion de dicha inmensa.

—Pero en dónde están las pruebas? gritó el habitante de El Kassar-Faranan.

El judío desgarró furiosamente la túnica de Alberto, asi como las de sus hermanos, y los tres medallones se vieron per- fectamente.

Ahí tienes las pruebas, gritó, ¿quién puso esos amuletos en los cuellos de tus hijos?

Yol... yo misma, dijo la loca, y frenética delirante, llo- rando y riendo á la par, ebria de felicidad, confundió en un abrazo largo inmenso y demente á aquellos tres hijos tanto tiempo llorados, y deseados por tantos años. El peregrino estaba vacilando. Las nubes de su frente se hablan esclarecido. Las pupilas amortiguaban el fuego sombrío que momentos antes se veia en ellas.

Todos sus miembros se agitaban con un temblor convulsivo. La loca, después de haberse saciado por decirlo así, con aquel beso y con aquel abrazo, se volvió hacia él, y le dijo: Eduardo, no los abrazas?

Y agarrando á Alberto, lo empujó hacia él.

Padre é hijo perrüanecieron algunos momentos contemplán- dose en silencio.

Aquella vacilación no podia prolongarse mucho.

Los sentimientos paternales, esa voz íntima de la natura- leza empezaba á despertarse en el corazón del amo de Roque, y su esplosion habia de ser mas inmensa, mas grande, mas elocuente todavía que la de su madre.

Por tin una lágrima brilló en los ojos del peregrino.

Abrió sus brazos y del fondo de su alma, se exhaló un grito dulcísimo que los labios tradujeron por un. Hijos de mi almal

Y los tres á la par cayeron en los brazos de su padre, y en-

115

914 EL HONOR

lazaron su cuello con el ceñidor de su cariño.

lil peregrino los separó un lanío, y volviéndose hacia la loca que los conlemplaba con envidia, la dijo:

Y Ana mia, ven también á los brazos de lu marido, y á gozar las caricias de tus hijos.

La pobre muger arrojó un grito de inmenso júbilo.

Y sus brazos también ciñeron el cuello de su esposo, y todo aquel grupo de personas felices, hizo que asomaran las lágri- mas á los rostros de todos los circunstantes.

DE ESPAflA.

015

■•IV. I it r-.f «ivmL

CAPITULO Lili

Cuatro palabras sobre la aparición de ios personages anteriores. Benja- min aparece en escena por última vez.— El manuscrito de íbrahitn.

OMPRENDEMOsque iiueltros lectores desea- ^ pan saber, cómo apesar de la vigilancia, que según las órdenes del invisible, se egercia en la entrada secreta del pala- cio subterráneo, hablan podido penetrar en él, el peregrino y su criado. La espücacion de esto nos parece muy oportuno darla. Desde el momento en que el padre de Alberto, pues ya sa- bemos quien era el peregrino, penetró en el territorio en queso encerraba el alcázar de Ibraim, no pudo menos de notar que habla ojos que le espiaban, y pasos que seguían los suyos.

Entonces comprendió que tal vez el invisible, llevado de su deseo de salvar á los tres hermanos, habría enviado algún emi-

916 EL HONOR

sario á sus montañas, en las que era rey absoluto, con el ob- gelo de que ejercieran la mas esqiiisita YiírÜancla

Sabia demasiado que las ^i^entes de Ibrahim eran incorrup- tibles, y por lo tanto apelar á este medio, no solamente era infructuoso, sino muy comprometido,

Largo tiempo estuvieron amo y criado pensando en lo que deberían de hacer.

Otra vez Roque se aprovechó de todos aquellos obstáculos para hacer que su señor desistiera de semejante empresa.

Pero la resolución de este era irrevocable.

Roque no tuvo mas remedio que callarse, y dejar que los acontecimientos siguiesen su curso natural.

El peregrino dio la orden de retroceder.

El criado tuvo un momento de alegría.

Llegaron á una de las aldeas de la kabila de Benisiear, y los dos se dirigieron hacia la casa de un pescador.

Allí ajustó el peregrino el pasage hasta una especie de ensenada que este le indicó, y todo quedó dispuesto para mar- char aquella noche.

La idea del padre de los tres hermanos, estaba perfecta- mente concebida.

Si el invisible tenia sus espías por la sierra, no era lo mas probable también que los tuviera en el mar.

Y en fin, en último resultado era menester tentar la for- tuna.

VA principal inconveniente que por aquí podia haber, era que á la misma puerta por donde ellos habían de entrar, hu- biese algún centinela.

En este caso, aunque fueran tres, ellos bastaban para inu- tilizarlos, pero si eran mas, era una locura intentar la entrada.

El sitio en que iban á desembarcar estaba perfectamente elegido.

Era una especie de herradura formada por las peñas de las montañas, una de las cuales, era la en que estaba el alcázar subterráneo.

En lomas fragoso de ella, no en lo mas elevado, habia una

510 ESPAÑA. 917

peña, que marcada de una manera perceptible solo para la persona que esluviera en el secreto, giraba por medio de un mecanismo particular, y franqueaba una entrada cómoda y buena, á cuya continuación se veian algunos pasillos oscuros, se encontraban algunas escaleras, y tras estas se penetraba en las habitaciones por medio del espejo giratorio que ya conocen nuestros lectores.

II.

Apesar de toda la prisa que el peregrino daba al pescador que dirigía el cárabo, no llegaron á ^esta ensenada hasta muy cerca de amanecer.

Allí, le dijo aquel, que les esperase una hora, y que si al cabo de ella no hablan vuelto, que se podia marchar.

El barquero prometió hacerlo asi, y amo y criado se per- dieron entre las rocas.

Empezaron á trepar por la montaña, teniendo sumo cuidado en no hacer ruido que los pudiera delatar, y el primero le dijo á Roque.

—Quiera Dios que ahora rae acuerde de la piedra que sirve de entrada, hace tantos afíos que no he venido por es- tos sitios!...

Un ligero rumor que se escuchó á alguna distancia, les hizo detenerse.

Miraron á todas partes, y á al2;unas varas mas lejos del sitio en que se hallaban, distinguieron un grupo de ocho ó diez hombres que conversaban fumando tranquilamente en las pi- pas, y á la rogiza luz de una hoguera que ardía á alguna dis- tancia, se veia que tenian las espingardas preparadas para cual- quier lance que pudiera sobrevenir.

Aquello tranquilizó al parecer al amo de Roque, porque volviéndose hacia este, le dijo: Bravo! se conoce que estos son los destinados para la cus-

918 EL nONOR

todia de esta parte, la piedra no debe de estar lejos, y por lo tanto supongo que no ¡encontraremos mas enemigos.

Inmediatamente se puso á buscar la peña de que hablamos anteriormente.

La oscuridad que todavía reinaba, impedia ver la seílal que tenia, que era una hendidura hecha de una manera particular.

Pero el deseo prestaba una perspicacia nueva al peregrino.

Una multitud de piedras habia tocado ya, cuando de pronto exhaló un grito de alegría.

Habia encontrado la señal que buscaba.

En seguida, giró la peña sobre misma. Eha Roque, dijo volviéndose á el criado, enciende la lin- terna y adelante.

Y diciendo y haciendo, sin hacer caso del gesto de dolorosa resignación de Roque, penetró por el oscun» hueco de la peña.

El criado le siguió, y la entrada volvió á quedar comple- tamente oculta.

La linterna que habia llevado prevenida, derramó una dé- bil claridad sobre aquellas bóvedas sombrías, y ambos, cual dos sombras estrañas se perdieron por los tortuosos y oscuros corredores.

111

Réstanos hablar de la loca de la montaña.

¿Por qué la llamaba así?

Tal vez las mismas gentes que de tal modo la nombraban, no lo sabían.

Una mañana se presentó en el pueblo donde por primera vez la vieron nuestros lectores, una mujer, joven aun, y her- n^.osa como el sol en su ocaso, que se apoyaba trabajosamente en un nudoso bastón.

La acompañaba un morabitho ó santón que habitaba por aquellos contornos

CE ESPAÑA. 919

La desconocida estaba eslraordinariamente pálida, y todo su trage respiraba la pobreza mas completa.

Sus ojos lanzaban inciertas miradas á todas partes.

Hablaba, y en su conversación mezclaba palabras de di- versos idiomas.

El santón iba de casa en casa, pidiendo una limosna para aquella pobre loca.

Los musulmanes han profesado y profesan un respeto es- pecial por los locos.

A este respeto se une la compasión, y nuestros lectores comprenderán perfectamente que el santón sacaria un gran par- tido de la locura de aquella muger.

Aquellas limosnas se repitieron durante mucho tiempo, y la loca siguió habitando en el seno de las montañas, en la misma casa del morabitho.

Todos los habitantes de las inmediaciones la conocían, y la loca con su carácter dulce y su locura tranquila y reposada, se había captado el cariño de todos ellos.

Ademas la loca era un médico especial para los niños.

No había madre que no consultara con ella cualquier mal que sus hijos padecieran.

Aquellas pobres gentes no sabían esos mil remedios case- ros que nuestras madres de familia conocen para curar las afec- ciones de sus hijos.

La loca había sido madre, y madre estremosa, y pocas, muy pocas veces había llamado á los facultativos para sus hijos.

Asi es que algunas curas que habia hecho en los pueblos circunvecinos, habían dado á la loca de la montaña un renom- bre especial.

Estas mismas causas habían motiyado su entrada en el al- cázar subterráneo.

Entre la multitud de criados que servían al invisible, habia tres ó cuatro que estaban casados, y cuyos hijos en mas de una ocasión habían necesitado los conocimientos de la loca.

Dadas estas esplicacíones, nos resta tan solo poner en cono- cimiento de nu(3stros lectores, cómo la esposa del peregrino se

920 EL HOROR

había salvado del golpe que su marido le había dado, y cómo había eulrado en el palacio.

IV

En cuanto á lo primero ella misma lo manifestó á la fami- lia, cuando sobre esto la interrogaron.

Casualmente el santón pasaba por su casa en el mismo mo- mento en que el amo de Roque acababa de cometer su crimen.

Amo y criado salieron de la casa despavoridos y tropeza- ron con aquel hombre, del que no hicieron caso y continuaron en su fuga.

Este no lo hizo así.

Era anciano ya, y tenia una perspicacia poco común.

Yió en la estraña manera de marchar, y en el azoramiento del amo y del criado algo sospechoso, y se decidió á ob- servar.

La puerta de la casa habia quedado abierta.

morabitho estuvo esperando algún tiempo por si volvían.

Pero pasó una hora, y no víó á nadie.

Entonces se decidió por penetrar en aquella casa, abando- nada de semejante manera.

Cruzó algunos aposentos, y en uno de ellos se encontró con una muger, de cuyo pecho por una ancha herida brotaban rau- dales de sangre.

Era Ana.

lleconoció aquel casi cadáver, y notó en aquel corazón una palpitación, que aunque débil, era una esperanza de vida.

Vendó aquella herida como pudo.

Roció el rostro de la moribunda con agua de la cisterna, y cerca ya de amanecer consiguió que abriese los ojos.

Inmediatamente se fué á buscar un hermano suyo, que vi- vía no muy lejos de allí.

DE ESPAÑA. 921

Volvió con él, y enlre los dos Irasiadaron á la esposa del peregrino á la casa de aquel.

Allí pasó algún liempo, hasta que consiguió que su he- rida se cicatrizase.

Su salud volvió, pero la razón se ausentó.

El nQorabilho tenia que trasladarse á la montaña donde te- nia su habitación, y propuso á la loca que se fuera con él.

Ana estaba hecha un autómata, y siguió al santón.

Cuando este murió que fué algunos aüos después, ella que- dó ocupando su mezquina cabana.

Esta fué la milagrosa salvación de la madre de los tres hermanos.

Vengamos ahora á cómo fué su entrada en el palacio del invisible.

Cuando ella vio á Alberto, sintió que una luz eslraña ilu- minaba su espíritu.

Su corazón se agitó cual no lo habia sentido en mucho liempo.

Sus labios pronunciaron palabras que jamas, creyera pro- nunciar, y de aquella conmoción inmensa, su razón se escla- reció completamente.

Tras su ligero desmayo, pensó en aquella aparición estraña.

Miró á todos partes, y allá á lo lejos sobre la cima de las montanas, divisó á la cabalgata que lanía impresión la habla causado.

Inmediatamente corrió tras ella.

Ocultándose para que no la vieran, siguió lodos sus mo- vimientos.

Cuando penetraron en el palacio subterráneo, se la ocurrió en seguida que ella también, podria entrar.

Efectivamente con el pretesto de ver á la muger de uno de los criados, penetró en el alcázar, y nuestros lectores, saben ya lo que sucedió después.

Alli permaneció dos días hasta que la llegada del invisible y del peregrino, vino á hacer que se diera á conocer de una manera tan ostensible.

lio

922 EL HONon

Necesariamente tras de la brusca iülerrupcion de la loca de la moiUaiia, se habian de seguir una mullitud de esplicaciones.

De estas resultó completamente probada la inocencia de la esposa del peregrino.

Si su esposo ía vio en los brazos de Abraham, no fué su voluntad la que la llevo á ellos,

Fué el deseo de recobrar á sus hijos.

El peregrino á su vez tuvo un sentimiento horrible.

Había muerto á una pobre niña inocente, y esta muerte le habia ahorrado un crimen mas grande todavía.

Zaida le habia evitado el teñir sus manos con la sangre de su hijo.

Aquella ncche habia sido tan fecunda en acontecimientos, que hicieron sentir tan diversas emocicmes á todos los circuns- tantes, que fué ya absolutamente imposible principiar la lec- tura ae los papeles encerrados en lacagita que tanta codicia ha- bia despertado en Céspedes.

Quedó aplazada para el día siguiente, y solo quedaron en la estancia Isaac, Sara y Ester que unidos á Abdel-Abbas, lloraban ía muerte de Lia.

Pero también los manantiales de las lágrimas se agotan, y cuando el sol empezó á dorar nuevamente las cimas de las montañas, si en los corazones de los hebreos habia tristeza, sus ojos estaban completamente secos.

Algunas horas después, todos habian vuelto á reunirse.

Ya mas tranquilos, pasadas las primeras espansiones, el in- visible volvió á coger aquellos papeles.

Con trémula mana abrió el primero, y con acento mas tré- mulo todavía leyó lo siguiente.

«Cuando hayas abierto este pliego, ya estaré vengado.

La familia del joyero Abraham habrá pagado con su vida, y crimen que cometió.

Tu mano habrá sido la que me habrá vengado.

Y en el momento en que escribo estas líneas estoy gozando anticipadamente con la venganza que tomé sobre Abraham.

Te conozco demasiado para saber que no faltarás á tu palabra.

DE ESPAÑA. 925

me has ofrecido que los matarás, y esto me hace estre- mecerme de gozo.

En el dia que leas estas líneas, como ya habrás cumplido tu palabra, debes saber la verdad entera.

Escucha pues, y reúne todo tu valor.

No eres hijo mió.

Ja... ja... ja... Voto á mi nombre! que la cara que debes poner en ese instante será magnífica.

Tus inciertas miradas giran á todos lados sin obgeto alguno.

Tu imaginación está acalorada.

Las sienes parece que te se quieren romper.

Y allá en el fondo de tu pecho sientes una agitación parti- ticular, un desasosiego, cuya causa no comprendes.

Sin embargo, yo te la esplicaré.

Tu corazón presiente una desgracia horrible para ti.

Pero yo que he adivinado eso, te he dado en el segundo paquete el remedio para ella.

Sigue leyendo y te convencerás, de que si me han ofendido, también he sabido vengarme.

Yo me llamo Luis Córdova y Valor, y soy descendiente de los antiguos reyes de Granada.

Mis antepasados construyeron ese palacio subterráneo en el seno de la montaña, y de padres á hijos, ha ido conserván- dose su posesión, con el mas riguroso secreto.

En uno de mis viages á Madrid, conocí á tu madre.

Era hermana del opulento banquero Céspedes.

Era hermosa, y mi amor se despertó con una rapidez es- traordinaria.

Yo era rico, tenia un buen nombre, y poJia aspirar con fundamento á ser su esposo.

Sin embargo, no sucedió así.

Adela estaba en relaciones con otro hombre que por enton- ces estaba haciendo un gran papel en la corte.

Esle hombre era Abraham.

El banquero Céspedes me negó la mano de su hermana.

Por aquel tiempo se marchó el judio.

92i EL ncNon

Yo volví h In^isÜr, y obtuvo olra no^^nliva. liarlo (le desdónos, resolví apelar á la violencia. Yo amaba á Adela con una pasión que cada dia era mas grande, mas impolnosa.

No podia vivir sin ella, y viendo que do otro modo jamás consegniria que fuera mi esposa, la arrebaté de su casa.

Su deshonra la hizo aceptar mi mano.

Céspedes, el banquero madrileño, hizo todas las pesquisas imaííinables para encontrarnos, pero fueron ¡útiles.

Cuando robé mi tesoro, fui á esconderme con él á Gibrallar.

Allí tenia mi Adela otro hermano.

Este ignoró también que su hermana habitaba en la misma población.

Así transcurrieron algunos años.

Adela no me quería, pero era una esposa tierna y hasta cierto punto cariñosa.

Mis negocios me llevaron una vez á Marsella.

Yo me separé de Adela con una tristeza infinita.

Es verdad que hacia tiempo ya que lo estaba, pues el cielo me habia negado lo que yo mas apetecía.

Tener un hijo.

Sin embargo la emoción que yo esporimentaba en esta oca- sión era mas grande que la que jamas habia sentido.

Salí de Gibraltarcon el alma llena de negros presentimien- tos, y entré en Marsella con un desasosiego cuya causa en vano trataba de csplicarme.

Cuando al cabo de dos meses regresé á mi casa, noté en el semblante de Adela una turbación particular.

Esto me hizo entrar en sospechas.

Observé y comprendí la verdad.

Abraham habia ido h Gibrallar casualmente.

Se vieron, y sus relaciones tornaron á reanudarse.

Hasta mi llegada sus entrevistas habían sido castas y puras.

Pureza y castidad que solo habían conservado porque Adela ge negaba siempre á satisfacer los deseos del judio.

DE ESPAÑA 925

Otro marido en mi lugar, se habría puesto furioso, y habría desafiado al amante de su muger.

Yo sentí un dolor tan inmenso, que quiso también que mi venganza fuera inmensa.

Adela no creyó jamás que yo supiera que estaba alli Abraham.

Con el pretesto de mis negocios, me fui alejando cada vez mas.

Quería dojirla que sucumbiera, y sucumbió.

Yo continué con mi estraña apatía.

Pero cada dia que pasaba, cada hora, aumentaba mi pro- fundo aborrecimiento.

Abraham abandonó á Gibraltar, y jamás volvió por allí.

En cambio yo, no le perdí de vista.

Nueve meses después viniste tu al mundo.

Tu madre se alegró estraordinariamente.

Yo también, porque mi venganza se aseguraba mucho mas.

Adela jamás pudo olvidar á su perjuro amante.

Tu creciste, y yo te inculqué un odio profundo indestructi- ble hacia el joyero Abraham, y hacia su familia.

Tu madre, incapaz de sobrevivir á el olvido de su seduc- tor, falleció cuando tu tenias cinco años.

Entonces me retiré contigo á mi palacio de la montaña.

Tp s?guí educando, y conseguí verte ya casi un hombre.

Por entonces hice conocimiento con un hombre que también tenia graves motivos de resentimiento con el judío.

Tal compañía era muy apropósilo para acabar de formar tu corazón.

Yo te he inoculado el veneno que hay en el mío, y me vengarás cumplidamente.

Estas memorias, mejor dicho estas esplicaciones quedan en poder del comerciante de Gibraltar, Céspedes, y después que hayas muerto á toda esa familia infame, podrás recogerlas con una contraseña que yo te daré.

Ya te he dado mis instrucciones verbales sobre este par- ticular.

028 EL HONOR

Snpono:o quo cuando h.iyas llo^íado aquí, comprenderás perfecta menle cual es la venganza que yo he tomado.

Si así no fuera, yo te la espücare.

eres hijo del joyero Abraham, y de mi esposa Adela do Céspedes.

Puesta la mano sobre mi corazón te lo juro.

De otra manera no habría venganza.

De la infamia que el judío cometió conmigo, me venga tu parricidio, y tu fratricidio.

La agonía del joyero habrá sido cruel.

Supongo que no te habrás olvidado de mostrarle el meda- llón que te entregué, junto con el pergamino.

Este dice que tu eres su hijo.

Con que asi estamos pagados.

Las voces que sentirás en tu conciencia gritarte parricida y fratricida, no te dejarán un momento de calma.

Para que encuentres esta, en el paquete adjunto encontra- rás un grano de ácido prúsico, y una pistola cargada hasta la boca.

Así, buen ánimo, y ya que has tenido valor para matar ^ tu padre y á tus hermanos, tenlo también para matarte á tí.»

Un largo silencio se siguió á la lectura de aquel estraño documento.

Todos estaban sumamente preocupados.

Y especialmente Ibrahim, que entonces y solo entonces comprendió los crímenes que la Providencia le había evitado cometer.

Alberto fué el primero que rompió aquella especie de en- canto que parecía pesar sobre todos los circunstantes.

Se levantó de su sitio, y acercándose al invisible, le dijo, tendiéndole su mano.

DE ESPAÑA. 927

Yo, que soy el que mas has perseguido, le ofrezco mi amistad y mi mano.

Y yo mi cariño de tio, y todo cuanto poseo, añadió Cés- pedes.

Todos entonces se apresuraron á hacer ofrecimientos aná- logos que hicieron que las lágrimas asomasen al rostro de Ibrahim.

La familia del hebreo formaba un grupo separado, en cu- yos semblantes s^ advertía la pena causada por la muerte de Lía, y el dolor por las desgracias de que el joyero habia sido causa.

Preocupados como estaban todos con lo que acababan de escuchar, y los consuelos que al invisible prodigaban, no repa- raron que el espejo por el cual habían penetrado el dia ante- rior el peregrino y su criado, habia vuelto á girar.

Una cabeza deforme y de una espresion estrafia apareció en el hueco que dejó.

Y tras esta cabeza se vio un cuerpo mas deforme todavía.

Era Benjamín.

Se arrastró con el astuto silencio del reptil, y se acercó á Sara.

Entonces se incorporó á su espalda.

Sacó un bote de cristal, y coa una rapidez prodigiosa lo acercó después de haberlo desatapado á la nariz de la hebrea.

El efecto fué sumamente rápido.

Cerró los ojos, abrió los brazos, y hubiese caído al suelo, si Benjamín no le hubiera cogido entre los suyos.

Una carcajada estridente, satánica y aterradora se exhaló de sus labios.

Todos volvieron la cabeza inmediatamente.

Todos le reconocieron y todos quisieron lanzarse sobre él.

Pero mas pronto que el rayo, salvó la corta distancia que le separaba del espejo, y se encontró en su hueco.

Sara seguía desmayada en sus brazos.

Parecía imposible que en lo raquítico que era, pudiese sos- tener el peso del cuerpo de la hebrea.

928 EL noNOR

Entonces volvió el judío á abrir el frasco, derramó su con- lenido, y desapareció Iras el espejo.

Fué lan fuerte el aroma que se esparció por toda la estan- cia que ca^i lodos se sintieron trastornados, y por lo tanto in- eapacilados de perseguir al astuto judio.

hE ESPAÑA.

929

CAPITULO LI^

Las pesquisas de los tres hermanos son inútiles. Carta de Sara á Alber- to.—El peregrino y su familia se embarcan para Oran.— Zaard y Ester se

convierten al cristianismo.

UANDO pudieron recobrar los sentidos ya era muy larde.

Muchas horas se pasaron en aquel sopor, causado por la esencia que el judío les arrojara . Cuando pudieron darse cuenta de lo que había sucedido, empezaron los lamentos y los sollozos.

Ya sabemos que Isaac á la que mas quería de sus sobri- nas, era á Sara, y por lo tanto la pérdida de esta habla de causarle una impresión harto dolorosa.

Ademas el dia anterior habia muerto también la pobre Lia, y esto hacia mas grande el sentimiento. En cuanto á Ester, estaba inconsolable.

il7

950 EL HONÜK

Aun no hacía cuarenta horas ^ que eran tres hermanas, y soío quedaba una entonces.

Zaard y Anéjeles se esforzaban en consolarla pero era de todo punto inútil.

A todo esto, el invisible habia dado sus disposiciones para evitar que l^enjamin se j)udiera escapar.

Multitud de criados habian salido en todas direcciones para avisar á ios moros de la montana que la vi^j^i lasen períec- tanieute.

Al mismo tiempo los tres hermanos acompañados del invi- sible y del peregrino, penetraban por el espejo.

Corrieron una multitud de corredores oscuros y sombríos, subieron y bajaron una infinidad de rampas, y al cabo de mu- chas horas de pesquisas infructuosas se encontraron en la en- trada secreta que ei palacio tenia por la montaña.

Esta, estaba perfectamente cerrada, y nada se advertía de que Benjamín hubiese pasado por allí, conduciendo á ia judía.

Ni los criados que recorrieron los breñales, ni los señores que penetraron en ios subterráneos , pudieron hallar la mas leve huella del jorobado.

Si desconsolados (|uedaron con la muerte de Lia, doble- mente lo quedaron con la desaparición de Sara.

Nosotros quisiéramos participar á nuestros lectores algo sobre este particular pero en la misma duda que estaban to- dos los habitantes del alcázar, nos encontramos nosotros.

II

Dos días habian transcurrido, y en ellos nada habia podido averiguarse de Sara.

. .^En la tarde del segundo, Alberto disgustado por la ausen- cia de su amada penetró asaz pensativo y cabizbajo en la misma estancia de donde fué arrebatada, y donde tan estraños sucesos habiau ocurrido los días anteriores.

DE ESPÁÍfA. 9S1

Paseó su mirada por aquellas paredes, y por aquellos mue- bles tan llenos de recuerdos, y una exclamación de sorpresa se exhaló de sus labios.

Sobre una de las mesas había una carta.

El poeta se lanzó hada ella, y con ávidos ojos leyó el so- bre, que decía. «Para Alberto»

La letra era de la hebrea.

El joven temblaba al abrir aquella carta.

Fijó sus miradas en su contenido, y leyó lo siguiente.

«Adiós Alberto mío, adiós para siempre.

¿Comprendes todo lo de horrible que hay en este pos- trer adiós?

Tener que renunciar á la felicidad, cuando nuestro hori- zonte se habla esclarecido completamente.

Oh I no quiero pensar en esto porque blasfemarla.

Te he dado último adiós, y voy á decirte porqué.

Antes voy á hacerte una pregunta.

¿Recuerdas lo que te dige, una noche paseando por los en- cantados jardines que brotan en las orillas del Bosforo?

Fué la noche en que nuestras almas se revelaron que se amaban.

Di, Alberto mió, te acuerdas?

Entonces te dige, «Mi alma y mi cuerpo te pertenecen, ambos están vírgenes, pero si por algún incidente cualquiera, mi alma dejase de amarte, ó mi cuerpo perteneciera á otra per- sona, yo seria la primera que alzarla, entre y yo, una barrera inespugnable.

Este caso ha llegado.

Mi alma te adora cada vez mas, y ahora que llene que re- nunciar á tí, es un frenesí que me hace sufrir lo que no pue- des imaginarle.

Abusando de el sueño que mo causó la esencia que Benja- mín acercó á ral nariz, satisfizo sus brutales deseos. Oh!... no puedo proseguir Alberto. Tener que renunciar á tí, no poder contemplar ese rostro

^32 EL HONOR

adorado, no escuchar ese acento que liacia estremecerse de go- zo m¡ corazón, es superior á mis fuerzas.

Sin embargo, es preciso tener valor.

Tenlo también, haz un esfuerzo, que nos es muy nece- sario.

Este infame nos ha arrebatado la felicidad, y no tenemos raas remedio que resignarnos.

Yo no puedo ya ser tuya^ y por lo tanto jamás me volverás á ver.

Jamás!... he ahí una palabra que abrasa mis labios, y que no hay mas remedio que pronunciarla.

No hagas diligencia alguna para verme, que yo evitaré todo lo posible que llegue este caso.

Comprendo que sufrirás mucho, pero antes te consolarás que yo.

te marcharás con tu familia á Madrid, entrarás en el antiguo círculo de tus relaciones, mientras que yo sola toda mi vida, junto á este hombre, á. quien detesto con toda la fuerza de mi alma, trataré de buscar en mismo dolor algún con- suelo.

Adiós Alberto, necesitaba darte esta satisfacción.

Necesitaba quitarte esa esperanza que yo también he tratado de arrancar de mi corazón.

Trata de consolar á mis pobres tíos, que estarán inconso- lables. ^

Enséñales esta carta, y que sepan que aun en el pecho de su sobrina hay un lugar para su cariño.

En cuanto á Ester, el amor de tu hermano bastará para ha- cerla menos sensible mi pérdida.

También me alegraré que Zaard sea muy dichosa, y todos, todos, tratad de serlo ya que mi suerte me ha hecho ser tan desgraciada.

Adiós Alberto mió, adiós, esta carta va regada con mis lá- grimas, é impregnada con mis besos; es lo único que puede darte tu pobre»

Sara.»

DE ESPAfÍA, 933

III<

Seria imposible describir lo que sintió el poeta al leer las líneas que anteceden.

No abrigaba por la hebrea una de esas pasiones volcánicas y abrasadoras, que llenan por completo el corazón.

Pero se habia criado con ella, él había sido el único amor de aquella muger, y su pérdida, le causaba una impresión profunda.

Según era la voluntad de la hebrea, la carta fué leida á toda la familia, y como era consiguiente, hubo lágrimas, sus- piros y lamentos.

Pero como todo en este mundo tiene su término, aquellas primeras emociones se calmaron algún tanto, y sino consolarse del todo, por que eso era hasta antinatural, se amortiguó un poco el dolor causado por la pérdida de Sara.

Ya que todos estaban mas tranquilos, y ya que se habían esclarecido tantos misterios, se empezó á pensar en otras cosas.

Céspedes tenía que marchar á Madrid donde le llamaban sus negocios.

Antonio y Carlos tenían que presentarse en sus cuerpos res- pectivos.

Isaac y Abdel también tenían que enterarse del estado de sus intereses, pues ya sabían qne la guerra se había concluido , y podían tranquilamente volver á sus hogares.

De esto se estaban ocupando en el momento en que los presentamos á nuestros lectores.

—Conque sobrino, decía el banquero á Ibrahím, si mañana nos das tu permiso, nos dirigiremos hacía Madrid, pues ya sa bes la falta que estoy haciendo en mi escritorio. Yo bien quisiera tenerlos á VV. á lado, todo el mas

y54 RL HONon

tiempo posible, pero se que sus negocios le llaman á olra par- le, y no seré yo quien le estorbe la partida.

También nosotros tenemos necesidad de marchar dijo Car- los, dirigiéndose k Antonio, llegaremos á Ceuta, y alli nos en- teraremos donde han ido nuestros regimientos.

Un favor quiero pedir á V tio, antes de que se marche, y espero que me lo concederá dijo Ibrahira.

Oué quieres?

Que conceda V. la mano de mi prima Angeles á mi amigo Antonio; ya sabe V. que se aman hace mucho tiempo, y seria un crimen sacrificar sus corazones, ademas, yo me encargo de la dote de Angeles.

Pero...

No hay pero que valga, ellos se quieren, y V. ama dema- siado á su hija para hacerla desgraciada.

El banquero lijó sus ojos en Angeles, y al observar la an- siedad conque esta esperaba sus palabras, no se encontró con fuerzas para resistir.

No quiero que digas, contestó dirigiéndose h Ibrahim que he sido poco complaciente en la primera cosa que me has pedido.

—Luego consiente V?...

—Si mi hija ha de ser feliz?...

Se lo prometo á V. contestó Antonio, si con el amor mío, puede serlo, todo cuanto ella pueda ambicionar otro tanto tiene en mi corazón.

Angeles no pudo decir una palabra.

Se arrojó en los brazos de su padre, y en su seno derramó abundantes lágrimas de felicidad,

Nosotros también tenemos que pensar en lo que hemos de hacer, dijo el peregrino volviéndose hacia su esposa

Lo que quieras, ie contestó Ana.

Bien fácil os saber lo que hemos de hacer nosotros, dijo Alberto, si Zaard y Ester, se han de casar con Carlos y con Eduardo, (pues este era el verdadero nombre de Zelim) es me-

DE ESPAÑA. 935

nester que nos embarquemos para Oran, allí se bautizarán las dos, y desde ese punto nos volveremos á España.

Dios de Isrrael! gritó ei anciano Isaac, es decir, que toda mi familia me abandona, y la única que me quedaba, abjura de la religión de sus padres ¿qué va á ser de mí?

Yo te quedo padre, yo te quedo, y no te abandonaré nun- ca, le dijo Abdel, comprende que todo eso, es muy natural, si ella le ama,..

Ohl qué desgracia de familia?... murmuró el hebreo.

Conque es decir que yo me quedo otra vez completamente solo? dijo el invisible.

—A menos que no quiera V. venirse á Oran con nosotros, y después á Madrid, le contestó Ana.

Directamente te puedes venir á Madrid, le dijo Céspedes.

No; yo también tengo que arreglar mi casa que hace mu- cho tiempo que la tengo abandonada, pero sin embargo, oreo que no ha de pasar mucho tiempo sin que nos veamos.

Ya sabe V. que en cualquier parle que estemos, y en cualquier ocasión tiene V. uuos verdaderos amigos, le dijo Alberto.

Y de esta manera continuó la conversación durante mucho tiempo, formándose proyectos para el porvenir, y haciéndose protestas de amislad y aprecio.

IV

Al dia siguiente, se hicieron todos los preparativos de viaje.

El brik que estaba anclado en la bahia de la montaña, se preparó para darse á la vela, y casi todos nuestros persona- ges se dispusieron á marchar .

Las protestas de amistad, los plácemes, y las enhorabue- nas volvieron á repetirse y los judios, el banquero y sn hija, el peregrino, su familia, y Antonio subieron la escala del bu-

936 EL HONOR '

que que momentos después surcaba los mares con todas la ve- las desplegadas.

El primer punto donde se detuvieron fué en Ceuta.

Allí desembarcaron Antonio y Carlos, quedando citados pa- ra dentro de dos meses en Madrid.

Desde allí continuó el buque su rumbo hacia Cádiz en don- de se quedó Céspedes con su hija.

Oran, fué el último punto en que el brik se detuvo.

Allí desembarcó toda la famili\ del peregrino.

La felicidad reinaba entre toda ella.

Únicamente de cuando en cuando, alguna nube se esparcía

por los semblantes del padre de Alberto, de Ester y de el

poeta.

En el uno, esta nube era un remordimiento por la muerte de Lía.

En el otro, era el dolor por la pérdida de Sara.

Y en la judia, era la falta de sus dos hermanas, y la au- sencia de su amante.

Isaac y Abdel, no habían querido separarse del lado de su

sobrina, hasta que no se marchasen á España.

Zaard y Ester, estaban ya bastante adelantadas en la nue- va religión en que iban á ingresar.

Por manera que á los quince dias de permanecer en la ciu- dad conquistada por el cardenal Cisneros, recibieron el agua del bautismo, y con esto quedó allanado el obstáculo que las impedia enlazarse con los hermanos de Alberto.

Muy pocos dias después, se embarcaban nuevamente para España.

En Cádiz se detuvieron algún tiempo, esperando á Isaac y á Abdel, que habían ido á Tetuan y á Tánger á arreglar sus asuntos, y que querían acompañar á Ana, pues tal era el nom- bre-que Ester había lomado, hasta Madrid, y no separarse de ella, ya que era la única que de su familia les quedaba.

Reunidos todos otra vez, pronto se hallaron en la corte, donde dentro de muy pocos dias se hablan de efectuar los ca- samientos de Carlos y Eduardo con Ana y Carolina, que asi se llamó Zaard.

DK espARá. 937

CAPITULO LV'

En que nuestros lectores tienen que trasladarse á Madrid. Ultimo» acontecimientos histórico-políticos. Miguel y Maria.— Ciara y Alberto. Reseña cronológica de la guerra .

r^€^

A toca nuestra obra á su desenlace.

Decimos mal, quedan aun algunos personagcs cuyas desgracias, cuyos crí- menes, ó cuyas venganzas, nos servirán en Tiempo oportuno para escribir la se- gunda parle del Honor de España,

ílabieramos querido haber dado la terminación completa de los episodios ó de las peripecias porque han pasado muchos de nuestros amigos, poro especialmente de Sara y do Benja- mín, nada hemos podido averiguar, y únicamente el tiempo puedo darnos alguna luz sobre los días quo siguieron á su des- aparición.

Ii8

958 EL HOISOR

En el momento en que tengamos noticias de ellos, nuestros lectores las tendrán también. Vengamos ahora á Madrid.

Empezada nuestra novela, en las tierras africanas, el pró- logo y parte del epílo^^o tienen que concluir en ellas.

liniMadrid tenemos que ocuparnos todavía de Miguel y Ma- ría de Clara y de toda la raiiulia ael peregrino, asi como tam- bién de la bija del banquero Cesj)edes.

Maria )ix babia recibiilo la nulic a d¿ la muerte de su esposo.

La madre de Andrés, estaba inconsolable.

Esto no es decir que Maria no hubiese sentido la muerte de su marido.

Pero los dos seniimienlos lenian que diferir mucho. Él de la madre tenia que ser el piimero, el mas grande y el mas intenso.

Una madre, por mucho que un hijo la ofencía, por muchos disgustos que la haya dado, no prescinde jamás de que es hijo, y lo perdona si vive, y lo liara mientras hay lágrimas en su co- razón después que ha muerto.

Maria le había querida mucho.

Pero sin embargo, la conducta que con ella observó, res- frió bastante aquel cariño.

En contraposición de esta conducta, estaba la de Miguel.

Las mugeres tienen un tacto esquisito para comprender la delicadeza de los hombres.

María comprendió el profundo cariño del primo de su es- poso, y admiró su proceder.

Esta admiración era ya un paso hacia el amor.

Durante la ausencia de Andrés, este amor se había creci- do, y este aminoró algún tanto su pena cuando supo su muerte.

En cambio cuando supo que Miguel venia, su corazón pal- pitó con mas rapidez.

Temia y deseaba verle.

Y cuando este caso llegó, Irómula y ruborizada no acertaba á decirle una palabra.

DE ESPA5ÍA. 939

La tía de Miguel hacia mucho licmpo que estaba observan- do el cstíido de la viuda de su hijo.

Cuando ella no sabia darse cuenta de la clase de senti- mientos que la embargaban, ya la anciana habia leído en el fondo de su corazón.

Así fué que en una de las ocasiones en que Miguel fué á verlas, le dijo su lia.

Dime Miguel, ¿lú conocías la carta que mi hijo escribió antes de morir.

Me habló de ella la tarde antes de entrar en acción, con- testó aquel.

Y da... nosotras, no te dijo nada?

—Si... me habló... del sentimiento que tenia al pensar que iba á separarse de VV...

Y nada mas? insistió la madre de Andrés fijando sus ojos en el jóvon.

Nada mas, la contestó este haciendo un esfuerzo.

Puesto que no quieres ser franco, me obligarás á mí, á que lo sea.

No comprendo lo que quiere V. decirme lia.

Flscucha Maria, dijo aquella volviéndose h la joven que ru- borizada V palpitante habia seguido toda aquella conversación, ¿tienes ahí la carta que tu esposo te escribió?

—Si, Madre mia.

Pues bien, dámela, Dará que la lea Miguel.

;Y qué necesidad tengo yo de leerla?

Entonces conoces su conlonido.

No quiero decir eso precisamente, pero me figuro cuanto dirá; serán despodidas para su muger

Y proyeclos respecto á vcsotros.

;.A nosotros?....

Si, no tratéis de engañaros, hijos mios, dijo la anciana, Maria y tu tenéis dos nobles corazones, que necesariamente habían de tener su recompensa, bien cara me cuesta, pero en fin, resignémonos con la voluntad de Dios.

—Pero lia ¿á qué vicno todo eso?

940 RL HONOK

—A qiio ya que desgraciaflamente María ha quedado viuda, lu debes de ayudarme á consolarla.

;0"^ quiere V. decir?

—Andrés, según en su carta me dice, te pensaba hablar sobre esto, ¿y te habló?....

Si... creo... pero eso no hace al caso ahora, contestó Mi- guel visiblemente turbado

Casualmente es lo que mas nos importa; yo ya esíov bas* tanle débil, bastante achacosa, y la muerte de mi hijo ha venido A aumentar mis penas, y todas estas causas unidas no tardar«^n en llevarme al sepulcro; antes de morir quiero dejar asep:urada la suerte do mi hija adoptiva.

Pero madre mia, dijo la joven derramando abundantes lágrimas, ¿para qué hemos de pensar ahora en semejantes cosas?

—Calla y déjame hablar, hija mia, tu amas á Miguel lo mis- roo que él te quiere á ti; hoy que no hay obstáculo que se oponga á vuestra felicidad, ¿por qué no habéis de disfrutar de ella?

lOh, madre mia!... gritó la viuda abrazando á la an- ciana.

Llora, hija mia, ese llanto aunque es de amor y de dicha ya no puede ofender á lu esposo; mientras ha vivfdo hag sido digna de él, Dios ha dispuesto de su vida y has quedado libre, ama h Miguel con toda la fuerza de lu alma, y al menos cuando muera me llevaré el consuelo de haberte dejndo feliz.

Gracias, lia, dijo Miguel, abrazando también con efusión á la anciana , si con mi cariño puede ser dichosa juro á V. que lo será; ni una hora, ni un minuto se ha apartado de mi pensamiento, y mas que la amaba antes, creo que la amo ahora.

Mi pobre Andrés desde el cielo, donde sin duda Dios en su indulgencia lo habrá llevado, sonreirá al ver vuestra unión, Y os bendicirá como yo os bendigo.

El casamiento de los dos jóvenes quedó aplazado para al- gunos meses después.

DE ESPAfÍA. 041

Miguel no había sentado plaza mas que por todo el tiempo que durase la guerra, y en la misma imprenta donde antes es- taba, tenia asegurada la colocación.

Generalmente, la honradez y la virtud tarde ó temprano encuentran su recompensa.

Y para que esto suceda es preciso que aquellas se sometan á pruebas muy duras.

Nosolros hemos dicho que virtud sin lucha no es virtud.

Miguel y María hablan luchado con sus amores, habían creido ya ser desgraciados siempre, y se habían resignado, cuando la Providencia, justa siempre, vino á recompensarlos.

n

Si la tarea de! novelisla est;^ próxima á terminarse» no lo está menos la del historiador.

Después de ajustadas las paces, después de cangeados los tratados respectivos, y después de la salida de mucha parte de las tropas que componían el ejército de África para la Pe- nínsula, poco, muy poco ha ocurrido que sea digno de llamar la atención de nuestros lectores.

Nuestro representante fue recibido en Tánger con todos \os honores debidos á la nación que representaba, y en Mequinez se preparaban magníficos regalos para remitírselos á nuestra soberana.

Entre tanto el general Ríos hacia cuanto de su parte estaba para que la estancia de nuestras tropas en Tetuan fuese lo mas agradable posible.

Se habia improvisado una plaza de loros, y alguna corrida habia hecho pasar el ralo á los oficiales y h los soldados.

Una compañía de Zarzuela también habia pasado á la ciu- dad del Guad-el-Jelií, y todo hubiera continuado perfectamen- te á no haber sido por el desgraciado incidente de la enfer- medad del general en gefe del ejército de ocupación.

2 EL HONOR

Cuando d oslado sanilaiio de la población se empezaba á mejorar, la enfcimcdatl del gonoral, vino á enlrislccer los co- razones de lodos aquellos valienles.

Aí;;rabada en pocos días, puso en sumo cuidado á sus ami^^os.

Sin embargo, cuando escribimos eslas líneas el general Ríos si bien lodavia bástanle enfermo, eslá ya fuera de cui- dado.

Al mismo Uempo también se ba recibido la nolicia dada por el Sr. Merry nuestro representanlo en Marruecos, de que parle del dinero, correspondiente al primer plazo de la indem- nización eslá ya á disposición de nuestro gobierno, y esle ha dado ya sus órdenes para recibirlo.

Pero á pesar de esto, se circulan mil noticias de cuya au- tenticidad no respondemos, y que dudaremos siempre mientras no las veamos realizadas.

En resumen, España ha sostenido una guerra cuando to- das Ins naciones dudaban que pudiera hacerlo.

Se ha elevado á una altura, á que hacía mucho liempo y\q había llegado, y la siguiente cronología de nuestra campana en África, será una de las páginas mas brillantes de nuestra historia.

Esta reseña cronológica, quisiéramos hacerla mas cstensa, pero el poco espacio do que ya podemos disponer nos obliga, á hacerla mucho mas sucinta de lo que nosotros mismos hubié- semos querido.

Nuestros lectores podrán recorrer en estas corlas líneas, todos los triunfos, todas las proezas, todas las heroicidades de los valientes soldados que han regado con su sangre el suelo africano, y que han dejado puesto á lanía altura el pabellón pacicnal.

DE ESPAÑA. 943

IZI

Pasaremos por alto, los primeros ataques do los moros, las ligeras escaramuzas tlel raes do setiembre del año próximo pa- sado, las ñolas cruzadas entre el señor Blauco del Valle, y Sidy-Mohamed -el-Jelib, y vendremos al mes de Noviembre, en cuyo dia 19 el general EoIíaLjQj coa el primer cuerpo del cgército clavó la bandera española, sobro la cuadrada torre del Serrallo.

Aquella primera victoria, fué la señal de las que so siguie- ron después.

Noviembre de 1859.

19. El general del primer cuerpo de ejercito coa el de su mando, desembarca en Ceuta y reconoce las alturas que las circuyen.— Ligero tiroteo entre los moros y las guerrillas avan- zadas de los batallones de la vanguardia.

20. Comienza el atrincheramiento en el Serrallo y las altu- ras cercanas de Ceuta.

22. Atacan los moros un reducto en construcción, y son rechazados valerosamente por nuestras tropas, ocasionándoles mucha pérdida. La de los españoles es de siete muertos y trein- ta y nue\e heridos.

25 Segundo ataque y segunda derrota de los moros en el reducto. Maeren tres de nuestros soldados y quedan algunos heridos.

25. Los moros, en número muy considerable, pretenden apoderarse del reducto. Heroica defensa (!el regimiento de Corbon. Derrota de los moros, obtenida por el general Echa- güe al frente de dos batallones de cazadores. Queda leve- mente herido. Nuestras perdidas ascienden á ochenta muertos

944 EL UONOR

y^cuatrocientos heridos: las de los moros son muchísimo ma- yores.

2(3. l*asa á África el ¿^eueral ei ¿jefe del ejercito con el se- gundo y cuarto cuerpo.

¿7. l\isa aAlVica la división de reserva. El general en je- fe practica un reconocimiento sobr^ la costa de Teluan.

ai). Los moros alacau en ¿jran número al campamento es- pañol; pero son rechazados bizarramente por la división Gassel que lo¿;ro curiarlos causándoles enormes pérdidas. Empezó el combate á la una de la tarde, y duró hasta el anochecer.

Diciembre,

Dia 5. Cuatro batallones del segundo cuerpo, llevando á su frente al general Zavala, salen á hacer un reconocimiento por toda la costa eu dirección á Teluan. Cuatro lanchas cañoneras, remolcadas por vapores, protejen el movimiento, y hacen algunos disparos sobre el enemigo. Este, en número de unos tres mil hombres, sigue á una distancia respetable la operación de nuestras tropas, y les dispara alguno que otro tiro sin con- secuencia. Concluido el reconocimiento, regresa á su campa- mento sin la menor novedad.

8. El general conde de iíeus ejecuta un movimiento de llanco hacia Teluan, avanzando coma dos leguas tierra adentro con el objeto de prolejer á los trabajadores ocupados en limpiar de malezas y hacer practicable el camino que conduce al in- terior.

9. Atacan los moros el campamento español, y son recha- zauos; poro rehaciéndose luegu, vuelven á la carga en número de tiK'Z md. Entonces el segundo cuerpo, mandado por el ge- neral Zavala, les acomete á su vez, y ios desaloja por completo de las posiciones que ocupaban, causándoles una pérdida de trescientos muertos y cerca de mil heridos. La que sufrieron ios españoles fué de cuarenta muertos y unos trescientos heridos.

12. Al retirarse el conde do Keus, con la división de su maud;)i de prolejer las obras del camino de Teluau, embistea

DE espaNa. 94S

los moros la retaguardia, pero son vícloriosamenle rechaza- dos.

15. Los marroquíes en número de 15,000 hombres, y con numerosa caballería, atacan el campamento español mientras se estaba celebrando una misa en sufragio de los muertos en campaña; pero el vigoroso avance de las tropas del primer cuerpo, los acertados movimientos de la división del general Ros, envolviendo la derecha del enemigo, y los certeros dispa- ros de la artillería, les obligaron á retirarse precipitadamente con pérdida de 1,500 hombres, entre muertos y heridos. Nues- tras tropas se batieron bizarramente, dando algunos batallones magnííicas cargas á la bayoneta. De 25 á 50 muertos, y unos 130 heridos costó á los españoles esta victoria.

17. Los enemigos atacan vigorosamente el centro y la de- recha del cuerpo de ejército del general i^rim, que estaba pro- tejiendo las obras del camino de Tetuan, y á algunos batallones de los del general Ros, que apoyaban el movimiento del conde de Reus, pero son rechazados victoriosamente en todos los puntos de la linea.

En la noche de este dia sufrieron nuestros soldados el tem- poral mas desecho de cuantos habia pasado en el inhospitalario suelo africano. Torrentes de agua se desprendían de las nubes, mientras los fuiiosos huracanes que bajaban por las gargantas de Sierra Bullones arrancaban las tiendas, haciendo que desde el general en gefe hasta el último soldado, sufrieran por espa- cio de muchas horas el agua y el viento sin tener donde gua- receise.

20. De siete á ocho mil moros acometen contra la derecha de nuestra linea en el campamento, mientras unos mil caballos y dos mil infantes embestían contra la izquierda; pero atacaron iodos con menos vigor, fueron batidos en todas direcciones, y hubieron de retirarse en desorden después de haberles causado gravísimas pérdidas nuestra artillería

22. Los marroquíes atacan, pero débilmente, el cuerpo del ejército del general Quesada. Queda concluido el camiao de Teluau hasta los Castillejos.

119

946 EL HONOR

25. Numerosas fuerzas enemigas atacan el campamento de] general Ros; pero las obligó á emprender una precipitada fuga, dejando en el campo mas de cuarenta cadáveres vistos, y es- perimenlando considerables pérdidas.

29. La escuadra espaflola bombardea los fuertes situados á la entrada de la ria de Tetuan, apagando todos sus fuegos y volando é incendiando uno de los fueites. Kn el campamento, los moros atacan un batallón de la división de reserva, y car- gan con numerosas fuerzas sobre la derecha del tercer cuerpo, siendo victoriosamente rechazados en todos los puntos con gra- vísima [)érd¡da. La nuestra no fue mas que de sesenta heri- dos y algunos muertos.

50. Son atacadas por el enemigo las grandes guardias del campamento del general Ros. Tres batallones, al mando del general Turón, refuerzan la derecha amenazada por el enemigo, y esie tiene que retirarse con grandísimas pérdidas, rechazado de nuestras trincheras.

Enero de 1860.

Dia i.° Toma nuestro ejército la ofensiva emprendiendo la marcha hacia el interior. El enemigo, fuerte de unos cuareuta mil hombres, al mando de Muley-Abbas, trata de oponerse al paso en Castillejos, donde se traba un reñido combate El im- petuoso arrojo de la división Prim, el heroísmo de este general, y el oportuno refuerzo de ocho batallones del segundo cuerpo, únicas fuerzas que entran en fuego, proporcionan al ejército una brillante victoria. Los húsares, con sus brillantes cargas, lograron, aunque con sensibles pérdidas, rebasar el campamen- to enemigo y tomar á su caballeiia una bandera. Tuvimos en este combate cuatrocientos cincuenta heridos, y cincuenta muertos; el enemigo mil y quinientas bajas por lo menos, y nueslras tropas acamparon en las posiciones conquistadas.

14. El general O'Donnell levanta el campo y emprende la marcha á lomar posición en los montes de Cabo-Negro. El general D. Diego de los Rios con una división de seis mil hom- bres parle de AIgcciras á reforzar el ejército de África. El

ESPAfÍA. 947

ejército se apodera á viva fuerza de los montes de Cabo Ne- gro, dondo los marroquíes tenian dos reductos. El general Prím, al frente del segundo cuerpo, verifica el movimiento, causando muchísimas pérdidas al enemigo. Es este destrozado en las a.'turas á la vista de Tetuan.

16. Desí^mbarca la división Ríos en la desembocadura de la ria de Tetuan, y se apodera del fuerte Martin y las balerías rasantes, en las que se hall n siete cañones de á veinticuatro y tres de á ochenta, y gran número de proyectiles. Reúnense los campamentos O'Donnell y Ríos , ocupando desde el fuerte Mai tin hasta la Aduana de Tetuan. Al avanzar el enemigo ha- cia el campamento español, es balido por la división de reser- va al mando del general Rubín, retirándose los marroquíes a las vertientes de Sierra-Bermeja.

23. El enemigo, en fuerza considerable, ataca los trabajos de un reducto avanzado, de donde le rechazan el general Ríos, que se encierra en un cuadro contra caballería, el general García y el brigadier Villale.

31. Gran combate. El ejército enemigo desciende al valle desde sus campamentos, y presenta una línea eslensísima de batalla ; es alacado por los cuerpos de los generales Prim y Ríos, y balido completamente en varias cargas de caballería mandadas por el general Galiano.—Ociipanse las posiciones enemigas < —Gran pérdida en el ejército moro.

Febrero.

Día 3. Llegan al campamento de Guad-el-Jelú unos qui- nientos voluntarios catalanes.

4. Emprende el ejército español la marcha sobre Tetuan. Llegan el segundo y tercer cuerpo frente al campamento ene- migo.— Dnse una gran batalla.— Victoria completa. Los ge- nerales Prim y Ros de Glano, al frente de sus respectivas divisiones, y al mando del general en gefe, se apoderan de lodo el campamento marroquí, con ocho piezas de artillería, dos banderas, ochocientas tiendas, entre ellas la de Muley- Abbas, camellos y pertrechos de guerra.— Inmensas pérdidas

948 Kl HONOR

por parle de los marroquíos; las de nuestro ejército ascien- den á ochocienlos, entro muertos y heridos.— Los infantes, derrotados, huyen vergonzosamente.

6. La phiza de Teluan abre sus puertas al ejercito español; la bandera nacional ondea sobre las torres de la Alcazaba. Ocúpase sin desmanes, y con el orden mas completo la po- blación.— Kn ella se encuentran sobre ochenta piezas de arti- llería y muchísimos pertrechos de guerra.

26. La escuadra española, al mando del general Bustillos, bate los fuertes de Larache.

27. Verifica la escuadra el mismo movimiento sobre Ar- cilla,

Marzo.

i i. Los marroquíes, reforzados con numerosas fuerzas de las Rabilas del Riff, atacan con Ímpetu el campamento de la vanguardia española al mando del general Echagüe, y son rechazados con pérdidas muy numerosas.

22. Calmado el temporal, anuncia el general en gefe que al dia siguiente emprenderá las operaciones.

23. Se pone en movimiento el ejército. Batalla y victoria de Gualdrás, á una legua de Tetuan. Desalojado el enemigo de todas sus posiciones, y arrollado en el valle, levanta su campamento.

Abril. 26. Se firma el tratado de paz

rw.

La familia del peregrino acompañada de Isaac y Abdel, lle- garon á la corte.

Pocos dias después Carlos y Antonio llegaban al mismo sitio con licencia,

DB ESPAflA. 949

El peregrino al cabo de tantos años que faltaba de Madrid no fué reconocido de nadie, y olvidó con harta facilidad todos los lilulüs que poseyó en otro tiempo.

Para él toda su felicidad estaba circunscrita á su esposa y sus hijos, y por esta razón resolvió muy prudentemente no dar- se á conocer de nadie, y vivir solamente para su familia.

Inmediatamente que Alberto llegó á Madrid fué á hacer dos visitas.

La una fué á su amigo Luis, el Conde de Campo Florido.

La otra en casa de los Condes de Belmonte.

Nuestros lectores, que saben ya el cariño que Clara profe- saba al poeta, podrán imaginarse la impresión que le causarla el verlo.

Los condes, por su parte, también tuvieron una alegría infmita

Querían á Alberto como si fuera de la familia, y durante su ausencia hablan pasado algunos ratos desagradables pen- sando en él.

Clara estaba doblemente bella que cuando el poeta se la dejó.

La tristeza había estampado por todo su rostro unas tintas tan suaves y tan delicadas, que era un encanto mas, añadido á los que ya poseia.

Alberto ai verla sintió que aquella afección que habla teni- do adormecida tanto tiempo, empezaba á despertarse.

Cuando salió de casa de los padres de Clara iba bastante preocupado.

Muchos dias le duró esta preocupación.

Preocupación que se convirtió en lucha.

Sara estaba aun presente en su pensamiento.

Pero Sara se habia hecho ya imposible para él.

Y sin embargo, él creia faltarla con amar, con desear á otra.

Pero Sara misma le habia dejado en libertad de que obra- ra como mejor le pareciera.

Todas estas reflexiones, todas estas ideas que se aglomera-

050 EL HONOR

lian á la ¡maquinación do Alborto lo traían asaz pensativo.

el casamionto do Carlos y E<luardo, con la:^ dos jóvenes recion bautizadas, fuó siificionto «^ sacarle do su distracción.

Asistió á la doblo boda, y la alegría (jiio veia resplandecer en los rostros de los desposados, casi le h^ cia daño.

Evitaba el ir á casa de Clara por no verla, y en las dos ó tres veces que habia estado, esquivó cuanto pudo el asistir á el teatro ó á las reuniones en que era fácil poder tener alguna esplícacion con la joven.

Y él padecía con este estado escepcional.

Y al sufrir él, sufrían también sus padres. Especialmente la madre que fué la que primero advirtió el

pesar de su hijo.

Le interrogó con cariñosa solicitud, y por fin Alberto le re- veló el estado de su alma.

Entonces Ana le aconsejó lo que la pareció mas conveniente y le consoló como solo una madre sabe consolar.

Como consecuencia de aquellos consejos que estaban muy en armonía con los deseos de su coraion, Alberto buscó un mo- mento en que poder hablar con Clara.

Este fué, una de las noches que tenían reunión en su casa.

Una estrañeza profunda causó la entrada del poetu en los salones.

Hacía tanto tiempo que no se le veia en ellos, que lodo el mundo le daba la enhorabuena por su vuelta á la sociedad.

Ya hemos dicho que el poeta habia sido el hombre á la moda de la Corte.

Joven y hermoso, con un nombre debido á su talento, las mugeres le habían mirado con una predilección marcada, y los hombres le habían envidiado.

De las que mas se habian alegrado al verle aquella noche fué indudablemente Clara.

Sus megillas se enrojecieron, y su mano tembló ligeramen- te al contacto de la mano del poeta.

DE ESPAÑA 951

¥

Alberto tenia necesidad de hablar con la hija de los con- des de Belmonle.

Aprovechó la primera ocasión, y la suplicó le concediese un wals.

La pobre niña, trémula de felicidad, enlazó su brazo con el brazo del joven.

Pocas palabras se trocaron entre ambos.

Momentos después se lanzaban sobre el pavimento á los cadenciosos compases de la música.

El poeta estrechaba con fuerza el esbelto talle de la joven.

Ambos gozaban de una dicha inmensa, desconocida hasta entonces para los dos.

Sus corazones palpitaban el uno junto al otro.

Sus alientos casi se confundían.

Y las luces, en su titilar inquieto, las cien parejas que á sus lados pasaban, y la armonía de aquella música, ora lán- guida y suave, ora sonora y agitada, todo hablaba de una naanera elocuente á sus corazones, y los hacia desear que aquel wals fuese interminable.

Para dos almas que tienen alguna predisposición á unirse, el wals es una corriente eléctrica que acelera su unión.

Cuando concluyeron de bailar, casi podemos decir que am- bos jóvenes se habían comprendido.

Se asomaron á uno de los balcones que daban al jardin, y el poeta preguntó á Clara. ¿Le\ó V, mis memorias? Sí, le contestó aquella débilmente. ¿Y cree V. que soy digno de compasión? *-»-No, toda vez que tiene V. lo que lodo hombre debe de

952 EL HONOR

ambicionar, un corazón demugeríiue le pertenezca por entero.

Veo, Clarita, que no leyó V. con detención mi manuscrito;

si ese corazón lo tenia, no era el corazón que yo necesitaba.

Muy exigente es V. señor poeta, repuso la joven haciendo

un esfuerzo por sonreírse.

Hablemos con franqueza, Clara; aquel amor murió ya para mi; cieo que recordará V. la lillima parte de mis memo- rias, y la carta que la incluia, ¿ha cumplido V. lo que en ella la pedia? ¿Me ha olvidado V ?

¡Oh, no! contestó Clara con rapidez. Gracias, Clara mia, ese acento me ha dado un rayo de esperanza; lejos de V. la vida me era un suplicio, pero tenia que cumplir un deber, y aunque mi alma se hiciera pedazos, no tenia mas remedio que cumplirlo; ya hecho esto, vuelvo á Y. con el ansia inlinita del que enlrevee el paraíso y no sabe si podrá penetrar en él; cuanto en mi carta la dccia á V. se lo repito ahora, amo á V. y espero su contestación.

Clara no sabia, no podía decir nada.

El esceso de su misma ventura turbaba su lengua.

Ruborosa y palpitante inclinó la vista, y una lágrima tem- bló en aquellas pupilas.

Lágrima dulce, tierna, suave, consoladora, porque era la espresion fiel de su felicidad..

El poeta seguía con avidez todos sus movimientos.

Adivinaba lo que pasaba en su alma, y su corazón también se estremecía de gozo.

Pero sin embargo, ansiaba una respuesta categórica, y la preguntó.

¿Nada rae contesta V. Clara? ¿Seria yo tan desgraciado que V. no me amase?...

La joven tampoco dijo una palabra.

Pero fijó sus ojos de una manera tan elocuente en los de Alberto, que este leyó en ellos cuanto cien palabras juntas no hubiesen sido suficientes á esplicar.

Aquella silenciosa contestación, fué el iris de la dicha del poeta.

DE ESPAÑA. 9o5

Cuando aquella noche abandonó el baile, su corazón iba perfectamente dilatado.

Amaba y era correspondido.

La felicidad de que disfrutaban sus hermanos, también le había reservado algunos de sus deliciosos frutos.

Dentro de poco tiempo tal vez podria saborearlos por com- pleto.

120

054

EL nONOR

EPÍLOGO.

En que el autor pone en conocimiento de sus lectores las últimas noticias que ha podido adquirir respecto á algunos de sus pcrsonages..

NTEs de empezar los iillimos renglones de nuestra obra; iasiíllimas noticias adqui- ^Vridas sobre algunos de los persouages _^ _ ^ ^ V^^ ^^'^' tenemos que dar una nueva bar- ^^^^^^^e/^^'^'^^^f^ lo triste pura nosotros, asi como tam- bién para nuestros lectores.

La mayor parle de estos ya la sabrán, pero sin embargo, El Honor de España tiene necesidad de consignarla en sus páginas.

Hablamos de la muerte del general Rios, Cuando escribíamos las entregas anteriores habia esperan- zas de salvarle según el diclamen de los facullativos, pero con- Ira lodos los deseos, esta opinión no se ha realizado.

DE ESPAÑA. 058

Aleniendonos á ella, dirijimos como casi todos los periódi- cos de la corte, que continuaba bastante mejorado y que se confiaba en su salvación.

Mas por desgracia el día nueve del mes actual, el inhóspita-* lario suelo africano, contaba con una victima mas, y la patria con un valiente de menos.

El Kxcmo. Sr. D. Diego délos Rios, gefe del cuarto cuerpo del cjercilo falleció en Teluan.

No habían podido acabar con su existencia las balas, ni los peligros del campo de batalla, y las enfermedades, luernn á concluir con él cuando su vida era por decirlo asi la vida de

Teluan.

Nosotros hemos sentido un dolor inmenso al saber su

muerte.

La Espaila entera también, porque el general Rios se habia

hecho acreedor á su cariño.

Nosotros acompañamos en su profundo pesar á la viuda y á los huérfanos del valiente caudillo, y con nosotros toda la nación.

Su recuerdo queda grabado en casi todos los corazones, y este el monumento mas grande, que á su memoria se puede levantar.

IX

na pasado un mes desde los últimos acontecimientos.

Estamos en una quinta deliciosa, situada entre los pintores- cos cármenes de Granada.

Son las últimas horas de la larde.

Por entre las deliciosas callos del jardin se ven pasear tres parejas, que al encontrarse alguna que otra vez cruzan entre si una palabra de cariño, ó una sonrisa, y prosiguen su paseo.

En uno de los cenadores, cubiertos de j izmines y yedr.i, habia otra pareja también que contemplaba con delicia á los que paseaban, y que cuando los oian hablar ó los miraban sonreír, se sonreían también.

^^^ EL IIOXOR

Los que oslaban sentados en el cenador 'eran el pere-rino y su esposa. ' ^ ^

Hacia seis días que estos üilimos se habían casado.

.,„í ;!r'^!''T'''''f' """'''■"'''' "1"«"" P^^^^'o". y con lodos sus iijos se Labia ido á aquel reliro delicioso

Los con.les de Ralmonle babian acompañado á su hija hacia ijs '"' ""' '""' ''''^'•''" '=°""""'»''« 5" marcha

íírl'li'n' ?'í"''° '" ''"''^"'^'^ de sus padres, fuerza de taTmí' '" '''''"'' '^'''' »"'="^^ <=<>" '«<"» ^^ Los otros dos hermanos eran amados de la misma manera.

aauel l^-'r ' "''' "'"'J''' "■'*" completamente felices en aqu la soleoad. porque el amor no quiere ni necesita te.lÍRos

dem sirL?/"";"" ^ ^"' '''""'' '''' «^'«^ •''•«" tcsngos

que': ríeír ""^'^ ' '^ '^'^ ^' ^™°^ "^ - --^-j-^

poso^"'! dSo!'""'" '^' '" '"''"'°' ^ ""'^'•'^"''«^^ hacia su es- Ya están ahí sin duda Antonio y Angeles. Y dirijicndoso hacia sus hijos, -Alberto, dijo, ya me parece que llegan nuestros amigos. ¡^^ verdad, contesló este, Juan á abierto la vería nnra

caraos el (lar un abrazo á Anlonio.

saluí^'^r'^'.^'^^V'^'"^''''"^'"^'"^ ^^J^^^I^» Pa^a ir á saludar a los recién llegados.

DE EsnfíA. 957

Antonio so había unido al fin con Angeles.

róspocles había empeñado su palabra y no tenia mas reme- dio que cumplirla.

El banquero quiso que sus hijos fuesen á París con él, y al día inmediato á su boda, una silla de posta los llevaba á Gra- nada con objeto de abrazar á sus araiofos, según les había prometido y desde allí irían á Málaga , donde se embarcarían para Marsella.

Antonio y Carlos, según la voluntad de sus respectivas familias, habían podido sus retiros para descansar on el hogar doméstico de tantas penalidades como habían sufrido en la campana.

La madre del joven militar y su hermana, habían gozado y gozaban con la felicidad de su hijo.

El banquero quiso que también acompañasen á los recién casados en su viage, pero la viuda se escusó con !o avanzado de su edad, y se quedaron en Madrid.

Todas aquellas parejas dichosas tuvieron un momento mas de alegría al volverse a ver.

Los padres formaban un grupo aparte, que contemplaban con delicia á sus hijos, y gozaban con sus risas y sus placeres.

Roque también parecía haberse rejuvenecido ocho ó diez años.

Iba y venia con una actividad eslraña, y mas de una vez sus ojos se fijaban en sus señoritos con una esprcsion de in- mensa ventura.

A la mañana siguiente Céspedes y su familia volvieron á emprender su viage, y los habitantes de la quinta s-^ quedaron solos y libres otra vez, para disfrutar la dicha que tantos dis- gustos y tantos pesares les había costado.

9o3

Kl UOMOR

IV

Digamos cuatro palabras sobro el invisible.

El mismo dia en quo se embarcaron lodos sus huéspedes con dirección á las playas españolas, penetró en la estancia de Zobeiba, donde bacía tantos dias que no habia penetrado

La mora estaba furiosa.

Ilabia llorado mucho, y lo peor que tenia, era que su mal no podia curarse.

IZIIa hubiese deseado estar frente á frente de Carlos para ver si do esa manera conseguía resucitar en aquel, el antiguo cariño que tan feliz la habia hecho.

Pero la prohibición de Pedro, la exasperó.

Los prim.eros dias estuvo frenética, pero los restantes fué su dolor mas tranquilo aunque sin disminuir su intensidad.

Ibrahim entró en su cuarto.

Las megillas de Zobeiba se enrojecieron con el fuego de h cólera, y hasta hizo un movimiento para lanzarse sobre él.

El invisible siguió contemplándola con su calma glacial.

Cuando estuvo cerca de ella la dijo. Levántate sultana, levántate y mira aquel barco que se divisa á lo lejos.

Zobeiba hizo lo que el caballero la decia.

Se asomó á una de las ventanas y efectivamente, casi per- dido ya entre las sombras del horizonte, se veia el brik donde iban nuestros antiguos conocidos.

Volvióse hacia Ibrahim y le preguntó. Qué quieres decirme con eso? Que en ese barco se aleja la última esperanza de tu amor.

La mora empalideció estraordinariamente. Esplícate, espllcate mas claro, le dijo anhelante. Tu amante Carlos, en mi buque con su amada Ester,

Í)E ESPAÑA. 959

que convertida al crislianismo, será su esposa inmediatamente. —Oh!...

Y las venas de la frente de Zobeiba se hincharon de una manera tal que parecía que se querian romper.

Sus labios se agitaron sin poder pronunciar palabra alguna.

Sus ojos se dilataron, y cslendicndo ios brazos hubiese caído al suelo, si el invisible no hubiese adelantado los suyos para sostenerla.

La cabeza de Zobeiba quedó sobre el hombro de Ibrahim.

EsiQ la contempló algunos instantes de una manera inde- finible.

Después con un acento que respiraba una pasión infinita dijo. Oh!... mia, mía, para siempre!

Y delirante, loco, frenético, posó sus escandescidos labios sobre los de Zobeiba.

¿Y Sara, y Benjamín? preguntarán nuestros lectores.

Poco muy poco, es lo que á eso podemos contestarles.

Srn embargo, vamos á verlos por última vez, en la pré- senle obra.

Mas larde, cuando las circunstancias nos lo permitan, en la segunda parte de El Honor de España^ los volveremos á encontrar.

Estamos en uno de los pintorescos bosques que crecen eu las faldas de las montañas del íliff.

Bosques impenetrables donde jamas planta humana se ha estampado, crecen las yerbas en todas direcciones, y arbustos y plantas forman corlinas sobre cortinas, y barreras insupe- rables, que solo á fuerza de trabajo y de tiempo se pueden salvar.

9C0 EL iiORon

Sin embargo, descendiendo por !a parle de la munlaña á cuyo píe crece y se esliende el bosque, se encuentra una pe- queña vereda que á pesar de los obsláculos que la misma na- turaleza presentaba, era mas practicable, y mas accesible que lodos los demás punios del bosqae.

Si,:^amos por esta senda, hasta que un arroyo que se des- prendía de las vertientes de las montañas nos interrunpa el paso.

Subamos hacia la izquierda siguiendo la corriente de él, y nos encontraremos con algunas piedras, que nos permitirán alravesarle.

Continuemos nuestro camino por el bosque, y llegaremos á un sitio donde las ramas entrelazadas espesamente nos inter- cepten el paso.

Observemos con detención aquella especie de muro, y ve- remos que á pesar del cuidado con que están enlazadas las ojas, se advierte el reciente paso de un cuerpo humano.

Tratemos también nosotros de franquear semejante valla» y nos encontraremos en una especie de gruta, formada por las espesas copas de dos ó tres árboles, cuyos troncos se unen entro si por multitud de plantas que hay enredadas en ellos.

Por el otro lado de la gruta un pequeño arroyuelo, so des- liza silencioso, refrescando loda aquella parte del bosque.

El sol no podia penetrar en la gruta.

Ojas sobre ojas, y ramas entre ramas, formaban una corti- na impenetrable para los ardientes rayos del sol.

En el fondo de la gruta sobre un montón de ojas secas, se veia una muger.

Era Sara.

Estaba sola, y parecía asaz preocupada.

Ya no era aquella muger rica de hermosura y cuyo rostro resplandecía doblemente con el amor infinito que sentía hacia el poela.

Solamente en su semblante, sus ojos habían conservado la brillantez.

Foro esta tenia algo de fatídico, algo de terrible.

DE espaNa. OGl

No eran aquellas miradas ardientes, inmensas impregna- das de voluptuosidad y de placer.

De sus pupilas se dcsprendia un rayo ardiente sí, pero si- niestro, aterrador.

ün rayo en que se Icia una amenaza constante.

Sobre su frente, se veían algunas arrugas, que en su ple- gado misterioso, ocultaban serios proyectos de venganza.

Sus megillas habian empalidecido estraordioariaraente.

Un círculo amoratado rodeaba sus ojos, y en dias había adelgazado de una manera particular.

Sentada sobre las ojas, sus manos de marPl sostenían su ca- beza ajada algún tanto, pero encantadora todavía.

Una lágrima brilló en sus ojos.

Lágrima muy amarga, porque era la do su profundísimo dolor.

Después sacó un medallón que llevaba al cuello, y con- templó un retrato que había en él.

Era el de Alberto,

Las lágrimas siguieron deslizándose silenciosas á su vista.

En aquel llanto iba envuelta toda una historia de dicha y de ventura.

Un suspiro se exaló del pecho de la hebrea.

Era el mudo adiós que daba á aquellos tiempos que jamás volverían para ella.

Un ruido muy ligero que se escuchó enire las ojis la hizo ocultar inmediatamente aquel retrato, y secar las lágrimas de su rostro.

El rumor se hizo mas perceptible, y las ramas que oculta- ban la entrada de la gruta, sl* separaron para dar paso á un hombre.

La mirada conque Sara le recibió esplicaba pcrfeclamenlo los sentimientos de su alma.

En ella habia repugnancia, asco, se nos permite decirlo así, y sobre lodo una espresion de odio implacable.

El hombre que habia salvado la barrera de ojas y ramas, era DeojamíQ.

i21

002 EL nONOR

VI

El hebreo era siempre el mismo hombre asqueroso, bajo, y astuto.

Sus ojos, miraban con recelo á todas parles, y por fin se lijaron en Sara.

Traía en la mano, una especie de cesta, donde se ^eian algunas provisiones.

Depositó su carga en el suelo, y se sentó frente á la joven, limpiándose el sudor que corria por su semblante.

Algunos momentos se pasaron sin que ninguno de los dos pronunciase una palabra.

Al cabo de ellos, Benjamín, se dirigió hacia ella y la dijo. Gome.

La hebrea sin contestar, tomó un pedazo de pan negro, y duro, como la mayor parte del que hacen en el Ríff, y cuyo modo de fabricarlo ya hemos dicho en otro lado, y acompaña- do de algunos huevos cocidos, se lo comió tranquilamente.

El mármol no seria tan impenetrable como el semblante de Sara.

Benjamín la estuvo contemplando, y cuando concluyó de comer la dijo.

Vamos, veo que por fin te has decidido á comer, y tienes razón, es mucho mejor conserbarse la vida que tratar de qui- társela.

Es que desde hace dos días he comprendido que necesito vivir, contestó con una calma espantosa la judia. Eso se llama pensar como se debe. ¿Y á que no sabes que ha hecho nacer en mi el deseo de vivir? El instinto de la propia conservación. —Te equivocas; no es eso. —Entonces...

BE ESPAflA. 965

Es que he comprendido que debo vengarme.

—De quién?

—De ti.

—De mi?

—Sí; ¿acaso crees que tus ofensas han de quedar impunes?

Ja... ja... ja... pobre mugerl dijo el judio con un acento de irónica compasión.

No tan pobre como te crees.

—Pues en qué te he ofendido yo?

—¿Y me lo preguntas aun? dijo Sara coloreándosele ligera- mente las megillas.

Si; te lo pregunto porque todo cuanto yo he hecho es una cosa muy natural.

Así como mi venganza también lo es.

Yo te evitaré el que la lleves á efecto.

—Una muger tiene siempre á su alcance cien medios para conseguir lo que desea.

Y ci>ando un hombre conoce perfectamente á esa muger llene también otros cien medios para desbaratar todos sus proyectos.

¿Crees que el haberme arrebatado mi felicidad, no ha de costarte muy caro?

Ta... la... la,., tu felicidad!... ¿y acaso hay en el mundo alguien que pueda llamarse feliz? dijo Benjamín.

Yo lo era con el amor de Alberto, de Alberto á quien adoro con la misma fuerza con que te aborrezco á tí.

Aborrecimiento que me importa lo mismo que si me amases.

Eres un miserable!... gritó Sara con cólera.

Eso mismo rae lo han dicho algunas otras personas antes que Irt, repuso con un cinismo estraíío el jorobado.

En fin, acabemos de una vez; ¿qué piensas hacer conmigo?

Mucho quieres saber.

Y tengo para ello un derecho.

Pero yo soy muy complaciente, y voy á decírtelo.

Habla.

00 i EL noNon

Vas á volver al harem del cmporador de Marruecos. El corazón de Sara so estremeció de dolor. Era aquella una do las humillaciones porque aun la fallaba quo pasar.

El jorobado continuó.

Eres mi esclava, y longo derecho á venderte al señor que mejor me pngue tu posesión. —Dices eso do veras?

—Ya lo creo; ahora mismo varaos á emprender el camino hacia Moquinez, y allí de seguro que el proveedor del serrallo del Xoriffe, me dará algún dinero por tí.

Esto era superior á las fuerzas de la hebrea. Inclinó la cabeza un momento anonada por la infamia de aquel hombre.

Después la levantó.

En sus párpados temblaba una lágrima. Pero no ceboso do ellos, y con voz perfectamente contenida, respondió.

Está bien, es una partida mas que tengo que añadir á la cuenta que me debes. Cuenta que se quedará sin saldar probablemente. Quién sabel...

Oh! encerrada en harem, son demasiado altas sus paredes para que las puedas escalar.

Pues ten muy presente que saldré; que te buscaré donde quiera que le hallas, y que mi venganza será tan horrible, como tus crímenes. Y cuando sucederá eso? No te digo el dia, pero llegará.

ÜE ESPAÍÍA. 06S

Ilabia tanta segundad en el acento de la judía que Benja- min, no pudo monos de eslrcmecerse.

Sin embargo se repuso, y dijo levanlilndose del suelo. —-Conque, vamos, prepárale á marchar, ya has tomado fuerzas, y hasta la capital tenemos que andar bastante. Sara no dijo una palabra. Se levantó y se dispuso á seguir al judio. Se dirigieron hacia la entrada de la gruta, y las ramas volvieron á separarse para dejarles paso. Anda delante, dijo Bonjamin á Sara. Esta obedeció, y durante algún tiempo no hablaron una palabra.

De esta manera llegaron á el arroyo de que hablamos al empezar osle párrafo. Salta por esas piedras, la dijo Benjamin Tengo miedo, repuso la hebrea, pasa delante. ¿Crees acaso que te vaya á ahogar. Quién sabol...

Desecha todo temor, te guardo para que me valgas mas Bien no importa, pasa delante de mi. El jorobado puso el pie sobre la primera peña, y empezó á atravesar el arroyo. Sara no le siguió.

Aprovechándose de su momentánea distracción, hecho á correr siguiendo la corriente del arroyo.

Cuando Benjamín se apercibió de su fuga ya le llevaba al- guna distancia.

Un rugido de cólera se exaló de su garganta. Y emprendió una carrera desesperada tras la joven fugitiva. El deseo de escaparse del poder de su tirano, prestaba fuerzas á la hebrea.

960 EL iiONon

El (leseo do recuperar á su víctima prestaba alientos noe- vos al hijo del Cheg de Mequinez.

Y arabos coriian de una manera frenética.

El sudor corría por sus rostros, y las fuerzas de ambos se gastaban.

De pronto siguiendo el curso del rio, se hallaron fuera del bosque.

A su frente se alzaba una montaña herizada de rocas y ma- lezas.

Sara no vaciló yempezó á subirla.

El hebreo siguió tras ella.

De pronto á lo lejos, sobre la cumbre, la judía divisó algu- nos hombres.

Reunió todas sus fuerzas, y comenzó á pedir socorro.

Aquellos la oyeron, y fijaron sus sorprendidas miradas en las dos personas.

La hebrea se detuvo, y siguió llamando.

Entonces los hombres hicieron algunos movimientos para acercarse en su auxilio.

La detención de Sara, dio á Benjamín una ventaja inmensa.

La pobre muger contempló con espanto, que sus salvadores tardarían demasiado en llegar.

Quiso hechar á correr otra vez, pero sus piernas se nega- ron á obedecerla.

Bonjarain llegó á su lado.

Yió que los hombres se acercaban, y haciendo un esfuerzo supremo, enlazó con sus brazos el talle de la joven, y la levantó del suelo

Esta quiso gritar, pero la mano del jorobado, la oprimió fuertemente la boca.

Una lucha desesperada se empeñó entonces entre los dos. Pero esta acabó con las fuerzas de Sara. Volvió ó desmayarse, y una sonrisa de triunfo vagó por los delgados labios del judio .

Miró hacia donde estaban aun los hombres que venían á so-

DE ESPAÑA. 967

correr á la joven, y comprendió que era necesario tomar un parlido.

Empezó á descender con su carga por la montaüa, y mo- mentos después se perdió por el bosque.

Guando los montañeses llegaron ya no vieron á nadie.

Penetraron en el bosque, lo corrieron en todas direcciones, y no pudieron dar con los que buscaban.

VIH

Benjamín soportaba con una fatiga inmensa la carga de Sara.

Únicamente su fuerza de voluntad, le sostenía.

Fuerza de voluntad que en todas las acciones de su vida le había dominado, y que le había dado por Gu, la posesión de la hebrea.

Sara con el fresco de la bóbeda de verdura que formaba el bosque empezó á recobrar los sentidos.

En seguida que se vio en los brazos de su verdugo hizo al- gunos esfuerzos para desasirse de ellos.

Estos esfuerzos necesariamente habían de agotar las fuerzas del jorobado.

Incapaz de sostener mas tiempo a la joven la dejó en el suelo.

Habían llegado á una especie de plazoleta que formaba el bosque.

Tres caminos desembocaban en ella.

Estos eran diferentes que las demás sendas impracticables de que ya hemos hablado á nuestros lectores.

Mas anchos y menos obstruidos, permitían el paso de dos personas, y las copas de los árboles se elevabon á una altura que permitía el paso de un hombre á caballo.

Benjamín comprendió todo el peligro que había en perma- necer en aquel sitio.

9G8 ÉL noNon

Sara en cuanto se vio libre Iraló de lanzarse sobro el hebreo.

Pero este se hizo dos pasos atrás, y sacando del pecho dos pistolas, apuntó á la ¡oven diciéndola.

lílige, entre seguirme, ó perder la vida al primer movi- miento que hagas.

La hebrea se detuvo aterrorizada.

La vida para ella representaba la venganza.

Y esta venganza la era muy necesaria.

Estas razones la hicieron detenerse, y contestar. —No temas, me resigno, has ganado dos partidas, pero guárdate de la tercera.

ZX

En esto momento por una de las callos que desembocaban envía plazoleta, se sinlieron los pasos de un caballo.

Sara y Benjamín volvieron la vista al mismo tiempo.

Ambos exhalaron dos gritos de espresion diferente.

El de Sara espresaba una alegría inmensa.

El de Benjamín por el contrario, una rabia Icrrible.

Los dos habían conocido al invisible.

Li hebrea estendió los brazos hacia él. Socorro Ibrain, |socorro! gritó con toda la fuerza que la prestaba el deseo de librarse de su verdugo. Calla, muger, calla, ó mueres.

Y las pistolas volvieron á apuntar las sienes de la jndia.

Ibraim habia escuchado aquel grito aunque no entendió lo que decia.

Yió dos personas, y no pudo conocerlas.

Pero si adivinó algo decstraordinario, y espoleó vigorosa- mente á su corcel.

Benjamín so dirigió á Sara y la dijo:

ESPAÑA. 969

-—Ala menor palabra que hables, á el menor ademan que observe, la vida desaparece de tu cuerpo.

La hebrea, aquella muger que jamas habia temblado tuvo miedo.

Es verdad que antes afrontaba todos los peligros con va- lor, porque se trataba de salvar á Alberto.

Pero ahora que este objeto habia desaparecido, Sara tor- naba á ser la muger débil y llena de temores.

La fisonomía satánica de Benjamín la causaba miedo. Y trémula, temblorosa, casi sin aliento, se dejó caer en tierra, y con espantados ojos se preparó á ser testigo de la escena que iba á pasar.

Benjamín, corrió á esconderse entre las malezas del bosque, íbraim entretanto avanzaba rápidamente. Conforme la distancia que de la judia le separaba se ha- bia ido disminuyendo, la habia podido conocer.

Su corazón habia palpitado de alegria, y aprasuró el paso de su cabalgadura.

Poco terreno le separaba ya de la muger á quien quería salvar, cuando una detonación resonó en el bosque.

El caballo se detuvo asombrado, y el invisible llevándose las manos al pecho vaciló un instante, y cayó á tierra pesa- damente.

Entonces se separaron bruscamente las ramas, y Benjamiü se presentó en la plazoleta.

Estaba estraordinariamente pálido. En su mano tenia las pistolas. Una estaba descargada. Su bala habia atravesado el pecho de íbraim. Sara al oir la detonación, y la caida de el hombre en quien confiaba, dio un grito de angustia, y se cubrió el rostro con las manos.

Benjamín contempló con una sonrisa de triunfo á su victi- ma, y la dijo. Eha, en marcha, también he ganado la tercera partida. y cogiéndola bruscamente por el brazo, la hizo levantarse,

i22

970 DE ESPAÑA.

y acercándose al caballo del invisible, que permanecia al lado de su amo, subió en él, colocó á Sara delante de si, y momen- tos después se alejaban á galope por el camino que habia Iraido Ibrahira.

En cuanto á este, quedó tendido en tierra arrojando tórren- les de sangre, por la herida que tenia en el pecho.

La tarea del novelista ha terminado en esta primera parte.

No asi la del historiador.

Muy sucintamente nos hemos ocupado del general Rios, y creemos que nuestros lectores no nos perdonarán esta falta.

Por su desgraciada muerte, se ha hecho doblemente acree- dor á el interés do toda la nación, y toda ella creemos que veria con gusto algunos antecedentes biográficos sobre dicho señor.

Pero el corto espacio de que ya podemos disponer nos im- pide dar su biografía circunstanciada.

No nos atrevemos á cansar á nuestros lectores, pues ya nos hemos estendido en El Honor de España mas de lo que habíamos pensado, y solo muy ligeramente vamos á tratar de el general ílíos desde que puso el pie en el suelo africano.

Aunque el último en llegar al teatro de la guerra no ha sido el que menos parte ha tomado en ella.

En la batalla de Tetuan, la parte confiada á su custodia era por decirlo así la llave de toda la acción, y él supo res- ponder dignamente de la confianza que en sus conocimientos habia depositado el general en gefe .

El primero en penetrar ca Tetuan, fué también de los pri- meros que entraron en uccion ca la célebre batalla de Gual- dras.

Gomo gefe del egército de ocupación, sus disposiciones hi- cieron que la ciudad del Guad-el-Jeíú recobrase su calma, y su antiguo aspecto, con algunas modificaciones europeas.

DE ESPAÑA 971

La nación entera aplaudía la elección que el general O'Don- neli había hecho, para su representante en Tetuan, y nadie po- día imaginarse que llegara un día en que tuviera que llorar su prematuro fin.

Pero la muerto en su tenebroso libro habia señalado el tér- mino de la vida del valiente caudillo.

Esas enfermedades que tantas bajas han ocasionado en nuestro egército han venido á aumentar el número de sus víc- timas, con la del general Ríos»

Como militar fué un modelo de abnegación valor y lealtad.

Como cristiano ha sido también un modelo en esos mo- mentos supremos en que el hombre va á atravesar el pórtico sombrío de la eternidad.

Las palabras que dijo á s'\ confesor horas antes de espirar, demuestran bien claro lo que mas arriba hemos dicho.

«La Religión, y su ministro que es uslud» dijo el agoni- zante á su confesor, «son mi consuelo en este momento terri- ble; confio en Dios que me salvará y me siento muy fortalecido y animado para presentarme tal vez dentro de pocos momen- tos ante la presencia de un Dios tan justiciero como bueno y misericordioso.))

Como el general presentía perfectamente, á las pocas ho- ras, el alma habia volado de su cuerpo, á otra mansión donde

Dios en su inmutable é infalible justicia le tendría ya señala- do su puesto.

XI«

El general Turón, hacia ya algunos días que se habia en- cargado del mando de las tropas.

lie aquí lo que dijo en la orden general de la plaza dada el día 9 de Julio con motivo del fallecimiento del general Ríos.

Soldados. Vais h rendir los últimos honores al que fue

972 EL HONOR

vuestro general: en ól habéis perdido un jefe tan afectuoso co- mo justo, tan severo de exigir en cada cual el lleno de los de- beres respectivos, como en cumplir los suyos, y de ello acaso sea una prueba inequívoca su prematuro fin; la Reina y la pa- tria han perdido también un entendido y leal servidor, que deja no pocos y dignos ejemplos que imitar. Yo uno mi profundo sentimiento al que estoy cierto embarga hoy los corazones de todos vosotros, y mi mayor anhelo será reemplazar cumplida- mente al que vamos á honrar por última vez. Turón.

Creemos también que la elección del citado Sr. Turón, ha sido muy bien acertada.

Hemos visto algunas cartas fechadas en Tetuan en estos últimos dias, y en todas ellas se hacen grandes elogios tanto de este señor como de las tropas que están bajo su mando.

Igualmente los marroquíes también se portan perfectamen- te con nuestros soldados, y entre unos y otros reina la mejor armonía.

Las enfermedades han disminuido mucho, y felizmente el estado sanitario es bastante bueno.

Y eso que al recobrar la población su carácter monico, ha vuelto la inmundicia, á llenar las calles.

Pero, á pesar de rste elemento tan contrario á la salubri- dad de una población, Tetuan sin embargo, de contener en su reciato infinitamente mayor número de habitantes que nunca, cuenta menos defunciones que otros años por esta misma época.

Quiera Dios que no vuelvan nuestros valientes á ver diez- madas sus filas por ese enemigo mas terrible que las balas africanas, y contra el cual no hay elementos posibles para luchar.

PLANTILLA

para la colocación de las láminas de esta pbra.

Pacs.

Retrato del Excmo. Sr. General en Gefe, Don Leopoldo

O'Donnell 50

No temáis, un oficial español no hiere á sus enemigos

indefensos. 56

Soldados, adelante, y viva la Reina 90

Retrato del general Échagüe Í04

Vista del campamento deí Otero 129

Acción del dia 30 de Noviembre 136

Retrato del general Prim. 242

«Soldados, vuestra honra está en vuestras mochilas.» . 248

Knlrada de las tropas en Tetuan . 370

Entrevista del general O'Donnell y Muley-el Abbas. . 446

Bombardeo de Larache 458

Acción del dia 11 de Marzo 510

Batalla del dia 23 de Marzo 641

Retrato del general Zabala 700

Entrada de las tropas en Madrid. ....... 890

ERRATAS NOTABLES.

Página 659 línea 21 dice «Joc?», y debe decir anueve)) Página 659 linea 22 dice a 12 de Enero de 1848» y debe decir ni2 de Enero de 1851.))

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