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Full text of "De la retreta a la diana : zarzuela cómica en un acto y tres cuadros"

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BIBLIOTECA  LIRICQ-DRAMATICA  Y  TEATRO  CÓMICO 


LA  Wm  A  LA  DIANA 


ZARZUELA  CÓMICA 


EN   UN  ACTO  Y  TRES  CUADROS 


ORIGINAL  DE 


EL  II,  ESPADA  í  JUAN  A.  PASCUAL  ZÜLÜETA 


MÚSICA    DEL    MAESTRO 


JOSÉ  MARÍA  ÁLVTRA 


MADRID 

ARREGUI Y  ARÜBJ,   EDITORES 
Federico  de  Madrazo  (antes  Greda),  15,  bajo 

I897  • 


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DE  LA  RETRETA  Á  LA  DIANA 


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Esta  obra  es  propiedad  de  sus  autores,  y  nadie  po- 
drá, sin  su  permiso,  reimprimirla  ni  representarla 
en  España  y  sus  posesiones  de  Ultramar,  ni  en  los 
países  con  los  cuales  haya  celebrados  ó  se  celebren 
en  adelante  tratados  internacionales  de  propiedad 
intelectual. 

Los  autores  se  reservan  eJ  derecho  de  traducción. 

Los  representantes  de  las  Galerías  Biblioteca  lirico- 
dmmática  y  Teatro  cómico,  de  los  Sres.  Arregui  y  Aruej, 
son  los  encargados  exclusivamente  de  conceder  ó  ne- 
gar el  permiso  de  representación  y  del  cobro  de  los 
derechos  de  propiedad. 

(¿ueda  hecho  el  depósito  que  marca  la  ley. 


DE  LA  RETRETA  A  LA  DIANA 


ZARZUELA  CÓMICA 


EN   UN   ACTO   Y   TRES   CUADROS 


ORIGINAL   DE 


II.  ESPADA  y  JOAN  A.  PASCUAL  ZULUETA 


música  del  maestro 


JOSÉ  MARÍA  ALVIRA 


Estrenada  en  el  TEATEO  ESLAVA  el  23  de  Marzo  de  1897 


MADRID 

E.  Velaeco,  Impresor,  Marqués  da  Santa  Ana.  20 

Teléfono  númiro  ff/ 

1899 


Digitized  by  the  Internet  Archive 

in  2012  with  funding  from 

University  of  North  Carolina  at  Chapel  Hill 


http://archive.org/details/delaretretaladia1649alvi 


&  ^edetiéo  líi^edl^ 


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¿A*r¿    ^4Aut&reé> 


REPARTO 


PERSONAJES 


ACTORES 


ENRIQUE Sea.    Romebo.. 

PILAR Seta.  Ulibebbi. 

BRUNA... Sea.    Banovio. 

DEOGRACIAS Se.      Caebeeas. 

EL  CORONEL Vázquez. 

SARGENTO Asensio. 

CABO » Es  TELLÉS. 

SOLDADO N. 

VIGILANTA Sea.     Toeees. 

ALDEANA Blanco. 

ALDEANO Se.      Meliá. 

Soldados,  gente  del  pueblo,  etc. 


ACTO  ÚNICO 


crr^DHO  :f  tz  z  uve  :s  des,  o 

Uua  plaza  en  el  pueblo.— A  la  derechu,  desde  el  primero  al  último 
términos,  tapia  del  convento  que  ofrece  un  frente  al  público  y  uno 
de  sus  lados.— En  este  una  puertecilla  con  cerrojo  interior:  la  de 
la  habitación  de  Deogracias,  que  se  supone  en  un  pabellón  del  jar- 
din,  junto  al  convento.— En  último  término,  calle.  — A  la  izquierda, 
ocupando  los  dos  primeros  términos,  fachada  de  un  caserón  desti- 
nado á  cuartel: puerta  grande  de  amplias  hojas.  Farol  sobre  el  arco 
de  la  puerta.— En  los  demás  términos,  bocacalles.— Al  fondo  telón 
de  casas  y  horizonte.  —  La  acción  empieza  á  la  caída  de  la  tarde. 


ESCENA  PRIMERA 

SARGENTO  LÓPEZ,  ENRIQUE,  grupos  de  militares 
y  gente  del  pueblo 

Sarg.  ¡Por  vida  de  Napoleón!...   Ya  son  tres  los 

arrestos  que  he  sufrido  por  culpa  del  niño 
del  Coronel...  ese  maldito  galopín,  á  quien 
su  padre  hizo  sentar  plaza  para  ver  si  sen- 
taba la  cabeza.  ¡Las  espaldas  le  sentaría  yo 
de  buena  gana,  si  no  fuera  por  guardar  las 
mías!  ¡Eh,  muchacho!  ¡Soldado  Hernández! 

Enr.  ¡A  la  orden!  (Cuadrándose.) 

Sarg.  ¡Al demonio!  (con  viveza) 

Enu.  ¡En  Seguida!  (Dirigiéndose  al  foro.) 

Sarg.  Pero,  ¿á  dónde  vas,  condenado? 

E\r.  Pues  á  eso;  al  lado  de  aquella  morena,  que 

tiene  loquita  á  la  guarnición.  ¿No  me  manda 


6Ü353 


AKRKGUI  V  ARUEJ,   EDITORES 


usted  al  demonio?  ¿No  dice  usted  que  son 
el  diablo  las  mujeres?...  Pues  ya  está  expli- 
cado. 

Sarg.  Bromitas,  ¿eh?  Bueno,  pues  esta  noche  te 

cambio  el  turno  de  guardia,  y  la  haces  de 
madrugada  delante  de  esa  puerta. 

Enr.  Acato  la  orden  y  la  cumpliré...  (con  ironía.) 

(Así  como  así  lo  diré  al  demandadero  del 
convento  para  que  lo  sepa  mi  Pilar!...  Si  pu- 
diera verla  y  hablarla  esta  noche!...  [Al  ama- 
necer! ¡Al  amanecer!  (Muy  contento.)  ¡Oh,  feli- 
cidad!) 

SARG.  (Reparando  en  la  actitud  de  Enrique.)   (¡Está  visto, 

este  zascandil  es  un  muñeco  con  falta  de 
vergüenza  y  sobra  de  picardía!)  Puedes  re- 
tirarte. 
Enr.  ¡A  la  orden,  primero! 


ESCENA  II 

DICHOS   y    DEOGRACIAS 


Música 

Ellos  El  señor  demandadero 

del  convento,  viene  aquí. 
Ellas  Ya  está  aquí  nuestro  cartero. 

¿Traerá  alguna  para  mí? 
Ellos  ¡Ya  lo  veis,  no  se  ha  perdido! 

¡Deogracias,  bien  llegado! 

¡Deogracias,  bien  venido! 
Deog.  ¡Muchas  gracias,  pueblo  amado! 

(Aparece  por  el  último  término  de  la  derecha.  Lleva, 
convenientemente  tapada,  la  jaula  de  una  codorniz. 
Pendiente  del  cuello  una  cartera  de  grandes  dimen- 
siones.; 

Ellas  ¿Cuántas  cartas  tengo  yo? 

Deog.  Claro  estaque  no  lo  sé. 

Ellos  Déme  usted  las  mías. 

Ellas  No. 

Yo  primero. 
Ellos  Déme  usté. 


DE    LA    RETRETA    A    LA    DIANA 


Deog.  Ni  las  de  esos  ni  las  vuestras, 

que  íne  vais  á  marear. 
¡Qué  impaciencia! — «¡No,  las  míasl 
¡No,  las  mías!» — ¡A  callar! 

Ellas  No  se  altere. 

Ellos  No  se  enfosque. 

Ellas  •        No  nos  niegue  su  perdón. 

Ellos  No  se  irrite. 

Ellas  No  se  amosque. 

Deog.  Pues  silencio  y  atención. 

(El  Coro  forma  dos  grupos:  á  la  derecha  las  mujeres  y 
a  li  izquierda  los  hombres.) 

A  una  muchacha 

de  ojos  de  cielo, 

traigo  noticias 

de  su  amador, 

en  tanto  que  ella 

le  da  el  camelo, 

pues  á  la  chita, 

tiene  otro  amor; 

que  á  un  viejo  verde 

le  echó  el  anzuelo, 

y  en  dos  tirones 

pescó  al  señor, 

y  hoy  se  entretienen 

moza  y  abuelo, 

por  los  rincones 

de  un  corredor. 
Ellos  ¿Quién  es  la  infame? 

Descorra  el  velo. 
Deog  Digo  el  pecado, 

no  el  pecador. 


A  un  soldadito, 
de  su  adorada 
traigo  una  esquela 
que  es  un  primor, 
pero  aunque  viene 
muy  perfumada, 
de  nada  sirve, 
que  él  le  es  traidor; 
pues  á  la  sombra 


10 


ARREGUL  Y  ARUEJ,  EDITORES 


Ellas 
Deog. 
Todos 


de  una  enramada 

prestó  á  una  dama 

tan  gran  favor, 

que  desde  entonces, 

héroe  y  salvada, 

buscan  la  sombra 

del  cenador. 

¿Quién  es  el  monstruo? 

Descorra  el  velo. 

Digo  el  pecado, 

no  el  pecador. 
Pues  si  á  obscuras  nos  deja  Deogracias, 
por  la  nueva,  mil  gracias,  señor. 


Ellas 

El  soldadito, 
¿cuálo  será? 


Ellos 


La  pecadora, 
¿cuál a  será? 
Entre  esos  mozos  Entre  esas  mozas 

de  fijo  está.  de  fijo  está. 

Todos  Ya  se  sabrá, 

y  lo  que  fuere, 
pues,  sonará. 


Hablado 

Deog.  Vamos  á  ver,  ¿habrá  hoy  silencio? 

Sold.  l.o     Como  todos  los  días.  A  las  nueve  en  punto, 

yase  sabe,  ¡tararí!...  (imitando  et  toque  de  silencio.) 

Coro  ¡Tararí!  (Mem.) 

Deog.  Pero  esta  gente  se  ha  vuelto  loca...  Se  os 

manda  callar  y  me  estropeáis  el  tímpano 
con  el  tararí 

Sold.  Como  usté  dijo  si  se  tocaba  á  silencio...  yo... 

Deog.  Tú,  eres  un  animal.  ¡A  la  cola!... 

Sold.  ¡Bueno,  hombre,  bueno!...  (se  pasa  á  último  lu- 

gar y  todos  le  rechazan  con  gritos  y  voces:  *Aqui  no 
hay  cola,  fuera,  etc.») 

DEOG.  (Habrá  estado  ordenando  la   correspondencia,  y  al  oir 

las  voces  recoge  la  cartera,  la  jaula,  etc.,  y  va  á  re- 
tirarse.) ¡Ea,  buenas  noches!... 

Todos  ¡Las  cartas,  las  cartas!  (Rodeándole  todos.) 

Deog.  Pues  orden  y  á  callar...  (Reparte  las  cartas.) 


DE    LA    RETRETA    A   LA    DIANA 


Emeterio.  Cifuentes...  Pascual  Díaz,  (van  re- 
cogiéndolas y  se  retiran  hacia  el  foro.)  ¡Gracias  á 
Dios!  ¡Ya  no  queda  ninguna!...  ¡Ea,  á  reco- 
gerse!... 

¿Y  yo?  ¿Y  mi  correspondencia? 
¡Chist!...  Aquí  la  tengo.  Esta  pertenece  al 
buzón  interior.   ¡Como  que  es  reservado!... 

(Sacándola  del  pecho.) 

¡Ay,  qué  alegría!...  ¡Dame,  dame!... 
Cuidado,  señorito,  que  se  van  á  enterar.  No 
la  lea  usted  aquí. 

¡Qnita  allá!...  (Se  relira.) 

Carillo,  carillo  vas  á  pagar  el  porte...  En  fin, 

á  mi  cuchitril.  (El  coro  vuelve  al  proscenio  y  ro- 
dea á  Deogracias.) 

¿Y  qué  es  eso  que  trae  usté  ahí  envuelto? 
Para  fisgonas,  las  mujeres.  Esto  es...  esto 
es...  (¿Qué  les  digo  yo?...) 

¿El  qué,  el  qué?...  (Acercándose  mucho.) 

JNo  os  lo  digo,  porque  si  os  entero  se  malo- 
gran los  efectos. 

¡Ea,  acabe,  ó  si  no!...  (vaá  cogerlo.) 
¡Quietas!...    ¡Esto  es  una   maravilla!...    ¡Un 
gran   encuentro!    (Voy   á  reírme   de  ellos.) 

(Descubre  la  jaula.) 

¡Un  pájaro!...  ¡Una  codorniz!... 

¡De  gran  utilidad!...   Oid.   (Van  á  creerlo, 

como  si  lo  viera.) 

música 

Esta  codorniz,  señores, 
es  un  macho  superior 
y  ha  prestado  mil  servicios 
en  aquella  población. 
Fué  primero  de  una  dama 
joven  y  rica  á  la  par, 
desposada  con  un  viejo 
por  cuestión  del  vil  metal. 
Este  pájaro  al  marido 
le  decía  sin  cesar, 
aludiendo  á  la  señora: 
Ma-tala,  ma-ta-la... 


ARUEGU1  V   ARUEJ,  EDITORES 


Todo  porque  con  su  primo, 
pues...  ya  saben  lo  demás. 
Coro  Este  pájaro  al  marido,  etc. 


Deog.  La  sobrina  de  don  Lino, 

un  señor  que  morirá, 

según  opinión  de  todos 

en  olor  de  santidad, 

se  casó  con  Timoteo, 

joven,  rico  y  tonto  á  más, 

y  en  la  noche  de  la  boda 

se  perdió  la  flor  de  azahar. 

Timoteo  la  buscaba, 

la  buscaba  con  afán, 

y  la  codorniz  con  sorna 

bús-ca-la,  bús-ca-la... 

le  decía  al  pobre  novio, 

que  la  flor  no  pudo  hallar. 
Coro  Timoteo  la  buscaba,  etc. 

Hablado 

Deog.  (Nada,  que  se  lo  han  creido.  ¡Inocentes!) 

.Sarg.  ¿Se  ha  enterao  usté,  niña?  (a  una  en  un  grupo 

la  derecha.) 

Una  ¡Vaya! 

Sarg.  ¿Tiene  usté  novio? 

Muchas       ¡Vaya! 
Sarg.  Vaj^a...  que  la  ahorquen...  (volviendo  la  espaid* 

Uno  Y  diga  usted,  señor  Deogracias,  ¿se  me1 

con  todo  el  mundo  la  codorniz?  (En  un  gruí 

á  la  izquierda.) 

Deog.  ¡Ya  lo  creo!  No  perdona  ningún  atrevimiei 

to  ilegal.  Nada  de  trapícheos,  ¿eh? 

Todos  ¿Y  qué  es  eso? 

Deog.  Pues  eso  es--...    Figúrate  que    Baltasara, 

mujer,  y  Ambrosio,  vamos  que... 

Ald.°  ¡Cá,  no  señor,  calunia,  calunia!... 

Deog.  ¡Ah!  Pero... 

Ald.°  íáí,  señor,  malas  lenguas... 

Deog.  Bueno,  pues  es  verdad... 

Ald.o  ¿Eh? 


DE    LA    RETRETA    A    LA    DIANA 


13 


|)eog.  No,  hombre,  que  te  lo  figures.   Pues  la  co- 

dorniz te  da  nueve  golpes  ó  los  que  hagan 
falta  y  tú... 

Lld.o  La  endilgo  cuatrocientos  a  mi  mujer. 

}eog.  Como  plan  curativo  puede  pasar.  (Quedan  en 

grupo  hablando  bajo.) 

¡Alma  mía,  y  que  pie  tan  chiquirritín!  (a  una- 
moza.) 

Si  no  mirara  USted.  (Da  una  vuelta  rápida.) 

¡Y  qué  pocas  hojas  tiene  ese  libro!  (señalando- 

á  las  faldas  ) 

Así  se  aprende  antes  la  lección. 
¿Quiere  usté  ser  mi  maestra? 
¿Y  la  codorniz? 
¡Bah!...  Too  eco  es  figurao. 
¿Y  los  golpes? 
También  figuraos. 

No,  si  digo  los  que  le  puede  dar  mi  padre.... 
Si  le  ve  á  usté  hablando  conmigo,  de  un 
garrotazo  lo  esloma;  na  más  que  pa  avisarle- 
Corno  primer  aviso,  ¿eh?  (pausa.)  Pues,  hija^ 
me  voy  al  corral  sin  aguardar  al  segundo. 
Ya  lo  sabéis;  cuidado  con  ilegalizarse.  (a  ios- 

del  grupo.) 

BueilO,  bueno.  (Retirándose.) 

Oye,  pues  si  es  verdad,  este,  ese  y  tú  y  yo- 
estamos  buenos.  Se  acabaron  las  escapato- 
rias. Hay  que  matar  á  la  codorniz. 
¡Eso! 

¡Y  escarmentar  á  Deogracias! 
¡Eso! 
¡Callarsus!...  Aluego  nos  veremos.  (Disuélvese- 

el  grupo  primero.  Oyese  el  toque  de  retreta.  Los  sol- 
dados entran  en  el  cuartel,  y  las  gentes  del  pueblo  se- 
retiran  en  varias  direcciones  cantando  el  estribillo  del 
«couplet.») 


AKREGUI  Y  ARUEJ,    EDITORES 


ESCENA  lll 

DEOGRACIAS    y     ENRIQUE 

Enr.  ¡Qué  alegría  tan  grande!  ¡ Deogracias,  amig( 

mío,  mi  padre!  (Trae  la  carta  en  la  mano.) 
DeOG.  ¿Ellr  (Mirando  ccn  Tecelo  hacia  el  cuartel.) 

Enr  .  No,  hombre,  no;  si  es  á  tí,  puesto  que  te  de 

beré  algún  día  la  felicidad. 
Deog.  No  tanto,  hermanito,  no  tanto.  Mi  reino  nc 

es  de  este  mundo. 
Enr.  ¡Bueno!  (i Y  mi   Pilar?  ¿Estará  tan  hermoss 

como  siempre,  eh? 
Deog.  ¡Ahí  La  señorita  Pilar  no  es... 

Enr.  No  es  de  tu  reino,  ya  lo  sé.  Por  eso  se  casará 

conmigo;  y  si  para  ello  fuera  preciso  pegarle 

fuego  al  convento,  se  lo  pegaría. 
Deog.  ¡Ave  María  Purísima! 

Enr.  ¿Por  quién  no  lo  he  echado  todo  á  rodar? 

(Zarandeándole  por  un  brazo.) 

Deog  .  Por  muy  poca  cosa. 

Enr.  Tienes  razón,  capellán.  Dispensad  arrebato. 

Probablemente  tendremos  que  abandonar 
muy  pronto  el  pueblo.  Pues  bien,  prometo 
hacerte  obispo  si  esta  noche  me  facilitas  la 
llave  de  esa  puerta  y  avisas  á  Pilar  que  iré  á 
verla. 

Deog.  Después  de  todo  no  es  monja,  ni  siquiera 

educanda.  Su  padre  la  dejó  ahí  mientras  du 
raba  la  guerra,  y  las  habitaciones  que  ocupa 
están  separadas  del  resto  del  convento. 

Enr.  Cuando  no  sientas  ningún  ruido  llegas  hasta 

aquí,  yo  estaré  de  guardia;  paso,  la  veo,  vuel- 
vo á  los  cinco  minutos,  y  asunto  concluido. 

Deog.  Pero... 

Enr.  Nada,  nada;  medítalo  bien.  O  la  llave,  y  al 

año  próximo  eres  obispo,  ó  tu  negativa,  y 
desde  este  instante  te  hago  cardenal;  cues- 
tión de  dignidades. 

Deog.  Prefiero  la  más  baja. 

Enr.  ¡Silencio,  mi  padre!   Quieto,  que  nos  han 

Visto.  (Le  detiene.) 


DE    I.  A    RETRE'IA    A    LA  "DIANA 


15 


ESCENA  IV 


DICHOS,  EL  CORONEL    y  EL  SARGENTO  á    la  puerta  del  cuartel. 
Deogracias  y  Enrique  al  lado  oputsto.  El  primero  procurando  ocul- 
tarse junto  a  la  tapia. 

Cor.  Mañana  temprano  abandonaremos  este  pue- 

blo  ¿Está  usted  enterado  de  todo? 

Sarg.  Sí,  mi  Coronel. 

Cor.  (viendo  á  Enrique.)  ¿Qué   haces  tú  aquí?  Sar- 

gento López,  ¿por  qué  está  este  soldado  fue- 
ra del  cuartel  después  del  toque  de  retreta? 

Sarg.  Lo  ignoro,  mi  Coronel;  pero  aquel  paisano 

que  anda  tornando  medidas  á  la  tapia  debe 
saberlo. 

Cor.  No  había  reparado...  Acerqúese  usted. 

Deog.  (¡Adiós  mi  ansiada  mitra!) 

Cor.  Vamos,  ¿qué  hace  usted  aquí?  ¿A  qué  ha 

venido?  ¿Quién  es?  ¿Cómo  se  llama? 

DEOG.  Deogracias,  Señor.  (Acercándose  tímidamente.) 

Cor.  Bueno,  á  Dios  sean  dadas.  ¿Que  quién  es 

usted,  pregunto? 

Deog.  Pues  Deogracias,  señor;  me  llamo  Deogra- 

cias. 

Cor.  ¡Ah,  vamos!  Como  io  dijo  usted  con  ese  aire 

tímido  de  rapavelas,  creí  que  saludaba.  Ade- 
más, así  no  se  llama  nadie. 

Deog  .  Pues  aseguro  á  usted  que  en  mi  familia  hace 

siete  generaciones  que  no  falta  un  Deogra- 
cias. Por  lo  general,  este  ha  sido  el  nombre 
del  cabeza,  nombre  que  hicieron  ilustre 
aquellos  varones,  pues  varios  fueron  canó- 
nigos, dos  hubo  mitrados,  y  uno,  tan  sabio 
como  santo,  murió  en  Filipinas  el  día  de  las 
bodas  del  jefe  de  una  tribu  asalvajada. 

Savg.  ¿Lo  envenenaron  en  el  festín? 

Deog  .  Se  lo  comieron  al  natural. 

Cor.  ¿Y  á  nosotros  qué  nos  importa?  ¿Era  eso  lo 

que  le  estaba  usted  contando  á  este  soldado? 

Enr.  Era  yo  quien  le  contaba  á  él... 

Deog.  Justo;  salió  usted  y  se  cortó.  Por  poco  no  lo 
ha  oído  todo. 


10 


ARREGUI  Y  AKUEJ,   EDITORES 


Cor.  No  quiero  que  á  estas  horas  estén  de  confe- 

rencia los  soldados. 

Sarg.  Si  no  me  canso  de  decirlo,  mi  Coronel.  Que 

no  quiero  grupos  de  más  de  una  persona  pol- 
las noches  fuera  del  cuartel.  Nada,  que  me 
parezco  a  Torres,  el  sargento  de  caballería, 
que  encargaba  todos  los  días  á  los  soldados: 
«No  me  atéis  tan  corto  al  pesebre,  no  me 
saquéis  al  agua  sin  cabezada.»  Pues  ellos 
como  si  les  hubiera  dicho  todo  lo  contrario. 
¡Pobre  Torres;  Dios  le  tenga  en  su  gloria! 

Cor.  ¿Ha  muerto  en  la  guerra? 

Sarg.  No,  señor,  de  muerte  natural. 

Deog.          (| Ya,  de  bruto!) 

Cor.  Pues  nada,  siga  usted  pareciéndose  á  Torres. 

Lo  principal  es  la  ordenanza. 

Enr.  Descuide  usted,  mi  '-argento,  que  no  volveré 

á  sacarle  al  agua  sin  cabezada. 

Deog.  Ni  le  ataremos  tan  corto  al  pesebre. 

Sarg.  ¿Eh? 

Cor.  Basta.  Tú  al  cuartel.  Y  usted  á  la  cama,  (a 

Enrique  y  Deogracias  Enrique  saluda  y  se  dirige  al 
cuartel.  Deogracias  á    la    puerta  de    la    tapia.)  Si    le 

vuelvo  á  encontrar  aquí,  le  mandaré  pren- 
der por  sospechoso.  (Comprendo  que  soy  de- 
masiado severo  con  mi  hijo,  pero  toda  pre- 
caución es  poca  para  evitar  que  haga  una 
nueva  calaverada.)  Pero,  ¿qué  hacen  ustedes 

aquí?  (A  Enrique   y   Deogracias  que  se   hacen    señas 
durante  el  aparte  anterior.) 
ENR.  ¡A  la  orden!  (Entra  en  el  cuartel.) 

Deog.  Muy  buenas  noches,  señor  Coronel:  usted 

me  manda. 

COR.  Ya  lo  Sé.  (Con  sequedad.) 

Deog.  Sí,  señor,   con  franqueza.  A  mí  me  man- 

da todo  el  mundo.  (Abriendo  la  puerta  de  la 
tapia.) 

Cor.  Al  infierno  le  mandaría  yo  al  instante. 

Deog.  Es  inútil  que  obedeciera  (Estará  lleno  de 

Coroneles.)  (Entra.) 

Sarg.  Mi  Coronel,  este  murciélago  es  ave  de  mal 

agüero. 
Cor.  Pues  ojo. 


DE    LA    RETRETA    A    LA    DIANA 


17 


Sarg.  |Ah!  como  yo  le  cace,  ya  le  diré  yo  si  ha  de 

atarme  al  pesebre  corto  ó  largo. 
Cor.  Vigilancia,  mucha  vigilancia. 

SARG.  ¡A  la  Orden!  (Se  retira  al  cuartel.  I£l  Coronel  por  la 

derecha.) 


ESCENA  V 


PILAR,  BRUNA,  luego  EL  SARGENTO 

Bruna  Vamos,  señorita,  vamos.  Rato  ha  que  sonó 
el  toque  de  ánimas  y  en  el  convento  se  ha- 
brán recogido  las  madres  y  las  hermanas. 

Pilar  ¡Qué  impaciencial  Tenemos  permiso  de  la 

madre  superiora  para  ir  á  la  novena.  ¡Si  pu- 
diera Verle!  (Aproximándose  al  cuartel  y  mirando 
hacia  el  interior.) 

Bruna  Pero,  señorita,  ¿dónde  va  usted? 

Sarg.  ¿Manda  usted  algo,  carita  de  mieles?  (Apare- 

ciendo el  Sargento.) 

Pilar  No,  señor,  (con  timidez.) 

Bruna  Quite  usted  allá,  pozo  de  rancho.  No   se 

hizo  la  miel  para  la  boca  del... 

Sarg.  No  se  destemple,  seña  Semlorum;  que  ni  yo 

estoy  ayuno,  ni  aquí  nos  comemos  los  niños 
crudos  ni  las  viejas  en  pergamino. 

Bruna  Daré  parte  al  Coronel. 

Sarg.  Pues  si  se  aviene  á  catarlo  ya  tié  estómago 

el  Coronel.  Usted  perdone,  y  ande  con  Dios, 
palmito  del  cielo;  y  no  se  asome  otra  vez 
por  aquí  dentro,  que  hay  peligro  de  escu- 
char la  diana  á  las  doce  de  la  noche.  ¡Como 
que  cuando  usted  sale,  sale  el  sol! 

Bruna  Silencio,  ratón  de  cuadra.   Vamos,  vamos, 

Señorita.  (Pilar  entra  en  el  convento.) 

Sarg.  ¡Si  no  fuera  uno  soldado!... 

Bruna  ¡Qué  falta  de  vergüenza!  ¡Cómo  están  estos 

conventos,  digo,  estos  cuarteles!  (Entran  en  el 

convento.) 


18  ARKKGUl   Y  AKUKI,   EDITORES 


ESCENA    VI 

Relevo  do  la  guardia.  Snleu  del  cuartel  ENRIQUE,  tres  SOLDADOS 
y  un  CABO,  se  acercan  al    centinela,  y  después  de  simular  la   con- 
signa, Enrique  queda  en  el  puesto  (ie   aquél.  Los  soldados  desapa- 
recen por  la  izquierda. 

Enr.  Al  fin  estoy  solo.  Dentro  de  poco  dormirá 

todo  el  pueblo.  ¿Cumplirá  mi  encargo  Deo- 
gracias?  Pilar  mía,  de  esta  entrevista  depen- 
de nuestra  felicidad.  (Vuelven  el  Cabo  y  Soldados 
figurando  haber  terminado  el  relevo  y  entran  en  el 
cuartel.  Toque  de  silencio.) 

Música 

Ya  se  alejan...  ya  cierra  la  puerta... 

preciso  es  que  advierta 

su  ausencia  á  Pilar... 
Ya  se  escucha  la  voz  del  alerta 

que  el  eco  despierta 

del  valle  al  vibrar. 


En  sus  ondas  trasmítele  el  viento 

mi  voz,  y  mi  aliento 

y  el  alma  con  él, 
y  ella  sola  recoge  mi  acento, 

que  duerme  el  convento, 

que  duerme  el  cuartel.  ' 
Pronto  en  noches  como  ésta  serenas, 

de  júbilo  llenas 

podranse  adorar 
nuestras  almas,  que  hoy  velan  ajenas 

miradas,  cadenas 

que  ansio  quebrar. 
Bien  pronto  hasta  el  nido 

de  nuestros  amores, 

aromas  de  flores 

las  auras  traerán; 

y  el  suyo  dejando 

del  bosque,  señores, 


DE    I.A    RETRETA    A    LA    DIANA  1» 

alados  cantores 
al  nuestro  vendrán. 
Ya  estoy  solo,  la  calle  desierta 
y  espera  á  tu  puerta 
tu  Enrique,  Pilar; 
y  ni  turba  el  secreto,  el  alerta 
que  el  eco  despierta 
del  valle  al  vibrar. 

En  esta  noche 

juego  la  vida 

si  en  la  partida    ' 

vencido  so}r, 

veré  sin  pena 

llegar  la  muerte, 

que  vida  y  suerte 

por  ella  doy. 

ESCENA  Vil 

ENRIQUE,  después  DEOGRACIAS 

Hablado 

Enr.  Parece  que  se  acercan  á  la  puerta.  Debe  ser 

Deogracias.  Sí,  no  cabe  duda.  Prudencia  por 

SI  acaso.  (Se  retira  hacia  el  cuartel  y  pasea  con  el 
fusil    con    gravedad    cómica.    Pauba.)  Deogracias, 

¿eres  tú? 

DEOG.  (Bajando  la  voz  y  mirando  con  la  puerta  entreabierta 

á  derecha  é  izquierda  sin   atreverse  á  salir.)  No,  no 

se  acerque  usted;  pudiera  vernos  alguien. 

(Al  vor  que  Enrique  va  á  acercarse.) 

Enr.  No  tengas  cuidado,  duermen  todos.  Vamos, 

hombre,  Sal;  no  temas.  (Deogracias  avanza  de- 
jando entreabierta  la  puerta  con  la  llave  puesta  por 
dentro.) 

Deog.  Cuatro,  nada  menos  que  cuatro  velas  acabo 

de  encender  á  Nuestra  Señora  de  las  An- 
gustias, (pausa.)  Me  debe  usted  un  escudo. 
Así  me  las  pagan  todos  los  cereros. 

Enr.  Bueno,  ponías  en  la  cuenta.  Ahora  vamos 

á  lo  que  importa. 


20 


ARREGU1    Y    ARUEJ,    EDITORES 


Deog.  Es  que  lo  que  importan  las  cuatro  velas  es 

un  escudo. 

Enr.  Toma  dos  y  borra  la  deuda,  (con  impaciencia.) 

¿Qué,  la  has  visto?  ¿Qué  te  ha  dicho?  Va- 
mos, hombre,  habla,  habla  pronto. 

Deog.  .       La  he  visto  y  .. 

Enr.  Estará  muy  hermosa,  ¿verdad? 

Deog.  Yo  no...  no  me  fijo.  . 

Enr.  ¿Acepta  la  entrevista  que  le  propongo  en 

mi  carta? 

Deog.  Sí,  señor. 

Enr.  ¡Oh,  qué  alegría!  Entonces  no  hay  que  per- 

der Un  minuto.  Deogracias...  (Llevándole  al  otro 
lado  del  proscenio.) 

Deog.  ¿Qué? 

ENR.  Ponte  este  Capote.  (Quitándosele.) 

Deog.  No,  si  no  tengo  frío. 

Enr.  ¿Qué  importa?  póntelo. 

Deog.  Pero,  señor,  ¿qué  intenta  usted? 

Enr.  Ya  lo  verás.  (Se  quita  el  ros  y  se  lo  pone  torcido  á 

Deogracias,  y  a  su  vez  se  pone    el    sombrero  de  este.) 

Ya  estás  hecho  todo  un  soldado,  (coge  el  fu- 
sil y  se  lo  pone  en  el  brazo.  Enrique  se  viste  el  balan- 
,  drau  y  el  gorro  del  demandadero.) 

Deog.  Pero... 

Enr.  Ni   una  palabra.    Yo    volveré    en   seguida. 

Mientras  tanto,  tú  eres  el  centinela. 
Deog.  Pero  considere  usted  que  yo  no  sirvo  para 

esto.  ¿Está  en  ti  seguro? 
Enr.  No  tengas  cuidado,  que  no  se  dispara.  (Entra 

en  el  convento  y  cierra  con  llave  por  dentro.  Deogra- 
cias se  acerca  al  cuartel  y  mira  por  la  cerradura.) 


ESCENA  Vill 

DEOGRACiAS 


¡Se  marchó!  ¡Dios  mío,  ha  cerrado  la  puerta! 
(Empujándola.')  ¡Ya  no  hay  remedio!  Mañana 
me  fusilan,  (se  oye  dentro  del  convento  la  codor- 
niz.) ¡Virgen  de  las  Angustias,  la  codorniz! 
¿Qué  pasará  ahí  dentro?  Si  insiste,  se  ente- 


DE   L\    RETRETA   A   LA    DIANA 


ÍL 


ran  y  estamos  perdidos.    (Canta   da   nuevo   con 

más  fuerza.)  Calla,  inocente,  calla,  que  es- 
tás firmando  mi  sentencia.  (La  codorniz  canta 
sin  cesar.)  ¡Calla,  que  renuncio  á  la  mitra  y  á 
todo  ¡Imposiblel  ¡No  hay  esperanza!  (se  le 

cae  el  fusil  y  se  pone  de  rodillas.)  ¡Fusiladol  [Ma- 
ñana fusilado!  (Murmura  tiaa  oración.  La  orquesta 
preludia  eL  número  siguiente.) 


MUTACIÓN 


Telón  corto.  Pasillo  de  un  convento.  Puertas  al  foro,  cerradas  por 
una  cortina  oscura,  y  laterales.  Farol  ó  lámpara  suspendida  del 
techo. 


ESCENA   IX 

ENRIQUE,  PILAR  y  BRUNA 


Música 

ENR.  (Dentro.) 

Cuando  me  veo  de  tu  morada 
bajo  el  antiguo  ventanal, 
siento  en  el  alma  una  oleada 
de  suave  aroma  tropical. 

Pilar  Cantos  ignotos  de  honda  armonía, 

de  voces  dulces  tenue  rumor, 
conjunto  ignaro  de  melodía 
en  cuyas  notas  va  el  amor. 

Enr.  Yo  con  el  mío  vengo  á  buscarte, 

ven  y  no  tardes,  mi  Pilar, 
que  está  mi  vida  toda  en  amarte, 
y  es  triste  cosa  el  esperar. 

(Saliendo  ) 

Aurora  de  mis  dichas, 
ven  mi  alma  á  iluminar. 

Pilar  ¡Enriquel 

Enr.  ¡Sueño  mío! 


22 


ARREGUI  Y  ARUEJ,  EDITORES 


Pilar 

Enr. 


Pilar 

Enr. 


Pilar 


¡Mi  Enrique! 

I  Mi  Pilar! 
Como  hoy  nunca  he  sentido 
la  fuerza  de  mi  amor, 
por  tí  juego  la  vida. 
Yo  más  por  tí,  el  honor. 
Como  el  valle  se  colora 
al  sentir  la  luz  del  sol, 
con  las  tintas  de  la  aurora 
que  le  inunda  en  su  arrebol, 
así  el  pecho  á  la  alegría 
ábrese  tu  rostro  al  ver 
que  eres  tú  la  estrella  mía, 
que  eres  tú  luz  de  mi  ser. 

De  tus  retinas 

de  honda  mirada 

tal  me  ha  vencido 

la  seducción, 

que  por  guardarla 

no  profanada, 

tú  sola  llenas 

mi  corazón. 
Cual  bajel  que  á  toda  vela 
presuroso  cruza  el  mar, 
sigue  la  rizada  estela 
que  la  quilla  abrió  al  pasar. 
Así,  Enrique,  de  tu  acento 
fascinada  voy  en  pos, 
que  el  amor  que  por  tí  siento 
sólo  cede  ante  el  de  Dios. 

Aun  no  tus  frases  . 

hieren  mi  oído, 

dentro  del  alma 

las  siento  herir, 

y  luego  á  solas, 
'  cuando  te  has  ido, 

tus  frases  todas 

torno  á  decir. 
(a  dúo.)  Proteja  Dios 

nuestro  querer, 

bendito  amor, 

bendita  fe. 


DE    LA    RETRETA    A    LA    DIANA 


25 


Hablad» 

Enr.  ]Qué  felicidadl  ¡Juntos,  siempre  juntos! 

Bruna  Eso  es,  y  pasarse  la  vida  como  dos  pajaritos 
cantando  dúos  al  amanecer. 

Enr.  [Ya!  Había  olvidado  que  usted  sólo  ha  po- 

dido cantar  arias  ó  romanzas;  un  dúo  con 
tenor,  barítono  ó  bajo,  jamás. 

Bruna  Con  tenores  ó  barítonos  no  he  tropezado; 
pero  lo  que  es  bajos,  buenos  bajos,  siempre 
los  he  tenido. 

Enr.  Allá  cuando  Napoleón  iba  en  mantillas.  (Bru- 

na vuelvo  al  foro.)  Decías  en  tu  carta  que  tu 
padre,  el  general  Freiré,  te  autoriza  á  casar- 
te conmigo. 

Pilar  Justo:  conque  así  sólo  falta  que  tú  obtengas 

el  permiso  del  tuyo. 

Enr.  Y  Jo  conseguiré. 

Bruna  ¡Jesús!  (Baja  al  proscenio.) 

Los  dos       ¿Qué  sucede? 

Bruna  ¡Que  estamos  perdidos!  ¡Vayase  usted,  vaya- 
se usted! 

Enr.  ¿Qué  le  ha  dado? 

Bruna  ¡Que  la  codorniz  nos  delata!  Si  era  preciso... 
¡Sí,  no  hay  duda,  por  ahí  viene  la  vigilantal 

Enr.  Eso  es  peor. 

Bruna  ¡Pronto,  pronto;  escóndase  aquí,  que  yo  le 
avisaré  cuando  tenga  que  salir. 

PlLAR        .      Sí,  SÍ.  (lintra  Eurique  primera  derecha  y  cierra.) 

Bruna.        ¡Qué  noche,  señor,  qué  noche! 


ESCENA  X 


DICHOS  y  la  VIGILANTA 

Víg  ¡Como!  ¿Ustedes  tan  temprano?... 

Bruna         Sí,  hermana...  Ahí  verá  usted...  (Turbada.) 

Vig.  •,  ¿Les  ha  ocurrido  algo?  Está  muy  pálida  1* 
señorita.  ,- 

Bruna;  Sí,  le  dieron  unos  mareos...  un  desvaneci- 
miento... ¡De  fijo,  el  calor! 


34 


ARREGUÍ    Y    ARUEJ,    EDITORES 


VlG. 

Bruna 
Vig. 
Pilar 
Vig. 


Bruna 

Vig. 

Bruna 

Vig. 

Bruna 

Vig. 

Bruna 

Vig. 


Enr. 
Vig. 


Enr. 
Vig. 


¡Pero  si  hace  un  frío  horrible...  y  está  tiri- 
tando! [Pobrecita!  (Le  coge  las  manos.) 

Quise  decir  el  calor...  conque,  transportada 
en  la  oración,  rogaba  por  su  padre. 
¡Ah,  sí...  demasiado  fervorosal  No  es  bueno 
excederse,  señorita. 

No,  no  es  nada...  Cierta  agitación...  falta  de 
sueño. 

¡Ah,  ya  comprendo!  La  codorniz  del  señor 
demandadero,  que  les  habrá  despertado... 
Como  á  mí.  ¡Cuánto  se  lo  agradezco!  Antes 
costábame  gran  trabajo,  pero  hoy  en  segui- 
da me  levanté.  Parece  con  su  canto  acompa- 
sado que  me  dice:  «¡Hora  es  ya!  ¡Hora  es  ya!» 

(simulando  el  canto.  Enrique  asoma  la  cabeza.  Bruna, 
que  no  cesa  de  mirar,  le  hace  señas  de  que  se  esconda. 
La  colocación  es;  Bruna,  algo  á  la  derecha,  Pilar  y  la 
Vigilanta  junto  á  la  izquierda.) 
¡No,  todavía  no!  (A  Enrique.) 

¿Cómo,  hermana,  si  han  dado  las  cinco? 
Verdad;  con  el  susto  no  hemos  oído. 
¡Ah!  ¿Se  han  asustado  al  oir  la  codorniz? 
¡Mucho,  mucho! 
¡Un  canto  tan  dulce  y  tan  discreto! 

¡Lo  que  es  eso!  (Siempre  mirando  al  cuarto  donde 
está  Enrique.) 

¡Oh,  no  están  ustedes  bien!...  No  vuelvan  á 
madrugar...  La  falta  de  costumbre...  |Ea,  á 
dormir  otra  vez,  y  buenas  noches!...  Yo  las 

acompañaré.  (üirígeuse  a  la  habitación  derecha.  En- 
rique en  tanto  recoge  el  balandrán  y  el  gorro  que  dejó 
en  el  suelo,  y  dentro  del  cuarto  se  viste  estas  prendas 
y  sale  en  el  momento  que  la  Vigilaata  lo  hace  por  la 
otra  puerta  ) 
¡Vamos;  por  fin! 

¡Calle,  el  Señor  Deogracias!  (Enrique  vuelve  la 
espalda,    esquivando  que  pueda   ser   reconocido.)    ¿A 

usted  también  le  ha  despertado  el  pajarito? 
¡Qué  bien  hizo  en  traerlo!...  Pero,  ¿qué  bus- 
ca, hermano?  ¿Se  le  ha  perdido  algo? 
Sí,  la  cabeza.  (Bajo.) 

¡Dios  mío,  un  hombre!...  ¡No  es  el  demau- 
dadero!... 


DE    LA    RETRETA.  A.  LA    DIANA  tó 

Enr.  (¿Será  mujer  Deogracias?)  ¡Oiga,  oiga,  her- 

mana!... (sigu-:éudoia  á  tientas.)  Espere,  escuche. 

Vig.  |Un  hombre  cerca  de  las  habitaciones  de  la 

señorita!...  Voy  á  avisar  ala  superiora...  Evi- 
taré el  escándalo,  (vase.) 

Enr.  Esto  eá  hecho.  (Saltando  por  la  ventana.) 

MUTACIÓN 


CTJA.DBO     T  IB  S,  O  ZE  JR  O 
La  misma  decoración  del  cuadro  primero 


ESCENA  XI 


DEOGRACIAS,  después  ENRIQUE.  Deogracias  aparece  en    la  misma 
situación  que  quedó  al  terminar  el  cuadro  primero 

Deog.  ¡Hosanna,  Dios  clemente,  hosannal  (pausa.) 
Al  fin  cesó  de  acusarme  la  codorniz.  ¡Ha 
cantado  tanto!  (cambiando  de  tono.)  Esta  situa- 
ción es  insostenible...  La  llave  está  puesta. 

(Mirando    por  !a  cerradura  de   la  puerta  de    la  tapia. 

Pausa.)  Parece  que  alguien  se  acerca.  Sí;  es  él 
sin  duda,  (cou  alegría.)  ¡Gracias  á  DiosI  (ai 

abrirse  la  puerta    y  salir  Enrique.)  ¡Pronto,  déme 
USted  mis  ropas!  (Murmullos  de    gente  que  llega.) 
Enk.  ¡Alguien  llega;  no  tenemos  tiempo;  quieto, 

no  te  muevas.  (Entra  de  nuevo  en  el  convento,  ce- 
rrando tras  sí  la  puerta.  Deogracias  se  acerca  al  cuar- 
tel tapándose  la  cara  con  el  capotes) 


SO  ARREGUI   Y    ARUFJ,-  EDITO KES 

ESCENA  XII 

DEOGR ACIAS    y    CORO 

Música 

CabS.  (Salen  embozados   en   sendas  capas  por  el  último  tér- 

mino de  la  derecha  y  andando  sigilosamente,  recatán- 
dose con  exageración.) 

Vamos  con  cuidado, 
la  ocasión  llegó; 
no  se  nos  malogre 
por  imprevisión. 
Vengan  los  faroles, 
orientarse  bien. 
Aquí  está  el  convento. 

(Alzan  los  faroles,  señalando  al  convento.) 

Allí  está  el  cuartel. 

(Giran  á  la  izquierda,  señalando  al  cuartel.  Deogracias 
procura  ocultarse  cómicamente.  Al  compás  de  la  mú- 
sica el  coro  avanza  al  proscenio,  y  en  fila  cerrada,  pro- 
sigue el  número.) 

Tan  luego  amanezca, 
Deogracias  saldrá 
del  rezo  á  maitines 
la  esquila  á  tocar; 
sobre  él  nos  lanzamos, 
zurrárnosle  allí, 
y  el  cuello  torcemos 

¡iris!,., 
á  su  codorniz. 

,C  .'...;  (Giran  rápidamente  hacia   la   derecha,  y  con  las  mis- 

mas actitudes  que  al  comenzar,  se  retiran  por  el  pri- 
mer término  derecha.) 

Vamos  con  cuidado, 
;   ,-,...        etc.,  etc. 

(Aparece  por  el  foro  izquierda  el  coro  de  señoras,  que 
dice  los  primeros  cuatro  versos  antes  de  bajar  al  pros- 
cenio, donde  está  Deogracias.) 

Segundas  Nuestros  maridos, 

¿dónde  estarán? 


DE   LA    RETRETA    A   LA    DIANA 


27 


El  centinela 

nos  lo  dirá. 

Deog. 

|Si  me  conocen, 

pobre  de  mí! 

Primeras 

Pronto  de  dudas 

vais  á  salir. 

Todas 

Diga,  soldado, 

¿vio  su  mercé 

pasar  á  un  hombre 

cerca  de  usté, 

después  de  oirse 

la  codorniz? 

Decg. 

Yo  no  sé  nada. 

Yo  nada  vi. 

Todas 

¿Pues  de  qué  sirve  (Rodeándole.) 

que  guardia  dé? 

¿De  qué  ese  chisme?  (por  el  fusil.) 

¿De  qué,  de  qué? 

Deog. 

Vaísme  entre  todas 

á  marear; 

suelten  mis  ropas, 

no  tiren  más, 

que  entre  sus  manos 

van  á  morir 

chupa  y  capote 

y  hasta  el  fusil. 

Todas 

(Acosando  á  Deogracias.) 

Diga,  diga 

lo  que  sepa. 

Cuente,  cuente 

sin  tardar, 

que  por  algo, 

tan  doliente 

se  oyó  al  pájaro 

cantar. 

Deog. 

Dejen,  dejen 

í 

que  prosiga 

en  cumplir 

mi  obligación. 

¿Cómo  quieren 

que  les  diga 

que  no  entiendo 

su  canción? 

2S 


ARREGUI  Y  ARUEJ,  EDITORES 


Todas 


Deog. 


Todas 
Deog. 

Todas 

Deog. 
Todas 
Deog. 


Le  habrán  ellos 
prevenido, 
y  repite 
la  lección... 
¡So  tunante! 
¡So  perdido! 
¡So  granuja! 
¡So  bribón! 
¡Si  no  canta, 
las  orejas 
en  mis  manos 
va  á  dejar! 
¡Nunca,  nunca! 
¡Largo,  viejas! 
¡Largo,  brujasl 
¡A  fregar! 
¡Volveremos! 
¡Fuera,  pronto! 
¡A  zurrarle 
sin  piedad! 
¡Largo,  brujas! 
¡Flaco,  tonto! 
¡Feas,  viejas! 
¡Despejad! 

(coge  d  fusil  por  el  cañón  y  describe  un   círculo.  El 
coro  huye  en  todas  direcciones.) 


Hablado 

Deog.  Por  fin  se  fueron  y  sin  conocerme,  gracias  al 

capote  y  á  mi  serenidad;  sobre  todo  á  mi  se- 
renidad... Con  el  capote...  (Pausa.  Se  dirige  á  la 
puerta  del  cuartel.)  ¿Qué  pasará  aquí  dentro? 
(Mira  por  la  cerradura.)  ¡Madre  de  las  Angustias! 
En  aquel  cuarto  hay  luz.  (Pausa.)  ¿Eh?  El 
Sargento  ha  dicho:  «¡Caballo  en  puerta!» 
¿Me  habrán  visto?  (pausa.)  ¡Caracoles!  Aquel 
soldado  está  pelando  á  Merlín,  el  gallo  de  la 
hermana  tornera.  ¡Y  yo  que  lo  engordaba 
para  Nochebuena!...  ¡Enrique,  Enrique!  (con- 
tinúa mirando  por  ia  cerradura.)  Nada,  no  responde 
nadie. 

Voz  (Dentro.)  Cabo  de  guardia  la  hora. 


DE   LA    RETRETA    A    LA    DIANA 


29 


Deog.  ¡Madre,  el  relevo!  ; Ellos  son!  ¡Se  aproximan! 

¡Dios  mío,  ya  salen!  ¿Qué  hago?  ¡Ah,  ya  sé! 
No  puedo  más.  He  apurado  el  cáliz  hasta 

las  heces.  (Deja  el  fusil  en  el  suelo  boca  abajo,  muy 
cerca  de  la  pared  del  cuartel.  Cuelga  el  capote  en  la 
culata  y  le  pone  el  ros.  Ha  de  resultar  de  esto  un  mo- 
nigote lo  más  cómico  posible.  Usa  vez  terminado  se 
dirige  á  la  tapia  del  convento  y  trepa  por  ella  traba- 
josamente, á  tiempo  que  sale  del  cuartel  el  Cabo  con 
cuatro  soldados.) 


ESCENA  XIV 

Salen  del  cuartel  el  CABO  y  cuatro  soldados.  Se  acercan  al  muñeco' 

creyéndole   el    centinela .    DEOGRACIAS    en    la    tapia    procuraudo- 

ocullarse 


Deog. 
Cabo 


Deog. 

Cabo 
Deog. 

Sarg. 
Cabo 


Sarg. 

Deog. 
Sarg. 
Deog. 
Sarg. 
Deog. 
Sarg. 


¡Uy,  la  hermana  tornera!  ¿Seré  desgraciado? 

Pero,  ¿qué  es  esto?  (Zarandeándole.)  ¡Eh,  tul 
¿Te  has  dormido?  (Le  empuja  con  fuerza  y  cae 
todo  al  suelo.  Los  soldados  y  el  cabo  retroceden  asus- 
tados.) 

«¡Confíteor  Deo  Omnipotente!...»  (con  voz  dé- 
bil y  en  actitud  de  orar.  Sigue  hablando  entre  dientas.) 

¡Sargento  de  guardia!  ¡Sargento  de  guardia! 

«¡Mea  culpa,  mea  CUlpa!...»  (Dándose  golpes  da 
pecho.) 

¿Qué  pasa?  ¿Quién  grita?  (Saliendo  de  prisa.) 
El  soldado  que  estaba  aquí  de  centinela  ha 
abandonado  su  puesto;  Mire  usté  esas  pren- 
das. 

¡Por  vida  de  Napoleón'  Cuando  coja  al  cul- 
pable lo  hago  polvo. 
«¡Ego  sum  pul  vis!...» 
¡Lo  achicharro! 
«¡Cénis!...» 

¡Ño  queda  de  él  ni  rastro! 
«¡NihilL.» 

A  ver,  muchacho,  en  seguida  á  casa  del  Co- 
ronel. Que  no  se  detenga.  (El  soldado  marcha, 
de  prisa  por  la  derecha.) 


30 


ARREGUI  Y  ARUEJ,  EDITORES 


Cabo  ¡Primero!...  En  esa  tapia  hay  un  bulto,  (vien- 

do d  Deograeias.) 

Deog.  Llegó  mi  hora. 

Sarg.  (Acercándose)  Si  es  un  hombre...  ¡Eh,  buen 

amigo!  ¿Va  usted  muy  lejos? 

Deog.  A  buscar  nidos. 

Sarg.  Abajo. 

Deog.  No,  que  me  voy  á  caer. 

Sarg.  Me  parece  que  sí...  ¡El  demandadero!  (ai  ba- 

jar cae  de  espaldas.  Le  ayudan  á  levantarse  y  queda 
de  rodillas  delante  del  sargento.) 

Deog.  ¡Por  Dios,  señor  sargento,  que  soy  inocentel 

Sarg.  Al  fin  caiste  en  mis  redes.  Bien  le  decía  yo 

al  Coronel.  Levanta,  levanta  pronto,  mo- 
chuelo. (Se  levanta.) 

Deog.  Piedad,  señor  de  López. 

Sarg.  Aunque  me  llamases  don  López,  no  la  ten- 

dría. Miren  el  beato  Deograeias  á  qué  horas 
anda  por  las  tapias  del  convento. 

Deog.  Créame  usté,  yo  no  he  hecho  nada  malo.  La 

fatalidad,  solo  la  fatalidad. 

Sarg.  Luego  lo  veremos.  Al  calabozo  con  él. 

Cabo  Primero,  aquí  no  hay  calabozo. 

Sarg.  No  me  acordaba...  Bueno,  pues...  ¡Ah,  sí; 

eso  es!...  A  la  cuadra  con  él.  En  los  pesebres 

habrá  algún  ronzal.  (Los  soldados  y  el  Cabo  se  lo 
llevan  entre  súplicas  y  protestas.)  Atarle  bien  para 

que  no  se  escape,  y  corto,  ¿eh?  muy  corto... 
(con  satisfacción.)  Me  las  paga  de  una  vez. 


ESCENA  XV 

EL  SARGENTO  y  EL  CORONEL    seguido  del  SOLDADO  que  fué  en 
su  busca 


Cor. 
Sarg. 


Cor. 
Sarg. 


¿Qué  pasa,  sargento?...  ¿Es  grave?  (intran- 
quilo.) 

Y   tanto.    Enrique,   su  hijo,  abandonó  el 
puesto  de  centinela.  Al  relevar  hemos  en- 
contrado esas  prendas... 
¿Y  él? 
No  lo  sé,  pero  hay  un  cómplice. 


DE    LA    RETRETA    A    LA    DIANA  ti 


Cor.  ¿Quién? 

Sarg.  El  del  convento. 

Cor.  ¿Dónde  está? 

Sarg.  En  la  cuadra. 

Cor.  Voy  allá.    Cada  uno  á  su  puesto.  Recoge 

todo  eso...  | Hoy  arde  Troya!...  (Entran  en  ei 

cuartel.  Pausa  en  la  acción.) 

Música 

(Durante  los  primerea  compases  de  este  número  Enri- 
que sale  sigilosamente  del  convento  y  se  va  por  la 
derecha.  Durante  el  preludio  en  la  orquesta  amanece 
basta  quedar  la  escena  á  toda  luz.) 

Enr.  A  ver  á  mi  padre  cuanto  antes.  Se  lo  diré 

todo...  (Mutis.  Oyese  la  esquila  de  la  capilla, tocar 
el  «Ángelus»,  etc.,  etc.) 

Música 

SeÑ*  (Dentro.) 

El  Ángelus  anuncia 
de  la  campana  el  son. 
¡Salve,  oh,  soberana 
Madre  del  SeñorI 


Cab,  (Dentro.) 

Ya  asoma  por  Oriente 
del  nuevo  día  el  sol, 
y  alegre  sus  faenas 
comienza  el  labrador. 


ESCENA    XVI 

EL  CORONEL  y  DEOGRACIAS,  cogido  por  una  oreja 
Hablado 

Cor.  ¡Venga  usted  acá,  buena  piezal...  ¿Es  cierto 

cuanto  acaba  de  decirme,  ó  se  trata  de  un 
nuevo  enredo  para  despistarme  y  huir  de 
mi  cólera. 


32 


ARREGUI  Y  ARUEJ,  EDITORES 


Deog.  ]Uy,  cólera!  Señor,  yo  solo  miento  cuando 

entrego  la  cuenta  de  lo  recaudado  en  el  ce- 
pillo de  las  ánimas,  y  entonces,  tampoco; 
es  que  suelo  equivocarme. 

Cor.  ¿Padece  usted  de   equivocaciones?  ¿Tam- 

bién eso?... 

Deog.  No,  no  es  eso.  Flaqueza  de  memoria  sola- 

mente, ¿sabe  usted?  Algún  cero  que  se  me 
suele  quedar  olvidado  al  final  de  una  cifra. 
Total,  un  cero;  ya  ve  usted,  nada. 

Cor.  Con  efecto,  no  puede  ser  menos.  Pero  mi 

hijo,  ¿dice  usted  que  mi  hijo  Enrique  debe 
estar  ahí  dentro?... 

DEOG.  No,  no  Señor.  (Precipitadamente.) 

Cor.  ¿Cómo  se  entiende? 

Deog.  Que  no  debe  estar,  pero  que  está.  (Así  estu- 

viera yo  á  cien  leguas  de  tus  bigotes.) 

Cor.  ¿Y  usted  se  compromete  á  traerlo  á  mi  pre- 

sencia? 

Deog.  Según  y  conforme.   La  cosa  es  dificililla. 

Traerla,  menos  mal,  pero  llegar  hasta  él... 

Cor.  No  hay  más  remedio:    dos  caminos  tiene 

usted.  O  le  trae  a  mi  presencia  sin  que  se 
entere  nadie,  y  se  evita  el  escándalo,  por 
lo  cual  le  recompensaré  largamente,  ó  no  le 
trae,  y  entonces  le  castigo  con  mayor  lar- 
gueza. (Simula  la  acción  de  un  puntapié.) 

Deog.  (Sí,  con  largueza,  de  cuarenta  pulgadas  de 

bota  militar.) 
Cor.  ¿Acepta  usted?  Pues  á  cumplir  su  promesa, 

señor  aleluya. 
Deog.  (Llamarme  así,  cuando  debo  tener  cara  de 

Miserere.)  Voy,  voy  al  momento,  (ei  Coronel  se 

acerca   al  cuartel  y  queda   hablando   con  alguien  que 

se  supone  dentro.)  ¿Y  cómo  me  las  arreglo  yo 
•  ahora  para  sacarlo  sin  dar  sospechas?  ¡El 
muchacho  jugando  al  escondite  por  los  rin- 
cones del  caserón!  ¡Vaya  un  papel  el  mío! 

Cor.    .         ¿Todavía  aquí? 

DEOG.  ¡Ah,  Señor   Coronel!  (Va  á  la  puerta  de  la  tapia  y 

so  la  encuentra  cerrada.) 

Cor  .  ¿Qué  ocurre? 

Deog.  i  Una  contrariedad! 


DE   LA    RETRETA   A   LA    DIANA 


33 


Cor. 

Deog. 

Cor. 

Deog. 

Cor. 

Deog. 

Cor. 

Deog. 
Cor. 

Deog. 

Cor. 

Deog. 

Cor. 

Deug. 

Cok. 

Deog. 

Cor. 

Deog. 

Cor. 
Deog. 


Cor. 

Deog. 

Cor. 

Decg. 

Cor. 

Deog. 
Enr. 

Cor' 
Deog. 


¿Cuál? 

Que  la  puerta  está  cerrada. 
Se  abre. 

Claro,  se  abre  cuando  se  tiene  con  qué. 
¿Pues  no  está  siempre  en  su  poder  la  llave? 
Porque  lo  está  no  lo  está.  Que  á  no  haberla 
tenido  no  me  la  hubiera  quitado. 
Entre  usted  por  la  puerta  principal. 
A  estas  horas,  ¿con  qué  pretexto? 
Pues  salte  usted  la  tapia,  señor  excusas  (in- 
comodado.) 

¡Ah!  ¡Eso  sí...  eso  sí!...  ¡Gran  idea!  (Ahora 
'me  las  vas  á  pagar.) 
Pues  andando. 

No,  á  gatas,  porque  de  otro  modo... 
Arriba,  con  dos  mil  de  á  caballo. 
Si  llamase  usted  á  un  soldado. 
¡Imposible!  Nadie  debe  enterarse  de  esto. 
Un  medio  me  ocurre.  '-  ■•"  •  • 

Hable  usted. 

(Me  pondré  a  distancia  por  si  acaso.)  Señor, 
si  usted  se  dignase  ayudarme... 

¿Cómo  Se  entiende?  (Avanzando  un  poco.) 
Pues  así.  (Simulando  acción  de  subir.)  Un  empu- 

joncito,  nada  más  que  un  empujoncito  sua- 
ve, y...  (¡Se  decide,  Se  decide!)  (Frotándose  las 
manos  en  actitud  alegre,  de  espaldas  al  Coronel.) 
(Habrá  que  ayudarle.)  ¿Qué  demonios  hace 
usted? 

E'uerzas,  señor.  Me  preparo  al  asalto. 
Ea,  acabemos  de  una  vez. 
No,  por  aquí  no,  por  aquí  no...  Tengo,  ten- 
go... (indicando  que  tijne  cosquillas.) 
(Sin  hacerle  caso;  le  empuja  para  subir  por  la  parte  de 

la  tapia  que  da  al  público.)  ¡Arriba!  ¡Arriba! 

(Otra  vez  la  hermana  tornera.) 

(Por  la  derecha.)  Mi  padre  ha  venido  al  cuartel. 

¿Sabrá  algo?  Veamos.  (Entra  en  él.) 

¿Acaba  usted,  ó  le  tiro? 

¡Eh!  ¡Que  me  mato!  ¡Que  me  mato! 


34  ARREGU1  Y  ARUEJ,  EDITORES 


ESCENA  XVII 

DICHOS,    EL    SARGENTO 

Sarg.  Mi  Coronel,  Enrique  ha  parecido. 

COR.  ¿Cómo?  (Suelta  á  Deogracias,  que  queda  suspendido 

por  los  brazos.) 

Sarg.  Digo  que  ha  parecido.  Le  cogí  y  lo  tengo 

encerrado. 

Cor.  ¿En  el  cuartel  Enrique?  Entonces,  ¿este  tu- 

nante?... (Tira  de  él  y  lo  hace  caer.)  |Ahl  [Rapa- 
velas! [Ahora  verás,  ahora  verás!  Pronto  arre- 
glaremos cuentas.  (Sí,  es  el  medio  mejor.) 
Voy  á  dar  parte  de  todo  á  la  superiora,  y  si 
las  cosas  no  se  ponen  en  claro  mando  que  te 
fusilen.  López.  Usted  me  responde  de  este 

granuja.  (Va:e  derecha.) 

ESCENA  XVIII 

DEOGRACIAS    y  SARGENTO 

Deog.  Señor  Sargento,  ¿cree  usted  que  me  fusila- 

rán? Después  de  todo,  no  es  para  tanto. 
Sarg.  En  la  milicia  no  se  juega. 

Deog.  Es  decir,  ¿que  me  pegarán  un  tiro? 

Sarg.  [Cuatro!  ¡Cuatro!  (indicando  con  ios  dedos.) 

Deog.  Siempre  es  un  consuelo. 

CaüO  (Sale    precipitadamente    del    cuartel.)    Primero,    el 

soldado  Hernández  ha  roto  á  golpes  la  puer- 
ta de  su  encierro.  Dice  que  quiere  ver  á  su 
padre  el  Coronel,  (vase.) 

Sarg.  Detenedle,  allá  voy  yo.  (vase.) 

Deog.  ¡Me  dejan  solo!  ¡Qué  ocasión  para  huir!  (vase 

por  la  izquierda  mirando  á  todos  lados.) 


DE   LA   RETRETA   A   LA   DIANA 


ESCENA  XIX 

Oyense  voces  de  mujeres  qne  se  aproximan  rápidamente.  DEOGRA- 
CÍAS  sale  perseguido  por  ellas  por  la  izquierda 

Deog.  ¡Por  este  lado,  imposible!  ¡Las  arpías  de  an- 

tes! ¡Fugite! 
Muj.  ¡Eh!  Señor  Deogracias,  señor  demandadero, 

aguarde  Un  pOCO.  (Los  hombres  que  esperaban 
antes  dentro  traen  á  Deogracias  poco  menos  que  á  bra- 
zo partido.) 

Uno  ¡Ya  caíste,  bribón!  ¡No  te  escapas,  no!  ¿Dón- 

de está  la  codorniz,  grandísimo  pillo? 


ESCENA  ULTIMA 

DICHOS,  EL  CORONEL,   BRUNA   y  PILAR  por  la  puerta  de  la  tapia 
SARGENTO  y  ENRIQUE  por  la  dtd  cuartel. 

Cor.  Esté  usted  tranquila,  señorita;  todo  se  hará 

á  medida  de  sus:  deseos,  que  son  los  míos. 
Que  venga  Enrique,  (ai  sargento.) 

Pil.  ¡Pobre  Deogracias!  No  tengas  cuidado,  ya  no 

te  fusilan,  (Risueña.) 

Deog.  ¿De  ve...  ras? 

Cor.  Sí. 

Deog.  ¿Y  me  puedo...  mover? 

Cor.  Tú  verás. 

DeOG.  Gracias,  Señor,  (intenta  abrazarle,  pero  se  retira  y 

cae  en  brazos  de  Bruna. 

Enr.  Pilar  con  mi  padre  ¡qué  alegría!  Luego... 

Cor.  Sí;  te  casarás  con  ella  cuando  ganes  tus  ga- 

lones de  oficial.  Ahora,  en  marcha. 

Bruna         Eso  es;  ellos  felices  y  á  nosotros  nada. 

Sarg.  Seña  espárragos,  quedan  ahí  unos  escobo- 

nes que  para  ir  por  los  aires,  ¡pintiparados! 

Deog.  ¿Y  á  mí,  después  de  mi  calvario? 

Enr.  Sí;  el  mejor  premio  ó  el  mayor  castigo. 


36  ARREGUI  Y  ARUEJ,  EDITORES 


Música 

Todos  Si  es  que  la  obra  te  ha  gustado 

y  la  sancionaste  ya, 
danos  pronto  una  palmada, 
dá-nos-la,  dá-nos  la, 
que  todos  te  lo  pedimos 
con  muchísima  ansiedad. 


UN 


Los  autores  dan  pública  muestra  de  su  re- 
conocimiento á  la  prensa  singularmente  á  los 
periódicos  El  Globo,  La.  Época,  El  Nacional,  El 
País,  Nuevo  Mundo  y  al  distinguido  colabora- 
dor de  El  Cantábrico  de  Santander  D.  E.  Ro- 
dríguez Solís,  los  cuales  trataron  con  cariñosa 
consideración  este  trabajo  y  cuyas  adverten- 
cias tuvieron  en  cuenta  los  autores  para  la  se- 
gunda y  sucesivas  representaciones. 


PUNTOS  DE  VENTA 

DE  LOS  EJEMPLARES  PERTENECIENTES  Á  ESTA  GALERÍA 

MADRID 

Librerías  de  los  Srés.  Hijos  de  Cuesta,  Carretas,  0 
Fernando  Fe,  Carrera  da  >San  Jerónimo,  2;  Antonio  Sai 
Martín,  Puerta  del  Sol,  6;  M.  Murillo,  Alcalá,  7;  Manue 
Rosado,  Esparteros,  11;  Guien  be rg,  Príncipe,  i 4;  Simór 
y  Comp.a,  Infantas,  18;  Vi -.Ja  de  Hernando,  Arenal,  1  i, 
José  María  Faquineto,  Olivar,  11;  Miguel  Guijarro,  ;  recit 
dos,  5;  Perdiguero,  San  Martín,  6;  Victoriano  Suárez, 
Jacometrezo,  72;  Sáenz  de  Jubera,  Hermanos,  Campo- 
manes,  10. 

Pueden  también  hacerse  los  pedidos  de  ejemplar©.* 
directamente  á  esta  Casa  Editorial,  acompañando  su  im 
porte  en  letras  de  fácil  cobro,  siii  o  yo  requisito  no  serárt 
servidos. 


PROVINCIAS    Y    ULTRAMAR 

En  casa  de  los  representantes  de  esta  Galería. 
Lisboa:  Juan  M.  Valle,  Rúa  Nova,  do  Carmo,  45  y  47.1 
Habana:  Sres.  Loychate,  tsaenz  y  Comp.*,  Oíicios,   fí| 
Buenos  Aires:  Landeirc.  y  Comp.a,  Libertad,  16.